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MARCO TEÓRICO

La violencia al interior de la familia es un fenómeno social complejo que ha acompañado los


grupos humanos desde la constitución misma del núcleo familiar; sin embargo, siguiendo lo
planteado por Corsi (2004), sólo hasta la década de los sesenta empieza a tematizarse en tanto
problema, gracias a la influencia de movimientos sociales como el feminismo, el cubrimiento
mediático de diferentes casos de maltrato infantil y los aportes teóricos desde disciplinas
como la medicina, con la formulación del <<síndrome del niño golpeado>>; siendo estas,
algunas de las coordenadas históricas que contribuyeron en la redefinición de los malos tratos
al interior de la familia, especialmente en lo referente a las diferentes formas de violencia
contra los niños. Anteriormente, como señalan Torío y Peña (2006), esta problemática era
considerada un asunto privado y sostenida por un conjunto de discursos sociales que
otorgaban un valor positivo al castigo físico como estrategia disciplinaria, a lo que se sumaba
la concepción del niño, no en tanto sujeto de derechos, sino como propiedad de los padres.
Atendiendo a las alusiones históricas previamente mencionadas, destaca la importancia de
entender la violencia intrafamiliar atiendo a las coordenadas del contexto histórico-cultural
en el que emerge, pues este configurará una serie de discursos que la definen y, por
consiguiente, delimitan las estrategias de intervención de la misma; cuando las diferentes
formas de violencia hacia los niños eran concebidas como prácticas propias del proceso de
socialización, las acciones de carácter sistemático para prevenirlas o mitigar sus efectos eran
prácticamente inexistentes. En esta misma vía, el ejercicio de una práctica enfocada en el
abordaje de casos de violencia contra los niños y niñas en el marco de la familia debe partir
por una reflexión rigurosa respecto de las concepciones teóricas que terminarán por delimitar
las estrategias de evaluación e intervención.
En el presente apartado se especifican los referentes teóricos que orientan la propuesta de
intervención en el caso abordado, partiendo de la definición de violencia intrafamiliar
adoptada y el modelo etiológico desde el que se aprehende esta problemática; seguidamente,
se introducen algunos de los principios ofrecidos por el enfoque psicosocial y un recorrido
por los diferentes enfoques de intervención presentados por la literatura científica,
profundizando en los modos de acción propuestos.

