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EL ENIGMA

DE LA REPRESENTACIÓN

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proyecto ditorial
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F I L O S O F I A

r m e n e a

d i r e c t o re s

Manuel Maceiras Fafián


EDITORIAL
Juan Manuel Navarro Cordón
Ramón Rodríguez García
SINTESIS
A Femando Inciarte

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sin la autorización previa por escrito de Editorial Síntesis, S. A.
índice

Introducción......................................................................... 13

1 Las paradojas de la representación ....................... 17


1.1. Necesidad de la representación ....................... 17
1.2. Riesgos del representacionismo ...................... 22

2 Representación y m o d ern id a d ................................ 27


2.1. El mundo como im agen.................................. 27
2.2. Subjetivismo y objetivismo.............................. 29
2.3. La verdad según Nietzsche .............................. 30
2.4. El naturalismo de Heidegger ........................... 35

3 En el um bral de la ca vern a .................................... 39


3.1. Apariencia y realidad ........................................ 39
3.2. El sueño y la vigilia .......................................... 40
3.3. La metafórica .................................................... 42
3.4. ¿Política o educación? ....................................... 43
3.5. El sueño de la razón ......................................... 45
3.6. El símil del s o l................................................... 47
3.7. El regreso a la caverna ................................... 48
3.8. El símil de la lín e a ............................................ 51
3.9. ¿Teoría de las Ideas?.......................................... 54

4 Acción trascendental y representación .................. 57


4.1. De Kant a Platón, y v u elta.............................. 57
4.2. Aristóteles y Kant: ¿de la forma al acto? ........ 59

7
E l enigma de la representación Indice

4.3. Naturaleza y libertad ........................................ 60 7.4. Argumento semántico y relativismo cultural . 107
4.4. Los límites de la experiencia........................... 61 7.5. Los sentidos del ser .......................................... 109
4.5. Acciones del pensar puro ................................. 64 7-6. Ser real y ser veritativo .................................... 110
4.6. La neutralización de la arbitrariedad.............. 65 7.7. Sustancia y accidentes .................................... 111
4.7. Tipos de representación................................... 67 7-8. Ser en sí y ser coincidental .............................. 112
4.8. Representación y acción .................................. 68 7-9. Acto y potencia: contra el inmovilísmo ......... 113
4.9. Noesisy noema................................................... 69
4.10. La acción Yo pienso................ .......................... 70
4.11. La acción lib re................................................... 72 8 Lenguaje, inteligencia y re a lid a d ........................... 115
8.1. Palabras, conceptos y cosas.............................. 115
8.2. Teorema de la identidad .................................. 119
5 Representación y subjetividad trascendental.... •• 75 8.3. Relación semántica y relación representativa . 125
5.1- El presunto final de la historia de la subjetividad 75 8.4. Identidad y alteridad en el conocimiento ..... 127
5.2. La libertad como autonomía: physisy logos .... 77
5.3. Racionalidad de la libertad y liberación de la razón 79
5.4. La acción trascendental ................................... 80 9 L a representación in te le c tu a l............. .................... 131
5.5. Subjetividad y representación ......................... 81 9.1. Kantismo y filosofía analítica ......................... 131
5.6. Moralidad y representación ............................. 83 9.2. ¿Una gnoseología no cognkivista? .................. 133
5.7. El ser práctico ................................................... 84 9-3. El decisivo papel del concepto........................ 134
9.4. Inmediación y mediación en la representación
conceptual......................................................... 138
6 Metafísica de la Deducción trascendental .......... 87 9-5. Apertura ontológica del entendimiento ......... 140
6.1. El escándalo de la filosofía............................... 87 9.6. La descosificación del espíritu ........................ 142
6.2. Ilusión y representación....................................... 89 9.7. El pensamiento como actividad básica .......... 144
6.3. La Deducción trascendental de las categorías .... 91 9.8. Los dos papeles del lenguaje ........................... 145
6.4. La unidad del Yo pienso ................................... 94 9.9. Decir y mostrar ................................................ 147
6.5. La apercepción trascendental.............................. 96 9.10. Ser como pragma y ser como logos................ 149
6.6. El Yo pienso como fundamento de la objetivi­ 9.11- Cosa significada y modo de significar............ 151
dad de las representaciones .............................. 97
6.7- Limitaciones de la Deducción trascendental
kantiana................... 99 10 Signos fo rm a les y a n tim e n ta lis m o ..................... 157
10.1. El triángulo semántico .................................... 157
10.2. Semiótica de la representación....................... . 158
7 Deducción trascendental y principio de no con­ 10.3. Los diferentes tipos de mediación................... 160
tradicción ........................................................................ 103 10.4. ¿Qué es representar? ......................................... 161
7.1. Deducción kantiana y deducción aristotélica . 103 10.5. Antimentalismo y filosofía aristotélica........... 163
7.2. Sensibles propios y sensibles comunes ........... 104 10.6. Aristóteles y el representacionismo ................. 165
7.3. El principio del significado ................................ 107 10.7. El alcance trascendente del conocimiento humano 166

8 9
E l enigma de la representación Indice

10.8. Representación: ¿una tercera cosa?.................. 168 13.8. Juicio y representación ........................ ............ 231
10.9. Praxis y poiesis ..................... ............................. 174 13.9. Notas diferenciales de la representación......... 235

1 1 E l representacionismo racionalista ..................... 177 14 Sem ántica de la representación ........................... 237


11.1. De Duns Scoto a Descartes ............................. 177 14.1. Crítica del psicologismo .................................. 237
11.2. ¿Es representacionista Descartes? .................... 178 14.2. ¿Una semántica realista? .................................. 240
11.3. Graduación de la “realidad objetiva” .............. 182 14.3. El principio del contexto ................................. 242
11.4. Ausencia de una distinción en los sentidos del ser 184 14.4. Sentido, referencia y representación .............. 243
11.5. Descartes: ¿escolasticismo o modernidad?..... 186 14.5. ¿Cosificación del sentido? ................................ 250
11.6. La representación como concepto objetivo .... 188 14.6. La semántica puramente referendal............... 253
11.7- La “falacia del homúnculo” ............................. 189 14.7. Referencias completas e incompletas ............. 254
11.8. En defensa del paradigma dei homúnculo .... 192 14.8. La verdad .......................................................... 257
11.9. Equívocidad de la representación ................... 194 14.9. El tercer reino ................................... ............... 260

1 2 E l representacionismo em p irista ......................... 195 1 5 L a irrea lid a d de la representación..................... 263


12.1. Thomas Reíd: ¿un empirista no representacio­ 15-1. Representación y realidad................................ 263
nista? .................................................................. 195 15.2. Ente ideal y ente de razón .............................. 265
12.2. La representación como actividad inmanente 198 15-3- La irrealidad de lo objetivo.............................. 266
12.3. Crítica de las imágenes representativas .......... 200 15.4. Representación e irrealidad.............................. 269
12.4. Contra la pasividad de la mente ..................... 201 15.5. Hacia una teoría de la irrealidad..................... 271
12.5- El cuarto oscuro ............................................... 203 15.6. La estructura de la subjetividad ...................... 274
12.6. John Locke: individualismo y mecanicismo ... 205 15.7. Las apariencias ante una subjetividad reiforme 276
12.7. Las ideas simples ............................................... 207 15.8. Teoría de la reflexión ........................................ 278
12.8. Cualidades primarias y cualidades secundarias 210
12.9. La índole representativa de las ideas .............. 212
16 A n tifu n d a cio n a lism o y segunda inm ediación .. 283
16.1. Anti-representacionismo matizado ................. 283
1 3 Sentido y representación ........................................ 215 16.2. Anti-representacionismo radical ..................... 286
13.1. Crítica de la abstracción en sentido empirista 215 16.3. Antifundacionalismo ........................................ 288
13.2. Objetos específicos y objetos individuales .... 218 16.4. Mecanicismo y teleología ................................ 290
13.3. Idea y representación........................................ 220 16.5. La razón narrativa ............................................ 291
13.4. La representación como economía del pensa­ 16.6. La segunda inm ediación.................................. 292
miento ............................................................... 223
13.5. Equivocidad de la representación ................... 226
13.6. La plenitud de la representación..................... 228 Bibliografía ....................................................................... 295
13.7. Un predecesor: Franz Brentano ...................... 230

JO
Introducción

Sucede en ocasiones que las evidencias más notorias tardan


mucho tiempo en abrirse camino. Esto es algo que acontece fre­
cuentemente en filosofía. Era tan interesante aquello en lo que
trabajábamos, habíamos puesto tanto esfuerzo en aquella inda­
gación intelectual, eran tantos los seguidores de esta corriente en
todo el mundo culto, que las fuertes y repetidas objeciones que
llegaban desde fuera no las considerábamos como relevantes. Aho­
ra bien, una crítica es relevante en la medida en que pueda ser
aceptada por aquellos a los que se critica, como dijo en alguna
ocasión Érnst Tugendhat.
Esto viene a cuento de lo que ha sucedido en ios últimos dece­
nios con la filosofía radicalmente orientada hacia el lenguaje. No
sólo el análisis lingüístico, sino también algunas direcciones de
la hermenéutica y hasta del neoaristotelismo parecían fascinadas
por la facilidad con la que se resolvían o disolvían problemas que
habían preocupado a los pensadores de todos los tiempos, con
sólo trasponer la cuestión debatida al plano de las palabras y fra­
ses con las que ese mismo interrogante se presentaba. Pero ense­
guida comparecieron dificultades conceptuales que ni la más fina
capacidad de distinción de los analíticos mejor entrenados era
capaz de despejar. Simultáneamente, aumentaba la convicción y
el número de los que señalaban algo bastante obvio: que, en últi­
mo término, no es el lenguaje el que fundamenta al pensamien­
to, sino el pensamiento el que fundamenta al lenguaje. La renuen­
cia a aceptar esta crítica de fondo era la verdadera causa de la
angostura en la que terminaba por quedar encerrada la filosofía
lingüística.

*3
E l enigma de la representación Introducción

Aunque la inercia sigue siendo notoria, los más y —sobre todo— ción misma sigue constituyendo un enigma. Esto es indicio sufi­
los mejores ya han aceptado que, efectivamente, la crítica es rele­ ciente para asegurar que, al enfrentarnos con esta noción, nos las
vante y además, en este caso, certera. El resultado es que buena par­ habernos con un auténtico problema filosófico. Con lo cual está
te de los efectivos de la filosofía del lenguaje se han pasado con armas dicho casi todo. Desde luego, este libro no pretende descifrar el
y bagajes a la filosofía de la mente. El desplazamiento no es negati­ enigma, sino más bien confirmar que lo es, examinar sus raíces
vo ni insignificante. Lo único que a algunos obsevadores atentos les históricas y sopesar los planteamientos actuales que ofrezcan pis­
sigue preocupando es que la indagación de lo mental haya hereda­ tas para salir del laberinto. Por eso se configura como un diálo­
do la olímpica prepotencia que caracterizó al análisis lingüístico. go, más bien rapsódico, con pensadores clásicos y actuales que
Desazón que se ve confirmada por la avalancha de libros sobre “Inte­ dicen cosas sustanciosas acerca de tan elusiva cuestión. Ensegui­
ligencia Artificial” y “Ciencia Cognitiva” que llegan todos los días da se advertirá que el orden de aparición en las conversaciones no
de ultramar. Sobre todo porque su contenido, además de ser fre­ respeta en absoluto la secuencia cronológica. Y no estará de más
cuentemente dogmático, también es no pocas veces trivial. curarse en salud advirtiendo que las precisiones historiográficas
Sucede que no es viable dilucidar problemas cognoscitivos, no han constituido aquí la principal preocupación.
emocionales o volitivos con categorías naturalistas o meramente La manera de conjugar los imprescindibles requerimientos de
pragmáticas. Desde luego, “la mente” no es una especie de recin­ rigor en el discurso con la búsqueda de la densidad filosófica, allí
to donde se registran eventos semejantes a los físicos o corres­ donde se detecte, ha sido acudir en directo a los textos -extensos
pondientes a ellos. Esto es algo que ya descartó Wittgenstein, pero a veces—de los propios interlocutores. Aunque este procedimiento
algunos de sus presuntos lectores carecen del horizonte histórico presenta la indudable ventaja de dar la palabra a los maestros,
y filosófico para comprender lo que el pensador austriaco, según ofrece también el inconveniente de dejar algunos cabos sueltos y
todos los indicios, quería decir. La investigación de la mente huma­ de no evitar siempre las repeticiones. Llegados a este punto, la
na tiene tras de sí una larga y compleja tradición ontológica y apelación a la comprensión y lucidez del lector es el único recur­
epistemológica que no procede sustituir por discusiones mini­ so para un autor en apuros, quien sólo puede añadir que, en la
malistas con colegas de universidades vecinas. duda entre la brillantez y la “eficacia” expositiva, siempre ha aca­
En la encrucijada de todos estos deslizamientos y encuentros bado por elegir esta última.
se halla la idea de representación. Afortunadamente la crítica al Tampoco quiere (ni puede) el autor ocultar su trayectoria inte­
representacionismo se ha convertido en un lugar muy visitado lectual ni sus preferencias filosóficas. Quien esto escribe es un
por la filosofía actual. Éste es uno de los significados serios de lo profesor de metafísica, estudioso de Kant, cultivador del análisis
que hemos dado en llamar “pensamiento posmoderno”. La caja del lenguaje y atraído crecientemente por la tradición aristotéli­
de hierro del racionalismo moderno abunda, desde hace tiempo, ca. Piensa, con la ingenuidad característica del gremio, que nada
en fracturas y quiebras. Pero no se sabe muy bien qué hacer con de ello debe dar ocasión al reproche de ideología, aunque sólo sea
el propio concepto de representación. Su pura y simple cancela­ porque tuvo ocasión en su juventud de comprobar los pocos mira­
ción nos devuelve a planteamientos positivistas y pragmatistas de mientos con que se andan los auténticos ideólogos y de contra­
los que acabábamos de despedirnos. Su reposición funcionalista ponerlos a sus propias e inacabables perplejidades, de las que aquí
—casi obligada, según parece, cuando se trabaja con modelos com- sólo asoma la punta del iceberg.
putacionales- nos aboca a un planteamiento todavía más tosco Por lo que concierne a las tesis filosóficas acerca de la natura­
que el del representacionismo recién abandonado. leza de la representación que aquí se mantienen, conviene adver­
Aunque se haya avanzado mucho en la discusión de los mode­ tir que aquello que pacíficamente se combate es la reificación y
los representacionistas y anti-representacionistas, la representa­ el naturalismo de las representaciones, y aquello que se defiende

15
E l enigma de la representación

sin pertinacia es un moderado “cognitivismo”, es decir, la pre­


tensión de que las representaciones -cuando las haya- son una
vía de conocimiento más que ún factor de ocuitamiento de la rea­ 1
lidad. Las frecuentes alusiones al problema de la distinción entre
el sueño y la vigilia indican que no se confía en una trasparencia
total, aunque sólo sea porque entonces no se vería nada. Por más
Las paradojas
que se mantenga que -en línea de principio- hay una “primera
inmediación” (conocimiento sensible externo, no representativo)
la representación
y una “segunda inmediación” (conocimiento conceptual cuasi-
intuitivo, en la base más elemental y primitiva del ejercicio de la
inteligencia), se reconoce que —en el conocimiento realmente ejer­
cido—la inmediación siempre va acompañada por la mediación i .i . Necesidad de la representación
representativa. Lo cual equivale a que la vigilia racional nunca sea
completa, acechados siempre como estamos por las ilusiones sen­ Se cuenta de un conocido escritor español que, admirado por
sibles y el “sueño de la razón”. la brillantez de los ensayos de Ortega y Gasset acerca de los más
De todo lo dicho se deduce que el oceánico tema de la repre­ variados temas culturales, decidió seguir su curso de Metafísica
sentación se ha restringido drásticamente hasta limitarse al pla­ en la Universidad Central. En la primera clase, Ortega comenzó
no de la teoría del conocimiento, con especial atención a los tra­ su lección con el tópico de que la filosofía no resuelve problemas:
suntos intelectuales y, en menor medida, a las imágenes sensibles. se limita a descubrirlos y plantearlos. Apenas hubo oído esta afir­
Para otra ocasión u otro autor quedan las apasionantes cuestio­ mación -p o r lo demás, tan convencional en el vitalismo y exis-
nes de la representación política, simbólica, estética o jurídica, tenciahsmo de entreguerras—el escritor se levantó airado de su
cuyo tratamiento conjunto daría lugar a una “teoría general de la pupitre y abandonó el aula, mientras mascullaba: “Bastantes pro­
representación”, donde la base sería quizá el tratamiento ontoló- blemas tiene la vida para que ahora vengan los filósofos a plan­
gico y gnoseológico que en este libro se esboza. tearnos más”.
Parece, en efecto, que los filósofos tratan con problemas que
no afectan al resto de los mortales. Uno de ellos sería, induda­
* * *
blemente, el de la representación cognoscitiva. La gente corrien­
te se limita a conocer los casos y las cosas de la mejor manera que
puede, sin necesidad de postular esa extraña entidad intemedia
entre el sujeto y el objeto a la que los filósofos llaman ‘represen­
Quien escribe estas líneas ha querido dedicar el presente ensa­ tación, ya sea intelectual o imaginativa.
yo a Fernando Inciarte, Profesor Emérito de Filosofía de la Uni­ Uno de los aspectos más llamativos de la filosofía analítica con­
versidad de Münster, del que ha aprendido mucho acerca del pro­ temporánea ha sido precisamente su frecuente propuesta de disol­
blema de la representación y otros enigmas, pero, más que nada, ver los problemas filosóficos a fuerza de trasladarlos de los planos
sobre la profundidad, libertad de espíritu, ironía y excelente humor físico o mental al campo lingüístico. Porque algunos pensadores
con que aún es posible cultivar hoy los saberes filosóficos. analíticos, sobre todo los inclinados hacia el positivismo lógico,
entendían que buena parte de los enigmas filosóficos -y espe­
cialmente las cuestiones metafísicas- proceden de las trampas que

16 17
E l enigma de la representación Las paradojas de la representación

el lenguaje nos tiende. El caso más importante y significativo es relación de una determinada forma con sus múltiples instancias
justo el de la palabra ser. Según piensa Bertrand Russell, el hecho o realizaciones individuales. Se trata, en definitiva, de una de las
cultural de que los idiomas indoeuropeos utilicen un mismo voca­ manifestaciones más palmarias del problema metafísico de lo uno
blo —el verbo ser —para significar funciones tan diferentes como y lo múltiple, para el que no hay vía de escape ni en el lenguaje
la identidad, la predicación y la existencia, debe ser considerado ni en ningún otro terreno.
como una desgracia para la raza humana. El nombre de tal des­ Según Geach, es inútil decir que las dificultades de Platón acer­
gracia no es otro que metafísica’ (Russell, B., 1966: 23). ca de las Formas o Ideas surgieron porque él concibió una forma
Ahora bien, no es necesario esperar hasta el siglo X X para encon­ simple como la correspondiente a cada término general, cuando
trar propuestas no menos drásticas dirigidas a disolver los pro­ el punto de vista correcto sería mantener que el término general
blemas filosóficos a través de su sistemática remisión al lenguaje. -p o r ejemplo, perro’—se refiere a muchos perros y no a la For­
Baste recordar el nominalismo tardomedieval, en el que Ockham ma singular, al Perro. Si este recurso al lenguaje no resuelve nada,
es la figura emblemática. es porque hablar de la palabra perro’ constituiría una hipostati-
SÍ aplicamos este procedimiento a la decisiva cuestión de los zación platónica, tanto como hablar de el Perro. En ambos casos
universales, nos encontraremos con que Ockham no admite que tenemos ante nosotros una clase identificable y discernible de
el uso significativamente universal de una palabra cualquiera —por cosas que no son individuos con una localización espacio-tem­
ejemplo, perro5—exija reclamar la existencia del Perro en sí, como poral definida. La palabra 'perro’, la palabra ‘gato’, /¿¡¡palabra
una Forma separada y sustantiva, al modo platónico, de la que león’, son tan problemáticas como el Perro, el Gato, el León. El
participarían limitadamente todos los perros que corretean por aporético contraste entre la unidad numérica y específica (lo mis­
la faz de la tierra. Ni siquiera es preciso poner, al modo aristoté­ mo en número frente a lo mismo en especie) surge tanto al contar
lico, una misma esencia en cada uno de los individuos de la espe­ palabras como al contar animales; en diferentes regiones de la rea­
cie en cuestión. Lo único que resulta universal —y además, sólo lidad tenemos el mismo problema del paradigma y sus varias y
por convención—es la mismísima palabra perro’, con la que hemos variadamente perfectas realizaciones.
acordado designar a todos los animales que presenten rasgos cani­ La conclusión que saca Geach —en una conferencia no publi­
nos. cada sobre “El lenguaje y el mundo” (Pamplona, 1979)—de este
Como ha señalado Peter Geach, tal modo de proceder no y otros ejemplos es que la reflexión metafísica, ontológica, pue­
disuelve (ni, por cierto, resuelve) los problemas filosóficos. Lo de ciertamente ser ayudada por las consideraciones del lenguaje,
propio de estos interrogantes —particularmente de los que pre­ pero no puede ser liquidada por razón de estas consideraciones.
sentan un alcance estrictamente trascendental o metafísico—es Las características fundamentales de los entes reales no han de ser
que se refieren a los rasgos más generales de las cosas y, por lo tan­ vistas desde fuera del lenguaje, porque están en la estructura mis­
to, que afectan a todo tipo de realidades, incluida la lingüística. ma de las palabras que usamos y en el modo en que éstas se aco­
Y acontece así que el problema que presuntamente hemos disuel­ plan para formar un discurso coherente.
to en el plano del mundo exterior o en el ámbito de lo mental Con la cuestión de los universales está íntimamente ligado el
reaparece en el nivel del lenguaje de una manera no menos apre­ problema de la representación. Porque el nominalismo radical no
miante. Porque, vamos a ver, ¿qué es lo que hace que la palabra sólo nos exige rechazar las esencias reales, sino también sus repre­
perro’ sea estrictamente la misma palabra dondequiera que apa­ sentaciones en la mente. Para comprender lo que una cosa es, no
rezca, tanto en el discurso oral como en el escrito, ya sea oída por sería necesario -n i posible—acceder por medio de una represen­
la radio o vista en un cartel del parque público? O tra vez nos tación a la esencia de esa realidad, que siempre es individual. Para
encontramos con el problema -e n modo alguno disuelto- de la comprender el tipo de realidad que una cosa es, sería suficiente

18
E l enigma de la representación Las paradojas de la representación

examinar a fondo los rasgos comunes que esa cosa y sus seme­ mantenerse en la memoria a no ser por algún tipo de representa­
jantes presentan en los fenómenos sensibles. Parece, por tanto, ción? A la postre, la especificidad cognoscitiva de la intuición -el
que la representación es uno de esos entes meramente fingidos ser conocimiento de esto y no de aquello- tendría que venir apor­
que habría que suprimir por medio de la famosa “navaja”, con la tada por alguna estructura interna a ella que “estuviera por” la
cual dice Quine que Ockham afeitó las barbas de Platón. Tal prin­ cosa intuida, es decir, que la representara. Pero, si hubiera que
cipio de economía ontológica se formularía así: “no se han de introducir tal mediación cognoscitiva, ya no habría propiamen­
multiplicar los entes sin necesidad”. Bastaría, según esto, con el te intuición, sino justo representación. El único caso en el que
conocimiento inmediato de las cosas y los hechos, junto con nues­ esto no tendría que suceder así sería el del conocimiento sensible
tro lenguaje acerca de ellos, sin necesidad de interponer ese intan­ de realidades individuales, que es en el que resulta más fácil admi­
gible y misterioso doblete mental que nos hiciera más accesible tir la presencia de intuiciones; mientras que en el nivel del saber
su esencia (aunque sólo fuera porque la existencia de esa presun­ conceptual e imaginativo la existencia de intuiciones es harto pro­
ta naturaleza interna es más que cuestionable). blemática, como discutiremos en su momento.
Sucede, con todo, que la realidad de las cosas y de nuestro Más sofisticada y reciente es la propuesta de sustituir toda posi­
conocimiento de ellas dista mucho de ser tan simple y rotunda. ble representación por el recurso a prácticas cognoscitivas. Pare­
Porque, como hemos visto en el caso de los universales, el con­ ce evidente que ningún conocimiento se da totalmente aislado
cepto representativo, expulsado por la puerta de una crítica de la de otros y que todos ellos requieren -d e diversos modos- la inser­
consistencia de las entidades mentales, vuelve a entrar por la ven­ ción en alguna comunidad de investigación, acción y experien­
tana del propio lenguaje, en el que se pretendía disolver su pro­ cia. Así lo ha mostrado brillantemente Alasdair Maclntyre en
blemática índole. Ya que, al fin y al cabo, si la palabra perro" (o varias de sus últimas obras. Por ejemplo, sólo se sabe cabalmen­
cualquier otro término universal) es la misma entidad lingüísti­ te lo que es un cebo vivo o una captura a la cacea en el seno del
ca en cualquiera de sus ocurrencias o apariciones, ello se debe a conjunto de prácticas que desarrolla la tripulación de un peque­
que en todas las situaciones de habla o de escritura ejerce el papel ño barco pesquero. El conocimiento tiene mucho más de oficio
de vehículo de un determinado concepto o representación ima­ o crajt que lo que supusieron la mayor parte de los ilustrados inte-
ginativa (Dummett, M., 1978: 45). lectualistas. En cambio, los pensadores clásicos griegos llamaban
Ahora bien, si no conseguimos eliminar las representaciones sophos, sabio, a quien dominaba un oficio manual y era capaz de
cognoscitivas por la vía de la disolución, quizá podríamos lograr­ enseñarlo a otros; tal sería, por ejemplo, el caso de un buen zapa­
lo por el camino de la sustitución, aunque ya se pueda anticipar tero. Pero todo esto no tiene nada que ver con la reducción de la
que problemas no menores asaltan a los procedimientos pro­ verdad teórica al logro práctico, según proponían por aquel enton­
puestos para reemplazarlas. El camino más popular e ingenuo de ces los sofistas y hoy propugnan los pragmatistas de vario linaje.
todos ellos es la intuición. Por medio de esa presunta captación Todo lo contrario. El alcance de una práctica consumada impli­
inmediata del intríngulis de cada realidad —que hoy se remite, con ca la adquisición —en el seno de ella—de un conjunto articulado
categoría de best sellen a un supuesto “pensamiento emocional”— de conceptos e imágenes sin los cuales la práctica misma sería
adquiriríamos un conocimiento mucho más íntimo y personali­ imposible o, al menos, se reduciría a la repetición de una con­
zado que el que pudieran proporcionarnos pálidas imágenes o ducta rutinaria de la que también son capaces ciertos animales.
conceptos abstractos. Pero, cabe preguntarse, ¿en qué se distin­ La tesis de la necesidad de la representación cognoscitiva equi­
guiría la intuición de una cosa de la intuición de otra, si no fue­ vale a la afirmación de que el conocimiento no puede implicar,
ra por alguna suerte de ajuste cognoscitivo a cada una de esas rea­ en todos sus niveles, un contacto inmediato con la realidad cono­
lidades intuidas, que difícilmente podría lograrse y, menos aún, cida. Por lo menos en algunos de sus ámbitos se requiere una der-

20
El enigma de la representación Las paradojas de la representación

ta mediación., consistente en la elevación del contenido cognos­ humana que se manifiesta incluso en muchas culturas prefilosó­
citivo a la altura de la operación propia de la facultad de que se ficas. Se trata de lo que podríamos llamar “dialéctica de la repre­
trate. Tal mediación es una representación, no en el sentido de sentación”: aquello que nos revela alguna realidad la está simul­
repetición de una supuesta presentación inicial (re-presentación), táneamente ocultando. Los fenómenos nos ofrecen la presencia
sino en el sentido de una apertura cognoscitiva que haga presen­ emergente de lo oculto que se patentiza. Pero, al mismo tiempo,
te la realidad conocida de tal manera que la convierta, de algún celan aquello que en el fenómeno se manifiesta sólo de una mane­
modo, en luminosa y asequible al saber humano. ra limitada. Lo representado esté y no está en su representación.
Si se toma, entonces, la representación por lo representado, se
pierde toda la misteriosa hondura de ser que late en el fondo de
1.2. Riesgos del representacionismo cada realidad. Heidegger, ya desde E l sery el tiempo, tratará de eli­
minar completamente esta dialéctica, por el contundente proce­
Claro aparece que lo que se comienza a proponer aquí es una dimiento de negar la viabilidad de la propia concepción de lo
exigencia interna e ineludible del conocimiento humano en este transfenoménico. La profundidad estaría en la patencia misma,
mundo, y que en modo alguno se postulará la duplicación del si la dejamos libremente ser y desplegarse en los calveros -m odu-
abigarrado e imprevisible mundo real en un espectral universo ladamente luminosos- de una historia postmetafísica del ser.
cognoscitivo que “estuviera por” la efectiva realidad. SÍ se toma­ El pensamiento posmoderno, más o menos débil, suele tri-
ra la representación conforme a este segundo planteamiento, no vializar el alcance y la envergadura del pensar heideggeriano. Las
sería en modo alguno necesaria, sino del todo contraproducente, actuales propuestas de buscar lo profundo en lo superficial nos
porque en tal caso se cancelaría la posibilidad de un auténtico acaban dejando, frecuentemente, con la pura y simple superfi­
conocimiento. cialidad, tan acorde con nuestro modo de vivir en la “sociedad
Acontece, pues, que el concepto de representación se mueve como espectáculo”. Pero no es forzoso resignarse al juego calei­
en un estrecho filo: entre un anti-representacionismo que no sólo doscopio) de las representaciones que no representan nada, que
malogra toda metafísica del saber, sino que también despoja de se agotan en sí mismas. Todavía es posible, aunque inevitable­
inteligibilidad al conocimiento común y corriente, y un repre­ mente arduo, volver a explorar esa “dialéctica de la representa­
sentacionismo que clausura a la conciencia humana en el ámbi­ ción”, si queremos mostrarnos fieles a nuestro propio modo de
to oscuro y no traspasable de la correlación sujeto-objeto, con lo ser, en el que acontece una especie de desgarramiento interno,
cual el propio conocimiento pierde todo alcance y peso ontoló- una tensión difícilmente soportable, entre lo que es y lo que apa­
gico, de manera que la vigilia de la razón se hace indiscernible de rece. Tal es una de las tareas centrales que la filosofía ha echado
su sueño. sobre sí desde antiguo, y que hoy —quizá con mayor nitidez que
Los riesgos del representacionismo han acompañado —según nunca—se focaliza en las paradojas de la representación.
Heidegger- a la metafísica occidental, al menos desde Platón, y Nos encontramos, por tanto, ante una de las nociones más
se encuentran en la raíz de los peligros de una técnica que ha plas­ difíciles y enigmáticas de la tradición filosófica. Remedando lo
mado en la realidad efectiva la “imagen del mundo” correspon­ que Jacobi decía de la cosa en sí kantiana, se podría sostener que
diente a una crispada voluntad de dominio que ha sustituido a la sin la representación no es posible entrar en el pensamiento occi­
serena desvelación del sentido del ser, apenas iniciada por los pre­ dental, pero que con ella no se puede permanecer en él (siempre
socráticos. que se entienda la primera postura en sentido drásticamente anti-
La hermenéutica heideggeriana —más que discutible desde el representacionista, y la segunda en su significado de representa­
punto de vista historiográfico- apunta a un rasgo de la condición cionismo sustancialista y duro). Preciso es advertir, al mismo tiem-

22
E l enigma de la representación Las paradojas de la representación

po, que en filosofía los caminos intermedios no conducen a nin­ resulta tan imprescindible que parece tautológico—es la de no
guna parte. Sí tratáramos de elaborar una emulsión o extraña mez­ pretender que hay un único tipo de conocimiento, que además
cla entre representacionismo y anti-representadonismo, el resul­ se identificara con las ciencias neurológicas y tuviera como ‘cau­
tado sería inviable, no tanto porque quizá se vería abocado a sa ejemplar” el funcionamiento de ios ingenios cibernéticos. Tal
contradicciones internas, como porque el propio concepto de manera de proceder —junto a otras menos burdas- conduce al tra­
representación recogería todas las quiebras y lacras que ba ido tamiento objetivista y naturalista de la representación, en el que
acumulando en el curso de su larga historia. se pierde su modo característico de actuar, y con él la realidad
La clave para poder avanzar, por más que lentamente, en el específica del propio conocimiento.
camino de un esclarecimiento de la idea de representación se baila No pocas veces la tarea de la filosofía consiste en pararse a pen­
en una adecuada metodología. Los trasuntos mentales -tan to sar lo obvio. Y lo obvio en este caso es que la realidad de la repre­
intelectuales como imaginativos- no son susceptibles de recibir sentación se inscribe en el acto de conocimiento. Como se tendrá
un tratamiento físico, ni siquiera convencionalmente psicológi­ ocasión de apreciar a lo largo de las páginas que siguen, las noto­
co. La óptica que permite acceder dificultosamente a ellos no está rias dificultades que afectan al discernimiento de lo que sea la repre­
tamizada por las nociones de materia y causalidad, ni por tipo sentación vienen dadas casi siempre porque no se ponen en juego
alguno de mecanicismo. En la mente nuestra se detecta algo pro­ las categorías adecuadas para comprender fenómenos que son irre­
pio, que no se halla en la realidad exterior y separada. La pers­ ductibles a las interacciones físicas y a la mera auto-inspección psi­
pectiva adecuada para acercarse a ese tipo único de ser no es otra cológica. Siguiendo el lema wittgensteiniano, aquí se pretende dar
que la intencionalidad, la peculiaridad de una existencia que no con ese modo de proceder, que es el más difícil en filosofía: un rea-
consiste y persiste en sí misma, sino que remite a algo distinto de lismo sin empirismo. Este ha sido el caballo de batalla en la histo­
sí. De manera más comprometida, aunque también más radical, ria de los múltiples intentos de caracterizar la manera de ser pro­
se podría decir que la óptica pertinente para acceder a las reali­ pia de la representación. Aunque encaminados a dilucidar el mismo
dades mentales es la visión veritativa. Lo que Frege llamaba el ser problema, los resultados han sido muy desiguales. Y se puede apren­
verdadero no es una especie de “cosita” mental, que supusiera la der mucho tanto de los aciertos como de los errores: hay caminos
trasposición en escala variable del entorno externo, elusivo y aje­ que no conducen a ninguna parte y otros que se abren a senderos
no, a un interno recinto, más asequible y cercano. Tampoco es todavía inexplorados.
una entidad más sutil que refleje esclarecidamente las realidades Lejos de intentar el desarrollo de una historia del concepto, lo
físicas. Es un tipo de actualidad en nada semejante —ni deseme­ que aquí se pretende es proponer una idea filosóficamente cabal
jante- de lo en ella representado, precisamente por lo cual pue­ de la representación cognoscitiva, que supere por vía de radicali-
de ser una semejanza o representación suya. dad todas sus visiones insuficientes o excesivas, las cuales tienen,
También en este punto bay que recordar a Heidegger, quien al cabo, un origen común al que se llamará naturalismo’. Ya se
pudo decir que el hilo conductor que le había guiado en su juven­ ha adelantado lo que puede entenderse por naturalismo: el des­
tud no era otro que la consideración de los diferentes sentidos del conocimiento del ser propio del conocimiento y su consiguiente
ser, tal como había sido recordada por Franz Brentano en su tem­ “naturalización” o ‘dosificación”, es decir, su asimilación a las cosas
prana tesis doctoral. Sólo un tratamiento rigurosamente analógi­ físicas. Buscaremos como interlocutores, sin especial preocupa­
co permite tratar de manera diferenciada lo que es diferente, ción por el orden histórico, a algunos filósofos que —cada uno a
obviando simultáneamente los riesgos del funcionalismo mate­ su m odo- se han ido enfrentando con el enigma de la represen­
rialista y los del agnosticismo pragmático. La única manera de ser tación.
“cognitivista” en el territorio de la filosofía de lo mental —lo cual

2S
2
Representación
y modernidad

2 .1. El mundo como imagen

“El hombre moderno ha descubierto modos de pensar y de


sentir que no están lejos de la parte nocturna de nuestro ser”. Esta
observación de Octavio Paz, en El arco y la lira, parece referirse
sólo al último tramo de los tiempos nuevos, cuando -cegados por
tanta transparencia- volvemos a experimentar la inclinación de
penetrar en la “zona eléctrica de lo sagrado”; y lo hacemos ya sin
temor porque creemos saber que “se puede vivir en un mundo
regido por los sueños y por la imaginación, sin que esto signifi­
que anormalidad ni neurosis” (Paz, O., 1956: 112). Pero esta fas­
cinación por las sombras inconscientes, esta atracción de las tinie­
blas, no sólo refleja una nostalgia “más allá de la curiosidad
intelectual”. Se podría pensar que, en rigor, no hay tanta ruptu­
ra como se suele pretender entre el irracionalismo y el racionalis­
mo, porque ambas corrientes del pensamiento - o de su rechazó­
se mueven en un mismo elemento: el de las imágenes, trasuntos
o representaciones.
La extraña y estrecha conexión entre el mundo de las sombras
y el del conocimiento representativo queda inauguralmente plas­
mada en el mito platónico de la caverna. Las resonancias de esta
parábola se pueden rastrear a lo largo de toda la historia de la filo­
sofía y de la literatura: desde Aristóteles hasta Freud y Wittgens-
tein; desde Baltasar Gracián hasta Marcel Proust; desde Arnobio
hasta Descartes. Pero -com o mostró Hans Blumemberg en su
obra acerca de las “salidas de la caverna” (Blumemberg, H., 1989)—
la modernidad supone un decisivo cambio de valoración respec-

27
E l enigma de la representación Representación y modernidad

to al estado de la persona que se encuentra rodeada sólo de tra­ modernidad “se busca y se encuentra el ser de lo ente en la repre-
suntos. En la propia República platónica, el prisionero que logra sentabilidad de lo ente” (1995: 89).
escapar del banco al que le habían atado ocultos maquinadores A su vez, el concepto de representación está estrechamente
gira su cabeza y su mente para retornar desde lo meramente refle­ vinculado al del dominio del mundo por parte del hombre, enten­
jado hasta unas ideas que -según veremos- no deben entender­ dido como sujeto. Correlativamente, la entidad se interpreta como
se como super-representaciones o representaciones sustantivas, objeto, lo que está frente a mí y a mi disposición. Tan profunda­
sino más bien como comprensiones o cuasi-intuiciones intelec­ mente ha calado en nosotros esta terminología que hoy confun­
tuales. Y todas las diferentes versiones de la metafísica clásica ensa­ dimos objetividad con realidad, y subjetividad con lo más radi­
yan los diversos modos de cruzar el umbral de la caverna, para calmente propio de lo humano. Esta transmutación semántica
acceder a lo realmente real. respecto a la terminología clásica ha sido posible por el papel dis-
En cambio, la filosofía moderna pasa a considerar que el cam­ torsiónador que juega, al menos desde Descartes, la idea de repre­
po de lo ilusorio no se sitúa dentro de la caverna, sino fuera de sentación. La verdad misma se convierte en certeza de la repre­
ella. Schopenhauer lo ha sentenciado mejor quizá que ningún sentación, y la investigación calculadora pasa a ocupar el lugar de
otro, al asegurar que una realidad que constituyese un objeto en la búsqueda de la verdad (reducida ahora a mera erudición). Como
sí, que no fuese representación, sería un monstruo como los que dice contundentemente Heidegger, “esta objetivación de lo ente
vemos en sueños, y admitirlo en la filosofía sería dejarse des­ tiene lugar en una re-presentación cuya meta es colocar a todo lo
lumbrar por un fuego fatuo (Schopenhauer, A., 1950: II, 1). La ente ante sí de modo que el hombre que calcula pueda estar segu­
verdadera realidad, la realidad objetiva, no es ahora otra que aque­ ro de lo ente o, lo que es lo mismo, pueda tener certeza de él”
lla de las representaciones “intracaver nanas”. Percatarse de ello, (1995: 86).
y renunciar de una buena vez a toda aventura allende el umbral
de la caverna, equivale a despertar del sueño de la razón. El que
duerme ya no es —como pensaba Platón—el que toma las repre­ 2.2. Subjetivismo y objetivismo
sentaciones por realidades, sino el que cree ilusoriamente que
hay realidades cognoscibles distintas de las propias representa­ Lo propio de la modernidad es el intento de que la cosa apa­
ciones. rezca ante nosotros precisamente tal como se encuentra ella ante
En su escrito sobre “La época de la imagen del mundo”, inclui­ nosotros, es decir, tal como se representa. Aunque, según advier­
do en Caminos de bosque, Heidegger ha visto muy bien que lo te Heidegger, esto da lugar a un “juego alternante y necesario
más característico de tal era no es sólo que se forjen “imágenes entre subjetivismo y objetivismo”, lo decisivo es el dominio abar­
del mundo”, sino también y sobre todo que se puedan forjar, jus­ cador del hombre sobre toda realidad susceptible de ser repre­
to porque el mundo mismo se entiende como imagen: “La ima­ sentada, es decir, de ser traída y tenida ante él. El mundo es el
gen del mundo no pasa de ser medieval a ser moderna, sino que nombre que se da al ente en su totalidad. Y el mundo como ima­
es el propio hecho de que el mundo pueda entenderse como ima­ gen es la expresión de su abarcable disponibilidad: “Lo ente en
gen lo que caracteriza la esencia de la Edad Moderna” (Heideg­ su totalidad se entiende de tal manera que sólo es y puede ser des­
ger, M., 1995: 89). Y más alejado de la interpretación moderna de el momento en que es puesto por el hombre que representa y
se encuentra el mundo griego. Mientras que para la filosofía grie­ produce” (1995: 87-88).
ga el ente es la presencia emergente de lo oculto que se patentiza Mérito de Heidegger es el haber desenmascarado la genealo­
y para el pensamiento medieval es el ens creatum, aquello creado gía de expresiones que se han hecho comunes en la filosofía actual
por un Ser personal en su condición de causa suprema, para la y que revelan un desconocimiento de su historia conceptual y de

z8 29
E l enigma de la representación Representación y modernidad

su carga significativa. Hablamos o escribimos, por ejemplo, del valores”, es que el concepto de valor se halla presente -implícita
‘sistema’ de Tomás de Aquino, de Platón o de Aristóteles, cuan­ o explícitamente- en las articulaciones decisivas de esa filosofía
do lo cierto es que sistema es una noción estrictamente moderna que, a la postre, todavía es moderna. Así acontece, por ejemplo,
que expresa “la unidad de la estructura en lo re-presentado en con un concepto tan decisivo y paradójico en el pensamiento
cuanto tal, unidad que se despliega a partir del proyecto de obje­ nietzscheano como es el concepto de verdad. Ya conocemos el his-
tividad de lo ente” (1995: 98). Al serles ajeno este moderno con­ triónico veredicto de Nietzsche:
cepto de representación, el sistema es imposible en la Edad Media
y resulta todavía más extraño al mundo griego. Aún más actual e ¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento
de metáforas, metonimias, en resumidas cuentas, una suma
inquietante que hace sesenta años - a la vista, sobre todo, de las
de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas
aplicaciones políticas y sociales de los sistemas y de la teoría de sis­
y adornadas poética y retóricamente y que, después de un
temas- resulta esta afirmación de Heidegger, en el pasaje que se prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vin­
acaba de citar: “Allí donde el mundo se convierte en imagen, el culantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado
sistema se hace con el dominio, y no sólo en el pensamiento”. que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuer­
No menos confuso y hasta patético suele ser el actual uso de za sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son
la palabra ‘valor’, sobre todo cuando se recurre a ella para llenar ahora ya consideradas como monedas, sino como metal
de contenido ético la actividad educativa, empresarial o política. (Nietzsche, E, 1990: 25).
Se acepta resignadamente que la realidad carece de significado
propio. No se advierte que la noción de valor implica, en sí mis­ La verdad es una ilusión; es la clase de error sin el cual una
ma, una pérdida del ser cuando el ente se ha convertido en obje­ cierta especie de vivientes —los hum anos- no sabrían vivir (cfr.
to del representar. A tal objeto representado se le asigna -de mane­ Conill, J., 1997). Lo inmediato sería, entonces, dejar de ocuparse
ra convencional, ideológica o simplemente arbitraria— un de lo que no es más que un error, una ilusión. Pero —según seña­
determinado valor. Así entendido, el valor es un mero objeto y, la Heidegger en su interpretación- Nietzsche negaría tajante­
por lo tanto, algo irreal que no puede servir de meta para las acti­ mente tal inferencia: “Precisamente porque la verdad es ilusión
vidades humanas. Heidegger lo expresa lúcidamente: “El valor es y error, precisamente por ello la verdad existe, y también preci­
justamente el impotente y deshilachado disfraz de una objetivi­ samente por ello la verdad es un valor” (Heidegger, M., 1989: I,
dad de lo ente que ha perdido toda relevancia y trasfondo. Nadie 508-509). La evaluación “yo creo que esto y aquello es así” cons­
muere por meros valores” (1995: 99). tituye, para Nietzsche, la esencia de la verdad. En estas evalua­
ciones se expresan las condiciones de conservación y crecimien­
to. Y es que nuestros órganos de conocimiento no se han
2.3. La verdad según Nietzsche desarrollado más que con vistas a procurar y fomentar tales con­
diciones. La confianza atribuida a la razón y a sus categorías, y
Nadie moriría en tal caso por la metafísica, íntimamente conec­ —por tanto—a la lógica, sólo demuestra su utilidad para la vida,
tada con los conceptos de representación y de valor. Según Hei­ probada por la experiencia: no la verdad de la lógica (1989: I,
degger, incluso “el pensamiento de Nietzsche permanece preso 509). La antinomia entre el mundo verdadero y el mundo apa­
de la idea de valor” (1995: 99), y por eso puede presentarlo como rente se resuelve ahora en relaciones de valor. Nosotros hemos
la culminación y acabamiento de la metafísica. No es sólo que proyectado nuestras condiciones de conservación como si fueran
cuando Nietzsche trata de auto-interpretarse explique lo más esen­ atributos del ser: al necesitar que nuestras creencias sean estables
cial de su pensamiento en términos de “inversión de todos los para prosperar vitalmente, hemos enfocado las cosas de manera

30
E l enigma de la representación Representación y modernidad

que el mundo “verdadero” ya no sea un mundo cambiante, en de la verdad como rectitud (San Anselmo) o como adecuación
devenir, sino que sea un ente (1989: I, 510). En definitiva, la ver­ (Tomás de Aquino) dista mucho de proponer un mero ajuste de
dad es una evaluación, y evaluar significa apreciar algo como valor nuestras presuntas ideas representativas con una entidad inter­
y ponerlo en tanto que tal. Y, a su vez, valor quiere decir condi­ pretada como efectividad o facticidad. Si las cosas fueran así, la
ción perspecúvista de la intensificación de la vida (1989:1, 513). representación se entendería de manera óntica, es decir, sería una
Esta “verdad” —así, con comillas- de la que habla Nietzsche res­ semejanza de los entes que tendría que ser semejante a los entes
ponde a los presupuestos ocultos de la metafísica occidental, que mismos. Y éste no es el caso, ni puede serlo. Todo ello equivale a
él pretende desenmascarar. La interpretación del ser como ente, atribuir globalmente al pensamiento griego y medieval un natu­
la fijación del ser como algo estable y objetivo, presente ya en ralismo que casi siempre le es ajeno. Acusación que, como vere­
Platón y Aristóteles, responde a necesidades vitales, más que a mos, acaba por volverse contra el propio Heidegger.
intereses puramente teóricos. De lo que Nietzsche no es cons­ Tiene Heidegger toda la razón cuando piensa que la com­
ciente es de que su propio concepto de verdad es esencialmente prensión del ser como realidad efectiva lleva consigo el cambio
el mismo que el de toda la metafísica occidental, el que atravie­ de la vedad en certeza (1989: II, 421). Pero este giro -más deci­
sa la historia del hombre occidental hasta penetrar en su queha­ sivo que el copernicano—no tiene su origen en una presunta tras­
cer cotidiano, en sus opiniones y representaciones habituales. mutación medieval, ya anticipada por Aristóteles, de la energeia
Esta determinación, brevemente expresada por Heidegger, reza en actualitas (1989: II, 410); y desde luego no es historiográfica-
así: mente riguroso atribuir este deslizamiento significativo a Tomás
de Aquino, como también pretende Heidegger (1975: 124-125
La verdad es la rectitud del representar. Donde represen­ y 128-130). Lo que resulta acertado -y sumamente agudo—es
tar significa el tener-ante-sí y traer-ante-sí al ente, por la per­ localizar este “acontecimiento en la historia del ser” allí donde la
cepción y la significación, por el recuerdo y el proyecto, por modernidad campea. Es entonces cuando la verdad pierde su fun-
la esperanza y el rechazo. La representación se encamina de damentación ontológica en el verum trascendental, para conver­
acuerdo con el ente, se hace igual a él y lo reproduce. La ver­ tirse en una característica exclusivamente referible al entendi­
dad significa: la adecuación del representar a lo que el ente es
miento humano o divino. Como al poseer la verdad el sujeto tiene
y cómocs (1989: I, 511).
que saber que la posee, la verdad se transforma en un saber del
Heidegger piensa, en efecto, que -co n diversas precisiones saber o, más rigurosamente, en un saber como saber, es decir, en
conceptuales- la determinaciórí de la verdad como rectitud de la la conciencia de una representación. Lo cual equivale a decir que
representación es esencialmente válida para todos los pensadores se sabe el saber como lo sabido. La certeza no vale aquí sólo como
occidentales, desde Platón hasta Nietzsche. Pero ya podemos ade­ añadidura al conocimiento, en el sentido de que éste ha logrado
lantar que esta nivelación conceptual dista mucho de reflejar lo la posesión y pertenencia del saber que le corresponde. No, la cer­
que realmente ha sucedido en la historia del filosofar. Aunque teza es más bien, como conciencia consciente de lo conocido, la
sólo sea porque la noción de representación como Vorstellung es forma decisiva del conocimiento, es decir, la “verdad” (1989: II,
muy reciente: opera en el pensamiento de la modernidad, pero 422).
no —ni siquiera virtualmente- en la metafísica clásica; mientras Claro aparece que esta versión moderna de la verdad como
que los modos de pensar estrictamente contemporáneos —feno­ certeza de la representación sólo puede encuadrarse en una con­
menología, hermenéutica, análisis lingüístico y posmodernidad— cepción antropológica determinada por la correlación sujeto-obje­
se enfrentan críticamente con ella y en algunos casos (no en todos) to, que está lejos de ser tan obvia o inocente como a primera vis­
acaban por mostrar su invalidez. Por otra parte, la comprensión ta podría parecer. Por de pronto, tal comprensión de la verdad

33
E l enigma de la representación Representación y modernidad

como certeza del saber señala, en la sucesión de las edades del genes que surgen de la capacidad originaria de la fantasía
hombre, el comienzo de los tiempos nuevos (modernidad). Al intro­ humana, sólo mediante la invencible creencia de que este sol,
ducir el tiempo mismo en la urdimbre de la existencia humana, esta ventana, esta mesa son una verdad en sí, en resumen: gra­
el discurrir de ésta sólo podrá evaluarse positivamente si aparece cias solamente al hecho de que el hombre se olvida de sí mis­
mo como sujeto artísticamente creador, vive con cierta calma,
como progreso, o sea, como conquista de nuevos saberes y nue­
seguridad y consecuencia; si pudiera salir, aunque sólo fuese
vas capacidades de acción. Pero el logro de tales éxitos y descu­ por un instante, fuera de los muros de esa creencia que lo tie­
brimientos lleva consigo la aparición de nuevas vivencias que ne prisionero, se terminaría en el acto su “conciencia de sí
implican una permanente acumulación de riesgos. Paradójica­ mismo” (Nietzsche, F., 1990: 29).
mente, el temple dominante en los tiempos nuevos es el de la
inseguridad. Ya no se trata de perfeccionarse con la adquisición Tal consistencia cancela el ir y venir que acontece en todo
de la verdad, tal como se pretendía en la epistemología y la ética representar dubitativo. El conocimiento libre de toda duda es la
clásicas. Ya no se pretende vivir bien, sino sobrevivir, en una épo­ representación clara y distinta. El ente verdadero es el ente cierto.
ca en la que los continuos cambios provocan esos sentimientos Así puede decir Descartes en la tercera de sus Meditaciones meta-
de extrañeza y fragilidad tan bien descritos por Pascal. Lo que físicas: “Y por ello me parece poder establecer desde ahora, como
necesita el hombre moderno es seguridad. Y ese aseguramiento ya regla general, que son verdaderas todas las cosas que concebimos
no puede ofrecérselo la perfección humana que el logro de la ver­ muy clara y distintamente” (Decartes, R., 1977: 31). Las exi­
dad comporta, sino la interna solidez que la certeza implica (1989: gencias del representar cierto conducen, según se aprecia ya en el
II, 424). propio Descartes, a un fundamento absoluto e indiscutible, a una
La certeza es la seguridad del representarse de antemano lo especie de infraestructura o fundamento firme e inalterable, que
que puede acontecer. Lo realmente verdadero ya no es la interna ya no depende de la relación a ninguna otra cosa, sino que está
patencia del ser, que era en cada ente como su luz, reflejo de la liberado de tal relación de dependencia y descansa tranquilo en
Luz trascendente. Lo realmente verdadero en sentido moderno sí mismo (Heidegger, M., 1989*. II, 429). Por eso la metafísica
viene a ser la efectividad, que no es un principio constitutivo del moderna —para Heidegger, toda metafísica—presenta una consti­
ente sino una modalidad suya: el modo de enfrentarse al sujeto tución onto-teológica.
como un objeto que puede comportarse indistintamente como
efecto o como causa, precisamente porque su actividad no pro­
cede de un interno principio dirigido hacia una finalidad; más
bien remite a una totalidad en movimiento inerdal, de manera i . 4. El naturalismo de Heidegger
que sus distintas conjunciones y variaciones puedan preverse como
casos de una regla general, es decir, como hechos. Con mayor penetración que nadie, Heidegger ha visto el carác­
Según advierte Heidegger, la esencia de la efectividad del obje­ ter representacionista de la filosofía moderna. Lo que resulta más
to consiste en la estabilidad y permanencia que se representa en que discutible es que haya acertado al remitir el origen del “olvi­
el representar cierto. Idea que, ciertamente, ya se encontraba en do del ser”, que el representacionismo conlleva, al inicio históri­
la crítica de Nietzsche a la metafísica moderna: co de la metafísica en cuanto tal, es decir, a Platón y Aristóteles.
Se puede demostrar que ni Aristóteles ni el propio Platón eran
Sólo mediante eí olvido de este mundo primitivo de metá­ pensadores representacionistas. Desde luego, no encajan para nada
foras, sólo medíante el endurecimiento y petrificación de un en el complejo entramado del sistema epistemológico moderno,
fogoso torrente primordial compuesto por una masa de imá­ que aquí se acaba de diseñar en sus rasgos elementales.

