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CONCEPTO DE HOMBRE EN PLOTINO – ANTOLOGÍA DE TEXTOS

1. CONÓCETE A TI MISMO.

— ¿Sobre qué cosa se podría investigar con mayor razón. . . que sobre el alma?. . . Porque nos conduce a
estos dos conocimientos: de aquello de lo cual es principio y de aquello de lo cual proviene. Obedezcamos al
precepto del Dios, que nos ordena de conocernos a nosotros mismos, realizando la investigación sobre ella
(IV, 3°, 1).

2. EL VERDADERO SER DEL HOMBRE: EL ALMA Y LA RAZÓN QUE LA TRASCIENDE.

— Nosotros, no somos ni este cuerpo, ni libres de él, sino que él está ligado y es dependiente de nosotros. ..
Pero nosotros lo consideramos como la parte más apreciable de nosotros, hasta como el hombre mismo, y de
cierto modo nos sumergimos en él (IV, 4°, 18). En dos sentidos, pues, decimos: nosotros: o añadiéndole el
animal, o teniendo la mirada puesta en el principio superior a éste. El animal es el cuerpo viviente; pero el
verdadero hombre es otro, puro de tales cosas, que posee las virtudes intelectuales, que tienen su asiento en
el alma separada: separada y separable, aun cuando se halla aquí (en el mundo corpóreo) (I, 1°, 10). También
la separación (del alma) del cuerpo y el desprecio de los así llamados bienes corpóreos testimonian que el
hombre, y sobre todo el hombre virtuoso, no es ambas cosas (cuerpo y alma) (I, 4°, 14). Nosotros somos el
alma (I, 1°, 10). Pensamientos, opiniones, intelecciones: aquí, sobre todo, nos encontramos nosotros. Aquello
que se halla antes que esas cosas, (el intelecto) es nuestro; nosotros somos ellas; lo que se halla por debajo
pertenece al animal. Nada impide llamar animal al todo, mezclado con lo que es inferior; pero el hombre
verdadero se halla aquí (I, 1°, 7). Es menester, pues, que el hombre sea otra razón, que trascienda el alma (VI,
7°, 5).

I. El alma presupone el intelecto, como centro del cual se halla suspendida. — Tal, pues, como el alma es
razón de las cosas justas y bellas, y el razonamiento es investigación sobre si tal cosa es justa y tal otra es
bella, es necesario también que haya un justo en si, por el cual nazca también el razonamiento en el alma; de
otra manera, ¿cómo podría razonar de él? Y si el alma, ora razona acerca de eso, ora no, es necesario que
exista en nosotros un intelecto, que no solamente razone, sino que también posea siempre lo justo, y que el
intelecto sea principio, causa y Dios, no siendo divisible, sino permaneciendo en sí mismo y no en un
determinado lugar, y que por otra parte dirija su mirada hacia muchos, uno a uno, de los seres capaces de
recibirlo del mismo modo que a otro sí mismo: de igual manera en que también el centro está en si mismo, y
cada uno de los puntos del círculo tiene también un signo en ese centro, y los rayos aportan a cada uno el
signo propio. También nosotros estamos en contacto y unidos y suspendidos de semejante centro de todo lo
que se encuentra en nosotros: en él estamos establecidos hasta que a el tendemos (V, 1°, 11).

II. Relación entre intelecto y alma: el alma, potencia intermedia entre sensibilidad e intelecto. — ¿Qué es lo
que impide que el intelecto puro se halle en el alma? Nada, diremos. Pero, ¿es necesario decir también que él
pertenece al alma? Pero no diremos que el intelecto pertenece al alma, sino que lo llamaremos nuestro y es,
sí, distinto del hombre que piensa y se superpone a él, pero es nuestro sin embargo, aunque no lo
consideremos entre las partes del alma: en cierto sentido es nuestro, y en cierto sentido no. Porque ora nos
servimos de él, y ora no nos servimos de él, mientras que siempre nos servimos de la razón discursiva. Por
eso, es nuestro mientras nos servimos de él, y en cuanto no nos servimos de él, no... He aquí lo que somos:
los actos del intelecto son superiores a nosotros; los de la sensibilidad, inferiores. Lo que es propio del alma,
intermediaria entre dos potencias, una inferior, la otra superior: inferior la sensibilidad, superior el intelecto:
esto es lo que somos nosotros. Que la sensibilidad sea siempre nuestra, parece cosa concedida, porque
siempre sentimos; por lo que se refiere al intelecto está puesto en duda, ya sea porque no siempre es
empleado, o sea porque está separado: separado no por su rechazo, sino más bien porque nosotros dirigimos
la mirada hacia él, en lo alto. La sensibilidad es nuestro mensajeros el intelecto es nuestro rey (V, 3°, 3).

