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El terrorismo no es otra cosa que la dominación por actos que generan terror en
quienes practican, sean propios o extraños. Se dice que tales actos pueden ser
desde muy sutiles hasta verdaderos extremos de la capacidad humana por
generar daño a otros, pero sea como sea, todo aquello que se oriente a producir
obediencia, sumisión o sometimiento basado en el terror no puede ser más que
repudiado en todos los sentidos posibles.
Se refiere a esa perenne presión que condiciona la estabilidad del empleado (en el
sentido tradicional del concepto) a mantener una conducta o posición que
satisfaga de manera expresa las exigencias de la empresa, por más inverosímiles
que sean, so pena de perder su puesto en ella o someterse a los vejámenes antes
comentados.
Este ejercicio del terror laboral causa estrés, angustia y sometimiento en:
Sin que lo anterior signifique que son las únicas razones que hacen posible tan
reprochable practica.
Pero el terrorismo laboral también puede ser ejercido en sentido contrario, por
empleados cuyo acceso a la información les permiten conocer secretos propios de
la empresa; que poseen un buen nivel de influencia en el colectivo o cuyas
características físicas o psicológicas lo ponen en franca ventaja frente a su
empleador, en estos casos el terrorismo laboral viene dado por:
Ahora bien, si el terrorismo es una práctica que goza del rechazo mundial por el
daño que causa a los países que sufren de su presencia, si son condenadas y
señaladas las inequívocas muestras de terrorismo de estado y existe una
consciencia universal que clama porque cesen tales distorsiones, ¿por qué se ha
descuidado este flagelo en el mundo laboral y su existencia, acción y
características parecen no estar presentes en las normativas destinadas a
equilibrar este ambiente?
No puede haber armonía si alguna de las partes propicia el terror en la otra, esto
afecta el clima organizacional, merma la motivación, reduce la producción y
conduce al caos.