34 35
E l enigma de la representación Representación y modernidad

Mas, por así decirlo, todavía tenemos una cuenta pendiente ultramundanos” (1980: 244). Su exégesis del vocablo griego alet-
con el propio Heidegger, no vaya a ser que -como antes se apun­ heia, en el sentido de desocultamiento, descubrimiento o patencia,
taba- sea él mismo quien baya quedado envuelto en el naturalis­ no resuelve los supuestos problemas de la “relación” entre la men­
mo que implícitamente denuncia. te y la realidad, por la fundamental razón de que el desvelamien­
Por de pronto, el pensamiento de Heidegger —al menos en su to siempre implica que algo se desoculta ante alguien.
primera etapa- se puede encuadrar en la corriente de la filosofía Paradójicamente, el ser propio del conocimiento es el gran
trascendental, inaugurada por Kant. Este estilo de pensar condu­ ausente en esta hermenéutica radicalizada de la verdad; lo cual
ce a retrotraer críticamente las objetividades a su fundamento sub­ tampoco es de extrañar, porque tal problema constituye una apo-
jetivo. Tal modo de proceder es iterativo: siempre se vuelve a pen­ ría en todas las versiones -incluso en las más evolucionadas- de
sar acerca de lo ya pensado, en un intento de radicalizar cada vez la filosofía trascendental. La distinción -que no separación ni pro­
más las instancias fundantes y hacer más aguda la labor crítica. piamente “relación”- entre el ser veritativo y el ser real aporta la
En semejante escenario, Heidegger -como, de un modo muy dife­ única clave filosófica para evitar el naturalismo que malogra tan­
rente, W ittgenstein- viene a significar un punto de saturación tas teorías representacionistas y anti-representacionistas de la ver­
reflexiva y crítica, al alcanzar una radicalidad que parece insupe­ dad. En el caso de Heidegger, la radical apertura atribuida a la
rable y, en cierto sentido, exagerada. concepción original de la verdad como aletheia presenta una caden­
Tales características se pueden apreciar en un concepto clave cia nihilista que anula la positiva libertad fundamental o tras­
del pensamiento heideggeriano: su noción de verdad. Ya en su pri­ cendental de la mente como aquello que es en cierto modo todos
mera gran obra original - E l sery el tiempo (1927)- se preguntaba los entes (Aristóteles, 1978 a: 241; III, 8, 431 b 21), fórmula del
Heidegger, al hilo de su empeño por superar la clásica definición De Anima que se menciona como precendente en la Introduc­
de la verdad como adecuación del entendimiento y la cosa: “¿No ción a El ser y el tiempo (1980: 23). Lo único que entonces viene
estará lo erróneo de la cuestión ya en el punto de partida, en la a quedar es la inmediata presencia de las cosas desveladas en un
separación ontológicamente no aclarada de lo real y lo ideal?” (Hei­ ámbito luminosamente vado: naturalismo tan depurado como
degger, M., 1980: 237). Desde luego, habría que argüir, la pre­ inequívoco, por cancelación de la praxis cognitiva.
sunta separación no se aclara si -como hace Heidegger- la expre­
sión aristotélica noemata (intelecciones o pensamientos) se traduce
sin más como “representaciones” (1980: 235) y si la adecuación se
hace equivaler a una genérica y cosificada “concordancia”, cuyo
sentido no variaría desde Aristóteles hasta, por lo menos, Imma-
nuel Kant (1980: 236).
La crítica heideggeriana a la concepción clásica de la verdad,
a la que achaca su encaminamiento a un proceso al infinito o a
una petición de principio, no tiene en cuenta algunos aspectos
capitales de esta formulación, como sería -sin ir más lejos- la pre­
sencia de una reflexión veritativa sin la cual la propia adecuación
se torna ininteligible. Desde luego, tal concepción no queda supe­
rada ni fundamentada por la propuesta de Heidegger: “Verdad
en su sentido más original es el estado de abierto’ del 'ser ahí’,
estado al que es inherente el estado de descubiertos’ de los entes

3^ 37
.....
llÉlllilÉtÉI
3
En el umbral
de la caverna

3 .1. Apariencia y realidad

“Represéntate hombres en una morada subterránea en forma


de caverna, que tiene la entrada abierta, en toda su extensión, a
la luz” (Platón, 1988 a: 338; VII, 514 a). Con un magistral gol­
pe dramático, el libro VII de la República platónica comienza a
narrarnos una historia —un mito quizás—que constituye uno de
los tópicos más bellos y densos de la cultura occidental. Como
sucede siempre con las similitudes o ejemplos platónicos, todos
los detalles de la puesta en escena tienen importancia. Y precisa­
mente lo primero que encontramos aquí es un escenario de puras
sombras, ésas que proyecta sobre la pared opuesta a los encade­
nados un fuego situado detrás de ellos. Pero lo más importante
que inicialmente se narra en esta parábola es que los prisioneros
están encadenados de tal suerte que no “han visto de sí mismos,
o unos de los otros, otra cosa que las sombras proyectadas por el
fuego en la parte de la caverna que tienen frente a sí” (1988a:
338-339; VII, 515a).
En orden a comprender todo el significado que para el tema
de la representación cognoscitiva presenta el experimento con­
ceptual platónico, es imprescindible hacer una especie de “reduc­
ción fenomenológica” de lo que el narrador nos cuenta, y tratar
de identificarse con la situación que los protagonistas tienen en
cada momento. En esta etapa inicial —que vendría a ser como el
primer acto del drama—los prisioneros no ven, incluso de sí mis­
mos, más que sombras. Lo cual equivale a decir que las imágenes
en blanco y negro de esa pared frontera constituyen para ellos la

39
E l enigma de la representación En el umbral de la caverna

entera realidad. Únicamente habría de añadirse que tales imáge­ cativo que en las líneas inmediatamente anteriores al pasaje en
nes no son sólo visuales, sino también acústicas, porque el fondo cuestión se contrapongan los verdaderamente filósofos, definidos
de la caverna devuelve los ecos provenientes de los porteadores como aquellos que “aman el espectáculo de la verdad” (1988a:
de las figuras que en la pared se reflejan (1988a: 339; VII, 515b). 286; V, 475e), a “aquellos que aman las audiciones y espectácu­
Lo que pasa es que los prisioneros no saben que los ecos son ecos, los” y “se deleitan con sonidos bellos o con colores y figuras bellas,
ni que las sombras son sombras. Viven en un mundo de solas apa­ y con todo lo que se fabrica con cosas de esa índole; pero su pen­
riencias y toman las apariencias por realidades: tas representacio­ samiento es incapaz de divisar la naturaleza de lo Bello en sí y de
nes por cosas. Tanto las sombras como los ecos no son sino seme­ deleitarse con ella” (1988a: 287; V, 476b). El texto, por tanto, se
janzas de algo. Pero los prisioneros no las consideran como relaciona también con otro de los grandes temas de la Politeia: la
semejanzas que remitieran a algo distinto de sí. Se figuran -sin crítica de las artes figurativas y, en especial, de la poesía. Pero leá­
plantearse cuestión alguna al respecto—que son algo en si moslo ya:

—[...] El que cree que hay cosas bellas, pero no cree en la


3.2. El sueño y la vigilia Belleza en sí ni es capaz de seguir al que conduce a su cono­
cimiento, ¿te parece que vive soñando o despierto —pregun­
Platón relaciona explícitamente esta situación puramente repre- ta Sócrates. Examina. ¿No consiste el soñar en que, ya sea
sentacionista con el sueño, tema filosófico de primer orden, estre­ mientras se duerme o bien cuando se ha despertado, se toma
chamente conectado con el enigma de la representación (cfr. Gallop, lo semejante a algo, no por semejante, sino como aquello a
D ., 1971). Porque la explicación primaria de lo que acontece lo cual se asemeja?
cuando soñamos es precisamente que, en tal tesitura, tomamos —En efecto, contesta Glaucón, yo diría que soñar es algo
las representaciones por realidades. Desde luego, no puede ser de esa índole.
—Veamos ahora el caso contrario: aquel que estima que
cierto —en estricto sentido- que nuestra vida es un sueño, porque
hay algo Bello en sí, y es capaz de mirarlo tanto como las
entonces el estar despierto no sería vivir o constituiría otra forma cosas que participan de él, sin confundirlo con las cosas que
de soñar. Pero una tradición cultural de remotos orígenes y cur­ participan de él, ni a él por estas cosas participantes, ¿te pare­
so ininterrumpido nos previene de que también a veces soñamos ce que vive despierto o soñando?
despiertos o soñamos de día. —Despierto, con mucho.
Para comprender mejor la conexión entre el enigma de la repre­ • -¿No denominaremos correctamente al pensamiento de
sentación y el problema gnoseológico del sueño, es conveniente éste, en cuanto conoce, “conocimiento”, mientras al del otro,
volver al libro V de la República, a un lugar donde se expone con en cuanto opina, “opinión”?
gran claridad la naturaleza del sueño y se destaca su relevancia -Com pletam ente de acuerdo (1988a: 287; V, 476c-d).
filosófica, al insertar el recurso a él en una dilucidación de lo que
sea el conocimiento de las ideas. El texto en cuestión pertenece a Resulta, a tenor de este texto que, como ha señalado repeti­
los pasos iniciales de esa etapa decisiva del diálogo, en la que el damente Inciarte, las semejanzas no son semejantes a aquello que
discurso acerca de la educación de los regentes alcanza su punto semejan. Pero tal desemejanza entre la semejanza y aquello que
álgido con la introducción —y el largo desarrollo posterior- de la ésta semeja sólo puede captarla aquel que conoce y distingue
tesis acerca de la conveniencia de que “los filósofos reinen en los ambos extremos de la relación. El que no advierte la diferencia y
Estados o los que ahora son reyes y gobernantes filosofen de modo se detiene en la pura semejanza, el que vive en un mundo de repre­
genuino y acabado” (1988a: 282; V, 473d). También es signifi­ sentaciones no contrapuestas a las correspondientes realidades,

40 41
E l enigma de la representación En el umbral de la caverna

vive soñando”; mientras que el que no confunde la representa­ -[...] Es patente -dice Sócrates en el libro V I- que res­
pecto de las cosas justas y bellas, muchos se atienen a las apa­
ción con la realidad “vive despierto”.
riencias y, aunque no sean justas ni bellas, actúan y las adquie­
ren como si lo fueran; respecto de las cosas buenas, en cambio,
nadie se conforma con poseer apariencias, sino que buscan
3.3. La metafórica cosas reales y rechazan las que sólo parecen buenas (1988a:
328; 505d).
Se podría objetar que el sueño —en el sentido de ensoñación-
desempeña aquí el papel de una simple metáfora. Pero, habría Con un pensamiento que encontrará un eco literal en el comien­
que contestar, ¿no es aquí todo, o casi todo, metáfora? ¿No es zo de la Ética a Nicómaco, Platón añade que el Bien es “lo que toda
acaso metafórico también el recurso a la participación? Como alma persigue y por lo cual hace todo”. Mas, aunque adivina que
ha mostrado Wolfgang Wieland en su excelente libro sobre las existe, está “sumida en dificultades frente a eso y sin poder captar
formas del saber en Platón (Wieland, W., 1982), se interpreta suficientemente qué es, ni recurrir a una sólida creencia como suce­
mal a este filósofo cuando se piensa que su continuo recurso a de respecto a otras cosas -que es lo que hace perder lo que puede
ejemplos, alegorías y metáforas tiene sólo un valor retórico o poé­ haber en ellas de ventajoso” (1988a: 328; VI, 505e-506a).
tico. Porque Platón acude a las metáforas precisamente en los El Bien mismo -objeto último de la indagación—no podrá ser
momentos decisivos de la exposición de su pensamiento filosó­ nunca objetivado ni tematizado, porque justamente es esa posi­
fico. En la mismísima búsqueda de los primeros y más altos prin­ bilidad de ser objetivadas o tematizadas -representadas- lo que
cipios de la realidad, lo que resulta del intento de disolver una convierte en ambivalente la ganancia que en apariencia se pro­
metáfora es sólo otra metáfora (1982: 63-64). Precisamente la duce cuando conocemos otras cosas.
alegoría de la caverna se inscribe -ju n to con la similitud del sol En el escalón más bajo de esta confusión se halla quien toma
y la de la línea—en el portentoso despliegue metafórico que Pla­ las formas sensibles por realidades en sí. Es la situación en la que
tón realiza para determinar qué sea la naturaleza del Bien. Cuan­ habíamos dejado a los encadenados desde niños en la caverna.
do Glaucón y los restantes interlocutores esperaban -mediado Como antes se indicó, la monumental obra de Blumemberg
el libro VI—que Sócrates emprendiera la suprema empresa de —Hóhlenausgange- demuestra que la metafórica de la caverna y
decir qué sea el Bien, les sorprende con una declaración decep­ de sus posibles salidas recorre la cultura humana desde Altamira
cionante: hasta la televisión por cable. Respecto al paradigma platónico,
destaca Blumemberg que no sabemos quiénes eran los maquina-
—[■■■] Dejemos por ahora, dichosos amigos, lo que es en dores que habían urdido ese gran teatro en el que se representa­
sí mismo el Bien; pues me parece demasiado como para que ba la comedia de los trasuntos sin realidad, ni tampoco quién libe­
el presente impulso permita en este momento alcanzar lo que ra a uno de los encadenados. Como hipótesis para identificar a
juzgo de él (1988a: 329-330; VI, 506d-e). los protagonistas de la maquinación, Blumemberg recurre a los
sofistas. Pero no parece que haya base para mantener esta tesis.
Es necesario refugiarse en lo que Blumemberg llama la meta­
fórica, incluso en el caso de la dilucidación del único principio
-el Bien- que permite discernir acabadamente la realidad res­ 3.4. ¿Política o educación?
pecto de sus representaciones o apariencias. Porque, a diferencia
de la justicia y aun de la belleza, cuando se trata del Bien nadie El relato platónico se refiere implícitamente a un marco más
se contenta con las apariencias ni puede descansar en ellas: amplio, como es la situación del Estado en el que domina la apa-

42. 43
E l enigma de la representación En el umbral de la caverna

rienda de justicia, por la que se regirían los honores, elogios y recom­ “curación de su ignorancia”- viene impuesta por alguien que fuer­
pensas que en la caverna habrían de redbir los encadenados que con za a uno de los prisioneros a “levantarse de repente, volver el cue­
mayor agudeza divisaran las sombras, y los que adivinaran la futura llo y marchar mirando a la luz” (1988a: 339; VTI, 515c). Al hacer
sucesión de esas diferentes sombras (1988a: 341; VII, 5l6c-d). Por esto, el liberado sufre, y -acostumbrado como estaba a la penum­
lo que concierne a la liberación, su relación con la paideia queda bra- es incapaz de percibir aquellas cosas cuyas sombras había
sugerida en la primera frase del libro VII, que es la única y brevísi­ visto antes.
ma introducción a nuestra alegoría: “[...] Compara nuestra natura­ Pero ya ha acontecido un primer despertar. Aunque inicial­
leza respecto de su educación y de su falta de educación con una mente perplejo —como el que sale súbitamente de un profundo
experiencia como ésta” (1988a: 338; VII, 514a). Según ha señalado sueño- descubre que lo que él tomaba por realidades no eran sino
Dando Cruz Vélez (1989: 119-122), tanto Werner Jaeger (1944: II, sombras de otras cosas que se le aparecen ahora como los origi­
391) como Martin Heidegger (1953: 113-158) conceden efectiva­ nales de aquellas representaciones. Ya estamos en el segundo acto
mente a la paideia, a la educación del hombre para convertirlo en del drama. Ya se ha producido una primera rectificación de la
una personalidad humana completa, un papel central en la alegoría apariencia y el inicio de la vuelta —periagoge (Platón; 1988a: 344;
de la caverna Pero Heidegger considera que el humanismo que acom­ VII, 518d)- del alma hacia la realidad. Mas aún se está lejos de
paña a ese ideal es filosóficamente negativo, de manera que su inter­ la realidad verdadera. Los objetos de los que ahora el prisionero
pretación puede leerse como una polémica con Jaeger, decidido pro­ sabe que sólo veía sombras, son meros simulacros, “toda clase de
motor de un nuevo humanismo inspirado en la filosofía griega. utensilios y figurillas de hombres y otros animales, hechos en pie­
En cambio, Platón no hace ninguna referencia a la anamne­ dra y madera y de diversas clases” (1988a: 338; VII, 5l4c-515a).
sis, ni en su narración ni en la posterior explicación de ella. Pero Son solamente imitaciones, pero el protagonista de este experi­
la posibilidad de su evocación es tan natural como sugiere una mento conceptual no lo sabe. Ahora está más próximo a lo real,
página de Marcel Proust, al comienzo de Por el camino de Swan: mira más correctamente y hacía cosas más reales (1988a: 340;
VII, 515d), pero se encuentra aún en el fantasmagórico recinto
Aunque durmiera en mi cama de costumbre, me basta­ de la caverna. La propia luz que proyecta a esos artificios sobre la
ba con un sueño profundo que aflojara la tensión de mi espí­ pared es una luz artificial, la luz de un fuego encendido y ali­
ritu para que éste dejara escaparse el plano del lugar donde mentado por los maquinadores; luz de la que Platón dirá después
yo me había dormido, y al despertarme a medianoche, como que es como una imagen del fuego respecto del sol (1988a: 364;
no sabía dónde me encontraba, en el primer momento tam­ VII, 532c).
poco sabía quién era; en mí no había otra cosa que el senti­
miento de la existencia en su sencillez primitiva, tal como
puede vibrar en lo hondo de un animal, y hallábame en mayor
3.5. El sueno de la razón
desnudez de todo que el hombre de las cavernas; pero enton­
ces el recuerdo —y todavía no era el recuerdo del lugar en que
me hallaba, sino el de otros sitios en donde yo había vivido El tránsito siguiente —el de la segunda etapa a la tercera—es
y en donde podía estar—descendía hasta mí como un socorro sin duda el paso decisivo: el que cruza el umbral de la caverna.
llegado de lo alto para sacarme de la nada, porque yo sólo Hasta ese umbral tiene que llegar arrastrado por una empinada
nunca hubiera podido salir (Proust, M., 1988: 14). cuesta. Ahora mira (forzado) hacia la luz misma, pero su perple­
jidad aumenta. Porque lo que esa luz natural le depara no son las
Descartada queda, desde luego, la posibilidad de una autoli- imágenes de las cosas que ahora decimos que son verdaderas, sino
beración. Esa “liberación de sus cadenas” -que es, al tiempo, una fulgores dentro de sus propios ojos (1988a: 340; VII 516a. Cfr.

44 45
E l enigma de la representación En el umbral de la caverna

1988b: 435; 254a-b). Por eso se vuelve hacia aquellos simulacros sobre todo le llamaría la atención serían la luna y los demás cuer­
(segunda etapa), hacia ese ámbito cultural, al que se había adap­ pos celestes que brillan en la noche (1988a: 340; VII, 5l6a-b).
tado con rapidez y facilidad.
Lo más interesante de este paso del umbral de la caverna, lo
que muestra que la metafórica empleada por Platón resulta más 3.6. El símil del sol
compleja de lo que se suele suponer, es que este tránsito ya no se
puede entender como un simple despertar. Nada impide que acon­ El tránsito último y definitivo (de la tercera a la cuarta etapa)
tezca una reiteración del presunto despertar. Todos tenemos expe­ consistiría en pasar de estas figuras luminosas, terrenales y celes­
riencia del sueño dentro del sueño, es decir, de haber tenido con­ tes, a percibir la luz misma en su fuente real, es decir, el sol, no
ciencia de despertar de un sueño y haber ido a parar a otro sueño, ya en imágenes en el agua o en otros lugares que le son extraños,
en lugar de despertar del todo. Desde luego, este segundo sueño sino contemplarlo como es en sí y por sí, en su propio ámbito
(tercera etapa) supone un cierto avance respecto al primero (pri­ (1988a: 340; VII, 516b). Es la más radical superación del repre-
mera etapa), aunque sea más engañoso que el inicial. sentacionismo y el logro de un estricto atenimiento a lo real.
Es muy significativo —y, tal vez, esencial para captar toda la El significado de esta cuarta etapa se le hace mas neto al lec­
intencionalidad del símil de la caverna—que Platón, cuando lle­ tor de la República si recuerda el primero de la serie de símiles
ga el momento de explicar la alegoría, atribuya la índole de un entre los que la alegoría de la caverna ocupa el tercer lugar: el símil
sueño a la primera etapa (situación de encadenamiento) y a la ter­ del sol.
cera (inmediatamente posterior al cruce del umbral de la cueva); Lo que el sol es en el ámbito de lo visible respecto de la vista
y, en cambio, no a la segunda etapa (liberación dentro de la caver­ y de lo que se ve, esto mismo es en el ámbito inteligible el Bien
na) ni a la cuarta (completa liberación en el mundo exterior y respecto de la inteligencia y de lo que intelige (1988a: 332; VI,
real). 508c). Y así como la vista ve con claridad cuando fija su mirada
Para comprender el significado de tal proceder -que, de nue­ en objetos sobre los que brilla el sol, así la inteligencia contempla
vo, nada tiene de casual- habremos de avanzar algo más en nues­ la verdadera realidad cuando considera las cosas bajo la luz del
tro recuerdo de los textos platónicos. Pero ya podemos adelantar Bien. “Pero cuando [el alma] se vuelve hacia lo sumergido en la
que los dos sueños —el de la primera etapa y el de la tercera—son oscuridad, que nace y perece, entonces opina y percibe débilmente
de diferente índole. En ambos se dan las características comunes con opiniones que la hacen ir de aquí para allá, y da la impresión
de la ensoñación, antes apuntadas: se toma lo aparente por lo real, de no tener inteligencia” (1988a: 333; VI, 508d). La proporción
la representación por la cosa misma. Pero el primer sueño es el gnoseológica remite a una proporción ontologica, porque asi como
solamente sensible, mientras que el segundo es ya el “sueño de la el sol es causa de la misma realidad de los objetos sensibles, se ha
razón” (cfr. Rosen, S., 1993: 133 y 301). En términos kantianos, de decir que “a las cosas cognoscibles les viene del Bien no sólo el
cabría decir que la primera ensoñación es una mera apariencia, ser conocidas, sino que también de él les llega el existir y la esen­
mientras que la segunda es algo así como una apariencia trascen­ cia [ousia], aunque el Bien no sea esencia, sino algo que se eleva
dental o ilusión trascendental. más allá de la esencia [...]” (1988a: 334; VI, 509b), es decir, más
Lo más característico de esta tercera etapa -y lo que la hace seme- allá de todo lo formal y representable.
jante a la primera™ es que en ella se captan configuraciones for­ Porque, en efecto, el sentido de toda esta vuelta del alma es el
males: las sombras mismas y, después, las figuras de los hombres y retorno desde las representaciones a lo que es en sí. Tal proceso
de otros objetos reflejados en el agua; también percibiría esas mis­ no puede ser sólo interpretado —al modo convencional—como un
mas figuras en los hombres y en los propios objetos; pero lo que desprendimiento de lo sensible para llegar a lo inteligible, entre

46 47
E l enigma de la representación En el umbral de la caverna

otras cosas porque es en una etapa del tramo inteligible (la terce­ do habitará en la vigilia para nosotros y para vosotros, no en
ra) donde el alma puede caer en el sueño más engañoso. Y, ade­ el sueño, como pasa actualmente a la mayoría de los Esta­
más, porque la cuarta etapa no representa para el hombre el tér­ dos, donde compiten entre sí como entre sombras y dispu­
mino del viaje. tan en torno al gobierno, como si fuera algo de gran valor
(1988a: 346; VII, 520c).

3.7. El regreso a la caverna Así pues, el sueño no es tanto una situación como una acti­
tud. No depende estrictamente de aquello que se conoce sino más
Es este último un aspecto que queda aclarado en el mito de la bien de cómo se conoce. De manera que el auténtico despertar
caverna de una manera mucho más neta que en cualquier otro del representacionismo al realismo no viene dado por el paso de
texto platónico. Los intérpretes suelen conceder poca importan­ un ámbito de objetos a otro, por el cruzar en uno u otro sentido
cia al hecho de que el liberado retorna a la gruta, vuelve a cruzar el umbral de la caverna, sino por la plena actualización de la capa­
—en sentido contrario—el umbral de la caverna, para acometer una cidad cognoscitiva. La superación del representacionismo impli­
desigual lucha, un agón, con los que permanecen encadenados. ca el paso del nivel de la forma al nivel del acto.
Allí, por cierto, se encontrará en desventaja respecto a los que El recurso —más o menos metafórico—al sueño y a los sueños
siguen habituados a las sombras, y quedará en ridículo ante ellos es muy frecuente en los diálogos platónicos. Ciertamente, los sen­
porque afirma que esas sombras —que él ahora, todavía deslum­ tidos del ‘sueño’ y del ‘ensueño’ son muy diversos. Pero hay un
brado, apenas puede percibir—no son la verdadera realidad. Y si sentido dominante, al que de algún modo se refieren todos los
intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz, lo matarían si pudie­ demás. Será precisamente el del sueño como inactividad y la vigi­
ran (1988a: 341-342; VII, 516e-517a). lia como actividad. Ricardo Yepes ha mostrado cómo éste es tam­
El realismo de Platón se hace aquí patético. La muerte de Sócra­ bién el sentido que adquiere en Aristóteles (Yepes Stork, R., 1993),
tes es el acontecimiento histórico que inspira el entero diálogo de para quien el caso o ejemplo originario de la distinción potencia-
la República, porque de lo que se trata en él es de un sistema edu­ acto es precisamente el estar dormido con respecto al estar des­
cativo y político que haga posible el cultivo de la filosofía en la pierto (Aristóteles, 1990: 454; IX, 6, 1048b 1). Por ejemplo, en
ciudad. Precisamente por eso el prisionero liberado tiene el deber la Ética Eudemia dice Aristóteles que el sueño es inacción [argia]
de retornar a la caverna. El filósofo está obligado al cuidado (epi- del alma, no una actividad (Aristóteles, 1993: 434; 1219b 19-
meleia) de los demás (1988a: 346; VII, 520a-b). Y es precisamente 20). En este sentido, se llega a decir en el Fedón platónico que el
al formular este deber cuando Platón interpreta explícitamente la estar despierto es tan contrario al dormir como el vivir al estar
primera etapa en términos de sueño. Los filósofos formados en el muerto (1986: 54; 72 c).
Estado platónico están obligados a participar tanto en la filosofía El pasaje de los diálogos platónicos en que el tratamiento del
como en la política. Por eso hay que advertirles lo siguiente: sueño y la vigilia se acerca más al enfoque “crítico” -e n sentido
moderno—se encuentra en el Teeteto, dentro del contexto de la
discusión acerca de si la percepción es saber:
Cada uno a su turno [...] debéis descender hacia la mora­
da común de los demás y habituaros a contemplar las tinie­
blas; pues, una vez habituados, veréis mil veces mejor las cosas “ [■••I ¿Qué prueba —pregunta Sócrates—podría uno esgri­
de allí, y conoceréis cada una de las imágenes y de qué son mir ante alguien que nos preguntara si estamos dormidos en
imágenes, ya que vosotros habréis visto antes la verdad en lo este mismo instante y soñamos todo lo que pensamos, o esta­
que concierne a las cosas bellas, justas y buenas. Y así el Esta­ mos en vela y dialogamos despiertos unos con otros?

48 49
E l enigma de la representación En el umbral de la caverna

—En verdad (...) —contesta Teeteto- se queda uno perplejo como acontece en el caso de la geometría y otras artes que la
cuando se pone a pensar qué prueba es la que habría que adu­ acompañan.
cir, pues en uno y otro estado acontecen las cosas en una per­ Pues bien, de ellas afirma Sócrates que “nos hacen ver lo que
fecta correspondencia. Nada nos impide creer en el trascur­ es como en sueños, pero es imposible ver con ellas en estado de
so de un sueño que estamos discutiendo lo que acabamos de vigilia; mientras se sirven de supuestos, dejándolos inamovibles,
discutir. Además, cuando, al soñar, creemos estar contando no pueden dar cuenta de ellos” (1988a: 365-366; VII, 533b-c).
sueños, la semejanza de uno y otro estado es extraordinaria
No saben de ios principios y, por lo tanto, anudan la conclusión
(1988b: 208; 158b-c; cfr. 157e-158ay 158d).
y los pasos intermedios a algo que no conocen, de suerte que nin­
gún artificio podrá convertir semejante encadenamiento en cien­
Por extrema que pueda parecer la hipótesis de que quizá este­ cia (1988a: 365-366; VII, 533b-c). El conocimiento de los prin­
mos ahora dormidos -Descartes la llamará “hiperbólica”- , el mis­ cipios quedará reservado para la cuarta etapa, en la que se ejerce
mo Platón habla en el Timeo de ensueños en supuesto estado de el método dialéctico, que “es el único que marcha, cancelando
vigilia (1992: 232-233; 70d ss.); y en El sofista llegará a decir que los supuestos, hasta el principio mismo, a fin de consolidarse allí”
los productos de las artes imitativas son “como un sueño de ori­ (1988a: 366; VII, 533c-d).
gen humano elaborado para quienes están despiertos” (1988b:
478; 266c). En el contexto del Teeteto se aprecia claramente, por
el curso de la discusión ulterior, que lo que asemeja al sueño el 3.8. El símil de la línea
supuesto estado anímico de quienes sólo conocen empíricamen­
te la realidad es la pasividad que el alma tiene en ambos casos. Si El significado de estas cuatro etapas del mito de la caverna en
lo que conocemos lo recibimos pasivamente, “lo que le parece a general, y el carácter de “sueño” que especialmente corresponde
cada uno es así para la persona a quien se lo parece” (1988b: 232; a la primera y la tercera, quedan mejor aclarados si —como hace
170a), de manera que las cosas son para cada uno como a él le explícitamente Platón (1988a: 366; VII, 533e-534a)~ se inter­
parecen (1988b: 235; 171e): tesis atribuida a Protágoras que será pretan desde el símil más abstracto y técnico de los tres que com­
discutida con todo detalle por Aristóteles en el libro IV de la Meta­ ponen la metafórica central de la Politeia: el símil de la línea
física. (1988a: 335-337; VI, 509d-511d).
El sueño es una actitud que no queda restringida a un deter­ También aquí —y especialmente aquí, donde se trata de un
minado segmento objetivo. Ya hemos anunciado que acontece símil geométrico- son relevantes todos los aspectos de la simili­
también más allá del umbral de la caverna,, recién salidos de ella, tud. Tiene importancia, por ejemplo, que los segmentos b y c
en la etapa que hemos llamado tercera. (correspondientes, respectivamente, a la segunday tercera etapas)
Lo que asemeja a la tercera etapa con la segunda es que el sean de la misma extensión; y que los segmentos a y c (primeray
saber que en ambas respectivamente se cultiva pertenece a lo que tercera etapas) desempeñen ambos el papel de denominador en
se designa como “artes”. Las que se aprenderían en el ámbito la siguiente proporción:
intracavernario —segunda etapa—son aquellas que se ocupan “o
bien [...] de las opiniones y deseos de los hombres, o bien de la b d d +c /t ,
~ ------ (b = c)
creación y fabricación de objetos, o bien del cuidado de las cosas a c b+a
creadas naturalmente o fabricadas artificialmente” (1988a: 365;
533b). En cambio, las que se ejercen ya a cielo abierto —en la ter­ Desde luego, los dos segmentos que surgen de la primera par­
cera etapa- no captan sólo simulacros sino algo de lo que es, tición de la línea (a+by c+d) significan, respectivamente, el ámbi-

yo
E l enigma de: la: representación En el umbral de la caverna

to de lo sensible y el ámbito de lo inteligible. Pero, según ha seña­ al caracterizar el segmento c, Platón subraye su analogía con el
lado Wieland (1982: 202), aquí lo sensible ya no está como obje­ segmento a. Aunque se haya pasado también del ámbito sensible
to de la percepción -según sucedía en el símil del sol-, sino como al inteligible, esto no es lo decisivo. Porque nos encontramos de
punto de referencia de la opinión. En rigor, los cuatro segmentos nuevo en la situación del que trata con representaciones como si
de la línea no son tanto cuatro ámbitos objetivos como cuatro fueran realidades en sí; es decir, del que considera imágenes sin
estados del alma. Advertir esto es esencial para la comprensión de saber que lo son: del que está nuevamente en un sueño, que esta
la alegoría de la caverna y, tal vez, de toda la filosofía platónica. vez es ya un “sueño de la razón”.
Las divisiones de la línea no se hacen atendiendo primaria­ Importa destacar que las imágenes con las que se trata en el seg­
mente al tipo de objetos, sino a la “distinta claridad y oscuridad mento c tienen una índole inteligible, por más que el que las inves­
relativas” de su conocimiento (1988a: 335; VI, 509d). “La línea tiga se sirva de la imágenes sensibles como una ilustración que faci­
ha quedado dividida —dice Sócrates—, en cuanto a su verdad y no lita el estudio de las inteligibles: “De las cosas mismas que configuran
verdad, de modo que lo opinable es a lo cognoscible como la copia y dibujan hay sombras e imágenes en el agua, y de estas cosas que
a aquello de lo que es copiado” (1988a: 335; VI, 509d). dibujan se sirven como imágenes, buscando divisar aquellas cosas
Precisamente por tratarse de una división de modos de cono­ en sí que no podrían divisar de otro modo que con el pensamien­
cimiento y no sólo de objetos, el cognoscente mismo está inclui­ to” (1988a: 336; VII, 510e-511a); cosas en sí tales como la Dia­
do de diversas maneras en los diferentes tramos de la línea (Wie­ gonal en sí, el Cuadrado en sí o lo impar en sí.
land, W., 1982: 205). Dentro del ámbito de lo opinable, lo propio Se trata de hipótesis, es decir, de supuestos desde los que no se
de la primera etapa de la liberación o segmento a de la línea —la avanza hacia sus principios reales, sino hacia sus conclusiones
conjetura (eikasia)—es no tanto que se ocupe de sombras, sino científicas. Es el método hipotético de los geómetras y, en gene­
que no sabe que lo son: toma a las representaciones sensibles por ral, de los matemáticos, entre los que Platón incluye a los astró­
las cosas sensibles mismas. Lo que tiene de mínimo nivel gno- nomos y donde hoy habría que situar a los científicos de la natu­
seológico este tramo -correspondiente a la tesitura de los prisio­ raleza (en la medida en que mantengan una presunta imagen
neros encadenados- es la ínfima capacidad del sujeto cognoscente científica del mundo).
para hacerse cargo de su propia situación como cognoscente. En Como dice Wieland, el matemático del que se habla en la
esta ausencia de reflexión, en esta confusión entre la representa­ República padece un autoengaño estructural o constitutivo (1982:
ción y lo representado, estriba la índole de sueño que Platón atri­ 214). Por eso su sueño -el sueño de la dianoiar- es más profundo
buye a este inicial tramo de lo opinable. y difícil de evitar que el de la eikasia. El matemático (en cuanto
En cambio, el que alcanza el siguiente tramo de lo opinable, tal) es el “platónico”, en el sentido usual de la palabra: el que supo­
y se encuentra en la segunda etapa de la liberación o segmento b ne formas puras sin realidad, como si fueran realidades en sí. Es
de la línea -correspondiente a la creencia (pistisj-, ya ha desper­ el que se aferra a un modelo estático de dos mundos, como si se
tado del sueño. Y, como el prisionero ya liberado pero aún en el tratara de dos niveles de la realidad, cuando en rigor se trata de
ámbito cavernario, se hace cargo de que las sombras no son rea­ dos formas de conocimiento de lo mismo (que siguen siendo las
lidades en sí, sino copias o trasuntos de las realidades fabricadas cosas sensibles).
por el hombre que aparecen por encima del tabique. Claro aparece que el despertar de este sueño no se puede dar
Al llegar a la tercera etapa de la liberación, traspasamos el umbral dentro de ese mismo nivel matemático o físico-matemático. (De
de la caverna y —ocupando el segmento c de la línea, correspon­ ahí que, paradójicamente, tal “sueño de la razón” sea esencial e
diente a la razón (dianoia)~ superamos lo opinable y nos encon­ intrínseco en algunos sistemas filosóficos racionalistas que no
tramos en el ámbito de lo cognoscible. Es muy significativo que, conocen una forma de conocimiento superior a la físico-mate­

J2 53
E l enigma de la representación En el umbral de la caverna

mática y son, por tanto, constitutivamente representadonistas.) En El sofista se expone la “lucha de gigantes” sobre el ser entre
El despertar del sueño de la razón sólo acontece en la cuarta eta­ los materialistas y los amigos de las ideas (cfr. Wieland, W., 1982:
pa, desde el nivel de la inteligencia (nous), cuando se supera el 106-111)- Ambos partidos coinciden en atribuir al verdadero ser
pensamiento discursivo de la dianoia y se alcanzan auténticas com­ el carácter de la objetividad. Y eso es lo que el Extranjero -ayu­
prensiones de lo que es en sí (kat(jauto). El método que ahora se dado en el diálogo por Teeteto- les reprochará a los dos bandos.
sigue es —en sentido platónico—la dialéctica que, a la inversa del Lo propio de los “amigos de las Formas” es que entienden las
método hipotético, va desde los supuestos hasta los principios, Ideas como esencialidades existentes para sí, como entidades
cancelando las hipótesis. En el segmento d, la facultad dialéctica autárquicas y no relaciónales. Ya no son —como en otros diálo­
—el nous- conoce los supuestos como supuestos, y no como prin­ gos- “Ideas de...”, sino pura y autónomamente Ideas que, solem­
cipios (1988a: 337; VI, 511b). No se engaña al respecto. Descu­ nes y majestuosas, están quietas y estáticas (1988b: 419-421;
bre la condición medial o representativa de los supuestos, que 248e-249a).
conducen hasta el principio, que es lo no supuesto, es decir, lo Para Platón, las Ideas no son algo así como super-representa-
no representativo. “[...] Y tras aferrarse a él, ateniéndose a las cosas dones, representaciones en sí Ello equivaldría a convertir las hipó­
que de él dependen, desciende hasta una conclusión, sin servirse tesis en principios y a hacer del sueño de la razón algo insupera­
para nada de lo sensible, sino de Ideas, a través de Ideas y en direc­ ble y definitivo; porque de las Ideas así concebidas es imposible
ción a Ideas hasta concluir en Ideas” (1988a: 337; VI, 511b-c). dar razón. Sería el sueño dogmático por excelencia, y tendrían
razón los pensadores contemporáneos que consideran al plato­
nismo como la falsedad primordial de la filosofía.
3.9. ¿Teoría de las Ideas? No es ésta la doctrina platónica de las Ideas. Pero tampoco es
otra, si consideramos a tal doctrina como un saber temático y
Pero ¿qué son las Ideas? Es muy curioso que Platón no lo diga objetivante. El hecho de que en los diálogos platónicos no apa­
en ningún momento. Sin llegar a la extrema postura de Stanley rezca siquiera la expresión ‘teoría de las Ideas’ o ‘doctrina de las
Rosen, para quien la teoría platónica de las ideas es un invento de Ideas’ está íntimamente relacionada con la crítica de la escritura
la erudición historiográfica del siglo XIX (Rosen, S., 1993: 29), (Reale, G. y Krámer: 1991), expuesta al final del Fedro y en la
resulta notorio que nunca comparece en los diálogos como tal Carta VII (de autenticidad aún dudosa). Lo que una auténtica
teoría. Y más significativo aún es que lo que comparezcan sean crítica de la escritura ha de mantener no es precisamente que haya
sendas críticas a una presunta teoría de las Ideas, expuestas en la una doctrina no escrita acerca de las Ideas, sino que el saber acer­
primera parte del Parménides (1988b: 38-56; 128e-135b) y en el ca de las Ideas es atemático, no temático o representativo. De él,
pasaje de la gigantomaquia en El sofista (cfr. Wieland, W , 1982: propiamente, no sólo no se puede escribir: tampoco se puede
112-123). hablar. El saber acerca de las Ideas no es representativo: es inob­
En el Parménides se exponen precisamente las dificultades insal­ jetivo. Y es que las Ideas no son, para Platón, super-objetos ni
vables en las que incurre la aceptación de las Ideas como si fue­ representaciones sustantes y sustantivas. Son comprensiones o
ran objetos determinados de un saber temático. En este diálogo —por así decirlo—intuiciones; mejor: aquello que hace posible que
no realiza Platón su autocrítica, como tantas veces se ha dicho, haya comprensiones o intuiciones.
sino que critica una concepción equivocada de su aceptación de Al llegar a la cuarta etapa de la liberación, al tramo d de la línea,
las Ideas: concepción que —como se muestra por la propia factu­ ya no nos hallamos ante figuraciones o representaciones. Hemos
ra del texto y por el hecho de que, en diálogos posteriores, se sigan alcanzado el puerto seguro de un saber no representacionista de
aceptando sin dificultad las Ideas- Platón mismo no comparte. todas las realidades que al ser humano le son accesibles. Pero este

54 55
E l enigma de la representación

saber también -y más que ningún otro- incluye al sujeto que sabe,
es inseparable de él. No es un conjunto de teorías, sino más bien
un saber del saber, un conocimiento experiencial y práctico que
posee una índole habitual y no objetivante ni objetiva (cfr. Polo,
4
L., 1993). Por eso, la doctrina platónica se expone en diálogos,
en los que no importa tanto la resolución del problema tratado
Acción trascendental
como la mejora de los participantes en la conversación para plan­
tearse correctamente enigmas filosóficos y avanzar en su resolu­
y representación
ción. Si se quiere, el tema de los diálogos es Sócrates mismo, como
ideal del sabio, y sus interlocutores, como aspirantes a la sabidu­
ría o renuentes a ella.
Este saber supremo es algo también vacilante, que no excluye 4,1. De Kant a Platón, y vuelta
el claroscuro intelectual, y que Sócrates presenta frecuentemente
como recibido en un sueño o revelado por un mito. El saber que Extrañas pasarelas y afinidades sorprendentes conectan en oca­
supera toda metáfora sólo se puede exponer con metáforas. La siones a pensadores que, a primera vista, parecerían mutuamen­
superación de las representaciones necesita contar con represen­ te ajenos e incluso reluctantes a toda posible confrontación. Tal
taciones para desplegarse y actuar. La sabiduría que conjura la ilu­ conexión puede sugerir inesperadas concordancias o, más fre­
sión del sueño engañoso quizá sólo se pueda adquirir, a su vez, cuentemente, una rivalidad filosófica acerca de cuestiones simi­
en la lucidez de un sueño revelador. El lugar natural del filósofo lares; rivalidad que -como ha visto muy bien Alasdair Maclnty-
es el umbral de la caverna. re- hunde sus raíces en tradiciones de investigación que se ocupan
de problemas filosóficos similares con recursos conceptuales y
metodológicos aparentemente inconmensurables (Maclntyre, A.,
1992). Así y todo, sólo un énfasis retórico o didáctico puede lle­
var a mantener lo que decía a finales de los años sesenta el maes­
tro Gottfried Martín: “Todos los filósofos se hacen las mismas
preguntas y todos dan las mismas respuestas”. Acontece más bien,
en la línea apuntada por Maclntyre, que desde una determinada
tradición filosófica se intenta dar cuenta, con los propios recur­
sos conceptuales y metodológicos, de otra tradición rival, cuyo
instrumental filosófico se toma en serio y se pretende traducir
ventajosamente al propio idioma eídétlco; además de mostrar
que la operación inversa es inviable, por falta de hondura o ampli­
tud en su conceptografía.
Entre las mil vicisitudes de tal índole experimentada^ por el
platonismo durante sumías que bimílenaria historia conceptual,
destaca -por sorprendente y controvertida- su recepción por par­
te de Kant y algunos de sus discípulos. A propósito de la con­
cepción platónica de las ideas, Kant formula una observación que

57
El enigma de la representación Acción trascendental y representación

podría considerarse como ia primera fulguración de la herme­ 4.2. Aristóteles y Kant: ¿de la forma al acto?
néutica filosófica contemporánea:
En el capítulo segundo se ha visto que Heidegger caracteriza la
[...] No es raro que, comparando ios pensamientos expresa­ modernidad como una época en la que la certeza sustituye a la ver­
dos por un autor acerca de su tema, tanto en el lenguaje ordi­
dad, al tiempo que realidad y representación se copertenecen. El
nario como en los libros, lleguemos a entenderle mejor de lo
predominio de la repraesentatio o Vorstellung anula el movimiento
que él se ha entendido a sí mismo. En efecto, al no precisar
suficientemente su concepto, este autor hablaba, o pensaba emergente de lo oculto que se patentiza en el fenómeno. La pre­
. incluso, de forma contraria a su propio objetivo (Kant, I., sencia se entiende como un dominio del sujeto que todo lo iguala
1978: 310; A 313-314, B 370). en la univocidad del objeto o de la idea. De suerte que lo que se
piensa ya no es el ser sino la representación que lo sustituye.
Es de justicia concederle a Kant que, con su habitual perspi­ También hubo ocasión de considerar cómo el propio Heideg­
cacia, confronta con notable acierto los planteamientos platóni­ ger ha mostrado en su obra Nietzsche la cadencia nihilista de esta
cos con los suyos propios en estas páginas iniciales de la Dialéc­ metafísica moderna en la que el ser emergente queda sustituido
tica trascendental (1978: 3 1 0 ;A 3 1 3 , B 370), que concluyen por la idea que está por él, que lo supone, que es su representa­
significativamente con una clasificación de las diferentes clases de ción vicarial. Heidegger acierta cuando refiere ese representacio-
representaciones. nismo vicarial a Descartes y Leibniz. Cabe pensar, en cambio, que
Lamentablemente, no se puede atribuir un acierto semejante la filosofía kantiana constituye el último intento moderno de con­
a su discípulo Paul Natorp quien, como suele suceder, es más radi­ tener o de reducir ese sesgo nihilista que lleva en su entraña el
cal que su propio maestro. En su obra acerca de la doctrina pla­ representacionismo de los racionalistas y empiristas. Aunque situa­
tónica de las ideas (publicada por primera vez en 1902), el neo- do en el mismo elemento (en sentido hegeliano) que sus inmedia­
kantiano de Marburgo considera que Platón es un idealista tos predecesores, Kant se destaca de ellos y vuelve a conectar con
originario y autóctono (Natorp, P., 1961: IX), que inicia lo que las inquietudes profundas de los metafísicos clásicos. Platón advir­
va a ser el método de la filosofía, y —por lo tanto—que ia dialéctica tió que —al limitarse a las apariencias- los sofistas se ocupaban más
platónica anticipa tesis fundamentales de la crítica kantiana, supe- del no ser que del ser. Aristóteles recuerda este juicio y lo suscribe
radora tanto del dogmatismo aristotélico como del escepticismo cuando, en el libro VI de la Metafísica, se ocupa del ensper acci­
empirista (1961: 151-152 y 407-408). Tiene razón Natorp cuan­ dento ser coincidental (cfr. Quevedo, A., 1989).
do no legitima el concepto kantiano de cosa en si y considera que Como ha señalado en varias ocasiones Fernando Inciarte, la
las cosas se disuelven para Kant en relaciones (1961: 401), pero línea seguida por Aristóteles para superar ese nihilismo -de cor­
no hay modo de justificar -como él pretende- que esta posición te relativista o pragmatista—viene dada por el intento de sobre­
tenga antecedentes platónicos. Desde luego, las ideas platónicas pasar los contenidos significativos o representativos en dirección
no tienen el mismo sentido que el a priori kantiano, por más que hacia el acto. Cabría entonces aventurar la hipótesis de que qui­
la lectura que Natorp hace de esta teoría platónica acierte en algu­ zá se pueda encontrar también en la filosofía crítica una supera­
na medida a descosificar las ideas, lo cual podría recordar vaga­ ción del representacionismo en la línea del acto. Claro aparece,
mente la exégesis propuesta en el capítulo anterior. En último tér­ de entrada, que tal maniobra se daría en una metafísica transfor­
mino, su interpretación de Platón es puramente epistemológica y mada en filosofía trascendental y, por lo tanto, en clave gnoseo-
representacionista (1961: 163, 249, 276 y 395) y no está claro que lógica más que propiamente ontológica.
semejante postura filosófica valga (sin más) ni siquiera para el pro­ Sucede, además, que la línea más viva y prometedora de la inves­
pio Kant, según se tratará de mostrar en lo que sigue. tigación kantiana es hoy precisamente la que interpreta la filoso­

59
E l enigma de la representación Acción trascendental y representación

fía trascendental como una teoría de la acción (Llano, A., 1988). Para superar esa necesidad fáctica, esa necesidad entendida
Los libros de Miquel Bastóns (Bastóns, M., 1989) y Carmen Inne- como límite meramente empírico, Kant propone una nueva con­
rarity (Innerarity, C., 1995) constituyen tal vez los exponentes más cepción de la ciencia y de la moral, según la cual toda auténtica
rigurosos y avanzados de esa línea hermenéutica, en la que figu­ y positiva necesidad racional tiene como fundamento una acción
ran autores tan destacados como Kaulbach (Kaulbach, R, 1978) libre que supera la constricción circunstancial y abre ámbitos de
yPrauss (Prauss, G., 1983). comunicación humana legítimos y estables. La activa subjetivi­
dad del sujeto libre fundamenta la objetividad del sujeto, es decir,
su universalidad y necesidad. Tal es el sentido kantiano del aprio-
4.3. Naturaleza y libertad ri, que se desplaza de la estaticidad eidética y meramente repre­
sentativa de lo analítico, para ocupar la vertiente dinámica y cons­
Frente a la uniiateralidad representacionista del racionalismo tructiva de lo sintético.
y el empirismo, lo que destaca en Kant es un esfuerzo por lograr
una nueva articulación entre naturaleza y espíritu. La clave del
arco de esta reconstrucción se halla en una idea de la libertad 4.4. Los límites de la experiencia
como autonomía, que implica una posición del hombre en el
mundo muy distinta de la clásica. En la especulación griega (espe­ Este modelo de la articulación entre naturaleza y espíritu ope­
cialmente en la de signo aristotélico) y en sus progresiones medie­ ra ya -aunque de manera preliminar e imperfecta—en la teoría kan­
vales el hombre se entiende como animal que tiene logos, como tiana de la sensibilidad. La experiencia sensible aparece inicialmente
un ser vivo cuya naturaleza está dotada de espíritu. El hombre como límite insoslayable, del que hay que partir, pero que será pre­
se considera a sí mismo como una parte —aunque sumamente ciso superar. Los datos sensibles, pasivamente recibidos, son meras
cualificada- del mundo natural. Y la propia naturaleza está pene­ representaciones que sólo adquirirán la altura de objetos fenomé­
trada por el logos; lo cual se revela en su carácter teleológico, en nicos —de auténticas representaciones- en virtud de la configura­
su orientación hacia fines reales. Para Kant, en cambio, la dimen­ ción espacio-temporal propia de la sensibilidad misma.
sión de la finalidad que predomina es ésa que él denominó “teleo­ Estamos aún en los primeros pasos de la reflexión crítica sobre
logía de la razón humana”, la cual ya no viene dada por la natu­ nuestro propio conocimiento. Pero ya se comienzan a dibujar sus
raleza vital de la persona sino por los propios y autónomos contornos caracterísiticos. Por de pronto, se nos anuncia que la
intereses de la razón. Es la finalidad de la razón humana, que sensibilidad es la única facultad humana capaz de inmediación,
dimana de las leyes internas y autónomas de la actividad de su de referencia directa a lo singular, es decir, de intuición. Kant está
propio espíritu. El espíritu no contempla la naturaleza e inten­ convencido de que la “intuición únicamente tiene lugar en la
ta abstraer sus leyes ocultas: le impone las suyas propias. No la medida en que el objeto nos es dado” (Kant, I., 1978: 65; A 19,
escucha, la domina. B 33). Pero, a su vez, el objeto no nos puede ser dado si no afec­
De acuerdo con esta nueva articulación entre naturaleza y espí­ ta de alguna manera a nuestro psiquismo.
ritu, la acción espontánea pasa a ser el principio determinante y Según se mantiene en la Crítica de la razón pura, tal afección
fundamental, no sólo en el terreno moral o práctico, sino tam­ es una acción sobre el yo empírico, o sea, una acción que —por su
bién en el teórico o científico. La libre acción humana es la úni­ índole originalmente heterónoma, natural- ha de ser neutraliza­
ca instancia capaz de superar la angostura y particularidad del da y formalizada por el espíritu. El simple dato es una represen­
mero influjo físico que, respecto al hombre, tiene una índole casual tación empírica, meramente subjetiva. Por sí solo no nos aporta
y, por así decirlo, violenta. ninguna riqueza de ser, ninguna altura de realidad. Esa primera

60 61
■ Elenigma de la representación Acción trascendental y representación

aportación de objetividad proviene de las representaciones puras Ahora bien, el precio pagado por este logro tampoco ha sido
del espacio y del tiempo, que son -según la terminología kantia­ bajo. Porque la formalización re-presentativa, la representación de
n a- tanto “formas de la intuición” como “intuiciones formales”, segundo nivel sensible, no ha procedido de una actividad ordena­
y que constituyen la inicial superación del límite empírico. dora o iluminadora del espíritu, ya que para Kant el espacio y el
Kant se ha desmarcado ya de las posiciones de partida que le tiempo son formas de la receptividad. Y, como dice Leonardo Polo
brindaba la filosofía de su época. No sólo rechaza la teoría leib- (Polo, L., 1987), el primer axioma de la teoría del conocimiento es
niciana de la sensación como intelección confusa, sino que pro­ que todo conocer, también el sensible, es estrictamente acto. La
pone una noción inédita en toda la historia del pensamiento occi­ recepción pasiva —por formal que sea—no salva completamente a
dental: la de intuición sensiblepura. Se trata de una intuición ideal, los datos de su referencia originaria a reacciones subjetivas.
pero no intelectual, que además constituye la condición de posi­ Se obstruyen así, en buena parte, las aportaciones ontológicas
bilidad de la objetividad sensible. de esta primera inmediación. Pero es que, además, tal pasivismo
Resulta así que el realismo empírico kantiano -su admisión gnoseológico inicial anuncia ya la imposibilidad de una segunda
de la inmediación sensible- sólo es un realismo en la medida en inmediación: aquella que —en un peculiar sentido, al que se hará
que se constituye simultáneamente en un idealismo trascenden­ referencia más adelante- podría venir por vía intelectual, a través
tal. Dicho de manera más provocativa: los fenómenos sensibles de los conceptos más elementales y primarios. Kant mismo lo
son reales, son representaciones y no meras ensoñaciones, en la sentenciará con esa lucidez suya, tan abrupta:
medida en que los datos empíricos se reciben formalizados como
representaciones ideales. Se trata de una especie de “ley de cruz”, La doctrina de la sensibilidad es, a la vez, la doctrina de
según la cual sólo la idealidad puede “salvar” a la realidad. Las los noúmenos en sentido negativo (1978: 270;. B 307).
representaciones puras “salvan” a las representaciones empíricas
de su accidentalidad subjetiva, de su mera datitud particular, de En este primer estadio de la Crítica de la razón pura, el juego
su carácter de límite casual. Similia similibus curantur: del subje­ entre acción y representación se ha resuelto en favor de la repre­
tivismo empírico sólo cura el subjetivismo trascendental. Kant sentación, precisamente porque la acción tiene un origen heteró-
entiende que su idealismo trascendental es la única salvaguarda nomo y, por así decirlo, natural. Se trataba, en terminología tra­
contra el idealismo empírico, para el que -como en Berkeley- ser dicional, de una acción transeúnte —la afección—cuyo efecto era
es ser percibido (esse estpercipi). la inmediatez del dato sensible: una inmediatez que no es pro­
Es patente el aspecto positivo que este resultado de la Estética piamente inmediación cognoscitiva sino límite para el conoci­
trascendental presenta para nuestra búsqueda. Al distinguir entre miento. Esta acción debía, por tanto, ser neutralizada por el recur­
representaciones empíricas y representacionespuras, el craso represen- so a un segundo nivel de representaciones, las puras, que superan
tacionismo que sólo se alimenta de apariencias ha sido superado. el límite de la contingencia empírica. Pero tal superación es sólo
Y, además, no ha sido necesario recurrir al realismo trascendental preparatoria. Aún no se ha ganado la auténtica realidad objetiva,
de cuño racionalista. La representación inmediata ha sido, a su vez, que sólo el entendimiento espontáneo podrá deparar. Es en el
re-presentada en el ámbito propio del conocimiento sensible. Se estadio de la Lógica Trascendental cuando Kant pone en juego su
han “salvado los fenómenos” sin necesidad de cancelarlos: han que­ genuino concepto de acción autónoma. Esta fase es, evidente­
dado convertidos en objetos aptos para las ciencias matemáticas. Las mente, mucho más prometedora para nuestro propósito de encon­
sombras de la caverna —recordemos a Platón- adquieren ya perfiles trar una instancia cognoscitiva capaz de trascender un represen-
geométricos estables y un orden de sucesión susceptible de cálculo. tacionismo que había sido matizado, graduado, pero no superado,
La gruta, el speleion, comienza a ser habitable. en el tramo de la intuición sensible.

62 63
E l enigma de la representación Acción trascendental y representación

4.5. Acciones del pensar puro La diferencia entre las respectivas soluciones que se dan a este
problema —el del origen y naturaleza de los conceptos o ideas- mar­
La fórmula clave, extrañamente desatendida por los especialis­
ca la línea divisoria entre el representationismo racionalista y la teo­
tas en la teoría kantiana de la acción, es la caracterización que Kant
ría trascendental del conocimiento. Kant lo pone de manifiesto en
hace de los conceptos-raíces del entendimiento como acciones del
un “lugar solemne”, justo al final de la segunda redacción de la Deduc­
pensar puro —Handlungen des reinen Denkens—(1978: 97; A 57, B
ción trascendental de las categorías, donde formula una dura crítica al
81). Así entendidas, las categorías implican un claro avance desde
innatismo leibniciano (Kant, I., 1978: 176-177; B 167-168).
el contenido representativo hacia la función activa del conocimiento
intelectual. Porque, en efecto, Kant nos dice que las categorías son
funciones, patrones básicos de acción, formas de la síntesis intelec­ 4.6. La neutralización de la arbitrariedad
tual. Y la síntesis queda definida, a su vez, como “la acción (.Hand-
lung) de reunir diferentes representaciones y de entender su varie­ Kant considera la postura de Leibniz como una vía media entre
dad en un único conocimiento” (1978: 111; A 77, B 103). la concepción de Locke (también representacionista) y la suya pro­
Como reconoce en su Respuesta a Eberhard o Entdeckung, de pia, que es activo-trascendental. La objeción decisiva contra Leib­
1789, Kant se había inspirado en el apriori leibniciano de las ideas niz es la siguiente: si las categorías estuvieran puestas en nosotros
para el diseño de su Crítica de la razón pura (Kant, I., 1923: VIII, desde el comienzo de nuestra existencia como contenidos implí­
250). Pero Leibniz adjudicaba a las ideas la condición de disposi­ citos, como disposiciones subjetivas, serían para nosotros casuales
ciones innatas, puestas en nuestra mente por Dios, lo cual suponía o arbitrarias, carecerían de necesidad, que es una nota esencial de
mantener un representationismo mucho más radical que el kantia­ los conceptos intelectuales. Merece la pena releer el texto, porque
no y un naturalismo gnoseológico que, como se verá enseguida, Kant nos dice casi todo sobre ese estilo kantiano, tan peculiar y tan clá­
tratará de evitar con sus mejores recursos filosóficos. En el Avant- sico a la vez, de intentar disipar el sueño de la razón:
Propos de sus Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano, Leibniz
utiliza una bella metáfora para ilustrar su posición. En lugar de acu­ Eí concepto de causa [...], que expresa la necesidad de
dir a la imagen -por lo general, tan mal entendida- de la tabula rasa que algo se produzca, una vez supuesta una condición, sería
de los escolásticos, compara nuestro entendimiento con un bloque falso si se basara simplemente en una arbitraria y subjetiva
necesidad —implantada en nosotros—de enlazar determina­
de mármol, pero no completamente unido u homogéneo, sino cru­
das representaciones empíricas según tal norma de relación.
zado por venas o vetas que prediseñan la escultura que se ha de labrar: No podría afirmar entonces que el efecto se halla ligado a la
causa en el objeto (es decir, necesariamente), sino que mi dis­
Si hubiera vetas en la piedra, que marcasen la figura de posición es tal, que no puedo pensar esa representación sino
Hércules preferiblemente a otras figuras, esta piedra estaría ya como enlazada de este modo. Esto es precisamente lo que
más determinada, y Hércules estaría allí como innato de algún más desea el escéptico, ya que entonces todo nuestro cono­
modo, cualquiera que fuera el trabajo requerido para descu­ cimiento no es más que pura ilusión. Tampoco ¿liaría quien
brir estas venas, para limpiarlas y pulirlas, arrancando lo que no admitiera tal necesidad subjetiva (que ha de ser sentida).
las impide aparecer. Es así como las ideas nos son innatas: Lo cierto es que no podríamos discutir con nadie sobre algo
como inclinaciones, disposiciones, hábitos o virtualidades basado simplemente en la forma de estar organizado el suje­
naturales y no como acciones (et non pas comme des actions), to (1978: 176-177; B 167-168).
aunque tales virtualidades —matiza Leibniz- estén siempre
acompañadas por ciertas acciones, a menudo insensibles, que Kant ve con gran lucidez que el contenido representativo no
responden a ellas (Leibniz, G. W., 1974: 196). decide por sí sólo entre la verdad y la ilusión. También en los sue-

64 ¿5
Acción trascendental y representación
E l enigma de la representación

kantismo un cierto carácter fáctico, no lejano a lo que en este


ños hay contenidos representativos, cuya configuración y suce­
libro se está entendiendo por naturalismo.
sión responde en buena parte a condicionamientos naturales. SÍ
La tradición que se sirve de la imagen de la tabula rasa para
nuestra situación epistemológica fuera la que propone Leibniz,
descartar todo innatismo, todo previo condicionamiento pertur­
se habría realizado a la letra la hipótesis cartesiana del genio malig­
bador del conocimiento, le había llegado a Kant a través de una
no. Sólo que ahora habríamos de suponer —sin estar jamás cier­
versión tan debilitada y problemática como la de John Locke. Y
tos de ello- que el dens deceptor se ha convertido en un dios veraz
de ella no puede aceptar que los conceptos sean extraídos de la
que puebla el invencible sueño de nuestro espíritu con imágenes
experiencia, porque tal abstracción supondría una generatio aequi-
“organizadas de tal manera —dice Kant—que su uso estaría en per­
voca. Y, desde luego, lo es desde una posición empirista; mas no
fecta concordancia con las leyes de la naturaleza” (1978: 176; B
tiene por qué serlo desde una posición metafísica.
167). A este sistema de preformación de la razón pura, opone Kant
su sistema de epigénesis, de activa autoemergencía de la razón pura,
según el cual las categorías -espontáneamente pensadas- son los 4.7. Tipos de representación
primeros principios apriori de nuestro conocimiento, los funda­
mentos autónomos que posibilitan toda experiencia en general. En cualquier caso, si se separa claramente del mentalismo racio­
Bien sabido es que, para Kant, sin intuiciones sensibles están nalista, la oposición de Kant al empirismo de las ideas es aún más
vacíos los conceptos intelectuales. Los conceptos son funciones fuerte. Le resulta insoportable, por ejemplo, oír llamar ‘idea a la repre­
sin contenido, y esto parece salvaguardar a Kant del riesgo de sentación del color rojo (1978: 314; A 320, B 377). Pero, sorpren­
naturalismo. Con ello parece volver a la doctrina peripatética de dentemente, él mismo no tiene empacho en denominar ‘representa­
la tabula rasa que, por cierto, no quiere decir que nuestro enten­ ción tanto a la sensación como al concepto. Su propósito crítico es
dimiento se comporte pasivamente, sino que no posee de ante­ precisamente discernir, evitar ese descuidado desorden con el que se
mano ninguna de las formas o contenidos que adquiere al cono­ designa “toda clase de representaciones” (1978: 313; A 319, B 376).
cer. Pero el “antinaturalismo” gnoseológico aristotélico es tan De ahí que -en el texto al que se hizo referencia al comienzo de este
radical que ni siquiera admite que tengamos a priori en nuestra capítulo- proponga una detallada clasificación de los diferentes tipos
mente los primeros principios del conocimiento intelectual, los de representación. En ella, usa la voz “ Vorstellung“ como género, del
cuales serán adquiridos de manera inmediata (statim et sine dis- cual es una especie la representación consciente (mit Bewusstsein), que
cursu) por esa peculiar forma de inducción-abstracción a la que abarca la sensatio (referida tan sólo a meros estados subjetivos) y la
Aristóteles llamaba epagoge (Zagal, H., 1993). cognitio, subdividida en intuición y concepto, pudiendo éste, a su vez,
Desde luego, el planteamiento kantiano dista mucho —a pesar ser empírico o puro (1978: 314; A 320, B 376-377).
de sus esfuerzos- de ser tan neto. Porque, si bien las categorías no Al cabo, los conceptos puros del entendimiento o categorías
son ideas innatas respecto a su contenido, constituyen patrones también son denominados por Kant ‘representaciones’. ¿Nos halla­
de acción ideal que resultan comunes a toda la especie humana. mos ante una mera cuestión terminológica, que no modificaría
Por más que no estén dadas de antemano sino que se constitu­ nuestra inicial distinción entre representación y acción? Es de
yan en su propio ejercido, resulta que las categorías siempre son temer que no, que se trata de algo más. Baste limitarse a citar el
éstas y no otras. Acontece incluso —y Kant lo reconoce lealmen­ texto que resulta decisivo, si se tiene en cuenta que la función
te—que no hay una necesidad absoluta de que las categorías sean categorial no es sino la función judicativa:
precisamente las que de hecho tenemos (la única necesidad abso­
Como ninguna representación que no sea intuición se refie­
luta es la de los imperativos morales). Lo cual nos acerca a la con­ re inmediatamente al objeto, jamás puede un concepto refe­
clusión de que los principios del conocimiento presentan en el

