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Uso interno de la cátedra. Prof. Lic. Noelia Puig.

Ficha de cátedra:

Fragmentos de textos de las obras completas de Sigmund


Freud.

 Presentación Autobiográfica (1925 [1924])

Capítulo I

Nací el 6 de mayo de 1856 en Freiberg, Moravia, un pequeño pueblo poblado de lo que hoy es
Checoslovaquia. Mis padres eran judíos y yo lo he seguido siendo. (…) A la edad de cuatro años
llegue a Viena, donde realice mis estudios. En el establecimiento de enseñanza media
preparatoria de los estudios universitarios fui el primero de la clase durante siete años; tenía una
posición de preferencia, y apenas si alguna vez se me tomo examen. Aunque vivíamos en
condiciones muy modestas, mi padre me exhorto a guiarme exclusivamente por mis
inclinaciones en la elección de una carrera. En aquellos años no había sentido una particular
preferencia por la posición y la actividad del médico, por lo demás, tampoco la sentí más tarde.
Más bien me movía una suerte de apetito de saber, pero dirigido más a la condición humana que
a los objetos naturales; pero tampoco había discernido el valor de la observación como medio
principal para satisfacer ese apetito.

(…) La universidad, a la que ingrese en 1873, me deparo al comienzo algunos sensibles


desengaños. Sobre todo me dolió la insinuación de que debería sentirme inferior y extranjero por
ser judío. Desautorice lo primero con total decisión. (…) Ahora bien, estas primeras impresiones
que recibí en la universidad tuvieron una consecuencia importante para mi tarea posterior, y fue
la de familiarizarme desde temprano con el destino de encontrarme en la oposición y ser
proscrito por la compacta mayoría. Así se preparaba en mi cierta independencia de juicio. (…) No
me atraían las disciplinas realmente médicas, con excepción de la psiquiatría. Fui muy negligente
en la prosecución de mis estudios médicos, y solo en 1881, o sea con bastante demora, me
doctore en medicina.

El giro sobrevino en 1882, cuando mi veneradísimo maestro corrigió la generosa imprevisión de


mi parte advirtiéndome que, con severidad, dada mi mala situación material debía abandonar la
carrera teórica. Seguí su consejo, abandone el laboratorio de fisiología e ingrese como aspirante
en el Hospital General. Pasado cierto tiempo fui promovido a médico interno y preste servicios
en diversas secciones, entre ellas, durante más de seis meses, junto a Meynert (profesor de
psiquiatría), cuya obra y personalidad ya me habían cautivado en mi época de estudiante. (…)
Me converti en un trabajador tan celoso en el Instituto de Anatomía del Cerebro como antes lo
había sido en el de fisiología.

(…) Meynert me propuso que me consagrase de manera definitiva a la anatomía del encéfalo,
con la promesa de que me traspasaría de manera definitiva su cátedra universitaria. (…) Inicie el
estudio de las enfermedades nerviosas. Por esa época, esta disciplina especializada se cultivaba
muy poco en Viena; el material se hallaba disperso por diversas secciones hospitalarias, no había
buenas oportunidades para formarse y uno debía ser su propio maestro. (…) En la lejanía

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destellaba el gran nombre de Charcot, y así concebí el plan de obtener el puesto de docente
adscrito en enfermedades nerviosas, a fin de poder después completar mi formación en Paris.

(…) A comienzos de 1885 recibí el cargo de docente adscrito en neuropatología en merito a mis
trabajos histológicos y clínicos. Poco después, tras una cálida recomendación de Brücke, se me
adjudico una beca de viaje de considerable valor. El otoño de ese mismo año viaje a Paris.

Ingrese como alumno en la Salpêtrière, y al comienzo, siendo yo uno de tantos visitantes


extranjeros, se hizo poco casi de mí. Un día oí a Charcot lamentar que el traductor de sus
conferencias al alemán no hubiera dado señales de vida después de la guerra; siguió diciendo
que le gustaría que alguien tomara a su cargo la versión alemana de su nueva serie de
conferencias. Yo me ofrecí por escrito a hacerlo. Charcot me acepto, me introdujo en su círculo
privado y a partir de entonces tuve participación plena en todo cuanto ocurría en la Clínica.

