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UNIVERSIDAD CATOLICA LUMEN GENTIUM.

ESCUELA DE TEOLOGÍA Y FILOSOFÍA.


ÉTICA I.
Prof. Lic. Andrés Esteban López Ruiz.
Presenta: José Manuel Arias Córdova
Tlalpan, D.F. a 06 de Octubre, 2015.

Tesis #8. La ley es la vía para llegar al fin; es por esto que el punto central de la Ética no
es la ley, como en el caso de Kant, sino el fin como en el caso de Aristóteles y Santo Tomás.
Puesto que el fin le es dado al hombre con su misma naturaleza, hay también una ley moral
que le es dado con la naturaleza: es la ley moral natural. Esta ley moral natural no es otra
cosa que el reflejo en el ser humano de la ley eterna, lo anterior, plantea el problema de la
heteronomía o de la autonomía del actuar humano. La recta razón nos lleva al
conocimiento de la ley natural y de las normas y preceptos que de ella se derivan.

La ley, las normas y los preceptos deben, por medio de la virtud de la prudencia encontrar
su aplicación práctica en los diversos ámbitos particulares del actuar humano.

Para santo Tomás la regla de las acciones voluntarias es doble: una próxima y
homogénea, la razón humana; la otra tiene el carácter de regla primera o suprema y es la ley
eterna, que es la razón divina.1

Cuando decimos que la recta razón es regla moral, la razón se entiende como criterio y punto
de referencia objetivo. A ello alude el adjetivo “recta”. La recta razón es obviamente la facultad
cognoscitiva racional de la persona humana, pero la recta razón no se identifica siempre con el
juicio que una determinada persona formula acerca de lo que ella va a hacer o ha hecho, o acerca
de un comportamiento considerado en general. Estos juicios pueden ser verdaderos o falsos, son
sensibles, mientras que la regla o el criterio objetivo de medida es infalible, siempre recto.

Para él, es natural al hombre lo que es conforme a la recta razón, porque ésta es lo específico de
su naturaleza y ella es la regla moral. La ley natural se refiere a la naturaleza humana en sentido
práctico.

1
S. Th., I-II, q. 71, a. 6, c.
Aristóteles nos dice: en el hecho político una parte es natural, y la otra es legal. Es natural lo
que, en todas partes, tiene la misma fuerza y no depende de las diversas opiniones de los
hombres; es legal todo lo que, en principio, puede ser indiferente de tal modo o del modo
contrario, pero que cesa de ser indiferente desde que la ley lo ha resuelto.2

Ser naturalmente justo quiere decir ser conocido como tal por la razón humana, facultad
específica de nuestra naturaleza, en virtud de su misma constitución intrínseca y, por tanto, con
independencia de cualquier ley o mandato de la autoridad política, religiosa, familiar, etc.,
siendo ese conocimiento moral natural la condición que hace posible la inteligibilidad y la
recepción de cualquier ley humana.

Así pues la recta razón es lo que la razón humana dictamina de suyo acerca de una acción, es
decir, la recta razón es el dictamen obtenido cuando la razón procede correctamente (sin error
de razonamiento) según las leyes, los principios y los fines que son propios de la razón moral
en cuanto tal, sin interferencias ni presiones de ningún tipo. La recta razón es, podríamos decir,
la razón práctica que obra según su legalidad propia o, si se prefiere, es la razón práctica que
puede reconocerse enteramente a sí misma tanto en su modo de proceder como en sus principios
y en sus conclusiones.
La actividad de la recta razón tiene su raíz en los primeros principios prácticos que ella posee
naturalmente o, con más propiedad, que son naturalmente captados por el hábito intelectual
llamado sindéresis. Existe, por tanto, una ratio naturalis, una razón natural, conocida
normalmente con ley moral natural. Esos primeros principios de la razón práctica son,
fundamentalmente, las virtudes o, con mayor rigor lo que se llama dimensión intelectual o
normativa de las virtudes.