66
E l enigma de la representación Acción trascendental y representación

rirse inmediatamente a un objeto, sino a alguna otra repre­ ritu. Una acción que es fin en sí misma (como es el caso de pra­
sentación de este último (sea tal representación una intuición xis pefecta) rima bien con su teleología de la razón humana con una
o sea un concepto también). El juicio es, pues, el conocimiento razón que se da fines a sí misma. Pero, como ha mostrado también
mediato de un objeto y, consiguientemente, representación de Leonardo Polo, el modelo gnoseológico kantiano presenta un carác­
una representación del objeto (1978: 105; A 6 8 , B 93). ter hilemórfico, en la línea de la acción transeúnte, que no es una
noción apta para aplicarla a las operaciones cognoscitivas.
El juicio queda reducido, por tanto, a ser representación de una
La incongruencia entre tema y método, tan frecuente a lo lar­
representación (Vorstellung einer Vorstellung). La propia síntesis judi-
go de la historia de la filosofía, se hace aquí palmaria. Porque, por
cativa consiste en una representación unificante de lo diverso de la
una parte, los conceptos del entendimiento son, para Kant, accio­
intuición. Unificación que introduce en sus representaciones —dice
nes autónomas del pensamiento puro, no sometido al inmedia­
Kant—un contenido trascendental (1978: 113; A 79, B 105), que
to imperio de las sensaciones. En rigor, estas acciones trascenden­
no es distinto de la forma lógica que se usa en cada caso.
tales no están sometidas a naturaleza alguna: ni a una incognoscible
naturaleza esencial de las cosas físicas, ni a una supuesta natura­
4.8. Representación y acción leza ontológica del espíritu y sus facultades. Mas, por otra parte,
la concepción de la sensibilidad como receptividad y de la expe­
El prometedor arranque ha decaído. La acción se ha decanta­ riencia como límite deja ahora sentir su peso muerto. El único
do en representación. Habrá que esperar aún unas décadas para uso legítimo de tales categorías espontáneas es, entonces, el de
que, en la obra de Brentano, la distinción entre representación sintetizar o construir sintéticamente la experiencia. El resultado
7 juicio sea neta. Y hasta llegar a Frege no se establecerá además de este mero hacer (Kant, L, 1917: 149), que es una re-presenta­
una clara diferencia entre representación 7 concepto. ción constructiva, no puede ser - a su vez- más que una repre­
Y es que la superación kantiana de la representación en la línea sentación de superior nivel (categorial).
del acto encuentra graves dificultades por el propio concepto de
acción que en esta titánica operación intelectual se utiliza. Como
recuerda Kaulbach en su obra Das Prinzip Handlung (Kaulbach, 4 .9 . Noesis y noem a
F.,1978), Kant conoce las distinciones escolásticas entre actio inma-
nensy actio transiens, entre agereyfacere, como se comprueba en sus Reinhold Aschenberg ha advertido, usando una terminología
Lecciones de Metafísica (Pólitz) (Kant, L, 1970: 564-566). Pero da fenomenológica, que en Kant casi nunca queda claro sí la expre­
de esta doctrina una versión muy empobrecida, ya que entiende la sión ‘representación (Vorstellung) se usa en sentido noético —como
acción inmanente simplemente como la acción interna. Desde lue­ acción cognoscitiva (noesis)- o en sentido noemático —como con­
go, nada o casi nada queda ya de la original distinción aristotélica tenido conocido (noema)— o bien en ambos sentidos a la vez
entre energeia y kinesis, tal como se propone en el libro IX de la Meta­ (Aschenberg, R., 1982). Claro aparece que nuestra hipótesis ini­
física. Por lo tanto, no es de extrañar que difícilmente se encuentre cial (la superación kantiana de la representación vicarial por medio
en Kant la noción de praxis teleia, o acto perfecto, que no estaría en de una acción de alcance trascendental) exigiría una distinción entre
la línea de modificación o configuración de contenidos representa­ el noema y la noesis, entendiendo el noema como representación y
tivos, sino en la línea de la actualización intencional. la noesis como acción. Ya hemos visto que esta diferenciación no se
Lo curioso y dramático del caso es que una noción de este tipo puede encontrar netamente en Kant. Pero —a pesar de la nivelación
—potenciada en la línea de la libre autonomía—era lo que Kant hubie­ terminológica y filosófica en términos de representación- quizá se
ra necesitado para realizar su nueva articulación de naturaleza y espí­ pueda hallar en Kant algún uso de la voz ‘representación que sea

68 69
E l enigma de la representación Acción trascendental y representación

puramente noético, que se refiera a la acción de representar y no a [...] Esa representación es un acto de la espontaneidad, es decir,
lo representado. Si así fuera, nuestra hipótesis inicial no habría resul­ no puede ser considerada como perteneciente a la sensíbli-
tado totalmente refutada y sería ya perceptible una brecha, una dad. La llamo apercepción pura para distinguirla de la empí­
quiebra, en el representadonismo moderno. rica, ya que es una conciencia que, al dar lugar a la repre­
Pues bien, si se puede encontrar en Kant una noción que presente sentación Yopienso (que ha de acompañar a todas las demás
tales características, tal noción no puede ser otra que la de Yopienso y que es la misma en cada conciencia), no puede estar acom­
(Ich denke), tal como aparece en la Deducción trascendental de las cate­ pañada por ninguna otra representación (1978: 154; B 132).
gorías, especialmente en la segunda edición de la Crítica de la razón
pura. “El Yopienso-se. lee allí- tiene que poder acompañar todas mis Nada impide, desde luego, que una representación sea consi­
representaciones” (1978: 153; B 132). Para que el Yopienso pueda derada también como una acción, siempre que se tome en su
mantener su irrenunciable identidad, tiene que distinguirse de todas aspecto noético más que en el noemático. Pero es que aquí el pro­
mis representaciones, justo en cuanto que las sintetiza intelectual­ blema es, más bien, el inverso: que una acción sea considerada
mente según esas funciones objetivantes que son las categorías. como una representación. Y, además, no estamos ante una acción
Si las categorías quedan justificadas en la Deducción trascenden­ cualquiera, sino ante la acción trascendental por excelencia, aque­
tal, es porque sin ellas el sujeto intelectual perdería su identidad espe­ lla que hace que todas las demás lo sean, es decir, que tengan la
cífica: no tendría conciencia intelectual —apercepciónpura—de sí mis­ índole representativa que les compete.
mo como sujeto cognoscente, irreductible a lo que conoce. Y los Ahora bien, es completamente inadmisible la reducción de todo
propios objetos no podrían constituirse como tales, ya que no que­ conocimiento a la representación vicarial o sustitutiva, porque abo­
daría salvada su ob-jetividad, es decir, su “estar frente” al sujeto que ca a un proceso al infinito. Es en este punto donde se concentran
los conoce: su distinción de las meras aparariencias o ensoñaciones. todas las dificultades que plantea la solución kantiana. Si para que
las representaciones lo sean —para que sean mis representaciones de
algo objetivo- se precisa la mediación de otra representación inter­
4.10. La acción Yo pienso na al acto mismo de representar, entonces también sería necesaria,
para captar esa representación interna (el Yo pienso), otra que a su
De nuevo parece que se destaca la acción frente a las repre­ vez fuera interna al acto de percibirla, y así sucesivamente.
sentaciones. La acción primordial y originaria, la acción trascen­ Kant se da perfecta cuenta de este riesgo de caer en un proceso
dental Yopienso, se distingue de todas las representaciones, inclui­ al infinito. Por eso afirma que la representación Yo pienso, que ha
das las categorías, porque la unidad que ella opera ya no es una de acompañar a todas las demás, no puede estar acompañada a su
construcción transeúnte. A diferencia de las categorías, el Yopien­ vez por ninguna otra representación. Si se dijera simplemente que
so no es una función directamente objetivante, sino la última con­ la representación Yopienso debe acompañar a todas las representa­
dición de posibilidad de toda posible objetivación. Parece que, ciones, se produciría la paradoja de que también tiene que acom­
ahora sí, hemos alcanzado algo muy semejante a la praxis teleia, pañarse a sí misma. De ahí que Kant establezca una restricción y
a un acto superior a todo contenido, que es pura acción inten­ venga a decirnos que el Yopienso debe acompañar a todas las repre­
cional. Y, ciertamente, Kant liega en este punto a su propuesta sentaciones, excluida esa misma representación Yo pienso. Pero la
gnoseológica más avanzada e interesante. justificación que Kant ofrece de esta exclusión (1978: 330-331; A
El alcance y los límites de esa tesis nuclear se aprecian muy 345-346, B 403-404) - a la que se hará referencia más adelante—
bien en un texto en el que Kant nos dice lo siguiente acerca del hace ver a las claras que, con los presupuestos epistemológicos y
Yo pienso: ontológicos de la filosofía crítica no cabe tal escapatoria. El regio-

70 71
E l enigma de la representación Acción trascendental y representación

montano, que había evitado el escollo del proceso al infinito, se y potente. Por motivos epocales no le era posible a Kant despe­
acerca arriesgadamente a la otra roca que amenaza siempre al filó­ dirse del elemento en el que se movía la filosofía de los tiempos
sofo: el círculo vicioso. Kant, con su arrojo característico, no duda nuevos. Intenta, entonces, diferenciar y graduar la propia objeti­
en obtener él mismo la conclusión acerca de las aporías de pensar vidad vicaria acudiendo al recurso de la acción libre. Mas el pro­
al yo pensante: “Por eso nos movemos en un círculo perpetuo en pio representacionismo, al que permanece vinculado, le lleva a
torno a él, ya que, si queremos enjuiciarlo, nos vemos obligados a adoptar un concepto unívoco de acción que no es apto para esta­
servirnos ya de su representación” (1978: 331; A 346, B 404). blecer una mediación satisfactoria entre la naturaleza y el espíritu
Por consiguiente, la identidad de la representación Yo pienso en el campo del pensamiento científico.
no puede darse en sí misma, en una estricta auto-referencialidad: Todo lo dicho hasta ahora en este capítulo concierne al cam­
tiene que venir aportada por su constitutiva referencia a todas las po de los juicios que Kant llama determinantes. En cambio, la
representaciones, y especialmente por los conceptos puros del situación respecto a los juicios reflexionantes es más favorable para
entendimiento, cuya identidad como representaciones viene dada, la filosofía crítica, precisamente porque con ellos no se pretende
a su vez, por la pertenencia a la subjetividad trascendental a tra­ construir un mundo, diseñar una natura formaliter spectata. Se
vés de ese medio representativo que es la acción trascendental Yo trata, más bien, de jugar libremente con nuestras propias repre­
pienso. De ahí el acuciante riesgo de círculo vicioso. Pero es que, sentaciones, descubriendo en ellas la teleología de la razón huma­
además, las representaciones intelectuales son conceptos, y no meras na en su articulación con las demás facultades (sensibilidad exter­
nociones, por fluencia hacia las intuiciones empíricas, sin cuyo na, imaginación y entendimiento).
contenido los conceptos son vacíos (cfr. 1978: 124; A 90, b 122). Las pretensiones ontológicas de la Deducción trascendental
De manera que si se intenta superar el círculo vicioso, la acción dejan paso a las consideraciones hermenéuticas de la reflexión tras­
trascendental deja de ser ya una presunta acción inmanente y es cendental Llamo reflexión trascendental —escribe Kant—al “acto
preciso volver a pensarla como una acción transeúnte. (Handlung) mediante el cual uno la comparación de las repre­
Tal planteamiento hace ver que —a pesar de todos los esfuerzos sentaciones con la facultad cognoscitiva en la que se realiza y a
de Kant—tampoco el Yopienso puede considerarse como una praxis través de la cual distingo si son comparadas entre sí como perte­
inmanente, ya que está referido constitutivamente a lo que es dis­ necientes al pensamiento puro o como pertenecientes a la intui­
tinto de sí. Kant, es cierto, ha logrado dar con una representación ción sensible” (1978: 277; A 261, B 317)- En este campo -p o r
puramente noética, sin contenido alguno. Su estatuto ontológico el que se mueve la entera Crítica delfuicio- ya no hay ambigüe­
sería el de una praxis teleia. Pero el pensador regiomontano ya no dad entre acción y representación, precisamente porque las repre­
acierta a entender qué pueda significar una acción que sea fin en sí sentaciones se toman como tales —es decir, como contenidos figu­
misma. Por eso pone su fin en las demás representaciones, con lo rativos y no como formas reales—y la acción se limita a llevar a
cual resulta algo tan extraño -quizá fascinante—como una acción cabo vinculaciones o diferenciaciones subjetivas.
trascendental espontánea, autoconstituyente, finita y transeúnte. Ya no estamos en el campo del conocimiento sino en el de las hipó­
tesis teleológicas o en el de las apreciaciones estéticas. Es el territorio
del como si, de ese Ais ob que es característico del mundo de la cultu­
4.11. La acción libre ra. La cultura no es la realidad: es la mediación humana de la reali­
dad. Pero en el momento en el que nos percatamos de ello, en el pun­
La entera filosofía kantiana es como un gran “experimento to en el que la mediación representativa comparece como tal, la cultura
conceptual” que nos muestra hasta dónde llegan las posibilida­ pierde su vanidad y su artificialidad auto-referencial, de manera que
des del representacionismo moderno en su versión más acabada se convierte en camino para una visión más limpia y certera de lo real.

7^ 73
E l enigma de la representación

En el segundo volumen de En busca del tiempo perdido, Mar-


cel Proust vislumbra lo que puede significar para el propio arte
esa liberación de los trasuntos. Es en el memorable pasaje de la
visita del narrador al estudio del pintor Elstir. Lo que revelan sus
cuadros es el admirable esfuerzo del artista “por despojarse en pre­
sencia de la realidad de todas las nociones de su inteligencia”. Ese
Representación
hombre tan inteligente se volvía ignorante antes de pintar, se olvi­
daba de todo, porque “lo que se sabe no es de uno”. Y, así, tras
y subjetividad trascendental
mirar en su mágico retrato una marina, un yate o una bandero­
la, se podía contemplar todo eso “como si nunca se hubiera vis­
to” (Proust, M., 1995: 540).
Si se entiende que la filosofía del siglo XX —especialmente con
Heídegger y W ittgenstein- ha cancelado la vía del representa- 5 .1. El presunto final de la historia de la subjetividad
cionismo moderno, la tarea que ahora se presenta es la de aco­
meter esa nueva unidad de naturaleza y espíritu desde unas bases En este capítulo se pretende retomar —en un contexto más
no representacionistas (aunque, claro, tampoco empiristas). Como amplio- la noción kantiana de representación que, se sepa o no,
ha mostrado Inciarte en su artículo “Imágenes, palabras, signos”, constituye el foco de las actuales discusiones gnoseológicas acer­
ese camino que conduce a la recuperación de la realidad perdida ca del representacionismo. Como se ha visto a propósito de las
en sus simulacros es el del descubrimiento de una segunda inme­ críticas heideggerianas a la noción moderna de representación
diación -conceptual, cuasi-intuitiva- que implica la descosifica- (capítulo 2), ésta se encuentra esencialmente vinculada al eje suje­
ción de las representaciones. to-objeto, cuestionado de un modo u otro por las diversas mani­
La paradoja queda expresada así por el propio Inciarte: “El festaciones del pensamiento posmoderno. Que la estructura suje­
concepto es lo máximamente cercano a la realidad, precisamen­ to-objeto desempeña el papel de fundamento en el representa­
te porque permite conocer la realidad sin ser -com o las copias, cionismo maduro, es algo que se muestra, mejor que en ningún
imágenes o palabras- algo real; el concepto es lo único comple­ otro texto, en esa enigmática pieza doctrinal que se llama Deduc­
tamente inconmensurable con la realidad, lo que de ninguna ción trascendental de las categorías, a la que ya se hizo alusión en
manera es semejante (o desemejante) a ella” (Inciarte, E, 1989: el capítulo anterior. Más adelante habrá ocasión de apreciar que
186). Resulta así una ley de cruz, muy similar a la kantiana, en cabe una deducción trascendental en el contexto de una metafísi­
virtud de la cual el reconocimiento de la idealidad es condición ca realista, como es el caso de la aristotélica. Al tratarse de una
de posibilidad para la salvación de lo real. Pero tal recurso filosó­ deducción no representacionista y tal vez más rigurosa que la kan­
fico sólo alcanza su meta si el modelo nuclear que se adopta no tiana, cabe la posibilidad de que quede abierto el acceso a una
es el de la representación sino el de la acción intencional. comprensión más amplia y libre del papel que juega la represen­
Si no admitimos esta peculiar irrealidad del concepto, funda­ tación en el conocimiento humano y, en consecuencia, qué es lo
da en la irreductibilidad del espíritu a la materia, la distinción que hay de acertado y qué es lo que hay de erróneo en las actua­
entre lo real y lo irreal se desvanece. Y entonces tendríamos que les actitudes antifundacionalistas, es decir, opuestas a una con­
decir con Friedrich Mauthner: "Nadie puede saber si no sueña cepción unitaria de la realidad y a una explicación del conoci­
esta imagen casual del mundo”. miento que pretenda todavía basarse en primeros principios (cfr.
Llano, A., 1990).

74 75
E l enigma de la representación Representación y subjetividad trascendental

Pero comencemos con algunas consideraciones de actuali­ 5.2. La libertad como autonomía: physis y logos
dad en torno a la subjetividad trascendental. Entre los escasos
rasgos comunes que cabe encontrar en ese abigarrado conjun­ Esta libertad como radical autonomía constituye, ciertamen­
to de actitudes y tendencias que suele llamarse posmoderni­ te, la idea más característica de la modernidad europea, la que
dad’, se halla precisamente el rechazo de la relación sujeto-obje­ marca su originalidad irreductible respecto a la metafísica clási­
to - y de su “inter-faz”: la representación- como eje fundamental ca. Desde tal perspectiva, el kantismo aparece como el primer sis­
para la comprensión de la realidad y de su conocimiento. Tal tema filosófico enteramente moderno. Kant situó en el núcleo de
rechazo había sido ya anticipado por Wittgenstein y Heidegger, su pensamiento una idea de libertad que implica una modifica­
es decir, por los dos pensadores más característicos de la primera ción sustancial en la manera como la filosofía clásica pensaba la
mitad del siglo X X . Aunque el modo de pensar de ambos se pre­ articulación de sus dos conceptos capitales: el de naturaleza y el
sentara aún (en buena parte) con el estilo de la filoso fia trascen­ de razón (physis y logos).
dental, se trataba ya de una “reflexión crítica” que -p o r haber La modernidad madura cree ver en esta armónica articulación
alcanzado su nivel de saturación—había llegado a sus fases ter­ clásica de physis y logos -de physis y praxis- un ilusorio antropo­
mínales. morfismo de la naturaleza. Frente a esta visión supuestamente
Lo que viene después ya es, claramente, “postismo”: nos halla­ “pagana” del mundo, la filosofía de los tiempos nuevos pretende
mos, al parecer, más allá de la subjetividad y de la objetividad. Y trasponer tan problemática imbricación al plano más inteligible
en consecuencia tanto vale oponerse radicalmente al reconoci­ y controlable de las representaciones. No puede ser —se piensa ya
miento de toda representación como mantener que todo es, a la hacia el siglo X IV — que la filosofía como scientia transcendens se
postre, representación de una índole u otra. Se trata de un pen­ fundamente en algo tan accidental como la experiencia humana
samiento crepuscular que ni siquiera se esfuerza en luchar contra -sensible incluso- de una naturaleza contingente (cfr. Honnefel-
esos grandes conceptos modernos —sujeto, objeto y representa­ der, L., 1990). Es preciso sustituir la tomista distinción de razón
ción, entre otros—por la simple razón de que han perdido toda con fundamento en la realidad (distinctio rationis cum fundamento
vigencia. Lo mismo que si Dios no existe ya no tiene sentido pro­ in re) por la escotista distinción formal objetiva (distinctio formalis
clamar su muerte, tampoco tiene sentido anunciar la “muerte del a parte rei). Se recambian principios reales confusamente inter­
hombre” si ya nadie cree en serio que el sujeto humano pueda penetrados por representaciones de índoles eidéticas netamente
distinguirse de unos objetos o representaciones que - a su vez- diferenciadas.
también han perdido la estabilidad y la consistencia que les con­ Se inicia así un modo racionalista de pensar que pone en pri­
fería precisamente su índole intersubjetiva. mer término al hombre como ser que, precisamente por estar
Como sugiere Spaemann, la larga historia de la subjetividad dotado de razón, es un sujeto de actividades propias, irreducti­
parece haber llegado a su fin (Spaemann, R., 1980). La subjeti­ bles a las cosas naturales: un ser libremente activo, un espontá­
vidad muerta sería —según tales interpretaciones- la propia de un neo configurador de la naturaleza y —ante to d o - de sí propio.
sujeto autónomo que domina la naturaleza y, sobre todo, se da Como ha indicado Gerold Prauss, este decisivo cambio acaba
leyes a sí mismo. Esta libre autonomía respecto a la cual presun­ por consistir en la sustitución de la definición clásica del hom­
tamente nos situamos no es otra que la expresada en lo que Hegel bre como animal rationale por la definición moderna del hombre
llamó “idea europea de libertad”. Como se lee en el parágrafo 503 como animal liberum, que Kant tomó de Rousseau (Prauss, G.,
de la Enciclopedia de las ciencias filosóficas, “la libertad subjetiva o 1983).
moral es la que en sentido europeo se llama principalmente liber­ La articulación entre razón y naturaleza, que los clásicos enten­
tad” (Hegel, G. W. F., 1997). dían como una imbricación a su vez natural e inmediata, queda

77
E l enigma de la representación Representación y subjetividad trascendental

mediada ahora por la subjetividad libre, como origen y funda­ 5.3. Racionalidad de la libertad y liberación de la razón
mento de unas acciones que -en su raíz—ya no son naturales, aun­
que sus efectos puedan tener un carácter empírico. El problema nuclear de la modernidad es el de la racionalidad
Se ha roto el equilibrio del cosmos clásico. Lo bueno y lo malo de la libertad -la elevación del impulso a representación- que
para el hombre ya no se pueden entender en términos de acuer­ Kant intenta resolver en la línea de una liberación de la razón.
do o desacuerdo con un orden natural prescrito por Dios. No hay En un primer acercamiento, esta liberación de la razón se pue­
ninguna regla exterior para la libertad humana que —como escri­ de considerar como el ideal ilustrado por excelencia: significa una
bió Kant en la Reflexión 6960- es ‘una subjetiva carencia de leyes inversión de las relaciones de dominio y dependencia, una autén­
(eine subjective Gesetzlosigkeit) ” (Kant, I., 1934: XIX, 214). Y el tica revolución. Se trata de liberar a la razón humana del dominio
propio Kant advertía en un escrito inédito de 1765 —inspirado de una naturaleza antropomórficamente configurada, sin caer por
también por Rousseau- que esta carencia de reglas propia del arbi­ ello -según la expresión de Prauss—en ese naturalismo del “anth-
trio humano es algo horrible: "erschrecklich”(Kant, I„ 1942: XX, ropos”cn el que habían incurrido los empiristas británicos y los
91 ss.). La condición natural del hombre es miserable, porque materialistas continentales.
—de entrada- no sabe según qué reglas debe juzgar sus acciones Pero la actitud kantiana -e n contra de lo que pretenden sus
propias. “Diversos incidentes, extraños gustos, vanos o malos intérpretes convencionales- está muy alejada del progresismo opti­
caprichos, pueden suscitar efectos para los que el hombre no está mista de la Ilustración radical e ingenua, que es al parecer la que
preparado. Y así sucede que se desconcierta y se confunde”, escri­ hoy se da por muerta y enterrada. Kant se apercibe perfectamente
be Kant en la citada Reflexión. de las dificultades y riesgos de esa empresa filosófica que preten­
Desde el comienzo de su carrera filosófica, que le llevaría al día obtener como resultado el alumbramiento de la libertad racio­
descubrimiento y desarrollo de una teoría de la subjetividad tras­ nal, entendida como razón liberada.
cendental, Kant se halla muy lejos de esa actitud olímpica y casi Es más: está convencido de que tal liberación nunca será ple­
rocosa que hoy tienden a atribuirle sus enterradores posmoder­ na. No puede serlo por principio en el ámbito científico o teóri­
nos. Por de pronto, Kant tiene una conciencia muy viva —que co, porque en él las representaciones autónomas de la razón, aun­
nunca le abandonaría- de esa miserable condición humana, pro­ que no se deriven de la experiencia natural, sólo son válidas para
veniente de su sometimiento a una coacción física (carente ya de el conocimiento de la naturaleza tal como se nos da en la expe­
finalidad) que el hombre experimenta sobre todo en los impul­ riencia. Y no lo es tampoco en el ámbito práctico, porque si bien
sos y pasiones de su propio cuerpo, que le confunden y descon­ los mandatos éticos se constituyen por la pura representación de
ciertan. la ley moral, que es válida absolutamente (überhaupt), acontece
Desde tal óptica, la empresa filosófica kantiana —la tarea cri­ que la subjetividad humana tiene -d e hecho—una propensión
ticar- se puede presentar como un esfuerzo, más tantálico que titá­ inevitable a dejarse someter por los impulsos naturales.
nico, para superar este desconcierto; para sustituir los impulsos El mal humano ya no es ahora un simple desorden natural,
inmediatos por la mediación de unas representaciones cuyo ori­ sino que pasa a alojarse en el interior mismo de la razón huma­
gen no sea (como lo era para los racionalistas dogmáticos) tras­ na: como limitación cognoscitiva en el campo teórico y como
cendente, sino autónomo, es decir, libre; para descubrir otro tipo corrupción Ubre y —por tanto radical—en el ámbito práctico.
de leyes, que ya no serán leyes dadas en la naturaleza, sino reglas “Los muertos que vos matáis -dice el Tenorio de Zorrilla—
que el hombre impone activamente a la naturaleza y a sí mismo: gozan de buena salud”. De la subjetividad trascendental kantia­
leyes de la libertad, leyes autónomas. na cabría decir hoy algo sólo aparentemente contrario: si es que
la subjetividad moderna ha “muerto” recientemente, cuestión

7S 79
El enigma de la representación Representación y subjetividad trascendental

más bien dudosa, lo cierto es que ya ab initio estaba radicalmente el que se desarrollan las indagaciones kantianas, tanto en el campo
enferma. de la filosofía teórica como en el de la práctica (Kaulbach, F., 1978).
Nada impide, entonces, hablar de la acción trascendental en el pen­
samiento de Kant, como él mismo hace (Kant, I., 1978: 168; B 154).
5.4. La acción trascendental Pero lo que interesa para nuestro propósito es intentar diluci­
dar qué modelo tiene Kant in mente cuando nos propone esta
La clave para la comprensión del alcance y los límites de la teo­ inédita noción. Como ya se ha observado, el paradigma que hubie­
ría kantiana de la subjetividad trascendental se encuentra en el nue­ ra congeniado con el planteamiento activo de la filosofía tras­
vo concepto de acción (Handlung) que Kant propone, y que ya se cendental habría sido el de la acción inmanente o praxis teleia. Y,
ha examinado brevemente en el precedente capítulo. Es sorpren­ sin embargo, son los propios textos kantianos los que, una y otra
dente lo que ha acontecido con la noción kantiana de acción, cuya vez, no hacen ver que Volker Gerhardt está en lo cierto cuando
centralidad en el sistema crítico fue enseguida notada por los más mantiene que Kant sigue en todo momento la huella de la noción
lúcidos de sus seguidores y oponentes, para pasar después a un com­ de acción propia de la ontología racionalista de tipo wolfiano, la
pleto olvido, ocultada por una primacía indiscutida del concepto cual responde básicamente al modelo de la acción transeúnte: la
de representación, que dejaba en la sombra algunos de los aspectos acción es el medio entre la causa y el efecto (Gerhardt, V., 1986).
más originales e interesantes de la filosofía trascendental, presen­ Si algo está claro en el concepto kantiano de acción trascendental
tada --de manera indiscriminada- en términos idealistas, positivis­ es que ésta debería responder al paradigma de la praxis, y no al de
tas o puramente epistemológicos. Los pasos dados recientemente la poiesis o acción transeúnte. Y, sin embargo, Kant nos da siem­
por los estudios kantianos, de la mano sobre todo de Kaulbach y pre de ella una versión kinética, en estrecha relación con las nocio­
Prauss, han recuperado y explorado esta vertiente de la acción sin nes de causa y movimiento, por lo que resulta sumamente pro­
la cual no es viable comprender correctamente lo que el regio- blemático su intento de desplazar la acción desde el ámbito físico
montano entendía por ‘representación. y representativo del objeto al plano trascendental del sujeto. Esta
El propio Kant escribía en 1794 a uno de sus más atentos “ami­ deficiencia “técnica” es determinante para la suerte del concepto
gos hipercríticos”, Juan Segismundo Beck, haciéndole notar que “noso­ moderno de subjetividad, el cual se ve aquejado por una singular
tros sólo podemos entender y comunicar a otros lo que nosotros mis­ paradoja. Por una parte, las acciones inmanentes del hombre -las
mos podemos hacer {was wir selbst machen kónnen)” (Kant, I., 1922: cognoscitivas y las voluntarias—adquieren en la modernidad madu­
XI, 515). Y F. H. Jacobi, el primer crítico de la modernidad madura, ra, que Kant representa, una radicalidad desconocida para el pen­
escribe ya en torno a 1816 que el principio de la acción del sujeto es samiento antiguo y medieval. Mas, por otra, esta indudable ganan­
el núcleo (Kern) de la filosofía trascendental y el descubrimiento fun­ cia en la línea de profundizar en el sentido activo, originario e
damental del pensamiento kantiano (cfr. Jacobi, F. H., 1998). irreductible de la libertad humana, queda casi por completo malo­
Parece claro que la acción de la que aquí se trata no es la mera grada al verterse en un entramado conceptual del todo inadecua­
acción del objeto físico, tal como el propio Kant la considera temá­ do para dar cuenta de tan valioso descubrimiento.
ticamente en varios escritos del período precrítico y en las “Analogí­
as de la experiencia” de la Crítica de la razón pura. Se trata ahora de
un concepto operativo, no temático, de acción. No es la acción cate- 5.5. Subjetividad y representación
gorial constituida del objeto, sino la acción constituyente -es decir,
trascendental- del sujeto, No es una acción física: es -como ha seña­ Desde el punto de vista de una renovación de los conceptos
lado Kaulbach- el instrumento operativo y el elemento universal en racionalistas de subjetividad y de representación, la Crítica de la

80 81
E l enigma de la representación Representación y subjetividad trascendental

razón pura parece ser la crónica de una frustración anunciada. Y el tránsito analítico de la moralidad a la libertad, con base en la
sin embargo -e n el despliegue completo de la filosofía trascen­ insólita doctrina -sum am ente problemática, desde su mismo
dental- la primera Crítica no podía considerarse un fracaso, por­ enunciado- del Faktum de la razón pura práctica. De nuevo ha
que Kant había logrado con ella dar el primer paso de su progra­ vuelto a prevalecer el estático principio representación sobre el diná­
ma de liberación de una razón que, por ser finita, no puede mico principio acción.
asegurar su dominio de una vez por todas. La razón teórica libe­ Aunque la introducción de este recurso ad hoc suponga la des­
rada -líbre ante los fenómenos-, la libertad como autonomía pedida definitiva del proyecto de una teoría unitaria de la acción
científica, ha superado la particularidad de las secuencias natura­ -y de una teoría de la representación superadora de los simplis­
les y ha abierto un campo objetivo de comunicación intersubje­ mos empiristas y racionalistas—, Kant no hizo más que ser con­
tiva: ha creado una naturaleza humanamente renovada, un mun­ secuente con el resultado de la primera Crítica respecto a la impo­
do a la altura del hombre, según dice Kaulbach. sibilidad de conocer la propia subjetividad trascendental, cuya
Así pues, la Crítica de la razón pura, como teoría de la acción libertad sólo puede ser considerada in actu exercito, pero nunca
racional, nos ha mostrado ya una básica libertad de la razón —su in actu signato, por utilizar una vieja distinción escolástica. Kant
espontaneidad- en la que podríamos apoyarnos para dar el paso ya se había cerrado a sí mismo el camino que podría haberle con­
hacia la investigación de la libertad plenaria de la razón autóno­ ducido a la elaboración de una Antropología trascendental como
ma, que sólo se manifiesta en el ámbito moral. Es allí donde la teoría general de la representación autónoma y de la acción libre.
acción humana adquiere un valor absoluto, porque ya no está ver­
tida a lo otro que sí de las representaciones empíricas, sino que
está referida a la perfección del sujeto agente y representativo. 5.6. Moralidad y representación
El paso de la espontaneidad teórica a la plena libertad prácti­
ca venía no sólo facilitado, sino incluso exigido por la unidad de El abismo entre naturaleza y razón, que tanto había preocu­
la razón que Kant mantiene vigorosamente en su Fundamenta- pado y ocupado a Kant en el ámbito teórico, reaparece dramáti­
ción de la Metafísica de las costumbres, publicada en 1785: camente en el territorio práctico. La moralidad se ha quedado sin
el fundamento que la libertad hubiera podido proporcionarle. La
Para la crítica de una razón pura práctica exigiría yo, si moralidad se ha convertido en un mero Faktum de la razón, es
ha de ser completa, poder representar su unidad con la espe­ decir, en algo tan extraño como un dato racional: una represen­
culativa en un principio común a ambas, porque —al fin y al tación que es a la vez impuesta y libre. Ya no es un dato pasiva­
cabo—no puede ser más que una y la misma razón, que tie­ mente recibido, como era la representación sensible, sino la ley
ne que distinguirse sólo en la aplicación (Kant, I., 1911: IV, que la razón se da autónomamente a sí misma (sin saber por qué).
391).
Es un hecho que ocupa en precario el lugar del fundamento.
Así las cosas, las relaciones entre naturaleza y tazón en el ámbi­
Tal “principio común” no podría ser otro que la indivisa liber­ to ético no pueden ser más que de disconveniencia. Las dificul­
tad humana, como sujeto de todas nuestras acciones. Y, efectiva­ tades intrínsecas de este planteamiento se manifiestan inmedia­
mente, Kant esbozó en la Fundamentación de 1785 la deducción tamente en el problema medular de toda ética e incluso de la
de la moralidad a partir de lo que Prauss ha llamado el “concep­ propia condición humana: el problema del mal moral.
to pre-moral de la libertad”. Pero, sorprendentemente, la Crítica SÍ entre moralidad y libertad racional hay identidad repre­
de la razón práctica nos ofrece —sólo tres años más tarde—la sus­ sentativa o analítica, entonces el mal moral es impensable. El dile­
titución de este tránsito sintético de la libertad a la moralidad por ma es el siguiente: si la acción supuestamente mala procede de

82.
*3
E l enigma de la representación Representación y subjetividad trascendental

una imposición de la naturaleza, entonces no es libre y -p o r lo cia de algo semejante a la noción clásica de hábito o, en general,
tanto—carece de cualificación moral (una acción natural mala es a lo que Kaulbach llama serpráctico (Kaulbach, E, 1982). La teo­
una contradictio in terminis). Si, en cambio, la acción es libre, ría kantiana de las virtudes resulta decepcionante, porque el regio-
entonces no puede ser mala, porque la moralidad no es más que montano entiende la virtud precisamente como fuerza racional
la propia razón humana consciente de ella misma. del hombre, que le hace capaz de conseguir que el deber racional
Como ha recordado Prauss, este problema fue detectado por domine las inclinaciones naturales. No hay en ella un reconoci­
varios contemporáneos de Kant poco después de la publicación miento de ese estable y creciente temple que proviene de la refluen­
de la Crítica de la razón práctica. Y hay que esperar seis años para cia del logos en la physis, y que los antiguos llamaban ethos (tem­
que Kant logre dar una respuesta al problema del mal moral, que ple, carácter: en sentido ontológico, no psicologista).
-como es bien sabido- se expone en la primera sección de La reli­ Sin embargo, hay algunos elementos de la ética kantiana que
gión dentro de los límites de la mera razón, obra aparecida en 1794 sugieren la admisión de algún elemento trans-objetivo o supra-
(Kant, I., 1969 ). representativo: de un cierto ser práctico, de un hábito entendido
La doctrina kantiana del m al radical constituye una de las como ganancia moral incorporada establemente a las tendencias
muestras más claras de las limitaciones de su representacionismo naturales. En esta línea encontramos una de las nociones más
y uno de los desmentidos más fuertes al estereotipo de la subje­ interesantes de la moral kantiana: el concepto de respeto (Ach-
tividad trascendental como afirmación del hombre fáustico. Kant tung), como sentimiento no recibido mediante un influjo hete-
reconoce la inevitable presencia del mysterium iniquitatis en el rónomo, sino operado autónomamente por la razón en la afecti­
alma humana, con lo que comparece en la Ilustración filosófica vidad. Casi siempre utiliza Kant la expresión ‘respeto’ como referida
otro de los elementos heterogéneos que -en contra de las visio­ a la ley, es decir, en cuanto respeto a la regla moral (que se debe
nes simplistas- confluyen en la configuración de la conciencia representar como viniera de Dios), pero también interpreta el
moderna, tan implacablemente “deconstruida” por Schopenhauer respeto como referido a los sujetos de la ley y lo entiende enton­
y, sobre todo, por Nietzsche. ces como respeto a las personas, en cuanto seres libres y dignos.
En la teoría del mal radical, las aporras de las doctrinas kan­ Lamentablemente, la noción de persona es difícilmente temati-
tianas de la acción y de la representación aparecen analizadas con zable con el instrumentarlo conceptual del kantismo y por eso no
todo detalle y declaradamente irresueltas. No es posible entrar es extraño que fuera tan escasamente desarrollada por los poskan­
ahora en su examen pormenorizado. Bastará con señalar que rea­ tismos y neokantismos de diverso cuño.
parece en ellas un concepto de acción que sigue sin dar con su
modelo adecuado.

5.7. El ser práctico

Que tampoco la versión práctica de la acción trascendental


responde al modelo de la praxis inmanente, es algo que clara­
mente aparece en la teoría de las virtudes expuesta por Kant en
la segunda parte de su Metafísica de las costumbres, publicada en
1797. La ausencia del modelo de la praxis, como acción que revier­
te sobre el propio sujeto moral, se muestra en la incomparecen-

84
Metafísica de la deducción
trascendental

6.1. El escándalo de la filosofía

Llega ahora el momento de retomar a la filosofía especulati­


va kantiana, centrada -p o r lo que a este tema concierne- en la
Deducción trascendental de las categorías, la cual permite a su vez
el establecimiento de un parangón con los procedimientos argu­
mentativos fundamentales de la metafísica clásica (cfr. Llano, A,
1991).
Reflexionemos por un momento en que, a pesar de su apa­
riencia pacífica e inocente, que ha llevado hasta denominarla
“ingenuidad institucionalizada”, la filosofía trae siempre consigo
el escándalo. El escándalo de la filosofía no es, como pensó Kant,
que todavía no se haya dado una demostración concluyente de la
existencia del mundo exterior. Ni siquiera estriba, como Hei-
degger responde, en que se sigan intentando tal tipo de pruebas.
El verdadero escándalo de la filosofía es el que Descartes denun­
cia al comprobar que,

a pesar de haber sido cultivada por los ingenios más desta­


cados que han existido desde hace siglos [...], no existe cues­
tión alguna sobre la que aún no se discuta y, en consecuen­
cia, que no sea dudosa (Descartes, R., 1 9 8 6 : 8 ).

Tan temprano es el escándalo que ya a los sofistas de la Gre­


cia antigua se les ocurrió convertir el problema de la disparidad
de opiniones en una solución. Realidad y apariencia son lo mis­
mo. De suerte que cuando -según la epopeya homérica—Héctor

*7
E l enigma de la representación Metafísica de la deducción trascendental

yace con la razón alterada por efecto de un golpe, sus sinrazones camente platónica y un resello posterior, nada casual, de signo
no son menos plausibles que las razones que expone cuando está cartesiano. Y, sin embargo, quizá ningún pensador ha dedicado
en pleno juicio. Porque si al Héctor conmocionado la realidad se a esta aporía una atención más seria que la que Kant le consagró,
le aparece de una determinada manera, para él la realidad es pre­ como también se ha tenido ocasión de adelantar. Según ha adver­
cisamente de ese modo. Ni más ni menos que —según los sofis­ tido Inciarte, la Crítica de la razón pura presenta a su lector aten­
tas—la realidad es tal y como aparece a cada uno de los filósofos. to un hilo conductor problemático que no es otro que la cues­
Sin embargo, y a efectos del mencionado escándalo, el remedio tión apremiante del sueño de la razón. Y más sorprendente resulta
de los sofistas puede considerarse - a su vez- como una agudiza­ aún comprobar que la estrategia kantiana para superar tal aporía
ción de la enfermedad. Tal es el juicio de Aristóteles que —quizá había sido anticipada, en sus grandes líneas conceptuales, por la
por primera vez en la historia, aunque desde luego no por últi­ Metafísica de Aristóteles.
m a- estima que la situación de la filosofía es gravísima,

porque, si ios que más han alcanzado a ver la verdad que nos 6.a. Ilusión y representación
es asequible —y éstos son los que más la buscan y aman—tie­
nen tales opiniones y manifiestan estas cosas acerca de la ver­ La exigencia kantiana de encontrar reflexivamente elementos
dad, ¿cómo no ha de ser natural que se desanimen los que se apriori que constituyan la condición de posibilidad para discer­
disponen a filosofar? Realmente buscar la verdad sería per­ nir las representaciones meramente aparentes de las auténticas
seguir volátiles (Aristóteles, 1990: 194; IV, 5, 1009 b, 32-
representaciones objetivas aparece ya en la Estética trascendental.
39).
Porque, sin las estructuras a priori de la sensibilidad, sin esa for-
malización espacio-temporal, captaríamos una rapsodia de sen­
Sí hasta el día de hoy no se puede decir que la situación haya saciones, entre las que no habría relaciones de distancia ni de suce­
variado sustancialmente, será porque a la filosofía —y al hombre sión: algo así como las dispersas vivencias de un sueño. Tal es la
mismo que la hace—le persiguen sin cesar sus propias ensoñacio­ entraña de la Deducción trascendental del espacio y del tiempo.
nes, sin que sea capaz de distinguir siempre y con absoluta segu­ Lo curioso del caso es que tal deducción demuestra precisa­
ridad las diferencias existentes entre representación y realidad. De mente la idealidad de los fenómenos. Lo cual en modo alguno
manera que -cual Héctor siempre herido- el problema radical de implica, según Kant, que los fenómenos se identifiquen con las
la persona que se pone a pensar no es sino la cuestión de la dife­ meras apariencias. Justo al contrario: tal identificación —o, mejor,
renciación entre el sueño y la vigilia. Tal perplejidad es menos tri­ confusión- es lo que acontecería si el espacio y el tiempo se toma­
vial de lo que a primera vista parece. Como el Segismundo de ran como características trascendentales de las cosas mismas. Por­
Calderón (1971: Jornada II, Escena XVIII, 1115-1117), todo que entonces nunca podríamos saber si lo que presuntamente
hombre habría podido exclamar en algún momento de su vida: conocemos es real o una simple representación subjetiva.
Para Kant el idealismo trascendental no sólo es compatible
porque si ha sido soñado con el realismo empírico, sino que constituye su única garantía.
lo que vi palpable y cierto Yo no tengo ninguna duda de que esta mesa es un objeto exter­
lo que veo será incierto.
no, real y efectivo, precisamente porque así se me da en el espa­
d o y en el tiempo. Y puedo establecer una secuencia espacial y
El problema del sueño racional ostenta en la historia de la filo­ temporal ininterrumpida desde que salí de casa, caminé hasta la
sofía una marca de origen que —según se ha visto—es inequívo­ universidad, crucé la puerta de la biblioteca y me senté ante el

88 89
E l enigma de la representación Metafísica de la deducción trascendental

ordenador. Pero si pretendiera que el espacio y el tiempo son rea­ 6.3. La Deducción trascendental de las categorías
lidades oncológicas, entonces los objetos espaciales que supues­
tamente conozco quedarían sometidos a la insalvable duda de si El intento kantiano de responder a estos interrogantes decisi­
no serán más bien representaciones arbitrarias, idealidades empí­ vos se encuentra en la Deducción trascendental de las categorías. La
ricas o, lo que resulta equivalente, meras ensoñaciones. Porque presentación torpe y vacilante de la Deducción ha impedido casi
cuando dudo de si estoy despierto o dormido, es que estoy dor­ siempre captar su sentido profundo y advertir que nos encontra­
mido. mos ante una pieza doctrinal de gran envergadura, que -por lo
Mas con este movimiento la reflexión trascendental kantia­ demás- se halla presente de un modo u otro en toda metafísica.
na apenas ha dado sus primeros giros. El fenómeno sólo es “el A Kant se le debe atribuir el acierto de identificar y poner nom­
objeto indeterminado de una intuición empírica1 (Kant, I., 1978: bre a la argumentación legitimante que toda ontología precisa
65-66; A 20, B 34). Para Kant —como antes para Aristóteles—un para superar su originaria perplejidad.
objeto indeterminado no es, desde luego, un objeto cabal: algo El antecedente clásico de la Deducción trascendental se puede
le falta para ser precisamente objeto. Lo que le falta es justamente encontrar en el libro IV de la Metafísica de Aristóteles. La defen­
ser algo; lo que le falta es su determinación como real: el ser cono­ sa del principio de no contradicción desarrollada en el libro gam­
cido como un determinado objeto de una determinada índole ma implica la quiebra de la confusión entre representación y rea­
real, como algo unitario, idéntico a sí mismo, inteligible, verda­ lidad y, por tanto, la defensa de la realidad y objetividad de la
dero. esencia de cada cosa. Cada cosa —mantiene Aristóteles- no es la
Para salir de la perplejidad, es preciso superar el plano gnoseoló- misma que cualquiera de las demás cosas. Hay diferencias reales
gico de la relatividad sensible y sentar pie en el suelo firme de las entre diferentes cosas. De lo contrario, todo sería uno y lo mis­
configuraciones ontológicas de lo real, que sólo pueden ser apor­ mo, y resultaría imposible pensar y hablar.
tadas por la actividad sintética del entendimiento (1978: 111; A Como muestras más significativas de este tipo de argumenta­
77, B 103). Las categorías son los patrones fundamentales de las ción en la filosofía del siglo X X , se podría señalar el Tractatus Logi-
acciones por las que el entendimiento sintetiza la diversidad feno­ co-philosophicus de W ittgenstein (Wittgenstein, L., 1991) y el
ménica, constituyéndola en unidades realmente objetivas. artículo titulado “El pensamiento” (Der Gedanke) del último Fre-
Pero es necesario legitimar tal pretensión. He de fundamen­ ge (Frege, G., 1998 c: 196-225). Como es obvio, cada una de
tar el derecho que me asiste ai pretender un conocimiento de la estas u otras deducciones trascendentales presenta diferentes pun­
realidad dada -es decir, de lo a posterioñ—por medio de unas fun­ tos de partida y diferentes significados, dentro del marco general
ciones espontáneas estrictamente a priori. ¿Cómo puedo estar de cualquier posible ontología.
seguro de que tal construcción a priori de lo a posteriori no es arbi­ En toda deducción trascendental se intenta demostrar -d e
traria ni ilusoria? maneras tan diversas como en las versiones evocadas—que la pro­
“El sueño de la razón produce monstruos”, escribía por aque­ pia naturaleza de nuestra mente exige que sus objetos sean iden­
lla época Goya en uno de sus caprichos. Otra vez —y ahora con tidades ontológicas diversificadas entre sí y distintas de la subje­
toda su crudeza- aparece el problema del sueño y la vigilia; la tividad pensante que las asimila al conocerlas. Si la realidad no
congoja ante la amenaza del sueño de la razón. poseyera configuraciones básicas y estables, sería imposible pen­
¿No serán tales estructuras a priori los esquemas de una cons­ sar. No cabe admitir seriamente que el curso de las vivencias psí­
trucción meramente subjetiva? ¿No producirán una combinación quicas se agote en el mero proceso temporal de unos fenómenos
de imágenes cuya aparente coherencia responde sólo a una lógi­ subjetivos, donde el pensamiento y el ser, el sujeto y el objeto,
ca de la ensoñación? que de algún modo se unen en el acto de conocimiento, queda­

po 91
E l enigma de la representación Metafísica de la deducción trascendental

ran entreverados en una emulsión indiscernible. La identidad de para demostrar su realidad objetiva. Pero hay también con­
los objetos coimplica la identidad del sujeto. Mi propia identi­ ceptos usurpados, como, por ejemplo, felicidad, destino, que,
dad como ser pensante no queda disuelta en el curso de los acon­ a pesar de circular tolerados por casi todo el mundo, a veces
caen bajo la exigencia de la cuestión quid iuris. Entonces se
tecimientos empíricos, precisamente porque yo tengo que pen­
produce una gran perplejidad ante la deducción de tales con­
sar lo real como un conjunto unitario de identidades objetivas
ceptos, ya que no se puede introducir ninguna justificación
plenas de sentido, determinadas y, por tanto, fiables. clara, ni desde la experiencia ni desde la razón, para poner
De una manera más intuitiva, podríamos decir que toda deduc­ de manifiesto la legitimidad de su empleo.
ción trascendental trata de la distinción entre el sueño y la vigi­ Bajo los muchos conceptos que contiene la complicadí­
lia racional. La característica principal del sueño es la siguiente: sima trama del conocimiento humano hay algunos que se
al soñar no hay una distinción precisa entre el sujeto y el objeto, destinan al uso puro a priori (con entera independencia de
ni tampoco entre los diferentes objetos, cuyos perfiles se difumi- toda experiencia). El derecho de estos últimos necesita siem­
nan y cuyas identidades se debilitan y entreveran. ¿Cómo pode­ pre una deducción, ya que no bastan para legitimar seme­
mos estar seguros de que este mundo no es una especie de esce­ jante uso las pruebas extraídas de la experiencia y, sin embar­
nario en el que las cosas no son más que representaciones ilusorias? go, hace falta conocer cómo se refieren esos conceptos a unos
Tal vez nuestra situación no es mejor que la de los prisioneros al objetos que no han tomado de la experiencia. La explicación
de la forma según la cual los conceptos a priori pueden refe­
inicio de la alegoría platónica de la caverna.
rirse a objetos la llamo, pues, deducción trascendental de los
Como ha mostrado Dieter Henrich en su notable libro Inden- mismos y la distingo de la deducción empírica. Esta última
titiit und Objektivitdt (1976), lo más peculiar y profundo de la muestra la manera de ser adquirido un concepto mediante
compleja argumentación kantiana sólo se muestra en la redacción experiencia y reflexión sobre la experiencia y afecta, por tan­
de la Deducción trascendental que aparece en la segunda edición to, al hecho por el que ha surgido la posesión del concepto,
de la Crítica de la razón pura. Es allí donde el proceder caracte­ no a su legitimidad (1978: 120 - 121 ; A 84-85, B 116-117).
rístico de la filosofía trascendental, es decir, la retro-flexión, el
paso atrás del pensamiento reflexionante, alcanza el firme foco El sentido de la Deducción trascendental kantiana es, por con-
desde el que se pretende fundamentar la objetividad del objeto. siguente, el de un intento de justificar y legitimar una demanda:
Tal fundamento no es otro que la subjetividad trascendental mis­ la pretensión de que, a través de los conceptos puros del enten­
ma, la unidad del Yopienso. Veamos cómo Kant mismo nos faci­ dimiento o categorías, somos capaces de alcanzar un conocimiento
lita una descripción general de este argumento al comienzo de objetivo de la realidad.
parágrafo 13, común a las dos ediciones, y titulado Principios de Parece claro que la necesidad de tal legitimación es más peren­
una deducción trascendental en general'. toria en el caso de una ontología idealista que en el caso de una
ontología realista. En esta última, se parte de la certeza de que las
Al hablar de derechos y pretensiones, los juristas distin­ cosas son inteligibles en sí mismas y de que el entendimiento está
guen en un asunto legal la cuestión de derecho ( quid iuris) ideológicamente orientado hacia la verdad; mientras que en la
de la cuestión de hecho (quidfacti). De ambas exigen una ontología idealista que ahora estamos examinando, Kant ha esta­
demostración y llaman a la primera —la que expone el dere­
blecido que los únicos objetos dados son representaciones sensi­
cho o la pretensión legal—deducción. Nosotros nos servimos
bles, fenómenos, y que los conceptos intelectuales no derivan de
de multitud de conceptos empíricos sin oposición de nadie
y nos sentimos, incluso prescindiendo de toda deducción, la experiencia.
autorizados a asignarles un sentido y una significación ima­ El pensador realista tiene que defender su propia posición con­
ginaria por el hecho de disponer siempre de la experiencia tra ataques presentes o futuros; los ataques presentes —al menos,

93
E l enigma de la representación Metafísica de la deducción trascendental

en tiempos de Aristóteles- eran los de algunos sofistas, quienes lar la posibilidad de conocer a priori partiendo de ella. En
mantenían que no hay distinción entre ilusión y realidad. Pero efecto, las diferentes representaciones dadas en una intuición
ios ataques posibles son también relevantes, ya que sólo hacien­ no llegarían a formar conjuntamente mis representaciones si
do que su posición se presente como máximamente vulnerable, no pertenecieran todas a una sola autoconciencia. Es decir,
el filósofo realista puede progresar en sus indagaciones (precisa­ como representaciones mías (aunque no tenga conciencia de
mente porque, como ha mostrado Maclntyre, lo que le preocu­ ellas en calidad de tales) deben conformarse forzosamente a
pa no es el éxito de su propia posición sino el descubrimiento de la condición que les permite hallarse juntas en una autocon­
la verdad). ciencia general, porque, de lo contrario, no me pertenecerí­
an completamente (1978: 153-154; B 132).

(Se reiteran algunos fragmentos y consideraciones que ya apare­


6 .4 . La unidad del Yo pienso
cían en el capítulo cuarto, porque esta difícil cuestión requiere
ser abordada una y otra vez, desde diferentes perspectivas.)
El problema de un peculiar idealista, como lo es Kant, resulta Todas las representaciones tienen que ser mis representacio­
más acuciante: ¿cómo puedo yo conocer la realidad aposterioripot nes, porque una representación sin referencia a un yo sería impo­
medio de unos patrones de pensamiento apriorü Quizá esas cate­ sible. Claro resulta que el yo que está aquí en juego no es un yo
gorías puras -insistamos- son sólo construcciones subjetivas que empírico, mil yo o tuyo individual y circunstanciado. Es un yo tras­
combinan los datos sensibles según modos arbitrarios. La respues­ cendental, que supera y engloba las subjetividades individuales,
ta de Kant a este enigma es trabajosa y difícil de entender. Pero hay precisamente porque es la común estructura de toda subjetivi­
en ella algo muy claro: la clave de su defensa del conocimiento obje­ dad: el yo en cuanto tal, el yo científico o epistemológico; no el
tivo es precisamente la noción de la unidad del yo: yo fáctico sino el yo normativo.
A la unidad de este yo la llama Kant unidad trascendental de
El Yo pienso —escribe Kant en la segunda edición—tiene la apercepción. Para Kant, percepción es sensación con concien­
que poder acompañar todas mis representaciones. De lo con­ cia, y apercepción es autoconciencia. Hay también, ciertamente,
trario, sería representado en mí algo que no podría ser pen­ una autoconciencia empírica: la referencia de todas las intuicio­
sado, lo que equivale a decir que la representación, o bien nes sensibles al yo empírico, por medio de lo que Kant llama sen­
sería imposible o, al menos, no sería nada para mí. La repre­
tido interno. Sin embargo, esta apercepción empírica sólo legiti­
sentación que puede darse con anterioridad a todo pensar
ma los objetos como dados, pero no en cuanto pensados, que es
recibe el nombre de intuición. Toda diversidad de la intui­
ción guarda, pues, una necesaria relación con el Yo pienso en lo que aquí se ventila.
el mismo sujeto en que se halla tal diversidad. Pero esa repre­ Como ya se apuntó anteriormente, la apercepción trascen­
sentación es un acto de la espontaneidad, es decir, no puede dental ha de ser una acción de la espontaneidad: precisamente la
ser considerada como perteneciente a la sensibilidad. La lla­ acción expresada por la frase Yo pienso. Así pues, el Yopienso tras­
mo apercepción pura para distinguirla de la empírica, o tam­ cendental es una pura acción que acompaña a todas las repre­
bién apercepción originaria, ya que es una autoconciencia que, sentaciones. Es la acción humana original y primordial, la acción
al dar lugar a la representación Yo pienso (que ha de acom­ trascendental, que es diferente de cualquier categoría. En con­
pañar a todas las demás y que es la misma en cada concien­ traste con las categorías, la acción Yo pienso no es patrón directo
cia), no puede estar acompañada por ninguna otra repre­ de la objetividad, sino la última condición de toda posible obje­
sentación. Igualmente, llamo a la unidad de la apercepción tividad. Según se vio en su m om ento, esto no implica que la
la unidad trascendental de la autoconciencia, a fin de seña­
acción Yo pienso alcance la calificación de una praxis inmanente,

94 95
E l enigma de la representación Metafísica de la deducción trascendental

de un acto sin contenido representativo, porque -según acaba­ relación no se establece simplemente a través de mi acompaña­
mos de leer en el largo texto citado hace un momento- para Kant miento a cada representación consciente, sino que sólo tiene lugar
la acción Yo pienso es también en sí misma una representación en tanto que yo uno cada representación con otra, y soy cons­
que ha de poder acompañar a todas las demás y que es la misma ciente de la síntesis que tal unificación opera.
en cada conciencia. La Deducción trascendental se basa sobre esta idea de la uni­
dad sintética de la apercepción, como podemos ver en un texto
que es la continuación del que se acaba de citar:
6.5, La apercepción trascendental
El pensamiento de que todas esas representaciones dadas
en la intuición me pertenecen equivale, según eso, al de que
Esta unidad de la apercepción trascendental no es solamente las unifico en una autoconciencia o puedo, al menos, hacer­
una unidad analítica, sino una unidad sintética: lo. Este pensamiento no es todavía la conciencia de la sínte­
sis de las representaciones, pero sí presupone la posibilidad
[...] La completa identidad de apercepción de la diversidad de tal síntesis. Es decir, sólo llamo mías a todas las represen­
dada en la intuición contiene una síntesis de las representa­ taciones en la medida en que pueda abarcar en una conciencia
ciones y sólo es posible gracias a la conciencia de esa misma la representación de las mismas. De lo contrario, tendría un
síntesis. En efecto, la conciencia empírica que acompaña yo tan abigarrado y diferente como representaciones -d e las
representaciones diversas es, en sí misma, dispersa y carece que fuese consciente—poseyera. Como dada a priori, la uni­
de relación con la identidad del sujeto. Por consiguiente, tal dad sintética de lo diverso de las intuiciones constituye, pues,
relación no se produce por el simple hecho de que cada repre­ el fundamento de la identidad de la misma apercepción que
sentación mía vaya acompañada de conciencia, sino que hace precede a priori a todo mi pensamiento determinado. Pero
falta para ello que yo una una representación a otra y que sea la combinación no se halla en los objetos ni puede ser toma­
consciente de la síntesis de las mismas. Si existe, pues, ía posi­ da de ellos mediante percepciones, pongamos por caso, y asu­
bilidad de que yo me represente la identidad de conciencia en mida así por el entendimiento. Al contrario, esa combina­
esas representaciones, ello se debe tan sólo a que puedo com­ ción es obra exclusiva del entendimiento, que no es, a su vez,
binar en una conciencia la diversidad contenida en unas repre­ más que la facultad de combinar a priori y de reducir la diver­
sentaciones dadas; es decir, sólo es posible la unidad analíti­ sidad de las representaciones dadas a la unidad de la aper­
ca de apercepción si presuponemos cierta unidad sintética cepción. Este principio, el de la apercepción, es el más ele­
(1978: 154-155; B 133). vado del conocimiento humano (1978: 155; B 133-134).

