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Primer Libro

Las Sagradas Escrituras transmiten que el día del juicio se está acercando.

Capítulo I

La entera Escritura Divina nos amonesta que el día del juicio final es inminente.
El príncipe de los apóstoles dice: Se acerca el fin de todas estas cosas[1]. Lo
mismo Santiago: Sed pacientes y afirmad vuestro corazón, porque la venida del
Señor está cerca[2]. También Pablo[3] recuerda que el final de los siglos ha
venido. Juan[4] (1 Jn 8) no afirma solamente igual como el coro de los apóstoles
que el día se acerca sino quiere que se trata de la última hora. ¿Qué enseña el
mismo Cristo, el Señor? ¿Acaso no enseña prominentemente que ha llegado la
última generación con las siguientes palabras: En verdad os digo, no pasará
esta generación hasta que todo suceda[5]y aquello del juicio final no sólo ha de
entenderse de la destrucción de Jerusalén como lo indica [p. 408] la célebre
exposición de los Padres y patentemente el mismo contexto del evangelio? Y no son los
testimonios apostólicos y evangélicos solamente sino también los oráculos proféticos que
denuncian la celeridad de aquel día. PuesSofonías clama así:Cerca está el gran
día del Señor, cerca está y es muy veloz[6]. Joel casi de la misma época
transmite una profecía[7] que interpreta Pedro respecto al descenso del Espíritu
Santo sobre los apóstoles y como signo de la última venida del Señor[8]. Ezequiel
lo anuncia como si estuviera presente: Viene el fin, viene el fin sobre las cuatro
plagas de la tierra’[9], También Isaías nos amonesta que demos alaridos como
suelen hacer los acongojados por un repentino desastre porque está cerca el día
del Señor, cruel y atiborrado de indignación. Además hay innumerables
argumentos por medio de los cuales el Espíritu Santo nos anima a que
esperemos aquel día en un futuro muy cercano. Aunque frecuentemente la
Escritura hable de las cosas propias del pueblo de Israel o trate de la ruina de algunas naciones
paganas, con todo, frecuentemente también designa este día como último para todo
mortal. Indudablemente quiere significar las dos cosas a la vez. Es más, se trata de ponernos
ante los ojos el día supremo de toda creatura. Aunque lo haya excluido al presente, sin
embargo, pensemos con mayor avidez acerca de la eternidad. De manera que cuando se
pregunta: ¿Cuándo es el fin futuro de este mundo? El cristiano puede responder con absoluta
seguridad y con toda verdad: Muy pronto.

Varios de los Santos Padres han opinado que el fin del mundo ya había llegado. ¿Cómo ha
de entenderse esta sentencia?

Capítulo II.

No hay que admirarse si varios de los Santos Padres movidos y provocados, tanto por el hecho
de tanta celeridad divina, cuanto por la magna demostración de los siglos predichos por el Señor,
con todo, ellos han creído en su época que el fin del mundo estaba tan cercano que se aprestaron
como si pudieran contemplar ese espectáculo futuro ya realizado. Por ejemplo, el beato Gregorio,
admirable como solo él contemplativo y predicador del severo juicio, cuando sopesaba con
cuidado [p. 409] las variadas calamidades de su época, la peste, digo, hambrunas, sediciones,
guerras cruentas, la ruina del imperio romano,grandes terremotos y otras cosas horribles, no dudó
en anunciar frecuentemente no tanto que el fin estaba cerca sino que realmente ya se daba el fin
del mundo[10]. ¿Qué dijo Ambrosio? Escúchalo como expone elegantemente: No hay nada más
grande que las palabras celestiales y de las cuales somos testigos, a los que
encuentra el fin del mundo. ¡Cuántas guerras y tantos rumores que recibimos
respecto a las guerras! Los hunos se levantaron contra los alanos, los alanos
contra los godos, y los godos contra los taifalos y los sármatas. ¡Cuánta hambre
de todos! ¡Peste de animales y de hombres![11] Y lo demás que sigue.

Los supera Hilario quien afirma, al haber experimentado bajo Constancio la


rabia de loa arrianos y su furor contra la Iglesia católica, que esta tribulación es
aquella de la cual se ha predicho que habría ninguna mayor en el futuro. Es por
eso que sin duda el último día estará cercano[12]. En su tratado contra los
arrianos y contra Augentius escribe de la siguiente manera: Expondré brevemente a lo que se
refiere esto y lo cual ya no se puede ignorar más. De acuerdo al beneplácito completo de Dios se
han acortado los tiempos. Se enseña en los libros celestiales que no están limitados
(circunscriptos) y que es necesario que en esta nuestra época se nos viene el Anticristo[13].

De manera similar escribió también el santísimo mártir Cipriano hace más de mil doscientos años
de la manera siguiente: ‘Debéis saber y aceptar y mantener con certeza que está por comenzar el
día de la opresión. Se acerca el fin del mundo y el tiempo del Anticristo de manera que todos
estemos preparados para la lucha. Ni creamos que las cosas sucedan a la manera como fueron
las del pasado[14].

De la misma manera, si alguien mira de cerca, hablan los demás Padres[15]. Además San
Vicencio Valentino, un gran apóstol de su siglo, también advertido por una divina revelación y
gozando de autoridad (p. 410) pontificia afirma que, la edad siguiente, para el orbe aterrado ya
se ha cumplido la rauda llegada del juicio divino[16]

Tomando en peso estas advertencias de los padres y mirando simultáneamente el transcurso del
mundo después de tanto tiempo, uno puede pensarhumanamente que habían
sido defraudados. Sin embargo, no es injuria para aquellos hombres, si
pensamos que les ha estado oculto lo que también lo ha sido para los apóstoles
y hasta a los mismos ángeles. Dios quiso que siguiera velado. Por eso no hay
que pensar que ellos han emitido una doctrina precipitada de lo que no
sabían[17]. ¿Qué entonces? Ellos predicaban que estaba por venir el día del juicio
de la manera como lo leyeron en las Escrituras. Así se preparaban y así
instruyeron a los pueblos a ellos confiados para que mirasen como que iban a
perecer pronto todas las cosas caducas, para que dieran de nuevo
importancia a Dios y a la vida, que desprecien estas cosas vanas, que aspiren a
conseguir las eternas, que custodien integras la fe y las costumbres; en fin que vivan sobria, justa
y piadosamente esperando la alegre esperanza y la llegada de la gloria del gran Dios[18].

No se puede ofrecer predicación más saludable ni más verdadera. Para expresarlo de manera
metódica, esta doctrina concreta de un pronto juicio futuro, si a partir de conjeturas humanas
surgiese algo de sospecha de que verdaderamente ya se está acercando el fin del mundo,
ciertamente hay que atribuirla a los padres. Pero no se les puede argüir de falsedad. Ellos no han
definido ni el día, ni el año, ni siquiera el siglo. De ninguna manera hablaron como de algo
manifiesto y cierto a priori respecto a la venida del Señor como si fuera por venir el juez del
mundo. Sin embargo, en cuanto se refiere a la corrección de costumbres estaban muy en serio
diciendo que no quedaba mucho tiempo que venga el Señor. En lo que se refiere a la observación
de los signos ellos, imbuidos de cierto piadoso temor, sospechaban que habría un pronto fin del
mundo. Es verdad como en un arcano han suspendido en su doctrina toda definición segura
respecto a los tiempos. [pg. 411]

Contra la temeridad de aquellos que tienen la audacia de predecir el año o el tiempo fijo del
juicio.
Capítulo III.

Los que van más allá para fijar el día o el año o también el siglo cuando el
mundo perecerá, intentan enseñar lo que en el fondo se ignora[19]. Es que
observamos que aquellos que hasta el día de hoy han osado pronunciarse sobre
el tema, han sido ampliamente engañados. Por tanto no hay que dudar que
también estos que en el futuro querrán ofrecer un cálculo, engañan y serán
engañados. Es que profetizan a partir de sus sentimientos y no ven nada.
Agustín afirma que algunos, después de Cristo nacido, han afirmado que
quedan cuatrocientos años, otros dicen quinientos, otro mil. Se burla
hermosamente de la audacia de todos ellos. Jerónimo, en cambio, arguye
contra el error de Judas, un escritor eclesiástico, que había dicho que la venida
del anticristo acontecería durante su época. Algunos hebreos, a partir de no sé qué razones
realmente frívolas, afirman que la duración del mundo seria de seis mil años desde su comienzo
hasta el final[20]. Con esta doctrina están de acuerdo Lactancio[21], Ireneo[22] y algunos más de los
nuestros.

Veamos. El jefe de las Beguinas y de los Begardos, Pedro de Juan, entre otros de sus pestilentes
errores anota también aquel que ha afirmado que terminaría en el año milésimo tricentésimo
trigésimo quinto el reino del anticristo. Quizás fue engañado por el cálculo de los días por Daniel
(mil trescientos treinta y cinco) aceptando un año por día para imitar a Ezequiel. Otro profeta
ciertamente no inferior extiende de manera similar el tiempo de anticristo hasta el año mil
trescientos cuarenta. En aquel año, en el día mismo de Pentecostés, los discípulos del anticristo
aparecerían al mundo[23]. [pg. 412]

Tampoco faltan en nuestra época quienes, utilizando cualquier cálculo, asignan el último día en el
año 60 de 1600[24]. Otros lo colocan antes, otros vaticinan el futuro juicio como
un poco más tarde[25]. ¿Quién aquí, si tiene interés y puede entretenerse, no
refunfuñará ante la ciencia arrogante de ellos o, más bien, quién no se reirá?

Cristo, a quien los apóstoles interrogaron sobre este punto pensaba que era
necesario frenar esa curiosidad y dijo: No les es dado conocer los tiempos o los
momentos que el Padre guarda en su potestad[26]. Con estas palabras, como
dice egregiamente Agustín, dio solución a todos los números de los que calculan
y les ordenó de acabar con ello.[27] ¿Y cómo es posible que continúen queriendo
enseñar lo que a los apóstoles estaba vedado aprender? No tienen presente con
cuánta autoridad fue pronunciado de parte del Señor esta frase: Del día aquel nadie sabe, ni los
ángeles del cielo, ni el hijo sino solo el Padre[28]. ¿Qué mayor soberbia o insania puede haber que
aquella de querer prometer a los hombres lo que hasta a los supremos ángeles
ignoran, presentando como cierto o resuelto lo que ni por todo el dinero del mundo es
alcanzable?

Mejor escuchemos al sabio que exhorta de manera preclara: En muchas obras de Dios no seas
curioso. No es necesario ver con tus ojos lo que está escondido. Sino lo que te ordenó Dios en
eso piensa siempre[29].

Nos ordenó vigilar[30], estar siempre preparados, ceñir los lomos, tener las velas encendidas[31]. De
esta manera hemos de estar siempre prontos y alerta para esperar la llegada del Señor. No
ordenó investigar la hora de su llegada. Cuando quiero discernir la hora que Dios ha querido que
sea oculta, ¿qué otra cosa futura esperaremos, o acaso no seremos perturbados por un pavor
intempestivo o corrompidos por un ocio pernicioso? Ambas cosas no son de poca importancia. Por
eso, cuando los tesalonicenses creían en el futuro fin del mundo durante su época, el apóstol
Pablo con vehemencia reclamaba al respecto [pg.413] en su posterior carta escribiendo: ‘Os
rogamos, hermanos, por la venida del Señor nuestro Jesucristo y de nuestra congregación en él
que no sea movido su sentir tan rápidamente ni se asusten ni por un espíritu ni por un dicho ni
porque una carta como si la hubiéramos enviado nosotros, como si fuera inminente el día del
Señor. Nadie los seduzca en modo alguno. Porque si no viene la apostasía primera, etc.[32]’. En
cuanto al apuro de la venida del día el apóstol corrige la enseñanza. No hay razón alguna al
respecto de prometer algo como cierto sea que se dé como pretexto de haber
recibido una revelación sea que se aplique un cálculo de los tiempos a partir de
Daniel o de otro lado ( esto lo llama dicho y aquello espíritu) sea que aplique las
palabras del apóstol erróneamente, lo que el apóstol dice de la últimos
tiempos[33], lo que afirma del fin del mundo lo que dice respecto a los que al final
llegarán vivos al día del Señor, él mismo con todos se enumera
diciendo:Nosotros que vivimos, los que permaneceremos seremos arrebatados
en las nubes al encuentro de Cristo. No precederemos a aquellos que durmieron
en Cristo[34].

Es verosímil que para los tesalonicenses estas palabras han sido ocasión para errar como si
tomando a Pablo como testigo pensaban el fin del mundo fuera pronto ya que él parece narrar
como él mismo en vida iría al encuentro del Señor. Unos insignes autores nos transmiten que la
posterior carta a los tesalonicenses fue escrita ante todo para combatir ese error.[35]

Los daños que resultan cuando uno puntualiza la inminencia del juicio.

Capítulo IV.

Pero con razón surge la pregunta – puesto que el Señor y también sus apóstoles
todos y los mismos profetas tantas veces amenazan la inminencia de la venida
del Señor y del juicio – respecto al daño que resulta cuando se predica que
acontecería en nuestros tiempos. ¿Por qué tantas veces Pablo se apresura en
decir que no nos conturbemos, que no nos aterremos como si [pg.414] estuviera
cercano el día del Señor?[36] ¿Acaso ese terror no está repleto de salvación?
¿Acaso no recalca el cuidado y la máxima preocupación para que corramos al
encuentro de Cristo?

Sin embargo, la verdad de Dios no necesita en modo alguno de nuestra


mentira . Es cierto, Cristo nos ordena a que estemos preparados en todo tiempo y esperemos su
[37]

llegada[38]. Pero deberíamos proceder a partir de la regla de la verdad con piadoso temor y,
conscientes de nuestra ignorancia, contemplemos en consecuencia la magnitud del asunto. De
ninguna manera nos confunda el terror que proviene de la falsa presunción de los hombres que
declaran como cierto algo que ignoran.