De todas las cosas que vi junto a Charcot, lo que me causo la máxima impresión fueron sus
últimas indagaciones acerca de la histeria, que, en parte, se desarrollaban todavía ante mis ojos.
Me refiero a la demostración del carácter genuino y acorde a ley de los fenómenos histéricos, la
frecuente aparición de la histeria en varones, la producción de parálisis y contracturas histéricas
mediante sugestión hipnótica, la conclusión de que estos productos artificiales mostraban los
mismos caracteres, hasta en los detalles, que los accidentes espontáneos, a menudos
provocados por traumas. Muchas de las mostraciones de Charcot me provocaron al principio, lo
mismo que a otros visitantes, extrañeza y animo polémico, que procurábamos fundamentar
invocando algunas de las teorías dominantes.

Es bien sabido que hoy no permanece en pie todo lo que Charcot nos enseñó entonces. Una
parte se ha vuelto incierta, y otra no resistió, evidentemente, la prueba del tiempo. Antes de
abandonar Paris, convine con el maestro el plan de un trabajo comparativo de las parálisis
histéricas con las orgánicas. Él estuvo de acuerdo, pero fácilmente se echaba de ver que en el
fondo no tenía particular preferencia por ahondar en la psicología de la neurosis. Es que venía de
la anatomía patológica.

Antes de volver a Viena me detuve por unas semanas en Berlín para obtener algunos
conocimientos acerca de las enfermedades comunes de la infancia.

(…) En el otoño de 1886 me instale en Viena como médico especialista en enfermedades


nerviosas y contraje matrimonio con la muchacha que durante más de cuatro años me había
estado esperando en una ciudad distante. Tenía la obligación de dar cuenta ante la Sociedad de
Medicina de lo que había visto y aprendido junto a Charcot. Solo que encontré mala acogida.
Personalidades rectoras como su presidente, declararon increíble lo que yo refería.

(…) Si uno quería vivir del tratamiento de enfermos nerviosos, era evidente que debía ser capaz
de prestarles alguna asistencia. Mi arsenal terapéutico comprendía solo dos armas, la
electroterapia y la hipnosis, puesto que enviarlos tras una sola consulta a un instituto de cura de
aguas no significaría un ingreso suficiente. En cuanto a la electroterapia, me confié en el manual
de Erb, que ofrecía detallados preceptos para el tratamiento de todos los síntomas de
padecimiento nervioso. Por desdicha, pronto averiguaría que la obediencia a esos preceptos

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nunca servía de nada, y lo que yo había juzgado decantación de una observación exacta era una
construcción fantástica. Así deje de lado el aparato eléctrico.

Con la hipnosis las cosas andaban mejor. (…) En Paris yo había visto que se utilizaba sin reparos
la hipnosis como método para crear y volver a cancelar síntomas en los enfermos. (…) Así fue
como de manera enteramente natural, en los primeros años de mi actividad médica, y sin tomar
en cuenta métodos terapéuticos más contingentes y no sistemáticos, la sugestión hipnótica se
convirtió en mi medio principal de trabajo. Más tarde descubriría los defectos de ese
procedimiento.

Capítulo II

Desde el comienzo mismo practique la hipnosis con otro fin además de la sugestión hipnótica.
Me servía de ella para explorar al enfermo con relación a la historia genética de su síntoma, que
a menudo él no podía comunicar en el estado de vigilia o solo podía hacerlo de manera muy
incompleta. Este proceder no solo parecía más eficaz que la orden o la prohibición meramente
sugestiva; satisfacía también el apetito de saber del médico, quien por cierto tenía derecho a
averiguar algo acerca del origen del fenómeno que se empeñaba en cancelar mediante el
monótono procedimiento sugestivo.