Este punto es crucial en la Deducción kantiana: la relación de


todos los posibles objetos a la unidad de la apercepción no es úni­ 6.6. El Yo pienso como fundamento de la objetividad
camente la referencia de todo objeto al yo que acompaña a su de las representaciones
representación. Tal unidad es sólo una unidad analítica. Yo pue­
do analizar la consciencia cognitiva de todo objeto, dándome El Yo pienso es el fundamento de la objetividad, en la medida
cuenta de que el Yopienso siempre acontece. La unidad analítica en que él mismo es el principio último de todo objeto, sin ser él
de la apercepción es, por así decirlo, una unidad tautológica: Yo mismo un objeto. La identidad del Yo pienso es la garantía de la
soy yo mismo. Pues bien, ésta no es la unidad relevante; esta suer­ identidad de todo objeto como tal. Ahora bien, para que el Yo
te de unidad estaba ya presente en cualquier concepción empi- pienso pueda mantener su irrenunciable identidad, tiene que dis­
rista o racionalista del conocimiento. Como acabamos de leer, esa tinguirse de todas sus representaciones, justo en cuanto que las

96 97
E l enigma de la representación Metafísica de la deducción trascendental

sintetiza intelectualmente según esas funciones objetivantes que la conciencia. Ahora bien, en la medida en que la diversidad
son las categorías. Y las categorías mismas resultan justificadas de una intuición dada viene determinada en relación con las
porque sin ellas el sujeto intelectual, el yo trascendental, perdería categorías, éstas no son otra cosa que esas mismas funciones.
su identidad específica: no tendría conciencia intelectual -aper­ Lo diverso de una intuición dada también se halla, pues, nece­
cepción—de sí mismo como sujeto cognoscente. Y los propios sariamente sujeto a las categorías (1978: 161; B 143).
objetos no podrían constituirse como tales, ya que no quedaría
salvaguardada su ob-jetividad, su estar frente al sujeto que los Con esto, Kant cree haber llegado al puerto seguro de la vigi­
conoce: su ser real. lia racional: el yo que piensa objetos constituyéndolos supondría
Así pues, la necesidad y legitimidad de las categorías se esta­ el definitivo conjuro del sueño de la razón y de los fantasmas que
blece en cuanto que el Yo pienso combina las representaciones de lo pueblan. Aquí tenemos, por tanto, la solución a nuestro pro­
acuerdo con las categorías. Sin las categorías, la relación entre blema inicial: ¿cómo podemos pensar apriori lo que nos es dado
objetos y su sujeto último —el Yo pienso- sería imposible. Según aposterioríf Los conceptos a priori poseen una validez objetiva
leíamos hace un momento, Kant está convencido de que, si no porque ellos son precisamente las funciones de construcción de
fuera así, tendríamos un yo tan diversificado y disperso como toda posible objetividad. La subjetividad viene a coincidir con la
representaciones conscientes poseemos. (Disolución del yo tras­ objetividad porque la subjetividad trascendental constituye a la
cendental y de todo posible yo metafísico que vendría a ser, dos objetividad como tal.
siglos después, la dudosa aventura de algunas filosofías posmo­
dernas, en las cuales tampoco hay lugar para auténticas repre­
sentaciones cognoscitivas.) 6.7. Limitaciones de la Deducción trascendental kantiana
Sin las categorías, el Yo pienso perdería su interna unidad. Y
sin la unidad de la apercepción -insistam os- toda objetividad Kant no ha demostrado —no era tal su propósito- que las cate­
sería imposible. Las categorías garantizan, al mismo tiempo, la gorías tienen que ser precisamente esas doce que poseemos, corres­
subjetividad del sujeto y la objetividad del objeto. El resumen de pondientes a los doce patrones de la función judicativa. Tal situa­
esta peculiar argumentación trascendental queda expuesto por ción —así como la existencia fáctica de dos formas a priori de la
Kant en el parágrafo 20, titulado así: Todas las intuiciones sensi­ intuición: espacio y tiem po- constituyen una especie de hecho
bles se hallan bajo las categorías como únicas condiciones bajo las trascendental (semejante al Faktum de la razón práctica, aunque
cuales puede coincidir la diversidad de esas intuiciones en una con­ sin su carácter absoluto) que no puede ser justificado por la razón
ciencia. Y el texto que viene debajo de este lema reza así: humana. Mientras que el hecho racional de los imperativos mora­
les es válido para todo ser racional (demonios incluidos) en cual­
Lo diverso dado en una intuición sensible se halla nece­
sariamente sujeto a la originaria unidad sintética de la aper­
quier mundo posible o situación contrafáctica, el hecho racional
cepción, ya que sólo tal unidad hace posible la de la intui­ de tener precisamente estas categorías y no otras en modo algu­
ción. Pero el acto del entendimiento (Handlung des Verstandes) no es absoluto o incondicionado.
que unifica la diversidad de las representaciones dadas (sean Las cosas son así, pero nada impediría que fueran de otra mane­
intuiciones o conceptos) bajo la apercepción es la función ra, si el mundo estuviera constituido de otra forma o si nosotros
lógica de los juicios. En la medida en que viene dada en una mismos sintiéramos y pensáramos de otro modo. Ahora bien,
única intuición empírica, toda diversidad se halla, pues, deter­ para la legitimación de nuestro conocimiento intelectual es sufi­
minada con respecto a una de las funciones lógicas del jui­ ciente haber demostrado que las categorías son varias —más de
cio, función a través de la cual dicha diversidad es llevada a una—y que son las condiciones necesarias para la objetividad de

98
99
E l enigma de la representación Metafísica de la deducción trascendental

ios objetos espaciales y temporales, que son los únicos que de fac- traba de sentirse satisfecho con la solución aportada en la Críti­
to conocemos. ca ¿le ¿a razón pura. Pero quizá ni él mismo fuera consciente de
Porque, efectivamente, la Deducción trascendental no sólo las causas profundas de tales dificultades. Como ya se ha apun­
aporta una justificación sino también una limitación del mundo tado anteriormente, la causa principal de esta insatisfacción es el
objetivo. En consecuencia, Kant concluye en el parágrafo 22 que ambiguo carácter del Yo pienso, que aparece entendido simultá­
las categorías sólo tienen aplicación a representaciones sensibles neamente como acción y representación. Y, a su vez, tal acción
o, lo que es equivalente, a objetos de experiencia: no es entendida como acción inmanente sino como una suerte
peculiar de acción transeúnte.
Si no pudiésemos asignar al concepto la intuición corres­ La conciencia que Kant tenía de las consecuencias de tal ambi­
pondiente, tendríamos un pensamiento atendiendo a su for­
güedad se puede encontrar en un impresionante texto pertene­
ma, pero carente de todo objeto, sin que fuera posible cono­
cer cosa alguna a través de él. En efecto, en la medida en que i
ciente a la Dialéctica trascendental
conociera, no habría ni podría haber nada a lo que pudiera
aplicarse mi pensamiento. Toda intuición posible para noso­ [...] La representación “yo” [...] es simple y, por sí misma,
tros es sensible. Consiguientemente, el pensar, mediante unf completamente vacía de contenido. No podemos siquiera
concepto puro del entendimiento, un objeto en general sóIo j decir que esta representación sea un concepto, sino la mera
podemos convertirlo en conocimiento en la medida en que conciencia que acompaña a cualquier concepto. Por medio
refiramos este concepto a objetos de los sentidos. La intui­ de este yo, o él, o ello (la cosa), que piensa no se representa
ción sensible es, o bien intuición pura (espacio y tiempo), o más que un sujeto trascendental de los pensamientos = x, que
intuición empírica de lo inmediatamente representado, a tra­ sólo es conocido a través de los pensamientos que constitu­
vés de la sensación, como real en el espacio y en el tiempo yen sus predicados y del que nunca podemos tener el míni­
[...]. Ahora bien, las cosas en el espacio y en el tiempo sólo se mo concepto por separado. Por eso nos movemos en un cír­
dan en la medida en que son percepciones (representaciones culo perpetuo en torno a él, ya que, si queremos enjuiciarlo,
acompañadas de una sensación) y, por tanto, sólo mediante nos vemos obligados a servirnos ya de su representación. Esta
una representación empírica. En consecuencia, los concep­ dificultad es inseparable del mismo, ya que la conciencia no
tos puros del entendim iento, incluso cuando se aplican a es en sí una representación destinada a distinguir un objeto
intuiciones apriori [...], sólo suministran conocimiento en específico, sino que es una forma de la representación en
la medida en que estas intuiciones —y, consiguientemente, general, en la medida en que se la deba llamar conocimien­
también, a través de ellas, los conceptos puros del entendi­ to. En efecto, si puedo decir que pienso algo, es sólo a través
miento—pueden aplicarse a intuiciones empíricas. Por tan­ de ella (1978: 330-331; A 345-346, B 404).
to, tampoco las categorías nos proporcionan conocimiento
de las cosas a través de la intuición pura sino gracias a su posi­ Difícilmente se podrá salvar a la Deducción trascendental de
ble aplicación a la intuición, es decir, sólo sirven ante la posi­ la acusación de circularidad. Tal circularidad procede de la pro­
bilidad de un conocimiento empírico. Este conocimiento reci­ pia concepción del Yopienso, que es el fundamento de toda posi­
be el nombre de experiencia. Las categorías no tienen, pues,
ble síntesis y, al mismo tiempo, no es sino la síntesis que produ­
aplicación, en relación con el conocimiento de las cosas, sino
ce. Con otras palabras, aporta su identidad a los objetos y los
en la medida en que éstas sean asumidas como objetos de
una posible experiencia (1978: 163; B 146-147).
objetos aportan su identidad al Yopienso. En el Yopienso tenemos
una acción que es a la vez trascendental, finita y transeúnte. Bajo
Kant era consciente de las tensiones internas a las que la pro­ tales presupuestos, la circularidad no se puede esquivar. No es la
pia Deducción trascendental se hallaba sometida. Lejos se encon­ clásica circularidad vital de la praxis cognoscitiva —en sentido cla­

ro r
E l enigma de la representación

síco- que permanece en el cognoscente como su perfección o lelos


Es la circularidad aporética de una acción que, siendo finita, no
está vinculada a naturaleza alguna, ni a la naturaleza del objeto
ni a la naturaleza del sujeto.
Según Kant, la libertad es el fundamento tanto del ser como
del conocimiento. Pero Kant piensa que libertad y naturaleza son
Deducción trascendental
incompatibles. En consecuencia, ni el cognoscente ni la cosa tie­
nen naturaleza. Ambos extremos son una mera x De hecho, Kant
y principio
frecuentemente escribe: cosa en sí = x Y, como acabamos de com­
probar, también escribe: Yo pienso = x Para mí mismo, yo mis­ de no contradicción
mo soy tinieblas. Yo soy sólo yo mismo en cuanto actúo respec­
to a otra cosa; pero la interna estructura de esta otra cosa tampoco
puede ser conocida. Así pues, el conocimiento es un representar 7.1. Deducción kantiana y deducción aristotélica
exento y casi sustantivo; es pura espontaneidad, acción pura,
acción trascendental, limitada por dos incógnitas. La confrontación del modelo kantiano de la Deducción tras­
cendental con el aristotélico de la justificación de los primeros
principios fue acometida por Joseph Maréchal en el cuaderno V
de su influyente obra El punto de partida de la metafísica, cuya
primera edición data de 1926. Mérito indudable de este autor es
el haber detectado la inesperada similitud del intento kantiano
con el aristotélico-tomista. Pero lo que, a su vez, provoca el fra­
caso del proyecto marechaliano es su indiscutida aceptación de
la superioridad conceptual del planteamiento crítico-trascendental
sobre el estrictamente metafísico, en el que —sin embargo—pre­
tende encontrar las bases para una dinamización teleológica de
las facultades que acabe por lograr satisfactoriamente las mismas
metas que Kant, por inconsecuencia con sus propios plantea­
mientos, no llegó a alcanzar.
En una de sus versiones más radicales, el problema abordado
por Aristóteles en el libro IV de la Metafísica aparece, justamen­
te, como la cuestión del discernimiento entre el sueño y la vigi­
lia. Es la pregunta acerca de “si son verdaderas las cosas que pare­
cen verdaderas a los que duermen o las que se lo parecen a los
que están despiertos” (Aristóteles, 1990: 198-199; IV, 5, 1010 b
8-9).
La dilucidación aristotélica de tal aporta puede simplificarse
en exceso si la damos por solventada con el argumento ad homi-
nem que figura inmediatamente después del texto citado:

102
E l enigma de la representación Deducción trascendental y principio de no contradicción

Es claro que nuestros adversarlos no creen en tales dificul­ sensibles comunes, los aspectos de índole cuantitativa que afec­
tades. Nadie, en efecto, si sueña de noche que estaba en Ate­ taban a todos o a varios de los sensibles propios (dimensiones,
nas, estando en Libia, camina, ya despierto hacía el Odeón distancia, movimiento). En cambio, el representacionismo moder­
(1990:199; 1010 b 9-11). no distingue entre cualidades primarias —de índole cuantitativa
y, por tanto, semejantes a los clásicos sensibles comunes- y cua­
El interpretar éste y otros argumentos semejantes como ele­ lidades secundarias, que vendrían a equipararse en cierto modo
mentos de un discurso meramente pragmático es lo que está lle­ a los que antes se llamaban sensibles propios.
vando a algunos autores -Apel, por ejemplo- a presentar la Meta­ Teniendo esto en cuenta, debe destacarse, de entrada, que en
física aristotélica como una suerte de pragmática trascendental Aristóteles se encuentra una valoración gnoseológicamente posi­
veinticuatro siglos anticipada. Cuando, en rigor, nada es más con­ tiva y ontológicamente estable de las objetividades correspon­
trario a las convicciones aristotélicas de fondo que la afirmación dientes a cada uno de los sentidos externos, es decir, de los sen­
de la primacía de la razón práctica sobre la razón teórica. Inter­ sibles propios; valoración que sería inútil buscar en el relativista
pretar esta obra de Aristóteles de manera logicista o pragmatista pasivismo kantiano, y aun en toda la crítica moderna a la objeti­
-como hacen algunos autores recientes- lleva precisamente al des­ vidad de las cualidades secundarias. Se registra en este punto una
conocimiento de lo más peculiar y profundo que en ella se encuen­ reveladora paradoja: mientras que para el realismo aristotélico el
tra, es decir, sus elementos estrictamente metafíisicos (cfr. Dancy, conocimiento de los sensibles propios es de suyo infalible, para
R. M., 1975). el representacionismo racionalista y empirista las cualidades secun­
En realidad, la argumentación aristotélica se remite a la natu­ darias son meramente subjetivas y no cabe de ellas un conoci­
raleza de nuestra mente para solventar esos problemas que moder­ miento cierto. Y, a su vez, los clásicos consideran que los errores
namente reciben el calificativo de “críticos”. Como leemos en el de los sentidos acontecen sobre todo a cuenta de los sensibles
comentario tomista, lo que sucede con los que duermen es que comunes de tipo cuantitativo, mientras que los modernos esti­
sus sentidos están atados (ligati), y así su juicio acerca de las cosas man que el conocimiento de las cualidades primarias -especial­
sensibles no puede ser libre (Tomás de Aquino, 1977: 193; IV, mente a través de las matemáticas—es el más cierto de todos. Se
lect. XIV, n. 698). Mas una vez que los sentidos se liberan por el puede ya registrar una conexión señalada por Taylor: el mecani­
paso al estado de vigilia, la mente no duda (1977: 193; n. 699). cismo cosmológico cuadra perfectamente con el representacio­
Por eso no se puede pensar que sea igualmente verdadero el jui­ nismo gnoseológico (cfr. Taylor, Ch., 1996). Y, a la inversa, una
cio de los dormidos que el juicio de los despiertos (1977: 196; visión teleológica de la realidad física no se compadece con el
IV, lect. XV, n. 709). representacionismo, a pesar de que más de un escolástico haya
pretendido casar ambas doctrinas.
Volviendo al hilo de nuestra exposición, se puede registrar que,
7.2. Sensibles propios y sensibles comunes efectivamente, ya en el primer nivel del conocimiento reconoce
Aristóteles una absoluta estabilidad objetiva a las cualidades sen­
A pesar de las indudables semejanzas entre ambas “deduccio­ sibles en sí mismas consideradas.
nes” —la kantiana y la aristotélica—los elementos gnoseológicos y
ontológicos desde los que parte cada una de ellas reciben, res­ Por ejemplo, el mismo vino puede parecer, o por haber
pectivamente, una evaluación muy diversa. Recordemos que en cambiado él o por haber cambiado el cuerpo de quien lo
el pensamiento clásico se distinguía entre sensibles propios, los bebe, unas veces dulce y otras no dulce. Pero al menos lo dul­
ce, tal como es cuando existe, no cambia nunca, sino que
objetos inmediatos y característicos de cada facultad sensitiva, y

10 4
E l enigma de la representación Deducción trascendental y principio de no contradicción

siempre se manifiesta su verdad, y necesariamente es tal lo y.3. Eí principio del significado


que haya de ser dulce (1990: 200; IV, 5, 1010b 21-26).
El carácter intencional del conocimiento se revela primaria­
(De donde —dicho sea de paso- se infiere que, según Aristóte­ mente en el lenguaje, en la evidencia irreductible de que nuestras
les, propiamente los accidentes no cambian: lo que cambia es la palabras significan algo. Tal es, según Aristóteles, el punto de par­
sustancia.) Pero el reconocimiento de esa indubitabihdad del cono­ tida de todo argumento contra los que niegan el principio de no
cimiento de las cualidades fenoménicas, tomadas en sí mismas, no contradicción. No es preciso que el adversario reconozca que algu­
produce en Aristóteles el cortocircuito característico del inma- na cosa es o no es, sino que alguna palabra significa algo para él
nentismo fenomenista. Precisamente porque —de suyo—la inma­ mismo o para otro. Y esto necesariamente habrá de reconocerlo,
nencia cognoscitiva no se contrapone a la trascendencia de la rea­ si realmente quiere decir algo o pensar algo. Porque en el caso de
lidad conocida, sino que la exige. La “altura de ser”, la “riqueza que no lo reconociera, no podría razonar ni con otro ni consigo
ontológica” de los datos sensibles excluye la hipótesis de que exis­ mismo. Es decir, no sólo se encontraría ante la imposibilidad prag­
tan sólo las representaciones sensibles: implica, por el contrario, mática de dialogar, sino que se hallaría ante la imposibilidad
la existencia del sujeto cognoscente y de la sustancia conocida. semántica de saber algo y decirlo. Si, en cambio, el adversario
La argumentación aristotélica tiene la estricta índole de una concede que la palabra posee un significado, ya tendremos un
“deducción trascendental”: punto de partida para la demostración, pues ya habrá algo deter­
minado o definido (Aristóteles, 1990: 170-171; IV, 4, 1006a 18-
[...] Si sólo existe lo sensible, no existiría nada si no existie­ 25).
ran los seres animados, pues no habría sensación. Que, en Siglos más tarde, Wittgenstein basará la peculiar “deducción
efecto, no existirían lo sensible y las sensaciones sin duda es trascendental” del Tractatus en lo que llama “la exigencia de deter­
verdad (pues la sensación es una afección del que siente); pero minación del sentido”. Porque un sentido no definido no es sen­
que no existieran las sustancias o sujetos que producen la sen­ tido alguno: el lenguaje es de suyo significativo y con la naturale­
sación, es imposible. La sensación no es, ciertamente, sensa­
za misma de la significación no se compadece -según Wittgenstein—
ción de sí misma, sino que hay también, además de la sen­
ambigüedad alguna. De ahí que, en el proceso del análisis lógico
sación, otra cosa que necesariamente es anterior a la sensación,
pues lo que mueve es por naturaleza anterior a lo movido lingüístico, sea necesario llegar a un referente totalmente simple y
(1990: 200-201; IV, 5, 1010b 30-1010a 1). preciso. La admisión de que tiene que haber objetos responde al
postulado de lo simple (Wittgenstein, L., 1991: 19; 2.02), lo fijo,
Y no es objeción que la sustancia sensible y el sentido se digan lo existente (1991: 21; 2.027, 2.0271).
correlativos, precisamente porque tal correlación no es simétrica. Por su parte, Aristóteles advierte que la exigencia de una sig­
Como argumenta Tomás en su comentario, el sensible en poten­ nificación determinada para el logos es la condición de posibili­
cia -es decir, la sustancia—no se dice relativamente al sentido dad de todo saber. “Pues el no significar una cosa es no significar
como si él mismo se refiriera al sentido, sino porque el sentido se ninguna” (Aristóteles, 1990: 172; IV, 4, 1006b 7). Y ésta no es
refiere al sensible en potencia: a la sustancia misma (Tomás de solamente una exigencia pragmática, un requisito para todo diá­
Aquino, 1977: 194; IV, lect. XIV, n. 707). Santo Tomás expresa logo, sino que dimana de la naturaleza misma de la mente: “No
taxativamente tal condición intencional del conocimiento sensi­ es posible, en efecto, que piense nada el que no piensa alguna
ble, que está en la base de la “deducción trascendental” aristoté­ cosa” (1990: 172; 1006b 10). Tomás de Aquino añade intere­
lica: “El sentido no lo es de sí mismo, sino de otro [...]. Pues la santes precisiones: “Los nombres significan conceptos. Por tan­
vista no se ve a sí misma, sino al color” (1977: 194; n. 706). to, si nada se inteüge, nada se significa. Pero, si no se intelige algo

10 6
E l enigma de la representación Deducción trascendental y principio de no contradicción

uno, nada se intelige. Porque es preciso que el que intelige algo Nada impide, en efecto, que un mismo sujeto sea hom­
bre y blanco y muchísimas otras cosas; sin embargo, al pre­
lo distinga de otras cosas” (Tomás de Aquino, 1977: 172; lect.
guntarle si es no verdadero que esto es un hombre, debe dar
VII, n. 619).
una respuesta que signifique una sola cosa, y no debe añadir
que también es blanco y grande. Pues es imposible enumerar
todos los accidentes que son infinitos; por consiguiente, enu­
7.4. Argumento semántico y relativismo cultural mérense todos o ninguno (1990: 176; IV, 4, 1007a 10-15)-

Observamos cómo el decisivo argumento semántico posee en La exigencia de enumerar todas las circunstancias o coinci­
sí mismo un alcance ontológico. El hecho de que Kant prescin­ dencias -que Aristóteles rechaza de plano—vendría a ser la pre­
da del aspecto lingüístico de la Deducción trascendental no deja tensión totalizante de una especie de holismo que, según Inciarte,
de tener consecuencias en la quiebra de su dimensión ontológi- es el error básico del cual deriva lo que hoy llamaríamos “herme­
ca. Porque lo que el nombre significa —en el caso de los nombres néutica total”: un representacionismo culturalista que desembo­
sustantivos- es la esencia de la cosa significada, es decir, aquella ca en un completo naturalismo. La “hermenéutica total” resulta
diferencia o determinación fundamental que hace que la cosa sea ser - a su vez- una nueva versión de la sofística griega tardía, con­
precisamente lo que es y no lo que no es (Garay, J., 1987). Y así, tra la cual discute precisamente el libro cuarto de la Metafísica.
el nombre homo significa -como dice santo Tomás—lo que es ser Como señala también Inciarte, el error sofístico que está en la base
hombre: aquello que precisamente el hombre es. Mas, como hay del holismo hermenéutico fue ya denunciado por Platón en su
diversos nombres, serán necesariamente diversas las cosas signi­ diálogo El sofista:
ficadas, sin que quepa admitir racionalmente la posibilidad de
que todas sean, al cabo, una y la misma (Tomás de Aquino, 1977: Es el error de confundir, en cualquier discurso, aquello
172; lect. VII, n. 619). (Recordemos que uno de los requisitos de lo que se habla con lo que se dice sobre eso [...], Si ante
imprescindibles de la Deducción trascendental kantiana es que la frase “Teeteto vuela”, no distingo entre aquello de que
haya más de una categoría.) hablo (Teeteto) y lo que de él digo -o sea mis juicios u opi­
Ahora bien, se podría objetar que lo significado se halla siem­ niones sobre él—; es decir, si no distingo entre sujeto y pre­
dicado o entre referencia y sentido, entonces no hablo de
pre en un contexto y que se menciona cada vez en circunstancias
Teeteto, sino de Teeteto-volador, y en este caso no hay nada
físicas o históricas diversas, con accidentes variables, que nos pue­
que sea falso de él, porque el sujeto sobre el que hablamos
den hacer vacilar a la hora de responder categóricamente que algo no sería realmente Teeteto, sino algo constituido por mis afir­
es o no es de una índole determinada. Por ejemplo, un hombre maciones sobre Teeteto, y entonces no habría posibilidad de
siempre tiene un color, una ideología, un status social, unas rela­ error. Decir de Teeteto-volador que vuela, es evidentemente
ciones económicas, etc. Y podría parecer que es una simplifica­ verdadero (Inciarte, E, 1986: 97; cfr. 94-96).
ción ilegítima -y, en definitiva, una falsedad- decir escuetamente
que es hombre. Por estos derroteros discurre, de hecho, esa forma
actual de representacionismo que es el relativismo cultural. 7.5. Los sentidos del ser
La réplica de Aristóteles a una objeción de este tipo -que en
aquel tiempo estaría planteada por un sofista—es casi brutal. Pero Desde esta perspectiva, no sólo la discusión aristotélica adquie­
toca el núcleo de la cuestión. A una pregunta directa y sencilla re una inesperada relevancia actual, sino que aparece con mayor
—arguye Aristóteles- es preciso responder sencillamente, es decir, nitidez aún la índole deductivo-trascendental (con orientación
absolutamente. En caso contrario, no se responde a la pregunta. realista) de la argumentación metafísica en favor de los primeros

10 8 109
E l enigma de la representación Deducción trascendental y principio de no contradicción

principios y, en particular, del principio de no contradicción. Por­ la remite -como idéntica con ella- a la forma que posee ser real.
que lo que los argumentos aristotélicos pretenden ante todo es No hay, pues, lugar para una representación mediadora o vicarial.
“salvar los fenómenos”, en el sentido de que la realidad no se con­ Pero más relevante aún es la distinción entre el ser real y el ser
funda con las representaciones. Para lograrlo, se trata de evitar la veritativo, ése que sólo acontece en los juicios, y que figura explí­
confusión entre el cognoscente y lo conocido; confusión que citamente en la enumeración aristotélica de los sentidos del ser.
implica —a su vez—la disolución de los contornos reales que dis­ Porque entreverar el ser veritativo con el real arroja el paradójico
tinguen entre sí a las cosas conocidas. resultado de negar la existencia de la verdad. Todo lo aparente
Para conjurar tal embrollo, que supone la muerte en flor de todo sería verdadero. Lo cual, a fuer de no dejar lugar para el error,
discurso filosófico y científico, la estrategia aristotélica se desplie­ tampoco lo dejaría para la verdad.
ga —implícita o explícitamente—al hilo de sus distinciones de los Además de la argumentación por reducción directa al absurdo
sentidos del ser. Las cuatro rúbricas de su clasificación más com­ (1990: 213; IV 8, 1012b 13-18), Aristóteles desarrolla en este pun­
pleta son relevantes para esta batalla en la que se juega la suerte de to otra variante de su “deducción trascendental”. No puede ser ver­
la metafísica y, al cabo, de todo humano saber (cfr. Llano, A , 1984). dadero todo lo aparente, porque ello implica que todo es relativo ai
conocimiento de alguien. Pero, si tal es el caso, habrá algo absolu­
to; porque “lo aparente es aparente para alguien”, que no puede ser
7.6. Ser real y ser veritativo -a su vez- relativo. Luego no todo es relativo: tienen que existir cosas
que son en síy por sí (1990: 202-203; IV, 6, 1011a 13-21). El ejer­
Decisiva es, obviamente, la distinción entre ser real, por una cicio mismo del pensar exige el reconocimiento de la esencia sus­
parte, y ser intencional y veritativo, por otra. La previa diferen­ tancial, como distinta de lo que le sobreviene o acontece.
ciación entre ser real y ser intencional constituye la primera línea
de defensa contra el representadonismo y el pragmatismo inme-
diatista. Porque la representación no es una especie de doblete o 7,7, Sustancia y accidentes
copia mental que se asemejara a la forma real. Si así fuera, caería­
mos inmediatamente en un proceso al infinito, ya que la repre­ Entra en juego, así, una segunda rúbrica de la clasificación aris­
sentación —pensada con la “lógica del doble”—necesitaría, a su vez, totélica de los sentidos del ser: aquella que discrimina entre sus­
un cognoscente dentro del cognoscente, para poder ser captada. tancia y accidentes. Tal distinción ha corrido la suerte de ser tan
Con lo cual se incurre (por lo menos) en la llamada falacia del mal entendida por sus defensores como por sus adversarios, que
homúnculo, que más tarde se estudiará con detalle. No es que haya vienen a coincidir en cosíficar los términos que en ella intervienen.
dos formas: una real, en la naturaleza de las cosas, y otra ideal, en Los verdaderos intereses metafíisicos de Aristóteles se manifies­
la mente, que fuera algo así como una copia en formato reduci­ tan de manera tan profunda como directa en este breve texto:
do, una especie de “cosita mental” que se pareciera mucho o poco
a la realidad que representa. [...]En esto consiste la distinción entre la sustancia y el acci­
dente; lo blanco, en efecto, es accidental para el hombre, por­
Por tal camino, insistamos, nunca se podría dar el “salto” des­
que éste es blanco pero no es precisamente lo blanco (1990:
de la representación a la realidad. Y es que, en rigor, las dos formas
177-178; IV, 4, 1007a 31-33).
-la mental y la física- son idénticas; o mejor: hay una única for­
ma, que existe en la naturaleza de las cosas con ser real' y en la men­ Para el hombre, ser blanco no significa ser lo que precisamente el
te con ser intencional Con la particularidad de que el ser intencio­ blanco es, a saber, un color (el hombre es blanco, pero no es el color
nal no hace que la forma subsista y persista en sí misma, sino que blanco: no es, en absoluto, un color; es una sustancia coloreada).

110 n i
E l enigma de la representación Deducción trascendental y principio de no contradicción

7.8. Ser en sí y ser coincidental tánea y constructiva del propio pensamiento: a la postre, ella mis­
ma es una representación intelectual.
Tales consideraciones nos llevan a un tercer capítulo en la cla­ Con su innegable penetración metafísica, Kant se percató de
sificado n aristotélica de sentidos del ser: la que distingue entre que tanto el esencialismo racionalista como el contingentismo
ens per se y ens per accidens o ser coincidental (cfr. Quevedo, A., empirlsta llevaban consigo la destrucción del saber humano. Por
1989). En el presente contexto, lo básico estriba en advertir que eso desplegó el enorme esfuerzo de reconstruir la argumentación
el curso de la “deducción trascendental” aristotélica -co n espe­ que establece el estatuto del pensar en su articulación con la rea­
cial claridad en su versión tom ista- impide tanto que toda pre- ¡ lidad pensada. Mas la Deducción trascendental —resultado de tal
dicación sea accidental como que todo se predique esencialmen- f empeño—ignora o malentiende las indispensables discriminacio­
te (Tomás de Aquino, 1977: 173-174; lect. VII, nn. 629-635). nes de los sentidos del ser. Y da así lugar, históricamente, a una
Los dos errores implacablemente excluidos conducen -desde í; suerte de “efecto perverso” o equívoco. Lejos de superar por ele­
vertientes opuestas- a la misma confusión primordial, en la que ; vación el relativismo gnoseológico de racionalistas y empiristas,
lo necesario se funde con lo contingente, para resultar todo aza­ lo radicaliza al establecer su fundamento.
roso y necesario a la vez. Porque, a última hora, tanto da afirmar La Crítica kantiana constituye el presupuesto histórico-filo­
que todo es contingente como que todo es necesario. Ya que en sófico de la “hermenéutica total” contemporánea, en la que la
ambos casos se acaba por confundir -como hacen tanto el repre- disolución de la esencia sustancial, de la naturaleza teleológica, es
sentacionismo como el anti-representacionismo- nuestro modo completa, hasta el punto de que la propia Deducción trascen­
de pensar las cosas con las cosas mismas. El puro esencialismo, dental permanece ignorada. Del olvido del ser se pasa a la des­
traspuesto a la realidad, lo reduce todo a la facticidad de su pre­ trucción del sujeto, que era la sede de tal olvido, para abocarse a
sencia eidética. Mientras que el accidentalismo puro toma por la disolución del propio pensar, que ya sólo acierta a jugar leve­
reales nuestras fácticas estrategias de pensamiento, que estable­ mente con su propia debilidad. Desde luego, el relativismo cul­
cen unidades reales donde realmente no las hay. Se trata, en ambos tural auto-proclamado, supuestamente ejemplificado y literaria­
casos, de flagrantes naturalismos. mente revestido, viene a ser un incoherente y mínimo resto de lo
Para salir de la “confusión primordial”, es preciso volver al ini­ que algunos siguen considerando como filosofía.
cial principio del significado y entenderlo en su versión más radi­ Desde la perspectiva de lo históricamente perdido, resulta qui­
cal, es decir, metafísica. Reza ahora así: “Es necesario que algo sig­ zá menos escandalosa la actual renovación del esencialismo aris­
nifique la sustancia” (1977: 174; lect. VII, n. 634), entendida totélico. No sólo porque a él hayan conducido algunas de las más
como la estructura inteligible absoluta de cada realidad. Sin este avanzadas investigaciones de lógica modal (cfr. Nublóla, ]., 1984),
reconocimiento de que lo real —además de sus determinaciones sino porque ya es perceptible la vacuidad y el carácter ideológico
coyunturales- posee de suyo un sentido ontológico determinado de la contraposición entre una estática metafísica sustandalista y
y estable, es imposible pensar. una filosofía fundonalista que estaría en consonancia con la diná­
La Deducción lógico-trascendental kantiana es como una mica imagen del mundo propia de la modernidad.
“simetrización” de la deducción metafísica clásica, según ha adver­
tido -con un alcance más am plio- Leonardo Polo. La espléndi­
da teoría kantiana de la sustancia —que es la réplica del concepto 7.9. Acto y potencia: contra el inmovilismo
aristotélico de “lo determinado y separado”- no puede ofrecer
una referencia real a la actividad del pensamiento, porque la sus­ Es más: la abolición de la esencia sustancial conduce ineluc­
tancia misma no es sino el parangón objetivo de la actividad espon­ tablemente al inmovilismo. Lo cual también queda establecido
E l enigma de la representación

en la “deducción trascendental” aristotélica, cuando se recurre en


ella a la más profunda de las diferencias dentro de las diversas
rúbricas de clasificiacíón de los sentidos del ser. Porque sólo la
8
distinción entre el ser en acto y el ser en potencia puede dar razón
del surgimiento de lo nuevo. Como argumenta Aristóteles, si no Lenguaje, inteligencia
es posible que lo que no es llegue a ser, entonces todo lo que lle­
ga a ser tendría que preexistir (1990: 190; IV, 5, 1009a 25-26. y realidad
Cfr. Llano, A., 1992).
El preformacionismo inmovilista es la cara oculta del evolu­
cionismo materialista. Los razonamientos antisofísticos conser­
van hoy toda su validez y presentan una inusitada actualidad. Por­
que, como residuo de la “hermenéutica total” tardomoderna, lo 8.1. Palabras, conceptos y cosas
que ha quedado es la confusa percepción de un mundo indife­
renciado e inerte, en el que todo está mezclado con todo -inclu­ La “deducción trascendental” aristotélica implica y funda­
so las representaciones con las realidades—y en el que nada real­ menta -d e una manera típica en los argumentos trascendentales-
mente nuevo puede acontecer. toda una concepción realista de la semántica. También en esto se
Llegados a esta situación filosófica terminal, a la que nos han diferencia de la Deducción kantiana de las categorías que, muy
conducido tanto el representacionismo como el anti-representa- significativamente, no concedía mayor importancia filosófica al
cionismo, es perentoria la emergencia de un nuevo modo de pen­ lenguaje, actitud que con sobrada razón le reprocharon autores
sar (cfr. Llano, A., 1988a). Se trata de un modo de pensar analó­ de aquel tiempo, Herder entre otros (cfr. Taylor, Ch., 1997: 115
gico, que se diversifica de acuerdo con las articulaciones y ss.). Bien aprendieron la lección algunos de los primeros filóso­
variaciones de lo real, ofrecidas a la inteligencia a través de los sen­ fos analíticos que -ya desde el Tractatus- intentaron elaborar un
tidos externos e internos. Por eso es capaz de salvar lo cualitativo tipo de kantismo que puede ser considerado como un “lingüis-
y flexibilizarse para acoger la diferencia sin perder la identidad. mo trascendental”.
Frente al “delirio báquico” de la dialéctica, es un pensar sereno. En este punto —su kantismo básico—los analíticos de orienta­
Mas, en comparación con las fijaciones positivistas (decantación ción neopositivista se distanciaban de Gottlob Frege, explícita­
de aquella misma dialéctica), muestra un continuo dinamismo mente defensor de la teoría realista de la significación que sub­
capaz de acoger y suscitar lo nuevo. Rompe con las contraposi­ yace a sus distinciones entre sentido y referencia, por una parte,
ciones representacionistas, porque no se acoge a ese modo abs­ y entre concepto y objeto, por otra. Una postura que, por cierto,
tracto de discurrir que sustituye las distinciones y los vínculos rea­ no siempre logra Frege compaginar armónicamente con su drás­
les por sus simulacros polarizados. Para avanzar desde lo oscuro a tica discriminación entre representación y concepto, así como
lo claro, rechaza ab initio esa confusión fundamental en la que lo con la general concesión de escasa relevancia a las representacio­
aparentemente contradictorio se resuelve siempre en el monóto­ nes, que enclava en el reino de lo subjetivo para evitar que dis­
no y cansino “todo es uno y lo mismo”. Sabe que -y sabe por qué- torsionen los reinos del sentido y de la realidad efectiva.
no hay mediación superadora del ser desde el no-ser. Y por eso Como acontece en no pocas articulaciones filosóficas, tam­
mismo es capaz de buscar los caminos de la pluralidad, de la con­ bién en ésta el aristotelismo nos ofrece un panorama más amplio
ciliación, de la gradualidad y de la armonía. y completo, según se puede apreciar desde el comienzo mismo
de la filosofía del lenguaje contenida en la obra de Aristóteles

**5
E l enigma de la representación Lenguaje, inteligencia y realidad

Sobre la interpretación (Peri Hermeneias). Volvamos a leer el tex­ Así como, según el refrán castellano, “la cara es el espejo del
to mil veces comentado: alma” (en el sentido de que el alma es —transitivo- la cara), el
lenguaje es el reflejo del pensamiento (de nuevo, en el sentido
Así, pues, lo que hay en el sonido son símbolos de las
deque el pensamiento es—transitivo—el lenguaje). Pero como,
afecciones que hay en alma, y la escritura es símbolo de lo­
a su vez, el pensamiento es en cierto modo todas las cosas, resul­
que hay en el sonido. Y, así como las letras no son las mis­
mas para todos, tampoco los sonidos son los mismos. Aho­ ta que el lenguaje posee una amplitud trascendental o, al menos,
ra bien, aquello de lo que esas cosas son signos primordial­ cuasi-trascendental. Es el único fenómeno natural que trasciende
mente, las afecciones del alma, son las mismas para todos, y; por completo su concreta instalación en un cuerpo, precisa­
aquello de lo que éstas son semejanzas, las cosas, también son- mente porque aquí se trata de un tipo de cuerpo tan excepcio­
las mismas (Aristóteles, 1988b: 35-36; 16a 1- 8 ). nal.
Si nos preguntáramos ahora en qué sentido el lenguaje es natu­
La amplitud del escenario aristotélico viene dada porque en: ral e intentáramos dar a este interrogante una cabal respuesta, lo
él se reconocen los cuatro elementos básicos e indivisibles que que habríamos hecho es abrir la caja de Pandora, para que fue­
configuran una actividad tan compleja como es el lenguaje: sig­ ran saliendo de ella todas las aporías de la actual teoría de la cul­
nos escritos, signos o símbolos sonoros, afecciones del alma, y tura o de la antropología cultural, multiculturalismo incluido.
cosas reales. Como ha señalado Dummett, si hay alguna activi­ Como no es ése -afortunadamente—el cometido que entre manos
dad típicamente racional, ésta es precisamente el lenguaje. Pro­ llevamos, bastará con señalar que en la enumeración de los cua­
nunciar palabras o escribir letras sin ton ni son no es el tipo de tro elementos semánticos que figuran en el citado texto de Sobre
conducta al que llamaríamos con propiedad ‘lenguaje’. Además la Interpretación, parece que las palabras orales o escritas consti­
de ser instrumento de comunicación, el lenguaje es vehículo de tuyen precisamente las piezas no naturales, ya que son por con­
pensamiento (Dumett, M., 1978); más aún, en un sentido deci­ vención (Aristóteles, 1988b: 34-35; 16a), y™según leíamos hace
sivo, el lenguaje es pensamiento. A lo que se puede añadir que se un momento—no son las mismas para todos. A diferencia de las
trata de una actividad racional específicamente humana. No en representaciones intelectuales o conceptos y de las cosas signifi­
vano el hablar es la diferencia específica en la definición del hom­ cadas, en las que todos venimos a coincidir.
bre que mejor suerte ha corrido en la historia de la filosofía, y que Habría que introducir, con todo, una salvedad que roza lo
no es otra que aquella en la que Aristóteles lo caracteriza como obvio. Si bien cada lenguaje —es decir, cada idioma—presenta una
ser vivo dotado de habla. índole convencional y, por lo tanto, cultural, el lenguaje consi­
Esta definición aristotélica -complementada por la otra, no derado como rendimiento humano universal es tan natural y
menos afortunada, del hombre como animal político—contiene común que ha merecido entrar desde hace siglos en la mismísi­
nuclearmente la antropología peripatética. El ser humano feno- ma definición de hombre. En una palabra: hablar es algo natural
menaliza en su cuerpo, que no es una especie de externa carcasa al hombre; pero hablar un idioma u otro, con este vocabulario o
habitada por un espectro. Porque ni el alma es fantasmal ni el con aquél, con unos determinados giros o modismos, es asunto
cuerpo algo así como un material envoltorio. El alma es el cuer­ que pertenece en principio a su dimensión cultural. Si hemos de
po, no en el sentido de que con él se identifique, sino en el sen­ matizar esta tesis con la expresión “en principio”, es porque todos
tido de que le hace ser o, por decirlo con expresión más técnica los idiomas tienen alguna estructura común o, si se prefiere, por­
y añeja, en el sentido de que es el acto primero de un cuerpo natu­ que hay universales lingüísticos que —entre otras cosas, y mal que
ral organizado. A la partícula es habría que otorgarle aquí la efi­ bien—permiten traducir textos o discursos de unos idiomas a
cacia significativa de un verbo transitivo (Inciarte, E, 1977). otros.

ii6 i i j
E l enigma de la representación ,
Lenguaje inteligencia y realidad

No es éste el lugar adecuado para intervenir en la intrincada 8.2.* Teorema de la identidad


polémica de si efectivamente hay o no rasgos comunes a todos
los idiomas. En una conferencia dictada hace unos años en Pam­ Como ha mostrado Jaime Araos, en una investigación dirigi­
plona, el profesor Peter Geach relató un incidente académico que da por el autor de estas líneas, no cabe interpretar estas “afeccio­
vale (retóricamente) por toda una demostración. En su cátedn nes del alma” como si fueran sin más el resultado de una acción
de la Universidad de Leeds, defendía Geach con insistencia que de la cosa conocida sobre el cognoscente (Araos, J., 1998: 124
la estructura básica de todos los idiomas es la articulación nom­ ss.). Por lo pronto, no procede interpretar a la cosa conocida como
bre-predicado, tesis a cuyo favor estaba no sólo la autoridad de acto y al cognoscente como potencia, de manera que el conoci­
Frege, sino sobre todo la gran variedad de ejemplos que el discí­ miento fuera un proceso acto-pasional. Ello implicaría, según
pulo de Wittgenstein era capaz de aducir en su defensa. Pero lle­ Aristóteles, un radical desenfoque, porque las respectivas natura­
gó un día en que cierto estudiante arguyo un hecho que valdría lezas de la facultad cognoscitiva y de la cosa real no admiten entre
para falsar la entera teoría, a saber, que el idioma esquimal no uti­ sí una oposición de contrariedad.
lizaba la estructura en cuestión. Geach se quedó perplejo y —en
un gesto muy suyo- optó por abandonar el aula sin decir pala­ Es cierto —precisa Araos—que una identidad de partida e
bra. Poco tiempo después apareció por Leeds un auténtico esqui­ irrestricta entre la facultad cognoscitiva y la cosa real impe­
mal, que venía a estudiar lógica y filosofía del lenguaje con el vie­ diría la originación del conocimiento. Por tanto, es necesa­
jo profesor. Era una ocasión única para solventar la dificultad que rio que haya entre ambas alguna oposición para que éste ten­
se le había planteado. Así es que Geach le preguntó si los esqui­ ga lugar. Pero ésta no puede ser ninguna oposición en que la
males componían sus frases con nombres y predicados. “Somos actualización de un término se alimente, por decirlo así, de
un pueblo primitivo en muchos aspectos -contestó, más bien la abolición del otro. El acto de conocimiento, en efecto, exi­
ge la presencia o actualización simultánea de la potencia de
molesto, el joven estudioso- pero nombres y predicados ya tene­
conocer que tiene la facultad cognoscitiva y de la potencia
mos”. Y es que ni siquiera rodeados todo el año de nieve y hielo
de ser conocida que tiene la cosa cognoscible. Todo conoci­
se puede hablar de otra manera distinta de la consistente en arti­ miento (en el orden humano) es conocimiento de una cosa,
cular nombres con predicados. Porque la estructura nombre-pre­ es decir, de un objeto; y todo objeto es objeto de una facul­
dicado responde al modo humano de pensar y es, en esa medida, tad cognoscitiva. La facultad cognoscitiva y la cosa cognos­
un rasgo natural de todo lenguaje. cible, en vez de excluirse, se implican recíprocamente. Ello
De esta suerte, el propio lenguaje nos remite a algo que en él quiere decir que la cosa no se opone a la facultad como un
se halla presente y que no se agota en ese ocurrir suyo en el len­ término contrario ni contradictorio, ni tampoco como el
guaje: es lo que hemos llamado “pensamiento” y lo que en el cita­ hábito (posesión) a la privación, sino como un término corre­
do texto aristotélico se denomina “afecciones del alma”. Se tra­ lativo o “relativo” ( 1 9 9 8 : 125).
ta, al menos aparentemente, de aquello que con posterioridad
de siglos se llamará repraesentatio o Vorstellung. Pero el hecho de Tales precisiones nos llevan a distinguir entre dos sentidos dife­
que aquí se les llame precisamente “afecciones” parece echar por rentes de ser afectado’ o padecer’. Como dice Tomás de Aquino
tierra las diferencias que, en su momento, se establecieron entre en su Comentario al “Libro del alma”de Aristóteles, ser afectado’
el pasivismo representacionista y la concepción esencialmente puede entenderse en un contexto de oposición de lo que afecta a
activa del conocimiento intelectual propia del realismo metafí- lo afectado; y, en tal caso, la afección implica una cierta corrup­
sico. ción en el paciente, que pierde la forma anteriormente poseída.
El padecer propiamente dicho, en efecto, supone algún modo de

118
E l enigma de la representación Lenguaje, inteligencia y realidad

detrimento en el que padece. La sustracción de la forma antes lo intencional es, justamente, la existencia (esse intentionakj que
poseída la lleva a cabo un agente contrario, que impone al pacien­ la forma real tiene en cuanto que es conocida.
te una forma que es, a su vez, contraria a la antes poseída. Pero La actividad cognoscitiva es justamente lo contrario de la alte­
—prosigue Tomás—hay otro sentido del ser afectado5o padecer’, ración que acompaña a todos los movimientos físicos o corpóreos.
menos propio semánticamente, pero gnoseológicamente más rele­ Como dice Aristóteles, “[...] el que posee el saber pasa a ejercitar­
vante. Se trata del caso de recepción de nuevas formas de una lo, lo cual o no es en absoluto una alteración [...] o constituye otro
manera que no es propiamente pasiva, sino que más bien impli­ género de alteración” (1988a: 187; II, 5, 4 17b 5-8). Tanto es así,
ca una actividad en el presunto paciente. En esta acepción, la que la acción cognoscitiva no da lugar propiamente a una altera­
actualización del afectado no acontece por vía de corrupción, sino ción: es identificación con el objeto e identificación del cognoscen-
por vía de perfeccionamiento: estamos ante una potencia activa te consigo mismo (cfr. Araos, J., 1998: 127). Ahora bien, para que
que se perfecciona con la adquisición de un nuevo acto, sin que esta identificación se produzca de hecho, preciso es que la poten­
ello incluya la pérdida de la forma propia de la facultad perfec­ cia del cognoscente reciba la cosa conocida. Y, así, el sentido reci­
cionada. Aquí la potencia no se entiende como lo contrario al be las formas sensibles:
acto: es, más bien, orden alacio. El contexto es ahora el de la seme­
janza, no el de la oposición. El acto propio actualiza a la poten­ En relación con todos los sentidos en general ha de enten­
cia propia y ello implica perfeccionamiento en la línea de la simi­ derse que sentido es la facultad capaz de recibir las formas
litud (Tomás de Aquino, 1979: 229-230; II, lee, 11, nn. 365-366). sensibles sin la materia al modo en que la cera recibe la mar­
Bien advertido que la semejanza no es de suyo semejante a aque­ ca del anillo sin el hierro ni el oro: y es que recibe la marca
de oro o de bronce pero no en tanto que es de oro o de bron­
llo que semeja, según ya se ha apuntado y se verá más adelante!
ce. A su vez y de manera similar, el sentido sufre también el
con detenimiento.
influjo de cualquier realidad individual que tenga color, sabor
En el conocimiento se cumple de manera eminente la supe­ o sonido, pero no en tanto que se trata de una realidad indi­
ración de la perspectiva de la forma en la línea de la perspectiva vidual, sino en tanto que es de tal cualidad y en cuanto a su
del acto. La forma implica diferencia. El acto tiende a la identi­ forma (Aristóteles, 1988a: 211; II, 12, 424a 17-25).
dad. La insuficiencia de todo representacionismo estriba en que
no abandona el piano de la forma para acceder al nivel del acto. Mientras que, de manera análoga, el intelecto recibe las for­
Por eso no le cabe más remedio que entender la representación mas inteligibles:
como una forma mental que está por otra real, en la medida en
que es más o menos semejante a ella. Ahora bien, lo que enten­ [...] Si el inteligir constituye una operación semejante a la
demos por conocimiento, incluso en el lenguaje cotidiano, no se sensación, consistirá en padecer cierto influjo bajo la acción
limita al logro en nuestra mente de una especie de pintura, ima­ de lo inteligible o bien en algún otro proceso similar. Por
gen o copia de una naturaleza real. Conocer es, propiamente, consiguiente, el intelecto -siendo impasible- ha de ser capaz
hacerse con aquello mismo que es conocido, poseerlo tal como de recibir la forma, es decir, ha de ser en potencia tal como
es, más allá de toda aproximación o parecido. la forma pero sin ser ella misma y será respecto de lo inteli­
No es que la forma conocida se parezca a la forma real: es que gible algo análogo a lo que es la facultad sensitiva respecto
de lo sensible (1988a: 230; III, 4, 429a 13-18).
ambas son la misma forma. Y tal identidad en la que el conoci­
miento consiste —preciso es insistir en ello- no puede venir por
La clave de la cuestión estriba en dilucidar cómo puede ser
la vía de la forma misma, sino que es preciso localizarla en el supe­
rior nivel del acto. La forma conocida no es de suyo intencional: compatible el carácter impasible de una facultad con el hecho de

120 J2I
E l enigma de la representación Lenguaje, inteligencia y realidad

que reciba formas. A diferencia del simplismo kantiano en éste tales formas no son propiamente “cosas”, sino justamente repre­
punto, Aristóteles echa mano de las posibilidades que le ofrece su sentaciones, es decir, presentaciones de la esencia de las cosas ante
método analógico, de acuerdo con el cual la relación entre el acto ia mente: “[...] Puesto que la magnitud y la esencia de la magni­
y la potencia se dice de muchas maneras. Desde luego, la mane- ! tud son cosas distintas y lo son también el agua y la esencia del
ra como se dice del alma y de su intelecto no encuentra paran- ; agua [...], será que el alma discierne la esencia de la carne y la car­
gón alguno en otra naturaleza, precisamente porque la solución ne [...]” (1988a: 231; III, 4, 429b 10-14).
aristotélica consiste en mantener que el intelecto no tiene natu­ La recepción no sería cognoscitiva si la potencia no permane­
raleza en sentido propio. Veámosío en el texto que sigue inme­ ciera impasible -cualitativamente inmutable- en el acto mismo
diatamente al que acabamos de citar: de la recepción. Recepción que, por cierto, se realiza no sólo en
la potencia cognoscitiva, sino también por ella, ya que es la facul­
Por consiguiente y puesto que intelige todas las cosas, tad la que actualiza la potencia de ser conocido que tiene lo real.
necesariamente ha de ser sin mezcla —como dice Anaxágo- Cuando se conoce, en efecto, la mente no recibe pasivamente lo
ras—para que pueda dominar o, lo que es lo mismo, cono­ real, sino que lo coge. Por eso dice Aristóteles que el intelecto es
cer, ya que lo que exhibe su propia forma obstaculiza e inter­ como la mano: selecciona y coge. Dicho de otro modo: la poten­
fiere a la ajena. Luego no tiene naturaleza alguna propia aparte cia cognoscitiva padece en tanto que actúa y actúa en tanto que
de su misma potencialidad. Así pues, el denominado inte­
padece (cfr. Araos, J., 1998: 127-128).
lecto del alma —me refiero al intelecto con que el alma razo­ De todo lo cual se deriva el llamado “teorema de la identidad”,
na y enjuicia—no es en acto ninguno de los entes antes de
que equivale a registrar una coactualidad entre el cognoscente y
inteligir. De ahí que sería igualmente ilógico que estuviera!
mezclado con el cuerpo: y es que en tal caso poseería alguna
lo conocido: el cognoscente en acto es lo conocido en acto. Y jus­
cualidad, sería frío o caliente y tendría un órgano como lo tamente en esta identidad intencional reside la esencia del cono­
tiene la facultad sensitiva; pero no lo tiene realmente. Por lo cimiento, que no es movimiento alguno sino acción perfecta:
tanto, dicen bien los que dicen que el alma es el lugar de las
formas, si exceptuamos que no lo es toda ella, sino sólo la Acción es aquella en la que se da el fin. Por ejemplo, uno
intelectiva y que no es las formas en acto, sino en potencia ve y al mismo tiempo ha visto, piensa y ha pensado, entiende
(1988a: 230-231; III, 4, 429a 18-29). y ha entendido, pero no aprende y ha aprendido ni se cura y
está curado [...]. Así, pues, de estos procesos unos pueden lla­
marse movimientos, y otros, actos. Pues todo movimiento es
Aristóteles logra superar el naturalismo gracias a su maniobra
imperfecto: así, el adelgazamiento, el aprender, el caminar, la
conceptual de privar al intelecto de toda naturaleza actual. Pero
edificación; éstos son, en efecto, movimientos, y, por tanto,
eso no le conduce a una suerte de nihilismo antropológico -como imperfectos, pues uno no camina y al mismo tiempo llega, ni
sucederá siglos más tarde con Heidegger- precisamente porque edifica y termina de edificar, ni deviene y ha llegado a ser, o se
el hecho de que el entendimiento carezca de naturaleza no tiene mueve y ha llegado al término del movimiento, sino que son
en su base un defecto, sino —por así decirlo—un “exceso”. El inte­ cosas distintas, como también mover y haber movido. En cam­
lecto no es (en acto) ninguna de las cosas naturales, justo porque bio, haber visto y ver al mismo tiempo es lo mismo, y pensar
(en potencia) las es todas. Y no es menester insistir en que, en la y haber pensado. A esto último llamo acto, y a lo anterior, movi­
potencialidad activa de la que aquí se trata, prima la operatividad miento (Aristóteles, 1990: 456-457; IX, 7, 1048b 28-35).
de la praxis perfecta sobre la capacidad de “recibir” formas inte­
lectuales. Radicada en un ser finito, la apertura del alma intelec­ Se aplica aquí, como acabamos de ver, una especie de test lin­
tiva a todas las formas es intencionalmente infinita. De suerte que güístico, según el cual las acciones que son praxis perfectas se

X22 12 3
E l enigma de la representación Lenguaje, inteligencia y realidad

expresan por medio de verbos en los que el significado del pre­ identifica consigo mismo al identificarse con la forma conocida.
sente de indicativo es el mismo que el significado del pretérito No precisa, entonces, acudir a una suerte de intermediario o suce­
perfecto. Mientras que las acciones que son poiesis y, por lo tan­ dáneo, que estaría por el objeto sin serio y que, en consecuencia,
to, movimientos, se expresan por medio de verbos en los que esta obturaría el acceso al conocimiento de la realidad, es decir, al
equiparación significativa no acontece. Rasgo que revela algo más : conocimiento sin más.
que una curiosidad gramatical. Porque trasluce que las acciones Porque, así como el lenguaje separado del pensamiento se con­
inmanentes no están sometidas intrínsecamente al paso del tiem­ vierte en un sonido carente de sentido, en un ruido monótono,
po: son actos instantáneos y, por ende, intemporales; a diferen- ) el conocimiento separado de la realidad conocida no va a ningu­
cia del movimiento -actualidad gradual y sucesiva- cuya medi­ na parte. Como ha señalado Jaime Araos, el cuarto elemento que
da es precisamente el tiempo. aparece en el inicial texto de Sobre la interpretación, se opone a
El resultado de la praxis cognoscitiva perfecta no es algo dis­ los otros tres -lenguaje escrito, lenguaje hablado y pensamiento-
tinto de sí misma, ya que ella misma es su fin. Lo cual no equi-. como el fundamento respecto a lo fundado. Las “cosas” de las que
vale a decir que en ella no hay nada, que es una noesis sin noema, \ habla Aristóteles son lo extramental y extralingüístico que cons­
porque la noesis en cuestión consiste precisamente en la posesión tituye el origen y el fin del pensamiento y del lenguaje acerca de
del noema, como actualización y fin suyos. Según indica Leonar-; ellas. No son un componente material o formal del conocimien­
do Polo, se conoce, se tiene lo conocido... y se sigue conociendo to y del lenguaje: son su principio extrínseco (Araos, J., 1998:
(Polo, L, 1987). Al carecer en sí misma de límite —justo por ser 134). Por eso son las mismas para todos los hombres, con inde­
ella misma su fin- la acción cognoscitiva no puede cesar por fac­ pendencia de su lenguaje y su cultura. Aunque también parece
tor intrínseco alguno. Yo veo, he visto y continúo viendo; a no indudable que Aristóteles admite una cierta mediación social
ser que algún evento externo interrumpa esa operación inma­ -algún tipo de “representación” externa—en la patentizadón de
nente: por ejemplo, si cierro los ojos o muevo la cabeza para mirar los objetos que son relevantes para una determinada comunidad,
hacia otro lado. motivo por el cual se les pone nombres y se habla acerca de ellos.
El conocimiento es un avance hacia sí mismo y hacia el acto
(cfr. Aristóteles, 1988a: 187; II, 5, 417b 7-8), incomparable -por
tanto- con cualquier acción transeúnte o poiesis que, al no pose­ 8.3. Relación semántica y relación representativa
er su fin, produce un efecto externo distinto del agente. Como
ya se vio a propósito de la gnoseología kantiana, sólo el modelo Pero las relaciones entre palabras y conceptos, por una parte,
del conocimiento como praxis inmanente puede dar cuenta de y conceptos y cosas, por otra, no son equivalentes. A la primera
un rendimiento que, por así decirlo, es un valor añadido puro, relación (palabras-conceptos) podemos llamarla “semántica” y a
una ganancia sin costo. Si tal modelo no opera en una determi­ la segunda relación (conceptos-cosas) cabe denominarla “repre­
nada explicación del conocimiento, el rendimiento en cuestión sentativa”.
tiende a explanarse en términos mecánicos, sobre la base de las Aristóteles dice que la relación semántica se constituye por­
causas material y eficiente, desatendiendo el papel decisivo que que las palabras habladas o escritas son símbolos o signos de las
juegan las causas formal y final. No es extraño entonces que la afecciones del alma o conceptos. Mientras que los conceptos son
concepción representacionista del conocimiento suela ir vincula­ semejanzas o mismidades de las cosas. En ambos casos se trata de
da a una visión mecanidsta del mundo físico. La superación del una referencia de tipo intencional. Intencionalidad que se refle­
representacionismo viene dada por la coactualidad del conoci­ ja en que ambas aparecen en caso genitivo, expresado por la pro­
miento en tanto que praxis perfecta, en la que el cognoscente se posición de: las palabras son signos o símbolos ¿^los conceptos,