Es que aquellos que quieren saber más al respecto de lo que conviene y tratan de fijar el día del
Señor, ponen en peligro también nuestra fe. Escucha a Agustín, si te parece. Dice: ‘Quien dice
que el Señor vendrá más pronto, más se equivoca. Si, pues, no sucede de esta manera entonces
los hombres pensarán que la venida del Señor ni siquiera será más tarde y que no vendrá en
absoluto. Eso es una gran ruina para las almas[39]. ¿Te das cuenta al escuchar la doctrina de un
Padre tan grande que por el querer fijar el día del Señor amenazará un gran daño de las
almas? O los infieles insultarán la fe cristiana o los cristianos se burilarán de la fe del hombre que
propala estas mentiras, o también pierden la confianza en el futuro al constatar que era falso en lo
que creyeron en el pasado. En consecuencia no incomoda poco a la misma vida humana un
terror importuno de este tipo.

Dios decidió en su magno discernimiento que el día último sea desconocido a todo hombre para
que de esta manera los hombres conscientes que pueden morir en cualquier día, vivan más
rectamente y se pongan a meditar lo que es útil para los hombres (¿quién se ocupará de lo que
es conveniente para los hijos, la familia o el bien de los ciudadanos estando seguro, segurísimo
que va a morir muy pronto?), entonces, en consecuencia no amaremos este mundo más de lo
que conviene y aceptamos que perecerá completamente.

Esto no significa que dejemos de preocuparnos de las cosas de la vida pública o privada en
cuanto el género humano [pg. 415] requiere. Pero por su incierta duración o, más bien, por su
aniquilamiento postergado somos estimulados. De esta manera nos encontramos entre el temor y
la esperanza, inseguros respecto al fin del mundo y de nosotros personalmente. De esta
manera la divina providencia alivia el peso del caminar humano para que no
nos aficionemos a las cosas caducas, dejando de lado las eternas y tampoco
nos veamos arrancados de las mismas cosas que tenemos que cuidar según su
necesidad por un terror inmoderado ante el fin.

¿Cuál es la razón que las Sagradas Escrituras dicen que la venida del
Señor está realmente cerca y, sin embargo, hay que esperarla con
paciencia?

Capítulo V.

Ahora bien, la mente humana es de por sí curiosa y ávida de conocer las cosas que están de lo
más alejado de su conocimiento. Se estimula más aún por el testimonio repetido de los divinos
escritos respecto a la premura de la venida del Señor. De manera que la mente humana exige una
solución.

Han pasado mil quinientos años desde que Cristo ha prometido que vendrá. Dijo: He aquí que
vengo pronto[40]. Y también se dice:Hombres galileos, así como lo visteis subir al cielo así
vendrá[41]. ¿Acaso no es muy distante esa hora que el beato Juan llamó próxima hace tantas
centurias de años? Realmente es deficiente el ingenio humano y poco falta para que esté en
peligro de perder la fe. Tanto expendio excesivo de paciencia y de solicitud ha mostrado muchos
de los siervos frente a tantas demoras del Señor.

A veces se piensa en el día del juicio como en la fábula de la destrucción de Troya. Es como si no
tuviera nada que ver con nosotros quienes después de mil quinientos años leemos como esos
hombres predican y amenazan con ello. Sin embargo, también vemos que los hombres siempre
hacen lo mismo.

Sin embargo, el Señor es fiel, derecho en todas sus palabras y santo es en todas sus obras;
todas sus obras son misericordia y verdad; el comienzo de su sentencia es verdad[42].

Esto es difícil para los hombres [pg. 416]. Él lo previó y teniendo presente todo
aquello que predijo tan prolijamente respecto al fin del mundo y a su venida, no
dudó reforzarlo diciendo: ‘Los cielos y la tierra perecerán para mis palabras no
perecerán[43]. Y puesto que aquel Espíritu celeste contempla los siglos de los
siglos y puesto que es finísimo y lo penetra todo, vino hermosamente en ayuda
también en este tema para socorrer la fragilidad del pensar humano y desde
hace mucho ha preparado el divino antídoto para la enfermedad[44]. Leamos al
apóstol Pedro: ‘Vendrán en los últimos tiempo embaucadores que caminan
según sus propias concupiscencias y preguntarán: ¿Dónde está su promesa o
su venida? Nuestros padres murieron y todo sigue igual desde la creación del
mundo. Un poco después contesta a esa objeción: Una cosa no la ignoren queridos. Un día para
el Señor es como mil años y mil años como un día. No tarda el Señor en el cumplimento de su
promesa como piensan algunos. Es que obra con paciencia por vuestro bien. No quiere que
algunos perezcan. Que todos vuelvan a la penitencia[45]. De aquí aprendemos
suficientemente que diversas son las medidas de las horas divinas y las medidas de nuestro
tiempo.

Nosotros los mortales, cuya vida es como vapor y da para poco,[46]computamos cien años como un
largo siglo. Lo que es para nosotros lo rápido y lo tardío, lo medimos angustiosamente a la
manera de las hormigas que corren. Para ellas es camino largo y tú lo superas con un solo paso
tuyo.

Distinto es el proceder de la divinidad que prevé todo y es muy breve para ella lo que a
nosotros parece larguísimo lo que se refiere según los profetas a los caminos de la eternidad[47]. Y
dice: Mil años ante sus ojos como el día de ayer que pasó y como la vigilia nocturna que se
considera como nada serán sus años[48]. Pues si mil años para Dios son como un día que ya pasó,
¿cómo no ha de ser veloz lo que antes de una semana pasó?

Por eso, no es que Dios falla [pg. 417]. Somos más bien nosotros que no entendemos,
acostumbrados como estamos a las estrecheces humanas, y nosabemos pensar
en la dimensión divina. Se ha aclarado de parte de los profetas el significado de
esa misma brevedad respecto a la primera venida del Señor. Como dice
Isaías: Cerca está para que venga su momento y sus días no tardarán[49]. Y
Ageo: Todavía un poco y conmoveré el cielo y la tierra y el mar y lo seco y
vendrá el deseado de todas las naciones[50]. Ese “poco” contiene más de
cuatrocientos años y ese “cerca” alrededor de setecientos. Esta cantidad, si la
aplicas a la edad de los mortales, ya que a lo máximo llegaremos a los ochenta
y termina nuestra vida, esto puede parecer prolijo. Si lo aplicas al día del altísimo
Dios parecerá sólo un puntito.

Tampoco lo pasa esto en silencio la divina Escritura. Ella, que habla frecuentemente como si la
venida del Salvador fuera cercana, con todo, en Habacuc habla de manera más acomodada a
nuestra manera de pensar: Aunque parezca lejos aún, finalmente aparecerá y no defrauda. Si
demora espéralo. Porque de venir vendrá y no tardará. He aquí quien es incrédulo no tiene un
espíritu recto en su corazón. El justo vive a partir de su fe[51]. Estas palabras del profeta las utiliza
el apóstol en la carta a los hebreos[52] y, juntándolas con las de Ageo más arriba y acomodándolas
a la venida del Señor, nos enseña con toda claridad que es lo mismo lo que es largo para nosotros
y lo que es corto para Dios, que hay que decir que demora y, sin embargo, vendrá en su tiempo
oportuno y demorará. Porque así como respecto a nuestros pecados soporta y espera Dios siendo
longánimo, de la misma manera, de nuestra parte, quiere que seamos también longánimos en
esperar sus promesas. Y respecto a lo que dice en la carta a los hebreos: El justo vive a partir de
la fe. Que si se sustrae no complacerá a mi alma’[53]. Ciertamente, Abrahán ha conseguido las
promesas de Dios [pg. 418] teniendo mucha paciencia.

Por eso, al fijarnos en su última venida como lo describe el evangelio – respecto a lo cual hemos
expuesto esta argumentación – no se ignora que a muchas cosas hay que
tomarlas con calma referente a lo que él nos ordenó a esperar en breve. Es por
eso el optimo Maestro en vista de los que al respecto actúan de manera impía y
entran en desesperación, nos amonesta de esta manera: ‘Si el siervo malo dice
en su corazón: Mi amo tardará en llegar y comienza a pegar a su consiervos, a
comer y a beber embriagándose, en el día en la hora que menos espera vendrá
el señor del siervo aquel y los partirá y pondrá su suerte con la de los
hipócritas[54] (Mt 24).

La lujuria y la soberbia de los malos pastores las describe como que proceden
desde una oculta infidelidad. Su castigo merecido será una muerte súbita y su lugar estará con
aquellos que sólo son cristianos labios afuera. Ostentan una especie de piedad y, sin embargo,
rechazan su virtud[55]. Quieren tener los títulos de pastores pero en realidad son lobos o ídolos de
pastores[56].

Todo esto lo hemos argumentado para que se entienda que aunque distan muchas centurias de
años de aquel entonces, con todos pronto y cerca está la venida de Dios y así ha sido anunciado
divinamente.

Los días del juicio son cercanos para cada uno porque el día de la muerte no está muy
distante.

Capítulo VI

Con todo, aunque uno, presionado por la divina autoridad no se atreve contradecir, no es
suficiente para aquietar el ánimo del hombre. ¿Entonces qué? Si es breve para Dios lo que al
hombre le parece largo, cuando Dios habla al hombre ¿acaso no debería acomodarse a la
inteligencia humana? ¿Y qué hacer en el caso si desea proceder con nosotros utilizando nuestras
palabras? ¿Acaso las palabras no tienen la fuerza en su sentido que la da Él y no en el nuestro?
[pg. 419] Es evidente que si un hombre actúa así con los hombres éste parece engañar y fallar.

Al respecto, ¿acaso es razón para que por consideración a unos


cuantos hombres a quienes aquel día supremo encontrará viviendo en la
carne, haciendo caso omiso de todos los demás que en número superan a
aquellos infinitamente, los haga vivir como sobrecogidos y suspendidos por la
expectación de esto que en realidad no les tocará en manera alguna? Es que no
veremos aquellos signos terríficos, ni la tribulación máxima del anticristo ni
aquel fuego que lo quemará todo, ni las demás cosas horribles si morimos antes
de que sucedan.

De todos modos es talante de la ignorancia humana que entre en disputa


consigo misma. No se atreve hacerlo con viva voz. Pero lo hace en su corazón como, según la
enseñanza el Señor en el evangelio, se acusa al siervo flojo[57]. Conviene entender y mantenerlo
de manera firme en nuestro corazón que Dios no solamente nos da las cosas según la verdad
sino también según la utilidad y a cada uno de nosotros según la necesidad. No se trata de
considerar todas aquellas profecías que tienen que ver con el juicio del fin del mundo sólo en
beneficio de aquellos quienes como últimos vivos verán el fin del mundo. También nos
corresponde realmente a nosotros mismos y también a cada uno de los mortales.

Es inminente para cada cual nuestro juicio cierto, el día incierto. Quiere decir que la exhortación
de la venida de Cristo es para todos. Pero también hay que entenderlo como exhortación
particular y para cada uno. Escuchemos al bienaventurado Agustín que trata este tema de
manera lucida. A quienquiera que sea, lo encontrará su último día. Es como si en esto lo
comprehendería como si fuera el último día del mundo. Es que tal como muere cada uno en aquel
día así será juzgado en ese día. Y un poco más adelante, ¿Por qué dirá para todos lo que
solamente corresponde a aquellos solos los que estarán vivos en aquel entonces a no ser porque
[58]
les toca a todos de la manera como lo he dicho?

En aquel entonces, pues, llegará aquel día ya que es para él el día [pg.
420]cuando tal como sale de aquí así habrá de ser juzgado en aquel día. Es por
eso que ha de vigilar todo cristiano para que cuando venga el Señor no lo
encuentre sin preparación. Lo encontrará sin estar preparado aquel día al que
encuentra sin estar preparado el último día de su vida. Este es aquel día.

Si miramos más de cerca nos daremos cuenta que cuando Cristo habla de su
venida y de su juicio acomoda su palabras de tal manera que no pone el fin del
mundo sólo ante los ojos de la generación del fin del mundo sino que también
ante los ojos de cada cual. Es por eso que concluye toda la enseñanza
respectiva porque quiere se entienda eso de la extrema hora de muerte al igual como del fin del
mundo.

Concluye, pues, en el evangelio de Marcos (cap. 13):’Vigilad, pues. No sabéis cuando vendrá el
amo de la casa, en la tarde, a media noche, al canto del gallo a de madrugada para que, cuando
venga, no los encuentre dormidos. Lo que digo a vosotros se lo digo a todos: Vigilad’. De la misma
manera Mateo (cap. 25) amplía un poco más la parábola de los siervos que esperan el regreso de
su Señor[59]. También en Lucas leemos: ‘Cuidaos que a lo mejor no se vuelva pesado vuestro
corazón en libertinajes y ebriedades y en los cuidados de esta vida y os sobrevenga aquel día de
improviso[60]’. Aquí, si preguntamos en qué día está pensando el Señor cuando exhorta que no nos
sobrevenga de improviso, creemos que se refiere al día de nuestra muerte y al último día del
mundo.

Esto lo confirma Pablo cuando dice que el día del Señor vendrá como el ladrón en la noche. Dice:
‘Vosotros, hermanos, no estáis en las tinieblas para que no os sorprenda aquel día como un
ladrón[61]’. De la misma manera en el Apocalipsis (cap. 16 y 3) en cierto lugar dice el Señor: ‘He
aquí que vengo como el ladrón[62]’. De la misma manera amonestando al obispo de la Iglesia de
Sardes dice: Si no vigilas vendré a ti como un ladrón y no sabrás a qué hora vendré a ti[63].

