Jesús tuvo lugar en la sinagoga de Nazareth, un sábado, después de venir del desierto, donde libró la primera batalla con el diablo. Allí tomó los pergaminos y leyó en Isaías 61:1-2 la proclamación de su misión. “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres: Me ha enviado para sanar a los quebrantados de corazón; para pregonar a los cautivos libertad, y a los ciegos vista; para poner en libertad a los oprimidos; A predicar el año agradable del Señor, e inmediatamente anunció que “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros” (Lucas 4:18-21). Con lo que proclama el inicio del gran día de expiación para todo el mundo. La celebración del Yom Kippur es una representación tipología y perfecta de la obra de Jesucristo en la cruz del calvario. Ahí se ratifican algunos principios fundamentales de la fe cristiana:
Primero: Se enseña que el pecado merece un juicio, y
ese juicio es la muerte. “Porque la paga del pecado es muerte; mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).
Segundo: Que sólo una víctima inocente y ajena al
pecado podía llevar la culpa de otro, para que por su muerte encontremos el perdón (Isaías 53:5). Tercero: Que esa sangre inocente debía ser derramada como ofrenda por nuestros pecados porque”: …Todo es purificado según la ley con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Hebreos 9:22).
Con el sacrificio de Cristo, la expiación adquirió
un significado eterno, porque los judíos cada año tienen que repetir la misma historia: humillarse, arrepentirse y hacer expiación con ayuno por su pecado. Con la muerte de Jesús, un solo sacrificio es valedero para siempre y por todos: “Pero éste, habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio para siempre, está sentado a la diestra de Dios” (Hebreos 10:12).
Si estudiamos Romanos capítulo 3 del verso 21 al 31
notaremos que toda esta celebración judía representa la obra expiatoria de Cristo “siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (verso 24). Ahora nosotros ayunamos no para obtener perdón, sino para pedir fortaleza y ser vencedores, para sujetar la carne al Espíritu de gracia otorgado en la cruz del calvario, y para enfrentarnos a Satanás y sus huestes, pues hay géneros de demonios que no salen si no es con oración y ayuno (Marcos 9:29). Nuestro <Yom Kippur> o expiación fue hecho hace dos mil años, y está vigente todos los días. No cabe para los cristianos celebrar este día como judío, aunque si debemos ayunar, no solo como muestra de sacrificio, sino como expresión de quebrantamiento, para recibir poder en momentos determinados y desatar cadenas de opresión.
Debemos ayunar, para predicar el evangelio, y aunque
algunos movimientos radicales niegan el ayuno, no cabe duda que el mismo fue practicado por los primitivos cristianos (Marcos 9:29, Hechos 13:2, 27:9). A través del ayuno se manifiesta el poder y gloria del Señor. También debemos hacerlo para interceder por la salvación de aquellos que se pierden y necesitan ser tocados por medio de la Palabra predicada.
En estos tiempos el ayuno es un arma de poder, y no
un medio para obtener perdón. No hagamos del ayuno un medio de salvación, ni de perdón, pero si de consagración y sacrificio. Tampoco convirtamos el ayuno en un dogma o rutina. Es un arma, y como tal hay que usarla cuando las circunstancias lo requieran a fin de que no sea una liturgia, sino una fórmula de buscar poder y fuerza en momentos especiales.