Y le llamamos “eso” como algo indeterminado, pero a la
vez “conocido” por nosotros. Y “conocido” entrecomillas, pues a pesar de que el imaginario respecto al “amor” es gigante, y suele definirse de muchas formas, no hay una única manera. Así, ya comenzamos un problema, el de la definición. Pero si nos limitamos a la definición estándar que nos impone la lengua española, podemos tal vez hallar algunas pistas para poder dirigir nuestra respuesta. Las primeras 3 acepciones de la RAE nos dicen que es un sentimiento respecto a un ser u objeto. Más allá de la caracterización que podemos hacer, ya lo clave está en la palabra sentimiento, y con la cual, la mayoría estaría de acuerdo. Por tanto, el amor sería un sentimiento. ¿Pero eso es suficiente? ¿Qué es un sentimiento? Y ¿Dónde residen estos? Aquí se nos abre otro camino a recorrer, esto es, el encontrar el origen del amor en tanto sentimiento, acepción con la cual nos quedaremos por ser obvia preliminarmente. ¿Dónde residen los sentimientos? Muchos dirán que pertenecen al corazón, otros al alma, y algunos pocos dirán que tiene que ver con el cerebro. Pues bien, podríamos partir con lo del corazón. Es bien sabido que en la antigüedad, muchas civilizaciones y culturas antiguas identificaron los sentimientos con el corazón. No hay que intuir demasiado la razón evidente. No obstante, la ciencia actual nos dice que el corazón no aloja los sentimientos, pese a la interacción que las emociones tienen en todo el cuerpo. Por tanto, a pesar de su carga poética y lírica, el corazón no alberga al amor. El alma es un término complejo de definir, pues involucra muchas cosas. Puede referirse a un área muy profunda e interna del individuo sin necesariamente especificarla. Otros por el contrario, alma significa un ente que está en el cuerpo, pero que es a la vez separado de él, a pesar de la oscura interacción entre el alma-cuerpo. Allí, entonces, estaría el amor. En este punto también cabe señalar que los que aceptan tal punto de vista, pueden dividirse en aquellos más religiosos y místicos que creen en un alma inmortal, y aquellos que piensan que fenece junto al cuerpo. Finalmente, para otros, alma puede ser sinónimo de mente, o consciencia. Sea lo uno o lo otro, esta de igual manera que los religiosos pueden pensar en términos de mente/consciencia material o inmaterial, mortal o eterna. Para aquellos que no especifican el alma, sino que meramente la ven como algo muy profundo, sencillamente tal cosa poética no existe, salvo en la indefinición, y como tal, inexistente salvo en lenguaje simbólico o alegórico. Por tanto, eso “profundo” debería designar alguno de las dos siguientes definiciones que le siguen. Los que piensan en términos religiosos o místicos, ya sea basados en una creencia religiosa (como la católica), o filosófica mística (Platón), sea esta inmortal o no, ambas posiciones caen en un mismo error: es imposible demostrar científicamente la existencia de un alma inmortal o no, dentro o fuera del cuerpo. Por tanto, queda como una postura completamente descartada. La última opción, aquellos que piensan que el alma es la mente o consciencia, como igual o separada del cuerpo, en este último punto específicamente, pueden diferenciarse de manera radical. Si la mente o consciencia es separada del cuerpo, forzosamente estaría más allá del cuerpo físico, o del ámbito material. Por tanto, a pesar de usar términos distintos y más actualizados respecto al alma, caerían en lo mismo. Ahora, si la mente o consciencia es parte del cuerpo, o el cuerpo mismo, estaríamos hablando de un ámbito concreto, de la realidad física y material y, por tanto, verificable. Con este recorrido, por fin podemos hallar una ruta concreta para proseguir nuestra búsqueda. Si la mente/consciencia (o alma) es el cuerpo mismo o una parte de él, ya podemos identificar donde reside el amor. Primeramente, la opción de todo el cuerpo como igual a la mente o consciencia, queda descartada, pues no hay tal evidencia de actividad consciente o pensante en las diversas partes del cuerpo humano. Por otro lado, que la consciencia resida en un lugar concreto, es mucho más viable. Y ya lo sabemos desde hace mucho: el cerebro. Por tanto, podemos decir con toda seguridad, que el amor, esto es, los sentimientos, residen en el cerebro. ¿Pero cómo? ¿En qué parte?