Quisiera añadir esto: en la Sagrada Escriturafrecuentemente se mencionan el juicio particular de


cada uno y el juicio universal, [pg. 421] no como si fueran dosjuicios sino como
si fuera uno solo. Jerónimo dice: ‘Considera el día del Señor sea como del juicio
final sea como la salida de cada uno del tiempo. El juicio futuro para todos se
cumplirá para cada uno el día de su muerte. Aunque los tiempos sean distintos,
la causa es la misma sentencia. De manera que sólo parece diferir cuando
particularmente son juzgados como en aquel entonces cuando será al mismo
tiempo promulgado los juicios de todos[64].

Es realmente algo usual en las Sagradas Escrituras que, cuando aparece algo,
es como si sucediera y se expresa con una sola frase y se lo considera como
una sola cosa. De esta manera la primera y oculta venida de Cristo en el útero de la Virgen y
luego abiertamente al nacer del seno de la Virgen es proclamada por los profetas como una sola
venida al mundo - Pablo es testigo[65] – y adorada por los ángeles[66]. Esta costumbre la conserva la
Iglesia y repite frecuentemente en la navidad de Cristo que el Verbo se hizo carne y lo celebra al
mismo tiempo como encarnado y como nacido. Con todo, venera el honor de la Virgen en la
anunciación como propio.

De manera que la Escritura transmite la verdad de la primera venida de Cristo para salvar al
mundo como una sola verdad y así la celebra la Iglesia cuando se trata de la venida oculta en el
seno de la Virgen y en la venida no oculta del seño de la Virgen en el nacimiento, como lo hemos
dicho ya. De la misma manera las Sagradas Escrituras hablan de su postrera venida para juzgar
al mundo cuando juzga a individualmente y por separado ocultamente y cuando
simultáneamente pronuncia el juicio de todos estando presentes y mirando todas las creaturas.
Por eso dice: Quien es incrédulo ya ha sido juzgado[67], porque ya consta su condenación.

La misma regla de la Escritura parece hablar de manera confusa y oscura de la primera y segunda
resurrección como de una sola. Esto hay que aclararlo más. Ya que la resurrección de los muertos
o su regeneración es realmente algo distinto [pg. 422] de la vida eterna y de la inmortalidad del
alma (es que ahora ya las almas benditas de los santos disfrutan de la vida eterna mientras que
la que resurrección de los cuerpos se dilata hasta el fin del mundo) con todo, en varios lugares la
Escritura se habla de las dos cosas como de una sola como que proceden de una misma fuente y
de esta manera se establece entre ambas cosas cierto nexo mutuo[68].

Las obras del Señor son perfectas y el que es el salvador del hombre cura al
hombre entero. Es notable que la Escriturallame la vida eterna y la inmortalidad
del alma con el nombre de resurrección. Esto se ve en el debate de Cristo, que
desea mostrar a los saduceos que están en un error cuando niegan la
resurrección de los muertos. Lo prueba por la divinas Escrituras: Yo soy el Dios
de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Dios no es un Dios de muertos
sino de vivos[69]. Es verdad que los antiguos podrían entenderlo como si hablara
de los que viven en espíritu aunque no crean en la resurrección de los cuerpos
como fácilmente admiten los filósofos, los platónicos especialmente y también
los peripatéticos.

Sin embargo, Cristo estaba tratando con los saduceos que niegan la resurrección de los cuerpos
porque no aceptaban la resurrección de las almas como también Lucas lo expresa en los Hechos
de los Apóstoles:Los saduceos dicen que no hay resurrección ni ángel ni espíritu[70]. Habrá por
obra de Dios una vida distinta y mucho mejor que la describen aquellos antiguos. Esto lo muestra
rectamente Cristo que los que son muertos para este siglo con todo Dios los llama suyos. Porque
jamás tendrá trato el Dios vivo con muertos. En el mismo sentido los autores del libro segundo de
los Macabeos pueden decir que Judas Macabeo, al ofrecer dones por aquellos que habían caído
en la guerra, había pensado recta y piadosamente de la resurrección de los muertos. Y si no
esperara que los caídos resucitarían [pg. 423] parece superfluo y vano orar por los muertos.
Con todo no sería vano, como dijo alguien, orar por los muertos aunque noresucitarían porque
aunque los cuerpos descansen inánimes, las almas pueden ser liberados de los
pecados y disfrutar a la vida eterna. Pero, como dije, las dos cosas son
consideradas como una sola, es decir, que existe la vida beata de las almas y la
resurrección de los muertos. Significa que al conceder la primera resurrección,
como enseña la Escritura, también concede la segunda[71](Apc 20). El apóstol
Pablo argumenta de la misma manera: Si los muertos no resucitan tampoco
Cristo resucitó. Si Cristo no resucitó vana es nuestra predicación y vana es
vuestra fe. Añade: Si esperamos solamente en esta vida somos los más
miserables de todos los hombres[72].

¿Cómo puede Pablo hablar así? ¿Acaso si no hay resurrección de los cuerpos no tendrás premio
alguno? ¿Acaso no puede reinar con Cristo el alma si no es con el cuerpo? ¿Acaso estará menos
presente ante Dios cuando no hay nada del cuerpo? ¿Acaso nada es arrebatado hacia Dios en
figura?[73] (2 Cor 5).

Pablo no niega eso. En realidad no se ocupa de esto como si la felicidad del alma sola
superaría todos los trabajos de esta vida y sus fatigas. Sin embargo, Pablo sabe que cuando se
niega la resurrección de los muertos, se quita también la vida beata a las almas. En cambio,
cuando se concede aquella vida también a su vez se da la resurrección de los muertos. El apóstol
sabiamente señala que cuando se quita la resurrección, somos más miserables de todos los
miserables porque quienes soportan las fatigas reales presentes esperarían premios futuros
falsos.

A partir de este y otros pasajes de la Escritura se demuestra con evidencia lo que afirmé que se
considera como una misma cosa la resurrección futura de los cuerpos y la vida beata de las
santas almas. Las dos realidades se expresan con un mismo nombre común de la resurrección o
regeneración. Es, pues, consenso de los filósofos que, donde se dice una cosa por la otra, ahí no
se habla de dos cosas [pg. 424] sino de una sola.

Me parece que no son pocos quienes, por no prestar atención a este tipo de
expresiones, caen en error. Es que, al interpretar estos pasajes, son de la
opinión que hay que relegar hasta el momento del fin del mundo las
recompensas de los justos, la gracia de la regeneración, la resurrección, la
venida del Señor junto con la parte más importante de la felicidad que consta
ante todo en la visión de Dios. Además parece que algunos de los santos
Padres, especialmente San Agustín, piensan de la misma manera de acuerdo a
su manera de ver. Se trata de aquellos que entienden menos
adecuadamente esa costumbre de hablar de las Escrituras. Por eso son
realmente incapaces de ser expertos de la visión divina respecto a las puras y
santas almas, y no importa cuál sea su enseñanza.

Sin embargo, no es el momento de explicar las enseñanzas de la Escritura y de los Padres


respecto a la bienaventuranza de las almas. Solamente nos queda proponer lo que se ha
debatido suficientemente tanto lo que se refiere al temor del juicio divino, cuanto a la esperanza de
retribución de acuerdo a la fe de las Sagradas Escrituras junto con el fin de cada hombre y del
universo.

Cada uno ha de meditar que es inminente el día del juicio.

Capítulo VII

Si reflexionamos prudentemente hemos de parangonarnos aquí y ahora con aquellos que piensan
que es inminente y, por eso, inmediato el día del juicio final. Lo que a nosotros respecta, para
nosotros termina este mundo cuando termina la vida. Tampoco faltan signos del mundo que se
derrumba en nuestra propia muerte. No en vano nos exhorta Salomón: Acuérdate del Creador en
los días de tu juventud antes de que llegue el tiempo de la aflicción y se acercan los años de los
cuales dice: “No me gustan”, antes de que oscurezca el sol, la luna, la luz de los astros y
vuelvan [pg. 425] las nubes después de la lluvia, cuando se conmueven los postes de la casa y se
tambaleen los hombres fuertes[74].

Esto se dice evidentemente de la muerte de quienquiera. Con todo parece


referirse también al fin del mundo como lo advierte también Jerónimo[75].

Así como escurece el sol de la razón humana, fenecen los astros de los
sentidos, se encubre la luna de los pensamientos, el aguacero vivificador del
cerebro no destila como es el caso de nubes vacías, los mismos huesos que
sostienen esta morada mortal como firme sostén, comienzan a temblar y a
vacilar y acontecerán las demás cosas que menciona el Eclesiastés y lo que
aquel Gregorio antiguo[76]aplica a la ruina de las estructuras del mundo,
el entrelazarlo todo esto aquí sería muy largo y no hay necesidad de ello.

Nadie ignora que la tribulación sería máxima en aquel entonces cuando el príncipe de este mundo
se hace presente salvajemente cuando queda poco tiempo. Si alguien reclama el preanuncio del
anticristo para el momento del fin también Juan[77] muestra muchos anticristos que luchan contra
la fe de Cristo y la caridad dentro de nosotros. De ahí podemos saber que ha llegado para
nosotros la última hora.

Lo que no he mencionado al respecto es que todo lo que el Salvador ha referido como signos
preanunciados para el día último y juicio final, esos mismos signos creo yo deben entenderse de
la misma manera del último día de cada uno (¿acaso no sería anodino repetirlo todo?). Lo que se
han mencionado quiere lograr que los hombres se convenzan, ya que otra es la comprensión del
día del fin del mundo y otra de cada uno, que lo que se refiere a cada uno que el día del juicio está
cerca. Esto la Verdad misma nos lo ha dicho no sólo como verdad sino para utilidad en cuanto a
la celeridad de la venida última preanunciada.

De la misma manera, cuando uno que tiene poca experiencia de viajar por
mar sufriendo mucho de mareo, le pregunta al dueño del barco, quien tiene
mucha experiencia, [pg. 426] si la travesía será larga y aquel para animar al que
casi está desanimado le responde que será corta e inmediata. N o miente
aunque le aparezca al otro viajero más bien larga. Es que aunque al que
pregunta le queda velada la significación del modo de responder, en realidad la
travesía no les parece larga a los navegantes porque están acostumbrados.
Importa más el bienestar del hombre que su curiosidad.

De la misma manera me parece que el Señor responde con la verdad y para


bien de los apóstoles que preguntan por el tiempo de su venida. Es que tiene en cuenta más la
salvación nuestra que nuestra curiosidad. El conocimiento al respecto es peligrosísimo mientras
que la ignorancia es segurísima.

Las razones por las cuales Dios, además del juicio particular de los individuos, fija también
el juicio universal de todos.

Capítulo VIII

Se nos manda temer los juicios divinos antes que investigarlos cuando realmente las causas de
todos los hombres que antes salen de esta vida terminan, ¿por qué quiso Dios constituir el juicio
universal donde no se pronuncia otra sentencia sino la misma? Con todo es útil y aprovecha
reflexionar sobre algunas cosas que las divinas letras insinúan.

En primer lugar para que Dios sea justificado y vencedor (Sal 50). Esto se logra estando presentes
todas las creaturas celestiales, las terrenas o infernales quienes observan y comprueban todas las
causas que públicamente son ventilados y cuyos juicios son emitidos.

De esta alabanza del Dios omnipotente habla Juan en el apocalipsis cuando relata que vio y
escuchó a los celestiales músicos pulsar la cítara y cantar: Grandes y maravillosos son tus obras
Señor Dios omnipotente. Justos y verdaderos son tus caminos Señor, rey de los siglos. ¿Quién no
te temerá, Señor, y quién no magnificará tu nombre? Porque solo tú eres piadoso [pg. 427]. Todas
las naciones vendrán y adorarán en tu presencia porque tus juicios son manifiestos[78]’ Y en el
salmo 9: Se conocerá al Señor quien pronuncia sentencia[79]. Y en otro salmo, el 149: Para que
ejecuten el edicto del juicio[80].

En segundo lugar es menester que se acreciente la gloria de los santos y


la ignominia pública de los impíos por la sentencia del sumo juez. De esta
manera proceden también los magistrados terrenos. Primero informaron por
medio del notario y de manera privada la sentencia. La misma la hacen pregonar
públicamente a la vista de la gran asamblea de los ciudadanos y ordenan sea
ejecutada. Esto lo vemos especialmente en el gran juicio de los inquisidores de
la fe donde lo que ha sido decretado en el secreto entre cuatro paredes, se
saca a la luz ante los ojos y oídos de todos para suma ignominia de los reos.
También los absueltos son llevados calle por calle como gran muestra de honor.

Esto lo reclama Pablo cuando dice: ‘No juzguéis antes del tiempo hasta que venga al día del
Señor quien iluminará lo escondido de las tinieblas y manifestará los pensamientos del corazón.
En aquel entonces habrá alabanza para cada uno de parte de Dios[81] (1 Cor 4). Así como dijo el
sabio: Todo lo que hay en el futuro sigue siendo incierto por la simple razón para que todo sea
equitativo tanto para el justo y el malo, cuanto para el bueno y el impío[82]. Esa gloria de los justos
proveniente del encomio de Dios describe de manera elocuentísima Cipriano[83]y
Basilio refiriéndose a la ignominia para el terror de los impíos[84].

Finamente conviene el juicio universal porque la naturaleza del hombre está compuesta de
cuerpo y alma. El pensamiento, el alma es invisible y el cuerpo es visible. Es necesario que haya
juicio de las almas cuando salgan del cuerpo y que sea invisible y secreto. Pero cuando han
vuelto al cuerpo y resucita el hombre entero, es necesario que quien ha redimido al hombre
íntegramente, lo debe juzgar íntegramente y esto visiblemente y corporalmente de acuerdo a la
naturaleza del hombre. Por eso vendrá el Cristo de manera manifiesta como un rayo y visible para
todo el mundo[85]. [pg. 428]

Y lo verán todos que lo traspasaron.