J2 4 I2J
Lenguaje, inteligencia y realidad
E l enigma de la representación

mientras que los conceptos son semejanzas o mismidades de las raleza propia, excogitada o construida por la mente humana (como
a partir de Kant empieza a admitirse, aunque el propio Kant fue­
cosas. Ahora bien, esta misma intencionalidad se ve revestida de
un carácter convencional o cultural en el caso de las palabras, ra reluctante a este tipo de relativismo).
Según Aristóteles, las representaciones intelectuales tienen la
mientras que es en sí misma natural en el caso de los conceptos.
misma naturaleza que las formas reales de las cuales son repre­
Una determinada palabra puede dejar de significar lo que sig­
nificaba si se produce algún cambio semántico, provocado inclu­ sentaciones. No se produce, por tanto, una duplicidad cognosci­
so por un agente externo. Por ejemplo, antes de la Guerra Civil tiva: no es que, primero conozcamos los conceptos y después las
española, la expresión "un ruso” significaba en Alcoy y su comar­ formas o naturalezas que los conceptos representan. Así lo ha vis­
ca un café con una bola de helado dentro; tras la implantación to Jaime Araos:
de la dictadura franquista, la expresión “un ruso” pasó a signifi­
Si el concepto fuera una duplicación del objeto —como
car exclusivamente un ciudadano de la entonces enemiga Rusia,
entiende el representacionismo de la filosofía moderna—,
mientras que el típico café con helado se llamaba “un nacional”, entonces sería un medio propiamente dicho, una superposi­
es decir, uno de los nuestros. Quienes han hecho la milicia uni­ ción entre el cognoscente y la cosa conocida; pero, tal como
versitaria saben que en el ejército franquista no existía la expre­ lo entiende Aristóteles, no hay tal superposición, porque el
sión “ensaladilla rusa”, sino que en los partes de comida figuraba concepto no es sino el intelecto humano hecho uno con la
siempre el sustituto “ensaladilla imperial”. cosa conocida en el acto de conocimiento [...]. Aunque el
Con lo conceptos no puede acontecer otro tanto. No hay concepto depende del cognoscente en cuanto término de un
manera de cambiar la determinada intencionalidad de los con­ acto psicológico, lo cual le convierte en accidente real del
ceptos, al menos de aquellos que —por ser más primitivos y uni­ cognoscente, su naturaleza no consiste en otra cosa que en
versales- no están decisivamente condicionados por las palabras hacer presente la cosa real a la cual tiende y se manifiesta [...].
en las que se expresan. Esta tesis es, como iremos viendo, de extre­ El concepto lo tiene el cognoscente, pero es de lo conocido
mada importancia: establece la irreductibilidad básica de la repre­ (1998: 149-150).
sentación -adecuadamente entendida- a la interpretación o her­
menéutica; y permite -e n contra de lo que pretenden los
8.4. Identidad y alteridad en el conocimiento
deconstruccionistas y algunos otros "filósofos posmodernos”- que
las explicaciones científicas o filosóficas del mundo tengan, al
La clave de esta interpretación estriba en que la relación entre
menos, una cierta estabilidad y consistencia intrínseca, las cuales
el concepto y la cosa conocida no se entienda como una mera
no se hallan completamente al albur de crisis epistemológicas,
cambios de paradigmas o deslizamientos culturales. adecuación, pintura o copia -lo que convertiría la concepción del
Sobre la Interpretación aristotélico en un craso representacionis­
Bien advertido que esto no equivale a propugnar en nuestro
m o-, sino que se entienda como una auténtica identidad que, sin
conocimiento la existencia de un factor variable y un factor fijo,
embargo, no excluye completamente la alteridad.
como si fueran dos estratos o capas que se distinguieran rígida­
Comencemos por esto último. Si la identidad entre forma real
mente entre sí, tal y como -p o r utilizar una metáfora wittgens-
y concepción del intelecto fuera la de una mismidad física, enton­
teiniana- el agua fluye siempre cambiante sobre el lecho rocoso
ces no habría lugar para el error y, por tanto, tampoco lo habría
del cauce fluvial. Se trata de algo más complejo y más sutil de lo
que suelen creer los relativistas culturales. para la verdad. Es obvio que lo que acontece con los pensamien­
tos —por ejemplo, y sobre todo, el hecho de que se articulen en
Si los conceptos están -e n alguna m edida- al reparo de las
discursos pragmáticos o en sistemas científicos- no acontece con
variaciones culturales, es porque ellos mismos no tienen una natu­

12 7
126
E l enigma de la representación Lenguaje, inteligencia y realidad

las cosas. Y viceversa: las cosas reales —como Frege vio muy bien- euros o táleros pensados valen tanto com o los reales. Kant tenía
interactúan de una manera que no pueden hacerlo los pensa­ razón, pero en la Bolsa no lo sabían.
mientos. El fuego pensado, en cuanto pensado, no quema. Aho­ Ahora bien, algo muy distinto acontece con el modo de signi­
ra bien, el fuego en el que se piensa sí que quema, porque -de lo ficar, que de ninguna manera se identifica con el modo de ser. Y
contrario- se pensaría en él de manera equivocada. Nos hallamos, es en este punto donde se aprecia mejor lo que venimos dicien­
por tanto, ante dos modos de posible consideración de una repre­ do a propósito de que la representación es una semejanza que no
sentación intelectual: el modo de entender y la cosa entendida. es semejante a lo por ella semejado:
La cosa entendida se identifica con la cosa real por lo que con­
cierne a su haber, es decir, al conjunto articulado de sus notas: a [...] Las propiedades que predicamos de las cosas —escribe
lo que hace que esa forma o esas formas configuren precisamen­ Inciarte—no son comunes a éstas y a las ideas, no tanto por­
te esta cosa y no otra. Aunque, como se ha visto, el kantismo no que esas propiedades —eliminada la autopredicación—no per­
logra superar su representacionismo de fondo, resulta que tal tenezcan a las ideas, sino porque no pertenecen a las cosas
observación se encuentra registrada en uno de los textos más cono­ [...]. Las cosas no son semejantes (símilia)2i las ideas, del mis­
cidos (y peor entendidos) de la Crítica de la razón pura. Es el famo­ mo modo que ni la sombra de un hombre es un hombre ni
so pasaje en el que Kant afirma que los táleros pensados no son el reflejo de un objeto rojo —en un espejo—es él mismo rojo
[...]. Del mismo modo que el retrato de un hombre no tiene
ni más ni menos táleros que los táleros reales, precisamente por­
nada en común con un hombre, sino que es sólo eso: la ima­
que ser no es un predicado real, no añade nada al conjunto de gen de... un hombre, o que el reflejo de un objeto rojo no es
las notas que determinan esa moneda llamada ‘tálero’ (Kant, él mismo rojo: no es un reflejo rojo, sino un reflejo de rojo
I.,1978: 504; A 598-599, B 626-627). [...]. El concepto como signo formal, según decían los esco­
Kant tiene razón en mantener que ‘ser’ no es un predicado lásticos tardíos, es precisamente esa pura imagen de (no ima­
real, siempre que se trate -como es el caso- del ‘es’ que se inden- gen, sino imagen de...; en esto consiste su intencionalidad),
tifica semántica y sintácticamente con la existencia expresada por reflejo de, sin ser él mismo nada de aquello de lo que no es
el verbo impersonal ‘hay. En lo que no le asiste la razón es en res­ nada más que semejanza; con otras palabras: sin ser él mis­
tringir a ésta todas las acepciones cognoscibles del verbo ‘ser’, ya mo nada de aquello de lo que no es más que semejanza; y
que, además del ser veritativo y del ser real que aquí están en jue­ precisamente por ser pura semejanza es por lo que no es seme­
go, hay otros conjuntos de sentidos recogidos por Aristóteles en jante (Inciarte, F., 1980: 24).
el libro VI de la Metafísica, y que el regiomontano ignora: el ser
como acto y como potencia; el ser como sustancia y como los Resulta claro que el concepto no puede ser una copia de la rea­
nueve accidentes; y el ser como ser accidental y como ser propio. lidad esencial de la cosa o del tipo de cosas correspondiente. Nos
Un ejemplo real y reciente que, sin embargo, ya es historia: la separamos así del representacionismo racionalista, pero parece
Bolsa de Madrid rechazó hace unos años la OPA (Oferta Públi­ que se abre ante nosotros el peligro del inmediatismo empirista.
ca de Adquisición) que el Banco X lanzó contra el Banco Y, por Es cierto que, en el camino hasta aquí recorrido, se ha insistido
considerar que parte del dinero que el Banco X ofrecía en orden más en lo que el concepto no es que en lo que el concepto real­
a adquirir la mayoría necesaria para controlar al Banco Y no era mente es. Queda, entonces, por dilucidar en qué consiste la repre­
un dinero “real”, ya que dependía de una futura ampliación de sentación intelectual, supuesto que la haya. Tal es la tarea a la que
capital. Ahora bien, si las pesetas futuras fueran menos valiosas el próximo capítulo da comienzo.
que las actuales todo el sistema económico capitalista se vendría
abajo, ya que en él siempre se juega a un “futuro” en el que los

I2§
La representación
intelectual

9.1. Kantismo y filosofía analítica

Según se ha visto en capítulos anteriores, el kantismo consti­


tuye el intento moderno más serio para superar desde dentro el
representacionísmo racionalista. Uno de los recursos de tal empe­
ño consiste, sin duda, en volver a considerar al juicio como la uni­
dad sintética, necesaria y suficiente, del conocimiento intelectual.
Se entiende, incluso intuitivamente, que un concepto o idea pue­
da interpretarse —mal que bien—como una copia de la realidad;
en cambio, resulta mucho más arduo “imaginarse” que un juicio
sea algo así como la pintura de un estado de cosas. Pues bien, a
pesar de haber utilizado inicialmente los modos de juzgar como
hilo conductor de la “deducción metafísica de las categorías”, Kant
no continúa orientándose hacia las proposiciones, sino que per­
manece en la postura objetivista típica del racionalismo ilustra­
do. La conciencia se relaciona, al cabo, con objetos, precisamen­
te en cuanto que los representa.
En cambio, la crítica lingüístico-analítica de este siglo se pre­
gunta si la noción de una referencia prelingüística a objetos —sobre
la cual podría reflexionarse- no es sencillamente un fantasma (cfr.
Tugendhat, 1976: 89-90). Es decir, si no es verdad que, de la idea
clave de representación intelectual, lo que hay que mantener es jus­
tamente que no la hay (vid. Llano, 1984: 94-119).
Para la filosofía analítica radicalizada no hay, en efecto, tal
representación: no hay un pensamiento de objetos independiente
de la expresión lingüística. A la pregunta fundamental de la filo­
sofía analítica del lenguaje —"¿qué significa entender una frase?”-

Z3X
E l enigma de la representación La representación intelectual

no se puede contestar con el recurso a la comprensión intelectual La supuesta vivencia representativa se disuelve en las circuns­
de unas esencias representadas por los conceptos que la proposi­ tancias del uso del lenguaje.
ción sintetiza. Y así parece, en efecto, que la respuesta del ultimo Esta analítica radicalizada puede admitir una representación
Wittgenstein a la pregunta en cuestión es radicalmente pragmá- . sensible, imaginativa, pero no entiende qué pueda significar una
tica: “Entender una oración significa entender un lenguaje. Enten­ representación intelectual que “esté por” objetos externos. El con­
der un lenguaje significa dominar una técnica” (Wittgenstein; cepto de una figuración no sensible sería en realidad una quime­
1988: 201; 8c 199). Más matizada, pero no menos neta, sería la ra, que pretende extrapolar a la conciencia un modelo óptico. Y
postura de un representante tan cualificado de la “Escuela de este modelo es —según tal interpretación analítica, de la que no
Oxford” como es P. F. Strawson: estaría lejano el propio Heidegger- el imperante en la filosofía
occidental desde sus comienzos hasta Husserl, por lo menos.
El uso efectivo de expresiones lingüísticas es nuestro úni­ La situación, al parecer, sería de este tenor. El filósofo se sien­
co y esencial contacto con la realidad; porque éste es el úni­ ta ante su pupitre y piensa acerca del mundo, acerca de los obje­
co punto desde el cual puede ser observada la manera efec­ tos que hay encima de la mesa (libros, ordenador, lápices), de los
tiva como operan los conceptos. Si cortamos esta conexión que contempla a través de la ventana (árboles, casas), o de los que
vital, todo nuestro ingenio e imaginación no nos salvará de pueda recordar o imaginarse. De todos ellos tiene sólo —si acaso—
caer en la aridez o en el absurdo (1968: 320).
■una representación sensible (la única posible), pero tiende a consi­
derar —seducido por un afán incontrolado de conocer- que su
Según los analíticos lingüísticamente radicalizados, todos ios
naturaleza más profunda se le da en una representación intelectual.
problemas relativos a la comprensión se remiten a los que plan­
Continúa, entonces, sentado ante su escritorio y cree que piensa
tea el entender frases; y éstos, al uso del lenguaje. 'No es necesa­
en esos objetos suprasensiblemente representados y que los rela­
rio -n i posible- acudir a un previo saber del significado de los:
ciona entre sí, cuando en realidad sólo está usando palabras en
conceptos, supuestamente representativos de las esencias de las
frases que -en el mejor de los casos- conseguirá transmitir a sus
cosas (como en la ontología tradicional) o constituyentes de la
colegas y alumnos, si es que éstos manejan la técnica necesaria
objetividad de los objetos (como en la filosofía trascendental kan­
para entender tan peculiar juego lingüístico. (Aunque el filósofo
tiana). ¿Qué podría significar ese presunto saber que fundamen­
asumirá que la comunicación es posible porque, por medio de
tara la comprensión del uso del lenguaje? Wittgenstein trata de
palabras, se pueden transmitir o suscitar en otros las mismas repre­
mostrar —partiendo de ejemplos aritméticos elementales—que la
sentaciones intelectuales.)
comprensión de un sistema lingüístico (un determinado juego del
lenguajej no puede fundamentarse en una vivencia del saber. La
comprensión del uso es inmanente al propio uso. Porque, vamos
9.2. ¿Una gnoseología no cognitivista?
a ver, ¿qué significa que, en un momento dado, alguien pase a
saber algo que no sabía, es decir, que pase a saber más? Wittgens­
El saldo filosóficamente negativo que arrastra esta crítica a la
tein responde:
representación intelectual es patente: al negar la realidad de la
conceptuaclón o simple aprehensión, se disuelve el núcleo del
“¿Cómo fue eso, que sucedió cuando repentinamente cap­
conocimiento intelectual. La empresa de elaborar entonces una
taste el sistema?” [...] —pero para nosotros lo que lo justifica al
decir en tal caso que entiende, que sabe seguir, son las circuns­ gnoseología en la que el conocimiento es el gran ausente raya en
tancias bajo las que tuvo una vivencia de tal índole (Wittgens­ lo imposible. (A la vista están los casi insalvables problemas que
tein, L., 1988: 155; & 155. Cfr. Kambarteí, F., 1972: 107). -en este contexto—se les presentan a los analíticos para dar cuen­
E l enigma de la representación ha representación intelectual

ta del conocimiento de objetos singulares.) El resultado positivo intelectual, la clave para adscribirse a una u otra dirección filosó­
estribaría en el rechazo de la teoría representacíonista propia de fica estriba en el papel que se adscribe precisamente al concepto.
las filosofías de la conciencia, con la posibilidad de una incípien- ■ Si la cura anripsicologista —heredada de Brentano, Frege y Hu-
te apertura al carácter de signo form al del concepto. sserl- es demasiado drástica, se malogra la pretensión de superar
Hemos de reiterar que la índole representativa que se adscri- J adecuadamente el conceptualismo; si, en cambio, el diagnóstico
be al concepto en la teoría del conocimiento clásica no coincide y la terapia aciertan a dar con la verdadera naturaleza y posición
con el sentido moderno de repraesentatio o Vorstellung. En este V del concepto, el intento puede alcanzar sus objetivos.
entorno de la metafísica realista, el concepto no sustituye a la for­ La representación intelectual, según se ha apuntado ya, se pue­
ma real, sino que -p o r el contrario—remite a ella, justo porque de entender con la tradición como un signoformal, cuyo ser con­
con ella se identifica intencionalmente. El “estar por” o “supo­ siste únicamente en ser signo: su realidad se agota en remitir a la
ner” no equivale aquí a “superponer” a la realidad efectiva una : realidad que en él (in quo) es conocida. Más aún -como ha seña­
segunda instancia, poseedora de una realidad objetivadlo, dis- : lado Millán-Puelles en su conferencia inédita “¿Superación del
pensara de la investigación de cosas y casos reales. concepto?” (Pamplona, 1979)—la reposición de la teoría del sig­
El concepto ha de considerarse como un camino hacia las cosas noform al da la clave para el adecuado planteamiento de este pro­
{vía ad res) en el que primariamente no se detiene el pensamien­ blema. El signo form al so contrapone al signo instrumental, que es
to: sólo secundariamente reflexiona sobre él. Por lo tanto, la repre- F aquello que mediante una previa noticia suya representa algo dis­
sentación intelectual es un signo formal, cuyo ser objetivo consis- § tinto de sí. Desde luego, cabe entender las palabras como signos
te únicamente en su referencia a la realidad conocida por medio convencionales —no naturales—e instrumentales, de los que se
(quo) de él. hace uso en una práctica determinada: la de hablar un idioma.
Acierta la crítica de los analíticos cuando declara incompren­ Esta idea estaba claramente desarrollada en la tradición aristoté­
sible una representación intelectual entendida como la trasposi­ lica (cfr. Tomás de Aquino, 1990: 45-46; I, lect. 6, n. 81). Y, en
ción de la representación imaginativa a un plano presuntamente esta línea, se puede adscribir un sentido no pragmatista al citado
superior: la figuración intelectual no tiene sentido (y menos aún texto wittgensteiniano, según el cual “entender un lenguaje sig­
la lingüística). Ahora bien, la conceptuación no es una figuración: nifica dominar una técnica”.
no es el caso de la “representación” que los analíticos critican indis­ El dominio de la técnica consiste justamente en saber usar esos
criminadamente. Y este nivel cognoscitivo -este horizonte de inte­ signos intrumentales que las palabras son. “Saber” hablar un idio­
ligibilidad en el que es posible un realismo sin representacionis- ma es una actividad práctica, parcialmente semejante a la de “saber”
m o- es el que queda disuelto por el análisis lingüístico que no patinar o “saber” cocinar una buena paella. Este es, ciertamente,
abandone definitivamente el modelo empirista; y que, en su inten­ un aspecto del habla del que ninguna explicación psicologista
to de superar el conceptualismo de Kant, no hace sino radicali­ —preocupada por fantasmagóricos “procesos internos”—puede dar
zar el rechazo kantiano de toda intuición intelectual, lo cual no cuenta.
deja de constituir una reveladora paradoja. Pero de lo que se acaba de decir no se puede valer quien pro­
pugne una explicación pragmatista, que supondría la expulsión
de la noción de conocimiento de la filosofía del lenguaje: un aná­
9.3. El decisivo papel del concepto lisis lingüístico no cognitivista. Porque ignoraría el hecho funda­
mental de que el lenguaje es instrumento de la razón, la cual tras­
Otro de los aspectos de tal paradoja es que, en un contexto ciende los procesos causales del mundo. Cuando hablamos de
filosófico que se preda de haber liquidado el representacionismo “saber un idioma”, el factor de conocimiento que tal saber incluye
E l enigma de la representación La representación intelectual

es más relevante y específico que en los casos en los que el “saber” Si todo signo es algo que nos pone ante algo distinto de
se refiere a una actividad puramente técnica o corporal (saber con­ él, es indudable que el concepto formal es un signo de índo­
ducir automóviles o saber nadar). No se trata de un conocimiento le natural. Pero este signo tiene una especial fisonomía que
explícito —como mantienen los que intentan elaborar una teoría lo hace distinto de los otros. Para advertirlo suficientemen­
del significado, en la línea de Tarski y Davidson—pero sí de un te, basta considerar que el concepto formal no ha de ser cono­
cido para que pueda hacérsenos presente lo que mediante él
conocimiento implícito.
se está pensando; se trata de una mediación silenciosa que
no tiene por qué hacérsenos consciente. Cuando pienso en
Hablar es una actividad altamente consciente. Las <\pre­ el hombre, no pienso en lo que estoy pensando, sino en el
siones de una persona mientras está despierta son ejemplos hombre, pura y simplemente. El signo formal funciona, pues,
primordiales de actos voluntarios: hablar sin darse cuenta sin imponer su propia realidad: antes, por el contrario, su
de lo que uno dice, o bien en el sentido de no saber qué pala­ función estriba en llevar al sujeto a la conciencia de un cier­
bras está empleando, o bien en el de no saber lo que signi­ to objeto, por lo que, en realidad, cumple el papel de signo
fican, apenas se puede decir que es hablar; es automatismo, de una manera mucho más perfecta que todos los demás sig­
desvarío o cualquier otro fenómeno extraño. El uso del len­ nos, los cuales exigen que previamente se repare en ellos, para
guaje es la manifestación primaria de nuestra racionalidad pasar a la connotación del respectivo significado. Solamen­
por excelencia. Resulta, de hecho, muy difícil conseguir una te el concepto formal cumple aquí “formalmente” el oficio
formulación explícita de los principios que rigen cualquier de signo; todas las demás cosas lo hacen de una manera “ins­
idioma. Pero, precisamente porque el uso del lenguaje es trumental”. El humo me hace pensar en el fuego, del cual es
una actividad tan consciente, hemos de considerar el uso efecto, si previamente tengo noticia de él; las palabras remi­
que un hablante hace del lenguaje, no como una mera ejem- ten a su significado cuando se las oye o se las lee; y, en gene­
plificación de esos principios, sino como algo guiado por ral, todos los signos instrumentales deben ser advertidos en
esos principios, y por lo tanto hemos de atribuirle un cono­ su propia figura, precisamente para trascenderlos y pasar a lo
cimiento implícito de ellos, queriendo decir con esto algo que ellos signifiquen. El concepto formal fluye directamen­
más que su mera observancia en la práctica (Dummett, M., te a su significado (Millán-Puelles, A., 1972: 99).
1978: 56).
Así pues, cabe considerar el concepto como un signo formal
Por lo tanto, entender un lenguaje implica dominar una téc­ y la palabra como un signo instrumental. Al uso del signo formal
nica; pero este dominio supone un conocimiento, no sólo de las se le puede aplicar el test lingüístico de la equiparación del pre­
reglas funcionales del idioma, sino de lo que en cada caso se dice. sente con el pretérito perfecto, en el caso de verbos que se refie­
Entender un lenguaje es saber lo que se dice. Y tal saber no es de ran a acciones que son praxis anímicas.
suyo una actividad lingüística instrumental, sino una operación En cambio, en el lenguaje no se cumple la equiparación sigi-
estrictamente intelectual, en la que los signos que se generan son ficativa entre el presente y el pretérito perfecto. La expresión “se
signos formales. piensa y se ha pensado” es verdadera. Pero no lo es la expresión
Aunque más adelante se dedicará parte de un capítulo al estu­ “se habla y se ha hablado”. El hablar lleva su tiempo, como se
dio de los signos formales, adelantamos aquí su presentación comprueba a la hora de pagar la factura del teléfono o de escu­
nocional. Según la vieja definición, “signo formal es el que, sin char una interminable conferencia, carente de interés.
previa noticia de sí mismo, súbita e inmediatamente, representa El cuerpo está implicado en las acciones lingüísticas. El len­
algo distinto de sí” Millán-Puelles explica con acierto su peculiar guaje lleva consigo el movimiento del discurso, la sucesión de las
naturaleza: voces articuladas o de los signos de la escritura: extereoriza el silen-

13 6 I 37
E l enigma de la representación La representación intelectual

cioso e instantáneo acto de pensamiento en la dimensión cuan­ de la potencia activa para conocer una forma determinada. “Pues
titativa de lo espacio-temporal. representar -dice Poinsot- no es otra cosa que hacer al objeto
La operación primera y más simple del pensamiento -aquella conocido presente en la potencia y unido a ella en su ser cognos­
que genera el concepto formal o verbum mentís- cumple instan­ cible” (Poinsot, J., 1948: 693). Se cumple así el anteriormente
táneamente su fin: situarnos inmediatamente ante la forma cono­ llamado “teorema de la identidad”: el cognoscente en acto es lo
cida. El pensamiento no se detiene, decíamos, en ese camino hacia conocido en acto.
la cosa, en el sentido de que propiamente no hay un camino a El concepto formal es el “término” de una operación inmanente,
recorrer: es un inmediato “pasar por”, no un “detenerse en”. El en el que el objeto se propone y se presenta como conocido. SÍ esa
signo formal, el que más perfectamente es signo, es un signo qüe presentación es una re-presentación, se debe a que el objeto se hace
no se deja ver. Un signo lo es tanto más cuanto mejor remite a lo presente en el término inmanente a la potencia cognoscitiva según
significado y, por consiguiente, cuanto más pronto lo hace; y lo su ser intencional (universal), y no según su ser físico (individual).
hace tanto más pronto —hasta alcanzar, por así decirlo, una “velo­ Pero ese ser intencional que el objeto tiene en la facultad consiste
cidad infinita”- cuanto menos se interpone el signo entre el cog- justamente en remitir al objeto mismo; de manera que el concep­
noscente y la forma por él significada. La eficacia del signo estri­ to no es la cosa conocida, sino sólo una especie o intención en la que
ba en su propia desaparición objetiva (lo cual no excluye, sino acontece la presencia de la cosa conocida.
que implica, una cierta captación inobjetiva). Con lo que se acaba de afirmar no quiere decirse que el con­
Esto es lo que hace difícil la comprensión de la verdadera natu­ cepto mismo no sea de algún modo conocido, ya que —en tal caso—
raleza del concepto como signo formal, según advirtió ya, y de ni siquiera podríamos hablar de él. Si en la primera operación de
manera penetrante, Juan Poinsot (1948: 693; q. XXII, a. 1). Nadie la mente -la conceptuación o simple aprehensión- no hubiera
duda del carácter significativo de los signos instrumentales -los un cierto conocimiento del concepto, sería imposible un reconoci­
lingüísticos, sobre todo- porque su función mediadora es exte­ miento reflexivo. Lo que sucede es que se trata de un conocimiento
rior y manifiesta. Pero esta índole se advierte más arduamente en inobjetivo y atemático: en el mismo acto se conoce temáticamente
el caso del concepto, que es un signo que no mediatiza, sino que la forma real y atemáticamente el concepto por el que tal forma
conduce inmediatamente a la misma forma conocida. se hace presente (Millán-Puelles, 1967: 167-181).
Se pueden salvar así tanto los riesgos del mediatismo repre-
sentacionista como los del inmediatismo nominalista. Este últi­
9.4. Inmediación y mediación en la representación conceptual mo, llevado por el indiscriminado afán del conocimiento por pre­
sencia, no advierte que lo que en el concepto se hace presente al
El concepto es sólo un “medio” formal e intrínseco, en el cual entendimiento no es el objeto en su facticidad individual, sino el
se conoce la cosa entendida. No duplica el objeto conocido ni el objeto en su esencia universal. En el concepto, la mente discier­
acto en el que se conoce. Y, por lo tanto, no hace mediato el cono­ ne la esencia de la cosa respecto a su accidental efectividad, es
cimiento, como sucede en el caso del signo instrumental. Y así decir, abstrae. Lo que el representacionismo, por su parte, igno­
aparece el genuino sentido del representar, mal entendido por la ra es que la esencia presente en el concepto es esencia-de la cosa y
filosofía de la conciencia que instrumentalizó y materializó el con­ no del concepto; esencia de la cosa en el concepto. Y esto resulta
cepto. El representacionismo es —también desde esta perspecti­ posible porque el concepto mismo no es una cosa conocida -¡natu­
va—un naturalismo: entiende el signo formal como una cosa que ralismo!—sino representación-de lo conocido.
ante sí tiene la potencia cognoscitiva, cuando en realidad es mucho Hay, ciertamente, un “medio” conceptual entre la mente y el
más y mucho menos que eso, ya que constituye la actualización objeto conocido; pero se trata de un medio del todo peculiar, al

139
E l enigma de la representación La representación intelectual

que sólo en un amplio sentido podemos denominar así. Porque La tesis aristotélica acerca de la peculiar esencia del entendi­
el signo formal, el que formalmente es signo, es —como se ha indi­ miento ha encontrado eco, efectivamente, en algunas direcciones
cado anteriormente- un signo que no se deja ver objetivamente, de la actual filosofía de la mente, aunque a veces sólo se trate de
que no impone su presencia, sino la presencia del objeto que repre­ una comprensión negativa: se advierte -sobre to d o - lo que las
senta, con el cual el cognoscente se identifica al conocer. El sig­ representaciones intelectuales no son; o, más drásticamente, que
no formal consiste sólo en remitir a lo que es, y por ello funcio­ sencillamente no son, que no hay tales representaciones. Como
na como lo que no es. El signo es lo que no es, decía san Agustín. antes se advertía, cuando la actual filosofía analítica rechaza la
Y en la teología sacramentaría católica se distingue siempre entre representación intelectual, puede ser que desemboque, sin más,
la res y el sacramenum, es decir, entre la cosa y el signo. El signo en el inmediatismo nominalista, con el cual rima perfectamente
no es la cosa y por ello puede remitir representativamente a ella. el pragmatismo conductista.
Pero aún podemos dar un paso más y señalar que, mientras
no se abandone el pragmatismo nominalista, no se habrá supe­
9.5. Apertura ontológica del entendimiento rado de verdad el nominalismo. En efecto: siguiendo a Putnam,
cabe advertir que el representacionismo idealista y el pragmatis­
Se revela así una esencial característica del pensamiento, redes­ mo idealista tienen una misma raíz (Putnam, H., 1979: 272-273).
Hace un siglo, Charles Sanders Peirce afirmó que el significado
cubierta por la analítica más evolucionada: para ser capaz de cono­
cer las formas o esencias de las cosas, el entendimiento tiene que de una concepción intelectual es idéntico a la “suma” de sus “con­
no ser ninguna de ellas, ya que carecería entonces de esa apertu­ secuencias” prácticas. Y pensó que esta idea era tan importante
ra ontológica o libertad trascendental que permite que nada 1c que la convirtió en la primera máxima de su filosofía pragmatis-
sea ajeno. :ta. Pues bien, como dice Putnam, “esto no es sino una temprana
enunciación de la teoría verificacionista del significado. Y el prag­
A este respecto, Tomás de Aquino precisó que el concepto for­
matismo fue la primera filosofía dedicada a mantener que la teo­
mal puede considerarse de dos modos. El primero, en cuanto que
ría del significado puede resolver o disolver los tradicionales pro­
se compara al cognoscente, esto es, en su ser real o natural; de esrc
modo inhiere en el cognoscente como el accidente en su sujeto, blemas de la filosofía” (1979: 272).
Hoy en día la teoría verificacionista del significado está casi
y se puede decir que “está en la mente”. Pero hay otra manera de
abandonada, pero desgraciadamente no siempre porque se advier­
considerarlo: en cuanto que se compara a lo conocido. Modo de
ta que su intuición fundamental sea completamente errónea (como
consideración que es específico y más característico, porque atien­
es el caso), sino porque su aplicación encuentra —según era de
de a su ser representativo o intencional; de este modo, no dice
esperar—formidables objeciones técnicas. El elemento clave de esa
inhesión, sino relación. En este segundo sentido no se le puede
intuición fundamental era el argumento -frecuente en el siglo
considerar como una “pequeña cosa” que está en la mente, por­
X IX y que aún hoy se repite—de que admitir cosas que no sean
que -en cuanto intención- no dice razón de accidente (cfr. Ler-
nández Rodríguez, j. L., 1974: 154). conceptos (en el sentido de procesos mentales) implica admitir algo
inconcebible. Se puede ser, a la vez, representacionista y prag­
matista: Peirce -u n o de los grandes predecesores del positivismo
Por eso, según esta consideración, el concepto formal no
está en el alma como en su sujeto, y según esta comparación va contemporáneo- lo era. Peirce considera que ni siquiera tiene sig­
más allá de la mente, en cuanto que por el concepto formal son nificado hablar de algo completamente independiente del pen­
conocidas cosas distintas de la mente” (Tomás de Aquino, 1956: samiento, porque ello equivaldría a pensar algo completamente
138; VII, q. 1, a. 4). independiente del pensamiento, es decir, a que el pensamiento se

14 0 14 1
E l enigma de la representación La representación intelectual

excluyera a sí mismo, lo cual es contradictorio (Peirce, Ch. S., número. ¿Pero conoces también una vivencia característica
1965: II, 345). del señalar la pieza del juego en tanto pieza deljuego? Y sin
embargo puede decirse: “Pretendo significar que esta pieza
Putnam replica al argumento de Peirce en los siguientes tér­
deljuego se llama ‘rey, no este determinado trozo de made­
minos: no es lo mismo estar representado en un concepto que ser
ra al que señalo”. (Reconocer, desear, acordarse, etc.) (Witt­
un concepto. Para que algo sea concebible, ha de ser, obviamen­
genstein, L„ 1988: 53-55: & 35).
te, representable en un concepto, pero no tiene por qué ser un
concepto. No hay contradicción alguna en admitir que hay cosas Pues bien, a la pregunta formulada en este texto se debe res­
que no son conceptos y hablar sobre ellas. No se está entonces
ponder negativamente. No tiene por qué haber una experienda
pretendiendo concebir lo inconcebible, sino sólo conceptualizar
diferencial de una acdón que indica este aspecto de la cosa en
lo no-mental (Putnam, H., 1979: 273). Frente a la asunción fun­
lugar de aquél. Buscamos alguna cosa particular, que nos pro­
damental del verificacionismo y del fenomenismo —porque, como j porcione un indicio de que estamos pensando precisamente en
dice Putnam en el mismo lugar, todo verificacionismo es en el
esto, y no la encontramos.
fondo un fenomenismo- se sitúa la convicción fundamental del Wittgenstein concluye en el parágrafo siguiente:
realismo: “La experiencia humana es sólo una parte de la reali­
dad, y no la realidad una parte o el todo de la experiencia huma- ¡ Y hacemos aquí lo que hacemos en miles de casos simi­
55
na , lares: Puesto que no podemos indicar una acción corporal
Sólo desde el realismo se puede reconocer cabalmente la rea­ que llamemos señalar la forma (en contraposición, por ejem­
lidad de lo que significa pensar, obviando tanto la cosificadón de plo, al color), decimos que corresponde a estas palabras una
las operaciones intelectuales como su pura y simple eliminación. :i actividad espiritual.
Donde nuestro lenguaje hace presumir un cuerpo y no
hay un cuerpo, allí, quisiéramos decir, hay un espíritu (1988:
9,6. La descosificación del espíritu 55; &c 36).

La profesora Anscombe ha llamado la atención sobre un tex­ Como dice Anscombe, cuando nuestro lenguaje sugiere un
to de Wittgenstein que toca el nervio del problema y es revela­ cuerpo y no hay ninguno, tenemos -desde Descartes- la incli­
dor del modo en que procede en este ámbito la filosofía analíti­ nación de suponer que lo que hay es una cosa llamada espíritu,
ca más evolucionada (Anscombe, G. E. M., 1980). Se trata de los mente o ‘alma, como si fuera una especie de materia: una mate­
parágrafos 35 y 36 de las Investigaciones Filosóficas. En el primer ria inmaterial, por así decirlo, un medio muy sutil en el que acon­
párrafo de este pasaje se refiere Wittgenstein a señalar o indicar tecen eventos mentales, de manera análoga a como acontecen
(zeigen) la superficie de un objeto en lugar de, por ejemplo, el eventos físicos en el mundo natural. El paso que se da es el siguien­
color. No siempre hay una acdón corporal en la que quepa encon­ te: el pensar no es la actividad de ninguna parte del cuerpo, por
trar la diferencia entre señalar la forma y no el color. Y añade tanto es la actividad de una parte inmaterial, entendida como si
Wittgenstein: fuera un órgano (Anscombe, G. E. M., 1980: 32. Cfr. Ryle, G.,
1967: 15-25).
[...] En determinados casos, especialmente al señalar “la for­ Al advertir que esto no es así, se puede caer en una explica­
ma” o “el núm ero”, hay vivencias características y modos ción reductiva, que diluya el pensamiento en sus circunstancias
característicos de señalar —"característicos” porque se repiten inesenciales, que lo presente como algo que no es una actividad
frecuentemente (no siempre) cuando se “significa” forma o o, al menos, que no es una actividad básica. Es la versión con-

142 *43
E l enigma de la representación La representación intelectual

ductista, que -sí acaso- explica acontecimientos y procesos que Efectivamente, el lenguaje presta una dimensión fáctica al pen­
no son el pensamiento. Para huir -con razón- del “oscuro len­ samiento: es una poiesis esencial e internamente vinculada a la
guaje mentalista”, poblado de pequeñas entidades tales como praxis del pensamiento que -sin identificarse plenamente con
representaciones y deseos, se elimina la realidad que el mentalis- ella- la penetra de punta a cabo. Esta conexión no-contingente
mo expresaba con tan poca fortuna, del pensamiento con el lenguaje se patentiza en la intrínseca inte­
ligibilidad del contenido y la estructura del lenguaje mismo, que
a su vez se muestra en el hecho básico -destacado por Frege y
9.7. El pensamiento como actividad básica Wittgenstein e ignorado por los psicologistas- de que podemos
expresar nuevos pensamientos con palabras viejas y podemos
Pero quizá se pueda mantener aún una postura que no sea entender una frase completamente inesperada. El hablar o enten­
materialista, ni dualista, ni conductista: que afirme la específica der un lenguaje no es materia de aprendizaje por “estímulo-res­
realidad del pensamiento, renovando la tradición precartesiana, puesta”. El lenguaje es intrínsecamente inteligible: por eso se
aristotélica, para la que el pensar es una praxis posesiva, una ope­ entiende lo que dice el libro polvoriento, olvidado en la biblio­
ración inmanente que hace presente la realidad misma; mientras teca, o una antigua expresión caldea; por eso, incluso, funcionan
que el fruto del pensar -el concepto- no es una cosa, sino un acto -cada vez mejor- las máquinas de traducir. Como ya se adelan­
intencional que actualiza la presencia de la realidad conocida. tó, la estructura lógica incorporada al lenguaje no es una eviden­
Desde tal perspectiva, el pensar -como ha señalado Geach- es cia del pensar: es el pensar; y su relación con el lenguaje es sobre
una actividad y, ciertamente, una actividad básica, que no puede todo de causalidad formal. Con todo lo cual no se niega que pue­
quedar reducida a tener ciertas imágenes mentales, sentimientos da haber pensamiento no vertido en el lenguaje: lo que no pue­
o palabras no habladas (Geach, P, 1969: 30-41). A la actividad de de haber es lenguaje humano que no sea también pensamiento.
pensar no le puede ser asignada una posición en el espacio ni en El lenguaje -que, en sí mismo, articula signos instrumentales
las series físicas del tiempo. No tiene sentido preguntar cuánto y no formales—no se identifica, sin más, con el pensamiento.
dura un pensamiento: los que pueden “durar” son los aconteci­ ;Aporta la expresión del pensamiento en el mundo, le “añade” su
mientos fisiológicos que lo acompañan, pero no el pensamiento aspecto mundanal. Pero el lenguaje —en su unidad real y concre­
mismo. Y, precisamente porque no dura, “perdura”: el pensar no ta- no se reduce a esta dimensión externa, sino que es también
se acaba, no es un movimiento que termine al realizarse. Tampo­ formalmente pensamiento y (en cuanto unido a él) tiene, por tan­
co es relevante -ni, incluso, posible- localizar dónde tuve un pen­ to, una cierta dimensión trascendental. El lingüismo trascendental
samiento o una volición: en qué ciudad o habitación comprendí de algunos analíticos reconoce este alcance del lenguaje, pero igno­
el teorema de Pitágoras o me decidí a estudiar filosofía. No se pue­ ra que su relación con el pensamiento no es simétrica.
de poner un plazo ni una cláusula geográfica a la verdad o al amor.
Si se emiten las proposiciones correspondientes, no tendrán sen­
tido; lo cual Índica que ni siquiera se pueden pensar. 9.8. Los dos papeles del lenguaje
Pero el pensamiento, que está sólo contingentemente conec­
tado con los procesos biológicos del cuerpo humano (cfr. Krip- El acceso al pensamiento a través del lenguaje no es, pues, indi­
ke, $., 1980: 44-145), está más que contingentemente conecta­ recto sino directo. Porque “el lenguaje tiene dos papeles, desem­
do con las obras y las expresiones características del pensamiento peña dos funciones: ser instrumento de comunicación y ser vehí­
y, en especial, con el lenguaje. El lenguaje es la poiesis primor­ culo del pensamiento” (Dummett, M., 1978: 39). Antes de Frege,
dial, es la obra característica y más humana del hombre. la filosofía representacionista mantuvo casi sin excepción que la

144
E l enigma de la representación -% La representación intelectual

única misión del lenguaje era la de constituir una especie de códUi estructuras, puede encontrarse en la raíz de toda investigación
go del pensamiento, que servía para transmitirlo de unas perso­ sobre la determinación del contenido de los conceptos y el sen­
nas a otras, ya que la mayoría de la gente no goza del don de la tido de los problemas (Fabro, C., 1960: 153). Precisamente por
telepatía. Desde esta visión el lenguaje es del todo extrínseco al ello, por la estrecha conexión que existe entre el lenguaje, el pen­
pensamiento, por lo que entender el lenguaje no podría ser sino samiento y la realidad conocida, los problemas filosóficos no se
una especie de “paso” desde el lenguaje (externo) al pensamien­ resuelven, sin más, por remitirlos al lenguaje, como si las pala­
to (interno). Como todo ilacionismo, éste también es problemá­ bras tuvieran por sí mismas una especial virtud gnoseológica o
tico, porque nunca se puede tener la seguridad de que tal paso un privilegiado carácter ontológico. Lo cierto es, más bien, que
sea fiable y, sobre todo, porque no hay manera de entender cómo los mismos problemas que encontramos en la realidad reapare­
se pueden “transmitir” representaciones intelectuales de una men­ cen en el lenguaje.
te a otra a través de un instrumento ajeno a ellas. Se olvida así la
otra función del lenguaje -ser vehículo de un pensamiento incor­
porado—que realmente posibilita la comunicación. 9.9. Decir y mostrar
Desde luego, ese enfoque representacionista no era el de la
metafísica clásica. Como ha señalado Heidegger, “dentro de los Así lo ha puesto de relieve Peter Geach en la conferencia iné­
problemas de la ontología fundamental tiene el análisis de la pro­ dita - “El lenguaje y el mundo” (Pamplona, 1979)- a la que ya se
posición un puesto destacado, porque en los decisivos comienzos hizo referencia en el primer capítulo. Este título -decía Geach-
de la ontología antigua funcionó el logos como el único hilo con­ sugiere un contraste, en el que el lenguaje se sitúa como algo
ductor en el acceso a lo que propiamente es y en la definición de opuesto al mundo. Pero resulta que los signos que usamos en el
su ser” (Heidegger, M.,1980: 172). El término común - % . f - lenguaje son también parte del mundo: si hay elementos muy
que designa al pensamiento y al lenguaje, indica ya la estrecha generales del mundo, como los que la metafísica ha estudiado tra-
conexión existente entre ambos. La distinción terminológica entre dicionalraente, participarán también en ellos los signos lingüís­
esas dos dimensiones -logos como razón (vatio) j logos como pro­ ticos, que -al fin y al cabo- son cosas particulares en el mundo.
posición (ovatio)—es mucho más tardía; y su completa separación: Desde esta perspectiva se presenta perfectamente justificado el
es precisamente obra del racionalismo moderno (cfr. Weidemann, problema que Wittgenstein plantea en el Tractatus: “Lo que pue­
H., 1975: 10). de ser mostrado, n o puedes&i dicho” (Wittgenstein, L., 1991, 67;
Según la perspectiva clásica, los conceptos (también los expre­ 4.1212). Lo que se muestra o aparece en el lenguaje no puede ser
sados en palabras) constituyen el ámbito de encuentro de los seres explicado en proposiciones bien formadas del lenguaje mismo.
pensantes. Al expresar verbalmente un pensamiento a otra perso­ Tal vez -apunta Geach- este problema no es insuperable, pero al
na, no se le remite a las propias vivencias interiores, sino que ambos menos no es una ocurrencia gratuita de Wittgenstein. Cierta­
interlocutores se encuentran en el sentido objetivo que las palabras mente, el peligro de caer en la dificultad wittgensteiniana no pue­
tienen. Dicho de manera wittgensteiníana, si el lector de este libro de ser tomado a la ligera, ya que una supuesta solución lingüísti­
entiende lo que en él se dice, no es porque a través de él tenga acce­ ca de un problema filosófico sobre una realidad no-lingüística
so a las ocurrencias del autor, sino sencillamente porque entiende frecuentemente naufraga porque el problema mismo vuelve a sur­
el castellano (y algo, por lo menos, de filosofía de la mente). gir en el lenguaje usado para resolverlo. Y ésta es precisamente
Como ha señalado Fabro, el lenguaje constituye para el hom­ una de las objeciones de fondo que se puede hacer a la analítica
bre el vehículo de los conceptos y de los problemas que éstos plan­ lingüísticamente radicalizada y que se puede dirigir también al
tean. De manera que el estudio del lenguaje, de sus modos y nominalismo en sus orígenes medievales.

146 *47
El enigma de la representación La representación intelectual

A lo que dice Geach se podría añadir que, desde el plantea­ No somos conscientes de la indescriptible diversidad de
miento mismo del Tractatus, el problema conduce a un callejón todos los juegos del lenguaje cotidianos porque los vestidos
sin salida; porque la única salida es precisamente el recurso -allí de nuestro lenguaje los igualan a todos (1988: 513; & Ií, XI).
rechazado- al pensamiento reflexivo, el cual arranca del conoci­
miento inobjetivo que del concepto tenemos en el mismo acto Si bien en el lenguaje aparecen las características fundamen­
en el que conocemos temáticamente la forma representada. Y este tales de la realidad, la inversa no tiene por qué ser cierta: es la rea­
pensamiento -n o representativo- no es parte del mundo, preci­ lidad la que - a través del pensamiento- fundamenta al lenguaje,
samente porque no queda completamente reabsorbido en la y no al revés. Éste es el pórtico de todo tratamiento realista de las
dimensión mundana del lenguaje. En rigor, el reconocimiento relaciones entre palabras, representaciones intelectuales y cosas;
del carácter no mundano del pensamiento y de la índole mun­ tratamiento que se está procurando realizar en este capítulo y en
dana de su expresión lingüística son las dos caras de una misma el precedente.
moneda. Ambas tesis se exigen mutuamente y ambas vienen reque­
ridas por una solución realista al problema de las relaciones entre
lenguaje, pensamiento y realidad. cj,10. Ser como pragma y ser como logos
Un adecuado análisis filosófico del lenguaje ha de efectuar,
precisamente, un cierto distanciamiento crítico con respecto al Según ha sugerido Gilson, “si la reflexión metafísica ha de par­
lenguaje histórico que fácticamente se usa e, incluso, con respec­ tir del lenguaje, también debe tomar la forma de una crítica del
to a sus articulaciones profundas y permanentes. Precisamente lenguaje” (Gilson, E., 1951: 13). Ciertamente, el análisis del len­
porque nuestro pensamiento no está completamente sumergido guaje puede ser la primera palabra en filosofía, pero —desde lue­
en la cultura a la que pertenecemos, nos es posible adoptar una go- no es la última (Austin, J. L., 1961: 133). Ahora bien, ¿es
postura “excéntrica” con respecto a nuestro lenguaje y discet mr realmente la primera palabra? Tanto Aristóteles como Kant -cada
entre lenguaje y pensamiento. Y es que, en rigor, toda cultura que uno a su m odo- han mantenido que todo nuestro conocimien­
auténticamente lo sea nos conduce más allá de sí misma. to, también el filosófico, comienza por la experiencia. Pero no se
Frege advertía cuán fácilmente podemos ser llevados por el :debe entender esta tesis como si tal experiencia inicial hubiera de
lenguaje a concepciones equivocadas y —por consiguiente- cuán­ ser primordial o necesariamente la de la naturaleza física ínorgá-
to valor tiene para la filosofía el liberarse del dominio del lenguaje :nica, que pocos indicios nos proporciona para desvelar su inter­
(Frege, G., 1969: 74). Y Wittgenstein radicaliza la postura de Fre­ na estructura. Más relevante es para el filósofo la experiencia refe­
ge, como puede verse en los siguientes textos: rente a los fenómenos antropológicos; y, entre ellos, es sobre todo
ilustrativo el lenguaje.
La desconfianza en la gramática es el primer requisito del Pero -com o hace un momento se advertía- de este punto de
filosofar (Wittgenstein, L., 1960: 186-187). El lenguaje dis­ partida, como de otros, debe distanciarse el filósofo, con una acti­
fraza el pensamiento. Y de un modo tal, en efecto, que de la tud de discernimiento máximamente exigente. No puede que­
forma externa del ropaje no puede deducirse la forma del pen­
darse prendido al lenguaje. Sin embargo, todos los cultivadores
samiento disfrazado; porque la forma externa del ropaje está
de la metafísica se han preguntado alguna vez si se están ocupando
construida de cara a objetivos totalmente distintos que el de:
permitir reconocer la forma del cuerpo (1991: 49; 4.002b
de algo más que de palabras: los que han continuado adelante son
La filosofía es una lucha contra el embrujo de nuestro los que respondieron afirmativamente. Así pues, de la metafísica
entendimiento por medio de nuestro lenguaje (1988: 123; “razón hay para decir que se ocupa de palabras, pero de éstas sólo
& 109). le interesa si significan algo o no; y si ve que la afirmativa es ver­

14 8 T49
E l enigma de la representación La representación intelectual

dad, busca determinar su contenido real” (Gilson, E., 1951: 12). definitiva identidad fundante de logos y physis (cfr. Conill, J.:
La metafísica asume también la tarea de realizar un crítica del len­ 1983: 114-117).
guaje (del suyo propio, sobre todo); pero no consiste sólo en un
análisis lingüístico, justamente porque tal análisis -en la medida i
en que es metafísica o epistemológicamente relevante—apunta íj. i i . Cosa significada y modo de significar
siempre a un problema que no se agota en el propio lenguaje, sino
que remite a la representación intelectual y a la realidad en ella El discernimiento liminar de la fundamentación que aquí se
representada. propone se encuentra ya en la distinción tradicional entre el modo
Una semántica realista sólo es posible sobre la base de la explí­ de significar y la cosa significada, que halla un cierto eco en la dife­
cita distinción entre el ser en las cosas y el ser en la mente, entre el rencia establecida por Frege entre sentido y referencia. De esta dife­
ser como pragmay el ser como logos. Pero, llegados a este punto, renciación entre lo que; es según la realidad y lo que es según la
suelen presentarse no pocos equívocos, a los que conviene ade­ razón surge la distinción entre la gramática (doctrina de los sig­
lantarse. nos del lenguaje), la lógica (doctrina de lo intelectualmente repre­
En primer lugar, hay que señalar que el ser como logos no es el sentado) y la ontología (doctrina del ser de las cosas) (cfr. Fabro,
logos real o el ser logos: es el ser en el logos, el ser según el logos. Evi-. C., 1960: 153).
dentemente, ser logos es “más” que ser physis, porque el pensa­ La gramática y la lógica se sitúan formalmente -cada una a su
miento es más perfecto que la naturaleza (y él mismo, según se nivel—en el ámbito del ser como logos y no pueden sustituir ni
ha visto, no tiene -e n cierto sentido—naturaleza). Pero ser según absorber a la ontología como teoría del ente mismo en cuanto ente.
la physis es “más” que ser según el logos, porque el ser veritativo se En este sentido, el alcance metafísico del análisis lógico-lingüís­
funda en el ser propio o natural y a él remite. tico viene dado, justamente, por el carácter fundante que respecto
En segundo término, esta distinción entre ser según el logos y a él compete a la ontología. Pero tal fundación no equivale a una
ser según la physis suele ser objeto de una doble acusación, a saber: perfecta correspondencia de las estructuras del lenguaje y de las
que es acrítica y que renuncia, de antemano, a una fundamenta- estructuras del pensamiento con las configuraciones del ente real.
ción unitaria. Pues bien, sí “crítica” equivale a reflexión lógico- Como hemos visto, los rasgos más generales de las cosas se dan
trascendental o lingüístíco-trascendental, la primera objeción está en las palabras, pero éstas tienen un modo específico de articu­
justificada, pero es externa y, por tanto, problemática (cuando larse que no posee un carácter paradigmático o determinante con
menos); si “crítica”, en cambio, es el calificativo de una investi­ respecto a la entera realidad. Desde luego, no se da un isomor-
gación rigurosa y sin presupuestos arbitrarios, no procede la acu­ fismo entre la estructura ontológica de la realidad y la estructura
sación, porque la mencionada distinción se basa en un cuidado­ lógica de las proposiciones. No hay una lógica de los hechos del
so discernimiento de los sentidos del ser que tanto la filosofía mundo que fuera trasunto de nuestras estructuras intelectuales,
trascendental de cuño kantiano como sus prolongaciones analí­ consideradas certeramente por la tradición filosófica como segun­
ticas suelen pasar por alto. Habrá que decir, además, que cuan­ das intenciones: como entes de razón del tipo relación. Afirmar
do se renuncia a una fundamentación ilusoria, no se renuncia- lo contrario es la falacia racionalista en la que incurren las filo­
realmente a nada: una interpretación unívoca de la realidad tal sofías de la conciencia y que acaba derivando en \a falacia semán­
vez fuera deseable, pero sólo es posible desde unos presupuestos tica en la que cae no pocas veces, y de manera harto simplista, la
racionalistas o idealistas que anticipan la solución del problema analítica convencional.
desde su mismo planteamiento. Aquí se esboza otra fundamen­ La isomorfia es un modelo muy imperfecto para entender la
tación, de índole realista y analógica, en la que no se excluye la representación y la significación. En realidad, cuanto más per­
E l enigma de la representación La representación intelectual

fecta es una representación, menores son los indicios de isomor- to esencial- la función mediadora del concepto, ya que las pala­
fía que en ella se pueden encontrar. La metafísica realista propo­ bras se refieren a las cosas sólo a través de los conceptos de la men­
ne el modelo de la identidad intencional, que supera el isomor- te (o conceptos formales). No se propone, por tanto, un inme-
fismo y —en definitiva- el representacionismo, por más que sus diatísmo significativo entre palabras y cosas. Pero tampoco se
presentaciones usuales dejen con frecuencia mucho que desear en propugna una mediatización ilacionista, según la cual ios térmi­
cuanto a consistencia y precisión. nos significarían exclusivamente los conceptos, que representan,
Si la relación entre la representación intelectual y lo represen­ a su vez, las cosas.
tado se entendiera en términos de completa isomorfía, habría que Porque las palabras, con una sola significación, significan el
propugnar una inadmisible confusión entre la lógica como expo­ concepto y la cosa. Inmediatamente significan los conceptos y,
sición de las relaciones de segunda intención (entre conceptos), mediante ellos, las cosas. Pero, como los conceptos son signos for­
y la ontología como exposición de las inflexiones y articulaciones males y no instrumentales, las palabras principalmente significan
del ser de las cosas. Y el análisis lógico-lingüístico podría cumplir las cosas y secundariamente la manera como las conocemos por
sin residuo el cometido del pensamiento metafísico. Cuando en medio de las representaciones intelectuales. El modo de signifi­
realidad el análisis lógico del lenguaje sólo podría ocupar el lugar car corresponde al modo de conocer, y
de la ontología si las segundas intenciones fueran la traslación pic­
tórica o figurativa de las propiedades y relaciones de las cosas des­ cuando se conoce una cosa en otra, el que la conoce es lle­
de la realidad hasta la mente, como supondría un representacio- vado hacia las dos por un solo movimiento, como aparece
nismo no superado. claro cuando una cosa se conoce en otra como en su forma
inteligible, y tal conocimiento no es discursivo (Tomás de
En la medida en que el propio avance del proceso de reflexión
Aquino, 1964: 150; q. 8. a. 5- Cfr. Fernández Rodríguez, J.
crítica ha cuestionado la concepción representacionista de los con­ L., 1974: 178).
ceptos y la índole trascendental del análisis lingüístico, se ha pro­
ducido cierto inesperado acercamiento de la filosofía analítica a
Desde luego, es diferente el carácter de las palabras y el de los
estos planteamientos clásicos, según los cuales —como veíamos en
conceptos: a aquéllas se las denomina ‘signos’; a éstos, ‘semejan­
el capítulo anterior—las palabras habladas son símbolos de los
zas’ de las cosas. La referencia de las palabras a las cosas -median­
pensamientos y las palabras escritas son signos de las palabras
te los conceptos—es una relación de significantes a significados: ne­
habladas; de manera que así como no todos tienen la misma escri­
ne un carácter propiamente semántico. En cambio, la relación de
tura, así tampoco usan todos los mismos sonidos al hablar. Para
los conceptos a las cosas conocidas es natural: la representación
Aristóteles, en definitiva, los pensamientos de los que estas pala­
intelectual es una manifestación de la cosa dicha por la palabra.
bras son primariamente signos son los mismos para todos, como
Por eso se afirma clásicamente que la verdad propia de la simple
lo son también las cosas de las que los pensamientos son seme­
aprehensión es una verdad ontológica, mientras que la verdad lógi­
janzas.
ca -com o adecuación conocida- sólo se da en el juicio. De la
Según la síntesis que Tomás de Aquino hace de esta doctrina
composición y división que la mente efectúa surge toda la red de
aristotélica, las palabras son signos de los conceptos, y los con­
segundas intenciones, a través de las cuales se relacionan los con­
ceptos son semejanzas de las cosas; es, entonces, patente que las
ceptos entre sí y se refieren conscientemente a las realidades cono­
palabras se refieren a las cosas significadas mediante los concep­
cidas, de las que son semejanzas intencionales (no isomórficas).
tos del intelecto; así pues, según como podamos conocer intelec­
Simultánea e inseparablemente, la palabra es manifestación de
tualmente algo, así puede ser nombrado por nosotros (Tomás de
la cosa y manifestación de la palabra interior que concebimos con la
Aquino, 1994: 181; I, q. 13, a. 1). Aparece aquí -como raomen-

15 2
E l enigma de la representación La representación intelectual

mente (cfr. Tomás de Aquino, 1964: 186; q. 9, a. 4). La palabra Como sucede con los aspectos esenciales de toda auténtica tra­
hablada es la menormente expresada, que -según decían los estoi­ dición cultural, cualquier idioma nos conduce más allá de sí mis­
cos- una vez proferida golpea nuestros oídos. Mas, como se afir­ mo, porque de lo contrario no sería un instrumento de comuni­
ma en el notable texto del De Veritate referente a la triple palabra, cación, sino más bien un obstáculo para ella. Según se advirtió en
esta palabra exterior remite a una palabra del corazón proferida su momento, un idioma es instrumento de comunicación en la
sin voz. Ciertamente, no hay separación ni mutua exterioridad medida en que es vehículo del pensamiento; lo cual nos lleva a una
entre estas tres dimensiones (el pensamiento, el lenguaje interior cierta “relativización del lenguaje”, que es justamente lo opuesto
y el lenguaje exterior), pero sí dependencia causal. El lenguaje ai relativismo lingüístico. De suerte que lo mismo que permite a
exterior está causado final y eficientemente por el lenguaje inte­ ios hablantes de un mismo idioma entenderse entre sí, eso mismo
rior, y formalmente -com o ya se vio- por el pensamiento: “Los posibilita que los hablantes de diferentes idiomas lleguen a ser
nombres se imponen según el conocimiento que recibimos de las capaces de entenderse entre sí, previo el pertinente aprendizaje del
cosas” (Tomás de Aquino, 1964: 76; q. 4, a. 1). idioma del otro. El lenguaje no encapsula al pensamiento en una
El pensamiento, que de suyo no tiene materialidad alguna, se determinada cultura, sino que lo abre potencialmente a toda otra
expresa por medio del lenguaje que, en su articulación sensible, posible cultura. Realmente, el relativismo cultural es un superfi­
forma parte del mundo físico (Tomás de Aquino; 1964: 8; q. 1, cial equívoco que no conduce a ninguna parte.
a. 4). No es, por tanto, el lenguaje el que determina al pensa­ De otro lado, tampoco sucede con las cosas lo que sucede con
miento, sino éste el que tiene un carácter fundante con respecto los conceptos, precisamente porque la representación intelectual
de aquél. En las pasadas décadas —con base en teorías del siglo del objeto es recibida en la mente según el modo de ser del enten­
X I X - prosperó entre algunos lingüistas y antropólogos la tesis con­ dimiento y no según el modo de ser de la cosa. A la composición
traria, que suele denominarse “determinismo lingüístico”. Según y división que el intelecto realiza en el juicio responde algo por
esta doctrina, es el lenguaje el que determina al pensamiento, por parte de la cosa, ya que en la realidad también se dan diversos
lo cual nuestra visión del mundo depende de la estructura lin­ géneros de composición, a los que responden de algún modo las
güística del idioma que hablamos: relativismo lingüístico (Whorf, distintas formas de la predicación. Pero la composición no se da
B.J., 1967). del mismo modo en la cosa y en el entendimiento, por lo cual
La relevancia filosófica del análisis lingüístico -su alcance y difiere la composición intelectual de la composición real (cfr.
sus límites—viene dada precisamente porque el lenguaje es pen­ Tomás de Aquino, 1994: 782; I, q. 85, a. 5, ad 3). Tarea del aná­
samiento sensiblemente expresado. Si se considera como separa­ lisis lingüístico es también poner de relieve esta diferencia; pero
do del pensamiento o simplemente se prescinde de éste, el len­ tal cometido ya no es posible sin el continuo recurso a la filoso­
guaje pierde su dimensión trascendental y queda reducido a una fía de la mente -perspectiva que se adopta en este libro- y al aná­
estructura antropológica que se puede estudiar objetivamente, lisis formalmente ontológico, que tiene sus métodos propios.
como cualquier otro objeto cultural. Es, por tanto, tarea del aná­ La distinción entre lo que es según la cosa y lo que es según la
lisis filosófico el distinguir lo que el lenguaje tiene de fáctico y lo razón aparece, por tanto, como un requisito imprescindible para
que de intencional tiene; lo cual lleva consigo —como antes se llevar a cabo un análisis epistemológico y lingüístico críticamen­
apuntaba- un distanciamiento crítico con respecto a las estruc­ te consciente de sus posibilidades. Esta es justamente la distin­
turas lingüísticas históricamente efectivas. Sólo un equilibrado ción que omite sistemáticamente la filosofía de la conciencia —por
análisis lingüístico permite al filósofo no ser prisionero del len­ consiguiente, también la filosofía trascendental- y a la que se está
guaje: no pensar que lo que acontece con las palabras acontece acercando la filosofía analítica más reciente, al advertir que todo
también con las cosas. análisis lingüístico remite a las representaciones intelectuales y

*54
E l enigma de la representación

acaba por conducir a una fundamental dimensión extralingiiísti­


ca. El ser en eljuicio se revela como diferenciado del ser real y fun­
damentado en él. Sólo de este modo se esquiva otro aspecto del
riesgo de naturalismo y se evita el callejón sin salida al que están
10
conduciendo actualmente no pocos estudios de Inteligencia Arti­
ficial y la mayoría de las versiones recientes de la llamada “Cien­
Signos formales
cia Cognitiva”.
y antimentalismo

io .i. El triángulo semántico

En los dos últimos capítulos se han expuesto las líneas maes­


tras de la concepción clásica de la representación mental, en sus
estrechas relaciones con el lenguaje que la expresa y con la misma
realidad representada. Si se ha logrado exponerla con precisión y
se ha leído atentamente, se habrá podido apreciar la complejidad
y finura de esta doctrina, tan alejada del simplismo que con dema­
siada frecuencia se le suele achacar. Tal simplismo sólo acontece
cuando se presenta la teoría clásica en su esquemática caricatura,
que vendría a decir algo así: las cosas naturales tienen una esencia
que nosotros conocemos por medio de la abstracción intelectual;
la esencia en cuestión está representada en el concepto, que es una
especie de copia o imagen mental de esa determinación funda­
mental que se encuentra en las cosas; a su vez, la representación se
exterioriza a través de su expresión en las palabras del lenguaje; de
manera que nuestros términos lingüísticos manifestarían la esen­
cia de las cosas tal como se hallan traspuestas en la mente.
En rigor, ninguno de estos pasos o movimientos -así leídos—
es fiel a la concepción tradicional de lo que se ha dado en llamar
el “triángulo semántico”. Porque ni somos capaces de conocer en
sí mismas las esencias de las cosas, ni su representación mental es
una trasposición o copia, ni las palabras vienen a ser como la
envoltura mundana de esas presuntas representaciones. Si nos
paráramos a examinar cada una de estas articulaciones, descubri­
ríamos enseguida que lo que tienen en común es, justamente, su
lastre naturalista. En contra de lo que se suele admitir, la moder-

*57
E l enigma de la representación Signos formales y antimentalismo

na filosofía de la conciencia —prolongación en este punto de la No encuentra Poinsot mayores problemas para dar cuenta del
escolástica tardía—se ve aquejada de un “cosismo” ai parecer insu­ signo instrumental: aquel —recordémoslo—que conduce al cono­
perable. Y así no hay modo de descifrar el enigma de la repre­ cimiento de una cosa, previa noticia del mismo signo. Es más, el
sentación. Porque ni las esencias, ni los conceptos, ni las palabras signo instrumental es a lo que propia y verdaderamente todos lla­
son precisamente eso que llamamos “cosas”. Como tampoco la man signo’ y nadie duda de que lo sea.
realidad, el pensamiento y el lenguaje son recintos o ámbitos sepa­
rados entre sí, y conectados después por misteriosos.pasadizos. Pero toda la dificultad —precisa Poinsot—concierne a los
Heidegger es el autor que mejor ha visto el malentendido de fon­ signos formales, los cuales conforman e informan la poten­
do que aqueja a esta extraña “metafísica”, aunque no acierte a dife­ cia cognoscitiva en orden a la manifestación del objeto y de
renciarla de otros modos de pensar que merecen -en un sentido su conocimiento. Y toda esa dificultad viene a parar en esto:
propio y no peyorativo- el calificativo de ‘metafísicos, y él mis­ De qué modo le convenga al signo formal la razón de medio
mo no haya conseguido librarse del marco básico de la filosofía que conduce la potencia a lo significado, y de qué modo le
convengan las condiciones de signo, especialmente aquélla
trascendental evolucionada, cuyo naturalismo -aunque más depu­
según la cual el signo es más imperfecto que lo significado,
rado y débil que el racionalista- no deja de ser por ello un antro- y se dice que la cosa se conoce más imperfectamente por
pocentrismo idealista. El nombre que debe figurar junto al de medio del signo que si en sí misma se conociera y represen­
Heidegger es, evidentemente, el de Wittgenstein. Lo que pasa es tara (Poinsot, J., 1948: 693; II, q. 22, a. 1).
que rara vez los filósofos analíticos del lenguaje que en él preten­
den inspirarse han ido más allá de su crítica al representacionis- Y enseguida conviene advertir que la solución que da Poinsot a
mo, en el que con frecuencia han juntado y revuelto la filosofía esta dificultad “técnica”, por así decirlo, va al corazón de la natura­
de la conciencia y la teoría clásica de la mente. leza del concepto o representación intelectual, ya que lo que en defi­
nitiva nos viene a decir es que el signo formal no es una cosa como
aquello que significa ni es un “momento” por el que el conocer mis­
10.2. Semiótica de la representación mo tendría que “pasar”. De manera que no cabe decir propiamen­
te que el signo formal sea una cosa que nos lleva al conocimiento
Según venimos advirtiendo a lo largo de este libro, el núcleo de otra, con la consecuencia de que el conocimiento en cuestión
del laberinto que trabajosamente vamos explorando no es otro fuera “mediato”. Estamos ahora más allá de todo naturalismo:
que el mismísimo concepto de representación, el cual o bien se
cosifica o bien se esfuma. Por eso parece oportuno que, antes de Y la razón es que el signo formal, como es la misma noti­
examinar algunas de las críticas actuales a la teoría clásica de la cia o concepto de la cosa, no se connumera con el conocimiento
representación, precisemos más su paradójica realidad, de la que mismo, al cual conduce a la potencia. De ahí que no pueda
-com o ya se ha adelantado—da justa cuenta la doctrina clásica tener razón de medio para que la potencia se vuelva cognos-
del signo formal, especialmente en la exposición que de ella hace cente y para que el objeto no manifiesto se haga manifiesto, ya
que es la misma razón y forma del conocer. Y de este modo el
Juan Poinsot (1589-1644). La gran eficacia de esta semiótica con­
signo conduce a que el concepto y noticia se ponga en la poten­
siste en que, gracias a ella y en la medida de lo posible, se escla­
cia y la haga cognoscente. Pero el concepto mismo no es un
rece esa enigmática naturaleza de la representación mental, de la medio para conocer. Es más, igualmente se dice que algo se
que no cabe prescindir, pero de la que tampoco procede derivar conoce inmediatamente cuando se conoce en sí mismo y cuan­
un mediatismo cognoscitivo, fatal al cabo para toda epistemolo­ do se conoce mediante el concepto o noticia. Porque el con­
gía que intente no resignarse a un incomprensible mentalismo. cepto no hace que el conocimiento sea mediato (1948: 693).