Ahora bien, llegue a este otro procedimiento de la siguiente manera. Cuando aún trabajaba en el
laboratorio de Brücke, trabe conocimiento con el doctor Josef Breuer, uno de los más
prestigiosos médicos de familia de Viena, pero que tenía además un pasado científico, pues
había publicado varios trabajos (…). Era un hombre de inteligencia sobresaliente, catorce años
mayor que yo; nuestras relaciones pronto se hicieron íntimas, se convirtió en mi amigo y
auxiliador en difíciles circunstancias de mi vida. Habíamos tomado el hábito de comunicarnos
todos nuestros intereses científicos. Desde luego, yo era el que ganaba en esa relación. El
desarrollo del psicoanálisis me costó después su amistad. No me resulto fácil pagar ese precio,
pero era inevitable.

Antes que yo viajara a Paris, Breuer me había informado acerca de un caso de histeria tratado
por el entre 1880 y 1882 de un modo particular, que le permitió echar una profunda mirada
sobre la causación la significatividad de los síntomas histéricos.

(…) Cuando volví a Viena, volví sobre la observación de Breuer y le pedí me refiriera más acerca
de ella. La paciente había sido una muchacha de cultura y dotes poco comunes, que había
enfermado mientras cuidaba a su padre tiernamente amado. Cuando Breuer la tomo a su cargo,
presentaba un variado cuadro de parálisis con contracturas, inhibiciones y estados de confusión
psíquica. Una observación casual permitió al médico discernir que era posible liberarla de esa
perturbación de la conciencia si se la movía a expresar con palabras la fantasía afectiva que en
ese momento la dominaba. De esta experiencia, Breuer obtuvo un método de tratamiento. La
ponía en estado de hipnosis profunda y hacia que le contara cada vez lo que oprimía su ánimo.
Tras superar de esa manera los ataques de confusión depresiva, aplico el mismo procedimiento a
cancelar sus inhibiciones y perturbaciones corporales. En estado de vigilia, la muchacha no sabía
más que otros enfermos acerca del modo en que se habían generado sus síntomas, y no hallaba
lazo alguno entre ellos e impresiones cualesquiera de su vida. En la hipnosis descubría enseguida

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la conexión buscada. (…) Breuer consiguió liberar a la enferma de todos sus síntomas por medio
de este procedimiento, merced a un trabajo prolongado y arduo.

La enferma se restableció y quedo sana en lo sucesivo, y aun se volvió capaz de significativos


logros. Pero respecto del final del tratamiento hipnótico había un punto oscuro que Breuer
nunca me ilumino; tampoco yo comprendía por que había mantenido tanto tiempo en secreto su
conocimiento, en vez de enriquecer a la ciencia.

(…) A lo largo de varios años no hice más que hallar corroboraciones en todos los casos de
histeria accesibles a ese tratamiento; y cuando disponía, además, de un considerable material de
observaciones análogas a la de Breuer, le propuse una publicación en común, a lo cual se mostró
al principio muy renuente. Por fin cedió, (…) y en 1893 publicamos “Sobre el mecanismo psíquico
de fenómenos histéricos”.

Si lo expuesto hasta aquí ha despertado en el lector la expectativa de que los Estudios sobre la
histeria serian propiedad intelectual de Breuer en todo lo esencial de su contenido material, eso
es justamente lo que yo siempre he sostenido y quiero enunciar otra vez aquí. En la teoría
ensayada por el libro yo colabore en una medida que hoy no es determinable. Esa teoría es
modesta y no va mucho más allá de la expresión inmediata de las observaciones. No pretende
dilucidar la naturaleza de la histeria, sino meramente iluminar la génesis de sus síntomas (…).

Breuer llamo catártico a nuestro procedimiento (…). El éxito práctico del método catártico era
notable. Los defectos que se le notaron más tarde eran los de cualquier tratamiento hipnótico
(no todos los pacientes podían ser hipnotizados).

En cuanto al paso de la catarsis al psicoanálisis propiamente dicho, (…) el suceso que inició esa
época fue el retiro de Breuer de nuestra comunidad de trabajo, a raíz del cual yo debí
administrar solo su herencia.

[Nota: Breuer abandono el psicoanálisis cuando su paciente Anna O afirmo estar enamorada de
él]

(…) En efecto, mis pacientes no podían menos que saber todo lo que de ordinario solo la
hipnosis les volvía asequible, y mi asegurar e impulsar, acaso apoyado por la imposición de la
mano, debía tener el poder de esforzar hasta la conciencia los hechos y nexos olvidados. Por
cierto, parecía más trabajoso hipnotizar al enfermo, pero acaso sería más instructivo. Abandone
pues la hipnosis y solo conserve de ella la indicación de acostarse sobre el diván, tras el cual me
sentaba, de suerte que yo veía al paciente, pero no era visto por él.