1. Violencia Intrafamiliar:
Previo a la definición de la noción de violencia intrafamiliar, de acuerdo con la propuesta de
Fernández (2010), es preciso hacer referencia a la concepción de familia desde la que se
aborda las problemáticas emergentes en su dinámica. Para el presente informe, siguiendo lo
planteado por Barreto y Puyana (1996), esta se entiende como un grupo de convivencia
formado a partir del parentesco, la filiación y la alianza, cuyos miembros se encuentran
vinculados por sangre o afinidad; todo esto, en el marco de condiciones sociales, económicas
y culturales concretas. Adicionalmente, constituye un espacio en el que tiene lugar un
conjunto de “relaciones de cooperación, intercambio, poder y conflicto” (Martínez, Ochoa y
Viveros, 2016 p.7); relaciones que van configurando una dinámica particular en la que tiene
lugar la transmisión del lenguaje, los afectos, las expectativas hacia el futuro, las costumbres
y, en términos generales, todos aquellos “elementos necesarios para hacer posible la
interacción de las personas en la vida social” (Barreto y Puyana, 1996 p. 28). Se trata,
entonces, de un grupo en el que tienen lugar los procesos de socialización, fundamentales
para la inscripción de niños y niñas en la cultura, adquiriendo características específicas de
acuerdo con factores contextuales y propios de la interacción entre los miembros del núcleo
familiar.
En lo que respecta a la violencia, según la Organización Mundial de la Salud (2002),
corresponde a:
El uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en un grado de amenaza o
efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga
muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del
desarrollo o privaciones (p.5)
Definición amplia que incluye diversas manifestaciones violentas; ahora bien, cuando dichas
manifestaciones son perpetuadas por uno o varios miembros de una familia a otro pariente
es posible incluirlas dentro de la categoría de violencia intrafamiliar. Categoría que,
siguiendo lo planteado por Sierra, Macana y Cortés (2006), permite trascender de la
generalidad de la violencia interpersonal para puntualizar que el fenómeno violento al interior
del espacio familiar puede ser entendido particularmente como un proceso construido
colectivamente en el tiempo, en el que toman parte múltiples actores, quienes interactúan
siguiendo determinados patrones que contribuyen a la reproducción de la problemática. En
este orden de ideas, se trata de una problemática multi-causal asociada a determinado
funcionamiento del sistema relacional que caracteriza a la familia; funcionamiento que opera
de acuerdo a condiciones, circunstancias y experiencias que van a dar lugar a la conducta
violenta.
Ahora bien, una vez establecida la definición de violencia intrafamiliar que orienta el
presente estudio, resulta pertinente hacer mención de las tipologías de violencia que han sido
formuladas para estudiar dicha problemática, específicamente cuando afecta a los niños.
Acto seguido, se profundiza en la violencia física, debido a su predominancia en el caso
abordado y se incluyen algunas referencias de la literatura científica sobre las consecuencias
de la violencia intrafamiliar a los niños.
1.1 Tipologías del maltrato intrafamiliar a los niños.
En primer lugar, cabe resaltar que las manifestaciones de violencia intrafamiliar a los niños
han sido abordadas frecuentemente desde la noción de maltrato infantil, entendido
específicamente como:
Cualquier tipo de maltrato físico y/o emocional, abuso sexual, desatención o trato
desconsiderado, o explotación comercial o de otra índole que ocasione un daño real
o potencial a la salud, supervivencia, desarrollo o dignidad del niño en el contexto de
una relación de responsabilidad, confianza o poder (OMS, 2009 p.9)
En el marco de esta definición se han establecido diversas tipologías de maltrato; tipologías
cuya diferenciación no comporta una exclusión, dado que “en la práctica suelen darse varios
tipos de maltrato simultáneamente” (Fernández, 2010); no obstante, las clasificaciones
resultan orientadores útiles para profesionales e investigadores interesados en el estudio de
este fenómeno.
Para efectos de este estudio de caso, se retoma la propuesta de Fernández (2010), quien
distingue dos categorías generales: maltrato físico y maltrato psicológico, las cuales pueden
manifestarse de manera activa (acción) o pasiva (omisión).
1.1.1 El maltrato físico.
Por maltrato físico se entiende toda conducta ejercida por un miembro del grupo familiar
que, por acción u omisión, produce un daño físico en el niño, deterioro de su salud y, por
consiguiente, vulnera sus derechos (Fernández, 2010). Dentro de la modalidad activa del