I J 9
E l enigma de la representación Signos formales y antimentalismo

10 .3. Los diferentes tipos de mediación de lo que, en sentido estricto, llama Tomás “especie” (en el sen­
tido de especie impresa); porque la especie impresa pone al enten­
Para comprender mejor esta solución de Poínsot, conviene recor­ dimiento en acto para conocer de acuerdo con una determinada
dar la clasificación que el propio Tomás de Aquino hace de los forma, por lo cual puede considerarse como principio del cono­
medios cognoscitivos en la séptima de las Cuestiones Cuodlibetales. cimiento; mientras que la representación o concepción del inte­
En el conocimiento hay tres tipos de mediaciones. La primera es lecto se ordena a la cosa inteligida como a su fin. También difie­
aquella que corresponde al medio bajo el cual, que equivale a la luz re la representación intelectual de la acción del entendimiento,
bajo cuya ilustración se ve alguna cosa, como acontece con la ilu­ ya que ésta es como el origen del concepto, mientras que la con­
minación operada por el entendimiento agente, que se dispone ¡ cepción del intelecto se considera como el término de la acción
respecto al entendimiento posible o paciente como la luz del sol y, en cierto modo, como constituida por esa misma acción. Y, por
respecto al ojo. En segundo lugar, el medio por el cual se conoce es último, no cabe confundir la “palabra de la mente” con el enten­
la especie inteligible que determina al entendimiento posible. Estas dimiento mismo, ya que la palabra que la mente genera es una
dos clases de medio no hacen mediato al conocimiento. Pero el semejanza de la cosa conocida, mientras que no guarda semejan­
tercer tipo, que es el que viene aquí a cuento, resulta más comple­ za con el propio intelecto.
jo. Se trata del medio en el cual, que es algo a través de lo que lle­ Precisamente por eso al concepto formal se le llama también
gamos al conocimiento de otra cosa; por ejemplo, como vemos la “palabra de la mente” (verbum mentís): porque lo que nuestro len­
causa en el efecto, como en uno de los contrarios vemos el otro, o guaje —el conjunto de nuestras “voces externas”—significa no es
como vemos a un hombre en el espejo. De entrada, este tercer tipo el entendimiento mismo, ni la especie inteligible, ni el acto del
hace al conocimiento mediato, tal como acontece con los tres ejem­ entendimiento, sino la representación, a través de la cual se refie­
plos que se acaban de poner. Pero hay que advertir que el medio en re a las cosas y casos reales. De suerte que, como sintetiza santo
el cztódpuede ser de dos clases: la primera se refiere al caso de algo Tomás en la cuestión octava del Depotentia, el concepto o verbo
material y externo a la potencia, a saber, aquello en lo cual está la de la mente, por medio del cual nuestro entendimiento entien­
imagen de otro, como —según el tercer ejemplo aducido—la ima­ de alguna cosa distinta de sí mismo, surge de algo distinto de sí
gen del hombre está en el espejo. Claro aparece que no cabe que y representa algo diferente de sí mismo. Pero hay que hacer una
ésta sea la índole del concepto, pues ninguna representación men­ última e importante precisión. La representación intelectual es,
tal —ni intelectual ni sensible—puede ser externa a la potencia cog­ ciertamente, extrínseca respecto al ser del propio intelecto, ya que
noscitiva, como siglos más tarde redescubriera Husserl. La segun­ no forma parte de su esencia, sino que es como una modificación
da clase del medio en el cual, por el contrario, es formal e intrínseca: suya. Ahora bien, no es extrínseca al mismo inteligir del intelec­
es el caso del verbum mentís o “especie expresa’, en la cual se cono­ to, ya que el inteligir mismo no se podría realizar sin tal repre­
ce la cosa inteligida. Y ésta es precisamente la índole de “medio” sentación (Tomás de Aquino, 1961: 215; q. 8, a. 1).
que corresponde a la representación intelectual (cfr. Tomas de Aqui­
no, 1956: 133-143; q. 1, a. 1).
Ahora bien, como este peculiar “medio” que es la representa­ 10.4. ¿Qué es representar?
ción mental presenta un carácter fórmalo, intrínseco, cabría pre­
guntarse si se identifica o no con el intelecto mismo. La respues­ Poinsot, por su parte, precisa que la primera clase de este ter­
ta que se encuentra en el propio Tomás de Aquino es negativa: la cer tipo de medio hace mediato al conocimiento y ha de ser con­
representación no se identifica con la potencia intelectiva. Esta siderado como un signo instrumental. Pero la segunda clase -a la
“concepción del intelecto” o “palabra de la mente” se distingue que procede adscribir el concepto- no constituye al conocimiento

16 1
E l enigma de la representación Signos formales y antimentálismo

en mediato, porque no duplica ni el objeto conocido ni la cog­ te mecanismos de conexión y fundamentos legitimadores que ten­
nición. A pesar de lo cual -o precisamente por ello- el concepto drán un carácter extra-gnoseológico. Estamos ante lo que en este
es verdadera y propiamente un medio que representa al objeto libro se llama “naturalismo”. Naturalismo al que, obviamente, no
conocido: no como un medio extrínseco, sino como un medio es ajeno el propio empirismo, en cuyos representantes -especial­
intrínseco que configura a la potencia. Pues, como ya se dijo en mente en Locke- encontramos versiones del rep resentacionismo
el capítulo anterior, representar no es otra cosa que hacer al objeto aún más drásticas y crudas que las ofrecidas por los racionalistas.
conocido presente a la potencia y unido a ella en su ser cognoscible.
Y esto -representar- es algo que acontece de dos maneras en el
conocimiento intelectual humano. Una es al modo de un prin­ 10.5. Antimentálismo y filosofía aristotélica
cipio, como sucede con la especie impresa, que determina a la
potencia de la que ha de proceder el conocimiento. Mientras que La falta de finura en los análisis se arrastra hasta nuestro siglo,
la otra -la que hasta ahora venimos considerando- es al modo de y alcanza incluso a las mismas refutaciones del representacionis-
un término, como ocurre con la especie expresa, ya que en ella el mo, tal como se proponen en algunas formulaciones de la her­
objeto se propone y se presenta como lo conocido y el conoci­ menéutica y de la filosofía lingüística. Es la falta de herramientas
miento que termina dentro de la potencia, que adquiere o gana conceptuales de índole metafísica la que conduce, entre otros difun­
la razón propia del objeto. Y así el objeto se hace presente, se repre­ didos errores, a la atribución de una postura mentalista a Aristó­
senta, mediante el concepto o la especie intelectual, tanto impre­ teles y Tomás de Aquino. En el resto de esta capítulo examinare­
sa como expresa, que une al objeto representado con la potencia mos la posible justeza de tales críticas, al hilo de la discusión
que lo representa (Poinsot, J., 1948: 694). desarrollada en el interesante artículo de John P O ’Callaghan titu­
La representación intelectual se mueve, por tanto, en el estric­ lado “The Problem of Language and Mental Representatíon in
to territorio de lo gnoseológico, en el que propiamente no hay Aristotle and St. Thomas” (O ’Callaghan, J. P., 1997).
cosas ni causas, sino formas y actos. Esto es lo que el representa- Nada mejor que empezar por un par de textos de Michael
cionismo ignora, porque responde a un modo de pensar que sólo Dummett que ejemplifican tal homogeneización de la tradición
entiende de configuraciones eídéticas, curvadas sobre sí mismas filosófica respecto a la semántica de la representación:
y, por lo tanto, problemáticamente articulables o comunicables
Una tradición continua, que va desde Aristóteles a Locke y
entre sí. Se crea entonces una suerte de universal mediación, que
más allá, ha asignado a las palabras individuales la capacidad de
viene a ser como una reduplicación antropomórfica del mundo
expresar “ideas”, y a las combinaciones de palabras la capacidad
real, como un “platónico” lugar celeste, trasladado a un presun­ de expresar “ideas” complejas; y este modo de hablar ha borra­
to recinto interior, poblado de dobletes de las cosas efectivas. Tal do -o, al menos ha fracasado en explicar—la distinción crucial
es el sentido que el racionalismo moderno confiere a la mente; entre esas combinaciones de palabras que constituyen una pro­
entendida como una luminosa caverna, antitética —en muchos posición y aquellas que forman meras frases que podrían ser
aspectos- a la que en la República se propone. Por de pronto, el parte de una proposición (Dummett, M.,1981: 3-4).
ámbito cavernario no es ahora alegórico sino real, ya que las repre­
sentaciones ocupan el lugar de las auténticas realidades. Pero es Y dice en otro lugar el filósofo de Oxford:
que, además, las sombras se iluminan, mientras que dejan en la-
penumbra todo lo que permanece en la exterioridad del aire libre. Quizá la contribución más importante realizada por los
Fundamentos de la Aritmética de Frege es el ataque a la teo­
Y como estas sombras refulgentes no se articulan realmente entre
ría imaginista o asociacionista del significado. Esta es otra de
sí ni dan razón de sí mismas, habrá que buscar en la propia men­

162 XÓ3
E l enigma de la representación Signos formales y antimentalismo

esas ideas que, una vez completamente asimiladas, aparecen:: amb°s vamos suscitando a lo largo del diálogo son las mismas. Y
como completamente obvias. Ahora bien, Frege fue el pri­ entonces reaparecen en escena todos los fantasmas del “ilacionis-
mero que estableció un claro corte con la tradición que había, mo”, porque yo no puedo estar cierto de que, a través de todo ese
florecido entre los empiristas británicos y cuyas raíces pene- proceso, las representaciones de ambos íntelocutores lleguen a ser
tran hasta Aristóteles. El ataque lanzado por Frege contra la idénticas. Sólo puedo suponerlo, así como el “realista crítico” o
teoría según la cual el significado de una palabra o expresión ; “el idealista moderado” suponen que sus representaciones men­
consiste en su capacidad de suscitar en la mente del oyente 5
tales alcanzan la realidad, ya que de un modo u otro han sido cau­
una imagen mental correspondiente fue rematado por Witt-
genstein en la primera parte de las Investigaciones filosóficas,
sadas por ella.
y ya es apenas necesario repetir sus argumentos en detalle,
En este tema, como en el de la realidad y objetividad del cono­
porque la teoría imaginista está actualmente muerta, sin espe­ cimiento del mundo exterior, la única salida es cortar el nudo gor­
ranza alguna de revivir (1981: 637-638). diano del planteamiento mentalista. O, mejor, no llegar a anu­
dar nunca ese nudo, con el resultado de que no hay necesidad de
Estos enjuiciamientos de Michael D um m ett merecen, al cortarlo, habida cuenta de que tampoco hay posibilidad. Así pues,
menos, dos comentarios. El primero de ellos es que la teoría del a la pregunta de por qué tú entiendes lo que yo te estoy dicien­
significado -venga de donde venga—que en ellos se critica bien do, la única respuesta válida es —insistamos—la wittgensteiniana:
criticada está. La magnitud de problemas que sobre ella gravitan “Porque sé castellano”. Las palabras y las proposiciones tienen
la hace completamente inviable. Para explicar según esta teoría sentido como algo intrínseco a ellas, de manera que los discursos
representacionista mi diálogo con otra persona habría que poner por ellas constituidos se comprenden sin más requisito que enten­
en juego las siguientes presuposiciones: 1. yo tengo en mi men­ der el idioma (y, en su caso, algo de la materia especializada de
te un silencioso discurso, compuesto por representaciones de las que se trate). Por utilizar el símil de Frege, se podría decir que las
cosas o hechos de que se trate, que no puedo hacer llegar a mi expresiones lingüísticas tienen sentido en sí mismas, así como los
interlocutor por la fundamental razón de que no disfruto del don segmentos tienen en sí mismos dirección.
de la telepatía; 2. para suplir esta deficiencia, echo mano del len­
guaje, que es una especie de código sensible al que se traducen
mis conceptos o ideas; 3. mi interlocutor pone en marcha su capa­ io .6. Aristóteles y el representacionismo
cidad de descifrar mi discurso, porque conoce y usa el mismo
código que yo; 4. descifrar el discurso en cuestión equivale, ni El segundo comentario que procede hacer a las tesis de Dum­
más ni menos, que a suscitar en su mente las mismas representa­ mett es que la adscripción de la teoría mentalista a Aristóteles y
ciones que yo alojo en la mía; 5. al contestarme, mi interlocutor su escuela es harto problemática y, desde luego, que el problema
cifra, a su vez, sus propios pensamientos y yo hago con ellos exac­ no se agota en dilucidar si el texto griego del Peri hermeneias se
tamente lo mismo que él había hecho con los míos. ha traducido correctamente al latín desde Boecio o no, como
Ahora bien, ¿cómo estoy cierto de que las representaciones O ’Callaghan inicialmente discute (1997: 499-504). La cuestión
contenidas en su mente y en la mía son las mismas? Porque, según estriba, más bien, en si el modelo representacionista puede aco­
esta explicación y según toda evidencia, yo no tengo más acceso plarse o no al realismo metafíisico de cuño aristotélico. Y la res­
que el lenguaje al ámbito mental en el que tales imágenes acon­ puesta a este interrogante no puede ser sino negativa. Como ha
tecen. Sucede, entonces, que he de suponer que cada uno de esos señalado Peter Geach (Geach, P., 1972: 44-61), el inicio de la
pasos logra su objetivo, es decir, que - a través de las sucesivas concepción según la cual el sentido de una palabra es la corres­
conexiones entre conceptos y palabras- las representaciones que pondiente imagen mental se remonta a la aparición de la “teoría

16 4
lis
E l enigma de la representación
Signos formales y antimentalismo

de los dos nombres”. Para esta teoría, tanto el sujeto como el pre­ Pero esta opinión es evidentemente falsa por dos razones.
dicado de una proposición son nombres, mientras que la cópu- 1) Primera, porque los objetos que entendemos son los mis­
la es constituye un tercer elemento, equivalente a un signo de mos que constituyen las ciencias. Así, pues, si solamente enten­
identidad. De tal suerte, no habría diferencia esencial entre pro­ diéramos las especies presentes en el alma, se seguiría que nin­
posiciones y frases no proposicionales o palabras aisladas. Y ésta J guna ciencia trataría sobre las realidades exteriores al alma, sino
es una manera de considerar el lenguaje básicamente ajena a la sólo sobre las especies inteligibles que hay en ella. Así, los pla­
tradición aristotélica rectamente entendida, en la que la propo- / tónicos sostenían que todas las ciencias tratan sobre las ideas,
sición se analiza en dos componentes esenciales: sujeto y predi- í entendidas en acto. 2) Segunda, porque se repetiría el error de
cado. El sujeto es, en principio, un nombre, mientras que el pre­ ios antiguos, los cuales sostenían que es verdadero todo lo apa­
dicado es una función proposicional en la que se incluye la cópula rente. Así, lo contradictorio sería simultáneamente verdadero.
Pues una potencia que no conoce más que su propia impre­
o, en general, el verbo que se utilice en cada caso. Ciertamente, 1
sión, sólo juzga de ella. Pero lo que algo parece, depende del
según señala Geach, hay algunos aspectos de la silogística aristo- -
modo como es alterada la potencia cognoscitiva. Por lo tanto,
télica que sugieren la adopción por el Estagirita de ciertos rasgos el juicio de la potencia cognoscitiva siempre tendría por obje­
de la teoría de los dos nombres, a la que —por lo demás- la mayor to aquello que juzga, es decir, su propia alteración tal y como
parte de la neoescolástica contemporánea se entregó con armas es. Consecuentemente, todos sus juicios serían verdaderos. Por
y bagajes. Pero, en todo caso, tal doctrina no fue en modo algu­ ejemplo, si el gusto no siente más que su propia impresión,
no aceptada por Tomás de Aquino: baste con recordar que, según cuando alguien tiene el gusto sano y juzga que la miel es dul­
él y sus seguidores, la verdad lógica sólo acontece en el juicio, ce, hará un juicio verdadero. Igualmente emitiría un juicio ver­
mientras que en el concepto únicamente cabe hablar de verdad dadero quien, por tener el gusto afectado, afirmara que la miel
ontológica. es amarga. Pues ambos juzgan según les indica su gusto. De ser
así, se deduciría que todas las opiniones son igualmente verda­
deras. Lo mismo cabría decir de cualquier percepción.
Por lo tanto, hay que afirmar que la especie inteligible con
10.7. El alcance trascendente del conocimiento humano respecto al entendimiento es como el medio por el que entien­
de. Se demuestra de la siguiente manera. Como se dice en el
Desde un punto de vista más general, Tomás de Aquino nie­ libro IX de la Metafísica, la acción es doble. 1) Una, que per­
ga explícitamente que el conocimiento humano se limite a las manece en el agente, como ver o entender. 2) Otra, que pasa a
representaciones, pasiones o alteraciones que en él acontezcan. una realidad externa, como calentar o cortar. Ambas se reali­
Merece la pena citar un largo texto de la Suma de Teología, por­ zan de una forma determinada. Así como la forma según la cual
que en él se desarrolla inequívocamente este extremo, junto con se realiza la acción que tiende a una realidad exterior es imagen
otros aspectos fundamentales de la epistemología clásica: del objeto de dicha acción, como el calor de lo que calienta es
imagen de lo calentado, así también la forma según la cual se
realiza la acción que permanece en el agente, es una represen­
Algunos sostuvieron que nuestras facultades cognosciti­ tación del objeto. Por eso, en conformidad con la imagen del
vas no conocen más que las propias pasiones. Por ejemplo,
objeto visible ve la vista, y la representación de lo entendido o
que el sentido no conoce más que la alteración de su órga­
la especie inteligible es la forma según la que el entendimiento
no. En este supuesto, el entendimiento no entendería más
conoce (Tomás de Aquino, 1994: 776-777; I, q. 85, a. 2).
que la propia alteración, es decir, la especie inteligible reci­
bida en él. Según esto, estas especies son lo que el entendi­
miento conoce. Decididamente, el representacionismo no responde a un plan­
teamiento aristotélico o tomista, siñ&que hunde sus raí el

16 6
E l enigma de la representación
Signos formales y antimentalismo

mentalismo característico de la filosofía moderna, tanto de íns-: ¿e -según la gráfica expresión americana—es que se tira al niño
piracíón racionalista como empirísta. Así lo caracteriza Robeit que se estaba bañando junto con el agua de la bañera: al criticar
Sokolowskí:
el representacionismo mentalista, se critica toda posible admisión
de las representaciones, como si necesariamente tuvieran que ser
Con un espíritu lockeano, hemos admitido que las pala­ “cositas” internas que no se sabe dónde están ni para qué sirven.
bras cubren sólo el dominio de nuestras ideas, y tácitamen­ Ya hemos visto que hay una afilada arista —límite entre los abis­
te hemos considerado que las ideas son alguna suerte de cosas .
mos del mentalismo y del nominalismo—a lo largo de la cual es
internas. Pero filosóficamente esto es terriblemente ingenuo
(Sokolowski, R., 1987: 456). posible mantener un concepto de representación que no sea ni
una interna mediación mental ni una ilusión que fuera preciso
No podría serlo menos para el profesor Sokolowski, que es un eliminar. La doctrina del signo formal, tal como la propone Poin-
fino fenomenólogo, y que suele decir que la fenomenología con­ sot, es la forma más lograda de una teoría de este tipo, a la que se
siste precisamente en mantener que lo que nosotros conocemos podría llamar “realismo conceptual”.
no son los procesos de nuestro cerebro, sino los objetos externos Para situarnos en una gnoseología realista que, sin embargo, reco­
o, si se prefiere, las cosas mismas. Concepción del conocimiento noce la realidad de los conceptos o representaciones intelectuales,
que se encuentra, evidentemente, en los antípodas del naturalis­ lo primero que hemos de hacer es no entender las relaciones entre
mo, dominante aún, a pesar de las agudas críticas provenientes cosas, ideas y palabras como si se tratara de un juego entre tres rea­
de la propia fenomenología o del análisis lingüístico. lidades. Por un lado, acabamos de ver que el concepto no es algo
Desde una perspectiva que él mismo denomina “tomismo ana­ ajeno a la palabra que lo expresa, ya que las palabras sin los corres­
lítico”, John Haldane aporta la siguiente descripción del repre- pondientes conceptos no serían expresiones verbales, no se podría
sentacionismo mental: hablar con ellas de modo que nos entendiéramos. Y, a la inversa, sin
su incorporación a las palabras como sentido de ellas, apenas nos
Es la visión según la cual los objetos inmediatos de ios sería posible pensar con conceptos.
actos o estados cognitivos son entidades internas: especies,| Es esencial en la teoría realista que haya algunos conceptos
ideas, imágenes, fórmulas proposicionales y cosas por el esti­ -los más simples y radicales- en los que pueda pensarse sin el apo­
lo, que pueden estar o no estar en alguna ulterior relación ; yo de expresiones lingüísticas; pero hemos de reconocer, al mis­
referencia! con objetos o características del mundo; y que son mo tiempo, que sin la ayuda del lenguaje ninguno de nosotros
estas internas actitudes relaciónales las que constituyen el sería capaz de elaborar un curso de pensamiento mínimamente
esencial carácter “dirigido al objeto” o intencional de los esta­ complejo. Por otra parte, los conceptos no son algo del todo exter­
dos cognitivos (Haldane,}., 1987: 287). no a la cosa por ellos representada. Como dice Sokolowski inme­
diatamente después del texto suyo que antes citábamos, “una idea
no es una entidad interna y en un sentido importante no es real­
io .8. Representación: ¿una tercera cosa? mente diferente de las cosas de la que ella es idea” (1987: 456).
Sabemos, efectivamente, que la forma mental es la misma que la
Un representacionismo de este tipo, que el profesor de la Uni­ forma real, de la que solamente se distingue por existir con un ser
versidad de St. Andrews expone y crítica, nos dejaría encerrados intencional, que remite precisamente al ser real con el que la for­
en las profundidades de la conciencia, sin que pudiéramos alcan­ ma existe en la naturaleza de las cosas.
zar el mundo ni hablar con otras personas. Pero si no se supera Algunos críticos actuales del mentalismo parecen ignorar todas
el naturalismo que tal concepción tiene en su base, lo que suce- estas precisiones y -sin que les falte razón en su rechazo del repre-

16 8
E l enigma de la representación Signos formales y antimenialismo

sentaci.onism.o-~ meten en el mismo saco a Descartes, Loche y los hablantes pueden dirigir la atención hacia los conceptos,
Aristóteles. Hiiary Putnam —al cual nos vamos a referir ahora espe­ gracias a algo similar a la percepción: en consecuencia, si A
cialmente- llega incluso a presentar la entera teoría criticada como y B son conceptos diferentes, prestar atención a A y prestar
la “Aristotelian view”, caracterizada de esta suerte: atención a B son estados mentales diferentes. De este modo,
incluso en estas teorías, el estado mental del hablante deter­
mina a qué concepto le está prestando atención y, por con­
Así como Aristóteles fue el primero en teorizar sistemáti­ siguiente, determina a qué se refiere (1995: 94).
camente acerca de muchas cosas, también fue el primer pen­
sador que teorizó de manera sistemática acerca del significado Para Putnam, la diferencia entre los platónicos y los aristoté­
y la referencia. El esquema que nos presenta en De Interpreta-
licos estriba en que los conceptos de los aristotélicos son objetos
tione ha demostrado ser notablemente sólido. Según este esque­
ma, cuando comprendemos una palabra o cualquier otro “sig­
mentales internos. Por tanto, estos objetos mentales pueden ser
no”, asociamos esa palabra con un “concepto”. Este concepto conocidos en cuanto tales por medio de la introspección. Y esto
determina aquello a lo que se refiere la palabra La ima­ es lo que precisamente niega la teoría del concepto como signo
gen indica que hay algo en la mente que selecciona los obje­ formal: no es necesario conocer el concepto en cuanto tal, para
tos en el entorno del cual hablamos. Cuando ese algo (llamé­ pasar después a conocer la forma en él representada. Se podría
moslo concepto) se asocia con un signo, se transforma en el decir que, según esta doctrina clásica, la mente queda aligerada
significado del signo (Putnam, H., 1995: 45). de cosas intermediarias a las que seria necesario atender antes de
atender a los objetos reales o externos. Lo más propio del signo
Según O ’Callaghan (1997: 552), dos son las tesis fundamen­ formal es —recordémoslo- que no recaba atención para sí, sino
tales que Putnam atribuye al representacionismo, tal como se pre­ que conduce en directo a la realidad conocida. En tal sentido,
senta desde Aristóteles hasta el siglo X X . cabe arriesgarse a mantener que en la tradición aristotélica no hay
La primera tesis es que hay cosas u objetos en la mente: cosas algo así como lo que modernamente se llama mente5, expresión
y objetos que son copias, imágenes o fenómenos de las cosas que deudora de una concepción a la vez representacionista y natura­
están fuera de la mente. De manera que, además de la mente y lista. Ahora bien, la tesis más fuerte de Putnam es que no hay rela­
las cosas externas, hay un tercer reino de cosas mentales que están ción intrínseca o necesaria entre las representaciones mentales y
interpuestas entre la mente y las cosas externas. las cosas representadas que se encuentran fuera de la mente:
La segunda tesis del mentalismo es que la mente, en su acti­
vidad cognoscitiva, presta atención a esos objetos mentales como Ni siquiera un amplio y complejo sistema de representa­
lo que primariamente conoce. Putnam compara las versiones “pla­ ciones, tanto verbales como visuales, tienen una conexión
tónicas” de esta tesis y señala lo que tienen en común con las “aris­ intrínseca con aquello que representan -u n a conexión inde­
totélicas”: pendiente de cómo fue causada o de cuáles son las disposi­
ciones del que habla o del que piensa (Putnam H., 1981: 5).

En una variante de la imagen que parecería, más bien, el


legado de Platón y no el de Aristóteles, los “conceptos” no
Según Putnam, la convicción de que hay alguna relación entre
están en la mente sino que forman un reino de entidades abs­ las representaciones mentales y lo que ellas representan es algo
tractas (a veces denominado “cielo platónico” por los detrac­ que revela una “supervivencia del pensamiento mágico” (1981: 2).
tores de la imagen) independientes tanto de la mente como Y no le falta, por cierto, un punto de razón. Si ese reino inter­
del mundo. Un platonismo semejante fue defendido por el puesto de la imaginería mental implica que hay, en cada caso, una
gran lógico Kurt Gódel. Aun en estas versiones platónicas, “tercera cosa5entre el conocimiento y el objeto que se conoce, no
E l enigma de la representación Signos formales y antimentalismo

habrá modo de superar el solipsismo. Pero el problema se desvaa úe pensamiento e implica echar mano de factores que no son
nece cuando, por de pronto, advertimos que los elementos en jue­ irituibles. A lo que cabe contestar que una epistemología tan sóli­
go no son tres sino -en todo caso—dos. Esto es lo que quiere decir, • da no responde a un barroquismo nocional, sino que intenta
en un primer acercamiento, el aforismo aristotélico y tomista exclusivamente dar cuenta de un rendimiento tan enigmático y
según el cual “lo inteligible en acto es lo entendido en acto” (cfr. sorprendente como es el conocimiento. Conocimiento que no se
Kenny, A., 1994: 35-36). Pero este lema peripatético añade algo puede explicar en modo alguno si nos mantenemos en el plano
más, a saber, que lo que inicialmente se tenía como dos, parece pre-filosófico y trivial de la causalidad física y de las configura­
más bien que se convierte en uno. ciones materiales. A esto último es a lo que llamamos aquí “natu­
Ciertamente, como hemos visto en Poinsot, la representación ralismo”, Y lo que en este libro se intenta -y tal vez se va logran­
no se identifica, sin más, con el entendimiento ni con lo enten­ do—es demostrar, en diálogo con diversos pensadores de distintas
dido. Pero esto no quiere decir en modo alguno que sea una “ter­ épocas, que una interpretación naturalista del conocimiento, y
cera cosa”. Por de pronto, ni el cognoscente ni lo cognoscible son especialmente de la representación, disuelve aquello que preten­
precisamente “cosas”. Y sean lo que fuere, el concepto no se pue­ día aclarar. Lo cual se hace aún más patente cuando se pretende
de connumerar con estos dos términos, justamente porque -en desplegar una teoría del conocimiento que sea, a la vez, natura­
cuanto signo formal—no constituye en sí mismo un objeto que lista y representadonista, como es, por ejemplo, el caso de Drets-
sea preciso conocer, para conocer después el objeto externo o real. ke (Dretske E, 1995).
Según se advirtió al comienzo de este capítulo, lo único que hace O ’Callaghan comparte la convicción de que, según Tomás de
el signo formal es actualizar el entendimiento e identificar su actoi Aquino y en contra de la interpretación de Putnam, la represen­
cognoscitivo con lo inteligido en acto. No nos las tenemos que tación no es una tercer, cosa, además del intelecto y del objeto
ver aquí con elementos mostrencos de la naturaleza, con frag­ externo que se conoce. Llama para ello la atención sobre un tex­
mentos más o menos sofisticados de materia, sino con formas y to de John Haldane quien advierte que hay
actos. Por eso, no cabe en rigor hablar -sin ulteriores precisiones-
de tres elementos y, si se nos apura, ni siquiera de dos. una común tendencia a aceptar que la existencia de un pro­
Nos encontramos aquí con una peculiar dialéctica, en la que ceso implica la existencia de un producto distinto de él. En
—aunque de manera muy diferente a la hegeliana- se da una supe­ particular, suponer que hablar de formar un pensamiento, o
hacer una representación, implica la manufactura de una ter­
ración que conserva. Los tres términos en juego pasan a ser dos,
porque la representación conceptual no es propiamente una media­ cera cosa (Haldane, J., 1989: 25).
ción, sino sobre todo un camino en el que la inteligencia no se
detiene. Pero ello no implica que la representación desaparezca o Aun aceptando la correcta intención tanto de O ’Callaghan
se elimine, sino que cumple un papel ontológico y no óntico, for­ como de Haldane, habría que hacer algunas precisiones. La pri­
mal y no material. Y tal función consiste precisamente en hacer mera es que el conocimiento no es un proceso, sino un puro
que la inteligencia sea intencionalmente la forma conocida. Lo acto, según la distinción aristotélica entre kinesis y energela, es
cual, a su vez, tampoco conlleva que el cognoscente y lo conoci­ decir, entre movimiento y acto. Por lo tanto, la dificultad no se
do pierdan sus repecdvos “lugares” ontológicos, sino que —a efec­ encuentra precisamente donde señala el texto de Haldane, dejan­
tos cognoscitivos, y sólo a ellos- se hacen lo mismo. do aparte las peculiaridades meramente lingüísticas que, por
Desde el nominalismo tardomedieval se viene repitiendo que cierto, difieren entre el inglés y el castellano. Lo propio de un
matices tan sutiles no son comprensibles para una mente normal, proceso es que no tiene el fin en sí mismo, precisamente por­
y que multiplicar formalidades y actos atenta contra la economía que, cuando se consuma, entonces se acaba, deja de existir; en

1 73
E l enigma de la representación Sígaos formales y antimentalismo

consecuencia, pueden darse movimientos que no dejen tras sí que se sirve de un texto del Comentario de Tomás de Aquino a
ningún producto, como puede ser el caso de danzar o de correr la Metafísica de Aristóteles, que se refiere primariamente a la unión
para intentar (en vano) disminuir peso. Mientras que un puro del alma y el cuerpo (Tomás de Aquino, 1977: 421; VIII, lect.
acto es el que tiene en sí mismo su finalidad, y por eso puede i 5, n. 1767). Y no vale decir que, aunque ése sea el problema con­
persistir una vez realizado; el acto mismo es un fin, por lo cual creto que el texto aborda, la doctrina en cuestión tiene un alcan­
—evidentemente—no se suscita ningún producto distinto de sí ce más amplio, ya que lo que O ’Callaghan pretende sentar es que
mismo al ejecutarlo. la potencia y el acto forman una unidad, sin necesidad de nin­
gún elemento que los sintetice. Porque se sugiere que el cognos-
cente se comporta respecto a su representación como la poten­
10.9. Praxis y poiesis cia pasiva respecto a su acto y, por lo tanto, como la materia
respecto a su forma. Lo cual es del todo inapropiado para dar
La distinción relevante para este problema es la que el propio i cuenta de lo que acontece en el conocimiento. Si cada conoci­
Aristóteles establece entre poiesis y praxis, y Tomás de Aquino miento proviniera de una determinada composición hilemórfi-
entre acción transeúnte y acción inmanente. Esta segunda dis­ ca, se produciría una generación a la que precedería y seguiría la
tinción no es sino una aplicación de la primera —que diferencia correspondiente corrupción. Y entonces la forma conocida se
la kinesis de la energeia—a un caso particular: el de las actividades tendría como propia y no como ajena, de modo que el conoci­
humanas. La acción transeúnte -en el sentido de fabricación o miento dejaría de responder a la feliz fórmula de “hacerse lo otro
hacer- constituye un cierto tipo de movimento que, por lo tan­ en cuanto otro”.
to, cesa una vez realizado, como acontece en el típico ejemplo de La facultad cognoscitiva es una potencia activa, un acto pri­
“edificar”; la diferencia con el movimento en general estriba en mero que pasa a acto segundo. Tal “paso” implica una cierta pasi­
que, en este caso, permanece un producto distinto del propio pro­ vidad en la potencia activa, pero de ningún modo en el conoci­
ducir: la casa o cualquier otra cosa que se edifique. Por su parte, miento mismo, que —como insiste Leonardo Polo- es pura
la acción inmanente no produce nada distinto de sí, lo cual en actualidad.
modo alguno quiere decir que sea siempre menos eficaz o poten­ Una adecuada descripción del conocimiento es la que aporta
te, porque -como insiste Francisco Canals, siguiendo a Cayeta­ Millán-Puelles cuando escribe que el conocimiento es el acto de
no—la generación de la palabra interior o verhurn mentís provie­ un acto que posee un acto (Millán-Puelles, A., 1967). El acto’ que
ne de la plenitud de la potencia activa: verbum explenitudine (cfr. primero aparece en la fórmula es, evidentemente, el propio acto
Canals Vidal, F., 1987). Cabría recordar, de otro lado, que el sig­ cognoscitivo; el segundo corresponde a la potencia activa y actua­
no form al no es de inferior categoría que el signo instrumental. lizada por la especie o representación; y, finalmente, el acto’ que
Aunque el signo instrumental sea signo en un sentido más pro­ se expresa en tercer lugar está por la forma conocida. De nuevo
pio u obvio, el signo formal es el que ontológicamente realiza tenemos aquí la “dialéctica” gnoseológica a la que antes nos refe­
mejor la razón de signo, ya que él mismo no consiste en otra cosa ríamos. Según ella, no se puede entender la unidad que forma la
que en ser signo: por eso se dice que lo es “formalmente”; y, de facultad con la representación como si se tratara de una compo­
manera análoga, también se habla de concepto formal’ para refe­ sición potencia-acto. La dualidad queda superada, pero no com­
rirse estrictamente al concepto en cuanto tal. pletamente eliminada. Sigue habiendo una cierta aliedad, que la
Tampoco es del todo rigurosa la argumentación que O ’Ca- representación precisa para cumplir su papel de “presentación” u
liaghan despliega para demostrar que la representación y la poten­ “objetivación”, a diferencia de la mera especie impresa cuya índo­
cia cognoscitiva constituyen una unidad (1997: 529-530). Por­ le es más bien determinativa.

17 4 *75
E l enigma de la representación

Si el calificativo de ‘representacionista5no es aplicable, según


acabamos de ver, a Aristóteles y a los aristotélicos -especialmen­
te a Tomás de Aquino—pasemos a considerar qué doctrinas filo­
sóficas merecen esta caracterización y en qué sentido se les pue­
de atribuir.
El representacionismo
racionalista

i i .i . De Duns Escoto a Descartes

La teoría medieval del signo, y en particular de la representa­


ción, se integra en toda una concepción unitaria del mundo (Zim-
mermann, A., 1971: VII). Según ha mostrado Afice Ramos, el
fundamento metafísico de la noción de signo viene dado por la
idea, bíblica y agustiniana en su raíz, de que el hombre es imagen
y semejanza de Dios. Mientras que el desarrollo independiente de
la semiótica como ciencia universal tiene su origen en la ruptura
de esa comprensión teológica de la realidad (cfr. Ramos, A., 1987).
Como ya se ha sugerido, la desmembración racional de las prin­
cipales nociones metafísicas proviene de la sustitución, realizada
por Duns Escoto, de la distinción de razón con fundamento real
(y de la propia distinción real) por la distinción formal que pro­
viene de la cosa (a parte reí), la cual viene a ser una diferenciación
de índoles formalmente diversas que no cabe ensamblar más o
menos confusamente, si se quiere conferir a la metafísica el carác­
ter de ciencia trascendente (cfr. Honnefelder, L., 1990). Tal dife­
renciación formal conduce al abandono de la primacía del acto
sobre la forma y, en definitiva, al esencialismo, que acaba por debi­
litarse y perder contenido en el nominalismo de Ockham.
La vía moderna implica una supremacía de la intuición sobre la
abstracción (“no se conoce nada si no se conoce intuitivamente”), la
cual aboca a conferir a la realidad las características de su conocimiento
y, simultáneamente, a reificar o cosificar los principios del conoci­
miento mismo. Esta tendencia, que ya es claramente perceptible en
Suárez, encontrará en Descartes su primer desarrollo metafísico neto.

17 7
E l enigma de la representación E l representacionismo racionalista

Tal es el origen de lo que hoy se denomina ‘representación isnio\ de las cosas corpóreas, o, al menos, como eso es casi imposi­
Según esta concepción, lo que inmediatamente conocemos no es la ble, las reputaré por vanas y falsas; de este modo, en colo­
forma real que se halla en la naturaleza de las cosas -porque o bien quio sólo conmigo y examinando mis adentros, procuraré ir
no la podemos captar adecuadamente o bien simplemente no exis­ conociéndome mejor y hacerme más familiar a mí propio.
te-, sino un representante o sustituto suyo que acontece en el inte­ Soy una cosa que piensa, es decir, que duda, afirma, niega,
conoce unas pocas cosas, ignora otras muchas, ama, odia,
rior de ese recinto al que llamamos mente’. Estas representaciones
quiere, no quiere, y que también imagina y siente, pues, como
pasan de tener exclusivamente un ser intencional -como en la teoría he observado más arriba, aunque lo que siento e imagino aca­
de los signos formales- a poseer un “ser inteligible”, un “ser dismi­ so no sea nada fuera de mí y en sí mismo, con todo estoy
nuido” (esse diminutum), un “ser objetivo” o ya, claramente, una “rea­ seguro de que esos modos de pensar residen y se hallan en
lidad objetiva”. Las representaciones son los auténticos objetos reales, mí, sin duda. Y con lo poco que acabo de decir, creo haber
mientras que las cosas naturales quedan reducidas a presuntos casos enumerado todo lo que sé de cierto, o, al menos, todo lo que
o causas de tales objetos. (Es entonces cuando la estructura funda­ he advertido saber hasta aquí (Descartes, R., 1977: 31).
mental de la doctrina gnoseológica moderna viene dada por el eje
sujeto-objeto, como se ha visto nítidamente en el caso del kantismo.) A esta altura de las Meditaciones, Descartes ya ha demostrado
la existencia del propio sujeto, a través de la experiencia del cogi­
to. Como sugiere Bernard Williams, Descartes nos dice ahora que
ii .2. ¿Es representacionista Descartes? mirará más detenidamente dentro de sí mismo, para ampliar el
alcance de su conocimiento. Lo cual no es en modo alguno casual
Según ha señalado recientemente Dominik Perler, la inter­ o arbitrario. Es, más bien, esencial que Descartes mire dentro de
pretación de Descartes como paradigma de todo el representa- sí mismo, “ya que el resto de cosas que pueda descubrir tendrían
cionismo moderno es claramente exagerada y no responde a la que desvelarse a partir de su existencia mental, que es lo único de
letra de las obras cartesianas, mucho más próximas a sus antece­ lo que está, en este estadio, seguro” (Williams, B., 1996: 163).
dentes medievales que a las grandes construcciones idealistas de Según subraya John Haldane, en el esquema gnoseológico
la modernidad madura (Perler, D., 1996). Por de pronto, tales tomista los conceptos aportan a los pensamientos sus contenidos
puntualizaciones subrayan la imposibilidad o —al menos- la gran intencionales, justo como las propiedades revisten a los particu­
dificultad de una teoría del conocimiento completamente repre­ lares con sus caracteres. En cambio, para Descartes y para la mayor
sentacionista, según ya hemos tenido ocasión de apreciar en casos parte de los cartesianos posteriores, el proceso de pensar es en sí
tan diferentes y notorios como Platón y el propio Kant. Razón mismo neutral, o vacío de sentido, y el contenido sólo se adquie­
de más para acercarnos a los textos cartesianos sin las actitudes re por la vía del dirigirse de la mente hacia objetos mentales; es
simplistas de algunos anti-representacionismos actuales. decir, el pensar se concibe como un medio -sin contenido, con­
Como tal aproximación será -sin remedio- más impresionis­ sistente en el puro tener conciencia, y la individuación intencio­
ta que erudita, procede situarnos en la atmófera del “experimen­ nal de distintos tipos de pensamientos se realiza por medio de la
to conceptual” cartesiano, para tratar de revivir cuál es su actitud referencia a cualquier fenómeno que se capte por ese medio (Hal­
teórica fundamental. Nada mejor para ello que acudir al comien­ dane, J., 1993:21).
zo de la Meditación tercera: De entre los objetos que Descartes encuentra dentro de sí mis­
mo, destacan aquellos a los que llama ‘ideas, las cuales equivalen a
Cerraré ahora los ojos, me taparé los oídos, suspenderé lo que venimos denominando aquí ‘representaciones’. La noción de
mis sentidos; hasta borraré de mi pensamiento toda imagen idea queda definida así en las Respuestas a las segundas objeciones:

*79
E l enigma de la representación E l representacionismo racionalista

Con la palabra idea, entiendo aquella forma de todos do que la concepción aristotélica del conocimiento no recurre al hile-
nuestros pensamientos por cuya percepción inmediata tene­ morfismo para dar cuenta de la posesión intencional de formas, que
mos consciencia de ellos. De suerte que, cuando entiendo lo en modo alguno puede consistir en una recepción pasiva de ellas por
que digo, nada puedo expresar con palabras sin que sea cier­
parte de la potencia cognoscente. Y, en segundo término, porque la
to, por eso mismo, que tengo en mí la idea de la cosa que
doctrina aristotélica no mantiene que la representación sea una suer­
mis palabras significan. Y así, no designo con el nombre de
idea las solas imágenes de mi fantasía; al contrario, no las lla­ te de “doble” mental o de copia respecto a la realidad conocida. Ade­
mo aquí ideas en cuanto están en la fantasía corpórea (es más, la concepción de la verdad como conformidad —en el sentido
decir, en cuanto que están pintadas en ciertas partes del cere­ de reproducción o copia—ni es una teoría aristotélica o tomista ni
bro), sino sólo en cuanto informan al espíritu mismo apli­ constituye un requisito imprescindible para que una doctrina pue­
cado a esa parte del cerebro (Descartes, R., 1977: 129). da ser considerada como representacionista.
Lo que el cartesianismo tiene de típicamente representacionis­
Retengamos la curiosa e interesantísima observación final de ta es su adjudicación de certidumbre incuestionable a las ideas que
este texto, referente a las imágenes, a las ideas en cuanto que están clara y distintamente se hallan en mi mente. A pesar de dar cabi­
“pintadas en ciertas partes del cerebro”. Fijémonos primeramen­ da a la hipótesis del dios engañador precisamente cuando está pre­
te en que las ideas se presentan íntimamente asociadas con las parando la demostración de la existencia de Dios, Descartes se
palabras que expresan, de manera que “nada puedo expresar con considera legitimado para reconocer que
palabras sin que sea cierto, por eso mismo, que tengo en mí la
idea de la cosa que mis palabras significan”. La mediación repre­ [...] siempre que reparo en las cosas que creo concebir muy
sentativa es aquí imprescindible y decisiva para que el cognos- claramente, me persuaden hasta el punto de que prorrumpo
cente se refiera a cosas a través de palabras, rasgo básico de esa en palabras como éstas: engáñeme quien pueda, que lo que
doctrina que llamamos ‘representacionismo’. nunca podrá será hacer que yo no sea nada, mientras yo esté
pensando que soy algo, ni que alguna vez sea cierto que yo
Ciertamente, Descartes no mantiene que todas las ideas sean una
no haya sido nunca, siendo verdad que ahora soy, ni que dos
copia o figura de algo externo a ellas. Es más, en la propia Medita­
más tres sean algo distinto de cinco, ni otras cosas semejan­
ción tercera afirma justamente lo contrario: que se engañaba cuando tes, que veo claramente no poder ser de otro modo que como
pensaba “que había fuera de mí ciertas cosas de las que procedían las concibo (Descartes, R., 1977: 32).
esas ideas, y a las que éstas se asemejaban por completo” (1977: 32).
De textos semejantes infiere Perler que Descartes no es un Se podría deducir de lo que llevamos dicho hasta aquí que el
representacionista, ya que rechaza la teoría de la verdad como criterio de certeza propuesto por Descartes es exclusivamente for­
copia de las cosas reales, recibida de manera pasiva por la mente. mal: no me cabe duda de que tengo en mi mente las representa­
Sobre esta base, argumenta que Descartes se separa de la con­ ciones que clara y distintamente poseo. Para que algo fuera real,
cepción “hilemórfica” mantenida por la explicación aristotélico- bastaría con registrar su aparición representativa en la inmanencia
escolástica del conocimiento y, por tanto, no contribuye -como del logos, con independencia de que existiera o no en la realidad
hacen los peripatéticos- a “doblar” la serie de entidades reales con que me represento y tal como me la represento. Ahora bien, tal
otra serie de entidades mentales intermedias entre la mente y la posición nos llevaría a un idealismo —el llamado por Kant “idea­
realidad (Perler, D., 1996: 3-10). lismo problemático”- que está lejos de ser exigido por el represen-
Así pues, Perler devuelve a los aristotélicos la acusación de repre- tacionismo. Más bien parece que la postura gnoseológica cartesia­
sentacionísmo que ellos lanzan contra Descartes. Pero no faltan los na puede ser denominada “realismo crítico”, como se viene haciendo
malentendidos en tal respuesta. En primer lugar, porque es bien sabi­ en la terminología del aristotelismo contemporáneo.