Capítulo III

¿A qué se debía que los enfermos hubieran olvidado tantos hechos del vivenciar externo e
interno, y solo pudieran recordarlo cuando se les aplicaba la técnica descrita? Todo lo olvidado
había sido penoso de algún modo: produjo terror, dolor o fue vergonzoso para las exigencias de
la personalidad. Entonces era forzoso pensar que justamente por eso se lo olvido, es decir no
permaneció conciente.

(…) Ahora bien, mediante el estudio de las represiones patógenas y de otros fenómenos que más
adelante mencionaremos, el psicoanálisis se vio compelido a tomar en serio el concepto de lo

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inconsciente. (…) Resultaría más difícil exponer de manera sucinta el modo en que el
psicoanálisis llego a articular todavía eso inconsciente admitido por él, a descomponerlo en un
preconsciente y un inconsciente propiamente dicho. (…) La articulación de lo inconsciente se
entrama con el intento de concebir al aparato psíquico como edificado a partir de cierto número
de instancias o sistemas, de cuya reciproca relación se habla con expresiones espaciales, a pesar
de lo cual no se busca referirla a la anatomía real del cerebro (es el punto de vista llamado
tópico).

(…) En la busca de las situaciones patógenas en que habían sobrevenido las represiones de la
sexualidad, y de las que surgieron los síntomas como formaciones sustitutivas de lo reprimido,
nos vimos llevados a épocas cada vez más tempranas de la vida del enfermo, hasta llegar, por fin,
a su primera infancia. Resulto que (…) las impresiones de estos periodos iniciales de la vida, si
bien la más de las veces caían en la amnesia, dejaban tras sí huellas indelebles en el desarrollo
del individuo. (…) Nos enfrentamos con el hecho de la sexualidad infantil, que a su vez,
significaba una novedad y una contradicción a uno de los más arraigados prejuicios de los seres
humanos. En efecto, se consideraba inocente a la infancia, exenta de concupiscencias sexuales y
que solo estaba en la pubertad.

(…) La función sexual estaba presente desde el comienzo, primero se apuntalaba en las otras
funciones de importancia vitales y luego se independizaba de estas. Había recorrido un largo y
complicado desarrollo antes de volverse notoria en la vida sexual normal del adulto. Se
exteriorizaba primero como actividad de toda una serie de componentes pulsionales,
dependientes de zonas erógenas del cuerpo y que en parte emergían en pares de opuestos,
partían cada uno por separado en procura de una ganancia de placer y la mayoría de las veces
hallaban su objeto en el cuerpo propio. Por consiguiente, al comienzo no estaban centrados y
eran predominantemente autoeróticos. (…) Un primer estadio de organización estaba regido por
los componentes orales, luego seguía una etapa sádico- anal, y solo la última fase traía el
primado de los genitales, con lo cual la función sexual entraba al servicio de la reproducción.

(…) Paralelo a la organización de la libido (energía de las pulsiones sexuales) marcha el proceso
del hallazgo de objeto, al cual le está reservado un importante papel en la vida anímica. Tras el
estadio del autoerotismo, el primer objeto de amor pasa a ser, para ambos sexos, la madre, cuyo
órgano nutriente probablemente no era distinguido del cuerpo propio al comienzo. Después,
pero todavía dentro de la primera infancia, se establece la relación del complejo de Edipo, en
que el varoncito concentra sus deseos sexuales en la persona de la madre y desarrolla mociones
hostiles hacia el padre en calidad de rival. (…) Debe transcurrir todo un lapso hasta que el niño
adquiere claridad acerca de la diferencia entre los sexos, en ese tiempo, la investigación sexual
se preocupa teorías sexuales típicas (¿De dónde vienen los niños?)

