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ALEAGUARA es : Otto es un rinoceronte Ole Lund Kirkegaard llustraciones del autor + Santillana de Ediciones 8.. Avda, Arce 2333 entre Rose y Belisario Salinas, La Pa, ISBN: 956.239-120 Manet Aes RA. ". EI nifio se llamaba Topper, y no puede decirse que fuera muy hermoso. Su pelo era entre colorado y casta- fio, casi como el hierto oxidado; era tan grueso y duro que, para que estuviera un poco presentable, su madre tenfa que pei- narselo con un rastrillo, Tenia la cara toda Ilena de pecas y los dientes de arriba casi se le escapaban de la boca. La casa roja era grande y vieja, y estaba Hena de puertas torcidas y escale- ras que crujian. En el invierno habia ratones en el sétano y cuervos en la chimenea. El resto del afio Ia casa estaba lle- na de gente, nifios y gatitos que cortfan de un lado para otro. 9 A Topper le gustaba mucho aque- Ila casa grande y roja, y cuando volvia de le parecia que la alegtaba, todo lo que se puede alegrar una casa sin que se abran grietas en las paredes. En el tiltimo piso, debajo del teja- do, vivia el portero, St. Holm. El Sr. Holm cuidaba de la casa y trataba que la gente lo pasara bien ¢ hi- ciera cosas raras. Fumaba en una pipa pequefia, re- torcida como un gancho, y sabfa contar historias de miedo, de fantasmas, de bru- jas y de canibales hasta hacer temblar. El Sr. Holm era bajito, gordo y muy amable y tenia el bigote blanco. El Sr. Holm no era canibal y comia cosas tan normales como carne, sardinas fritas, pan y algunas veces flan de chocolate. A [a pipa la llamaba calientanariz, y solamente la sacaba de la boca para contar historias de miedo y para comer. 10 —Seguro que por las noches duer- me con la pipa puesta —le dijo una vez Topper a Viggo. Viggo era el amigo de Topper. —No —dijo Viggo—. Mi padre dice que no se puede dormir con la pipa, porque entonces se cae todo el tabaco en la cama y mi padre es muy inteligente y lo sabe todo. Pero Topper pensaba que el Sr. Holm sabia mucho mas y decidié que le preguntarfa eso de la pipa sin que se enteraran Viggo ni su padre que era tan inteligente. EI padre inteligente de Viggo se lamaba Leén y tenia un café en el primer piso de la casa roja; se llamaba CAFE LA PESCADILLA AZUL, y todas las tardes estaba leno de pescadores y marineros que iban alli a comer guiso de carne, a fu- mar y a beber vino. Topper vivia en el piso intermedio de la casa roja. Topper vivia con su madre, que era pescadora y vendia pescado en el mercado, nt al otro lado del puerto. La madre de Top- per cantaba tan fuerte que hacia temblar todas las ventanas, y los peces saltaban asustados. EI padre de Topper era marinero, navegaba por los siete mares y solamente venia a casa una vez al afio. En la escuela, Topper le contaba a la profesora y a los otros nifios cosas de su padre. —Mi padre —dijo Topper un dia— es un marinero auténtico, navega en alta mar y tiene dentadura postiza. —iQué es dentadura postiza? —preguntaron los otros nifios. —Bueno —dijo la maestra po- niéndose las gafas—. Una dentadura es postiza cuando se pueden quitar y poner los dientes de la boca. —jCaray! —dijeron los otros ni- fios—. ;Puede tu padre quitarse los dien- tes de la boca? —Claro que si —dijo Topper po- niéndose muy orgulloso—. Una vez que habja tormenta en el mar, se los sacé para 12 mirarlos un ratito y PLOP, se le cayeron en medio de las olas y desaparecieron. —jOh! —dijeron los otros ni- fios—. :Hicieron PLOP? —S{ —dijo Topper—. Un autén- tico PLOP y entonces ya no tuvo més dientes y durante mucho tiempo se tuvo que conformar comiendo sélo sopas y papillas. —Aggg —dijeron algunos—. Eso no podia ser muy agradable para él. 13, —No —dijo Topper—. Fue terri- ble y al final, del disgusto, agarré la fiebre amarilla, —Jestis! —dijo la maestra—. zAgarré la fiebre amarilla? —S{ que la agarré, y ademés una muy gorda; pero ahora ya esta bien y en vez de fiebre amarilla agarré una mujer en cada puerto —dijo Topper. ‘A la maestra casi se le cayeron los anteojos. —Bien —dijo—. Ahora vamos a escribir y ya oiremos més cosas del padre de Topper otro dia. Los nifios tomaron sus cuadernos y se pusieron a escribir todo lo bien que podian. Pero pensaban mucho en el padre de Topper y en sus extrafios dientes que se podian quitar de la boca. Todos deseaban poderlo ver bien cuando volviera a casa desde alta mar. También viva en la gran casa roja una sefiora mayor. Se llamaba Sra. Flora y tenia una 16 Asi era la vida en la gran casa roja de la orilla del mar y asi era la gente que vivia en ella. Y ahora ya es hora de contar una cosa muy rara que pasd precisamente alli. Topper era coleccionista. Coleccionaba de todo, pero prin- cipalmente coleccionaba cosas pequefias, de esas que se pueden meter en el bolsi- Ilo, para darselas a sus amigos. En invierno no se encontraban muchas, pero el verano era la mejor épo- ca para los coleccionistas. En el verano Topper encontraba pajaritos, tapas de botellas y piedras blancas. También encontraba escarabajos de alas azules, gusanos verdes... y una vez encontré un cochecito de nifio, de tres ruedas, todo oxidado. El carricoche fue una de las mejo- res cosas que encontré aquel verano. Topper y Viggo le llamaban TEM- BLEQUE y se turnaban para Ilevarse el uno al otro hasta la escuela. Pero un dia que Topper Ilevaba a Viggo en el carricoche, vio a su novia, porque, todo hay que decirlo, Topper te- nia una novia. Se llamaba Sille y era muy bonita. —Hola, Sille —grité Topper ha- ciendo sefias con las manos para que se fi- jara en él—. ;Has visto el TEMBLEQUE? —;Qué TEMBLEQUE? —pre- gunté Sille, acercéndose répidamente en su pequefia bicicleta amarilla. —TEMBLEQUE es nuestro carri- coche —dijo Topper sefialéndolo con el dedo. 19 —Tonto —dijo Sille al alejarse—. Yo no veo ningtin carricoche TEM- BLEQUE. —Bueno —dijo Topper muy sorprendido—. Es posible que no. Y se dio la vuelta para seguir empujando a TEMBLEQUE, pero del ca- tricoche no habia ni rastro. «Qué rato», pensé Topper miran- do para todas partes. «Seguro que se marché solo a la escuela con Viggo». Eché a andar, y no habia andado mucho cuando oyé una vor muy enojada que gritaba deers de un zarzal. — Qué es esto? —decia la voz enojada—. Un carticoche en medio de las flores, en mi vida vi cosa igual y ademas con un nifio dentro. —Siii —murmuraba la voz de Viggo desde detrds de las zarzas. —;Cémo demonios viniste a pa- rar en medio de las flores? —grité la voz enojada. —;Oh! —dijo Viggo—. Pasando a través del zarzal. descarado que of —grité la voz enojada—. Voy a decirte algo, esto no es un sitio para jugar. —No —murmuré Viggo—. Ya lo sé. —Esto —grité la voz enojada— es un jardin muy bien cuidado y muy bonito. —Si —dijo Viggo—. Y me gusta- salir de aqui cortiendo. —Corriendo —grieé la vor—. Di- jiste cortiendo, entonces acércate, amiguito. Qué raro», pensé Topper. «Ahora le llama amiguito, y uno no debe gritarle a sus amigos Pero