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El desafío de narrar

Módulo 1. La actitud del escritor

Clase 2: La construcción del argumento como primer desafío

1.1.- Introducción

Un narrador es, ante todo, un observador compulsivo de la realidad en que vive, y


también, ¿por qué no?, de aquella en que no vive. Su sensibilidad capta detalles y
trasfondos de situaciones que personas con otros intereses y saberes jamás podrían
detectar. Para un escritor, todo a su alrededor constituye material de ficción: los
arabescos del suéter que lleva una desconocida vista en una estación de bus, la forma
de una cicatriz, el olor de un perfume en particular, el guiño malicioso de un grafiti, lo
que conversan dos jubilados en un banco próximo, los detalles de un crimen que dentro
de un mes solo los implicados recordarán, la numeración de una matrícula de auto
cuyo modelo dejó de fabricarse hace cuarenta años, el atuendo particular de algún
empleado público, los electrodomésticos abandonados en un basurero cercano, el
pregón de un vendedor ambulante, el color de ojos de una recepcionista, una mancha
en un bloque de mármol que simula el rostro de alguien conocido, escenas de su propia
vida, en fin, un novelista es un monstruo de absorción para quien la exigencia de un
comportamiento “normal” por parte de otros es lo más cercano a un suplicio.

Muchas veces de esos destellos nacen los colores que hacen de la realidad ficticia, una
realidad deseable, tanto para el escritor como para sus futuros lectores. Cuando un
novelista logra al menos esbozar su argumento como mejor convenga a sus
posibilidades cognitivas, mediante un diagrama, mapa de sucesos relevantes, dibujos,
gráficas temporales; la continuidad de su esfuerzo, en gran parte está asegurada.
Escribir a ciegas, sin tener al menos una noción mínima de a dónde se va, suele ser tan
peligroso como estéril. Es más fácil abandonar un proyecto de fisonomía deforme que
uno de rasgos definidos, por más que el primero anuncie la ruptura de lo genial y el
segundo no. La imagen del escritor electrizado por una obsesión y convirtiendo su vida

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de forma voluntaria en un caos, suele ser una imagen poco creíble del oficio que
lamentablemente han diseminado los medios en general.

Si bien la escritura no es un acto completamente


racional, conviene cierto orden puertas adentro del
proceso de creación. Ello puede evitar la dispersión
y los anacronismos, así como el llamado “síndrome
de la página en blanco” o bloqueo. Un mapa de
escritura, una armazón (ninguno tiene por qué ser
definitivo) garantizan una visualización en high
definition del campo narrativo. Esto permite
determinar en qué momento exacto de nuestro proyecto estamos y localizar tanto
puntos de giros de la acción, como puntos de enlace en que se revelan motivaciones y
propósitos de los personajes. Si el escritor no construye su brújula, más fácil le será
extraviarse en su propio laberinto. Un laberinto que incesantemente está generando
sus leyes de progresión y en el que sus pasadizos se encargan de desmentir los planos
que los describen. La construcción del argumento transita por algunas fases
elementales que a continuación se proponen:

1.2.- Visualización de los hechos.

Esta casi siempre se da en principio de forma nebulosa. Es preciso tener claro que en
ella todo está sujeto a cambios y que su conformación, muchas veces está lejos de ser
la definitiva. Pero resulta sin dudas una etapa importante porque en ella se “sueñan”
los hechos, las peripecias narrativas, el qué sucederá, el cuándo y dónde, lo que
equivale a tiempo y espacio. Por lo general lo que se tiene entre manos es un hecho
central que luego se deriva en acciones particulares, en donde todo, incluyendo a los
personajes, es dúctil, maleable. Esta primera fase suele ser aquella donde se toman
notas, se registran frases, se conciben situaciones y se modelan, aunque de forma
primitiva, los conflictos cuya contradicción interna marca el carácter original de la
ficción que se recrea. De algún modo, esta es una etapa del trabajo narrativo que se
mantiene durante todo el proceso y que tal vez nos ofrezca una palabra clave:
flexibilidad. Apasionarse con un proyecto de novela no significa considerar desde el
principio, inamovible la idea primigenia. La misma historia que estamos narrando,
durante la marcha del oficio escritural, es la que se encarga de revelarnos las

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necesidades de supresión, cambio y adición de nuevos elementos. De nosotros depende


desarrollar el olfato necesario para saber cuándo el argumento requiere una
modificación pertinente.

1.3.- Esbozo de los personajes.