maltrato físico se encuentra toda conducta de agresión no accidental infligida al niño por el
uso de la fuerza, tales como golpes, quemaduras, arrancamiento de cabello, cortes, entre
otras. Los principales indicadores de este tipo de maltrato corresponden a magulladuras,
hematomas, quemaduras de objetos concretos, fracturas, dislocaciones, mordeduras, lesiones
internas, entre otras (García, 2006). Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones dichas
condiciones físicas no suelen ser evidentes, por lo que se han descrito criterios
comportamentales tanto del niño como del cuidador; en el niño se puede evidenciar reticencia
al contacto físico con adultos, declaraciones explicitas, respuestas evasivas o incoherentes,
llanto cuando debe desplazarse de la escuela a su residencia, sentimientos de culpa, angustia,
presencia de conductas extremas, entre otros. En relación al cuidador, pueden presentarse
dificultades a la hora de explicar de forma convincente la causa de lesiones en el niño,
frecuentes cambios de médico, culpabilizar a otros de las agresiones, pautas disciplinares
severas y percepción negativa del menor (Observatorio de la infancia, 2006).
En lo que respecta al maltrato físico por omisión, este corresponde a la negligencia, entendida
como la situación en la que se desatiende a las necesidades físicas elementales y la seguridad
del niño, entre las que se encuentran su “alimentación, vestido, higiene, educación, cuidados
médicos, protección y vigilancia en situaciones potencialmente peligrosas” (Fernández, 2010
p. 119). Los indicadores más evidentes asociados a este tipo de maltrato corresponden a la
falta de higiene, el retraso en el crecimiento, la presencia de infecciones leves y recurrentes;
además de consulta frecuente a los servicios sanitarios, accidentes usuales por falta de
supervisión, vestimenta inadecuada, problemas de aprendizaje, hábitos horarios y
alimenticios poco adecuados, entre otros (Observatorio de la infancia, 2006).
Ahora bien, resulta necesario puntualizar sobre la categoría de maltrato psicológico,
considerando que, como fue previamente mencionado, junto con las manifestaciones de
violencia física también tienen lugar las de tipo psicológico.
1.1.2 El maltrato psicológico.
Para Gómez de Terreros Guardiola (2006) una completa definición de maltrato psicológico
a los niños, en el seno del grupo familiar al que pertenecen, alude a un patrón de interacción
entre el niño y el cuidador que caracteriza su relación, asociado a consecuencias
potencialmente dañinas para la salud, el bienestar emocional y el desarrollo del niño. En su
modalidad activa, se caracteriza por hostilidades crónicas, bloqueo constante a las iniciativas
de interacción infantil, el encierro, el confinamiento o cualquier acto intencionado, efectuado
con el fin de “socavar la valoración de sí mismo del niño” (Fernández, 2010 p. 120). En
relación a la modalidad pasiva, es nominada abandono emocional y se caracteriza por la falta
persistente de respuesta a las señales emocionales y conductas procuradoras de proximidad
generadas por el niño, a lo que se suma ausencia de iniciativa de interacción por parte de los
cuidadores; en consecuencia, se evidencia ausencia total del vínculo afectivo, lo que se asocia
a un espectro de alteraciones que van desde los patrones de conducta alterados hasta serias
dificultades en la dimensión emocional (Fernández, 2010).
Para finalizar este apartado relativo a las generalidades de la violencia intrafamiliar a los
niños, se esbozan brevemente las consecuencias asociadas a dicha problemática.
1.2 Consecuencias de la violencia intrafamiliar a los niños.
Aunque un análisis exhaustivo de la literatura científica relativa a las consecuencias de la
violencia intrafamiliar excede los alcances del presente estudio de caso, atendiendo a la
revisión llevada a cabo por Alarcón, Araújo, Godoy y Vera (2010), destacan los siguientes
efectos negativos asociados a dicha problemática:
A nivel social y conductual, numerosos estudios de corte correlacional referenciados por los
autores han evidenciado el vínculo entre maltrato infantil y diversos problemas de conducta
en los niños, dificultando su adaptación en contextos como “la escuela, el hogar y la
comunidad” (p. 107). Adicionalmente, se ha podido evidenciar que existe una relación
estrecha entre violencia intrafamiliar y dificultades en el desarrollo de habilidades sociales,
concordando diversas investigaciones en que los niños que han sufrido malos tratos, tanto
físicos como psicológicos, presentan dificultades a nivel relacional, especialmente en lo que
atañe al establecimiento de relaciones significativas.