Topper no pudo seguir pen- sando mucho en eso de los amigos, porque de repente aparecié Viggo volando sobre el zarzal y detrds de él TEMBLEQUE. —URl —dijo Viggo. —Te lastimaste —dijo Topper y le ayudé a ponerse en pie. —jUR —dijo Viggo—. ;Por qué soltaste el carricoche? Topper se rascé su pelo oxidado. —Pues —dijo Viggo—. Vers, pa- sa que Sille venia por alli y entonces cref 22 que tenia que saludarla, y asi... Claro! —dijo Viggo quitandose las espinas del pantalén—. Eso es lo que pasa con esas tonterfas del amor, pero de ahora en adelante seré yo solamente el que empuje a TEMBLEQUE. —Bueno —dijo Topper—. Esté bien. A Topper le parecia muy bien ese arreglo y pensé que, después de todo, eso del amor en el fondo no era tanta tonterfa. {Sabes una cosa, Viggo? —dijo ‘Topper—. Tui también tienes que encon- trar una novia. —;Bah! —dijo Viggo tragando sa- va—. Ti ests loco. —Si —dijo Topper—. Quiz Y se senté todo cémodo en TEM- BLEQUE, el carricoche, soltando un par de pitidos fuertes. —;Queé haces? —pregunté Viggo, un poco asustado, parando el carricoche. —Silbo —dijo Topper sonriendo muy complacido—. Estoy silbando, ami- guito. “ Capitulo 3 . St. EI carricoche TEMBLEQUE fue un buen hallazgo. Por lo menos para Topper. No tenia nada en contra de que Viggo prefiriera empujar a TEMBLEQUE, y todos los dfas Topper se sentaba en el carricoche y silbaba. Y algunas veces, si tenfa suerte, sa- ludaba a su novia Sille cuando pasaba en su bicicleta amarilla. Y entonces Ilegaron las vacaciones de verano. La profesora cerré la puerta de la escuela y puso un letrero. El letrero decia: TA ESCUELA ESTA CERRADA 24 —Bueno —dijo Topper rascandose su pelo oxidado—. ;Qué pena! —jQué va! —dijo Viggo muy con- tento—. Creo que tenemos suerte. Y se fueron a su casa a pasar las va- caciones de verano. Pero dos dias més tarde, Topper encontré algo que era ain mejor que el carticoche. Era un lépiz. Topper lo encontré a la orilla del mar, por la mafiana temprano, cuando iba acompafando a su madre al mercado donde cantaba y vendia pescado. Era solamente un trozo de lépiz pequefio, de esos que usan los carpinteros cuando tienen que marcar la madera. —,Caray! —dijo Topper metiendo el trozo de Lipiz en el bolsillo—. Por lo visto soy un tipo con suerte, Un lapiz ast es lo que estuve deseando siempre —afia- did a continuacién. Topper siguié andando, con la mano metida en el bolsillo donde tenia el lépiz y cuando Ilegé a la pared de atrés 25 del almacén de pescado, se pard. Je, je», pensd, mirando a todas partes. «Seguro que un lépiz asi escribe bien. Creo que voy a escribir algo en la pared, algo bonito y delicado». Estuvo pensando un rato algo que fuera, a la vez, bonito y delicado para es- cribir en una pared. Y escribié: Sille te Amo «Hum», pens6. «Quedé bonito de verdad. Ahora sélo falta que Sille pase por aqui y lo vean. En ese momento oyé un ruido un poco més arriba. Era el ruido de una bicicleta que bajaba disparada por el camino. A Topper le parecié que sonaba como una pequefia bicicleta amarilla, a toda velocidad. {Oh'», pensé con un sobresalto. Es ella, sucedié» 29 mir6 hacia la pared. TODAS LAS PALA- Solamente cay la sombra de cref que habias e bre nosotros dos. Se monté en la bicicleta y se fue hacia el puerto. Topper se quedé miréndola, bajo el sol de la mafia a vio desa- unas casas negras de madera. «Demonios», pensé Topper co- giendo el pedazo de lapiz. «Es muy extrafio. Debe haber algo misterioso en este otra vez, voy a escril 30 «Porque eso es lo que es», pensé Topper. «PRAM, CHAS», se oyé de repente. Y casi sin que Topper tuviera tiem- po de volverse, Sille ya se habia pasado de largo. Lo tinico que pudo ver fueron sus trenzas moviéndose con el viento y el pol- vo que levantaba la bicicleta amarilla. Y cuando se dio la vuelta para ver lo que habja escrito de ella en la pared, se quedé paralizado por la sorpresa. NO HABIA NI UNA RAYA EN LA PARED. Ni una palabra. La pared estaba toda blanca y soleada y olfa a hierba, a brea y a lanchas recién pintadas. —Este ldpiz —dijo Topper, mi- randolo bien— es el lépiz més extrafto que vi en mi vida. Tengo que mostrarselo a Viggo. Y se fue cotriendo a la ciudad pa- ra buscar a Viggo. = Capitulo 4 . Viggo estaba delante del CAFE LA PESCADILLA AZUL pintando el carrico- che de rojo. —Mira —grit6 Topper desde lejos haciendo sefias con los brazos—. Mira lo que encontré, Viggo pegé un salto sorprendido y se salpicé el pantalén con la pintura roja. iMira, mira! —grité Topper to- do excitado, poniendo ef lépiz. casi en la nariz de Viggo—. ;Qué te parece, has vis- to alguna vez un Lpiz asi? —Uf —dijo Viggo tratando de quitarse la pintura del pantalon—. Buena se va a poner mi madre. —No, qué va —dijo Topper apre- tando el lépiz muy fuerte—. Nunca sabra nada de este super-lépiz. —Ya —dijo Viggo—. Pero si que sabré lo de la pintura en el pantalén. 32 —Tonterias —dijo Topper—. Pin- temos el pantalén todo de rojo, hay bas- tante pintura. —Si, claro, y asi, atin se enojard més —gimoted Viggo. —No, hombre —dijo Topper—. Seguro que ni se preocupa por la pintura. De todas formas, ahora ya no tiene arre- glo. Pero, oye, zhas visto bien lo que ten- go aqui? —iAh!, ese estipido lapiz —dijo Viggo de mal humor—. {No tienes otra cosa que hacer que andar por ahi moles- tando a la gente con tu lipiz? + Y se puso a pintar de nuevo. —Pero, oye, Viggo —dijo Topper—. Este no es un lapiz corriente. —Todos los lapices son corrientes —dijo Viggo—. Lo dice mi padre. Mi padre dice: Todos los lépices son igual de cortientes. —Ya, ya —dijo Topper, riéndo- se—. Entonces no es tan listo como yo crefa, porque, ;sabes qué tipo de lapiz es éste, Viggo? Este lapiz esté embrujado, 33 —Me importa un bledo —dijo Viggo. —Cuando se escribe con & —dijo Topper—, desaparece todo lo que se ha- bia escrito, casi de repente. —Si{ —dijo Viggo, ain enojado—. Con una goma de borrar. —No —dijo Topper, levantando la voz—. NO, idiota. SIN goma ni nada Viggo dejé de pintar. —,Desaparece sin goma? —pre- gunté y miré a Topper con desconfian- za—. Tengo que contérselo a mi padre. —No, espera —dijo Topper aga- rrando a Viggo por el hombro—. Nadie ha de saber nada de este lapiz, slo tty yo. —Nunca en mi vida of hablar de un Ldpiz asi —dijo Viggo—. :Estds segu- to de que desaparece todo lo que se escri- be con él? —Desde luego —dijo Topper—. Ya lo probé. Todo desaparece sin dejar rastro. Vamos a mi casa a probarlo, Y se fue, llevandose a Viggo con él. Por la escalera se encontraron al 34 portero, St. Holm, que bajaba. —Buenos dias, nifios —dijo el Sr. Holm—. ;Quieren oft un cuento de miedo, bueno de verdad? —NO —dijeron los nifios y siguie- ron escaleras arriba. —;Cémo? —dijo el Sr. Holm sor- prendido—. Pero si andan siempre como locos para que les cuente alguno. —Hoy no —grité Topper—. Te- nemos que escribir. —Escribir! —dijo el St. Holm—. Escribir, nunca of nada tan raro, los nifios son cada vez mas raros. Cuando yo era