No hay acción narrativa que no se


sostenga en personajes. Ellos
constituyen su soporte psíquico, y son
de hecho, los hilos conductores que
animan los sucesos de la trama. Gran
parte del éxito de un texto narrativo
depende de su conformación, y
autenticidad, de la credibilidad de sus
móviles y actitudes. Por ello conviene, tener claro desde el principio, al menos las
características que identifican al o los protagonistas de la obra, pues esto permite
enfocar las acciones de una forma concisa y estable, teniendo en cuenta que una obra
de ficción es un amplio tejido en donde desatar o cortar una hebra, implica muchas
veces afectar o poner en peligro la unidad del conjunto. Un personaje bien diseñado
desde el principio, desde la planeación del argumento en base a una psicología en
particular, a unos intereses y motivaciones concretas, constituye un cimiento de
importancia definitiva para curso de la escritura. Aunque la complejidad de su mundo
será motivo de un tema aparte, conviene, al menos en esta etapa preliminar, definir su
nombre (este puede ser provisional), su edad, posible aspecto físico, su ocupación,
temperamento, jerarquía que ocupa dentro de la trama, relaciones con otros
personajes, así como otros elementos que distingan su actuación en el conglomerado
narrativo. Para comenzar una ficha de los personajes de mayor relevancia, está bien y
es de gran utilidad. Pero solo una ficha, pues los personajes construidos con verdadera
habilidad, se convierten en entidades autónomas que van evolucionando conforme
avanzan los hechos de la ficción.

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1.4.- Documentación inicial.

Para construir un argumento sólido, y por tanto una obra narrativa de valía artística,
es necesario el dominio de información en lo referente al campo narrativo que hemos
comenzado a diseñar. No se trata de un compendio exhaustivo, sino de esbozos que
predefinen la verosimilitud de nuestro discurso. Se trata de manejar datos, que, sin
llegar a ser enciclopédicos o minuciosos, nos permitan perfilar algunos elementos de
la trama. Entre ellos se encuentran el binomio tiempo- espacio y la construcción de
roles de los personajes. Si vamos a comenzar la escritura de una novela histórica cuya
acción se desarrolla en tiempos de la Conquista en América, lo primero sería definir un
segmento temporal entre fines del siglo XIV y principios del XVII, tener una noción de
hechos relevantes que marcaron ese período y saber en qué medida nuestros
personajes se verán afectados o favorecidos por los mismos en dependencia del espacio
geográfico en que vivan, pues la Conquista no fue un proceso homogéneo en todo el
Nuevo Mundo

1.5.- Construcción de nexos


narrativos básicos.

Esta fase define gran parte de las veces


que una obra tenga éxito o no. La
misma se sostiene en las relaciones
que establezcan los personajes y en
dichas interacciones no debe haber
imprecisión. El arte de la novela
plantea una necesaria hipnosis del lector, si el lector desconfía de la verosimilitud de
la trama en una línea, nuestro trabajo como fabuladores ha fracasado. Si al principio
de la trama se dice que un personaje es aficionado al aguardiente, durante el transcurso
de la misma no se debe presentar como abstemio. Si en algún momento se presenta al
lector un personaje que es un monje jesuita, este no debe aparecer luego con el hábito
de los dominicos, al menos sin una explicación plausible. Si de momento un personaje
aparece como un jugador de cartas experto, y antes no he abordado esa destreza suya,
corro el riesgo de que el lector desconfíe de sus habilidades por parecerles forzadas. En

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este sentido resulta de suma importancia saber cómo y por qué sacaremos de escena a
un personaje que luego reaparecerá pues las consecuencias de las acciones deben
responder a una causalidad fundamentada y no al capricho del autor. Al menos en la
construcción del argumento, debe tenerse en cuenta que los nexos que darán
continuidad a la trama deben ser vértices que más adelante serán unidos para
conformar una especie de geometría invisible.

Los personajes siguen, por más que la trama sea en forma de puzle, una línea de
evolución que no debe de ser inverosímil: cuidar estos detalles atendiendo a cuestiones
de lógica elemental, garantiza que nuestra obra narrativa, ya sea novela relato o teatro,
se vaya construyendo de una forma sólida: ver esta progresión nos llena de confianza
en nuestro trabajo y le depara al lector la seguridad inconsciente de que no será
traicionado a mitad de camino.

Bibliografía:

Heras, E. (comp.) (2002). El desafío de la ficción. La Habana: Abril

García Jiménez, J. (1994). La imagen narrativa. Madrid: Paraninfo

Lukács, G. (1974). Teoría de la novela. Madrid: Grijalbo

Vargas Llosa, M. (2005). La verdad de las mentiras. Barcelona: Seix Barral

Roth, P. (2011). El oficio: Un escritor, sus colegas y sus obras. Madrid: Penguin
Random House

Roth, P. (2013). Lecturas de mí mismo. Madrid: Penguin Random House

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