El carácter sexual al más notable de la vida sexual humana es su acometida en dos tiempos con
una pausa intermedia. En el cuarto y quinto año de vida se alcanza una primera culminación,
pero luego se disipa ese florecimiento temprano de la sexualidad, las aspiraciones hasta
entonces vivas caen bajo la represión y sobreviene el periodo de latencia, que se extiende hasta
la pubertad y en el cual se instituyen los diques anímicos de la vergüenza, la moral y el asco. (…)
Con la pubertad vuelven a reanimarse las aspiraciones e investiduras de objeto de la temprana
infancia.

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(…) Por otra parte, en el ápice del desarrollo sexual infantil se había establecido una suerte de
organización genital; empero, solo el genital masculino desempeñaba un papel en ella, pues el
femenino no había sido descubierto (he llamado a esto el primado fálico). La oposición de los dos
sexos todavía no recibía en esa época los nombres masculino o femenino sino: en posesión de un
pene o castrado.

En esta exposición abreviada de mis hallazgos acerca de la vida sexual humana he recopilado en
aras de la inteligibilidad muchas cosas que surgieron en diversas épocas y hallaron acogida en las
sucesivas ediciones de mis “Tres ensayos de la teoría sexual”. Espero que de ella se infiera con
facilidad la naturaleza de la tan a menudo destacada y objetada ampliación del concepto de
sexualidad. Esta ampliación es doble. En primer lugar, la sexualidad es desasida de sus vínculos
demasiado estrechos con los genitales y postulada como una función corporal más abarcadora,
que aspira al placer y que solo secundariamente entra al servicio de la reproducción; en segundo
lugar, se incluyen entre las mociones sexuales todas aquellas meramente tiernas y amistosas
para las cuales el lenguaje usual emplea la multívoca palabra amor.

Capítulo IV

(…) La primera practica de vencer la resistencia mediante el esforzar y asegurar, utilizada al


comienzo, había sido indispensable para procurar al médico las primeras orientaciones en cuanto
a lo que debía esperar. Pero a la larga resultaba demasiado penosa para ambas partes (…). Se la
reemplazo por otro método, que en cierto sentido era su opuesto. En vez de impulsar al paciente
a decir algo sobre un tema determinado, ahora se lo exhortaba a abandonarse a la asociación
libre, ósea a decir lo que le pasase por la cabeza. Solo que debía comprometerse a comunicar
efectivamente todo lo que se ofreciese a su percepción de si y a no ceder a las objeciones críticas
que pretendieran dejar de lado ciertas ocurrencias aduciendo cualquiera de estos motivos: que
carecían de importancia suficiente, no venían al caso o eran un completo disparate. En cuanto al
pedido de sinceridad en la comunicación, no hacía falta repetirlo de manera expresa, puesto que
era la premisa de la cura analítica.

Acaso parezca sorprendente que este proceder de la asociación libre con observancia de la regla
psicoanalítica fundamental rindiera l que se esperaba de el: aportar a la conciencia el material
reprimido y manteniendo lejos de ella por medio de resistencias.

(…) El método de la asociación libre tiene grandes ventajas sobre el anterior y no solo la de
resultar menos penoso. Expone al analizado a una mínima medida de compulsión, no pierde el
contacto con el ahora objetivo (real), ofrece amplias garantías de que no pasara por alto ningún
factor en la estructura de la neurosis y que no se injertara en ella nada que provenga de la
expectativa del analista.

(…)

Para mí, la historia del psicoanálisis se descompone en dos tramos, prescindiendo de la


prehistoria catártica. En el primero, que se extendió desde 1895-96 hasta 1906 o 1907, yo estaba
solo y debía hacer por mí mismo todo el trabajo. En el segundo tramo, desde los años
mencionados hasta hoy, fueron adquiriendo cada vez mayor significación las contribuciones de

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mis discípulos y colaboradores, de suerte que ahora, cuando una grave enfermedad me anuncia
el final, puedo pensar con calma interior en el cese de mi labor.

 La Interpretación de los Sueños. (1900- 1901)

Capitulo VII: Sobre la psicología de los procesos oníricos.