ni- fio solamente escribiamos después de que el profesor nos tiraba de las orejas. —Si, es posible —dijeron los ni- fios entrando en la casa de Topper. La habitacién de Topper estaba llena de cosas raras que colgaban del te- cho y de las paredes. Todas eran cosas que el padre habia trafdo a casa, de alta mar. Habia cocodrilos disecados y pie- les de serpiente, que parecfan hechas de papel. Habia sables ondulados, cocos 35 vacios y figuras talladas en madera. Viggo miré nervioso hacia el co- codrilo y pregunté: —,Dénde podemos escribir algo? —Bueno, vamos a ver —dijo Top- per—. Quizés podriamos hacerlo en la pared. —iEn la pared! —dijo Viggo asus- tandose todavia més—. Tu madre se va a poner furiosa. —(Furiosa? —dijo Topper—. No, mi madre nunca se pone furiosa. Y des- pués de todo, va a desaparecer. —Si. ;Ojala! —dijo Viggo—. ;Qué vamos a escribir? —No vamos a escribit—dijo Topper. —:Quée? —dijo Viggo—. Pero ti dijiste que fbamos a escribir en la pared. —Si—dijo Topper—. Pero me acabo de arrepentir. No vamos a escribir, vamos a dibujar. Vamos a dibujar un enorme rinoceronte. Y empezé a dibujar un rinoceronte. —No me gusta mucho esto —dijo Viggo nervioso—. A lo mejor no desaparece. 36 —Bah, no te preocupes —dijo Topper—. No importa, porque yo dibujo muy bien los rinocerontes y cteo que mi madre se pondria muy contenta de tener un dibujo asi. Topper siguié dibujando y, des- pués de todo, Viggo tuvo que reconocer que le habfa salido un rinoceronte muy bonito. 37 —Bueno —dijo Topper al termi- nar—. Ahora nos vamos a la cocina y to- mamos cuatro o cinco bebidas. Cuando volvamos, verds algo estupendo, Se fueron para la cocina y cogieron bebidas y pan. Pero sdlo habfan tomado un trago de bebida cuando oyeron un rui- do muy raro que salia de la habitacién. —Escucha —dijo Viggo bajito—. Un ruido. —Anda a ver lo que es —dijo Top- per con la boca llena de pan. —A lo mejor es algo peligroso —di- jo Viggo—. A mi no me gustan las cosas peligrosas, Pero de todas formas se puso a es- piar, con mucho cuidado. Y cerré la puer- ta de golpe. —Topper —susurrd—. Atin esté allt. —Bueno —dijo Topper tomando bebida—. Entonces tenemos que esperar un poquito mas. —Si, pero... —siguié Viggo muy bajito—. También hay algo més. —,Qué mas? —pregunté Topper. 42 comido todo el pan que habfa en la coci- na. Dio un grunido de satisfaccién y em- pezé a comerse las plantas que habfa en la habitacién. —jAnda, ti! —dijo Topper—. Qué tipo, cémo come. ;Cémo vamos a llamarle? —Umm —dijo Viggo poniéndose a pensar, —Viggo, tienes que buscarle un nombre —dijo Topper. —Umm —dijo Viggo y se puso a pensar atin més. —zCémo se llama tu padre? —pre- gunté Topper. —Se llama Sr. Leén —dijo Viggo. —Otto —grité Topper dandole palmadas en el lomo al rinoceronte—. Amigo, te vas a llamar Otto. —GRUMP —dijo el rinoceronte. Y siguié comiendo la funda del sofa. —Tenemos que conseguir més co- mida —dijo Topper—. Voy a pedirle dine- ro a mi madre para comprar diez panes. —Aayy —dijo Viggo muy nervioso 43 agarrandose a la puerta—. ;Puedo hacer- lo yo, Topper? Tengo miedo de quedarme aqui solo, con Orto. —St, si que puedes —dijo Top- per—. Pero aprestirate, antes de que se coma todos los muebles. Viggo no esperé a oirlo dos veces, se eché a corter escaleras abajo y no sélo casi se rompe una pierna, sino que tam- bign casi se rompe un brazo, y al salir por la entrada fue a tropezar con la barriga de su padre. —iEh! —gruiié el Sr. Ledn diri- giéndose a su hijo—. zAdénde vas con esa prisa, muchacho? —Voy a buscar pan para el rinoce- ronte —dijo Viggo desapareciendo calle abajo. —Pan para el rinoceronte —dijo el Sr. Leén de mal humor—. Dios sabe lo que estos dos locos acaban de inventar. Creo que voy a tener que echar un vistazo. = Capitulo 5 A Viggo desaparecié corriendo, tanto como podia, en direccién a la pescaderia de la madre de Topper, y entré tan depri- sa que tiré de espaldas a una sefiora con su pescado y todo. 45 La sefiora fue a parar a un rincén de la tienda, donde se quedé protestando. —Los nifios ahora tienen mucha prisa —dijo levanténdose—. Cuando yo era nifia éramos mds formales. —Si —dijo Viggo—. Pero es que yo vengo a buscar dinero para comprar diez panes. La madre de Topper se puso ar —Parece que tienen hambre —dijo. —Bueno, es que... —dijo Vig- go—. No es para nosotros, es para Otto. —iVaya! —dijo la madre de Top- per—. Quién es Orto, un amigo nuevo? —NO —dijo Viggo—. Otto es un rinoceronte. —jOOH!, entonces diez panes no son demasiados —dijo la madre de Top- per—. ;Cémo encontraron a Otto? —Lo dibujé Topper —dijo Vig- go—. ¥ ahora se est4. comiendo todos los muebles. —iJestis! —dijo la sefiora que se habfa caido de espaldas—. jJestis!, qué manera de mentir, la de los niftos de 46 ahora—. Y se marché enojada. —St, y también hay que ver el mal humor de alguna gente —dijo la madre de Topper y se eché a refr tan fuerte que se le notaba todo el pecho saltando deba- jo de la camisa azul—. Denle algo de co- mer a Otto, pero tengan cuidado de que no haga ningtin estropicio. —Si, si podemos controlarlo —di- jo Viggo y se marché deprisa a comprar los panes. Pero cuando uno es nifio no es tan facil comprar diez panes. El primer sitio al que fue Viggo, era una panaderfa pequefia con una panadera muy grande que estaba detrés del mostrador limpiandose las ufias cuando Viggo entré. —Diez panes —pidis Viggo. La panadera se limpié las manos con el delantal y miraba a Viggo con sus ojos pequefios y observadores. —,Diez panes? —dijo y siguié mirando a Viggo con desconfianza. —S{ —dijo Viggo, que estaba so- focado por la carrera—. Diez panes. —Mira, quieres hacer el favor de marcharte? —dijo la panadera—. No se pue- de ir a los sitios a hacerle burla a la gente. —Si, pero... —dijo Viggo triste—. Yo QUERIA comprar diez panes. La panadera se volvié despacio y abrié una puerta, sin perder de vista a Viggo. —jFolmer! —grité por la puerta—. Ven un momento; gme oyes, Folmer? Folmer era el panadero, Era un hombre pequefito que sélo le Hegaba a su mujer a la cintura. —;Qué pasa? —pregunté enojado. 48 —Este nifio, que necesita un tirén de orejas —dijo la panadera poniendo los brazos en la cintura—, Se esta burlando de mi. —,Se esté burlando de ti, Alman- da? —pregunté el panadero mirando a su enorme mujer. —Si —dijo la panadera—. Entré aqui gritando que querfa diez panes, y yo sé que ninguna persona normal se come diez panes. —No, tienes razén, Almanda —di- jo el panadero—. En todo el tiempo que llevo de panadero nunca of que nadie com- prara tantos panes. —zPuede saberse para quién es tanto pan? —pregunt la panadera —Para Otto —dijo Viggo. —Otto —refunfuié la panade- ra—,. Eso puede decitlo cualquiera, y iquién es Otto? —Es nuestro rinoceronte —dijo Viggo timidamente. —{UN RINOCERONTE! —grit6 la panadera—. jLérgate de aqui! Nunca of a 49 ningtin nifio decir una mentira tan grande, Salpicaba tanto al hablar que pare- cfa una ballena resfriada. —Andas diciendo mentiras y bur- lindote de personas setias como Folmer y yo —farfull6—. Haz algo, Folmer, ti eres mi marido. —jFuera! —grité el panadero muy enojado—. Fuera de aqui o llamo a la policta. Viggo no pudo ofr lo tiltimo, porque ya habfa salido en busca de otra panaderia, Todo lo que Viggo pudo conseguir fueron cuatro panes. Cansado y triste se fue hacia la ca- sa roja cargado con los pesados panes. Pero en la ventana. del CAFE LA PESCADILLA AZUL, espiando por detrds de la cortina, estaba su padre. —Umm —pensé rascéndose la barba—. Estos dos picaros estan traman- do algo, tengo que vigilarlos. Se puso a escuchar detrés de la puer- tay oyd como Viggo subfa las escaleras. 