A nivel orgánico, la literatura especializada refiere efectos patológicos en el sistema


nervioso central del niño maltratado, asociados al estrés crónico producido por las situaciones
de tensión a las que se ve expuesto, dado que estimulan la producción de dopamina y la
actividad de la corteza prefrontal; activación que ha sido vinculada en algunos casos con la
presencia de “inatención, hipervigilancia, síntomas psicóticos, problemas de memoria y
aprendizaje” (Alarcón, Godoy y Vera, 2010 p. 107). De igual manera, la exposición a
situación de maltrato ha sido asociada con una disminución notoria de la serotonina,
resultando en dificultades en el manejo de los impulsos y conductas agresivas. Por otro lado,
es necesario destacar que numerosas investigaciones vinculan esta problemática con retrasos
en la mielinización del cuerpo calloso y, por consiguiente, disminución en la comunicación
de los hemisferios cerebrales, lo que afecta el desempeño cognitivo de los niños.

A nivel de la salud mental, la revisión realizada por Alarcón, Godoy y Vera (2010) sugiere
que las experiencias de malos tratos en la infancia constituyen un factor de riesgo para el
desarrollo posterior de trastornos de la personalidad durante la adultez, depresión, abuso de
sustancias, alteraciones en la conducta alimentaria, relaciones sociales disruptivas,
aislamiento social y problemas de conducta. Lo anterior concuerda con la investigación
correlacional de Frías y Gaxiola (2008), quienes plantean que es posible vincular las
situaciones de maltrato familiar a los niños, tanto directas como indirectas, a la presencia de
síntomas de depresión y ansiedad, así como desequilibrio emocional y conductas
inapropiadas; problemáticas que inciden sobre el rendimiento escolar.

Finalmente, atendiendo a lo planteado a partir de la revisión de Chaux (2003), la presencia


de violencia en la familia puede llevar al aprendizaje de comportamientos de tipo agresivo o
pautas de interacción generadoras de conflicto, lo que contribuye significativamente a la
reproducción de esta problemática. Si en el contexto familiar se han presentado el maltrato,
el abandono y la permisividad exagerada, probablemente se esté contribuyendo al desarrollo
de agresión reactiva, aquella que precede a una ofensa real o percibida, y agresión de tipo
instrumental, caracterizada por fungir como “un instrumento para conseguir un objetico, sea
éste recursos, dominación, estatus social o almo más” (p. 49). En este sentido, las estrategias
de prevención de factores de riesgo y promoción de factores protectores en los niños que han
sufrido malos tratos y en sus familias resultan necesarias para romper con el ciclo de
violencia, con su replicación que contribuye, además, al deterioro del tejido social.

2. Modelos etiológicos de la violencia intrafamiliar.

Aunque la violencia intrafamiliar es una problemática compleja, toda estrategia de


prevención e intervención de la misma debe partir por interrogar el modelo etiológico que la
orienta. En este apartado se presenta un breve recorrido por los diferentes modelos
explicativos existentes, se puntualiza sobre aquel que ha sido seleccionado por el equipo
interdisciplinar de trabajo, justificando su pertinencia.

2.1 Recorrido general por las generaciones de modelos etiológicos.

Torío y Peña (2006) proponen que los diferentes modelos etiológicos acerca de los malos
tratos intrafamiliares a la infancia pueden ser agrupados en tres generaciones que se han ido
sucediendo en el tiempo. Los modelos de primera generación o unicausales, presentes en la
década de los años 60, se centraban en una serie de factores independientes entre sí,
considerando áreas como la “individual, psicológica o social, sin plantear la articulación o
interacción entre ellas” (p. 530). Cabe resaltar que las principales aproximaciones
conceptuales pertenecientes a esta generación corresponden al modelo psicológico-
psiquiátrico, desde el que se destacaban las características psicológicas de los padres
maltratantes y condiciones psicopatológicas existentes; el modelo sociológico o
sociocultural, en el que se prestaba especial atención a las variables contextuales y culturales
de la familia, y el modelo centrado en la vulnerabilidad del niño, en el que se enfatizaba en
los factores predisponentes propios del perfil psicológico del niño maltratado.

Posteriormente, Durante la década de los 70, numerosas investigaciones concordaron en el


carácter reduccionista de las propuestas etiológicas unicausales, contribuyendo a la
emergencia de los modelos de segunda generación o de la interacción social, caracterizados
por profundizar en la interacción de diversos factores. Los dos modelos predominantes de
este periodo corresponden al modelo ecológico-sistémico, en el que se profundizará en el
siguiente apartado, al tratarse del seleccionado por el equipo interdisciplinar, y el modelo
transaccional, cuya propuesta reconoce el carácter multicausal de la violencia intrafamiliar a
los niños, XXXXX

2.2 Modelo ecológico-sistémico.

3. Enfoques de intervención de la violencia intrafamiliar a los niños.


3.1 Recorrido general por los enfoques de intervención.
3.2 Promoción de factores protectores y prevención de los factores de riesgo.
3.3 Principios de la intervención psicosocial en casos de violencia intrafamiliar
3.4 Estrategias de evaluación e intervención. (padres, niños y comunitarias)

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