 La ley moral natural designa en primer lugar un hecho, y no una teoría: el hecho reside
en que el hombre es por su misma naturaleza un ser moral, y que la razón humana es,
por si misma, también una razón práctica o moral.
 La ley moral natural es, entonces, la luz de nuestra inteligencia en virtud de la cual las
realidades morales resultan accesibles al hombre, y que hace posible que este posea
espontáneamente una experiencia moral.

2
ÉN, V, 7, 1134 b 18-22
La ley moral natural consiste en la luz natural de la inteligencia,3 esta no significa un conjunto
de ideas innatas. Por eso no constituye una verdadera objeción contra la existencia de la ley
natural afirmar que existen personas que no entienden ciertos principios morales o que sostienen
principios erróneos. Objeción sería que hubiera hombres completamente amorales, sin razón
práctica, que no asumiesen ante su vida y la de los demás una actitud de valoración y de juicio,
aunque fuese una actitud que ciertas causas hubieran deformado bastante.

En el marco de la concepción creacionista propia del realismo filosófico, el concepto de ley


moral natural implica que se trata de una ley divina, es decir, de un conjunto de exigencias que
tienen en Dios su autor y su fundamento último. La innata capacidad humana de regular
moralmente la propia conducta es vista, en último término, como la participación propia del ser
racional, creado a imagen y semejanza de Dios, en el orden y en el proyecto finalizador de la
Inteligencia Creadora, y la naturaleza humana es vista como ordenada por la Sabiduría divina
y, por tanto, como dotada de significado, que para ser formalmente moral y normativo debe
pasar por la razón. Todo ello lo sintetiza Sto. Tomas con su célebre formula: la ley moral natural
es la participación en la ley eterna (razón ordenadora de Dios) propia del ser racional.4

Dentro de la dimensión teónoma (del griego Theos, Dios, y nomos, ley, y "ley de Dios") de la
ley natural no es comprensible desde una perspectiva atea. La dimensión teónoma de la ley
natural no es un cómodo expediente para resolver todos los problemas. No se dice que el hombre
conoce la razón de Dios directamente y en sí misma, y que, por tanto, el sostenedor de la ley
natural puede presentar sus juicios personales como si fuesen juicios de Dios.

Se dice que cuando alcanzamos la verdad moral (que no siempre alcanzamos), alcanzamos
participativamente una ordenación divina, que tiene por ello valor absoluto y sobrehumano. El
valor de la racionalidad y de la verdad se ve reforzado por esta fundamentación trascendente.

El problema de la heteronomía y autonomía

Si definimos la libertad como «independencia de la voluntad con respecto de la ley natural de


los fenómenos» y como «independencia de los contenidos» de la ley moral, nos encontramos

3
Lex ergo naturalis nihil est aliud quam conceptio hominis naturaliter indita, qua dirigitur ad agendum in actionibus
propriis, In IV sent., D. 33, q. 1, a. 1, c.
4
Lumen rationis naturalis, quo discernimus quid sit bonum et malum quod pertinet ad naturalem legem, nihil aliud
sit quam impressio divini luminis in nobis, S. Th., I-II, q. 91, a. 2, c.
con su sentido negativo (aquello que ella excluye). En cambio si añadimos a este rasgo otro
nuevo: que la voluntad (independiente) es capaz también de determinarse por sí sola,
autodeterminarse, poseeremos también su sentido positivo y específico. Este aspecto positivo
es lo que Kant llama «autonomía» (darse a sí mismo su propia ley). Lo contrario es la
heteronomía, el que voluntad dependa de algo distinto de ella misma, que la determina5.