52 EI Sr. Holm se quedé parado en la puerta y sacé su CALIENTANARIZ de la boca. —;Por todos los afios de mi vida! —dijo rascdndose el bigote cuando vio a Otto—. ;Cémo han conseguido traer aqui arriba un animal tan grande? —Vino solo —dijo Topper son- riendo. Le quité el pan a Viggo, que estaba agotado, y se lo metid en la boca a Otto. = Capitulo 6 5 —JORK —dijo Otto comiéndose el pan. Entretanto, Viggo se senté en un sofé al que le faltaba la tapiceria y alli se quedé dormido entre los muelles sueltos. Holm se acercé al rinoceronte amarillo. —Es bonito —dijo acariciando a Otto en el lomo—. Me parece que ¢s el ri- noceronte més bonito que vi en mi vida. iA que si! —dijo Topper orgu- Hoso—. Pero —dijo el Sr. Holm— aqui no pueden tenerlo, porque el techo puede terminar cayéndose encima de la pobre Sra. Flora, una sefiora tan buena y dulce. —Pues no va a quedar mas reme- dio —dijo Topper—. Es demasiado gor- do y no cabe por la puerta. El Sr. Holm se rascé la cabeza. —Lo peor es —dijo— que aqui 54 est4 prohibido tener animales en casa. —Lo tendremos escondido —dijo Topper—. Nadie se va a enterar de que lo tenemos. —Si —dijo el Sr. Holm—. Pero pisa tan fuerte al andar que se oird en to- da la casa. —Es porque todavia tiene hambre —dijo Topper—. Asi andan los rinoce- rontes cuando tienen hambre, cuanta mas hambre tienen, mis fuerte pisan. {Si —dijo el St. Holm—. Eso no lo sabia. Pero entonces tenemos que hacer algo pronto. Creo que un cajén de hierba y un cajén de remolachas seré su- ficiente por hoy. Si —dijo Topper—. Y un poco mas de pan. —Voy a encargar un cajén de hierba —dijo el St. Holm saliendo y tro- pezando con las tablas del suelo que cru- jfan y se levantaban con el peso del gigan- tesco animal, Mientras el St. Holm estaba fuera, Topper abrié la ventana y alli abajo, 55 enfrente de la casa roja, vio a Sille que ve- nfa montada en su bicicleta amarilla, —iEh!, Sille —grité Topper. —Hola, Topper —gritd Sille—. 2Qué estén haciendo? —Nada importante —dijo Top- per—. Pero sube a ver a Otto. Sille frend. _ =7Quién es Otto? —pregunts curiosa, —Otto es un rinoceronte —dijo Topper gritando. —Ti estés loco —dijo Sille mo- viendo la cabeza—. Loco de remate, Topper. —S{ —dijo Topper—. Pero Otto es un verdadero y auténtico rinoceronte amarillo, lavable y todo, Sille se ech6 a reir. — Bah! —dijo clla moviendo la cabeza—. No hay rinocerontes amarillos. —Sille, si te quedas ahi un mo- mento —dijo Topper— es posible que lo pueda acercar hasta la ventana. —Bueno —dijo $i —. Esperaré. 56 Topper traté de empujar a Otto hasta la ventana, empujé con todas sus fuerzas, pero Otto no queria moverse ni un poco. Acababa de encontrar un par de libros en la estanterfa y parecfa que los li- bros eran su comida favorita, porque de- cia un JORK después de otro. 37 Entonces, Topper probs a arras- trarlo tirandolo del rabo, pero ni asi. —JORK, JORK —decia Otto y se- guia comiendo. —No hay manera —dijo Topper y se asomé otra vez a la ventana—. No quiere asomarse, esta comiendo libros. —Bah!, estés loco —dijo Sille—. Un rinoceronte amarillo que come libros, vaya una tonteria, Si, es un poco raro —dijo Topper. 58 —Topper —dijo Sille montindo- se en la bicicleta—. Eres la persona mé loca que vi en mi vida. Y desaparecié a toda velocidad por la esquina de la calle. Topper suspird. —Desde luego, no es tan facil te- ner novia —dijo. —Novia —dijo Viggo bostezan- do—. ;Qué novia? —Oh! —dijo Topper—. Era Sille. — Bah! —dijo Viggo y se durmié otra vez. Abajo, en el teléfono, el Sr. Holm tenfa problemas. Estaba llamando a Amador, el gran- jero que vivia en las afueras de la ciudad. —Buenos dias —dijo el Sr. Holm—. ;Puede mandarme un cajén grande de hierba? —Naturalmente —dijo el granje- to—. ;Adénde se lo mando? 59 —A la gran casa roja que esté a la orilla del mar —dijo el Sr. Holm—. Lo mete directamente por la ventana del se- gundo piso. —Cémo dice? —pregunté el granjero—. ;Que quiere un cajén de hierba en la ventana del segundo piso? —Si, si es usted tan amable —con- testé el Sr. Holm. —Qué cosa més rara —dijo el granjero—. ;Para qué quieren la hierba dentro de la casa? —Bueno —dijo el Sr. Holm—. Nosotros..., ejem... tenemos un animal y hay que darle de comer. —Qué animal? —pregunté el gtanjero desconfiado. —Bueno —dijo el Sr. Holm—. Es un rinoceronte. —Ja, ja —dijo el granjero—. Ya sabja yo que la gente de la ciudad no es- taba muy bien de la cabeza. Pero tan mal no ctefa yo que estuviera. Comida para el rinoceronte del segundo piso, ésta si que es buena. 60 —Entonces, no quiere vendernos la hierba? —pregunté el Sr. Holm. —Si, si que quiero —dijo el granje- ro muerto de tisa—. Pero tienen que venir ustedes a buscar la hierba para el rinoce- ronte. Yo no voy a ir a la ciudad para que se rfan de mi por culpa de unos locos. Y colgé el teléfono. EI St. Holm volvié al lado de los nifios. —Tenemos que it a buscar la hier- ba —dijo—. La hierba de los rinoceron- tes hay que ir a buscarla uno mismo. —También tenemos que conse- guir més pan —dijo Topper—. Otto est muerto de hambre. —JORK, JORK —gruiié Otto pi- sando con todo su peso. —Bien —dijo el Sr. Holm—. Voy a buscar un cajén de hierba con la bici- cleta, y mientras tanto ustedes tomen el carricoche y vayan a buscar més pan. En ese momento lamaron a la puerta. Topper miré al Sr. Holm y el Sr. Holm miré a Topper. 