De esto hablan Daniel, el apocalipsis de Juan, todos los evangelios y casi toda
página de la Escritura[86]. Nada mejor para vivir una vida sobria, justa y piadosa
que la asidua contemplación de la gran venida del Señor[87].

Por eso el sapientísimo Eclesiastés quiso que fuera este el último párrafo de su
canto: El fin del discurso escuchemos todos juntos. Teme a Dios, guarda sus
mandamientos. Esto es para todo hombre. Todas las cosas las llevará a juicio
Dios aunque esté escondido sea bueno sea malo[88].

Cómo ha de entenderse la expresión que no pasará esta generación sin que todo esto
suceda.

Capítulo IX

¿Qué significa esto lo que Cristo afirma al hablar sobre el día del juicio: En verdad les digo que
pasará esta generación hasta que todas estas cosas sucedan[89]? Muchas generaciones
obviamente han pasado desde aquel entonces sin que todo esto se haya cumplido.
Algunos creen tener que referir estas palabras a la destrucción de Jerusalén. De esta manera
estará aclarado el asunto porque no han pasado más que cuarenta años hasta que sucediera el
asedio de Vespasiano y Tito. Otros, haciendo referencia el fin del mundo, hablan de un género, es
decir, del pueblo de los judíos y dicen que la Escrituraenseña que no perecerán hasta aquellos
tiempos últimos. Otros ofrecen otras explicaciones.

Es evidente que se habla del fin del mundo como aparece en la secuencia de Mateo. Es verdad
que el género de los judíos permanecerá hasta ese tiempo. Pero aunque sea verdad eso, sin
embargo, en cuanto se refiere al tema que estamos tratando, es decir, la confirmación de la
certeza de su enseñanza no parece poder sostenerse.

Es costumbre de la Escritura cuando se habla de la generación, esto significa edad y no se


distinga la edad de algún hombre sino del mismo mundo del que se está hablando. Todos saben
[pg. 429] que hay unos últimos tiempos de acuerdo a la ley evangélica pero nadie sabe cuánto
durará. Agustín medita que estamos ahora en la época de ancianidad del
mundo, la sexta de sus edades. Con todo puede suceder, y en el entretiempo
suele suceder, que la ancianidad sólo comprenda casi tanto como un espacio
igual que las demás épocas de la vida. Es que comienza la ancianidad con el
año sexagésimo. Pero puede haber una continuidad tal como el mismo autor
está calculando, durante sesenta años así como hemos visto a algunos
ancianos adeptos de ciento veinte años[90].

Así sucede según el cálculo de Agustín que la generación del mundo, es decir,
la última edad del mundo sea esta si nada sucede en el ínterin. Con todo no se
trata sólo de mil quinientos años sino también, si dura, de cuatro mil. Se trata de una misma
edad[91]. Ahora bien, si sucede de esta manera (no lo sé y tampoco lo creo) algo de la verdad
evangélica podría venirse abajo. Quiso que aquello siguiera fijo aquel que dijo que esta
generación no iba a pasar sin que sucedieran estas cosas, quiere decir, que no habrá ningún
cambio de la verdad evangélica en el futuro ni la destrucción de la posteridad apostólica hasta
que se revelara a los elegidos el reino de los cielos prometido.

Es de suma utilidad tratar la historia de los últimos tiempos.

Capítulo X

Ya hemos demostrado abundantemente por la argumentación anterior que el juicio de Dios se


está acercando ya de acuerdo al testimonio de las Sagradas Escrituras. Sin embargo, ninguno de
los mortales puede definir que tan cerca está ni fijar un número exacto de días o de años. En
consecuencia hay que mirar qué sucederá respecto al futuro de los últimos tiempos, respecto a
las tentaciones de la Iglesia, respecto al reino y la persecución del Anticristo, [pg. 430], respecto a
la destrucción del mundo, los últimos prodigios, la perturbación de todas las cosas. Todo esto nos
trasmiten las arcanas Escrituras.

No queremos fingir que lo incierto sea cierto, ni lo cierto sea incierto. Esto lo
dejaremos de lado hasta donde esté permitido. Es que conviene muchísimo
recordar estas maravillas; eso el Espíritu Santo muchas veces lo recomienda
ciertamente y no como ampliación ociosa. Es importante para aquellos que no
las verán pero también a aquellos de manera especial a los que les toquen esos
tiempos amarguísimos.

Pues, les conviene pensar a aquellos que salen de esta vida mortal antes que
se experimenten estas cosas horrendas y salvajes, ya que, avisados por la
divina misericordia, han de pensar que realmente son incapaces de afrontar tan
grandes sufrimientos y peligros. Es que ignoran si van a llegar hasta allá y al mismo tiempo son
conscientes de su propia sandez respecto hasta dónde tienen que prepararse. También al mismo
tiempo deberían pedir a la divina majestad que los haga saque de la tierra oportunamente ya que
no son idóneos para afrontar tantas cosas y que tampoco sea los introduzca a esa máxima
tentación.

Quizás a esto quería exhortarnos Cristo cuando relataba la terrible historia de aquel último tiempo
cuando dice en Lucas a los suyos: Vigilad por eso orando en todo tiempo para que sean dignos de
escapar de todo esto que llegará en el futuro[92]. Escapará realmente con mayor gloria aquel que
venciere. Pero también evitar y huir de un enemigo más poderoso es una especie de victoria.

Es indudable lo que escriben Bernardo y Agustín de manera luminosa: Forma parte de la altísima
gracia de la predestinación el arrebatar a muchos elegidos de las tentaciones amenazadoras ante
las cuales hubieran sin duda cedido[93]. De la misma manera habla la Escritura del que es amado
por Dios. Porque su alma le agrada a Dios, por eso Dios se ha apurado en sacarlo de en medio de
las iniquidades.Ha sido arrebatado para que la malicia no trastoque su intelecto ni la ficción
engañe su alma[94].

Esto sucedió a algunos santos, como refiere la historia, que, siendo menos aptos para [pg. 431]
soportar la amargura de los sufrimientos, suplicaron a Diosles conceda una
pronta salida de la vida. Sin embargo, los futuros santos de los últimos tiempos,
semejantes a los Apóstoles, serán hombres ilustres y valientes como acero
acabado de la Iglesia con quienes parcamente se compara la disciplina militar
de los mejores soldados. Esto lo transmiten justamente Agustín y Anselmo[95]. Se
trata de aquellos soldados de Dios sobre los que recaerá el peso extremo del
combate cristiano cuando Satanás es soltado y los hiere con inmenso furor.
Digo que a aquellos fidelísimos siervos de Cristo la divina providencia los ha
armado especialmente y ha cuidado de comunicarles la insuperable autoridad
de la Sagrada Escritura.

No hay nada más poderoso que el Verbo de Dios. Estas cosas les he dicho para que cuando
sucedan estas cosas recuerden que se lo había dicho[96]. Y es el Cristo mismo cuando se apresta
a ir al encuentro de la pasión se reafirma de esta manera: ‘Conviene que se cumpla en mi lo que
está escrito[97].

Y de nuevo insistió:¿Cómo se cumple la Escritura?[98] No hay realmente nada más que puede
valer contra todos los diabólicos embustes del Anticristo y su feroz tiranía sino la invicta autoridad
de la doctrina celestial. Con esa se armarán los atletas de Cristo. Con razón cuando se
presenta en el futuro la más grande tentación de todas, entonces contraponen los remedios más
abundantes y más luminosos de la Escritura. Esto se comprueba también patentemente por la
miseria de los tránsfugas y de los desertores. Por eso es muy sugestivo y muy útil hablar de estas
maravillas celestiales, tal como las refiere Daniel[99]e ilustrarlas en cuanto nos concede el de arriba.

La regla más necesaria para que se pueda entender las Sagradas Escrituras.

Capítulo XI.

Antes de hablar sobre los últimos tiempos hay que aclarar una cuestión que [pg. 432] suele
torturar a muchos. Se trata del problema si las cosas que leemos en los evangelios, fueron
predichas a los apóstoles en el monte de los olivos de parte del Señor como si todas o muchas
han de entenderse más bien la destrucción de Jerusalén y no tanto del fin del mundo. Es un hecho
que la variada exposición de los Padres y las mismas sentencias relacionadas de los evangelios
ofrecen bastantes cosas oscuras.

De esta manera, todo eso a algunos les parece referirse a la ruina de Jerusalén y de sus
habitantes y cuyos signos predice el Señor. Para que sea así ellos acomodan las palabras
evangélicas del sol y de la luna que oscurece y los demás portentos a la historia de aquel siglo
que el escritor Josefo relata, una historia calamitosa y de lo más funesta de lo
que le ha sucedido a aquel pueblo. Otros no niegan que las palabras del Señor
se refieren en último lugar al fin del mundo, pero lo dicen al final y muy de paso.
Afirman que estas cosas se dicen principalmente del desastre de los judíos. Me
remito a las razones y las autoridades en las cuales se apoyan estos y aquellos.

Sin embargo, si la memoria no me falla, ambos se equivocan de cabo a rabo


respecto a lo establecido por el Señor. Aunque sea cierto que en algunas cosas
en esta enseñanza el Señor ha hecho exhortación refiriéndose propiamente a
Jerusalén, con todo, muchas cosas han sido predichas indudablemente del fin
del mundo. Además muchas cosas se han entremezclado en este discurso bien estructurado de
tal manera que al mismo tiempo se insinúa lo que ya ha sucedido a aquella ciudad y también
aquella extrema ruina del orbe en el futuro.

Esto se acostumbra muchísimo en las predicciones proféticas.

Es costumbre de la Escritura - así lo transmiten cuidadosamente también los Padres, Jerónimo y


el autor del opus imperfectum[100] o como también lo advierte fácilmente quienquiera
mediocremente se ocupa de los libros canónicos – que, con ocasión de algún
acontecimiento humano y particular, prorrumpe en profecías divinas y universales. Eso
precisamente lo estructura y lo entremezcla el espíritu profético que del mismo contexto hace
referencia sea a ambas [pg.433] implicaciones sea a una sola.

Así insinúa lo que es como la materia del discurso o lo que es la forma y


especialmente la finalidad designada. Esta regla para entender a las Escrituras,
llamada por Ticonio como la regla del género y de la especie, la recomienda
mucho Agustín[101]. Cuando no se presta atención a esta regla sucede
frecuentemente que la sagrada doctrina aparece como perpleja y contradictoria
de manera que apenas o de ninguna manera puede entenderse.

Vamos a ofrecer brevemente unos ejemplos, unos pocos de muchos. En el


salmo 71 en primer lugar contenido es la ocasión del discurso es Salomón lo
que también sugiere el mismo título. También en el salmo, aunque muchas
cosas corresponden a Salomón, sin embargo mucho o la mayor parte se puede aplicar sólo a
Cristo. Varias cosas, es cierto, se acomodan a ambas personas, a Cristo de manera perfecta y a
Salomón parcialmente (Sal 71). Es que son bendecidas en él todas las tribus de la tierra y su
majestad llena toda la tierra. Y permanecerá con el sol y ante la luna. Y dominará de mar a mar,
del río hasta los confines del orbe de la tierra[102]. Estas cosas no se pueden referir a Salomón.
Este mismo ejemplo lo utiliza Jerónimo, lo que Paulo confirma con mayor autoridad aún[103].

¿Quién ignora que aquel famoso vaticinio del profeta Natán para David ha sido proferido según el
sentido literal a Salomón? Dice: Cuando se hayan cumplido tus días y duermas con tus padres,
suscitaré un descendiente tuyo después de ti que saldrá de tus entrañas y afirmaré su reino[104].
Esto se interpreta mejor con referencia a Salomón, porque Cristo ayer, hoy y por los siglos y no
cuando dormiría David[105]. Luego habla de ambos al mismo tiempo, de Cristo y de Salomón:‘Este
edificará una casa a mi nombre’, este una espiritual y eterna en el cielo, aquel, en figura, el templo
en Jerusalén. Es evidente que lo que sigue se refiere a Cristo: Y estableceré el trono [pg. 434] de
su reino hasta la eternidad. Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo[106].
Este ejemplo lo utiliza el apóstol cuando prueba que Cristo es superior a los
ángeles. A esto hace referencia también el mismo ángel Gabriel cuando dice: Le
dará el Señor Dios el trono de David su padre, y reinará en la casa da Jacob
para siempre y su reino no tendrá fin[107] (Lc 1). Y también lo que sigue: Si
alguien haga algo inicuo lo castigaré con la vara de los hombres y con golpes
de los hijos de los hombres. Pero no quitaré mi misericordia como la quité a
Saulo.

Aunque el divino Agustín quiere aplicar esto al Cristo en cuanto a su cuerpo, que
es la Iglesia, a la que Dios, cuando peca, corrige pero no será destruida[108]. Con todo, me parece
que esto con mayor claridad se aplica a Salomón que ha pecado y ha sido reprimido. Sin
embargo, el cetro no se le ha quitado como a Saúl.

Lo mismo se puede entender en cierto modo de Cristo y de Salomón. Altísimo es el Espíritu y


todo lo ve. Él puede de manera inefable y con enunciados que le son propios juntar cosas muy
distantes unas de otras, puede como en un momento tocar la discrepancia que existe entre miles
de siglos. Al mismo tiempo puede decir esto a unos y a otros. Así, si en griego significa a los
griegos una cosa, en el lenguaje bárbaro a los bárbaros otra, sin embargo, el que conoce las dos
con todo, quiere significar cosas diferentes. Si realmente cosas distintas quiere significar cosas
distintas, pero si proviene de una misma mente hay que considerarlo necesariamente como muy
verdad.