B. La Regresión.

(…) Imaginamos entonces el aparato psíquico como un instrumento compuesto a cuyos


elementos llamaremos instancias o sistemas. (…) No necesitamos suponer un ordenamiento
realmente espacial de los sistemas psíquicos. Nos basta con que haya establecida una secuencia
fija entre ellos, que a raíz de ciertos procesos psíquicos los sistemas sean recorridos por la
excitación dentro de una determinada serie temporal.

Lo primero que nos salta a la vista es que este aparato, compuesto por sistemas, tiene una
dirección. Toda nuestra actividad psíquica parte de estímulos (internos o externos) y termina en
inervaciones (significa sistema de nervios). Por eso asignamos al aparato un extremo sensorial (P)
y un extremo motor (M); en el extremo sensorial se encuentra un sistema que recibe las
percepciones, y en el extremo motor, otro que abre las esclusas de la motilidad. El proceso
psíquico transcurre desde el extremo de la percepción hacia el de la motilidad. El esquema más
general del aparato psíquico tendría entonces el siguiente aspecto:

(A este primer concepto del aparato psíquico en tres sistemas, se lo denominó Esquema del Peine)

De las percepciones que llegan a nosotros, en nuestro aparato psíquico queda una huella que
podemos llamar huella mnémica. Y a la función atinente a esa huella mnémica la llamamos
memoria.

(…) Las percepciones que tienen efecto sobre el sistema P conservamos como duradero algo más
que su contenido.

(…) El sistema P, que no tiene capacidad ninguna para conservar alteraciones, y por tanto
memoria ninguna, brinda a nuestra conciencia toda la diversidad de las cualidades sensoriales.
Nuestros recuerdos son en sí inconscientes. Es posible hacerlos conciente; pero en el estado
inconsciente despliegan todos sus efectos. (…) Las huellas mnémicas que nos produjeron un
efecto más fuerte, las de nuestra primera juventud, son las que casi nunca devienen conciente.

(…) Ahora, sustituyamos estas instancias por sistemas. (…) Incluimos los dos sistemas en nuestro
esquema:

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Al último de los sistemas situados en el extremo motor lo llamamos preconsciente para indicar
que los procesos de excitación habidos en el puede alcanzar sin más demora la conciencia. (…) Es
al mismo tiempo el sistema que posee las llaves de la motilidad voluntaria. Al sistema que está
detrás lo llamamos inconsciente porque no tiene acceso alguno a la conciencia si no es por vía
del preconsciente, al pasar por el cual su proceso de excitación tiene que sufrir modificaciones.

F. Lo inconciente y la conciencia. La realidad.

Cuando decimos que un pensamiento inconciente aspira a traducirse en el preconsciente a fin de


interrumpir desde allí a la conciencia, no queremos significar que se forme un pensamiento
segundo. (…) Cuando decimos que un pensamiento preconsciente es reprimido (desalojado) y
entonces el inconciente lo recibe, esta imagen podría introducirnos a suponer que realmente
cierto ordenamiento es disuelto dentro de una localidad psíquica y sustituido por otro que se
sitúa en una localidad diferente.

(…) Lo inconciente es insusceptible de conciencia, mientras que el preconsciente puede alcanzar


la conciencia. (…) El sistema preconsciente se sitúa como una pantalla entre el sistema
inconciente y la conciencia.

(El inconciente puede alcanzar la conciencia disfrazándose, cambiando su forma. Dicho cambio
significa que se presenta de un modo distinto a como es tal cual, manifestándose a través de los
sueños, los síntomas, los chistes, los actos fallidos y los lapsus)

 Tres ensayos de teoría sexual (1901- 1905)

Capítulo II: La sexualidad infantil

[1] El periodo de latencia sexual de la infancia y sus rupturas

Las inhibiciones sexuales. Durante este periodo de latencia total o meramente parcial se edifican
los poderes anímicos (diques anímicos) que más tarde se presentaran como inhibiciones en el
camino de la pulsión sexual y angostaran su curso a la manera de unos diques (el asco, el
sentimiento de vergüenza, los reclamos ideales en lo estético y lo moral).