61 —A lo mejor es la policia —dijo el Sr. Holm muy bajito—. Tenemos que es- conder a Otto. —,Dénde? —preguntd Topper. —Debajo de la alfombra —dijo el St. Holm—. Le echamos por encima lo que queda de la alfombra. Llamaron otra vez. —Ripido —susurré el Sr. Holm— Tépalo. Cuando Otto estaba tapado con la alfombra, Topper abrié la puerta con cuidado, 64 Abrié la puerta despacito y miré a todos lados. Entonces, se escurrié como una ra- ta por las escaleras crujientes y apoyd la oreja en la puerta del piso en donde estaba Otto esperando a que le trajeran comida. —Raro —murmuré el padre“de iggo—. Muy raro. Y se puso a escuchar otra vez. —Qué ruidos més raros —se dijo a s{ mismo—. Es como si hubiera un cer- do dentro. Y se puso otra vex a escuchar. iin embargo», pens6, «los cerdos no dicen JORK ni GRUMP. Los cerdos dicen SNOF y OINK. ;Qué podré ser?” Miré a todos lados, otra vez. Entonces se agaché para mirar por el ojo de la cerradura. — Aja! —dijo—. Ast que tienen un rinoceronte escondido ahi dentro. Qué descaro, y ademés un rinoceronte amarillo. Y bajé corriendo las escaleras. —Oye —le dijo a su mujer—. Quieres creer que el portero y los nifios tienen escondido un rinoceronte arriba? —No me digas —dijo la madre de Viggo—. Aqui en esta casa donde siem- pre estuvo todo tan limpio y ordenado. Un rinoceronte, con lo que manchan. —S{ —gritd el Sr. Leén—. Yo me encargaré de que desaparezca. Capitulo 7 Pero el Sr. Ledn iba a descubrir muy pronto que es muy dificil deshacer- se de un rinoceronte que vive en un se- gundo piso. Primero lamé al director del Par- que Zooldgico. —Buenas —dijo el Sr. Leén. —Buenas —dijo el director del zooldgico. —Buenas, buenas —dijo otra vez el St. Ledn, mientras pensaba cémo iba a explicarle al director eso del rinoceronte. —;Digame? —pregunté el direc- tor molesto—. ;Tiene usted pensado se- guir diciendo buenas todo el dia? —jOoh, noo! —dijo el Sr. Ledn asustado. —Eso espero —dijo el director—. Soy un hombre muy ocupado y siempre tengo prisa, usted lo sabe muy bien. Los 67 directores siempre estin ocupados. No puedo gastar mi tiempo en decir buenas. —No, lo comprendo bien —dijo el Sr, Leén, —Llamo para venderle un rinoce- ronte. — Aja! —dijo el director, y ahora su voz parecfa mds amable—. Llama para venderme un rinoceronte, eso ya es otra cosa. ;Cémo es? zEs un rinoceronte de Africa 0 de Sumatra? —No lo sé —dijo el Sr. Leon—. Es amarillo. El director carraspeé sorprendido. —Asi que amarillo —dijo—. Un rinoceronte amarillo, muy extrafio, tini- co. {Cuél es su nombre?, sefior... —Leén —dijo el Sr. Ledn. El director tosié con fuerza, al otro lado del teléfono. Tosié un rato, un rato tan largo que el Sr. Leén se puso ner- vioso, temiendo que el director se hubie- ra puesto seriamente enfermo. —,Quiere usted decir? —dijo por fin el director carraspeando—, que usted es 68 un leén que quiere vender un rinoceronte. —Si —dijo el Sr. Leén un tanto preocupado—. Mas 0 menos. —Nunea of nada tan raro —dijo el director—. Los animales vendiéndose unos a otros. Eso no me lo creo yo. Lo que yo creo es que usted es un bromista que quiere jugar conmigo por teléfono. Pero sepa usted, buen hombre, que noso- ros los directores no tenemos tiempo pa- ra bromas, lo siento pero tengo que colgar el teléfono. —Pero... sefior director —protest6 el Sr. Leén—. Yo no soy ningtin bromista. —jAh! —dijo el director—. Enton- ces debe ser que usted esta completamente loco. Y el director colgé el teléfono con un gran golpe. —No quiere comprar un rinoce- ronte —dijo enfadado el Sr. Leén, a su mujer. —Entonces llama a la policfa —dijo la madre de Viggo—. Puede que ha- gan algo, la policia siempre puede hacer algo. 69 EI Sr. Leén Ilamé a la policfa. —Buenas —dijo—. ;Qué pode- mos hacer? —Buenas —dijo un policia al otro lado del teléfono—. Por mi puede hacer lo que quiera, si no va contra la ley. —Bien —dijo el Sr. Leén—. Se trata de un rinoceronte. No podemos deshacernos de él y no queremos seguir teniéndolo en casa. —;Desde dénde llama usted? —pregunté el policia. —Desde el CAFE LA PESCADI- LLA AZUL —dijo el Sr. Ledn. —jOOH, ya! Ahora que dice lo del café —dijo el policia riéndose—. Lla- ma desde un café y quiere hablar de un inoceronte. Ahora ya s¢ lo que puede ha- cer usted. —jAHH! Si? —dijo muy conten- to, el Sr. Leén—. ;Qué puedo hacer? —Yo creo —dijo el policia— que debe dejar de beber vino. Cuando uno se emborracha tanto como usted, se ven tantos rinocerontes como elefantes. —St, pero —dijo el Sr. Leén de- sesperado—. No he bebido vino, sélo quiero deshacerme del rinoceronte. 7 —Escuche —dijo el policia enoja- do—. Si no deja de molestar a la policia con esas tonterfas del rinoceronte, ten- dremos que ir a detenerlo, {Le gustaria pasar dos dias en la cércel? —No, no —dijo el Sr. Leén. —Muy bien —dijo el policia—. Ahora acuéstese y ya veré cOmo mafiana habré olvidado todo eso del rinoceronte. Buenas tardes. EI Sr. Ledn se quedé un rato con el teléfono en la mano, mirndolo. Luego, muy despacio, colgs. —Me parece que me voy a acostar —dijo bajito—, si no, vendrén a buscarme. Mientras el Sr. Le6n, el padre inte- ligente de Viggo, estaba trabajando para deshacerse de un rinoceronte que ni tan siquiera le pertenecia, los nifios también tenfan problemas para conseguir pan. Cuando Ilegaron a la panaderia de la panadera amargada, dijo Topper: —Compraremos los diez panes aqui, Viggo. —Oh!, no —dijo Viggo—. Nos echarin, no quieren vender pan a los nifios. —No quieren vender pan? —dijo Topper—. Qué tienda més rara. Y se puso a pensar un momento. —Tengo una idea —dijo—. Segu- ro que los de ahi dentro son como los cer- dos, que siempre hacen lo contrario de lo que se les dice. Abrié la puerta de la tienda, mien- 73 ttas Viggo se escondfa detrés de TEM- BLEQUE. —Buenos dias —dijo la panade- ra—. Qué quieres? —Nada —dijo Topper. —;Cémo? —dijo la panadera—. Quieres tomarme el pelo? —No —dijo Topper riéndose—. Vengo aqui porque no quiero comprar nada. {Nooo! —chillé la panadera—. Es increible lo descarados que son los nifios ahora. Folmer, FOLMEEER, ven corriendo. El panadero bajito entré en la tienda, —Mira —dijo la panadera—. Es- te chico no quiere comprar nada. ;Cémo puede ser, Folmer? —Comprar —dijo el panadero—. Todos los que entran en nuestra tienda tienen que comprar algo. Cierra la puer- ta, Almanda, No va a salir de aqui sin comprar por lo menos diez panes. La panadera se planté delante de la puerta. hombre de la pipa empezaba a meter la hierba por la ventana del segundo piso. Pero también pasé al que vio todo aquello, y ese alguien no era otro que el jefe de policia. El jefe de policia era el més listo de todos los policias y el que habia dete- nido més ladrones. Cuando vio que el Sr. Holm echa- ba hierba a Otto por la ventana, se quedé parado y entrecerré los ojos. ntonces, se acercd al Sr. Holm con pasos firmes, como suelen hacer los y le puso una mano en el —Hola, buenas —dijo el Sr. Holm, y siguié echando hierba por la ventana del segundo piso. jefe de policia se puso serio. —Buen hombre —dijo—. Seguin la ley numero ochocientos doce, est pro- hibido echar hierba por las ventanas de la gente. El Sr. Holm paré. ne hambre. Se esté comiendo los muebles. —;De qué animal estd hablando? —pregunté el jefe de policia. —Es un secreto —dijo el Sr. Holm poniéndose colorado. 78 —Esté prohibido tener secretos con la policia —dijo el jefe de policta—. :Es un caballo? —Es un rinoceronte —dijo el Sr. Holm. El jefe de policta sacé del bolsillo un libro muy gordo. LEYES SOBRE TO- DAS LAS COSAS, decia en el libro. —Rinoceronte, rinoceronte —di- jo hojeando el libro—. No hay ninguna ley sobre rinocerontes. —Muy bien —dijo el Sr. Holm, més tranquilo—. Entonces seguiré dan- dole la comida. —Un momento —dijo el jefe de policfa—. Tiene que pagar el impuesto de peso del animal por tenerlo en un segun- do piso. Cudnto pesa? —No tengo ni idea —dijo el Sr. Holm. —Entonces hay que pesarlo —di- jo el jefe de policia—. {Tiene usted una balanza? El Sr. Holm asintié. —Bien —dijo el jefe de policta. 