De esta manera respecto al juicio final y al fin del mundo hablaron en otra ocasión no
solamente los evangelios, a partir de los cuales se nos ha propuesto esta pregunta, porque
también aquí y allá los profetas han emitido profecías al respecto. Y puesto que están previendo
desde otra dimensión, están apuntando a otra cosa. Ellos amenazan, por ejemplo a una ciudad o
a cierta provincia, sin embargo hieren a todo en género humano. Pues, aquel que lee [p.435] en
Isaías yobserva la profecía contra Babilonia que vio Isaías el hijo de Amós,
ciertamente no entiende mal asumiendo que se está prediciendo el fin de los
caldeos[109]. Esto lo demuestra claramente el mismo profeta al final de capítulo.
Dice: He aquí que suscitaré sobre ellos a los medos, que no buscan la plata ni
quieren el oro y será Babilonia gloriosa entre los reinos y destruida la soberbia
de los caldeos así como el Señor destruyó a Sodoma y Gomorra y lo que sigue
hasta el final.

Por eso Jerónimo y los demás traductores consideran con razón que se trata de
la profecía acerca de la destrucción del reino caldeo la que precisamente
aconteció bajo Darío primero y luego bajo Ciro. Ahora bien, si continúas un poco más verás algo
mucho más grande que la ruina de los caldeos. Pues, cuando se llega a lo que sigue: El Señor y
los instrumentos de su furor para que pierda a toda la tierra. Ululad porque está cerca el día del
Señor (Is 13). ¿Quién no comprende que se trata del cataclismo universal? Pues cuando se
añade: ‘Todas las manos se debilitarán y todo corazón humano será destrozado. Tendrán
convulsiones y dolores, como una parturienta sufrirán, cada cual le será susto para su prójimo, sus
rostros serán caras quemadas[110], ¡quién duda que se trata de lo mismo que dice el evangelio: Se
aterrorizarán los hombres por el miedo y le expectación que sobrevendrá al orbe entero![111] Eso lo
dice también claramente la misma profecía: He aquí que viene el día del Señor, cruel y lleno de
indignación, de ira y de furor para asolar la tierra y para destrozar a los pecadores. Porque las
estrellas del cielo ya no brillarán, el sol es oscurecido en su trayecto, la luna ya no dará su luz y
visitaré al orbe con males[112].

Estas cosas si no se dicen del día del juicio final, entonces se puede argumentar que la
Escritura no habla nada de ello. Del mismo modo se puede proceder cuando en Ezequiel[113]contra
el Faraón [p. 436] se habla de venganza, en Joelcontra Tiro y Sidón. Si
embargo se puede sacar como conclusión que se trata del fin del mundo ya que
se dice allí: Cubriré cuando hayas extinguido a los cielos, haré ennegrecer sus
estrellas, el sol lo cubriré con una nube y la luna no dará su luz. Todas las
luminarias haré que estén de luto sobre ti[114]. Esto con toda razón se aplica al
anticristo y al desmoronamiento de su cuerpo. En Joel es aún más evidente
cuando añade: ‘Se levanten y suban las naciones en el valle Josafat porque allí
estaré sentado para juzgar a todas las naciones de los alrededores[115]. Y aquello
de el sol y la luna entran en tinieblas y las estrella retiraron su esplendor y el
Señor rugirá desde Sión’, etc. Estos pocos ejemplos sacados de entre muchos
explican suficientemente que es una cosa común y como propio de las letras divinas que
propongan algo de menor importancia mientras que durante su desarrollo y en su conclusión se
convierten en algo más alto entretejiendo esto y aquello de manera admirable. Y esto es
especialmente el caso muy frecuente cuando se habla del reino de Cristo y de la perdición de los
hombres impíos. De esto estamos precisamente hablando.
La finalidad del discurso del Señor en el monte de los olivos es predecir fin del mundo
entero más que la destrucción de una ciudad.

Capítulo XII

Estas cosas anteriores se han conmemorado más abundantemente, para que la narración acerca
del proceso evangélico de la Iglesia, la última tentación, los prodigios y fin del mundo se pueda
ilustrar mejor. Por eso la destrucción del templo y la ocupación de la ciudad de Jerusalén
predichas por el Señor, son el punto de partida de todo el discurso pronunciado en el monte de
los olivos. Cuando, pues, los discípulos admiran aquella mole extraordinaria del templo y su
hermosa construcción e invitan al Señor, quien parece pasar de largo sin darle importancia, para
que observe [437] con mayor atención, en ese momento toda esta admiración
fue reprimida por la inesperada frase:¿Veis todo esto? En verdad les digo que
no quedará piedra sobre piedra, que no sea destruida[116]. Sacudidos por el
terror, no mucho después acuden a Cristo que está sentado en el monte de los
olivos mirando el panorama de Jerusalén y desean conocer al mismo tiempo
acerca de la destrucción de Jerusalén y acerca del fin del mundo.

Pues, es manifiesto en Mateo que ellos han preguntado y lo han entendido que
el Señor hablaba de ambas cosas. Lucas anota así: Maestro, ¿cuándo serán
estas cosas y cuál es el signo de que comenzará?[117] Y parece que quieren
hablar sólo de Jerusalén. Tampoco Marco habla tan abiertamente: ‘Dinos cuándo estas cosas
sucederán. ¿Cuál será el signo cuando todas estas cosas comenzarán a consumarse?[118] En
cambio, Mateo de manera conspicua demuestra que están preguntando acerca del fin del
mundo: Dinos cuando sucederán estas cosas y ¿cuál será el signo de tu venida y de la
consumación del siglo?[119]

Ahora bien, partiendo de esta ocasión el discurso del Señor se mezclan porque dice algunas
cosas de la destrucción de Jerusalén y algunas otras del fin del mundo. Con todo lo que se
refiere propiamente a la ciudad y al pueblo de los judíos es realmente muy poco. Se ven
expresadas detalladamente en Lucas: ‘Cuando vean que Jerusalén esté rodeada del ejército...’
hasta aquellas palabras… y Jerusalén será pisada por parte de los gentiles hasta que se cumplan
los tiempos de las naciones. Luego lo que sigue en seguida: ‘Y habrá signos en el sol, la luna y las
estrella y en la tierra angustia de las gentes por la confusión del ruido del mar’, etc., habla
patentemente del fin del mundo. Así lo propone también la Iglesia.

Con excepción de esas pocas cosas, todo lo demás que se lee en este como también en los
demás evangelios se han de entender sólo de fin del mundo o pertenecen a las dos calamidades
pero han de entenderse especialmente como dichas más de aquella [p. 438] destrucción general
del mundo que de la ruina de la ciudad.

Esto como el Espíritu divinamente lo quiere indicarlo, lo expresa por boca


de Mateo mediante la interrogación distinta respecto a la consumación del siglo
y la venida del Señor. Por eso no hay que dudar de que no queda otra cosas
que referirlo todo a eso que Mateo persigue por medio de las afirmaciones de
Cristo con ocasión de la pregunta de los apóstoles aunque algunas de esas
cosas podrían ser congruentes con la ruina judía. Casi las mismas cosas dice
Lucas del asedio y de la desolación de Jerusalén. Lo mismo piensan algunos de
los mejores exégetas antiguos y modernos. Es más, es según mi parecer la
manera del mismo Mateo al exponerlo todo.

Por eso cuando algunos oponentes antiguos y más recientes se esfuerzan en probar que la
mayor parte lo escrito de Mateo no se ha de entender del fin del mundo sino se refiere a la
conquista judía; me parece realmente que tal esfuerzo rinde pleitesía a la complicación más de lo
que es necesario. Yo mismo me he dado cuenta en algún momento que sería inepto y
absurdo aplicar literalmente a la tragedia de Jerusalén aquellas cosas que propone la
Iglesia durante el comienzo del adviento respecto al juicio final y que han sido precisamente
sacadas del evangelio de Lucas:Y habrá signos en el sol, en la luna, etc.

Es que sucede frecuentemente por el número y el uso (cuando se repite algo hasta la saciedad)
que los investigadores, obedeciendo a un sentido literal exagerado, están achicando el sentido
espiritual y entonces pierden también el verdadero sentido literal. Porque la letra de la palabra
divina en su mismo sentido es espíritu, de manera que quien no entiende que hay que ponerlo
siempre en primer lugar, este no es de Dios sino demuestra que trata de palabras de hombres
similares a los suyos propios. Necesariamente se aleja en muchas cosas de la misma
escritura. [p. 439]

También en los demás textos de la Escrituramuchas veces se predicen propiamente los


eventos de los últimos tiempos.

Capítulo XIII.

Aunque se haya explicado suficientemente el tema, con todo, también en otros


pasajes se debe entender indudablemente que se está hablando de los últimos
tiempos aunque la escritura parte de otra tema o entremezcle también otras
cosas. Por ejemplo, se habla de los reyes en aquella profecía famosa de
Daniel[120]. Cuando se llega al último rey el lector podría empecinarse en
averiguar de quién se habla tantas veces y se dicen tantas cosas. No parece
coherente que, cuando comenta los imperios de los griegos, se haga referencia
al anticristo. Se relatan muchas incidencias que se refieren al ilustre Antíoco o a
Epifanio y eso de manera muy clara. Si referimos todo lo que se dice a Antíoco
no sufre ni la fidelidad histórica ni el sentido de las palabras.

¿Qué entonces? Es cierto, como lo dice muy bien Cipriano mártir, en Antíoco se expresa el
anticristo[121]. Es que la escritura a uno lo llama raíz del pecado y al otro hombre del pecado. Es
que varios elementos de aquella profecía son comunes tanto a Antíoco cuanto al anticristo, pero
principalmente al último y al otro como que es figura de aquel[122]. Igual que las profecías de Isaías
respecto al rey de Babilonia[123] de modo similar hablan las de Ezequiel respecto al príncipe de
Tiro[124]. Ahora bien, si alguien entiende que están advirtiendo la soberbia de aquellos hombres, no
comete ningún error. Sin embargo, el que no piensa al mismo tiempo en el príncipe de las
tinieblas, en la serpiente antigua que se rebeló contra Dios y luego por divina virtud fue lanzado
del altísimo trono al infierno, no solamente se percata superficialmente de muchas cosas sino
hasta es llevado a la mentira.

Lo mismo sucede de nuevo en Juan. Se habla de la bestia en el Apocalipsis y del seudoprofeta.


Si alguien lo refiere a la persecución [pg. 440] universal de la Iglesia no razona
de manera inepta. Sin embargo, también se exhibe perspicuamente la misma
persona del anticristo. Si eliminan este tipo de comprensión histórica, será un
precio muy alto a pagar por aquella tan excelsa revelación porque la
acomodan a interpretaciones místicas y a alegorías de virtudes y vicios. De esta
manera todos fácilmente – me atrevo a hablar con audacia – podremos
profetizar e interpretar cuando se trata de uno de los dones que Pablo enumera
entre los grandes carismas del Espíritu[125]. A mí personalmente me parece
mucho mejor que cuando hay cosas que se profetizan de manera oscura
venerarlas con un silencio sagrado porque no se les puede explicar por medio
del ingenio humano a no ser que se hayan cumplido.

No niego que los comentarios tipológicos y morales de este género sean muy útiles. Han sido
utilizados muchísimo por los santos Padres. Sin embargo cuando leemos las famosas profecías
de la Escritura sea de Daniel o del Apocalipsis de Juan, no hemos de creer poder explicarlas a no
ser que hayan sido comprobadas por la realidad o insignes hechos por obra del Espíritu Santo.
Cuando uno cuidadosamente trae a la memoria todos los testimonios del Antiguo Testamento que
refieren repetidamente los evangelistas, especialmente Mateo, enseguida uno se da cuenta que
se trata de profecías respecto a realidades y hechos particulares de Cristo. Estas profecías, si no
se hubieran cumplido tal como han sido anunciadas, los hombres no las podríamos entender.

Por tanto, fue necesaria la exhortación divina para que de la misma manera comencemos a
investigar las demás profecías de Cristo en las Escrituras. Son las siguientes: por ejemplo desde
Egipto llamé a mi hijo[126]; una voz se ha escuchado en Rama, un llanto y quejido[127]. La tierra de
Zabulón y la tierra de Neftalí vio una gran luz[128]; aceptaron el precio en treinta monedas de plata
pesadas[129]; aquello de Juan: No quebrantaréis en él ningún hueso[130][pg.
441] mirarán al que traspasaron[131]. También en los Hechos de los
Apóstoles: ¿Por qué se estremecieron las naciones y estaban presentes los
reyes?[132]Esto se refiere a Herodes y Pilatos. Yo te engendré hoy[133] se refiere a
la resurrección. Por autoridad divina estas cosas, es decir, hechos particulares,
todas tienen un significado.

No hay que dudar que de parte de los profetas se haya profetizado sobre la
primera venida de Cristo, sobre su segunda venida, igualmente sobre la
tribulación de la Iglesia y sobre el fin del mundo. Y esto lo han confirmado el
mismo Cristo y los apóstoles en muchas circunstancias y se ha tomar en cuenta los hechos y
eventos más importantes al respecto.

El sumario del sermón pronunciado en el monte de los olivos: cuatro signos que durante
un largo espacio de tiempo precederán la consumación del siglo.

Capítulo XIIII.

Al haber explicado esto no es difícil darse cuenta que lo que se dice de este misterio en los
evangelios se ha de entender de tres tiempos distintos. Muchas cosas se han cumplido en el
trascurso de la historia de la Iglesia y se están cumpliendo todos los días. Algunas cosas se
refieren a los últimos tiempos. Cuando estas se han cumplido vendrá ciertamente el día del Señor.
Lo demás se refiere al fin del mundo y a la venida del Señor cuando juzgará a vivos y muertos.

