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¿Cuál fue la primera macromolécula: la proteína (la gallina) o el ADN (el huevo)?
Las teorías sobre el “origen de la vida” se dividen en dos grandes grupos principales:
las que se basa en la existencia de un “replicador primordial” (por ejemplo el ARN),
que se habría formado por casualidad, y las teorías que se fundamentan en la
existencia de un “metabolismo primigenio”, un ¡sistema de moléculas pequeñas!
Que formarían un entramado de reacciones químicas impulsado por una fuente de
energía y que sería capaz de evolucionar. Veamos el primer caso.
Todas las células, incluidas las bacterias más elementales, están repletas de
dispositivos moleculares que serían la envidia de cualquier “nanotecnólogo”. A
medida que se desplazan o giran sin cesar por el interior de la célula, esas máquinas
cortan, pegan y copian moléculas genéticas, transportan nutrientes de un sitio a otro
o los convierten en energía, construyen y reparan las membranas celulares y
transmiten mensajes mecánicos o eléctricos. Una lista que crece continuamente con
la incorporación incesante de nuevos descubrimientos.
Resulta imposible imaginar el modo en que los mecanismos celulares, en su
mayoría enzimas (catalizadores de naturaleza proteínica), pudieron formarse de
manera espontánea cuando surgió la vida a partir de la vida inanimada hace entre
3700 y 4000 millones de años.
Los “nucleótidos” del ARN y ADN son sustancias orgánicas complejas. Cada uno
consta de un “azúcar”, un grupo “fosfato” y una de las cuatro posibles “bases
nitrogenadas”.
Por tanto, cada “nucleótido contiene ente 9 y 10 átomos de carbono (en los vértices
de los anillos suelen estar dichos átomos), numerosos átomos de oxígeno y
nitrógeno y el grupo fosfato, todos ellos enlazados según un patrón tridimensional
preciso.
Existen múltiples formas alternativas de establecer tales conexiones; podrían
generarse, por tanto, miles de otros nucleótidos. Sin embargo, todas esas opciones
alternativas no vienen representadas en el ARN.
Estructura de un aminoácido
Las células de hoy se rodean de una doble capa de lípidos que las separan de su
entorno, pero cuando comenzó la vida es probable que algún otro rasgo de la
naturaleza desempeñara tal función: membrana de sulfuro de hierro, superficies
rocosas, pequeños estanques, etc.
Para no confundir esta forma “convergente” y ciega, con una forma hacia la cual
“iría dirigida” la evolución, nos centraremos en el mundo inorgánico y “abiótico” que
precedió a la vida y preguntarnos ¿”qué es lo que falló” en ese mundo, para que se
diesen los primeros pasos que condujeron hacia la vida? En otras palabras, ¿cuál
fue el “problema” que la Tierra abiótica “solucionó” con la aparición de la vida?
Lo más probable es que el tumultuoso “mundo abiótico” de la Tierra primitiva era un
“entorno excitado químicamente”, donde se acumularon reservorios de energía: los
electrones (junto con algunos iones clave) fueron acumulándose. Estos electrones
poseían, como el agua acumulada en una colina, energía almacenada. El problema
consistía en como liberarse de ella. Ese es el problema que vino a resolver la “vida”
en nuestro planeta. Como dice Albert Szent.-Gyorgi: ¡“La vida no es sino un electrón
buscando un lugar donde descansar”!
Sin embargo, en el mundo “abiótico” esa reacción se produce de forma tan lenta y
parsimoniosa, que los electrones de la molécula de hidrógeno se quedan atascados
y la reacción no progresa debidamente.
El “problema” que se resuelve mediante la aparición de la vida es conseguir que los
electrones más energéticos dejen su “altura” y la hagan posible. Esta hazaña se
consigue mediante la aparición de una serie de “canales bioquímicos”, donde cada
uno contribuye al conjunto. Las reacciones que generan esos “canales” implican
intercambios químicos sencillos entre moléculas orgánicas de tamaño reducido.
¿Cómo trasladar ese argumento a un escenario que explique la aparición del primer
ser vivo? Una forma de hacerlo sería mirar con detalle el diagrama que representa
las reacciones químicas básicas de todos los sistemas vivos que hoy conocemos.
En el punto de partida de todas las rutas bioquímicas del metabolismo de los
organismos vivos se encuentran un conjunto de reacciones simples: el “ciclo del
ácido cítrico” o “ciclo de Krebs”. En él hay ocho moléculas, todas “ácidos
carboxílicos” (moléculas que contienen grupos –COO):
El “ciclo del ácido cítrico” es universal en los organismos modernos. Sin embargo,
en numerosas especies microbianas opera en sentido inverso al habitual : en lugar
de oxidar la molécula combustible “acetato” con la consiguiente liberación de dióxido
de carbono como producto de desecho, incorpora dióxido de carbono a las
moléculas orgánicas aprovechando la “transferencia de electrones” (poder
resductor) de moléculas de origen geológico como el hidrógeno.
Esto sugiere que un “ciclo reductor” podría haber sentado las bases de la
“biosíntesis primordial”.
Esta forma debió ser la recorrida por el “ciclo bioquímico” en la Tierra primitiva, pues
al principio no había oxígeno molecular disponible para sostener el “modo oxidativo”.
Añádase que en la actualidad sigue operando así en determinados “organismos
anaerobios” que parecen haber conservado este aspecto de la bioquímica
ancestral.
En “MODO REDUCTOR” el ciclo proporciona una vía para que los electrones de
energía elevada “desciendan por la pendiente química”. Semejante proceder guarda
semejanza con la reacción del “acetato”, aunque termodinámicamente posible,
resulta extremadamente lenta, pero con un “entramado de moléculas pequeñas” (el
“ciclo de ácido cítrico” en “modo reductor) que desempeñan una función
intermediaria y acelera la reacción.
Por tanto, el ¡‘ciclo de ácido cítrico” en “modo reductor”! (o algún precursor más
sencillo) sería, un buen candidato para definir el umbral de la vida primitiva.
Fuentes:
“El origen de la vida” de J. Trefil; Harold J. Morowitz y E. S,ith
“El origen de la vida” de Alonso Ricardo y J. W. Szostak
“El origen de la vida” de Robert Shapiro