79 Entonces vamos arriba a pesarlo. Todo tiene que estar en regla, buen hombre. —Si, claro —dijo el St. Holm. EI St. Holm trajo una balanza y con el policfa subié al piso donde estaban los nifios. Otto estaba comiendo hierba. Movia el rabo con satisfaccién y decia un JONK después de otro. —Es bastante grande —dijo el je- fe de policfa—. ;Cémo lo vamos a subir a la balanza? —Lo engafiaremos con un poco de pan —dijo Topper. A Otto no le apetecia mucho eso de la balanza, pero al fin consiguieron que pusiera una de sus enormes patas delante- ras encima de ella. —Y ahora abajo, otra vez —dijo el jefe de policia. Otto quité la pata de la balanza. La balanza ya no parecia una balanza, es- taba aplastada como una tortilla. —;Qué vamos a hacer ahora? —pregunté el jefe de policta—. Hay que 80 pesarlo, para que haya orden en las casas. —GRUMP, JONK —dijo Otto. Y empezé a comer la gorra del je- fe de policia. —En nombre de la ley —grité el policia muy enojado—. En nombre de la ley, esta prohibido comerse el uniforme de un policia. ve Yn 81 —JONK —dijo Otto comiéndose el resto de la gorra. —iQué desgracia! —dijo el poli- cfa—, Tengo que conseguir mi gorra 0 nadie podra ver que soy el jefe de policia. —Ya desaparecié —dijo Topper— pero yo te puedo prestar una mia. Y encontré una gorra verde en el fondo de un armario, Pero el jefe de policia estaba muy enojado y la tiré en Ia hierba al tiempo que gritaba: —Este descarado animal tiene que desaparecer de aqui antes de mafiana a las ocho de la mafiana o si no, lo meteré en la catcel. Dio una patada en el suelo ¢ ibaa marcharse cuando se oyé un enorme crujido. El enorme crujido venia del suelo. Tenemos que recordar que Ia casa era vieja y el suelo también. Podia aguantar a Otto. Podfa también aguantar a Otto, a los nifios y al Sr. Holm. 84 Pero un jefe de policia enojado que da golpes en el suelo era ya demasia- do para aquel suelo tan viejo. Con un tremendo crujido, el piso se hundié bajo los pies de aquel grupo y con un ;BUMBA!, aparecieron todos: Onto, los nifios, el Sr. Holm y el jefe de policia, en la sala de la Sra. Flora. —jCaramba! —dijo la Sra. Flora que salfa de la cocina con una jarra Ilena de café—. No los of venir, y también vie- ne el rinoceronte, ;qué divertido! Le eché una sontisa al jefe de po- licia, que estaba casi enterrado bajo la hierba. —Es que, sabe usted?, sefior poli- cla —dijo—. Oigo tan mal —Yo no soy un policia —protesté el jefe de policta saliendo de entre la hier- ba—. Yo soy el jefé de policfa.. —iCaramba! —dijo la Sra. Flora dejando el café a un lado—. Es usted pa- nadero? Es una ropa muy rara la que tie- ne usted para ser panadero. Bueno, ahora vamos a tomar el café todos juntos. 85 El jefe de policia se dejé caer en una silla. —Me parece que una taza de café me va a sentar bien —dijo con voz cansa- da—. Algunas veces esto de ser jefe de policfa es muy incémodo. Alli estaban todos sentados alrede- dor de la mesa en la bonita sala de la Sra. Flora, tomando café y comiendo galletas. La luz del sol de la tarde entraba por la ventana y, en el balcén, los pajaritos cantaban en sus jaulas. —Umm —dijo la Sra. Flora son- riendo feliz—. ;Qué bonito es estar rodeado de tantas personas agradables y de animalitos. Es tan raro que yo tenga gente de visita! —Son unas galletas muy ricas —di- jo Topper. Estaba sentado a caballo de Otto comiendo galletas a dos manos. A través de la puerta del balcén podia ver el puer- to y las barcas blancas de los pescadores, y un poquito después vio algo amarillo que se acercaba, a Capitulo 9 ‘, En el CAFE LA PESCADILLA AZUL dormia, como una piedra, el padre de Viggo, el Sr. Len. Las dos llamadas de teléfono le ha- bfan afectado mucho. Al Sr. Leén nunca le habia sucedido que la gente se burlara de & por teléfono, ni tampoco le habia suce- dido que la gente no creyera lo que decia. Esas cosas le afectaban mucho al Sr. Leén. Peto no pudo dormir mucho. Su mujer lo desperté tirdndolo de un brazo. —Es muy extrafio —le dijo sefia- lando al techo. —Las lamparas se caen y la sefiora de arriba salta y hace mucho ruido, es co- mo si no se encontrara bien. EI Sr. Leén salté de la cama. —;Se caen las lémparas? —pre- gunté—. Eso es terrible, porque cuando 89 se haga de noche no vamos a poder ver nada. —Claro le dijo su mujer—. Tie- nes que hacer algo. EI Sr. Ledn se puso los pantalones a toda prisa, subié al piso de arriba, y Ila- mé ala puerta de la Sra. Flora. Detrés de la puerta se ofan muchas voces, y oyé co- mo si alguien gritara: «Hurral» —Parece que ahi dentro hay una fiesta —dijo para sus adentros—, sin im- portarles que las lamparas de la gente se caigan. Pero ya les ensefiaré yo que el Sr. Leén también puede gritar. Golpeé la puerta con energfa, in- flandose como si fuera un pavo real. Fue el jefe de policia quien abrié la puerta y cuando el Sr, Ledn vio que era el mismo jefe de policfa el que abria la puerta, se deshinché como un balén. . Je, je —dijo muy amablemen- te—. zEsté la sefiora en casa? —S{ —dijo el jefe de policta—. Tenemos una pequefia fiesta en honor de Otto. 90 —;Si? —dijo el Sr. Leén un tanto pteocupado—. Pero es que las limparas se caen, abajo en el café. —S{ —dijo el jefe de policta—. Cosas asi no pueden evitarse, pero es que Ia sefiora hace un café tan bueno que le pone a uno de buen humor. —No podrfan ustedes golpear un poco menos? —dijo el padre de Viggo—. No me apetece que todas mis limparas se caigan. —Lo siento, pero no —dijo el jefe de policfa—. Tenemos dentro un animal bastante grande que no podemos sacar por la puerta. —Un animal? —dijo el padre de Viggo poniéndose blanco—. {Un rinoce- ronte? —Siii, exacto —dijo el jefe de policfa—. Un animal muy grande y muy simpético que se ha comido mi gorra. —;Podria verlo? —pregunté el Sr. Leén. —Claro, claro —dijo el jefe de policia—. Pase, pero tenga cuidado de no 1 caerse en la hierba. EI padre de Viggo entré con mu- cho cuidado en la sala de la Sra. Flora. —GRUMP, JONK —dijo el rino- ceronte amarillo oliéndolo. —jEh! Supongo que no muerde? —pregunté nervioso el padre de Viggo. —No, no muerde —dijo el jefe de la policia alegremente—. Es muy bueno, es la bondad misma. El padre de Viggo tropez con las tablas del suelo. —;Cree usted que el piso aguanta? —pregunté. —Nooo —dijo el jefe de policta. —Pero entonces, zqué voy a hacer? —pregunté el padre de Viggo—. El bicho puede caerse dentro de mi café. Eso no me habia pasado nunca. —Nooo —dijo el jefe de policta—. Pero alguna vez tiene que ser la primera. jAnimese, hombre! Y dio al Sr. Leén unas palmadas en la espalda. —{OOHH! —dijo el padre de 92 Viggo—. ;No puede hacer nada la policta con este bicho? —jla policia? —dijo el jefe de policfa—. Nooo, la policfa, buen hombre, tiene que ver con la paz y el orden. Un ti- noceronte no es paz, ley ni orden, Un rino- ceronte es més bien intranquilidad y desor- den, y de esas cosas no nos encargamos nosotros. —Si, pero... —dijo el Sr. Leén— Usted es el jefe de policfa. —Jefe de policia aqui, jefe de po- licfa alli —dijo el jefe de policfa—. Ya estoy cansado de mantener todo el tiem- po la ley y el orden. Desde hoy me en- cargo del desorden, de los rinocerontes y del café, Se senté y brindé con la Sra. Flora. —jCaramba! —pensé el Sr. Leén mientras bajaba la escalera—. Se volvie- ron todos locos. Pero yo lo arreglaré, los echaré a todos fuera. Voy a llamar a los bomberos. Si echan agua en el medio de la habitacién donde tienen la fiesta, ten- drén que marcharse. 