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Reporte de lectura Cristian Diosdado

La búsqueda del santo grial

Según la introducción que hace Carlos Alvar en la edición de Alianza, la obra es de un

autor desconocido de 1230 y pertenece al ciclo de leyendas artúricas llamado la Vulgata.

La obra está dividida en 15 apartados, concluidos generalmente cada uno con “hasta

aquí lo referente a…”. Aunque el tiempo puede medirse con facilidad, durante los primeros

sucesos se va volviendo indeterminado más allá de los primeros 16 días y sus noches, antes

de que en el apartado III Galaz se separara de Melián con un “varias jornadas”, y hasta los

enormes elipsis del final, como los cinco años cabalgando de Galaz o el año con su padre

en la nave, de los que se dice acaso una línea.

El relato mismo se sitúa erróneamente en el año 454, con el cumplimiento de la

profecía del Asiento Peligroso, ya que el autor olvida sumar los 33 años con que

supuestamente contaba Jesús al momento de la Pasión, y por lo que, en realidad, debería

situar la época en el 487 d.C. para el cumplimiento de su profecía.

Como es tradición en los textos artúricos, el rey está reunido con sus caballeros

durante una festividad religiosa, en este caso el Pentecostés. Desde el inicio quedan claras

las jerarquías entre los caballeros. Lanzarote demuestra que no sólo el rey y la reina pueden

armar caballeros, pues así lo hace con Galaz, su hijo, antes de revelar que no es más el

mejor caballero del mundo, negándose a tocar la espada del escalón sobre el agua.

El Grial ya no es un plato: “han sido deslumbrados de tal forma que no pudieron ver

abiertamente el Vaso”. Y su búsqueda da inicio con ciento cincuenta caballeros de la Mesa

Redonda que parten de Camaloc para terminar las maravillas que acontecen en el país por

su causa.

Todos los personajes y especialmente los caballeros, pese a los que el narrador

segrega, son espirituales: todos se confiesan, todos van a misa en pleno relato, todos
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escuchan y acatan dócilmente las palabras de los clérigos, aun siendo insultados como

Galván, “vos sois un servidor malo y desleal”, o Lanzarote, “más duro que piedra, más

amargo que madera, más inútil y vano que la higuera”, a quien hasta los criados le llegan a

ofender en el apartado VII.

Todos los caballeros aceptan cuanto les imprecan, y todos son capaces de entender

los significados de los muy constantes sueños y visiones, menos ellos mismos; sean damas

viajeras o religiosos en casas de religión, salidas de absolutamente todos los caminos. Los

clérigos siempre saben la verdad; y siempre hay un clérigo, ermitaño, anacoreta, sacerdote

o religioso de vida ejemplar a la mano de las necesidades ignorantes de los caballeros, en

quienes casi todo lo que hacen o piensan es un constante “pecado mortal”.

Los caballeros se lamentan, apenan y lloran con amargura, y con enorme facilidad y

frecuencia: lloran con gruesas lágrimas por la partida, lloran por el encuentro, sufren por

que se les escapa un caballero, porque alguien les dice que han hecho mal, porque los

clérigos los “amonestan”; y suelen reaccionar de manera hiperbólica, como Perceval en el

apartado VI pidiendo que lo maten con su espada por no alcanzar al caballero.

El Enemigo es un nuevo personaje del ciclo, que actúa y habla para engañar a los

caballeros; aunque, con su introducción, a veces quedan dudas hasta qué punto son

responsables de sus actos los otros personajes: la voluntad del caballero ya no parece

provenir del impulso del héroe, ya no actúa por pensamiento propio, es una extensión de los

personajes-clérigos y el pensamiento ilógico-religioso del extenso panfleto literario en la

obra; es “encendido a pecar” por El Enemigo, pero también “salvado por la voluntad de

Nuestro Señor” y ya no por habilidad ni astucia; todo según fuerzas completamente ajenas a

él.

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Lanzarote, el otrora mejor caballero del mundo, y los personajes originales del ciclo

artúrico son meramente la excusa del autor para narrar una versión y extensión bíblica

personal. Sus aventuras se reducen a ensoñaciones, tras las que terminan al grito de ¡un

ermitaño, un ermitaño!, que les ayude a liberarles de su incapacidad; y en este punto todos

los caballeros son antihéroes, que quieren pero no pueden sin ayuda de un ermitaño. Y

nadie mejor que un ermitaño alejado de la vida para enseñarles sobre la vida. Por esta razón

expresan ideas como “las doncellas son tan puras y limpias como la flor de lis, que nunca

siente el calor de la época”.

En su ferviente proselitismo, el autor incluso llega a olvidar el tema del texto y

escribe largas y completas paráfrasis del Génesis, como es el caso de todo el apartado XI

que narra la expulsión de Adán y Eva del Paraíso. La voz catequista del autor se reafirma

en sentencias como “pues el sacerdote está en lugar de Jesucristo” del apartado IX, o “como

perteneciente al maldito linaje de los paganos”, en el mismo apartado XI.

El uso de constantes pleonasmos como “entra dentro” o “salen afuera”, no parece

obedecer a un recurso retórico del autor, sino más bien a su ineficiencia en el lenguaje

mismo. El lenguaje en general es redundante, exagerado e hinchado durante apartados

enteros, especialmente en los que tienen que ver con la explicación de los sueños y

visiones. El discurso es ampuloso, excesivo para una narración y hasta para expresar ideas

religiosas.

“—En nombre de la Santa Caridad —dice Boores— os pido que me aconsejéis, como el

padre debe aconsejar al hijo, que es el pecador que viene a la confesión, pues el sacerdote

está en lugar de Jesucristo, que es el padre de todos aquellos que creen en Él, y os ruego que

me aconsejéis en provecho del alma y por honor de la caballería”.

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El desenlace del relato y las principales elipsis comienzan a partir del apartado XIV,

donde Lanzarote pasa un mes en la nave, antes de encontrar a Galaz; del que después

pasarán medio año juntos. Vive Lanzarote un mes solo de nuevo, y se suceden 24 días en el

castillo del rey tullido, donde verá la ceremonia del Grial antes de volver a la corte.

En el último apartado, Galaz pasó cinco años cabalgando; Perceval le acompaña y

encuentran a Boores. Juntos llegan al castillo de Corbenic y Galaz une la espada rota, antes

de contemplar finalmente el Grial y terminar atravesando el mar, ser rey y morir en la tierra

lejana de Sarraz, “aquella parte de Babilonia”.

“En el mismo sitio donde murió se le hizo la fosa y, tan pronto como fue enterrado,

Perceval se metió en una ermita a las afueras de la ciudad, tomando hábitos de religión.

Boores marchó con él, pero nunca cambió la ropa de seglar, pues aún debía volver a la corte

del rey Arturo. Perceval vivió en la ermita un año y tres días, y después abandonó la vida;

Boores hizo que lo enterraran con su hermana y con Galaz en el palacio espiritual”.

Cuando Boores termina de contar los hechos, el rey hace venir a los clérigos para

que los pongan por escrito y sean guardados en los armarios de Salesbieres, de donde se

supone que los sacó el Maestro Gautier Map para escribir el libro del Santo Grial “por amor

al rey Enrique, su señor, quien hizo trasladar la historia del latín al francés”.

Fuente

Alvar, Carlos; La búsqueda del santo grial. Madrid: Alianza Editorial, 1986.

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