La autonomía de la voluntad es el único principio de toda ley moral y de los deberes


conformes a la ley. Por el contrario, toda heteronomía del arbitrio no solo no fundamenta una
obligatoriedad, sino que resulta contraria a su principio y a la moralidad del querer. En otros
términos, el único principio de la moralidad consiste en la independencia de la ley con
respecto a toda materia (es decir, de un objeto deseado), y al mismo tiempo, sin embargo,
con la determinación del arbitrio por medio de la pura forma legisladora universal, de la que
debe ser capaz su máxima. Aquella independencia es la libertad en sentido negativo; es
legislación autónoma de la razón pura, y en cuanto tal, práctica, es libertad en sentido
positivo. Por lo tanto, la ley moral no expresa nada más que la autonomía de la razón pura
práctica, es decir, de la libertad, y ésta es sin duda la condición formal de todas las máximas
y sólo obedeciéndola pueden éstas conformarse con la suprema le práctica 6.

Los primeros principios prácticos


a) El primer principio de la razón práctica. El primer y fundamental principio poseído
naturalmente por la razón humana es la percepción práctica del bien como lo que debe
hacer y del mal como lo que se debe evitar.
b) Las virtudes morales como principios prácticos. En el orden práctico los fines que se
han de realizar son los principios del razonamiento práctico. Que los fines de las virtudes
sean conocidos por naturaleza significa que la razón práctica tiene principios naturales
dotados de contenido, que son el punto de partida para toda su actividad y el criterio
fundamental de la rectitud moral. Las virtudes son modos de regulación de las acciones
y de los afectos o pasiones y de los viene a que ellos miran.
Los fines de las virtudes no son los objetos de las inclinaciones naturales, sino los
criterios de regulación racional de la realización de esos objetos.

Las inclinaciones naturales presentan los temas o la materia que ha de ser ordenada, y las
virtudes son los criterios racionales de su regulación, criterios que son también naturales en
cuanto la razón los conoce «por naturaleza», en virtud de su propia constitución intrínseca, y
no solo porque existan leyes humanas que imponen esa regulación. En el nivel de la actividad
de la razón práctica, que es el nivel de los principios en el que opera la sindéresis (capacidad

5
Reale, Giovanni y Antiseri, Dario, Historia del pensamiento filosófico y científico, Tomo II, del humanismo a
Kant, 4ta Ed, Herder, Barcelona, 2001, p. 767.
6
Ibídem, p. 767.
natural para juzgar rectamente), el contenido de las virtudes es dado en términos generales, y
no en su concreción última que pertenece a la prudencia.7

No es verdad pensar que la única regulación racional de las inclinaciones naturales es la


establecida por la prudencia para cada caso concreto, como si toda la ordenación racional del
uso y realización de bienes quedase comprendida en el juicio prudencial. Los principios
prácticos de la sindéresis, que son la dimensión intelectual y normativa de las virtudes morales,
tienen ya un contenido que expresa de modo general pero preciso el puesto que ocupa cada bien
en la vida humana considerada como un todo. Ese contenido se desarrolla ulteriormente en el
segundo nivel de la razón práctica, el del saber o la ciencia moral, dando lugar a normas éticas
más concretas. Solo en tercer lugar interviene la prudencia, y lo hace manteniendo su coherencia
con los otros niveles de la razón. La razón que formula un juicio prudencial es la misma razón
que capta los principios prácticos y que los explicita en normas morales concretas, y la razón
es siempre coherente consigo misma y con sus primeros principios.

Bibliografía
 Rodríguez Luño, Ángel, Ética general, Eunsa, Pamplona, 2005.
 Reale, Giovanni y Antiseri, Dario, Historia del pensamiento filosófico y científico, Tomo II, del
humanismo a Kant, 4ta Ed, Herder, Barcelona, 2001.
 Aristóteles, Ética a Nicómaco, Alianza, 2002.
 De Aquino, Tomás, Suma de Teología II, parte I-II, Biblioteca de Autores Cristianos, 2001.
 Ramírez, S., La Prudencia, cit., pp. 171-172.

7
Ramírez, S., La Prudencia, cit., pp. 171-172.

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