93 Temblando de rabia, Hlamé a los bomberos. —Buenas —dijo un bombero al otro lado del teléfono. — Fuego! —grité el Sr. Leén, que no queria decir nada del rinoceronte amarillo—. Hay fuego en el piso de arti ba del CAFE LA PESCADILLA AZUL. Vengan corriendo a echar mil litros de agua en el piso; pueden echarlos por la ventana del balcén. —Desde luego —dijo el bombe- ro—. Nosotros los bomberos adoramos gchar agua. Un momento después, las calles de la ciudad estaban Ienas de coches de bomberos haciendo sonar las sirenas, y de gente que corrfa detras para ver el fuego. EI Sr. Ledn estaba a la puerta del CAFE LA PESCADILLA AZUL frotando- se las manos. “Dos grandes coches, llenos de bom- beros entraron en la plaza donde estaba la casa roja y el Sr. Leén se puso a sefialar el balcén de la Sra. Flora. 94 —Es allf —dijo—. Apuirense a echar toda el agua, pronto. Los bomberos miraron al balcén donde habia tantas flores que olfan bien y donde los pajaritos cantaban en sus jaulas. —jAh! —dijo un bombero—. Yo no veo humo en ninguna parte. —Si, pero —dijo el Sr. Leén, que empezaba a ponerse nervioso—, hay mucho 95 is { © fuego, échenle aunque no sean més que dos mil litros de agua. Pero el bombero se tomaba las co- sas con mucha calma y serenidad. —Yo no veo ni fuego ni humo —dijo otro bombero—. Pero huele a ca- fé, Vamos alli. Cogieron sus escaleras, subieron al balcén de la Sra. Flora y se pusieron a 96 mirar adentro. —Hola—dijeron—. ;Es aqui donde huele a cafe? —jAy! —dijo la Sra. Flora ponién- dosé muy contenta—. Vienen més visi- tas. Qué amables son viniendo a verme. Voy a hacer més café, Y se metié en la cocina, mientras Jos bomberos entraban en la habitacién. PERO EL SUELO. El suelo de la sala de la Sra. Flora no estaba hecho para aguantar un rinoce- ronte y més de veinte personas, Cuando el tiltimo bombero ented en la habita- cién, se oy6 el segundo crack gigantesco del dia. ¥ toda la fiesta de la Sra. Flora se cayé al CAFE LA PESCADILLA AZUL. —iAy, ay!, qué mala suerte tengo —se lamentaba el Sr. Ledn Llevandose las manos a la cabeza y tirandose de los pe- los—. No sé qué daria por estar lejos de aqui, en la luna. —Ahi esté ese tipo tan extraio —dijo uno de los bomberos—. Ahora quiere ir a la luna. Me parece que es un 97 poco tonto. —NO —dijo Topper acariciando a Otto—. Es muy, muy inteligente. Lo sabe todo. —A veces esas cosas se suben a la cabeza —dijo otto de los bomberos—. Ahi viene esa sefiora tan simpatica con el café. Y dando un salto tomé por el aire a la Sra. Flora que se habia caido por el agujero del piso. —jUy! —dijo sorprendida—. No los habia ofdo bajar. Miré con amabilidad al bombero que la habfa tomado por el aire. —;Sabe? —le dijo—. Es que no El bombero asintié con la cabeza. —S{ —dijo él y le acaricié la cara ala Sra. Flora—. Pero el café s{ que sabe _ hacerlo bien. —No, no —dijo la Sra. Flora—. No tengo ningiin jardin. Pero tengo un balcdn Ileno de flores. Ya lo vera cuando termine con el café. 100 —Muy bonita —dijo un nifio pe- quefio que estaba allf poniéndose a soplar por la trompetilla de la Sra. Flora, creyen- do que era de mtisica—. Muy, muy bonita. Y fue una fiesta muy bonita que terminé muy tarde, cuando ya la luna se paseaba por encima de la ciudad. La luna miraba la ciudad, y sobre todo miraba la casa grande y roja que 101 estaba a la orilla del mar. Vio cémo las visitas decfan adiés y se iban a casa con sus hijos, dormidos, en brazos. Vio a los bomberos montar en sus coches y marcharse, vio al St. Leén en la puerta diciendo adiés y, cuando miré por la ventana, vio a la Sra. Flora en mitad del café, con su cafetera en la mano y mi- tando el agujero del techo. —Caray! —dijo la Sra. Flora—. {Dénde voy a vivir ahora? No se puede vivir en un piso que tiene un agujero tan grande en el suelo. El bueno del St. Holm, el portero, cartasped y se puso un poco colorado. —jHumm! —dijo acariciéndose el bigote—. Podrfa venirse a vivir a mi casa, Sra. Flora. —,Qué dice? —pregunté la Sra. Flora—. ;Quiere usted més café? EI St. Holm sacudié la cabeza. En- tonces, tomé un trozo de papel y un lapiz, y escribié con letras grandes: 102 VENGASE A VIVIR CONMIGO, SENORA FLORA La Sra. Flora leyé el papel. Entonces miré sonriendo al Sr. Holm. —No es mala idea —dijo—. {Sabe una cosa, Sr. Holm?, me llevo la ca- fetera, seguro que un sorbo de café nos sienta bien. El St. Holm se puso atin mas co- lorado. —Seguro —dijo—. Si, completa- mente seguro. Un poco mis tarde, la luna vio cé mo Otto, el rinoceronte de tres cuernos més amarillo del mundo, se cumbaba en la hierba y también cémo el jefe de pol cfa, que ya no querfa ser més jefe de poli- cfa, se recostaba sobre el enorme animal y se quedaba dormido. La luna vio cémo el Sr. Leén con- taba todo el dinero que habia gariado aquel dia, vio cémo cerraba la puerta y apagaba las luces del café y un poquito 103 después oyé un montén de ronquidos que salian de la casa grande. El més gordo y fuerte de los ron- quidos era el de Otto. El més chillén era el de Viggo, y el mis alegre y raro era el del Sr. Holm. Porque el Sr. Holm roncaba a tra- vés de su «Calientanariz». Pero de pronto la luna dio un res- pingo alld arriba, porque habia visto una persona muy extrafia que se acercaba a la casa. La persona extrafia iba cargada con un saco a la espalda, y andaba con pasos muy silenciosos. Cuando Ilegé a la casa roja empe- 26 a mirar a todos lados. Entonces empujé la puerta de al lado del CAFE LA PESCADILLA AZUL y empezé a subit, descalzo, por las escale- ras, que crujfan, y olfan a café. —Café —dijo bajito—. Alguien 104 ha bebido café. Se paré a escuchar detrds de la puerta del piso donde Topper y su madre dormian, sofiando con rinocerontes, lépices y niffas en bicicletas amarillas, Estuvo parado un momento, escu- chando y sonriendo por debajo de su gran barba. —jOhoho! —dijo—. Ahi dentro duermen como piedras, mucho mejor asf. 105 Abrié la puerta y entré en la sala. Dejé el enorme saco al lado de la puerta. Pero la extrafia persona no podia ver muy bien en la oscuridad, y no vio que habia un gran agujero en el suelo. Con un grito se cayé por el aguje- ro, pasé por el agujero de la sala de la Sra. Flora y fue a dar JUSTO ENCIMA DE LA BARRIGA DEL JEFE DE POLICIA. —UUUY —dijo el jefe de policfa, desperténdose—. Puede alegrarse de que ya no soy jefe de policia, porque entonces tendria que meterle en la cércel. Esté to- talmente prohibido saltar encima de las barrigas de la gente. Encendié la luz y lo mismo hizo el resto de los vecinos de la casa roja, por- que no estaban acostumbrados a que na- die gritara UUUY en mitad de la noche. Hasta Otto se desperté y gruiié JORK, JORK varias veces. La extrafia persona miré al rinoce- ronte, luego miré el agujero del techo del café y empezé a refrse. Se rid tanto que las lagrimas empezaron a correrle por la 106 cara, que estaba muy morena por el sol, y se metfan por entre la gran barba roja. —Topper —grité—. ;Qué es lo que has hecho, pillo? —Perdén —dijo el jefe de poli- cla—. ;Conoce usted a ese nifio? —,Si lo conozco? —grité el hom- bre de la barba roja dandole una palmada en el hombro al jefe de policia—. Ese chico es mi hijo. —Papd —grité Topper tirandose por el agujero del suelo—. ;Traes algin payaso? 