Esto lo seguiremos exponiendo según su orden de acuerdo a lo que podemos averiguar de las
divinas letras y de la autoridad de los santos Padres.

En primer lugar no hay que suponer que el discurso del Señor en el monte de los olivos dirigió a
los suyos, como que se ha de aplicarse sólo a los últimos tiempos y como que se trata sólo de
los últimos signos. Muchos quizás se convencen erróneamente precisamente que a partir de la
interrogación de los discípulos sobre la consumación de los siglos y la venida del Señor el
discurso trata de exclusivamente de eso. Sin embargo, está ante nuestros ojos que la historia
de la Iglesia muy apenas ha llegado a su fin. [pg. 442] Es que los signos estos que han sido
predichos se refieren no sólo a la consumación de los siglos sino también a cosas que la preceden
en un intervalo muy amplio.

Es que a excepción de aquello que evidentemente ha sido dicho en relación


con la destrucción de Jerusalén y como saben todos se han cumplido dentro de
los cuarenta años subsiguientes, todo lo demás también podemos
admirablemente reconocer en los evangelios como que está referido al
crecimiento de la Iglesia, a la persecución, a los sufrimientos y el peligro que ha
padecido en aquel entonces, está padeciendo ahora y padecerá hasta los
últimos tiempos. Observamos, pues, que las persecuciones de los tiranos, las
pasiones de los mártires, los falsos dogmas y cismas de los heréticos, las
calamidades temporales a causa de las guerras y de las miserias del mundo han
sido descritas en pocas palabras.
Se indican, por ejemplo, el furor de los reyes impíos contra los servidores de Cristo hasta inclusive
torturas extraordinarias y muerte, y eso de la siguiente manera (Mt 24): ‘Os entregarán a los
tribunales, os matarán y seréis odiados por todas las gentes a causa de mi nombre y entonces se
escandalizarán muchos – esto se refiere a aquellos que negaron a Cristo y amaron más la gloria
del mundo - y se entregarán mutuamente y se tendrán mutuamente odio’.[134] Lucas también lo
expresa aún más claramente: Antes de todo esto os echarán mano, os perseguirán y los
entregarán a las sinagogas y a los guardias, os llevarán ante reyes y gobernantes[135], y todo lo
demás que desde los tiempos de los apóstoles hasta Constantino especialmente la
Iglesiauniversal ha padecido.

En cuanto a las tentaciones internas de la Iglesia que aparecen según el signo, es decir, los
engaños y falacias de los heréticos, estas han asediado a la Iglesia en todos los tiempos. Con
todo, al aplacarse la brutalidad de los tiranos y césares, ahí comenzó especialmente y gravemente
la persecución interna cuando la peste arriana recorrió el orbe arruinándolo, igual que las demás
lacras de Eunomio, Macedonio, Dióscoro y tales que terriblemente mortificaron a
los católicos. [pg. 443] Se les identifica fácilmente con las palabras evangélicas
con que Jesús exhorta con toda seriedad: Mirad que nadie os seduzca. Vendrán
muchos en mi nombre diciendo: Yo soy el Cristo[136]. Eso lo dicen precisamente
todos los autores heréticos cuando se constituyen como guías de la verdad y
cuando quieren que se tenga fe en ellos más que en Cristo y por eso Juan con
todo derecho los llama anticristos[137]. Y (el Señor) insiste nuevamente: Surgirán
muchos seudoprofetas y seducirán a muchos[138].

Hay un tercer signo: las guerras y los tumultos de las naciones. Estas cosas
existen desde que el hombre es hombre. Sin embargo, después que comenzaran los tiempos de
los cristianos, emponzoñaron grandemente el orbe entero. No habría que asignarle una época
determinada. Agustín se vio obligado a responder a las calumnias de los que echaron la culpa de
las calamidades a los cristianos[139]. Es cierto, la invasión de las gentes septentrionales, la gran
decadencia del imperio, las conturbaciones de todos los reinos le siguieron al gran furor de los
heréticos, y especialmente eran fuertes las guerras bárbaras cuando en Italia se dio la ruina del
imperio romano en tiempos de los santos Padres León, Agustín, Jerónimo. Estas cosas las predijo
Jesús de esta manera (Mt 24): ‘Y escucharéis de guerras y rumores de guerra. Se levantará
nación contra nación y reino contra reino[140].

El cuarto signo se da por medio de la perturbación y los prodigios de los elementos y de las
criaturas irracionales. Y habrá pestes, y hambre, grandes terremotos en algunos lugares, terrores
en el cielo y habrá grandes signos[141].

Varias historias cuentan que todo esto ha sucedido palmariamente y que todo el orbe de la tierra
será devastado o destruido. Por ejemplo, el Papa Gregorio da testimonio que sucedía en sus
tiempos y que no dudaba en decir que uno comprendía los signos con mayor claridad por suceder
en el mundo que cuando uno leía sobre ellos en el libro sagrado[142]. Me parece que los Santos
Padreshan observado estos mismos signos cada uno en su época y a partir de
ellos han anunciando [pag. 444] que el día del juicio estaba cerca. Cipriano lo ve
en las persecuciones atroces de los tiranos, Hilario en la poderosa herejía de los
arrianos, León quizás tanto en las inauditas invasiones septentrionales de los
Hunos y como en las demás, Gregorio, como dije, en las pestes, en los
terremotos, en el hambre y en la destrucción general. Y cada uno realmente,
como dije, ha visto allí los signos predichos por el Señor.

Pero tampoco quiero entender esto como que los signos se han cumplido
totalmente cuando se manifestaron en aquellos tiempos determinados como que
no se manifestarán ya hoy en día ni se manifestarían hasta el fin del mundo. Sin embargo, vemos
que el primer signo que Cristo ha predicho sobre Judea y Jerusalén se ha cumplido totalmente.
Luego en el mismo Imperio Romano y en la Iglesia – que es la cabeza del orbe - cualquiera de
estos cuatro signos siempre se manifiestan. Sin embargo, en las diversas épocas resplandecen
con mayor claridad a veces uno y a veces otro de ellos. Y no hay duda que luego los demás
reinos e iglesias han experimentado y experimentan cada día todo esto. A todos se dirige y a
todos concierne el discurso celestial.

Tampoco hay que pensar que esto no sucederá y con mucho mayor vehemencia en el último
combate de la Iglesia.¿Quién puede dudar que las guerras, los terremotos, las torturas y
asesinatos y las herejías incidan de manera salvaje en el fin del mundo? Con todo es muy cierto,
tal como lo dije más arriba, estas cosas no han sido puestas por Cristo como signos de los últimos
tiempos sino indican de alguna manera la futura destrucción del mundo pero no como de
inmediato. Esto lo dicen las mismas palabras del evangelio cuando luego de la
enumeración añade: Esto será el comienzo de los dolores; y también: Vean que no se
turben. Conviene que esto suceda, pero no es todavía el fin; esto se refiere a aquellos cuatro
signos también de manera igual, es decir el signo de los tiranos, el de las herejías, el de las
guerras, el de las tempestades. Esto se entiende claramente tanto a partir de Mateo, cuanto de
Lucas y de Marcos

Cómo describe el Salvador los signos de la consumación del siglo que sufrirá el mundo
mucho antes de su destrucción.

Capítulo XV.

Se puede preguntar legítimamente por qué estos signos del fin del mundo se indican y suceden
cuando acontecen antes de tantos siglos puesto que aún antes de la misma
exposición del Señor ya son muy familiares los males para el mundo cuando uno
se pone a revisar todas las épocas de los hombres. Es que no puedo dudar que
han sido indicados como signos y han sido dados como signos cuando
recordamos las preguntas de los apóstoles: ‘Dinos, ¿cuándo sucederán estas
cosas y cuál es el signo de tu venida y del fin del mundo?[143] Para ese propósito
sirve todo el discurso del Señor. Luego nuestros mayores los aceptaron así y lo
transmitieron a la posteridad. Por eso es nefasto que alguien piense de manera
distinta. Ahora que se hayan cumplido ya en gran parte ni se referían en primer
lugar al fin del mundo, esto consta claramente en la misma serie de afirmaciones
de los evangelios[144]. Se distingue esto de aquellos, a este se le da el nombre de comienzo ni
vendrá en seguida el fin. De aquellos, muy al contrario, se dice que cuando sucedan el fin ya
estará a la puerta y en seguida se hará el juicio.

Por tanto, si estas cosas acontecen tanto tiempo antes del fin del mundo y les son comunes a casi
todas las épocas, ¿cómo pueden ser signos del fin del mundo? Es como cuando los médicos
revisan a un enfermo y afirman ciertos indicios de una muerte segura – los cuales no son todos
del mismo género - , es decir, algunos hablan de la muerte cercana y otros no sugieren una
muerte tan cercana pero la muerte es segura. De la misma manera las cosas suceden en este
mundo que va hacia su ocaso. El médico experto y sabio conoce la fuerza y
lamalicia de la enfermedad ya desde lejos y sabe y exhorta con tiempo, cuando
hay peligro en demora, a que busquen la oportuna consulta aquellos a quienes
les corresponde. Es que está convencido [pag. 446] que la muerte del paciente
se acerca por cierta razón, es decir, las vicisitudes y los pronósticos o, como
ellos dicen, los signos críticos. En cambio, se reconoce la muerte inminente
recién por los signos extremos que todos conocen como son los ojos
tenebrosos, el pulso irregular y la respiración laboriosa; si sólo entonces avisa,
este médico no vale nada.

A los primeros hombres Dios les ha advertido que el día que coman del árbol prohibido morirían
de mala muerte[145]. Luego de eso vivieron todavía más que novecientos años[146]. Sin embargo, no
sólo del alma sino también del cuerpo se apoderó en aquel mismo día la muerte porque desde
entonces comenzaron a ser mortales. Pues, la desnudez, el trabajo, el hambre, el agotamiento y
demás tribulaciones que han experimentado permanentemente ¿qué otra cosa fueron sino pre-
anuncio de una muerte certera?
En consecuencia podemos decir que todo este mundo está enfermo y es patente que corre hacia
su ruina. Todas las creaturas padecen y todas estas creaturas tienen el deseo de reparar su salud
dañada de algún modo por el pecado del hombre para quien las cosas para quien han sido
creadas. Esto lo enseña egregiamente el apóstol: ‘La creatura ha sido sometido a la vanidad no
porque quiso sino por aquel que la sometió en la esperanza que la misma creatura será liberada
de la esclavitud de la corrupción en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Sabemos que toda
creatura gime y está con dolores de parto hasta este momento (Rom 8)[147].

Lo que sigue a este texto muestra claramente que no se habla de la creatura humana sino de
todas las demás creaturas. Ahora bien, estamos viendo las vicisitudes y el inquieto movimiento de
los cielos y de los astros, también el origen en la esfera inferior de las cosas engendradas
corruptiblemente y su destrucción. Esto el apóstol lo llama sabiamente vanidad algunas veces y
servidumbre de la corrupción. Por eso todo es como si se moviese como en un círculo, no tiene
consistencia en lugar alguno y como alrededor de un eje estos cuerpos luminosos dan la vuelta de
ahí por allá. Y, aunque la filosofía de los hombres acepte [p. 447] y hasta admire este movimiento
ininterrumpido, sin embargo, la sabiduría considera la vicisitud de las cosas caducas y todo este
moverse en círculo y también la necesidad de nacer y perecer como vanidad.

Establecido, pues, aquel tiempo después del juicio entonces será


tranquilo,plácido, iluminado abundantemente por la creatura celestial. Los
elementos ya no pugnan entre sí sino siendo armoniosos y pacificados
legítimamente serán adornados con los títulos de libertad y de gloria. Así como
se piensa respecto al hombre así ha de pensarse del mundo, de la enfermedad,
de la muerte y de la resurrección. Porque no sólo la sabiduría de los sabios de
este mundo Dios la ha convertido en necedad[148] ya que en sus disputas afirman
que este mundo tendría un futuro eterno sino también que de manera mucho
más universal es artificio de los hombres mundanos de admirar las cosas
mundanas como supremas e inmortales. En consecuencia, donde sucede esto
se relega o se desprecia los bienes eternos inherentes a estas cosas sin importancia. Por eso el
Dios-hombre que ama a los hombres, de tal manera ha expuesto claramente entre nosotros los
males del mundo, los peligros, los sufrimientos divinamente permitidos porque quiere lograr que,
al darse cuenta de que puede perecer a causa de todo ello, los ánimos se hagan aptos para la
vida eterna.

De esta manera las guerras, las pestes, las hambrunas, los terremotos, las tempestades, los
diluvios, bochornos excesivos, los desastres desde el cielo y sus terrores, las fallas llamativos del
sol y de la luna cuando se ven manchas y sangre frecuentemente y todos los demás portentos
indican, sin embargo, aunque no sean desacostumbradas, a aquellos que por gracia divina tienen
abiertos los ojos, como si se tratara de morbo del mundo que envejece. No disciernen siempre lo
que pasará en el futuro pero saben que ciertamente el mundo perecerá. Lo dice de una manera
contundente San Ambrosio: Ya que estamos en los finales del mundo les preceden ciertas
enfermedades; enfermedad del mundo son el hambre, la pestilencia, la persecución[149]. Así lo
expresa él. Y San Pedro dice: Ya que todas estas cosan han de disolverse, les conviene a ustedes
que sean [p. 448] como quienes se mantengan en santa conducta ypiedad,
esperando y acelerando la venida del Señor por quien se disolverán los cielos
ardientes y los elementos perecerán por el ardor del fuego. Pues esperamos
unos cielos nuevos y una nueva tierra prometida por él en las que habita la
justicia[150].