Formaciones reactiva y sublimación. ¿Con que medios se ejecutan estas construcciones tan
importantes para la cultura personal y la normalidad posteriores del individuo? Probablemente a
expensas de las mociones sexuales infantiles mismas, cuyo aflujo no ha cesado, pero cuya
energía es desviada del uso sexual y aplicada a otros fines. Los historiadores de la cultura
parecen contestes en suponer que mediante esa desviación de las fuerzas pulsionales sexuales

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de sus metas, y su orientación hacia metas nuevas (un proceso que se denomina sublimación),
se adquieren poderosos componentes para todos los logros culturales. Un proceso igual tiene
lugar en del desarrollo del individuo, y situaríamos su comienzo en el periodo de latencia sexual
de la infancia.

[2] Las exteriorizaciones de la sexualidad infantil.

Autoerotismo. La pulsión no está dirigida a otra persona; se satisface en el cuerpo propio es


autoerótica. (…) El niño (…) su primera actividad, la más importante para su vida, el mamar el
pecho materno, no pudo menos que familiarizarlo con ese placer. Diríamos que los labios del
niño se comportan como una zona erógena, y la estimulación por el cálido aflujo de leche fue la
causa de la sensación placentera. Al comienzo, la satisfacción de la zona erógena se asoció con la
satisfacción de la necesidad de alimentarse. El quehacer sexual se apuntala primero en una de las
funciones que sirven a la conversación de la vida y solo más tarde se independiza de ella. La
necesidad de repetir la satisfacción sexual se divorcia de la necesidad de buscar alimento, un
divorcio que se vuelve inevitable cuando aparecen los dientes y la alimentación ya no se cumple
más exclusivamente mamando, sino también masticando.

La sexualidad infantil nace apuntalándose en una de las funciones corporales importantes para la
vida; todavía no se conoce un objeto sexual, pues es autoerótica, y su meta sexual se encuentra
bajo el imperio de una zona erógena.

Meta sexual infantil. la meta sexual de la pulsión infantil consiste en producir la satisfacción
mediante la estimulación apropiada de la zona erógena que se ha escogido. Para que se cree una
necesidad de repetirla, esta satisfacción tiene que haberse vivenciado antes.

[5] La investigación sexual infantil

La pulsión de saber. A la par que la vida sexual del niño alcanza su primer florecimiento, entre los
tres y los cinco años, se inicia en el también aquella actividad que se adscribe a la pulsión de
saber o de investigar. La pulsión de saber no puede computarse entre los componentes
pulsionales elementales ni subordinarse de manera exclusiva a la sexualidad. Su acción
corresponde a una manera sublimada del apoderamiento, y por la otra, trabaja con la energía de
la pulsión de ver. Sus vínculos con la vida sexual tienen particular importancia.

El enigma de la Esfinge. No son intereses teóricos sino prácticos lo que ponen en marcha la
actividad investigadora en el niño. La amenaza que para sus condiciones de existencia significa la
llegada de un nuevo niño, y el miedo de que ese acontecimiento lo prive de cuidados y amor, lo
vuelven reflexivo y penetrante. El primer problema que lo ocupa es no la cuestión de la
diferencia entre los sexos, sino el enigma ¿de dónde vienen los niños? (…) En cuanto al hecho de
los dos sexos (…) Para el varoncito es cosa natural suponer que todas las personas poseen un
genital como el suyo, y le resulta imposible unir su falta a la representación que tiene de ellas.

Complejo de Castración y Envidia del Pene. El varoncito se aferra con energía a esta convicción, la
defiende obstinadamente frente a la contradicción que muy pronto la realidad le opone, y la
abandona tras serias luchas interiores (complejo de Castración). Tenemos derecho a hablar de un
complejo de Castración también en las mujeres. El supuesto de que todos los seres humanos
poseen idéntico genital (masculino) es la primera de las asombrosas teorías sexuales infantiles.

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En cuanto a la niñita, no incurre en tales rechazos cuando ve los genitales del varón con su
conformación diversa. Esta dispuesta a reconocerla, y es presa de la envidia del pene.

[6] Fases de desarrollo de la organización sexual.

Los siguientes caracteres de la vida sexual infantil: es esencialmente autoerótica (su objeto se
encuentra en el cuerpo propio) y sus pulsiones parciales singulares aspiran a conseguir placer
cada una por su cuenta, enteramente desconectadas entre sí. El punto de llegada del desarrollo
lo constituye la vida sexual del adulto llamada normal; en ella, la consecución de placer se ha
puesto al servicio de la función de reproducción, y las pulsiones parciales, bajo el primado de una
única zona erógena, han formado una organización sólida para el logro de la meta sexual en un
objeto ajeno.