180 181
E l enigma de la representación El representacionismo racionalista

Resulta indudable, en efecto, que no a todas las ideas —sean rnnad- las cosas que las causan. Ya en el pasaje que acabamos de repro­
tas, adventicias ofacticias- les corresponde un objeto a ellas semejante;; ducir se encuentra la insólita expresión de “participar por repre­
sentación de más grados de ser o perfección”. Y, además, se man­
[...] Aun estando yo conforme con que son causadas por esos tiene -com o algo que será clave para la prueba de la existencia de
objetos, de ahí no se sigue necesariamente que deban asemejar- - Dios aquí en juego- que una representación nunca puede tener
se a ellos. Por el contrario, he notado a menudo, en muchos casos, • más realidad que su causa:
que había gran diferencia entre el objeto y la idea (1977: 35).. ^
De manera que la luz natural me hace saber con certeza
De manera que no puedo estar cierto de cuáles son las cosas que las ideas son en mí como cuadros o imágenes, que pue­
que existen fuera de mí y que, por medio de los órganos de los den con facilidad ser copias defectuosas de las cosas, pero que
sentidos, o por algún otro medio, me envían sus ideas o imáge­ en ningún caso pueden contener nada mayor o más perfec­
nes, imprimiendo en mí sus semejanzas. Con todo, Descartes to que éstas (1977: 37).
encuentra una salida a su problemática situación:
Descartes también había apelado previamente a la luz natural
Mas se me ofrece aún otra vía para averiguar si, entre las
de la razón para establecer como un principio indubitable esta
cosas cuyas ideas tengo en mí, hay algunas que existen fuera de
mí. Es a saber: si tales ideas se toman sólo en cuanto que son
insólita doctrina de que la representación no puede tener un gra­
ciertas maneras de pensar, no reconozco entre ellas diferencias do de realidad mayor que aquello que representa:
o desigualdad ninguna, y todas parecen proceder de mí del mis­
mo modo; pero, al considerarlas como imágenes que repre­ Es cosa manifiesta, en virtud de la luz natural, que debe
sentan unas una cosa y otras otra, entonces es evidente que son haber por lo menos tanta realidad en la causa eficiente total
muy distintas unas de otras. En efecto, las que me representan;? como en su efecto: pues ¿de dónde puede sacar el efecto su rea­
sustancias son sin duda algo más, y contienen (por así decirlo) lidad, si no es de la causa? Y de ahí se sigue, no sólo que la nada
más realidad objetiva, es decir, participan por representación? no podría producir cosa alguna, sino que lo más perfecto, es
de más grados de ser o perfección, que aquellas que me repre­ decir, lo que contiene más realidad, no puede provenir de lo
sentan sólo modos o accidentes. Y más aún: la idea por la que menos perfecto. Y esta verdad no sólo es clara y evidente en
concibo un Dios supremo, eterno, infinito, inmutable, omnis­ aquellos efectos dotados de esa realidad que los filósofos llaman
ciente y creador universal de todas las cosas que están fuera de actual o formal, sino también en las ideas, donde sólo se con­
él, esa idea -digo- ciertamente tiene en sí más realidad objeti­ sidera la realidad que llaman objetiva (1977: 35-36).
va que las que me representan sustancias finitas (1977: 35).
La influencia de Duns Escoto en este texto queda sugerida por
Con independencia de la finalidad concreta de este texto -enca­ la calificación de “formal” que —junto con la de “actual”- atribu­
minado a la demostración de la existencia de Dios—se registra en ye Descartes a la realidad extramental. Pero no es éste el único
él, y en los párrafos siguientes de la Meditación tercera, un sor­ -n i, para nuestro propósito, el más im portante- de los rasgos
prendente empleo del concepto de realidad objetiva. escotistas que en este texto se pueden rastrear. Porque, como ya
se vio hace un momento, la conversión del esse intentionale de los
tomistas en el esse dim inutum de los escotistas altera completa­
ii .3. Graduación de la "realidad objetiva”
mente la concepción que del ser de la representación se tiene. Es
Lo que Descartes nos dice de diversas formas es que las repre­ esa conversión la que abre camino al uso -ya plenamente moder­
sentaciones participan de la mayor o menor realidad que poseen no—que Descartes hace de la llamada realitas obiectiva. Una “rea­
E l enigma de la representación El representacionismo racionalista

lidad objetiva” que admite un más y un menos, de manera para­ cosas, y que admite por tanto una gradación; la segunda manera
lela a como se dan en la realidad física grados más altos y más corresponde al ser intencional -o, más rigurosamente, al ser veri-
bajos de ser y, en general, de perfección. Lo cual significa que la tativo- que acontece en las proposiciones, en cuanto que éstas son
propia presencia de los objetos mentales admite graduaciones de J verdaderas: es la acepción del ser como existencia fáctica -en el sen­
realidad semejantes a las de las cosas reales que en ellos se repre- i tido de ‘hay, ‘there is o ‘es gibé—que en principio no admite gra­
sentan y, por lo tanto, que tales objetos son reales en un sentido : dación, ya que se da o no se da (Llano, A., 1984). Aquí nos encon­
ontológíco distinto de su unívoco comparecer ante la mente, i tramos con otra confusión -semejante a la que acaece entre objeto
Es así como -lo admita o no Perler—aparece el sentido moder­ y cosa—que también ha sido muy perjudicial para el rigor de gran
no y contemporáneo de representación, que es el que sobre todo se parte del pensamiento contemporáneo. Se trata de la fusión entre
discute en este libro. Según el planteamiento clásico, el concepto el ser como acto y el ser como hecho: el malentendido “más grosero”
formal posee en nuestra mente una realidad psicológica que es —a que, según Gottlob Frege se puede dar en filosofía y que -como
su modo—plenamente real: constituye un rendimiento vital de esos añade en Las leyesfundamentales de la Aritmética (1883)- proviene
seres vivos que las personas somos. Pero la realidad que —de mane» del modo de pensar para el que “todo es ni más ni menos que repre­
ra puramente objetiva o intencional—posee la forma que en el con­ sentación” (Frege, G., 1962: XXTV-XXV).
cepto se representa ya no es, en sí misma considerada, real. Como Cuando el imperio de la representación -en sentido moderno-
ha mostrado Millán-Puelles de manera rigurosa y contundente, tal se enseñorea de todos los ámbitos de la realidad, pierden relieve las
acontecer en la inmanencia del logos, es ciertamente objetivo, pero articulaciones y distinciones más radicales de la tradición filosófi­
en modo alguno real (Millán-Puelles, A., 1990). ca, por la fundamental razón de que todas las cosas que conoce­
Lo representado en cuanto representado no es un doblete de mos, las conocemos en tanto que están representadas. De lo que
aquello que se representa, en cuanto que esa forma representada es no está representado ante la mente nada podemos decir, porque,
real en la naturaleza de las cosas. Confundir o fusionar los objetos en el momento en que intentáramos hablar sobre ello, ya lo esta­
con las cosas es el decisivo paso que lleva del realismo metafísico al ríamos representando. Este es el llamado “principio de inmanen­
representacionismo. En la medida en que —tanto en el lenguaje cia” que conduce desde el representacionismo hasta el idealismo.
común como en el filosófico- utilizamos actualmente el término Bien entendido que también el realismo metafísico admite que
objeto’ como sinónimo de cosa, nuestra manera de expresarnos es todas las cosas, en cuanto conocidas, son inmanentes a nuestras
representacionista. Si nuestra concepción del ser como existencia es facultades cognitivas. La paradójica diferencia entre el realismo
unívoca -según sucede, incluso, con la mayor parte de los filósofos metafísico y el idealismo representacionista es que aquél considera
analíticos- no nos resultará posible escapar del férreo recinto repre­ irreal la objetividad inmanente, mientras que éste la considera real
sentacionista, por más que leamos las Investigaciones filosóficas de (es más: la única realidad de posible consideración y digna de ella).
Wittgenstein o multipliquemos los tecnicismos lógico-lingüísticos. Tiene razón Dominik Perler cuando niega que en Descartes
se hayan dado ya todos estos pasos. Frente a la historiografía con­
temporánea convencional que -a l menos desde H egel- estima
11.4. Ausencia de una distinción en los sentidos del ser que con Descartes se abre una etapa completamente nueva en
filosofía, Perler sigue la línea abierta por Gilson, según la cual
Como santo Tomás insiste una y otra vez, el ser se dice de dos Descartes es todavía, y en alta medida, deudor de la filosofía esco­
maneras (cfr. por ejemplo: Tomás de Aquino, 1994: 118; I, q. 3, a. lástica que estudió en su juventud. Lo que pasa es que esta esco­
4, resp. a la 2.a obj.): la primera y más relevante es aquella en la que lástica tardía estaba ya encaminada hada un representacionismo
este verbo se refiere al ser como acto o perfección primordial de las que en Descartes alcanza su primera formulación madura. A la

18 4
E l enigma de la representación E l representacionismo racionalista

luz de estas consideraciones, resulta muy curiosa —y no precisa­ ..P^a completar el panorama desde esta perspectiva, cabe seña­
mente exacta- la observación que hace Bemard Williams como lar con el propio Williams que “hubo otros autores contemporá­
comentario al texto cartesiano más extenso de los que arriba cita­ neos dé Descartes, pero que no fueron educados por los jesuitas,
mos, perteneciente a la Meditación tercera (1977: 35), y concer­ que tuvieron menos simpatía por esas doctrinas” (1966: 170-171).
niente a los grados de perfección real y a los correspondientes gra­ Tal sería el caso de Thomas Hobbes, como se refleja en la nove­
dos de realidad objetiva: na de sus objeciones:
Vengo advirtiendo ya muchas veces —escribe Hobbes—que
Este es un fragmento de metafísica escolástica, y es una de 1 no tenemos idea alguna de Dios ni del alma; añado ahora que
las más notables indicaciones de la separación histórica entre tampoco la tenemos de la substancia. Reconozco que la subs­
el pensamiento de Descartes y el nuestro propio, a pesar de la tancia (en cuanto es una materia capaz de recibir diversos acci­
realidad moderna de muchas cosas que escribió, el que pueda dentes y sujeta a cambios) es accesible por medio del razona­
aceptar sin perturbarse como autoevidente este principio tan miento; pero no es concebible, o sea, no tenemos idea alguna
poco intuitivo y apenas comprensible a la luz de la razón, ha ' de ella. SÍ esto es así, ¿cómo puede decirse que las ideas que nos
doctrina de los grados de realidad o de ser es una de las partes ; representan substancias son algo más y contienen más realidad
del orden intelectual medieval que sucumbió, más que nin­ objetiva que aquellas que nos representan accidentes? Por lo
guna otra, al movimiento de las ideas del siglo XVII al que Des­ demás, considere eL señor Descartes lo que quiere decir con
cartes poderosamente contribuyó (Williams, B., 1996: 170). estas palabras: tienen más realidad. ¿Admite la realidad el más
y el menos? O bien, si se piensa que una cosa es más que otra,
considere cómo es posible explicar eso con toda la claridad y
1 1 . 5 . Descartes: ¿escolasticismo o modernidad? evidencia requerida por una demostración, y con la cual ha tra­
tado a menudo de otras materias (en Descartes, R., 1977:150).
Vemos cómo también Williams tiende —en este punto crucial-
a vincular a Descartes con los escolásticos y, en la misma medida, a Este texto hobbesiano se presta a diversos comentarios. Cabría,
separarlo del pensamiento contemporáneo. Pero esta interpretación en primer lugar, rechazarlo con un argumento ad hominem, ya que
resulta de fijarse excesivamente, y de manera genérica, en la doctri­ parece presuponer aquello que critica. Porque no se entiende que
na de los grados del ser real, que efectivamente se perdió tanto en el no tengamos idea alguna de la sustancia cuando se sostiene, al mis­
racionalismo como en el empirismo, no sin grave trastorno para la mo tiempo, que “es accesible por medio del razonamiento”. Com­
metafísica misma, que se encaminó por la senda de la univocidad y parece inmediatamente la aporía del Menón platónico: si no tene­
acabó por tornarse inviable. Tal doctrina es ya residual en Descar­ mos la idea de sustancia, ¿cómo es posible que la reconozcamos al
tes y no tiene en él la importancia que Williams le concede. Sobré término de un razonamiento? Y resulta además —según era de espe­
todo, porque no advierte lo que de históricamente nuevo hay en el rar—que la ausencia de una noción de sustancia no es tan comple­
texto citado, que es -com o venimos subrayando—el hecho (incon­ ta como Hobbes pretende, ya que en este mismo pasaje queda des­
cebible para la escolástica aristotélica y tomista) de que esta grada­ crita como “una materia capaz de recibir diversos accidentes, y sujeta,
ción se aplique paralelamente a la “realidad objetiva” propia de las a cambios”. Parece, por tanto, que poseemos ideas como las de acci­
representaciones intelectuales. Omisión que viene a constituir una dente, cambio o materia que no son más fáciles de formar que la de
prueba más -proveniente en este caso de un pensador tan serio como sustancia,, y que entran por cierto en su descripción, mientras que
Bernard Williams- de que el representacionismo sigue siendo el “ele­ -en cambio—la propia idea de sustancia nos está vedada.
mento”, más o menos depurado, en el que continúa moviéndose Por lo demás, la idea de sustancia que -d e un modo u otro-
gran parte del pensamiento actual. tiene Hobbes en la cabeza es incompleta y unilateral, ya que redu­

i 8j
186
E l enigma de la representación El representacionismo racionalista

ce la determinación fundamental en la que la sustancia consiste da al concepto objetivo de la escolástica tardía. Aunque en Des­
a mero sujeto o materia, lo cual conduce a la aporía de que la cartes ya no se distingue del concepto formal, de manera que se
determinación fundamental no sería al cabo determinación algiH produce una fusión entre el ser intencional y el ser natural, de la
na, sino pura y simple indeterminación. Ya Aristóteles, al comien­ que resulta el moderno ser objetivo o, lo que es equivalente, la “rea­
zo del libro VII de la Metafísica aconsejaba que no se buscara la; lidad objetiva”. Y es en ella donde no resulta posible establecer
sustancia sólo por la línea de la indeterminación material. gradación alguna, ya que la presencia de índoles formales ante la
Ahora bien, consideraciones de esta índole no son las más rele­ potencia intelectiva es irremediablemente unívoca.
vantes para el presente propósito. Lo que resulta más significativo Los intérpretes actuales no han reparado, que sepamos, en este
y suscita una aporía verdaderamente irresoluble es la concepción tipo de dificultades anejas al representacionismo cartesiano. Ha
cartesiana de una gradación en la propia “realidad objetiva”. Por­ dado mucho que hablar, en cambio, una observación de la Medi­
que no es tan difícil aceptar que ciertas realidades ontológicas admi­ tación tercera sobre la que hace rato llamamos la atención, pero
tan un más o un menos, como es el caso de la fuerza, la energía, el que entonces quedó por el momento sin comentar. Era ésta:
peso, el dolor, el placer o el aburrimiento. Lo que no se ve en modo
alguno es cómo resultaría posible -según pretende Descartes- que [...] No designo con el nombre de idea las solas imágenes de
mi fantasía; al contrario, no las llamo aquí ideas en cuanto están
hubiera una gradación de la propia realidad objetiva, ya que —en
en la fantasía corpórea (es decir, en cuanto que está pintadas en
cuanto objetos de la inteligencia—todos ios conceptos poseen exac­
ciertas partes del cerebro), sino sólo en cuanto informan el espí­
tamente la misma realidad. Y esta dificultad ni la menciona I Iob- ritu mismo aplicado a esa parte del cerebro (1977: 129).
bes. Nos percatamos, así, de que su propio representacionismo^
—aunque menos extenso- es más tosco que el cartesiano. Para hacerse cargo cabalmente de este planteamiento carte­
Pero pasemos ahora a la respuesta del propio Descartes a la siano, habría que considerar a fondo su dualismo antropológico
novena objeción hobessiana: y sus estudios acerca de la anatomía y fisiología humanas. Pero
He dicho muchas veces que, con eí nombre de idea, desig­ aquí nos vamos a limitar estrictamente a considerar —respecto al
naba yo lo que la razón misma nos hace conocer, así como tam­ concepto de representación- la llamada “falacia del homúnculo”
bién todas las demás cosas que concebimos, sea cual fuere el que éste y otros textos semejantes plantean.
modo como las concebimos. Y ya he explicado bastante cómo
admite la realidad el más o el menos, al decir que la substancia
es más que el modo, y que, si hay cualidades reales o substan­ 11.7. La “falacia del homúnculo”
cias que sean incompletas, son también más que los modos,
pero menos que las substancias completas; y, en fin, que si hay Un lugar reciente y ya clásico para considerar la “falacia del
una substancia infinita e independiente, tal substancia es más homúnculo” es el excelente libro de Anthony Kenny sobre la meta­
cosa o contiene más realidad que la substancia finita y depen­ física de la mente (Kenny, A., 1992: 106 ss.). Según Kenny, los
diente. Lo que de suyo es tan manifiesto que no es preciso expli­ errores de Descartes acerca de la representación -y en especial de
carlo con más amplitud (Descartes, 1977: 150-151). la naturaleza de la representación sensible—tuvieron mucha
influencia, en parte porque, en su trabajo experimental, realizó
i i . 6. La representación como concepto objetivo una significativa contribución a la ciencia de la óptica. Por ejem­
plo, fue el primero que describió minuciosamente la naturaleza
La noción de idea como “lo que la razón misma nos hace con­ de las imágenes en la retina. Tomó un ojo de buey e hizo una
cebir, así como también todas las cosas que concebimos” recuer­ pequeña ventana en su parte posterior, reemplazando por un papel

188 189
E l enigma de la representación E l representacionismo racionalista

el recubrimiento que había cortado. Pues bien, manteniendo él tro cuerpo y juega con él, como lo haría un músico encerrado en
ojo frente a la luz, pudo ver una imagen invertida de su habita­ un órgano cuyas teclas estuvieran colocadas en su interior. Más
ción. Este descubrimiento -com o Índica Kenny—constituyó ai recientemente, la mente fue comparada con el guardagujas ferro­
mismo tiempo una importante contribución a la óptica y la fuen- viario que opera dentro de una caja de señales; o el operador de
te incidental de una serie subsecuente de errores filosóficos. una centralita telefónica que maneja las llamadas que entran en el
Uno de los más pintorescos —y más extendidos- malentendi­ cerebro o salen de él. Todavía más recientemente —ahora mismo-
dos acerca de la naturaleza de la mente es la imagen de su rela­ la nave, el carro, el tren y la centralita telefónica han dado paso al
ción con el cuerpo como si fuera la relación de un hombrecillo u ordenador, de manera que la relación del alma con el cuerpo se
“homúnculo” con una herramienta o instrumento suyo. Quizá considera como si fuese la relación del programador que diseña el
sonreímos cuando los pintores medievales representan la muerte software con el hardware que ejecuta el programa.
de una persona como si la misma persona, a pequeña escala, salie­ ¿Qué es lo engañoso en todo este tipo de planteamientos? —se
ra por su boca. Y, sin embargo, la misma idea básica puede ser pregunta Anthony Kenny— Y responde: en sí mismo considera­
descubierta en los lugares más insospechados: por ejemplo, en la do, no hay nada erróneo en hablar de imágenes en el cerebro, si
concepción que un sociobiólogo como Dawkins tiene del hom­ se entiende por ello patrones que pudieran relacionarse de algún
bre como si fuera una máquina de realidad virtual; o en muchas modo con configuraciones del entorno sensible. No hay nada filo­
interpretaciones de la representación de la realidad en ingenios sóficamente objetable en la sugerencia de que esas imágenes esque­
computacionales, tal como se propone en innumerables libros del máticas pudieran ser observables por el neurofisiólogo que inves­
la llamada “Ciencia Cognitiva”. tiga el cerebro. Lo que resulta falaz es decir que estas imágenes
Cuando Descartes dio a conocer por primera vez la presencia son visibles para el alma, que ver consiste en la percepción que el
de imágenes en la retina, nos previno del error que supondría ell alma tuviera de tales imágenes.
creer que pensar esas imágenes vendría a ser como si las mirára­ Lo errado de esta suerte de planteamientos es que pretenden
mos con otro par de ojos que tuviéramos en el interior del cere­ explicar el ver, pero la explicación reproduce exactamente las mis­
bro. Pero él mismo creía que la operación de ver habría de ser mas dificultades que se suponía que iba a resolver. Resulta así un
explicada diciendo que el alma encontraba una imagen en la glán­ extraño proceso al infinito. Porque la relación entre el alma y las
dula pineal. Este es un ejemplo especialmente llamativo de la pequeñas imágenes del cerebro sólo tiene algún poder explicati­
“falacia del homúnculo”: el intento de explicar el conocimiento vo si la concebimos como una relación semejante a la que existe
y la conducta humana gracias a la postulación de un hombre entre el ser humano y las configuraciones de su entorno. Pero, si
pequeñito dentro del hombre corriente. fuera así, necesitaríamos presuponer —a escala reducida—otro
Como también Índica Kenny, los humanos nos sentimos siem­ homúnculo que estuviera dentro del cerebro y fuera capaz de ver
pre inclinados a explicar cosas que entendemos sólo imperfecta­ tales imágenes; ahora bien, tal segundo homúnculo exigiría, a su
mente en términos de la tecnología más avanzada de la época en vez, un tercero... hasta que el proceso sin fin de micrografía epis­
que vivimos. A medida que el tiempo pasa y la tecnología pro­ temológica hiciera inobservable al sujeto del conocimiento.
gresa, el instrumento o herramienta que el homúnculo controla Hablar del homúnculo no es más que una ficción inofensiva.
se va haciendo más y más sofisticado. Y, así, Platón pensó que el Pero convertirlo en una pieza de la explicación del conocimiento
alma, en su relación con el cuerpo, podía ser comparada con un conduce a no entender nada de lo que el conocimiento es y, des­
piloto en su nave o un auriga que maneja las riendas de un carro de luego, a cosificar las representaciones como si fueran pequeñas
tirado por caballos. Muchos siglos después, Coleridge dijo que lo imágenes interiores que reprodujeran como copias las imágenes
que los poetas entendían por alma era un ser que habita en nues­ exteriores. Los mismos problemas que suscita —desde su mismo

190 i9i
E l enigma de la representación E l representacíonismo racionalista

planteamiento- el enigma de la representación reaparecen agudi­ comienzan a reaparecer poco a poco, hasta alcanzar el nivel cog-
zados una y otra vez a medida que avanzan tales teorías que nada aoscitivo que permite un tipo de conducta como el humano.
resuelven. Así sucede hoy mismo con ciertos modelos informáti­ Por su parte, el ya citado Daniel Dennet aporta otra explica­
cos y materialistas de las ciencias cognitivas y —más toscamente ción igualmente reduccionista, aunque más sofisticada, de la repre­
aún- con la ficción de que el hombre es como una máquina de sentación mental. El problema es éste. Los pensamientos son
realidad virtual. intencionales, en el sentido de que están dirigidos hacia algo o,
Los psicólogos contemporáneos -concluye Kenny—saben mejor, son pensamientos de o sobre algo. Pero podría sugerirse
mucho más que Descartes acerca del modo como la información que tener en la mente la proposición “Hay un árbol en el jardín”
que llega a los ojos se transmite de manera codificada al córtex equivale a un sistema computadonal que implica una represen­
visual. Pero todavía se inclinan a explicar el acto de ver con una tación, cuyo contenido es precisamente “Hay un árbol en el jar­
nueva versión de la falacia del homúnculo, cuando dicen que ver dín”. Se trata, en definitiva, de una proposición en la mente, en
consiste en que el cerebro decodifica y lee esa información. El el cerebro o en el ordenador. De manera un tanto brutal, se podría
hombrecito que miraba un cuadro ha sido sustituido por otro decir que alguien piensa que q cuando su sistema de procesar
que lee un libro. Científicamente se ha aprendido mucho; pero información maneja una proposición ‘P’ cuyo sentido es que q.
filosóficamente apenas se ha avanzado: se puede decir incluso que John Haldane —a quien se sigue en este punto—recuerda que
se ha retrocedido si comparamos estos modelos tan simplistas se podría decir mucho sobre tal versión naturalista de la repre­
con paradigmas tan conceptualmente sofisticados como son el sentación. Pero aquí bastaría con insistir en que de nuevo se da
aristotélico o el kantiano. Y esta ingenuidad filosófica oculta el un “proceso homuncular”. El problema de la representación men­
hecho de que lo que se ha explicado científicamente no es aque­ tal no ha desaparecido. Solamente se ha movido de un nivel per­
llo en lo que ver consiste (Kenny A., 1992: 106-108). sonal a un nivel subpersonal: yo pienso que q porque (de un modo
u otro) hay algo en mí -u n “módulo procesuaT- que puede inter­
pretar que un símbolo ‘P’ significa que q. Según reconoce Hal­
ix .8. En defensa del paradigma del homúnculo dane, hay que decir a favor de Dennet que éste advierte que su
propuesta implica sin remedio un proceso al infinito si se consi­
Con todo, se podría argüir castizamente que 'algo tendrá el dera en términos realistas, es decir, si se mantiene que la capaci­
agua cuando la bendicen”. Como apunta Kathy Wilkes, no será dad representativa se deriva de un subsistema representacional;
tan desastrosa la "estrategia homuncular” cuando resulta que da por eso ofrece una versión reduccionista-eliminad o nista de su
tanto fruto, según las neurociencias muestran una y otra vez. Y no posición.
sería necesario caer en un proceso al infinito, porque se puede Reemplacemos —propone Dennet—el hombrecito en el cere­
entender que, a medida que vamos descendiendo en la jerarquía bro por un comité, cada uno de cuyos miembros es más estúpi­
de los niveles explicativos, las funciones que se encuentran van sien­ do que el conjunto de ellos; son menos inteligentes y “saben”
do cada vez menos intencionales y las representaciones resultan menos. Los subsistemas no reproducen individualmente todos
más limitadas (Wilkes, K. V., 1990). Es decir, pasaríamos de nive­ los talentos del conjunto, porque ello conduciría a un proceso al
les altamente intencionales y representativos a otros más básicos y infinito. En lugar de esto, nos encontramos con que cada subsis­
elementales en los que la intencionalidad y la representatividad se tema hace una parte, de manera que cada subsistema homuncu­
desvanecen. Pero si desandamos el camino y ascendemos por la lar es menos inteligente, sabe menos, piensa menos. Incluso sus
escala de la complejidad fisiológica, las funciones representativas e representaciones son, por así decirlo, menos representativas. Pues
intencionales, fundadas en aquellas orgánicamente más simples, bien, un sistema completo de tales estúpidos elementos puede lle-

193
E l enigma de la representación

gar a manifestar una conducta que aparece como claramente inte­


ligente, claramente humana (Dennet, D., 1983).
12
i i .9. Equivocidad de la representación E l representacionismo
Haldane advierte que -por más ingeniosa que parezca- la Ínter- "
prefación falla por la falacia de equivocidad que se registra en la
empirista
expresión “Incluso sus representaciones son, por así decirlo, menos V'
representativas”. Porque decir que algo es “menos representativo”
—en este contexto- resulta ambiguo, ya que puede significar, al >
mismo tiempo, o bien que representa menos, o bien que es menos 12.1. Thomas Reid: ¿un empirista no representacionista?
una representación. Dennet confía en “eliminar el homúnculo”
por una progresiva reducción del contenido representacional; pero Las generalizaciones suelen resultar peligrosas, también en la
el hecho de que ciertas representaciones contengan menos infor­ historia del pensamiento. Hasta ahora -aunque con matices- se
mación no las hace menos representativas. La distinción repre­ viene atribuyendo en este libro el calificativo "representacionista5
sentación-no representación no es la misma que la distinción mucha a la filosofía moderna considerada en bloque (según hacen, por
representación^poca representación; y no se puede explicar la pri­ lo demás, autores contemporáneos como Heidegger y Wittgens-
mera en términos de la segunda, ya que por muy poco conteni­ tein). Y si esto valiera para los pensadores racionalistas, con mayor
do que lleve consigo una representación, no deja de ser por ello razón valdría también para los empiristas. Es más, si se nos pidie­
una representación. Conferir cierta intencionalidad a funciones ra que mencionáramos el representacionista más típico de los
de bajo nivel puede ser —concede H aldane- metodológicamente tiempos nuevos, muchos no dudaríamos en escribir el nombre de
conveniente, pero si se quiere evitar un “proceso homuncular”, John Locke. La nota característica del empirismo sería, por lo
tal intencionalidad tiene que ser eliminada. Hablar de que la inten­ demás, la pasividad de la mente.
cionalidad “se desvanece” no logra este objetivo si —como hace Pues bien, si hacemos el esfuerzo de liberarnos de los estereo­
Katy Wilkens- se explica en términos de que las representacio­ tipos, encontraremos al menos un autor en la tradición empiris­
nes se hacen más limitadas (Haldane, J. J., 1996: 103-104). ta británica que se opone netamente al representacionismo y que
Vemos, en definitiva, cómo el racionalismo difícilmente pue- | critica la concepción pasivista del conocimiento. Se trata del esco­
de evitar el abocarse a un enfoque representacionista. En la medi- V cés Thomas Reid, cuya convencional adscripción a la escuela del
da en que buena parte de la filosofía actual no supera un plantea­ sentido común reduce drásticamente el alcance de su filosofía,
miento racionalista —más o menos debilitado- la despedida del cada vez más valorada en la actualidad (cfr. Broadie, A., 1997),
representacionismo sigue siendo una tarea pendiente. Pero tam­ hasta el punto de que se ha podido decir que se trata de un filó­
bién el empirismo sigue actualmente vigente en muchos aspec­ sofo de sentido nada común, al menos en comparación con el
tos. De él se ocupa el próximo capítulo. área geográfica e histórica en la que se halla situado.
Acudamos a su obra principal: Ensayos sobre las potencias inte-
lectuales del hombre. Allí Reíd adopta desde el comienzo posturas
muy claras acerca de los temas que nos vienen ocupando. Así
acontece con su rechazo del pasivismo de la mente:
E l enigma de la representación E l representacionismo empiristá

[...] La mente es, por su propia naturaleza, un ser vivo y acti­ Advierte Reid que, aunque él tenga que usar la palabra idea
vo. Todo lo que conocemos de ella implica vida y energía para explicar la opinión de otros, nunca la empleará para expre­
activa; y la razón por la cual todos sus modos de pensar son .’ sar la suya propia, porque piensa que las ideas representativas
llamados operaciones es que en todos, o en la mayor parte -tomadas en el sentido en el que lo hacen Descartes, Locke o
de ellos, la mente no es meramente pasiva, como el cuerpo, Hume—son una mera ficción de los filósofos. Y lo que es más gra­
sino que es real y propiamente activa. ve, su utilización indiscriminada sugiere que casi todos los pen­
En todas las épocas, antiguas y modernas, y en todos los sadores -n o sólo los modernos, sino también los peripatéticos y
idiomas, los diversos modos de pensar se han expresado por
platónicos—han mantenido que no hay un conocimiento inme­
palabras de significación activa, tales como ver, oír; razonar,
querer, y otras semejantes. Parece, por tanto, que es un jui- V diato de la realidad externa, sino que tal captación siempre se rea­
ció natural de la humanidad la afirmación de que la mente( liza por medio de especies, imágenes, ideas o representaciones.
es activa en sus diversos modos de pensar: y, por esta razón, : Ahora bien, mientras que el pensador escocés lleva a cabo minu­
son llamados sus operaciones, y se expresan por verbos acti­ ciosos anáfisis de las posturas de Descartes, Malebranche, Arnaud,
vos (Reid, T., 1967: 221). Locke, Berkeley o Hume, su conocimiento de Platón, Aristóte­
les o los estoicos parece mucho más limitado.
No se olvida Thomas Reid, por supuesto, de examinar el uso Desde muy pronto se le hizo notar a Reíd que no era tan
y el abuso que los principales autores del empirismo británico, homogénea “toda la tribu de ios filósofos” (1967: 265). En con­
como Locke o Hume, hacen del término Idea’. La desventaja de creto, Aristóteles y sus seguidores nunca pensaron que no hubie­
utilizar esta palabra para designar todos los objetos del “pensa­ ra conocimiento inmediato de las cosas externas y reales. Entre
miento” -expresión que en Reid, como vemos, tiene una signifi­ otros motivos, que ya se han examinado en este libro, porque no
cación tan amplia como en Descartes- es que todos éstos tienden admitían que el conocimiento llevado a cabo por los sentidos
a hnmogeneizarse, hasta el punto de incluir bajo ella incluso los externos requiriera de representación alguna, ya que el objeto mis­
objetos externos, con el resultado de que podría parecer que nues­ mo se halla presente ante el cognoscente y resulta adecuado para
tras capacidades cognoscitivas sólo tienen que vérselas con sus pro- í sus correspondientes facultades. Ciertamente, también el cono­
pias operaciones, lo cual es filosóficamente inviable, y ni siquiera cimiento sensible externo exige la admisión de “especies impre­
la radicalización representacíonísta de los empiristas británicos lo sas”, pero su papel no es otro que la actualización de facultades
llega a mantener de manera inequívoca, como tendremos ocasión -que también son, a su modo, activas- para que conozcan una
de considerar. Lo que sin duda mantienen es que los objetos exter­ determinada forma, y en modo alguno se conciben como obje­
nos no constituyen objetos inmediatos para nuestra mente: tos internos que representaran objetos externos: el conocimien­
to de los sentidos externos es intuitivo. Y si no lo es el de la ima­
Los filósofos modernos [...] han concebido que los obje­ ginación y la inteligencia, no se debe a que éstas sean potencias
tos externos no pueden ser objetos inmediatos de nuestro defectuosas, sino precisamente a la necesidad de elevar los obje­
pensamiento; tiene que haber cierta imagen de ellos en la tos sensibles a su respectivo nivel, sin que tampoco por ello el
mente misma, en la cual se ven como en un espejo. Y el nom­ conocimiento se haga mediato. No es, desde luego, cierto man­
bre idea, en su sentido filosófico, se aplica a esos objetos inter­
tener que las sombras de la caverna platónica representen tam­
nos e inmediatos de nuestro pensamiento. La cosa externa es
el objeto remoto o mediato; mientras que la idea o imagen bién las especies y los phantasmata de los peripatéticos, además
de ese objeto en la mente es el objeto inmediato, sin el cual de las ideas e impresiones de los modernos filósofos (1967: 262).
no podríamos tener percepción, ni recuerdo, ni concepción Pero lo que ahora interesa es subrayar que en Escocia, en el
del objeto mediato (1967: 226). núcleo mismo de la Ilustración, haya un autor que critique agu­

ip6 19 7
E l enigma de la representación E l representacionismo empirista

damente las posturas representacionistas mantenidas tanto por vida; y yo creo que ningún hombre de mente sensata ha duda­
los racionalistas como por los empíristas. Aunque, de entre ellos, do nunca de la existencia real de operaciones de la mente, de
solamente Berkeley y Hume dudaban realmente de la existencia las cuales es consciente. [...] Las ideas de cuya existencia yo
requiero la prueba, no son las operaciones de mente alguna,
de objetos sensibles externos, la manera en que todos hablan de
sino supuestos objetos de esas operaciones. No son percep­
las ideas parece implicar que son los únicos objetos de percepción
ción, recuerdo o conceptuación, sino cosas de las que se dice
(1967: 263). que son percibidas, o recordadas, o imaginadas.
Tampoco discuto la existencia de lo que el vulgo llama
objetos de percepción. Estos son llamados cosas reales, no
12.2, La representación como actividad inmanente ideas, por todos los que reconocen su existencia. Pero los filó­
sofos mantienen que, además de estas cosas, hay objetos inme­
Afortunadamente, Reid todavía conoce y emplea correcta­ diatos de percepción en la mente: que, por ejemplo, no vemos
mente la distinción entre acciones inmanentes y acciones transiti­ el sol inmediatamente, sino una idea. [...] De esta idea se dice
vas. Y sabe que los actos cognoscitivos son del primer tipo (1967: que es la imagen, la semejanza, la representación del sol, si
301-302). Por eso se percata de que los argumentos de un Des­ es que hay un sol. Y es a partir de esta idea como tenemos
cartes o de un Locke para demostrar por vía de causalidad la exis­ que inferir la existencia del sol. Pero no puede haber ningu­
na duda de la existencia de la idea misma, piensan los filó­
tencia del m undo exterior son completamente inadecuados y:
sofos, ya que es inmediatamente percibida (1967: 298).
dejan en la sombra lo que pretendían iluminar. Por su parte, Reid
no tiene inconveniente en utilizar expresiones como ‘idea’ o ‘repre­
sentación para designar la actividad cognoscitiva de que en cada; Parece que Reid está pensando en Malebranche, quien en algún
caso se trate, pero se niega a usarlas para nombrar indiscrimina- í lugar de la Recherche de la veritéejemplifica con el sol la función
damente un presunto objeto que necesariamente tuviera que de las ideas como representaciones vicarias: “El objeto inmedia­
mediar entre la facultad y la realidad efectiva. to de nuestro espíritu cuando, por ejemplo ve el sol, no es el sol,
A diferencia de Kant, tiene clara la distinción entre noesis y sino algo que está íntimamente unido a nuestra alma, y a eso es
noema y mantiene la primacía de aquélla sobre ésta, es decir, lai a lo que llamo idea”; y en seguida define: “Con la palabra idean o
primada de la perspectiva del acto sobre la perspectiva de la for­ entiendo otra cosa que el objeto inmediato o más próximo a nues­
ma. Y también en anticipadora oposición a Kant, no admite que tro espíritu cuando capta algún objeto” (cfr. Millán-Puelles, A.,
la mente pueda actuar componiendo, ordenando o formalizan­ 1990: 127).
do el material pasivamente recibido en las sensaciones, precisa­ Las personas normales y corrientes -ironiza Reid—no tienen
mente porque las operaciones cognoscitivas son inmanentes y su la menor duda de que hay en la realidad de las cosas un sol y una
acción no puede incidir en un objeto que se comporte respecto luna que, desde hace miles de años, llevan a cabo sus revolucio­
a ellas como materia. Reid sabe que el modelo hilemórfico no nes en el cielo. Pero se quedarán atónitos cuando el filósofo les
vale para dar cuenta del conocimiento: informe de que se equivocan de plano al abrigar estas conviccio­
nes. Porque el sol y la luna que se imaginan ver directamente no
están situados a muchísimas millas de nosotros y entre sí, sino
Para prevenir errores, es preciso recordar de nuevo al lec­
tor que si por ideas se entienden sólo los actos u operaciones
que están en su propia mente. En rigor, no tenían existencia antes
de nuestras mentes, al percibir, recordar o imaginar objetos, de que los vieran, y dejarán de tenerla cuando cesen de percibir­
yo estoy lejos de poner en cuestión la existencia de esos actos; los. Y es que los objetos que perciben son sólo ideas en su propia
somos conscientes de ellos cada día y cada hora de nuestra mente, que no pueden existir ni un momento más del tiempo

i 99
E l enigma de la representación
El representacionismo empirista

durante el que en ellos piensan. Se encuentran, así, trasladados ¿ ■


recuerdos y todas las demás operaciones de las que somos cons­
un nuevo mundo, en el que todo lo que ven, gustan o tocan, es
cientes. Mantienen estos pensadores la insensata opinión de que
sólo una idea: una suerte de ser fugaz que pueden conjurar para
las impresiones sensibles son la causa eficiente de todos nuestros
que venga a la existencia, o pueden aniquilar con sólo guiñar un
conocimientos, ya que éstos suelen seguir a aquéllas. Pero el que
ojo (Reid, T., 1967: 298-299).
una cosa venga después de otra no quiere decir, en modo alguno,
Es curioso que los filósofos -según interpreta Reíd la historia
que sea su causa propia. Por ejemplo, el día no es la causa de la
del pensamiento—se muestren tan unánimes en admitir la exis- ■
noche, ni la noche del día, por más que se sigan el uno a la otra
tencia de ideas o imágenes mentales, y al mismo tiempo difieran
de manera imperturbable. “No hay nada más ridículo -llega a
tanto a la hora de definir o caracterizar tales representaciones. Si
decir Reid- que imaginar que un movimiento o modificación de
las ideas no fueran una mera ficción, habrían de constituir, entre
la materia pudiera producir pensamiento” (1967: 253). Es absur­
los objetos del conocimiento humano, aquellos a los que tuvie­
do pensar que las impresiones de objetos externos sobre la máqui­
ran mejor acceso gnoseológico 7 con los que estuvieran más fami­
na de nuestro cuerpo puedan ser la causa eficiente real del pen­
liarizados. Y, sin embargo, no hay nada acerca de lo que discre­
samiento y la percepción.
pen más. Algunos filósofos han mantenido que las ideas son
Otra conclusión derivada de la primera por no pocos pensa­
auto-existentes, otros que están en la mente divina, otros que se
dores modernos (hoy habría que hablar de neurólogos materia­
hallan en la mente humana, y otros -p o r fin- que se encuentran
listas y expertos en ciencias computacionales e Inteligencia Arti­
en el cerebro o sensorinm.
ficial) es que en la percepción acontece una impresión sobre la
mente, de la misma manera que acaece sobre el órgano sensible,
los nervios y el cerebro. Evidentemente, esta tesis nos llevaría de
12,.3. Crítica de las imágenes representativas
nuevo a la falacia del homúnculo, con su inevitable proceso al
infinito, que comenzaría por suponer que tuviéramos algo así
Por lo que concierne a la hipótesis de que las imágenes repre-1
como ojos en el cerebro (cfr. 1967: 272). Y es que no hay pre­
sentativas se encuentren en la mente humana, Reid arguye que,
juicio más natural que concebir la mente como si tuviera cierta
si se considera que la imagen de un objeto es algo más que el pen- '%
similitud con el cuerpo. De suerte que, así como estamos incli­
samiento de tal objeto, entonces no hay modo de saber qué se
nados a imaginar que los cuerpos se ponen en movimiento por
quiere significar con ello. La concepción precisa y distinta de un
algún impulso ejercido sobre ellos por otros cuerpos contiguos,
objeto puede ser llamada, en un sentido analógico o metafórico,
de modo similar se cree que la mente se pone a pensar por obra
su imagen en la mente. Pero esta imagen es sólo la concepción del
de ciertas impresiones provenientes de los objetos contiguos. Pero
objeto y no el objeto concebido. Es un acto de la mente y no el
si concebimos que la mente es espiritual —y Reid considera que
objeto de ese acto (1967: 305).
hay sólidas pruebas para admitir que sea así—, entonces encon­
Pero cuando Thomas Reid resulta más agudo, y sus conside­
traremos serias dificultades para atribuir algún significado a la
raciones poseen una mayor relevancia para la actual Ciencia Cog-
expresión “impresiones ejercidas sobre ella” (1967: 254).
nitiva, es a la hora de refutar la suposición de que las ideas o imá­
genes mentales se encuentran en el cerebro humano. Algunos
filósofos -como los antiguos atomistas o ciertos modernos empi-
rz.4. Contra la pasividad de la mente
ristas—se imaginan que el hombre no es más que un fragmento
de materia tan curiosamente organizada que las impresiones de
La impresión ejercida sobre la mente queda concebida como
los objetos externos producen en él sensaciones, percepciones,
un proceso en el que ésta es completamente pasiva y los objetos

zoo
201
El representacionismo empirista
El enigma de la representación

No es fácil dar una respuesta directa a esta cuestión. Por


producen en ella ciertos efectos. Ahora bien, no es ésta la natu­ una parte, él dice a menudo, en expresiones precisas y estu­
raleza de la mente. Todo lo que sobre ella sabemos nos muestra diadas, que el término idea está por cualquier cosa que sea
que es de suyo viviente y activa, y que tiene en su propia consti­ objeto del entendimiento cuando un hombre piensa, o cual­
tución la capacidad de percibir. Menos admisible aún es la tesis quier cosa de la que la mente se ocupe cuando piensa: que la
de que tales impresiones causan en la mente imágenes de los obje­ mente no percibe sino sus propias ideas: que todo conoci­
tos percibidos. Y que la mente, sentada en el cerebro como en su miento consiste en la percepción del acuerdo o desacuerdo
sala de recepciones, sólo percibe inmediatamente esas imágenes, y de nuestras ideas: que no podemos tener conocimiento más
que no tiene percepción alguna de los objetos externos si no es allá de donde tenemos ideas. Estas y otras expresiones de
por medio de ellas. Cuando lo cierto es que no hay prueba ni pro­ alcance semejante implican evidentemente que todo objeto
babilidad de que en el cerebro se formen imágenes de los objetos de pensamiento tiene que ser una idea, y que no puede ser
externos. No tenemos la menor evidencia —y, en rigor, no pode­ nada más.
Por otra parte, estoy persuadido de que el señor Locke
mos tenerla- de que esas impresiones se asemejen a los objetos
habría reconocido que nosotros podemos pensar que Ale­
que presuntamente las causan. No hay tal semejanza, porque nada jandro Magno, o el planeta Júpiter, o innumerables cosas que
de lo que —incluso hoy—sabemos que sucede en el cerebro pue­ él hubiera poseído, no son ideas en la mente, sino objetos
de componer una semejanza de la cosa conocida (1967: 255-256). que existen con idependencia de la mente que las piensa.
Si nuestras facultades de percepción no son completamente ¿Cómo reconciliaremos las dos partes de esta aparente
falaces, los objetos que percibimos no están en nuestro cerebro contradicción? (1967: 276-278).
sino fuera de nosotros. Es más, nosotros no captamos de ningu­
na manera el cerebro en nuestra experiencia habitual. Ciertamen­
te, los órganos de los sentidos y el propio cerebro intervienen en
12.5. El cuarto oscuro
las percepciones, pero ellos mismos ni perciben ni son percibidos
(1967: 257). Para responder a Reid, y esbozar una teoría de la representa­
Pocas argumentaciones tan certeras y sutiles se han dado a ción según Locke, hemos de comenzar por los elementos más
lo largo de la historia del pensamiento sobre lo que no es la natu­
básicos de su teoría de las ideas, tal como se exponen en el Ensa­
raleza del conocimiento humano y, especialmente, sobre el papel
yo sobre el entendimiento humano:
que no realizan las representaciones (cfr. Lehrer, K., 1991). No
es extraño que Reid haya pasado a ser un clásico en las discu­ Creo que el entendimiento no conoce ninguna idea que
siones analíticas de filosofía de la mente (cfr. Gallie, R. D., no sea de las que recibe de uno de esos dos orígenes: “los
1989). objetos sensibles externos dotan a la mente de ideas y cuali­
Otra cuestión es si son acertados o no sus duros juicios acer­ dades sensibles”, que son todas esas percepciones distintas
ca de los empiristas británicos. Limitémonos a lo que Reid dice que se producen en nosotros; “y la mente dota al entendi­
acerca de John Locke, quien “establece en su ensayo con plena miento con ideas de sus propias operaciones”. Si hacemos
convicción, común con otros filósofos, que las ideas en la mente una revisión total de todas estas ideas y de sus distintos modos,
son ios objetos de todos nuestros pensamientos en cada opera­ combinaciones y relaciones, podremos observar que contie­
ción de inteligir” (Reid, T., 1967: 275). nen toda la suma de nuestras ideas y que nada tenemos en la
Ahora bien, se pregunta Reid, ¿mantenía Locke la opinión de mente que no tenga su origen en alguna de esas dos vías. Ana­
lice cualquiera sus propios pensamientos y examine a fondo
que las ideas son los únicos objetos de pensamiento? ¿Le es posi­
su propio entendimiento, y que después me diga sí no corres­
ble al hombre pensar en cosas que no sean ideas en la mente?:
E l enigma de la representación E l representacionismo empirista

ponden todas las ideas originales que tiene allí a objetos de ■ nes las que penetran por una rendija. Allí hay liberación, aquí
sus sentidos, o a operaciones de su mente, consideradas como ensimismamiento. Aunque Locke nos diga que su actitud es de
objetos de su reflexión. Por más grande que se imagine el indagación, toda su metafórica sugiere pasividad en el cognos-
cúmulo de los acontecimientos allí contenidos, verá, si loy cente; mientras que el prisionero platónico es un activo buscador
considera de forma rigurosa, que en su mente no existen más ; qüe abandona la sórdida comodidad de su prisión, para ascender
ideas que las que han sido impresas por medio de esas dos ‘ hacia la luz, dondequiera que ésta se halle, no sin padecer en su
vías, aunque, quizá, combinadas y ampliadas por el enten- > cuerpo y en sus sentidos unos sufrimientos que da por buenos
dim iento, con una variedad infinita, como más adelante ; con tal de aventurarse a encontrar la verdad misma. Locke busca
podremos observar (Locke, J., 1980; 166).
seguridad, Platón franquía. Las ideas del empirista británico que­
dan a buen recaudo, almacenadas y ordenadas como sombras dis­
Así pues, la única fuente originaria del conocimiento huma­
ponibles para ser proyectadas de nuevo cuando convenga, aun­
no está constituida por las impresiones sensibles. Sin embargo, a
que en el cuarto oscuro ni siquiera hay lugar para un fuego que
las ideas que de ellas directamente provienen se añade otro tipo
las ilumine. Las Ideas del metafísico mediterráneo no son, según
de ideas que se originan en la reflexión de la mente sobre esos ini­
vimos en su momento, algo así como super-representaciones: son
ciales conocimientos sensibles. Para subrayar la exclusividad del
mismidades que nos superan y nos envuelven, hasta el punto de
origen del conocimiento en las sensaciones externas e internas,
que nunca podemos manejarlas a nuestro antojo, ni encadenar­
Locke utiliza una metáfora que -como tantas veces ocurre en filo­
las con algún mecánico juego de asociaciones: no cabe objetivar­
sofía—revela algunas claves decisivas del pensamiento de su autor:
las o tematizarlas, sólo aspirar a comprenderlas parcialmente y a
No pretendo enseñar, sino inquirir. Por tanto, no puedo incorporarlas a nuestro propio ser como hábitos cognoscitivos.
sino confesar aquí, una vez más, que las sensaciones externas
e internas son las únicas vías de paso del conocimiento al
entendimiento que puedo encontrar. Hasta donde puedo des­ iz.6 . John Locke: individualismo y mecanicismo
cubrir éstas son las únicas claraboyas por las que la luz se intro­
duce en este cuarto oscuro. Porque pienso que el entendi­ Por lo demás, la metáfora platónica es social y formativa; la
miento no deja de parecerse a una institución totalmente- comparación lockeana, en cambio, parece ser individualista e ilus­
desprovista de luz, que no tuviera sino una abertura muy- trada. Como ha señalado Charles Taylor,
pequeña para dejar que penetraran las apariencias visibles
externas, o las ideas de las cosas; de tal manera que si las imá­ Locke asumió una postura realmente intransigente, una
genes que penetran en este cuarto oscuro permanecieran allí, postura que estableció los términos por los cuales se defini­
y se situaran de una manera tan ordenada como para ser halla­ ría el yo puntual a lo largo de la Ilustración y aun después.
das cuando lo requiriera la ocasión, este cuarto sería muy simi­ Fue más allá que Descartes y desestimó cualquier noción de
lar al entendimiento de un hombre, en lo que se refiere a todos la doctrina de las ideas innatas. Este paso suele ser visto como
los objetos de la vista, y a las ideas de ellos (1980: 2 4 8 ). un giro basado epistemológicamente. Locke asume un mode­
lo de ciencia más baconiano o gassendiano que el del exage­
¡Qué lejos nos encontramos de la alegoría platónica de la caver­ rado racionalismo cartesiano. Así se pone de parte del mode­
na! Allí el prisionero se escapaba de la oscuridad poblada de repre­ lo que surge triunfante de la larga revolución intelectual,
sentaciones, para abrirse a la amplitud luminosa de las realidades; instaurado paradigmáticamente por Newton. [...] En lo que
aquí el hombre mismo está representado por una habitación en respecta al conocimiento, Locke milita contra cualquier visión
tinieblas, completamente vacía, en la que son las representacio­ que nos perciba como naturalmente tendentes a la verdad o

20 4
E l enigma de la representación E l representacionismo empirista

en sintonía con ella, bien sea de la variedad antigua por la son propias, aunque no queda aclarado del todo si los objetos y
que, como seres racionales, estamos constitutivamente dis­ las ideas son lo mismo, o hay una especie de equivocidad en un
puestos para reconocer el orden racional de las cosas; o de la tránsito causal de los objetos a las ideas. En cualquier caso, el
variedad moderna por la cual poseemos ideas innatas, o al entendimiento se comporta respecto a ellas como un espejo, inca­
menos una tendencia innata para desplegar el pensamiento paz de rechazarlas o de alterarlas una vez impresas (cfr. Locke, J.,
hacia la verdad (Taylor, Ch., 1996: 180-181).
1980: 183). Sólo que la metáfora del espejo es muy poco ade­
cuada, porque las imágenes en él reflejadas, además de ser irrea­
Bajo su apariencia moderada y tradicional, Locke no es menos les, precisan de alguien que las mire para ser conocidas. Ya sabe­
agresivo que Descartes. Al contrario, su actitud destructiva y mos, por lo demás, que las imágenes especulares no son semejantes
reconstructora es mucho más decidida. A diferencia de Descar­ a aquello que reflejan: la imagen del color verde no es verde; la
tes, Locke es deista, con lo cual su mecanicismo está mejor fun­ imagen de un cuerpo pesado no pesa nada; la imagen del fuego
dado y rima perfectamente con una postura antiteleológica. Lo no quema. De ahí que toda gnoseología representadonista se vea
que propone, efectivamente, es la desvinculación del yo respecto abocada, alternativamente, a una petición de principio o a un
a toda armonía natural y teológica, haciendo así surgir ese yo pun­ proceso al infinito.
tual ope. dominará todo el pensamiento ilustrado, del que Locke
es el gran inspirador.
Claro aparece que el mecanicismo deísta se compagina muy 12.7. Las ideas simples
bien con una epistemología representadonista y penetrada de
naturalismo. Según ha indicado Taylor, Locke reifica la mente en Las ideas simples, afirma Locke, se hallan en las mismas cosas
un extraordinario grado. Para ello, su concepción de las ideas es tan unidas y mezcladas que no existe separación entre ellas. Pero
atomista, quedando en manos de la voluntad humana las estra­ resulta claro que las ideas que las cualidades corporales producen
tegias de reconstrucción y ensamblaje de todo el panorama men­ en la mente, por medio de los diferentes sentidos, llegan a ella
tal. La propia imagen del cuarto oscuro es netamente cosificante, simples y sin mezcla (cfr. Locke, J., 1980: 184). La mente obje­
y no lo es menos la de esa sala de recepciones de la mente (Locke, tiva y delimita lo que, al parecer, se encuentra indiscernible y
J., 1980: 187), a la que igualmente se refería Reid (Taylor, Ch., entreverado en la realidad externa. De manera que las ideas mis­
1996: 182). mas no son sino fenómenos o apariencias y —como no hay acce­
Taylor también concuerda con Reid en destacar la confusión so intelectual a la realidad que no pase por los sentidos- ni siquie­
básica de la que adolece, no sólo la gnoseología de Locke, sino ra cabe admitir la noción de un noúmeno al estilo kantiano, es
toda la tradición de la “teoría de las ideas”, que unas veces son decir, de una cosa en sí que sea pensable pero no perceptible.
tratadas como objetos inertes en la mente y otras como entida­
Estas ideas simples, los materiales de todo nuestro cono­
des preposicionales. La idea se percibe en ocasiones como un obje­
cimiento, se sugieren y proporcionan a la mente únicamen­
to o cuasi-objeto, y en ocasiones como una entidad que sólo es
te mediante esas dos vías a que antes nos referíamos, es decir,
posible describir correctamente en una clásula del tipo “que...” sensación y reflexión. Una vez que el entendimiento está pro­
(1996: 183). visto de esas ideas simples tiene la facultad de repetirlas y
Locke mantiene que el entendimiento permanece pasivo y no ensamblarlas con una variedad casi infinita, de tal forma que
está a su alcance el poseer o no esos rudimentos o materiales bási­ puede formar ideas complejas a su gusto. Sin embargo, no
cos que son las ideas simples. Y es que, en casi todos los casos, los es factible para el ingenio más elevado o para el más amplio
objetos de nuestros sentidos imponen a la mente las ideas que les entendimiento, cualquiera que sea la agilidad o variedad de

207
E l enigma de la representación El representacionismo empirista

su pensamiento, el inventar o idear en la mente una sola idea así decirlo, la desantropomorfizadón o desnaturalización de la natu­
simple, que no venga por los conductos antes referidos; ni raleza, anteriormente concebida a semejanza de la imagen clásica
tampoco le es posible para ninguna fuerza del entendimien­ del hombre como perfecdonador perfecdonable. Se trata de “reen­
to destruir las que ya están allí, puesto que el dominio que samblar” nuestra imagen del mundo, sobre la base de principios
tiene el hombre en este pequeño mundo de su propio enten- ■ : científicos -es decir, mecanicistas—y fiables reglas de concatena­
dimiento es bastante similar con respecto al gran mundo de ción. Al realizar el doble movimiento de suspensión y examen, desa­
las cosas visibles, donde su poder, como quiera que está diri­
nudamos el control que sobre nuestro pensamiento ejercen la cos­
gido por el arte y la habilidad, no va más allá de componer ;
y dividir los materiales que se encuentran al alcance de la
tumbre o la autoridad, y asumimos la responsabilidad nosotros
mano; pero se muestra totalmente incapaz para hacer la más mismos. No es otro el ideal moderno de libertad como autonomía,
mínima partícula de materia nueva, o para destruir una sola: que encontrará en Kant su plasmación madura (Taylor, Ch., 1996:
de lo que ya está en su poder. Idéntica incapacidad encon- J 183).
trará en sí mismo todo el que se ponga a modelar en su enten- : Ya hemos advertido en varias ocasiones que la teoría repre­
. dimiento cualquier idea simple que no hubiera recibido por i; sentado nista del conocimiento rima perfectamente con la ima­
sus sentidos, procedente de los objetos externos, o median­ gen mecanicista del mundo. Al cancelar la realidad de las confi­
te la reflexión que haga sobre las operaciones de su propia: guraciones esenciales de las cosas, ya no hay lugar para una
mente acerca de ellas (1980: 185). concepción del saber en la que la forma intencionalmente poseí­
da es la forma realmente existente. Conocer se reduce, entonces,
El ámbito de las representaciones es un “pequeño m undo” a recibir pasivamente impresiones sensibles que son como “mate­
similar al mundo grande de los objetos externos. Pero ni en uno riales” que la mente combina y ensambla libremente.
ni en otro acontecen auténticas innovaciones, ya que la concep­ Ahora estamos en condiciones de dar un paso más y advertir
ción mecanicista de la naturaleza sólo admite combinaciones de que el representacionismo se pone al servicio de una libertad que
esos “materiales” que son tanto los objetos del mundo grande ya no consiste en la facultad de tomar decisiones sobre los dis­
como las ideas del mundo pequeño que por ellos están y con ellos tintos medios que conducen al fin humano; la libertad moderna
vienen, de hecho, a identificarse. Sólo que el mundo de las repre­ es autónoma independencia de toda supeditación a una realidad
sentaciones, al ser el único que inmediatamente nos resulta acce­ naturalmente estructurada. La materia sobre la que esa libertad
sible, es el que vendrá a ser manejado y manipulado por el afán como autonomía se ejerce son las representaciones que en la men­
humano de progresar y mejorar la realidad. Mejora y progreso te se encuentran a nuestra disposición. Representaciones que ya
que no conducen a bien vivir, al clásico ideal teleológico de la vida no están ancladas en una realidad metafísicamente entendida,
lograda, sino simplemente a sobrevivir, en una especie de traspo­ sino que son unidades eidéticas exentas e inmediatamente acce­
sición antropológica del moderno principio de la inercia física. sibles, con las cuales se podrán diseñar los “experimentos con­
Siguiendo de nuevo a Taylor, podemos apreciar que estas ideas ceptuales” que la nueva ciencia física exige; así como articular una
simples son los átomos que existen grabados en la mente, a través democracia representativa basada en unas opiniones individuales
del impacto de los sentidos, que hacen llegar a la mente partículas que vienen a ser, a su vez, como los átomos de una opinión públi­
insensibles, a las que Locke llama a veces “glóbulos”. Tales son los ca que persigue un interés general, desvinculado de la vieja noción
materiales que se ensamblan por un proceso de asociación cuasi- de bien común, considerada inviable en una sociedad cada vez más
mecánico, que implica el paso a las ideas complejas cuya composi­ secularizada y pluralista.
ción ya no se rige por leyes naturales sino por leyes que emanan del La concepción deista de la realidad total es el marco en el que
propio “yo puntual”. El propósito de este “desensamblaje” es, por se inscriben estas nuevas imágenes del mundo. Como Heidegger

zo8 2 051
E l enigma de la representación E l representacionismo emptrista

advirtió agudamente, la primacía de la certeza sobre la verdad y 7 98), conviene distinguir al respecto entre cualidades primarias y
de la representación sobre la realidad no son. posturas filosóficas H cualidades secundarias.
aisladas o meramente "técnicas”. Constituyen la cara sobre la que Las cualidades primarias son las cualidades originales y básicas
descansa el complejo poliedro de la visión moderna del mundo, de un cuerpo, que producen en nosotros las ideas simples de la
en la que los aspectos metafísicos, antropológicos, políticos y reli­ solidez, la extensión, la forma física, el movimiento, el reposo y
giosos se articulan de manera inédita y, por cierto, tan inestable el número. Tales parámetros -d e signo claramente cuantitativo—
como podemos observar a finales del siglo XX. “son totalmente inseparables de un cuerpo, sea cual fuere el esta­
Según Locke, tal independencia y autonomía en el manejo de do en que se encuentre, y de tal naturaleza que las conserva de
las representaciones implica que podamos tener ideas aunque manera constante en todas las alteraciones y cambios que dicho
ignoremos sus causas físicas (Locke, J., 1980: 203). Y es que no cuerpo pueda experimentar” (Locke, J., 1980: 206). Así pues, hay
existe una correspondencia entre las ideas de la mente y las cua­ una cierta correspondencia entre este tipo de cualidades de los
lidades de los cuerpos: objetos y las ideas que en la mente suscitan. Por ese mismo moti­
vo, su conocimiento no es fácilmente susceptible de error.
[...] No pensemos (como quizá se hace de manera habitual) Muy distinta es la situación de las cualidades secundarias, “que
que las ideas son exactamente las imágenes y semejanzas de no son nada en los objetos mismos, sino potencias para producir
algo inherente al sujeto que las produce, porque la mayoría ; en nosotros diversas sensaciones por medio de sus cualidades pri­
de las ideas de la sensación no son en la mente la semejanza ¡ marias, es decir, por la extensión, la forma, la rotura y el movi­
de algo que exista fuera de nosotros, ni que los nombres que : miento de sus partes insensibles” (1980: 207). Es el caso de los
las significan son una semejanza de nuestras ideas, aunque
colores, olores, gustos, sonidos y demás características de tipo cua­
estos mismos nombres no dejen de provocarlas en nosotros
cuando los escuchamos (1980: 205).
litativo que llegan a nuestra mente, a través de partículas o peque­
ños cuerpos imperceptibles que afectan a nuestros sentidos. Tales
Desde luego, las ideas no se encuentran en los cuerpos, porque cualidades no son objetivas. Aunque nosotros las situemos erró­
son estrictamente sensaciones o percepciones en nuestro entendi­ neamente en los cuerpos mismos, no son nada en ellos, sino que
miento. “Y si alguna vez —precisa Locke- me refiero a estas ideas únicamente se constituyen como tales en la mente, por obra de
como si se encontraran en los mismos objetos, quiero que se me ■ procesos cuasí-mecánicos. Lógicamente, la captación de estas cua­
entienda que me refiero a esas cualidades en aquellos objetos que lidades está sometida a todo tipo de errores, si no fuera más pre­
nos producen esas ideas” (1980: 206). ciso observar que ellas mismas son poco más que ilusiones de los
sentidos (lo que Kant llamaría meras apariencias).
Según se sugirió anteriormente, cabe establecer un paradóji­
iz.8. Cualidades primarias y cualidades secundarias co paralelismo entre esta clasificación moderna y la establecida
por la filosofía clásica entre sensibles comunes y sensibles propios.
Parece, entonces, que se va aclarando la confusa y ambigua Los sensibles comunes son aquellos que resultan accesibles a
teoría de las ideas tal como Locke la propone. El esquema pare­ diversos sentidos. Es ésta una característica que comparten con
ce ahora más sencillo: las ideas se encuentran en la mente, mien­ las cualidades primarias, con las que también coinciden en la índo­
tras que en los objetos se hallan las cualidades que producen esas le cuantitativa de las correspondientes propiedades: tamaño, movi­
ideas. Pero la relación entre cualidades e ideas no es siempre la miento, distancia, número. Pero en lo que parecen discrepar dia­
misma. En una concepción sugerida por Descartes, pero intro­ metralmente es en su respectivo valor gnoseológico. Para ios
ducida por Locke en la terminología filosófica (Kenny, A., 1992: representacionistas modernos estas propiedades son las más fáci-

2 10 2I I
E l enigma de la representación E l representacionismo empirista

Íes de captar y rara vez acontece error en su apreciación. Mien­ mente, representan cosas que se encuentran más allá de ellas, aun­
tras que para los aristotélicos es en el intento de conocerlas cuan­ que no necesariamente la totalidad o los más importantes de los
do más frecuentemente nos equivocamos. Este es el caso, evi­ aspectos de la naturaleza de tales cosas (Guyer, P., 1994: 123).
dentemente, del conocimiento cotidiano. Basta pensar en las Aunque el tratamiento que Locke hace de esta cuestión es más
discusiones entre practicantes del senderismo acerca de la dis­ complejo, bastará para el presente propósito examinar lo que suce­
tancia recorrida o que falta por recorrer, o en las estimaciones tan de con las ideas simples:
divergentes acerca del número de participantes en una manifes­
tación que ofrecen, o bien los informes de la policía municipal, [...] Las ideas simples no son ficciones nuestras, sino pro­
o bien los organizadores del evento. Pero también es indudable ; ductos naturales y regulares de las cosas que están fuera de
que estos parámetros son los que más fácilmente se miden en el : nosotros, que operan de una manera real sobre nosotros, y
ámbito de la moderna ciencia experimental. que de esta manera llevan toda la conformidad que se pre­
Los sensibles propios, por su parte, presentan no pocas seme­ tendió, o que nuestro estado requiere; pues nos representan
las cosas bajo aquellas apariencias que ellas deben producir
janzas con las cualidades secundarias. Como éstas, sólo son accesi­
en nosotros, y por las cuales somos capaces de distinguir las
bles por uno de los sentidos y presentan una índole preferente­
clases de sustancias particulares, de discernir los estados en
mente cualitativa. Pero también hay discrepancias en las respectivas ; que se encuentran, y de esta manera tomarlas para nuestras
valoraciones acerca de la facilidad para conocerlas y de las posibi­ necesidades y aplicarlas a nuestros usos. Así, la idea de blan­
lidades de error. Para los peripatéticos, los sentidos son infalibles cura, o la de amargo, tal como está en la mente, respondiendo
cuando conocen su sensible propio, y sólo fallan per accidens, por exactamente a ese poder de producirla que hay en cualquier
malformación del órgano o por alguna coincidencia que haga enga­ cuerpo, tiene toda la conformidad real que puede o debe
ñosa la información objetiva. Así sucede, efectivamente, en el cono­ tener con las cosas que están fuera de nosotros. Y esta con­
cimiento ordinario. Excepto en casos de daltonismo o de una fuer­ formidad entre nuestras ideas simples y la existencia de las
te incidencia de la luz solar, rara vez nos confundimos respecto al cosas resulta suficiente para un conocimiento real (Locke, J.,
color verde o rojo del disco de un semáforo urbano (en el caso del 1980: 839-840).
color naranja suele haber un mayor margen para la discrepancia
entre automovilistas y peatones). Es en el ejercicio de las ciencias Parece, por tanto, que nuestras ideas representan las cosas rea­
positivas donde estas propiedades son más difíciles de determinar, les, precisamente porque éstas causan en nuestra mente las corres­
como pudimos comprobar gozosamente a temprana edad cuan­ pondientes apariencias, que resultan adecuadas para proporcio­
do el profesor anunciaba el color del producto que resultaría de namos un conocimiento suficiente de la realidad. Pero, al llegar
una reacción en el laboratorio de Química. a este punto, surge el problema que plantea toda concepción del
saber verdadero como conformidad de la representación con la
cosa que está fuera de la mente. Porque, si todo conocimiento se
12.9. La índole representativa de las ideas nos da exclusivamente en las ideas y por medio de ellas, ¿cómo
sabes que representan adecuadamente objetos a los que no tienes
La postura general de Locke sobre la naturaleza representati­ ningún acceso directo? Dices que la razón de la conformidad es
va de las ideas comprende dos tesis difíciles de compaginar. La que las representaciones están causadas justo por las cosas que
primera mantiene que las cosas nunca se nos presentan directa­ representan. Pero, según tu propia versión, en las ideas no queda
mente, sino sólo a través de representaciones intermediarias. La representada la causalidad que las produce, de manera que difí­
segunda, en cambio, establece que las ideas, natural y evidente­ cilmente puedes acudir a ella para justificar el alcance real de tus