Se trata, pues, de signos del fin de los tiempos que han sido predichas por el
Señor: las calamidades que en un lugar aparecen con menor fuerza y en otro
con mayor devastación. Estos males de las que sufre ya antes el mundo,
anuncian que en algún momento serán definitivos. Con todo, cuánto falta de
este envejecimiento y de sus labores, esto no indican estos signos porque el número los años de
todo aquello solamente es conocido por Dios.
Entre todos los signos el más seguro consiste en el hecho cuando se ha completado la
predicación del evangelio en el mundo entero.

Capítulo XVI

San Agustín enseña muy sabiamente y Tomás aduce pruebas claras que de todos estos
signos no se puede deducir de ninguna manera cuándo está cerca el último día[151]. Si queremos
escoger un signo entre todos aquellos que ha predicho el Señor, encontraremos a ninguno más
seguro que aquel que se ha predicado el evangelio en todo el mundo. Con mucha sabiduría, pues,
como en todas las cosas, el santo Padre ha procedido con mayor prudencia y sutiliza que los
demás en este tema de la venida acelerada del fin del mundo y afirma que de todos los signos del
fin del mundo el más firme es la predicación del evangelio consumada en el mundo entero.

Consultemos el evangelio de san Mateo donde el Señor se expresa de siguiente manera: Y se


predicará el evangelio del reino en el mundo entero como testimonio a todas las gentes y luego
vendrá el fin[152]. Sé que los santos Padres Hilario y Crisóstomo explican este pasaje como si se
tratara de la destrucción deJerusalén, es decir, [pp. 449] de la agresión por parte
de Tito y Vespasiano. Por eso creen que el evangelio había sido predicado en el
mundo entero en los tiempos de los apóstoles. Esto lo confirma también Pablo
cuando escribe a los colosenses: En la palabra de la verdad evangélica que vino
a vosotros como vino al mundo entero y da fruto y crece[153]. De manera similar
habla cuando escribe a los romanos:¿Acaso no escucharon? A toda la tierra
salió su pregón y hasta los confines de la tierra sus palabras[154].

Pues, si solo Pablo, como dice Crisóstomo, ha predicado el evangelio desde


Jerusalén hasta Ilírico y hasta España, ¿qué no habrán hecho los demás
apóstoles y discípulos todos? Precisamente esta divulgación del evangelio en el orbe entero ha
provocado la destrucción de aquella ciudad y finalmente del templo. Otros, en cambio, transmiten
que no fue en aquel tiempo que el evangelio se divulgó en el mundo, que recién ha
comenzado más tarde y poco a poco. Por eso el Señor dice aquello de del fin del mundo y no de
la ciudad.

A mí me parece como cosa cierta que se ha de entender este signo no sólo ni principal y
propiamente del fin del mundo. Y que los apóstoles en cierto sentido hayan predicado al mundo
entero el evangelio, no digo nada en contra porque el orbe entero quiere significar frecuentemente
sinécdoque, especialmente aquella región que generalmente es conocida a los hombres en
general. Para decir unos ejemplos: Salió un edicto para que se inscribiese el mundo entero[155]; el
hambre que había vaticinado José en el mundo entero[156] ; aquello que está escrito en el libro de
Ester que se celebraría el día festivo en el mundo entero[157]. Podemos indicar muchísimas
instancias de este tipo. Es que se trata de una manera general como hablan los autores cristianos
y profanos[158]. En el mismo sentido habla Pablo afirmando que el evangelio ha llegado al mundo
entero y está dando fruto.

Ahora bien, si alguien quisiera acomodar aquellas palabras del Señor también a la destrucción
de Jerusalén [pp. 450] no me opongo mucho. Sin embargo, no han de ser
escuchados en modo alguno aquellos que pretenden de entender todo esto
como si no hablase en nada del fin del mundo como lo quieren Theophylactus y
Cornelio Jansenio, un hombre muy docto. Pues, si dejamos de lado la autoridad
de los Padres más importantes, Agustín, Jerónimo, Juan Damasceno, Prósper
de Aquitania, al autor del opus imperfectum comentando a Mateo, de Ambrosio y
de muchos otros que constantemente afirman que Cristo ha hablado del fin del
mundo, dejaríamos de tomar en cuenta que los más importantes de entre ellos
desean expresar que de parte de Cristo no hay signo más evidente que quiera
indicar la cercanía del juicio[159].

El contexto mismo del evangelio explica patentemente la intención del Señor. Por ejemplo, Mateo
comienza así: Cuando estaba sentado en monte de los Olivos se le acercaron los discípulos y en
secreto le dijeron: Dinos cuándo sucederán estas cosas. ¿Cuál será el signo de tu venida y del fin
del mundo? En seguida el evangelista relata simplemente la respuesta del Señor: Y en seguida
vendrá el fin. No se trata de otro fin que el del mundo porque sobre eso versaba la pregunta si se
quiere aceptar el orden del contexto y no se puede insinuar otro fin.

Supongamos que no hubiese precedido mención alguna del fin del mundo, con todo, cuando
Cristo de manera absoluta anuncia que vendrá el fin no se puede entender otra cosa sino el fin
absoluto y no de esta o aquella nación sino de la humanidad entera. ¿Quién, pues, podrá pensar
en otra cosa cuando escucha estas palabras? Ya que se ha mencionado el fin del mundo no hay
lugar para dudas. Además, ¿a qué viene lo siguiente:Se predicará este evangelio del reino en todo
el mundo para testimonio de las gentes? Digo, ¿qué significa eso de testimonio para todas las
naciones? En mi opinión [p.451] no significa otra cosa que la causa de Dios ha de justificarse
primero de cara a todas las naciones antes que venga el fin de las naciones.

¿Cómo se puede referir al debacle del pueblo judío cuando se habla


deltestimonio ante todas las naciones? Es que no tengo dudas que la causa de
Dios ha sido justificada ante las tribus de Israel en la diáspora antes de la
destrucción del templo ya que los apóstoles primero se han dirigido en todas
partes a los judíos y no habrán existido (judíos) en las regiones más allá de las
que han sido evangelizados por los apóstoles. Y aduciré para ser tomado en
cuenta aquello de Pablo (cf. Rm 10): ¿Acaso no escucharon? Pues en toda la
tierra llegó su anuncio y hasta los confines de la tierra resonaron sus
palabras[160]. Esto se ha dicho ante todo por la perfidia de los judíos porque es
totalmente inexcusable su falta de fe en Cristo.

La sentencia siguiente parece mostrarlo con mayor claridad aún cuando argumento: ¿Acaso Israel
no sabía? Es que antes Moisés dice: ‘Les haré celosos de los que no son pueblo, etc.’. Si la
primera predicación del evangelio no se hubiera dirigido solamente a los judíos sino a los paganos
entonces, según las palabras de Pablo también todas las naciones serían inexcusables. Pues
realmente no se puede expresarlo mejor de cómo lo que dice el divo Agustín sobre los apóstoles y
los predicadores apostólicos que en toda la historia de la Iglesia están anunciando la paz para que
sea aceptada por todas las naciones.

Esto sucede para que todos escuchen ya que el sonido del anuncio celestial ha de llegar hasta
los confines de la tierra. De este tema hemos hablado suficientemente en el libro De procuranda
Indorum salute[161]. Por eso no es necesario decir más aquí, a excepción de una cosa. Se ha
abierto recientemente un gran campo en el mundo, tantas naciones de paganos han sido
descubiertas que ni siquiera una sílaba conocían de la ley evangélica. Es que aquellas palabras
del Salvador han de entenderse propiamente y según su sentido respecto a una cosa tan
importante, como vemos en la vocación de aquellas gentes. [p.452]. Por eso es insulso querer
aplicar esta patente profecía y sus signos ilustres dados de parte del Señor sólo a las angustias
de los judíos.

La promulgación del evangelio no ha llegado aún a todas las naciones.

Capítulo XVII.

Ahora hay que explicar si este signo de la vocación de todas las naciones ya se
ha esclarecido de manera que pronto tengamos que esperar el fin del mundo o
cómo es la cosa. Jerónimo y otros de los antiguos en su época creyeron que el
evangelio había sido anunciado en toda la tierra y han sospechado que en
breve se presentaría el último día[162]. De otra parte Agustín se muestra
nuevamente muy al tanto de la cuestión y con argumentos muy certeros afirma
que no se ha anunciando aún la paz evangélica a todas las naciones diciendo
que en África había mucha gente a quienes no había llegado ni el nombre
cristiano ni la fama del imperio romano, y que no habría duda alguna que no se
acabaría el mundo antes que también a ellos se predicara la palabra de
Cristo[163]. Es por eso que no le parecía a él por qué con tanto apremio a algunos les parecía
cercano el día del juicio. Así habla muy acertadamente aquel Santo Padre.

Desde entonces han pasado más de mil cien años. Ahora bien, en la época nuestra y la de
nuestros padres consta que ha sido descubierta una enorme parte del orbe de manera que es
seguro que se dilata el juicio hasta que a tantos pueblos y naciones se les abre el camino de la
salvación. Esto demuestra que Dios es fiel en todas sus palabras. Ahora bien, si se sabría lo que
hay de habitantes en el mundo entero ya estaría patente la conclusión al respecto; y en el caso
que ya no habría naciones desconocidas a quienes hay que anunciar a Cristo, y para esperar
acertadamente el fin del mundo cercano, para lograr eso habría que realizar un trabajo ingente. Es
evidente [p. 453] especialmente en este siglo, es decir, el año 1500 se han descubierta más
hombres a quienes el anuncio evangélico debe llegar, que en todos los mil años anteriores. Por
eso ningún hombre inteligente puede temerariamente esperar que los tiempos fijados por el
decreto divino hayan llegado.

Supongamos que se le puede asignar algo a la argumentación humana. Personalmente


tengo varias conjeturas, y no son depoco peso, de las que voy a presentar las
más importantes. Pienso que no se ha terminado aún la obra de la predicación
evangélica que Dios dijo había de realizarse en el mundo entero. En primer lugar
hay que tener en cuenta que hay muy extensas regiones en las cuales no se ha
propuesto aún la fe cristiana. En la misma América nos enteramos por testigos
fidedignos, entre ellos también hermanos de nuestra orden, que ya antes, al
navegar los españoles buscando nuevos reinos por el gran río Marañón bajo el
mando de Orsua, se han encontrado pueblos que parecían bastante cultos en
su bárbaro modo de vivir, a quienes ni han saludado. También se cuenta de
cierta gran provincia llamada Paititi. Y hablan de gobernantes, no se si es fabula,
gigantes de Patagonia y de otros, esto sin duda, del Magallánico. A todos ellos ciertamente aún no
se ha predicado el evangelio.

Lo que hay entre el océano austral y el septentrional es casi totalmente desconocido y no es


verosímil que tanto espacio de tierras esté sin habitantes. Y eso sólo refiriéndonos a las provincias
que conocemos muy bien. ¿Qué habría que decir de las islas Salomón y de toda esta cadena de
tierras? ¿Qué del otro lado del mundo, por ejemplo acerca del promontorio mendocino? ¿Qué de
lo que se llama Nueva Guinea? Realmente tantas y tan grandes regiones no han sido
descubiertas y no en vano hay que creer firmemente que la divina providencia está actuando para
que lleguen a ser conocidas, luego sean visitadas y finalmente reciban el anuncio de la salvación.
[p. 454].

Dicen, es verdad, que algunos han podido percibir la noticia del nombre cristiano de los pueblos
vecinos y de esta manera se les ha predicado a ellos también el evangelio. Que
aclaren una cosa: ¿Esa noticia es digna del evangelio, quiero decir, han
anunciando tanto la noticia de Cristo de manera tal que descubrieron que sus
dioses no son nada, que la salvación sólo está en Cristo y que la ley cristiana es
pura y que han aceptado observarla sinceramente? ¿Si resuena el nombre de
cristiano como, por ejemplo, la voz España o Turquía no podrán aquilatar la
realidad de Cristo Dios de acuerdo a su dignidad, acaso no es entonces
imposible creer que el evangelio les sea conocido ya que apenas han oído de
él? Pues Cristo ha predicho aquella predicación que ha de hacerse en todo el
orbe de la tierra se realiza como testimonio a toda la gente[164]. Esta la deberían
recibir como tal. Si la rechazan serán juzgados por la misma palabra de Dios como lo ha dicho la
misma Verdad[165]. La Escriturahabla no sólo de la predicación futura sino también de los frutos de
la predicación en todo el orbe de la tierra.

Dice el beato Prósper:Que nadie sea tan audaz como para afirmar que alguna nación o alguna
región de la tierra podría estar excluida en la cual no se extiendan los tabernáculos de la
Iglesia[166]. Dice el Señor al Hijo: Pídeme y te daré a las naciones en heredad y en posesión los
confines de la tierra[167]. Recordarán y se convertirán al Señor todos los confines de la tierra y
adorarán en su presencia todas las familias de las naciones[168]. Esto mismo lo expresa Juan más
claramente en el Apocalipsis cuando dice:Vi una muchedumbre grande que nadie podía contar de
todas las naciones, tribus, pueblos, lenguas de pie delante el trono en presencia del cordero,
vestidos de túnicas blancas y con palmas en sus manos[169].

No sólo deberá predicarse el evangelio a todas las naciones [p. 455] sino
la predicación deberá ser tal que recoja a los hijos del reino de todas las
naciones, lenguas, pueblos y tribus. Quién reflexiona sobre eso no puede dudar
que en las inmensas tierras de los chinos el evangelio no ha sido aún
promulgado. No es suficiente creer que porque algunos mercaderes
portugueses les han dicho algún vocablo cristiano o que uno que otro monje
haya querido predicar de Cristo en la ciudad marítima de Cantón, pero no han
predicado el evangelio. Vendrán, vendrán los tiempos en las cuales según la
altísima presciencia de Dios no les habrán faltar operarios evangélicos que de
los chinos y a las demás tierras diligentemente se ocuparán de ello como
conviene.