Organizaciones pregenitales. (…) Estas fases de la organización sexual se recorren sin tropiezos,
delatadas apenas por algunos indicios. Solo en casos patológicos son activadas y se vuelven
notables para la observación gruesa. Llamaremos pregenitales a las organizaciones de la vida
sexual en que las zonas genitales todavía no han alcanzado su papel hegemónico.

Una primera organización sexual pregenital es la oral. La actividad sexual no se ha separado


todavía de la nutrición, ni se han diferenciado opuestos dentro de ella. El objeto de una actividad
es también el de la otra; la meta sexual consiste en la incorporación del objeto. (…) En ella la
actividad sexual, desasida de la actividad de la alimentación, ha resignado el objeto ajeno a
cambio de uno situado en el cuerpo propio.

Una segunda fase pregenital es la de la organización anal. Aquí ya se ha desplegado la división de


opuestos que atraviesa la vida sexual, no se los puede llamar todavía masculino y femenino, sino
que es preciso hablar de activo y pasivo. La actividad es producida por la pulsión de
apoderamiento a través de la musculatura del cuerpo, y como órgano de meta sexual pasiva se
constituye ante todo la mucosa erógena del intestino. En esta fase, ya son pesquisables la
polaridad sexual y el objeto ajeno.

Ambivalencia. (…) Ya en la niñez se consuma una elección de objeto como la que hemos
supuesto característica de la fase de desarrollo de la pubertad. El conjunto de los afanes sexuales
se dirigen a una persona única, y en ella quieren alcanzar su meta. He ahí el máximo
acercamiento posible en la infancia a la conformación definitiva que la vida sexual presentara
después de la pubertad. La unificación de las pulsiones parciales y su subordinación al primado
de los genitales no son establecidas en la infancia. La instauración de ese primado al servicio de
la reproducción es la última fase por la que atraviesa la organización sexual.

Tras las dos organizaciones pregenitales en el desarrollo del niño, una tercera fase, muestra un
objeto sexual y cierto grado de convergencia de las aspiraciones sexuales sobre este objeto, pero
se diferencia en un punto esencial sobre este objeto, (…) en efecto, no conoce más que una clase
de genitales, los masculinos. Por eso he llamado el estadio de organización fálico.

Los dos tiempos de la elección de objeto. La elección de objeto se realiza en dos tiempos, en dos
oleadas. La primera se inicia entre los dos y los cinco años, y el periodo de latencia se detiene o la
hace retroceder; se caracteriza por la naturaleza infantil de sus metas sexuales. La segunda
sobreviene con la pubertad y determina la conformación definitiva de la vida sexual.

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 Psicología de las Masas y Análisis del Yo. (1921)


Capitulo VII: La Identificación

El psicoanálisis conoce la identificación como la más temprana exteriorización de una ligazón afectiva con
otra persona. Desempeña un papel en la prehistoria del complejo de Edipo. El varoncito manifiesta un
particular interés hacia su padre; querría crecer y ser como él. Digamos, simplemente toma al padre como
su ideal.

Contemporáneamente a esta identificación con el padre, y quizás antes, el varoncito emprende una cabal
investidura de objeto de la madre. Muestra dos lazos psicológicamente diversos: con la madre, una
directa investidura sexual de objeto; con el padre, una identificación que lo toma por modelo. Ambos
coexisten un tiempo, sin influirse ni perturbarse entre sí. Pero la unificación de la vida anímica avanza y a
consecuencia de ella ambos lazos confluyen a la postre, y por esa confluencia nace el complejo de Edipo
normal. El pequeño nota que el padre le significa un estorbo junto a la madre; su identificación con el
cobra una tonalidad hostil, y pasa a ser idéntica al deseo de sustituir al padre también junto a la madre.
Desde el comienzo, la identificación es ambivalente; puede darse vuelta hacia la expresión de la ternura o
hacia el deseo de eliminación.

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