107 —Dos —dijo el padre, abrazando a Topper, tan fuerte que se puso azul—. 3Cambiamos? —;Cambiar qué? —pregunté Top- per tomando aliento. —Por el rinoceronte —dijo su padre. —Oiga —dijo el jefe de policia— No pitede Hlevarse el rinoceronte del nifio. {Qué voy a hacer yo, entonces? Ahora que le tomé carifio al animal. —JORK —dijo Otto arrimandose al jefe de policia. —Espera —dijo el padre de Top- per—. Conozco a un jefe de las islas de Fitti-Huli, en el mar de Benga, que se alegtaria mucho de tener un rinoceronte amarillo tan pacifico como éste, «Un ri- noceronte amarillo», me dijo el jefe, una vez que estabamos bebiendo vino de pal- mera, a la luz de las estrellas, «un rinoce- ronte amarillo es lo que més me gustaria tener. Si tt pudieras conseguirme un rinoceronte asf, te darfa tres de mis muje- res més hermosas». Ast me dijo, y seria 108 una pena no hacerle el favor a mi amigo el jefe, ahora que llego a tierra y encuen- tro un rinoceronte asi en mi propia casa. ‘Ademés, es un buen cambio. —S{ —dijo Topper—. Pero tu ya tienes una mujer. —Si que la tengo —dijo, toman- do en el aire a la madre de ‘Topper que se habja tirado por el aire, desde el segundo piso—. Yo tengo una mujer muy buena, pero el jefe de las islas de Fitti-Huli no tiene ningin rinoceronte, y me gustaria que lo tuviera. —Si, pero gy yo qué? —dijo el jefe de policfa poniéndose triste—. Voy a te- ner que ser jefe de policia otra vez. —Te vas con Otto a las islas de Fitti-Huli —dijo el padre de Topper—. Y ademas te puedes quedar con las tres es- posas. —jOh! —dijo el jefe de policfa un poco asustado—. Prefiero tener una sola esposa. —Bueno, eso tendras que decirse- lo ti mismo al jefe —dijo el padre de 109 Topper—. Pero, Topper, ide dénde sacas- te ese animal amarillo? Topper se llevé a su padre a un lado. —;Puedes guardar el secreto? —pregunté muy bajito. —Desde luego —contesté su pa- dfe—. Desde luego, hijo. —Lo dibujé yo —dijo Topper y sacé el lapiz del bolsillo, para que lo vie- ra su padre, —zLo dibujaste? —pregunté su pa- dre. —Si —dijo Topper—. Todo lo que uno dibuja con este lapiz, se hace verdad. —Estupendo! —dijo su padre—. Entonces, no te importaré que me lleve al rinoceronte. Puedes dibujar otro nuevo. —No —dijo Topper y se acercé a su padre para decirle al ofdo—. La préxi- ma vez voy a dibujar un elefante, Su padre se eché a reir muy fuerte. —Entonces, tienes que esperar a que le pongan un suelo nuevo a la casa —le dijo. 112 A Otto le habjan pasado una cuer- da muy gorda por debajo de la barriga, lo levantaron con una griia y lo pusieron con cuidado encima del barco. Otto estaba de muy buen humor y cuando iba por el aire solté unos sonidos muy raros y simpaticos. —;Por qué hace eso? —pregunté una nifia que estaba comiendo un helado. —Porque le hace cosquillas —dijo Topper. EI St. Leén también estaba en el puerto para despedir a Otto. Estaba un poco nervioso, porque pensaba que no iba a ganar tanto dinero cuando Otto ya no estuviera en el CAFE PESCADILLA AZUL. Al St. Leén le gustaba mucho el dinero. Peto mientras estaba en el puerto, con su mal humor, se le ocurrié una bue- na idea. —iYa lo tengo! —grité—. Voy a llamar a mi café EL RINOCERONTE AMARILLO. Y se marché a casa corriendo, a 113 pintar un letrero nuevo para ponerlo arri- ba de la puerta, Cuando ya Orto, el jefe de policta y siete vagones de hierba estaban a bordo, el capitén del barco grité: —SALIMOS, ;RUMBO A LAS IS- LAS FITTI-HULI! Topper recibié un abrazo de su pa- dre, tan fuerte que casi lo deja sin aire, y su madre recibié nueve besos muy cari- fiosos en toda la boca. La sirena del barco empez6 a sonar. Los marineros empezaron a corer de un lado para otro, muy atareados y Otto solté el mayor y mejor JONK de su vida. En el piso de artiba de la casa roja estaban la Sra. Flora y el Sr. Holm to- mando el café de la mafiana mientras mi- raban al puerto. —Mire —dijo la Sra. Flora—. Acaban de embarcar un rinoceronte en un barco. Es extrafio la cantidad de rino- cerontes que se ven ahora. —Es el mismo rinoceronte que vi- mos ayer —dijo el Sr. Holm—. Lo llevan a las islas Fitti-Huli, a'pasearse entre las pal- meras y a comer plétanos, y con él también va el jefe de policia. —;Cafe? —dijo la Sra. Flora—. Si, sf, puede tomar todo el café que quie- ra, Sr. Holm. Y cogiendo la mano del St. Holm le sonrid. El barco empezé a salir del puerto. Y los nifios saludaron tanto a Otto 11s que les dolfan los brazos. Estuvieron alli hasta que Otto no se vefa mds que como un bultito amarillo y hasta que ya no se ofan mas JORK des- de el barco. —Se fue Otto —dijo Viggo, sus- pirando—. ;Qué vamos a hacer ahora? ‘Topper cogié el lépiz del bolsillo y le guifié un ojo. —Un dlefante —le dijo al ofdo—. Rojo. En ese momento aparecié Sille en su pequefia bicicleta amarilla. —jHola, Sille! —dijo Topper—. Mira, ahf va nuestro rinoceronte, Sille miré al mar y sacudié lenta- mente la cabeza. —Topper —dijo ella—. Tui estés loco. Ahf no hay ningiin rinoceronte. Es un barco normal y corriente, Y montdndose en la bicicleta se marché a toda velocidad. ‘Topper suspiré. —No es facil tener una novia —le dijo a Viggo. 116 — Bah! —dijo Viggo. Y realmente eso era lo que opina- ba de este asunto. Capitulo 1 Capitulo 2 Capitulo 3 Capitulo 4 Capitulo 5 Capitulo 6 Capitulo 7 Capitulo 8... Capitulo 9..... Capitulo 10... Capitulo tltimo..... OLE LUND KIRKEGAARD Nacié en 1940 en Aarhus (Dinamarca). Una vez finalizados sus estudios se dedicé a la creacién literaria. Ha escrito numerosos guiones para radio, televisin, obras de teatro, cuentos y novelas, y ha dedicado especial atenciém a los libros para nifios. Otto es un rinoceronte fue incluido en 1974 en la lista de honor del premio Hans Christian Andersen. de Cy San Francisco 1434, Santiago de P otto es undinaceronta an nego recourse Sree ‘inane Seon ste ‘Tuacones comes neers y orn per

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