¿Se puede saber cuándo el evangelio habrá sido anunciado a todos para que venga el fin?

Capitulo XVIII

Al fin y al cabo no se ha comprobado si quedan por descubrir nuevas regiones y tierras del orbe.
Según los relatos de los marinos existen todavía tierras allende que se han observado de lejos y
no han sido exploradas. Estos relatos son invariables. Tanto es así que a los cartógrafos les
siguen siendo desconocidos litorales para que puedan consignarlos en los mapas marítimos.
Existen no pocas razones de suponer que existen varias regiones que los hombres todavía no
conocen. Por ejemplo, de cara a todo el océano peruano si miras desde al oriente hacia occidente
en línea recta, no se sabe de región alguna que pueda haber enfrente. Tampoco es verosímil que
exista tan grande extensión de tanto espacio marítimo que se ha visto hasta ahora sin que haya
tierra firme. Pues, sucede que hasta donde se extiende este continente más allá del
Magallianicum, nadie sabe desde hace pocos años hasta ahora que no era un continente sino
una isla rodeado por todos lados por el océano [p. 456]. Pues este es el rumor luego que los
ingleses entraron por allí y no se sabe si es verdad o es falso.

De la misma manera, ya que hay una amplia zona temperada habitada cerca
del polo árctico y las otras dos – aunque fueran habitadas por un menor número
– con todo es probable que cerca del polo antártico haya una región habitable
mucho más grande de la que conocemos ahora. Lo que sabemos hasta el
momento es tan exiguo que si comparamos la población del lado opuesto se
podría decir que es una proporción de tres a cincuenta. Pero no se trata de un
argumento sólido. Porque si tanta extensión hay cerca del polo cuanto hay en
otra parte del mundo entonces la mole de la tierra sería mayor que todo el
océano. De este modo el elemento tierra superaría en magnitud el elemento
agua. Ahora bien, aunque los sabios matemáticos de nuestro tiempo han
opinado que el único globo esférico se compone de ambos elementos y lo demuestran; sin
embargo, aunque afirman que el mismo sería el centro de la extensión como de la gravedad no
lo demuestran ni pueden demostrarlo[170]. Es que parece improbable y contradice a la filosofía que
el agua no ocupe mayor dimensión que la tierra. Vemos, por ejemplo que en todos los cuerpos
superan en dimensión los que de acuerdo a su naturaleza son superiores en un lugar
determinado. Y la experiencia no contradice a la filosofía. Si fabricamos un globo compuesto de
ambos elementos de acuerdo de cuanto se ha explorado hasta el día de hoy, entonces
encontramos por un paso de tierra diez de agua. Cuánto sea la profundidad del océano (ellos
quieren que sea de acuerdo a la superficie de la tierra por las islas que aparecen en medio de él)
esta la puede medir sólo la sabiduría que se glorifica: Sola recorrí la esfera y penetré lo profundo
del abismo y caminaba en las corrientes de las aguas y he estado en toda la tierra[171]. [p. 457]
Aunque el océano, que la Escritura llama abismo, rodee como un vestido toda la tierra, como dice
el salmo 103, no está distribuida equitativamente ni en todas partes. Es que la tierra en su mayor
parte se encuentra hacia el vértice norte y la mayor parte del agua tiene su
superficie más hacia la parte austral. Por eso argüir con estos argumentos que
la mayor parte de la tierra todavía sea desconocida otros pueden igualmente de
la misma manera contra argüir. En conclusión, ya que ni siquiera se puede
afirmar que el hombre haya navegado todo el orbe dando una vuelta completa
explorando, tampoco tiene caso discutir si el evangelio ha sido difundido en todo
el orbe de la tierra. Aunque se diera el caso tampoco los hombres podrán
saberlo por evidencia. Ya Agustín lo advierte[172]que no se puede saber si no es
revelado por Dios. Es como con el paraíso terrestre. Aunque uno recorra todas
las regiones y los mares, nadie puede abarcar el sitio o el lugar. De la misma
manera nadie puede afirmar que no queda por explorar ninguna otra región de la tierra, ningún
otro recoveco de la tierra, ningún otro continente, ninguna isla más allá de lo conocido.

Así sucedió que de este modo Cristo nos ha querido animar a la predicación del evangelio para
lograr la salvación de los paganos para que mientras el mundo exista no pensemos desistir de
esta obra. Y, aunque hayamos aportado mucho sobre el tema, no nos atrevemos a decir algo de
cierto del momento del fin del mundo. Queda, sin embargo, que con temor y atentos esperemos
la venida de Dios. [p. 458]

[1] 1 Pe 4, 7.
[2] Stgo 5, 8.
[3] Cf. 1 Cor 10, 11.
[4] Cf. 1 Jn  2, 18. En el original dice 1 Jn 8. Tiene sólo 5 capítulos.
[5] Mt 24, 34.
[6] Sof 1, 14.
[7] Cf. Joel 2, 28.
[8] Cf. Hch 2, 17.
[9] Ez 7, 2.
[10] Gregorio  homilía 1 Inevangel.   y  libro 8 la espístola 41 y en la homilía 4 In evangel.
[11] Ambrosio, libro 10 in Lucam.
[12] Hilario, in Constantium.
[13] Hilario, in libro contra arianos et Augentium.
[14] Cipriano, (ibro 4 epist. 6.  La misma obra libro 3 epist 1.
[15] Justino en el diálogo con Trifón escribe que el Anticristo ya está a las puertas.
[16] Leo, ser. 8 de ieiunio 10. Mensis. Jeeronimo, In 24 cap. Matthaei; Surius en la vida de San Vicencio.
[17] Cf. Mc 13, 32; Hch 1, 7.
[18] Cf. Tit 2, 12-13.
[19] Agustín, libro 18 De civit. c. 53.
[20] Genebrardus en su Chronographia c. 1.
[21] Libro 7 c. 14.
[22] Libro 5 c. 28.
[23] Direct. Inquir. p. 2 qu. 15 se encuenrtra este error 49. 
[24] Cf. Dan 12; Ez 4.
[25] Direct. Inq. P. 2 q. 11 enumera primero el error  de Bartolomé Ianovesii Maioricensis
[26] Hch 1, 7.
[27] Agustín libro 18 De civit. c. 52. 
[28] Mc 13, 32.
[29] Cf. Ecl 3, 22.
[30] Cf. Mt 24, 42; Mc 13, 33;.
[31] Cf. Lc 12, 35.
[32] 2 Ts 2, 1-3.
[33] Cf. 1 Cor 4, 5; 1 Cor 10.
[34] 1 Ts 4, 17.
[35] Jerònimo, In espist. Ad Minerium y Alexad.; Anselmo In 2 Tes cap. 2.
[36] Cf. 2 Tes 2, 1-3.
[37] Cf. Rom 3, 7-8.
[38] Cf. Mc 13, 23. 33.
[39] Agustìn, epist. 80 a Hesyquio.
[40] Apc 22, 12.
[41] Hch 1, 11.
[42] Cf. Salmos 144, 13; 24, 10; 118.
[43] Mt 24, 35
[44] Cf. Eccli 39 passim; Sab 7, 7.
[45] 2 Pe 3.
[46] Cf. Stgo 4, 14.
[47] Cf. Hab 3.
[48] Salmo 89, 4.
[49] Is 14, 1.
[50] Ag 2, 6.
[51] Hab 1, 3-4.
[52] Cf. Heb 10, 36-38.
[53] Heb 10, 38. En el original dice Heb 6.
[54] Mt 24, 48-51.
[55] Cf. 2 Tim 3 , 6.
[56] Cf. Jn 10, 1;  Zac 11, 17 (=original Zac 1)
[57] Cf. Mt 24, 51.
[58] Agustìn, espist. 80 ad Hesychium.
[59] Cf. Mt 25, 14-30.
[60] Lc 21, 36.
[61] 1 Ts 5, 4.
[62] Apc 16, 15.
[63] Apc 3, 3.
[64] Jerónimo, in Ioelem cap. 2.
[65] Cf. Heb 1, 6;
[66] Cf. Salmo 36.
[67] Jn 3, 16.
[68] Cf. Dt 32, 40?; Jn 7.
[69] Mt 22, 32;  Ex 3, 6;
[70] Hch 23, 8.
[71] Cf. Apc 20, 6.
[72] 1 Cor 15, 15-17 y 19.
[73] Cf. 2 Cor 5, 4.
[74] Cf. Ecl 12, 1-3.
[75] Cf. Jerónimo, comentario  al 18 Eccl.
[76] Cf. Gregorio Taumaturgo, in paraphr. Eclesiast.
[77] Cf. Juan 2 (original), más conviene Apoc. 2 passim.
[78] Apc 15, 3-4.
[79] Salmo 9, 16.
[80] Salmo 149, 9.
[81] 1 Cor 4, 5.
[82] Eccl 9, 2.
[83] Cf. Cipriano, in oratione de mortalitate.
[84] Basilio, comentarioal salmo 33.
[85] Cf. Mt  24, 27; Apc 1, 7.
[86] Cf. Daniel 7 passim; Apc 20 passim.
[87] Cf. Tit 2, 12.
[88] Eccl 12, 13-14. Original Eccli 13.
[89] Mt 24, 34.
[90] Cf. Agustín, libro 83 q. 58 un poco antes del final.
[91] Cf. Agustìn, libro 83; Thomàs in addit. q. 88. art. 3 ad 3.
[92] Lc 21, 36.
[93] Cf. Bernardo, sermo de S. Inocentibus. Agustìn libro de Bono persever. Cap 8 y de Praedest. Sanct. cap 14; Sab. 4, 11.
[94] Sab 4, 11.
[95] Cf. Agustìn, De civitate libro 20, cap. 8;  Anselmo, In 1 Thes. 4.
[96] Jn 16, 4.
[97] Lc 22, 37.
[98] Mt 26, 54.
[99] Cf. Dan 12 passim.
[100] Cf.  Jerònimo, In 11 Dan; autor imperf. homil. 49 In Matt.
[101] Agustìn, 3. libro De Doctr. christ. cap. 34.
[102] Cf. Salmo 71.
[103] Cf. Jerònimo, In Dan 11
[104] 2 Sam 7, 12. Original:  2 reg 7.
[105] Cf. Hb 13, 8.
[106] Cf.  Heb1, 5.
[107] Lc 1, 32-33.
[108] Cf. Agustìn, 16 De civit. cap. 8 y 9.
[109] Cf. Is 13, 1.
[110] Cf. Ibidem.
[111] Lc 21, 26.
[112] Is 13, 9-10.
[113] Cf. Ez 32, 2.
[114] Ez 32, 7 No hay cita al margen
[115] Joel 3, 12.
[116] Mt 24, 2.
[117] Lc 21, 7.
[118] Mc 13, 4.
[119] Mt 24, 3.
[120] Cf, Dan 11.
[121] Cypr. liber de exort. ad Marti.
[122] Cf. 1 Mac 1;  2 Ts 2.
[123] Cf. Is 14, 4ss.
[124] Cf. Ez 28, 2ss.
[125] Cf. 1 Cor 14 passim.
[126] Mt 2 15; Os 11, 1.
[127] Mt 218; Jr 31, 15.
[128] (Mt 4, 15; Is 9, 1.
[129] Cf.  Mt 26, 15; Zac 11, 12
[130] Cf.  Jn 19, 36; Ex 12, 46.
[131] Cf. Jn 19, 37; Zac 12, 10.
[132] Cf. Hch 4, 25; Sal 2, 1-2.
[133] Cf.  Hb 1, 5 (en el original Hch 13); Sal 2, 7.
[134] Mt 24, 9.
[135] Lc 21, 12.
[136] Mt 24, 4-5.
[137] Cf. 1 Jn 2, 17.
[138] Mt 24, 11. No aparece la cita.
[139] Cf. lib. 2 Retract. c. 43 y libr. De civit. cap. 30 q. y 31.
[140] Mt 24, 6.
[141] Lc 21, 4.
[142] Cf. Greg. homil. 1 in Evang.
[143] Mt 24, 3.
[144] Cf. Mt 24; Lc 21.
[145] Cf. Gen 2, 17.
[146] Cf. Gen 5, 5.
[147] Cf. Rom 8, 20-22
[148] Cf. 1 Cor 1, 20.
[149] libr. 10 in Lucam.
[150] 2 Pe 3, 11-13.
[151] Cf. Agustín in epist 78; Tomás 4. dis 43. q.1 art 1).
[152] Mt 24, 14.
[153] Col 1, 5.
[154] Rom 10, 18.
[155] Lc 2, 1.
[156] Gen 41, 54.
[157] Cf. Ester 9, 28.
[158] Cf. Theo. in Matt. c. 24; Jansen. in Cordor. c. 122; Agustín, espist.78 y 80; Jerón. in Matt. 24.
[159] Cf. cf. Damas. c. 28 libro 4 de fide orthod.; Prosper en al epist. a Rufino, c. 4 al obispo Call; autor imperf. hom 48; Ambrosio
libro 10 in Lc; Catecismo de Pio V comentando el versículo del símbolo ‘De donde ha de venir para juzgar’ y del mismo modo tradis.
[160] Rom 10, 18.
[161] Cf. Libro 1 c. 2.
[162] Jerónimo, in Matth cap. 24; Ambrosio, in Luc. cap. 21).
[163] Cf. Agustín, epist. 80.
[164] Cf. 28, 18.
[165] Cf. Jn 12, 48.
[166] De libr. arbitr. ad Ruff.
[167] Sal 2, 8.
[168] Sal 21, 28.
[169] Apc 7, 9.
[170] (Christophorus Clauius in libro 1 Spherae.
[171] Eccli 24, 8.
[172] Ad Hesyc. espist. 80.

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