Sunteți pe pagina 1din 3

La madre del perverso

El perverso es un sujeto el cual reniega de la castración, sabiendo que la madre carece de falo,
se adjudica él mismo, como el falo imaginario, pero a la vez sin serlo. Sabiendo esto, el sujeto
asume la posición de objeto, completando así la falta de la madre. Lacan dirá que “el perverso
se dedica a tapar el agujero en el Otro” si se quiere, se ocupa de que el Otro recupere goce.
Es por ello que dice que el perverso es “partidario de que el Otro existe.

A madre santa hijo perverso (Ramírez, citado por Toro); refiriéndonos a que mientras más se
idealice a la madre, es decir la madre buena, entregada a sus hijos, es que no les pone los
límites, hace de ellos hijos perversos; aparta a su hijo de remitirse al goce de otra mujer. La
madre acapara el afecto del hijo y las relaciones con ella son intensas.

Se dice que, en el sicariato, se puede develar que estas personas son literalmente atrapadas por
el amor de la madre, dando a alusión el mantener económicamente a la madre, hermanos,
reemplazando así a un padre ausente de prohibición frente al deseo de la madre; con una
incapacidad de dejar sus hogares para formar otro con su propia mujer e hijos.

Lacan nos introduce la metáfora de que “estar dentro de la boca de un cocodrilo, eso es la
madre”, puesto que el cocodrilo, lo único que mete en su boca sin tragarlas es a sus crías; eso
es el deseo de la madre, estar dentro de la boca de un cocodrilo, en peligro de ser devorado.
Pero aún así, a pesar de haber diferentes tipos de madres, causan estragos en sus hijos, puesto
que la madre también es mujer, mujer en falta que busca qué devorar.
mayo 10, 2013

370. El deseo de la madre: insaciable, devorador y estragante.


Por Hernando Bernal

Todo sujeto se las tiene que ver, en su complejo de Edipo, con el deseo de la madre, deseo que
“siempre produce estragos. Es estar dentro de la boca de un cocodrilo, eso es la madre. No se
sabe qué mosca puede llegar a picarle de repente y va y cierra la boca. Eso es el deseo de la
madre.” (Lacan, 1970, p. 118). Se trata de un deseo devorador, acosador, asfixiante -de aquí el
síntoma del asma de muchos niños-; frente a ese deseo el niño está a solas, y lo que él puede
esperar de ese deseo es “daño, catástrofe, devastación” (Toro, 2013).

Estar dentro de la boca de un cocodrilo: eso es la madre. Lacan utiliza esta metáfora ya que el
cocodrilo lo único que mete a su boca, sin cerrarla, es a sus crías, para transportarlas de un
lugar a otro, a punto de engullirlas (Toro, 2013). El deseo de la madre es, pues, como estar
dentro de la boca de un cocodrilo, en peligro constante de ser devorado. Por supuesto, también
hay madres que abandonan, asesinan, maltratan, abusan o intercambian a sus hijos por dinero,
pero la mujer que se hace madre, con su deseo materno también produce estragos (Toro); así
por ejemplo, la madre “santa”, la madre buena, la abnegada, la entregada a sus hijos, esa que
no les pone límites, hace de ellos hijos perversos; a madre santa, hijo perverso (Ramírez, citado
por Toro).

De una u otra manera, todas las madres producen estragos en sus hijos, entonces, ¿cómo
educarlos correctamente? A esta pregunta Freud respondió: «eduque como quiera, que de todos
modos cometerá errores». En efecto, precisamente las madres que han tenido las más buenas
intenciones, las que han sido las más amorosas, son las que se quejan de lo malagradecidos,
desconsiderados o malvados que llegan a ser sus hijos (Toro, 2013). Pero, ¿por qué el deseo de
la madre es estragante? Porque la madre también es mujer. Al respecto dice Miller (1998) que
“…es preciso ubicar el deseo de la madre en la medida en que ella es mujer” (p. 437). ¿Y qué
es una mujer? Miller responde: un sujeto insaciable, “una fiera que busca algo para devorar.
Así la madre en falta tiene como función primaria, no el cuidado ni la atención del niño, sino
la devoración. Porque está en falta, busca qué devorar” (p. 439). Es decir que esa mujer que se
hace madre, no se satisface del todo con ese niño, sigue en falta, insatisfecha. Así pues, el niño
nunca está completamente solo con la madre, sino que junto a él también está esa mujer
insaciable (Lacan, 1995); el niño está, pues, a solas con esa mujer que hay en la madre, “sin
nada más que su deseo de devoración” (Toro, 2013).

Este carácter excesivo, no regulado, insaciable del deseo de la madre, habla de un goce en ella,
un plus de goce que apunta a la devoración (Toro, 2013). En efecto, se trata de un exceso, de
un goce que está por fuera de la función fálica, un goce que está más allá del falo (Miller,
1998); se trata precisamente del goce femenino, ese goce Otro, infinito, sin límites, insaciable
y devorador. Es por esto que su deseo produce estragos, “los produce ineludiblemente, porque
lo que sitúa el deseo de la madre y de algún modo aviva su existencia y su presencia frente al
niño, es un resto que tiende al exceso y que se presenta una y otra vez para producir estragos.
Este goce suplementario, esto que escapa a la tramitación del falo, aparece de pronto, de súbito,
cuando no se le espera para devorar cuanto se cruce a su paso.” (Toro). ¿Cómo puede el niño
defenderse de este goce con el que se encuentra en la mujer que es su madre? Dice Lacan
(1992): “Hay un palo de piedra por supuesto que está ahí, en potencia, en la boca, y eso la
contiene, la traba. Eso es lo que se llama falo. Es el palo que te protege si, de repente, eso se
cierra.” (p. 118) Así pues, el padre es el que traba la boca del cocodrilo que es la madre, “para
no dejar a solas a su hijo con la mujer” (Toro, 2013); el padre es a quien le toca lidiar con la
falta de la madre como mujer (Miller, 1998); en esto consiste la función paterna: poner ese palo
de piedra en la boca del cocodrilo, así nadie pueda ser un padre enteramente (Lacan), “dado el
carácter excesivo, no regulado, de lo insaciable del deseo de la madre” (Toro).

S-ar putea să vă placă și