III. Cómo está el alma en el cuerpo. — No se debe decir absolutamente que el alma se halle, ni ninguna de
sus partes ni toda ella entera, en el cuerpo como en un lugar. Pues el lugar es aquello que abraza y contiene
el cuerpo...; pero el alma no es cuerpo, ni tampoco contenido más que continente... Y tampoco está como
parte en el todo, porque el alma no es parte del cuerpo... Ni tampoco como forma en la materia, porque la
forma te halla en la materia inseparablemente (IV, 3°, 20). ¿Debe decirse entonces que cuando el alma se
halla presente en el cuerpo, está presente como la luz en el aire? También ésta, en efecto, está sin estar en
ella, es decir que, hallándose enteramente presente, no se le mezcla en absoluto, y está de por si, mientras
que el otro va pasando constantemente (IV, 3°, 22).

IV. El descenso del alma en el cuerpo. — La participación (del cuerpo) en aquella naturaleza (espiritual) no
consiste en una caída de esa alma en este mundo, abandonándose a sí misma, sino más bien en el nacimiento
de ésta (naturaleza corpórea) en ella y en su participación... en la vida y en el alma... Así que la caída (del
alma) en el cuerpo puede considerarse un venir al cuerpo, en el sentido que nosotros entendemos que el
alma pueda venir al cuerpo, o sea en el sentido de dar a éste algo de sí misma, no de convertirse en cosa
suya. Y la salida (del alma) está en que el cuerpo pierde su comunidad con ella (VI, 4°, 16).

3. LA CAÍDA DEL ALMA POR EL PECADO DE ORGULLO REBELDE A DIOS: ADHESIÓN A LAS COSAS CORPÓREAS
Y SEPARACIÓN DE LA ESPIRITUALIDAD.
— ¿Qué es lo que hace que las almas se olviden de Dios padre, y aun siendo de naturaleza divina y
perteneciendo enteramente a Él, se desconozcan a sí mismas y a él al mismo tiempo? El principio del mal,
pues, es para ellas el orgullo, la generación, la primera diferenciación, y el querer ser por propia potestad.
Pues, en efecto, se han mostrado complacidas de semejante independencia, acostumbradas a moverse
mucho por sí mismas, encaminadas en sentido contrario, y llegadas al alejamiento máximo, llegan a ignorar
que ellas mismas provienen de allá: tal como los hijos separados tempranamente de los padres y que han
vivido alejados de ellos durante mucho tiempo, se ignoran a sí mismos y a los padres... De manera que la
estima de las cosas de este mundo y el desprecio de sí mismas constituyen las causas de la completa
ignorancia de Él. (V, 1°, 1).

El grado máximo del orgullo y de la abyección. — Cuando el alma penetra en la planta, es otro ser, como
parte que se halla en la planta: grado máximo del orgullo y de la demencia, que ha alcanzado tal extremo (V,
2°, 2).

4. NECESIDAD DE LA SEPARACIÓN DEL CUERPO.

— Por eso se debe buscar sobre todo lo siguiente: de qué manera (extinguir en nosotros) la ira, el deseo y
todas las demás afecciones, el dolor y otras semejantes, y hasta qué punto nos es posible separarnos del
cuerpo. Separarse del cuerpo es acaso un recoger en sí mismo (al alma dispersa) como en varios lugares, para
que se mantenga enteramente inmune de pasiones, y produzca las sensaciones de placer y cure los golpes de
los dolores únicamente en la medida necesaria para no ser turbada. (I, 2°, 5).

I. La cárcel corpórea. — El alma humana... se dice que en el cuerpo sufre todos los males, vive míseramente,
rodeada de dolores, deseos, temores y otros males. Para ella, el cuerpo es cárcel y tumba, y el mundo cueva y
antro. (IV, 8°, 3).

