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APROXIMACIÓN A LA PINTURA DE

NICEFORO URBIETA

Pintor indígena que nace en el año 1950 en Santa Ana Zegache, un pueblo zapoteco anclado en
los valles centrales de Oaxaca, en el sur de México.

Artista que enraíza su quehacer plástico en el pensamiento prehispánico para, acto seguido,
abrirse a un diálogo filosófico-visual con tradiciones diversas y el mundo contemporáneo que lo
rodea.

“Mi mundo no se limita a poner pintura en una superficie; ha ido en la búsqueda del pensamiento
antiguo zapoteco”. Y el pensamiento antiguo zapoteco enseña que el oficio del pintor es el de
trabajador visual del conocimiento, ese conocimiento que apunta a la aprehensión del mundo y a
conciliación con el mismo.

Este proceso creativo íntimamente ligado al estudio del pensamiento mesoamericano, lo ha


llevado a la creación del Arte Xigaab: un arte (y también un pensamiento y una opción de vida)
que es resultado del diálogo constante entre las dualidades de la mente, la vida y el cosmos, en
analogía con el movimiento dialógico que, de acuerdo al calendario prehispánico, favoreció el
nacimiento de la Serpiente Emplumada, divinidad rectora de las culturas mesoamericanas.

Ese diálogo, en el que tiene lugar la acción creadora de Nicéforo Urbieta, es el que permea cada
una de sus pinceladas. Es un diálogo que le permite sumergirse, trascender y traducir en imágenes
la tensión vital entre su cultura ancestral y la modernidad occidental, la racionalidad y la intuición,
el paganismo y la religión, la pureza y la sexualidad, así como entre la poética y la linealidad.

Por ello, su bagaje indígena no aparece bajo representaciones de estampas costumbristas, sino en
el impulso que subyace en cada una de las formas, que van emergiendo paulatinamente de los
trazos y los colores que plasma en los lienzos.

“No hago pintura folclórica porque creo que lo verdaderamente indígena no es lo que
comúnmente se conoce, sino una actitud de diálogo. Más que en un sistema cerrado, nuestras
culturas se materializan, históricamente, en la cualidad de saber escuchar y aprender. Por esa
razón, intento aprovechar diferentes lenguajes. A veces soy expresionista, otras abstracto o,
incluso, realista en diálogo con los clásicos europeos”.

La obra de Nicéforo Urbieta es pues una obra actual que se nutre del senti-pensarse indígena en
pleno siglo XXI: abraza y cobija en su gestualidad pictórica el corazón cognitivo de sus
antepasados, a la par que integra e incorpora de manera dialógica corrientes artísticas de otras
orillas de pensamiento.
Como resultado de ese continuo movimiento, su obra plástica denota ante todo libertad, pero
además una gran fluidez, acompañada de energía, vitalidad e intensidad.

El escritor canadiense Jean-Guy Rens interpreta de esta manera su propuesta visual: “sin duda,
hay algo de Chagall en la pintura de Nicéforo Urbieta: cambiemos las evocaciones del arte
bizantino y de los iconos rusos por las grandes mitologías precortesianas, la tierra ardiente de
Oaxaca y su memoria chamánica y obtendremos algo que se acerca a su estilo propio”.

Se trata a todas luces de un creador visual que se encuentra fuera del tiempo, fuera de
regionalismos, fuera de modas pasajeras, fuera de escuelas formales, porque vive su propio
tiempo: el tiempo de la fermentación que, fundiéndose con el espacio, da siempre cabida al
cambio, a la transformación y a la búsqueda constante.

Tras conocer a Nicéforo Urbieta en un Congreso Internacional de Semiótica y apreciar ahí mismo
los bocetos que iba realizando en su libreta mientras se sucedían las conferencias, el semiólogo
estadounidense Floyd Merrel escribió: “entonces supe que no se trataba de Tamayo, o de
cualquier otro pintor mexicano con quien había estado familiarizado. Teníamos en medio de
nosotros la creación misma del alma amerindia sobre papel”.

Y es que, aparte de impulsar a lo largo de toda su trayectoria múltiples proyectos comunitarios,


Nicéforo Urbieta ha participado en innumerables foros filosóficos-académicos, aportando -
además de su arte- sus reflexiones en torno al pensamiento indígena y su importancia para
afrontar problemáticas acuciantes que acechan a las sociedades contemporáneas.

La obra del maestro Nicéforo Urbieta rebasa lo puramente estético para convocar a una
experiencia espiritual, interpelando y alimentando a quien la contempla. Estar enfrente de ella y
admirarla en su plenitud nos ofrenda el privilegio de entrar en contacto con nosotros mismos, con
nosotras mismas, y sumergirnos en un universo emocional rico de matices que nos involucra
directamente en el diálogo e invita a compartirlo con nuestros allegados.

Ciudad de Oaxaca, México, 2018.

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