II. Superioridad del alma y su liberación de las turbaciones del cuerpo. — Todo lo que de ella se dirige hacia
lo divino, hacia lo alto, permanece puro y no se deja vincular; en cambio, todo lo que de ella da vida al
cuerpo, no recibe en cambio, por ello, nada (II, 9°, 7). Entonces, la naturaleza de esa alma tendrá que ser
liberada por nosotros de la causa de todos los males que el hombre comete y padece... Por eso, el alma
permanecerá absolutamente inmóvil respecto a sí misma y en sí misma. Cambios y turbaciones se producen
en nosotros por obra de los elementos anexos y pasiones propias del elemento común (I, 1°, 9).

III. Vanitas vanitatum: la vida terrena es sombra y vana apariencia. — Tal como (las ficciones) en las escenas
de los teatros, así (aquí, en este mundo) también nos conviene contemplar estragos, muertes, asolamientos
de ciudades, rapiñas, todos, como cambios y transformaciones de escenas, y declamaciones de lamentos y
gemidos. Pues también aquí, en este mundo, a cada vicisitud de la vida, gime y se lamenta no el alma en el
interior, sino la sombra del hombre en el exterior, y todo se desenvuelve en la escena de la tierra entera, en
la cual se agitan las sombras de muchos, que realizan muchas escenas. Éstos son los actos del hombre que
sabe vivir únicamente la vida inferior y externa, y no tiene conciencia que aun en el llanto sincero y serio no
es sino únicamente un actor. (III, 2°, 15).

5. LA VIRTUD COMO PURIFICACIÓN DEL ALMA Y CONDICIÓN DE LA CAPACIDAD DE CONTEMPLAR LA


BELLEZA DIVINA (SÓLO EL ALMA BELLA PUEDE CONTEMPLAR LO BELLO).

— ¿En qué sentido llamamos purificaciones a estas virtudes y en qué sentido purificándonos, nos
convertimos sobre todo en semejantes a Dios? Pues el alma contaminada por el cuerpo y convertida en
cómplice en la participación de las pasiones y en todas las opiniones de aquél, es mala. Será buena y virtuosa,
si no concuerda con él, sino que obra por sí sola (lo que constituye la inteligencia y sabiduría), y no participa
de las pasiones (lo cual es temperancia) ni tiene temor en abandonar el cuerpo, y si mantienen la dirección y
el mando la razón y el intelecto y las restantes facultades no se oponen (lo cual es justicia). Tal disposición del
alma, por la cual piensa así y se halla libre de las pasiones, no hay error en considerarla semejante a Dios,
pues es puro lo divino y el acto de semejante especie, de manera que posee sabiduría quien lo imita (I, 2°, 3).
Fea será el alma intemperante e injusta, llena de muchísimos deseos y de grandísima turbación..., fea... por
mezcla, confusión y comercio con el cuerpo 7 con la materia. .. Y esto constituye lo feo del alma, de no ser
pura y sincera. Y tal como limpiando al oro de las materias terrosas que lo afean, resulta puro y bello... del
mismo modo el alma..., purificada de las manchas que la afean, unida al cuerpo, cuando queda sola, pierde
toda la fealdad derivada de la otra naturaleza. (I, 6°, 5). Vuélvete hacia tu interior y mira, y si tú mismo no te
ves bello, haz como el escultor que corta, pule y depura el mármol, que resultará embellecido, hasta que no
exprese un hermoso rostro de estatua. También tú, de la misma manera, cercena y arroja de ti lo superfluo,
endereza lo que está torcido, y, purificando lo que es oscuro, haz de manera tal que se transforme en
luminoso, y no ceses de elaborar tu estatua, hasta que el divino esplendor de la virtud no resplandezca a tu
mirada. . cuando te hayas transformado en tal, y tal te verás. .. entera y únicamente luz verdadera. . .,
convertido en vista misma, confiando en ti y habiendo logrado ya no necesitar ninguna guía, mira
atentamente, pues sólo este ojo espiritual puede contemplar la belleza suprema. . . Pues jamás el ojo puede
ver el sol, si no se ha hecho semejante al sol, ni el alma puede ver lo bello, si no se ha convertido en bella.
Pues bien, que antes se convierta toda ella en bella y divina, si quiere contemplar a Dios y la belleza. (I, 6°, 9).

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