2J2 213
E l enigma de la representación

representaciones. No es posible salir fuera de la propia piel ni,


como el barón de Münchausen, levantarse a uno mismo y a su
caballo tirando de la propia coleta. SÍ Wittgenstein decía que lo:
más difícil en filosofía es el realismo sin empirismo, también se
13
observa que no es fácil el empirismo con realismo. Según se tras­
luce en este texto y en otros semejantes (cfr. Chappell, V., 1994:
Sentido y representación
49-55), Locke no desarrolla una argumentación estrictamente
metafísica o gnoseológica. Diríase que su punto de apoyo decisi­
vo es de tipo pragmático. No estamos en condiciones de aquila­
tar hasta qué punto conocemos algo de la realidad representada
—enigma que se vuelve más impenetrable aún en el caso de las
ideas complejas-, pero lo cierto es que tampoco nos hace dema­ 1 3 .1 . Crítica de la abstracción en sentido empirista
siada falta. De lo que, en definitiva, disponemos es de un cono­
cimiento de la realidad que es suficiente para el desarrollo de nues­ El representacionismo moderno ha sufrido severas críticas a lo
tra vida en este mundo. ¿Qué otra cosa necesitamos? Como largo del pensamiento contemporáneo y, por utilizar una forma
mantenía Kant, hay muchas cosas que no sabemos, pero sobre de decir ya consagrada, también en la llamada filosofía posmo-
todo hay muchas cosas que no necesitamos saber, entre las que derna, especialmente en sus versiones antifundadonalistas y decons-
se encuentran buena parte de las sutilezas de los filósofos acadé­ tructivistas. Como ya se ha advertido, el ambiente intelectual gene­
micos. A la postre, la actitud de Locke es pragmatista y, por lo ral sigue siendo, en buena parte, representacionista y, por tanto,
tanto, relativista. relativista. Pero las líneas de pensamiento más características y pro­
metedoras del siglo X X , así como sus anticipaciones en el siglo X IX ,
proporcionan unas bases sólidas para superar el relativismo antro-
pocéntrico, gracias sobre todo a la introducción del concepto de
sentido, que será la clave de la fenomenología, la filosofía analíti­
ca del lenguaje y la hermenéutica. No será posible detenerse aquí
en la gran variedad de concepciones del sentido ni en las múltiples
causas que han impedido el despliegue filosófico cabal que esta
noción implica. Habrá que limitarse a dialogar con algunos de los
autores que han destacado más claramente el sesgo subjetivista y
relativista que lleva consigo la preeminencia del concepto moder­
no de representación. Bueno será comenzar por algunas decisivas
indicaciones del primer Husserl.
Cabe tomar ocasión para ello en la noción de abstracción que
Locke expone en el Ensayo sobre el entendimiento humano, estrecha­
mente conectada con los puntos centrales de su teoría de las ideas:

[...] La mente hace que las ideas particulares, que recibe de


los objetos concretos, se conviertan en generales, lo que se

214 2 15
Sentido y representación
E l enigma de la representación

valdría a poner el carro antes que los bueyes. Porque ¿cómo voy
logra considerándolas tal y como están en la mente esas apa­
riencias, es decir, al margen de toda otra existencia y de todas
a saber que un individuo pertenece a una determinada especie
las circunstancias de la existencia real, como el tiempo, el si todavía no sé en qué consiste tal especie, es decir, que signifi­
lugar o cualesquiera otras ideas concomitantes. A esa ope­ ca ser para los individuos de tal especie? Lo de menos es la solu­
ración se la denomina abstracción, y por medio de ella las ción que Platón da a este problema. Lo que im porta ahora es
ideas tomadas de seres particulares se convierten en repre­ subrayar que todos los pensadores “esencialistas” -desde Platón
sentativas de todas las de la misma especie; y los nombres de a Husserl, pasando por Aristóteles- han considerado que el cono­
ellas se hacen generales y aplicables a todo lo existente que cimiento de la esencia específica no se logra por un proceso de
convenga a tales ideas abstractas. Estas apariencias desnudas comparación empírica, sino que existe algún tipo de acceso inte­
y precisas de la mente las erige el entendimiento (con los lectual -p o r imperfecto que sea- al modo esencial de ser de las
nombres que comúnmente se les dan), sin tener en cuenta realidades sensibles.
cómo, de dónde y con qué otras ideas fueron recibidas en la
Con mayor precisión y dureza que cualquier pensador —ante­
mente, como modelos para dividir en clases las existencias
rior o posterior a él- Husserl ha argumentado en favor de esta
reales, según se ajusten a esos paradigmas, y para denomi­
narlas de acuerdo con ellos. De esta manera, cuando la men­
necesidad de captar previamene las formas específicas. Así expo­
te advierte en el yeso o la nieve el mismo color que ayer per­ ne su razonamiento en la segunda de las Investigaciones lógicas:
cibiera en la leche, considera tan sólo esa apariencia, la
La concepción empirista pretende evitar la necesidad de
convierte en representativa de todas las de su clase, y dán­
admitir los objetos específicos, retrocediendo a la extensión
dole el nombre de blancura, significa por ese conjunto de
de éstos. Pero [...] esta concepción es imposible. No puede
sonidos la misma cualidad en cualquier lugar que pueda ima­
decirnos qué es lo que da unidad a la extensión. La objeción
ginarse o encontrarse; y de esta manera es como se forman
siguiente nos lo hace ver particularmente claro. La concep­
los universales, sean ideas, sean los términos que se emplean
ción combatida opera con “círculos de semejanza”: pero toma
para expresarlas (Locke, J., 198 0 : 242-243).
harto ligeramente la dificultad que representa el hecho de que
cada objeto pertenezca a una pluralidad de círculos de seme­
No es preciso insistir en que esta teoría de la abstracción poco janza y de que sea preciso contestar a la pregunta acerca de lo
o nada tiene que ver con la que nos propone la filosofía de raíz que separa unos de otros esos círculos de semejanza. Se ve cla­
aristotélica. Según ésta, la abstracción no es una generalización, ramente que, sin tener ya la unidad de la especie, sería inevi­
sino una penetración iluminadora en el núcleo esencial de cada table un regressus in infinitum. Un objeto A es semejante a
cosa. Para comprender la abstracción, lo que im porta no es el otros objetos; a unos desde el punto de vista a y a otros des­
de el punto de vista b, etcétera. El punto de vista mismo no
proceso de causalidad eficiente, sino la causalidad formal. Abs­
debe, empero, significar que exista una especie que crea uni­
traer no es llegar a tener en la mente una especie de “individuo
dad. ¿Qué es, pues, lo que hace, por ejemplo, que el círculo
vago5’, es decir, un individuo sin características individuales pre­ de semejanza condicionado por la rojez sea uno frente al con­
cisas, que se alcanzara a fuerza de ir suprimiendo de todos los dicionado por la triangularidadiljL condición empirista sólo
ejemplares de la respectiva especie lo que hace que cada uno de puede decir: son semejanzas distintas; si A y B son semejan­
ellos sea precisamente éste y no otro cualquiera (cfr. Kenny, A., tes con respecto a la rojez, y A y Cson semejantes con res­
1994) . Como ya advirtió Platón, el reconocimiento del eidos o pecto a la triangularidad, estas semejanzas son de especie dife­
forma esencial correspondiente a una determinada especie no rente. Esto es, que de nuevo tropezamos con las especies. Las
puede lograrse por el camino de comparar diversos individuos semejanzas mismas son comparadas y forman géneros y espe­
de esa especie y quedarse con lo que tienen en común. Esto equi­ cies, lo mismo que sus miembros absolutos. Tendríamos, pues,

217
216
E l enigma de la representación Sentido y representación

que remitirnos a las semejanzas de estas semejanzas. Y así suce­ atendemos al ámbito de lo inmediatamente dado y vivido - a eso
sivamente in infinitum (Husseri, E., 1982: 302). que Locke llama ‘ideas’—, entonces las cosas fenoménicas o apa­
rentes son ensamblajes de ideas simples, de tal manera que en
muchos ensamblajes diversos pueden reaparecer, y de hecho así
13 .2 . Objetos específicos y objetos individuales sucede, las mismas notas fenoménicas, tanto aisladas como en
una cierta complexión. Pero resulta que nosotros nombramos las
Para Husseri resulta evidente la diferencia entre objetos espe­ cosas, no sólo con nombres propios, según pretenden los empi­
cíficos e individuales y la respectiva manera de representación en ristas radicales o los positivistas lógicos, sino también con nom­
que unos y otros llegan claramente a nuestra conciencia. El acto bres comunes, según admite el ilustre Locke, considerado con­
en que mentamos algo específico es de hecho esencialmente dife­ vencionalmente como un “semiempirista”. Ahora bien, el hecho
rente del acto en que mentamos algo individual, por más que de que podamos nombrar muchas cosas con un sólo nombre
aquella mención esté fundada en ésta. Reconoce el iniciador de común -por ejemplo, ‘liebre—, que tiene un único sentido, mues­
la fenomenología que los excesos del realismo de los conceptos tra que a tal nombre le corresponde un sentido universal, una idea
han sido causa de que se haya negado tanto la realidad como la universal (1982: 310-311).
objetividad de la especie. Pero esto se ha hecho sin razón. Es posi­ Pero entonces sucede que, como leíamos en Taylor, nosotros
ble y necesario concebir las especies como objetos, es decir, como podemos desensamblar los complejos de notas en una serie de
representaciones ideales y unitarias. notas simples, y volverlas a ensamblar según nuestros intereses,
Entiende Husseri que la teoría empirista de la abstracción ado­ conveniencias o caprichos. Y conseguimos así tener la significa­
lece -como la mayor parte de las doctrinas defendidas por la moder­ ción de otros nombres universales que no pasan quizá de ser meras
na teoría del conocimiento—de una confusión entre dos intereses ficciones. Lo cual no quiere decir en modo alguno que estemos
científicos diferentes: uno de ellos se refiere a la explicación psico­ ante un ejercicio puramente arbitrario o trivial:
lógica de las vivencias y el otro a la aclaración “lógica” de su conte­
nido o sentido mental y a la valoración de su posible función cog­ Pues si reflexionamos con detenimiento sobre esto, encon­
noscitiva. Toda teoría de la abstracción que pretenda ser traremos que las ideas generales son ficciones y ejercicios que
epistemológica, es decir, que quiera explicar el conocimiento, falla conllevan una cierta dificultad y no se ofrecen tan fácilmen­
en su propósito si -en vez de describir fenomenológicamente la te como tendemos a imaginar. Por ejemplo, ¿no se requiere
esfuerzo y habilidad para formar la idea universal de un trián­
situación objetiva inmediata, en que lo específico se hace cons­
gulo (que no es de las más abstractas, comprehensivas o difí­
ciente- acaba perdiéndose en análisis empírico-psicológicos del pro­
ciles), desde el momento en que no debe ser ni oblicuo, ni
ceso abstractivo, según causas y efectos, interesada principalmente rectángulo, ni equilátero, ni isósceles, ni escaleno, sino todo
hacia las disposiciones inconscientes, hacia las tramas hipotéticas eso y a la vez nada de eso en concreto? Realmente es algo
de asociaciones, tan caras a los empiristas, cuya tendencia al relati­ imperfecto, que no puede existir; una idea en la que se reú­
vismo psicologista es bastante clara (Husseri, E., 1982: 297-306). nen algunas partes de (ideas) diferentes e inconsistentes. Ver­
En el caso de Locke, en concreto, se produce lo que Husseri dad es que la mente, en este estado imperfecto, tiene necesi­
llama una “hipóstasis psicológica de lo universal”, que ha tenido dad de tales ideas e intenta, en cuanto puede, alcanzarlas en
una gran influencia. Pero ¿cómo se produjo dicha hipóstasis? aras a la comunicación y al desarrollo de sus conocimientos,
En la realidad efectiva no existe nada que se parezca a un uni­ dos cosas a las que se siente inclinada de manera natural.
versal; sólo existen efectivamene cosas individuales, que se clasi­ Empero existen razones para sospechar que semejantes ideas
son señales de nuestra imperfección (Locke, J., 1980 : 887).
fican en especies y géneros por sus igualdades y semejanzas. Si

218 2 19
E l enigma de la representación Sentido y representación

13.3. Idea y representación no son en ningún caso ¿as cosas que se nos ofrecen en las
representaciones intuitivas), no pueden, de ninguna mane­
Husserl entiende que en estas reflexiones se aúnan varios erro- ra, valer como complexiones de “ideas” y, por tanto, como
res fundamentales: “El defecto capital de la teoría del conoci­ “ideas”. No son objeto de posible “percepción interna”, como
miento de Locke y de los ingleses en general, la idea poco clara si formasen en la conciencia un contenido fenomenológico
de la idea, se revela aquí en sus consecuencias” (Husserl, E., 1982: complejo y pudiesen ser encontrados en ella como datos rea­
les (1982: 312).
311). La idea es definida por Locke como todo objeto de per­
cepción interna. Pero, como la percepción no necesita ser actual,
esto se extiende en seguida y resulta entonces que todo posible El objeto que se aparece, tal y como se aparece, es trascendente
objeto de percepción interna y, en último término, toda posible a su aparición como fenómeno. Por eso no debemos caer en la
vivencia psíquica en general, quedan comprendidos bajo la rúbri­ confusión entre las determinaciones de las cosas, que se nos ofre­
ca de “idea”. cen en los sentidos, y los momentos representativos de las sensa­
ciones. Husserl tiene la lucidez de distinguir entre las sensaciones
Pero —precisa Husserl—la palabra idea tiene en Locke aLu y las determinaciones objetivas que tales sensaciones representan,
mismo tiempo la significación más estrecha de representación por más que -habría que advertirle—las percepciones de los sen­
-en el sentido que caracteriza una limitada clase de vivencias tidos externos no constituyen representaciones, como acontece
y más exactamente de vivencias intencionales—. Toda idea es; en cambio con los sentidos internos. Podrían serlo en el caso de
idea de algo, representa algo ( 1982 : 311),
la captación de las modernas cualidades secundarias, que no son
elementos reales de los fenómenos. Pero la división entre cuali­
Acontece, además, en Locke una mezcla y confusión de la
dades primarias y cualidades secundarias conduciría a un subjeti­
representación y lo representado, el fenómeno y lo que fenomé­
vismo que Husserl estaría lejos de aceptar. No se hace eco, sin
nicamente aparece, el acto (el fenómeno del acto: objeto real inma­
embargo, de la clásica distinción entre sensibles secundarios y sen­
nente del curso de la conciencia) y el objeto al cual se dirige la
sibles primarios, del que resulta un panorama perceptivo en cier­
intención, de manera que el objeto manifestado se convierte en
to modo simétrico al moderno.
idea y sus notas en ideas parciales. Pero mayor importancia tiene
Locke toma la imagen sensible-intuidva por la significación
aún la ausencia de una distinción precisa entre la representación;
del nombre que le atribuimos. Pero Husserl no acepta que la sig­
en el sentido de representación intuitiva —fenómeno, imagen que
nificación de un nombre venga dada por una idea que se le une,
tenemos en la fantasía—y representación en la acepción de repre­
pues ello conduciría al psicologismo que se está criticando. La
sentación significativa, es decir, portadora en sí misma de un sen­
intención significativa de la expresión constituye el representar
tido inteligible (cfr. 1982: 311-312).
universal, en el sentido del significar universal; y éste es posible
Husserl entiende que de estas confusiones —de las que seguía
sin ninguna base de intuición actual. El claro hecho de que a todo
adoleciendo la teoría del conocimiento de su tiempo- son las que
nombre universal le corresponda su significación universal pro­
confieren a la teoría de las ideas abstractas de Locke el aspecto de
pia es interpretado por Locke en la tesis de gue a todo nombre
claridad que quizá engañó a su autor:
universal le corresponde una idea universal Este es un resultado
Los objetos de las representaciones intuitivas, los anima­ necesario de la confusión en la que Locke incurre entre la signi­
les, árboles, etc. aprehendidos tal y como se nos aparecen (no, ficación de la palabra y el fenómeno mismo. Y como además Loc­
pues, como los conjuntos de “cualidades primarias” y “fuer­ ke no distingue entre el fenómeno o apariencia de la nota en cues­
zas”, que son, según Locke, las verdaderas cosas, pues éstas tión y la nota que aparece, ni tampoco entre la nota como

220 22J
E l enigma de la representación Sentido y representación

momento y la nota como atributo específico, lo que acaba hacien­ Según Husserl, habría que decirle a Locke que un triángulo
do con su “idea universal” es, en realidad, una hipóstasispsicoló­ es algo que tiene triangularidad, pero la triangularidad no es a su
gica de lo universal, y lo universal se convierte en “dato real de vez algo que tenga triangularidad. La idea universal de triángu­
conciencia” (1982: 312-314). lo, como idea de la triangularidad, es, pues, idea de lo que es teni­
Aun siendo un pensador de primera línea, Locke se ve forza­ do por todo triángulo como tal, pero no es la idea de un trián­
do a incurrir en algunos absurdos, bastantes de ios cuales asoman gulo. Además, Locke amontona los absurdos cuando concibe el
en la idea universal de un triángulo, ya mencionada. Recordemos triángulo universal no sólo como un triángulo privado de cual­
que esta idea es la de un triángulo que no es ni rectángulo ni acu- quier diferencia específica, sino también como un triángulo que
tángulo, ni equilátero, ni isósceles, ni escaleno, etc. Así acontece las reúne todas a la vez.
porque la idea universal de triángulo se concibe en primer lugar El problema, por tanto, no deriva solamente de la imperfec­
como la significación universal del nombre y, luego, se le susti­ ción del espíritu humano.
tuye en la conciencia la representación intuitiva singular, o la exis­
tencia singular intuitiva de la correspondiente complexión de
notas. En tal caso, tendríamos una imagen interior que sería trián­ 13.4. La representación como economía del pensamiento
gulo y nada más; nos quedaríamos con las notas genéricas, sepa­
radas de las diferencias específicas e independizadas como reali­ Al comienzo del capítulo IV de esta segunda Investigación, que
dad psíquica (1982: 314-315): estamos examinando en lo que concierne a nuestro propósito,
encontramos una dura crítica a la concepción que el nominalis­
Casi no hace falta decir que esta concepción es no sólo mo tiene de la representación universal como artificio que econo­
falsa, sino contra sentido. Sábese a priori que lo universal es
miza pensamiento. Del nominalismo tardo medieval, en efecto,
inseparable o irrealizable. Ello se funda en la idea del género
procede el error de considerar los conceptos y nombres univer­
como tal. Con referencia al ejemplo, diríamos acaso más expre­
sivamente: la geometría demuestra a priori, fundándose en la
sales como meros artificios de una economía mental, destinados
definición del triángulo, que todo triángulo es acutángulo, u a ahorrarnos la consideración y nominación singular de todas las
obtusángulo, o rectángulo, etc. Y no conoce la menor dife­ cosas individuales. Es como si gracias al concepto rompiéramos
rencia entre triángulos de la realidad y triángulos de la ideal­ las limitaciones espacio-temporales y abarcáramos todos los obje­
es decir, triángulos que flotan en el espíritu como imágenes. tos que pertenecen al mismo género o especie. Y es verdad que
Lo que es incompatible a priori es incompatible en absoluto; —al menos, con algunos conceptos universales—superamos los
por tanto, también en la imagen. La imagen adecuada de un condicionamientos temporales y espaciales, lo cual sirve de base
triángulo es ella misma un triángulo. Y Locke se engaña al para la mayoría de las demostraciones de la inmortalidad del alma.
creer que puede unir el reconocimiento expreso de la evidente Pero tal superación no es cuantitativa sino cualitativa o, mejor,
no existencia de un triángulo universal real con la existencia no se refiere a la amplitud de la extensión del concepto (que se
del mismo en la representación. Desconoce que el ser psí­
podría alcanzar actualmente con un ordenador), sino a la eleva­
quico es también ser real y que si contraponemos el ser repre­
ción formal o intensional de tal representación intelectual. No es
sentado al ser real esta contraposición no se endereza ni debe
enderezarse a la oposición entre lo psíquico y lo extra-psí­ como si consideráramos las cosas, por así decirlo, en haces que
quico, sino a la oposición entre lo representado —en el senti­ reúnen una multiplicidad en algún sentido homogénea, y de eco­
do de meramente mentado—y lo verdadero —en el sentido de nomizar pensamiento y lenguaje al componer proposiciones que
correspondiente a la m ención- Pero ser mentado no signi­ se refirieran de una yez a clases enteras, a objetos innumerables,
fica ser algo psíquico real ( 1982 : 315). en lugar de captar y juzgar cada objeto por sí (1982: 341). Es der-

222 223
E l enigma de la representación Sentido y representación

to que, como ha puesto de relieve Arnold Gehlen (cfr. Gehlen, el propio Husserl). Sobre estas intuiciones caminaría todo nues­
A., 1980), tanto el lenguaje como el pensamiento son mecanis­ tro pensar. Sin embargo, por motivos pragmáticos, algunos de
mos de descarga; pero si lo son no es porque tengan la extraña estos pensadores (empiristas) defienden que sustituimos ese cúmu­
capacidad de reunir lo múltiple y disperso en una unidad com­ lo de representaciones singulares por otras que son sus represen­
puesta, sino porque significan o representan lo que hace que toda tantes. Es un artificio ingenioso éste del representante universal que
esa cantidad de cosas tengan algo constitutivamente común. se refiere a toda una clase, porque nos permite obtener resultados
Es Locke, de nuevo, el que introdujo esta manera de pensar parejos a los que conseguiríamos si tuviéramos siempre presentes
en la filosofía moderna: todas las intuiciones singulares relevantes para el caso: “Nos per­
mite obtener de una operación concentrada resultados que com­
[...] Los hombres que forman ideas abstractas y las lijan en prenden todos los resultados singulares, que podríamos obtener
sus mente con sus nombres, se capacitan de ese modo para sobre la base de representaciones reales” (1982: 343).
considerar las cosas y discurrir sobre ellas, como si fueran un Evidentemente, esta teoría está expuesta a las objeciones ante­
ramo de flores, para comunicar de manera más fácil y rápi­ riores. Pero la idea de la representación representante tiene un alcan­
da sus conocimientos, los cuales avanzarían muy lentamen­ ce filosófico mayor, no limitado a las motivaciones de economía
te sí sus palabras y pensamientos estuvieran limitados sólo a
o comodidad. Mas sigue en pie la advertencia de que una repre­
lo particular (Locke, J., 1980: 632).
sentación universal no puede surgir de la suma de intuiciones sen­
sibles, ya que se trata de actos intencionales mutuamente irre­
Esta concepción se revela, según Husserl, como un contra­ ductibles. Desde luego, la representación universal no es una
sentido, si caemos en la cuenta de que, sin significaciones uni­ especie de representación singular aderezada con otro matiz, por­
versales, no podría formularse ningún enunciado y, en conse­ que la universalidad de la representación no es una adición de
cuencia, ni siquiera un enunciado individual. SÍ nos estamos poca monta, que variara en poco el contenido descriptivo de la
refiriendo a percepciones individuales directas, no tiene sentido vivencia.
hablar de pensamiento, ni aun de lenguaje. Por lo tanto, lo que El término “representación” se hace cada vez más ambiguo e
el pensamiento y el lenguaje universales tienen de función de des­ indeterminado. Porque se ignora metódicamente la fenomeno­
carga o economía, no concierne a un pensamiento o lenguaje que logía de los respectivos actos intencionales. Tal vaguedad e impre­
se refirieran exclusivamente a lo individual -lo cual es imposi­ cisión está basada, parcialmente al menos, en algo que Husserl
ble-, sino más bién al cúmulo de percepciones que se necesitaría no señala, aunque no se contrapone a su crítica de las concep­
para captar todos los individuos de una determinada clase (cfr. ciones empiristas de la abstracción. Se trata del espectro de la
Husserl, E., 1982: 34l). representación como copia o doble mental que —aunque no se reco­
De una forma más precisa, Husserl llama “teoría del sustituto- nozca—recorre gran parte de las teorías de la abstracción moder­
representante a la concepción que se acaba de exponer, es decir, nas y contemporáneas. SÍ toda representación es una imagen de
la concepción según la cual los conceptos universales son artifi­ lo representado, entonces la única representación que merece ese
cios destinados a ahorrar pensamiento (1982: 343). Tanto empi- nombre es -si se perdona la perogrullada- precisamente la ima­
ristas como kantianos y aristotélicos mantienen que no hay más gen, es decir, el objeto inmanente de la imaginación. Desde lue­
intuiciones que las singulares y sensibles, aunque difieren en el go, no hay ningún motivo para llamar “representación” a la sen­
hecho de que los peripatéticos no consideran que las sensaciones sación externa, ya que no está por ninguna cosa distinta de la forma
sean representaciones, mientras que defienden lo contrario los sensible por ella conocida. Por motivos en cierta manera opues­
empiristas y kantianos (y -d e otro modo: no representacionista- tos, tampoco se puede llamar representación sin más al concepto,

224 2 25
E l enigma de la representación
Sentido y representación

porque éste consiste en una comprensión —más o menos imper* páginas- resulta poco apto para contribuir en algo a la caracteri­
fecta- de ia forma esencial y, si lo entendemos como un repte* zación específica del concepto como conocimiento intelectual y
sentante que está por una multiplicidad de formas sensibles, cae­ universal. En realidad, según se advirtió al comienzo, la presente
mos inmediatamente bajo las obvias objeciones de Husserl, cuyo investigación procede de la perplejidad que surge al confrontar
núcleo queda expuesto así: las aporías de la representación con la necesidad de utilizar ésta o
alguna noción similar para dar cuenta del inteligir y del imagi­
La diferencia entre la “aprehensión” mental y la sensible nar. Lo que ya se puede confirmar es que se ha abusado del tér­
es esencial. No debe entenderse como la diferencia existen­ mino “representación”, que no es predilecto “desde antiguo” —como
te, por ejemplo, entre dos aprehensiones de “uno y el mismo
Husserl supone—sino que más bien se ha utilizado en exceso en
objeto”, que se toma una vez por un muñeco de cera y otra
vez —dominados por la ilusión engañosa—por una persona
el pensamiento moderno e incluso en la actual Ciencia Cogniti-
viva. No debe, pues, entenderse como si se tratase sólo del va. El propio Husserl admite algo que, además de innecesario,
cambio de dos aprehensiones intuitivas individuales. [...] Es resulta claramente erróneo: que también se dan representaciones
bien evidente que el carácter de la intención (intelectual), y en los sentidos externos (1982: 346).
por tanto, el contenido de significación, es totalmente diss Según acabamos de ver, la tesis del “representante” alude a la
tinto frente a cualesquiera representaciones intuitivas (sensi­ sustitución del signo en lugar de lo designado. Como también hemos
bles). Mentar un A es algo distinto que representar un A en tenido ocasión de apuntar, ya Locke concedió un papel impor­
intuición escueta (sin el pensamiento: un A), y también que tante a esta sustitución, en el contexto de su doctrina de las ideas
referirse a él en significación y nominación directa, median­ abstractas. En ella se inspiraron —aunque no sin críticas- Berkeley
te un nombre propio. La representación un hombre es dis­ y sus sucesores, así como gran parte de la filosofía británica pos­
tinta de la representación Sócrates; e igualmente es distinta:;
terior y un amplio sector del positivismo lógico, hasta nuestros
de ambas la representación el hombre Sócrates. La represen­
días. Leemos en Locke:
tación algunos A no es una suma de intuiciones de estos o
aquellos A; tampoco es un acto de colección que reúna intui­
ciones singulares dadas previamente (aun cuando esta reu­ Lo general y lo universal no pertenecen a la existencia real
nión, con su correlato objetivo, el conjunto, es una opera­ de las cosas, sino que son invenciones y criaturas del enten­
ción de rendim iento mayor y que rebasa la esfera de la dimiento por él fabricadas para su propio uso, y referidas tan
intuición sensible). Cuando sirven de base tales intuiciones, sólo a los signos, sean palabras o ideas. Como ya se dijo, las
como intuiciones ejemplares, no son ellas ni su conjunto lo palabras son generales cuando se usan como signos de ideas
que hemos tenido presente; nuestra mención se ha referido generales, y de esta manera se pueden aplicar indiferentemente
precisamente a “algunos”A, cosa que no puede ser Intuida en a muchas cosas particulares; y las ideas son generales cuando
ninguna sensibilidad, ní externa, ni interna ( 1 9 8 2 : 3 4 3 ). se forman para representar a muchas cosas particulares; pero
la universalidad no pertenece a las cosas mismas, todas la cua­
les son particulares en su existencia, incluso aquellas palabras
1 3 . 5 . Equivocidad de la representación
e ideas que son generales en su significación. Por ello, cuan­
do abandonamos lo particular, las generalidades que quedan
son tan sólo criaturas de nuestra propia hechura: su natura­
Con razón observa Husserl que, después de estas observacio­ leza general no es más que la capacidad que se les otorga por
nes, nos sentiremos poco inclinados a trabar amistad con el tér­ entendimiento de significar o representar muchas particula­
mino “representación”. La verdad es que este término resulta equí­ res. Porque su significación no es sino una relación que la
voco y -com o también se está comprobando a lo largo de estas mente humanales añade (Locke, J., 1980: 623).

227
E l enigma de la representación Sentido y representación

Una muestra palpable de que no es fácil prescindir del recur­ nada vivo en ella. La plenitud completa, como ideal, es por
so a la representación en el momento de dar cuenta de nuestro ende la plenitud del objeto mismo, como conjunto de las
propiedades que lo constituyen. Pero la plenitud de la repre-
conocimiento, considerado en su conjunto, se encuentra en el
sentación es el conjunto de aquellas propiedades pertene­
propio Husserl, quien en la Investigación sexta, dedicada precisa­ cientes a ella misma, por medio de las cuales hace presente
mente al “esclarecimiento fenomenológico del conocimiento”, analógicamente su objeto, o lo aprehende como dado él mis­
acude continuamente al tecnicismo —ya por él mismo depurado^ mo. Esta plenitud es, por ende, un momento característico de
de re-presentación. No es éste el lugar de relatar todas sus intere­ las representaciones, al lado de la cualidad y de la materia; es
santes disquisiciones. Baste por esta vez con la referencia a algu­ un elemento positivo, bien que sólo en las representaciones
nas cuestiones suscitadas en el parágrafo 21, que trata de la “ple­ intuitivas; es algo que falta en las signitivas. Cuanto “más cla­
nitud de la representación”. ra” sea la representación, y más vivacidad tenga, tanto más
alta estará en el grado de plasticidad que alcanza y tanto más
rica será en plenitud. El ideal de la plenitud lo alcanzaría,
13.6. La plenitud de la representación según esto, una representación que encerrase en su conteni­
do fenomenológico su objeto, el objeto pleno e íntegro. Esto
no lo puede conseguir seguramente ninguna imaginación,
C on una terminología que evoca la kantiana, pero que se
sino sólo la percepción, si contamos en la plenitud del obje­
encuentra filosóficamente lejos de ella - a Kant le considera un to también las determinaciones individuales. Pero si pres­
“relativista específico”—, mantiene Husserl que las intenciones sig- cindimos de éstas, queda señalado un ideal preciso también
nitivas están en sí mismas Vacías” y "necesitadas de plenitud”. a la imaginación (1982: 654).
Lo intelectualmente representativo apela a lo sensiblemente intui­
tivo como a su plenitud. En el tránsito de una intención signiri-
va a la intuición correspondiente, no hemos de ver simplemente Lo que anteriormente se señaló como de sumo interés y en
la vivencia de un mero aumento, como en el tránsito de una ima­ consonancia con la línea argumentativa de este libro es precisa­
gen desvaída o de un simple esbozo a un cuadro lleno de vida. mente lo que se sugiere al comienzo de este texto: que a la repre­
De suyo, a la representació¿\ signitiva le falta toda plenitud, que sentación intelectual, al concepto, difícilmente se le puede carac­
sólo podrá aportarle la representación intuitiva, que la introduce terizar adecuadamente justo como “representación”. Porque no
en ella por medio de la identificación. Según Husserl, “la inten­ hay propiamente en ella como una nueva presencia de lo repre­
ción signitiva alude meramente al objeto; la intuitiva lo repre­ sentado. La elevación del objeto a la altura de la inteligencia, aun­
senta en sentido estricto; tiene algo de la plenitud del objeto mis­ que penetre en lo más íntimo y noble de esa realidad, también
mo” (Husserl, E., 1982: 653). Es posible que, en el caso de la “aleja” al conocimiento de su objeto. Precisamente porque, como
imaginación, la imagen pueda quedar muy detrás del objeto, pero se ha venido insistiendo, la “semejanza” intelectual es más bien
tiene muchas propiedades comunes con él; y lo que es más, le una mismídady, por lo tanto, no reproduce los contornos intui­
“semeja”, lo copía, de suerte que se puede decir que el objeto está tivos del objeto, no es una copia o doble de él, que parecen ser los
“realmente representado”. Y Husserl llega a decir algo sumamen­ rasgos de una representación en sentido propio.
te importante para esta investigación y a lo que, de un modo u Hasta aquí -y en una lectura evidentemente muy libre de Hus­
otro, se viene aludiendo repetidas veces. A saber: serl- el acuerdo con él es prácticamente completo. Por las mis­
mas razones, habría que reconocer su acierto en aproximar más
[...] La representación signitiva no representa por analogía; la imagen a lo que normalmente se enriende por "representación”.
“propiamente”, no es “representación”; del objeto no hay No acaba de ser completamente satisfactorio, sin embargo, su

228
E l enigma de la representación Sentido y representación

énfasis en el carácter de copia que haría a la imagen “semejante” Wittgenstein entiende que cuando yo pienso en el lenguaje, no
al objeto. Porque, si bien es menos inexacto decirlo en este caso hay “significados” que circulen por la mente, además de la expre­
que en el del concepto, sigue habiendo -en este nivel de la sen­ sión lingüística; porque el lenguaje mismo es el vehículo del pen­
sibilidad interna—algo que convierte el uso de estos términos en samiento; y el pensar no es un proceso incorpóreo que presta
filosóficamente poco afortunado. Y es que en ningún caso la ima­ vida y sentido al lenguaje, y que se pudiera desprender del len­
gen es semejante a aquello que semeja, por más que aquí se mati­ guaje. Lo que más bien hay es justo un acto simple, que consis­
ce que se trata de una representación por analogía. Basta con pen­ te en emitir las palabras como realidades que tienen cierto senti­
sar que la imagen tiene una existencia mental e intencional, do y que están constituidas por dos aspectos, uno físico y otro
mientras que la cosa representada se encuentra en la naturaleza mental (Dummett, M., 1994: 43).
física, de manera que pocas propiedades pueden tener en común.
Y ese no tenerlas es precisamente lo que permite decir que la ima­
gen es, en sentido propio, una representación del objeto. 13.8. Juicio y representación
La insistencia husserliana en que, en definitiva, el cumpli­
miento pleno de la representación tiene que remitirse al nivel Una de las indudables ventajas del tratamiento de Brentano,
intuitivo recuerda la teoría tomista de la conversio ad phantasma- vinculada a la raíz aristotélica de su pensamiento, es que centra
ta, es decir, de la necesidad de remitir los conceptos abstractos a sus teorías psicológicas y lógicas en el juicio, que es el acto expre­
las imágenes para retornar, por así decirlo, a la fuente de todo sivo completo. En este libro se viene planteando el problema de
conocimiento que no es otra que la experiencia sensible, y lograr la representación en relación, sobre todo, con el concepto; lo cual
así que el conocimiento cumplido lo sea de la entera realidad, en facilita que se identifique, sin más, el inteligir con el representar:
la medida de las posibilidades humanas. desafortunada identificación que tiende a disolverse cuando el
núcleo de atención ya no es la palabra y el concepto, sino la pro­
posición y el juicio.
13.7. Un predecesor: Franz Brentano Siguiendo una investigación de María Pía Chirinos sobre inten­
cionalidad y verdad en la teoría brentaniana del juicio, que fue
En su libro acerca de los orígenes de la filosofía analítica, sena- dirigida por el autor de estas líneas, se debe subrayar que una de
la Michael Dummett que fue gracias a la herencia de Franz Bren­ las tesis decisivas de Brentano es precisamente la que sostiene la
tano como Husserl consideró evidente que, en general, las expre­ irreductibilidad del juicio a la representación (Chirinos, M. P.,
siones plenas de sentido tienen referencia. Para un seguidor de 1994: 117).
Brentano, todos los actos mentales están caracterizados por la En su Psicología desde un punto de vista empírico establece Bren­
intencionalidad y, por ello, tiene cada uno su correspondiente tano una clasificación tripartita de los fenómenos psíquicos, que
objeto o -al menos- la pretensión de tenerlo. Una emisión lin­ resultan divididos en tres clases o tipos: representaciones, juicios,
güística no es, por supuesto, un acto mental; pero el poseer el y fenómenos de amor y odio. (La consideración de este tercer gru­
sentido que de hecho tiene se debe, según Husserl, a que está po cae, obviamente, fuera de nuestro discurso.) Como dice Chi­
informado por un acto mental: el que él llamó el “acto que con­ rinos,
fiere sentido”. Para Husserl, ciertamente, este acto que confiere
sentido no era un acto separado, que yaciera debajo del acto físi­ la cuestión primordial para Brentano era no sólo aceptar la
co de la emisión lingüística y así le invistiera de sentido, con­ heterogeneidad entre juicio y representación, sino delimitar
cepción contra la que Wittgenstein lucharía sin tregua. Porque el criterio por el que se establecían sus diferencias. La intro-

230 23X
Sentido y representación
E l enigma de la representación

algo le es objetivo a cada clase. Lo decisivo es la manera que cada


ducción más propiamente metódica al tema de la distinción
juicio/representación no podía ignorar el camino adoptado
tipo de acto psíquico tiene de referirse al objeto.
para otras cuestiones de su psicología y, de forma particular, Pues bien, según este criterio,
el recurso a la experiencia, basada en el uso del sano sentido;
común- Esto le lleva a reconocer que todos los que de algún 1 hablamos de representación siempre que algo se nos apare­
modo u otro han estudiado esta temática, han establecido ce. Cuando vemos algo, nos representamos un color; cuan­
algunos criterios distintivos entre ambos actos, pero tambiém do oímos algo, un sonido; cuando imaginamos algo, un pro­
resulta necesario determinar hasta qué punto tales criterios ducto de la fantasía. Gracias a la generalidad con que usamos
permiten hablar de dos actos distintos (1994: 118). la palabra, pudimos decir que es imposible que la actividad
psíquica se refiera a algo que no sea representado. Cuando
En tal sentido, no basta con aceptar que la representación oigo y comprendo un nombre, me represento lo que desig­
na; y, en general, éste es el fin de los nombres, provocar repre­
tiene, entre los fenómenos psíquicos, un carácter fundante.
sentaciones (1935: 90 ).
Como cuando Brentano decía en el primer volumen de su Psi­
cología que
Y semejante camino metódico sigue Brentano para la aclara­
designábamos con el nombre de fenómenos psíquicos, tan­ ción inicial del juicio:
to las representaciones como todos aquellos fenómenos cuyo
fundamento está formado por representaciones. Apenas nece­ Entendemos por juicio, el admitir algo (como verdade­
sitamos advertir que una vez más entendemos por repre­ ro), o rechazarlo (como falso), de conformidad con la acep­
sentación, no lo representado, sino el acto de representarlo. ción filosófica usual. Pero hemos indicado ya que este admi­
Este acto de representar forma el fundamento, no del juz­ tir o rechazar se encuentra también en ciertos casos para los
gar meramente, sino también del apetecer y de cualquier que muchos no usan la expresión juicio, como, por ejemplo,
acto psíquico. Nada puede ser juzgado, nada tampoco ape­ en la percepción de los actos psíquicos y en el recuerdo. Y,
tecido, nada esperado o temido, si no es representado. De naturalmente, no dejaremos de subordinar también estos
este modo, la determinación dada comprende todos los ejem­ casos a la clase del juicio (1935: 90-91).
plos aducidos de fenómenos psíquicos, y, en general, todos
los fenómenos pertenecientes a esta esfera (Brentano, E, Evidentemente, en la filosofía moderna y en buena parte de
1935: 13). la contemporánea se ha pasado por alto esta distinción clave entre
actos que se englobaban sencillamente dentro del capítulo de ren­
Para dar un paso más, que se realiza en el segundo volumen
dimientos cognoscitivos. Para justificar esta discriminación, e
de la Psicología desde un punto de vista empírico, es preciso tener intentar que se logre una difícil unanimidad en asunto de tanta
en cuenta un fírme criterio de clasificación. Después de exami­ importancia, Brentano insiste en que el método no puede ser otro
nar los propuestos por diversos autores, Brentano se acerca explí­
que la observación de nuestra experiencia interna, volviendo a
citamente al aristotélico, que “tiene por principio divisorio la ella una vez y otra, para aquilatar cada vez más las diferencias y
diversa referencia al objeto inmanente de la actividad psíquica, o
las semejanzas entre las diversas índoles de actos psíquicos. Cuan­
la diversa modalidad de su existencia intencional” (1935: 88). Lo do Brentano dice que la representación y el juicio son dos dis­
que mejor distingue a los fenómenos psíquicos de los físicos es tintas clases fundamentales de los fenómenos psíquicos, quiere
que a los psíquicos les es algo objetivamente inherente. De lo cual decir que son dos modalidades completamente diversas de la con­
se deduce que las diferencias más profundas entre los diversos
ciencia que de un objeto tenemos. No niega con ello lo que había
fenómenos psíquicos serán las que atiendan al modo según el cual

233
E l enigma de la representación Sentido y representación

sentado desde el principio: que todo juicio supone una repre­ 13.9 . Notas diferenciales de la representación
sentación. Lo que afirma es que “todo objeto juzgado es recibido
en la conciencia de un doble modo, como representado y como Siguiendo a María Pía Chirinos, podemos sintetizar así las
afirmado y negado” (1935: 97). cuatro notas diferenciadoras entre la representación y los otros
Nada es juzgado que no sea representado; pero, en cuanto el dos tipos de actos psíquicos, atendiendo a sus aspectos menos
objeto de una representación se convierte en el objeto de un jub polémicos:
do afirmativo o negativo, la conciencia establece una clase ente­
ramente nueva de referencia. 1. Entre las representaciones -o sea, en el nivel de los obje­
Ahora bien, la difencia entre representación y juicio no pue­ tos- encontramos solamente oposición o contrariedad: cabe
de consistir, según Brentano, ni en la mayor o menor intensidad hablar de una representación de lo blanco o de algo blan­
respectiva, ni en el carácter simple o completo de los objetos co; y de lo negro o de algo negro; mas, en cada uno de estos
correspondientes. Claro aparece que no es necesario que el jui­ pares de casos, estaremos siempre ante actos distintos que
cio sea más intenso que la representación. De hecho, todos podría­ presentan, cada uno de ellos, un solo e idéntico objeto ante
mos poner ejemplos de representaciones vividas y de juicios vaci­ la conciencia. En cambio, en los juicios o en los fenóme­
lantes o desvaídos. Tampoco proviene de la presencia o ausencia nos de amor y odio, las oposiciones comparecen en el acto
de complejidad en los objetos considerados. Brentano concuer­ mismo y respecto al mismo objeto: afirmamos o negamos
da perfectamente con la lógica tradicional cuando admite repre­ la existencia de algo; lo odiamos o lo deseamos. Se trata,
sentaciones complejas, que pertenecen a la primera operación de en rigor, de contrarios en el nivel mismo de la intenciona­
la mente, o simple aprehensión. Por poner un ejemplo de Fre- lidad, que corresponden a modos antitéticos de relación
ge, si consideramos la expresión “La casa de madera del rey Prí- respecto al mismo objeto.
amo”, estamos ante una representación compleja, no ante un jui­ 2. En la representación no se puede hablar propiamente de
cio, ya que en ella no se afirma ni niega nada. En cambio, con intensidad, a no ser que nos refiramos a la viveza con la que
los mismos “materiales representativos”, por decirlo así, podría­ el fenómeno mismo se presenta. Por el contrario, es posi­
mos formar un juicio como “La casa del rey Príamo es de made­ ble referirnos a la intensidad del juicio y, en concreto, a su
ra”. Lo que, evidentemente, se ha añadido en esta segunda expre­ fuerza asertiva, lo cual dará lugar a los distintos estados de
sión es la cópula es’. Pero Brentano no considera que lo decisivo la mente ante la verdad, desde la duda a la certeza, o a lo
de los juicios sea la conjunción entre sujeto y predicado, sino que en general la actual filosofía analítica llama “actitudes
más bien lo que posteriormente -desde Frege—se llamará “fuer­ preposicionales” ( “creer que ...”, “dudar de que ...”, “estar
za asertiva”, ese componente pragmático del juicio que puede seguro de que etcétera).
acompañar a contenidos preposicionales tanto afirmativos como 3. Las representaciones, en sí mismas consideradas, no contie­
negativos. No parece, en cambio, exacta la tesis de Brentano res­ nen ni virtudes ni vicios, ni verdad ni error. Por representar
pecto a las proposiciones existenciales, según la cual un enun­ repetidas veces algo malo no se cae en el vicio (como podría
ciado del tipo “A existe” —y, sobre todo, del tipo “A no existe”— sucederle al actor que representara durante toda una tem­
no estaría compuesto por sujeto y predicado, ya que la existen­ porada a Macbeth), ni por representar algo bueno se adquie­
cia sería sólo la posición de la cosa. Cuando lo cierto es que las re necesariamente la virtud; por eso tampoco es lícito hablar
expresiones incompletas del tipo “... existe” o “... no existe” son de una “mala” representación. Además, sí se representa correc­
estrictamente predicados de segundo nivel, como se sabe al menos tamente algo que sé que no existe -u n basilisco, por ejem­
desde Frege. plo- no por ello cometo un error. La representación es corree-

234
El enigma de la representación

ta en sí misma, pero esto no implica que contenga ni verdad


ni falsedad (en la metafísica clásica se dice que su verdad es
ontológica, pero no lógica): hay verdaderas representacio­
nes, mas no representaciones verdaderas (ni falsas).
14
4. En los actos superpuestos (sobre las representaciones) es i
posible descubrir reglas de sucesión y desarrollo, por las:
Semántica
cuales un juicio o un deseo provienen de otros que hacen i
de premisas. No sucede lo mismo en el orden de la repre­
de la representación
sentación que, en este sentido, es “rapsódico” (Chirinos,-
M. P., 1994: 127-128),

14.1. Crítica del psicologismo

Si se puede hablar actualmente de una renovación de la meta­


física, cuya posibilidad vendría dada por la superación del repre-
sentacionismo, presente todavía en las diversas variantes de la filo­
sofía trascendental en este siglo, encontraremos la clave de este
paso en el rechazo de la primacía epistemológica del concepto
como imagen mental (cfr. Llano, A., 1984: 64-87).
No son pocos los que consideran que las raíces históricas de
este rechazo hay que buscarlas en la crítica al psicologismo aco­
metida por Gottlob Frege. Es bien sabido que la crítica de Frege,
en 1894, al primer libro de Husserl —Filosofía de la Aritmética—
fue decisiva para que este último abandonara su planteamiento
psicologista y se abriera al ámbito del sentido, como condición
de posibilidad del inicio de la fenomenología (cfr. Frege, G.,
1998a: 140-159).
Cuando en 1884 Frege publica la que quizá es su obra más
brillante y completa —los Fundamentos de la Aritméticür- el ambien­
te filosófico alemán atraviesa un período de crisis y desorienta­
ción, marcado aún por los residuos que ha dejado tras de sí el
derrumbamiento del sistema hegeliano. Los caminos que se ensa­
yan son, sobre todo, el naturalismo positivista y el subjetivismo
idealista (naturalista también, a la postre). Pero Frege -por su for­
mación básica como matemático y, antes que nada, por la inde­
pendencia y vigor de su pensamiento- no puede considerarse sólo
en función de su inmediato contexto filosófico. A través de su
crítica al representacionismo psicologista —más neta que la de

23 6 237
E l enigma de la representación Semántica de la representación

Brentano y más radical que la de Husserl- Frege no sólo se des­ de confundir con su demostración; ni el hecho de que sea pen­
taca con respecto al positivismo y subjetivismo de su entorno his­ sada, con su verdad (Frege, G., 1973: 16-17).
tórico, sino que propone —implícitamente—una alternativa a la Frege mantendrá y afinará esta crítica a lo largo de toda su
filosofía de la conciencia. Rompiendo con el representacionismo, carrera. En uno de sus últimos y más interesantes artículos - “El
Frege anticipa el proceso de autocrítica de la posterior filosofía pensamiento” (1918)—escribe lo siguiente:
analítica, la cual -al advertirlo mucho más tarde- reconocerá en
Frege su mejor fuente de inspiración. El aceptar lo falso y el aceptar lo verdadero se realizan
En la Introducción a los Fundamentos de la Aritmética, Frege ambos según las leyes psicológicas. Una deducción a partir
indica que, entre los principios fundamentales a los que se aten­ de estas leyes y una explicación del proceso anímico que aca­
drá su investigación, el primero es éste: ba en un aceptar algo como verdadero, nunca pueden susti­
tuir a una prueba de aquello a lo que se refiere ese aceptar
algo como verdadero. [...] Para excluir este malentendido y
Hay que separar tajantemente lo psicológico de lo lógi­
evitar que se borren las fronteras entre psicología y lógica,
co, lo subjetivo de lo objetivo (Frege, G., 1973: 2 0 ).
asigno yo a la lógica la tarea de encontrar las leyes del ser ver­
dadero, no las de aceptar lo verdadero o del pensar (Frege,
Frente a la fundamentación psicológica de la aritmética (muy í
G., 1998c).
difundida entonces), Frege mantiene que los números, a los que J
considera objetos lógicos, no tienen nada que ver con sensacio­ Pero ya a la altura de 1884 la argumentación de Frege es agu­
nes o imágenes sensibles. La palabra ‘d en puede evocar la ima­ da y vigorosa. Merece la pena que resuene con sus propias pala­
gen gráfica del número 100, la letra C, un billete de cien marcos,
bras:
diez bolitas en la ristra de las decenas de un ábaco... nada de lo
cual tiene materialmente que ver con lo que queremos decir cuan­ Parece que hay que recordar que un enunciado no deja
do hablamos del número cien (cfr. Anscombe, G. E. M., 1975: de ser verdadero cuando yo dejo de pensar en él, como el sol
12-14). no es aniquilado cuando yo cierro los ojos. De lo contrario,
Una aritmética que estuviera basada en sensaciones sería -dice acabaremos por considerar necesario que, en la demostración
irónicamente Frege- muy sensitiva, pero sería tan confusa como del teorema de Pitágoras, se tenga en cuenta el fósforo que
su fundación. No; la aritmética no tiene nada que ver con sensa­ contiene nuestro cerebro; y los astrónomos temerán exten­
ciones. Tampoco con representaciones internas, formadas por der sus conclusiones a épocas muy remotas, por miedo a que
combinación de las huellas dejadas por impresiones sensoriales se les objete: “Estás calculando aquí 2 - 2 = 4; pero la ima­
anteriores. El carácter fluctuante e indeterminado que tienen todas gen numérica tiene una evolución, una historia. ¿Cómo sabes
tú que en esa época pasada ya valía este enunciado? ¿No
esas representaciones de la conciencia contrasta drásticamente con
pudieron tener los seres entonces vivientes el enunciado 2 *
la determinación y firmeza de, los conceptos y objetos matemáti­
2 = 5 , del cual sólo por selección natural en la lucha por la
cos.
existencia se desarrolló el enunciado 2 • 2 = 4, el cual, a su
Podría ser útil -concede Frege- examinar las representaciones vez está destinado a transformarse, por el mismo camino, en
que aparecen en el pensamiento matemático; pero que no se ima­ 2 - 2 = 3?” [...]. El modo de consideración histórico, que tra­
gine la psicología que va a poder aportar algo a la fundamenta­ ta de detectar el devenir de las cosas y de descubrir su esen­
ción de la aritmética. Al matemático le son completamente indi­ cia a partir de su devenir, tiene, sin duda, una gran justifica­
ferentes -por casuales—tales imágenes internas, su surgimiento y ción; pero también tiene sus límites. Si en el flujo continuo
su modificación; el ser conscientes de una proposición no se pue­ de todas las cosas no persistiera nada firme, eterno, desapa­

239
E l enigma de la representación Semántica de la representación

recería la inteligibilidad, del mundo y todo se precipitaría en. tud de la realidad que existe independientemente de nosotros
la confusión. Parece que algunos piensan que los conceptos (Dummett, M., 1978a: 146).
nacen en el alma individual como las hojas en los árboles, y Llegados a este punto, hay que indicar que la interpretación
creen que pueden investigar su esencia investigando su sur­ de Frege como un pensador realista, en el sentido que se acaba de
gimiento y tratando de explicarlo psicológicamente a partir ^
exponer, está lejos de ser admitida pacíficamente por todos los
de la naturaleza del alma humana. Pero esta concepción lo;
especialistas. Hans Sluga ha sido el autor que más duramente la
aboca todo a lo subjetivo y, si se prosigue hasta el fin, supri-
me la verdad (Frege, G., 1973: 17-18). ha combatido. Al hilo de un interesante estudio del contexto filo­
sófico alemán de la segunda mitad del siglo X IX , Sluga presenta
Tal es la característica de una filosofía realista: el atenimiento a Frege como un idealista trascendental, fuertemente influido
a la verdad como valor primero, y la negativa -frente a todo rela­ por Kant y Lotze. Sin embargo, es precisamente el método his-
tivismo- de reducir la realidad objetiva al conocimiento que de toriográfico adoptado por Sluga el que le dificulta advertir la ori­
ella podemos tener. El relativismo con el que Frege se enfrenta es ginalidad de Frege respecto a su entorno intelectual (Sluga, H.
el psicologismo naturalista e idealista: una suerte de reducdonis- D., 1980). Son -como veremos—los propios textos de Frege los
mo que intenta disolver la especificidad de las leyes lógicas y mate­ que nos impiden una lectura en clave kantiana. La respuesta de
máticas, convirtiéndolas en leyes básicamente psicológicas. Pero Dummett -contra cuya interpretación va dirigido el libro de Slu­
reduccionismos naturalistas los ha habido en otras épocas y tam­ ga- vuelve a destacar la especificidad de los planteamientos fre-
bién ahora se registran: baste pensar en la epistemología evoluti­ geanos, netamente diferentes del idealismo psicologista de su con­
va o en la sociobiología. texto histórico inmediato (Dummett, M., 1981b: 428-472 y
495-557).
Curiosamente, sin embargo, la postura filosófica del propio
14 .2. ¿Una semántica realista? Dummett, defensor a ultranza del Frege realista, es la de una “teo­
ría idealista del significado”, según la cual ios problemas filosófi­
Michael Dummett ha contrapuesto la semántica realista de cos radicales no se resuelven en el ámbito de la metafísica, sino
Frege al veriftcacionismo de los analíticos lastrados por el empi­ en el de la misma teoría del significado (cfr. Dummett, M., 1991).
rismo, que no acaban de conseguir liberarse del tratamiento repre- Con él polemizó Hilary Putnam, que mantenía un realismo de
sentacíonista y pragmático. El verificadonismo considera que la alcance ontológico. Los enunciados de la ciencia —afirmaba Put­
verdad de un enunciado viene dada por el proceso de su justifi­ nam - son verdaderos o falsos (aunque se da frecuentemente el
cación empírica. Se mueve, por lo tanto, en un ámbito psicoló­ caso de que no lo sepamos); y su verdad y falsedad no consiste en
gico: no trasciende el proceder del sujeto, no llega a alcanzar la que describan las regularidades de la experiencia humana. Por­
realidad objetiva. El verificacionismo —y, a su modo, el “falsado- que la realidad no es una parte de la mente humana; más bien, la
nismo”- es siempre algún tipo de idealismo, incluso en su ver­ mente humana es una parte de la realidad (Putnam, H ., 1979:
sión empirista (Dummett, M., 1981a: 360-361 y 684). VII). Frente a las teorías idealistas del significado, para las que ios
El realismo, en cambio, no plantea el problema de la verdad conceptos sólo tienen un sentido dentro de cada teoría y en fun­
en términos de verificación, sino que considera que el valor de ción de ella, Putnam sostenía:
verdad de un enunciado remite a la realidad externa. Dummett
caracteriza el realismo como la concepción según la cual los enun­ Hay sucesivas teorías científicas sobre las mismas cosas:
ciados tienen un valor de verdad objetivo, con independencia de sobre el calor, la electricidad, los electrones y temas seme­
nuestros medios para conocerlo. Son verdaderos o falsos en vir­ jantes; y esto implica tratar a términos tales como “electrici­

240 241
E l enigma de la representación Semántica de la representación

dad” como términos transteóricos, es decir, términos que tie­ dimiento de una frase como la captación sucesiva de los signi­
nen la misma referencia en diferentes teorías (1979: 197 ). ficados de las palabras. Al contrario, primero hemos de tener la
concepción de lo que, en general, constituye el significado de
El idealista considera “electrón” como algo teóricamente una frase, y después explicar el significado de cada palabra como
dependiente, porque considera las nociones semánticas de refe­ la contribución que hace a la determinación del signifcado de
rencia y verdad como dependientes de una teoría; el realista, la frase en la que aparece (Dummett, M., 1978b: 45).
en cambio, considera “electrón” como transteórico, lo que hace
que mire la verdad y la referencia como transteóricas”(Put-
El hablante de un idoma dispone de un número finito de pala­
nam, H., 1979: 198; cfr. Dummett, M., 1981a: 665-684).
bras y de un elenco relativamente reducido de reglas de forma­
ción; con estas palabras y con estas reglas es capaz de formar un
14.3. El principio del contexto número indefinido de proposiciones, cada una de las cuales cons­
tituye -p o r emplear la expresión de Wittgenstein—“una jugada
Pero volvamos de nuevo a Frege, quien advirtió al mismo tiem­ en el juego del lenguaje” (Wittgenstein, L., 1988: 69).
po la irrelevancia lógica y ontológica de las cuestiones genéticas Este segundo principio adquiere toda su relevancia filosófica cuan­
y la inadecuación del concepto empirista de las ideas (cfr. Dum­ do lo entendemos a la luz del primero. Porque, como dice Frege,
mett, M., 1981a: 676-677). Y esta actitud netamente antipsico-
sí no se tiene en cuenta el segundo principio, uno se ve casi
logista es precisamente la que abre camino a una semántica rea­
forzado a tomar por significados de las palabras representa­
lista, que dé cuenta de cómo en nuestro lenguaje se habla acerca ciones internas o actos de la mente individual, con lo cual
de la realidad. Frente al representacionismo, según el cual el sig­ también se entra en conflicto con el primer principio (Fre­
nificado de cada palabra viene dado por la idea que suscita en la ge, G., 1973: 2 0 ).
mente, Frege mantiene en el segundo principio proclamado en
la Introducción a los Fundamentos de la Aritmética que: Para el representacionismo, el concepto es una suerte de “cosa”
intermedia entre el sujeto y la realidad, que acaba por sustituir a
El significado de las palabras debe ser buscado en el con­ esta última. Un mentalismo de tal especie cosifica la actividad inte­
texto de todo el enunciado, nunca en las palabras aisladas
lectual. No puede resolver los problemas que —según ya se dijo—
(1973: 20).
provoca todo ilationismo: ¿cómo se podría pasar de la representa­
Esta tesis -que fue aceptada por Wittgenstein y que, desde él, ción mental a la realidad? Y, por supuesto, no logra dar cuenta del
constituye uno de los tópicos centrales del análisis filosófico- ha fenómeno de la comunicación lingüística, ya que no hay modo de
sido frecuentemente tergiversada. No quiere decir, desde luego, entender cómo —por medio de palabras- se podría hacer “penetrar”
que las palabras aisladas carezcan de significado. Si fuera así, nun­ conceptos en la mente de aquel con quien se habla. Se emboza así,
ca podríamos entender frases que nunca hubiéramos oído. Si pode­ por lo menos, la interna inteligibilidad del lenguaje: el hecho bási­
mos, como es el caso, es porque tenemos de antemano una cierta co de que entiendo lo que oigo y me entienden lo que digo.
comprensión de las palabras que las componen y un dominio sufi­
ciente de los principios sintácticos, de acuerdo con los cuales las
14.4. Sentido, referencia y representación
palabras se integran en frases. Lo que esta tesis afirma es que

no podemos explicar el significado de las palabras indepen­ El significado de una expresión no consiste en la imagen men­
dientemente de su aparición en frases, y después explicar el enten­ tal que con ella pueda asociarse. El lenguaje se refiere a la reafi-

242 243
E l enigma de la representación
Semántica de la representación

dad: de ella se habla, no de nuestras ideas o representaciones* Pues


que la segunda “sugiere” algo diferente de la primera: tiene algo
bien, esta semántica realista encuentra su principal explícitadón
así como un regusto burgués (no sería fácil ser, a la vez, pobre y
en la famosa distinción entre sentido (Sinn) y referencia (Bedeu-
honrado).
tung), que Frege aún no había formulado en 1884, cuando publi­
La noción de tono posee, sin duda, un gran interés para la poé­
ca los Fundamentos de la Aritmética, pero que es perfectamente1
tica y la retórica, ámbitos en los que el sugerir adquiere tanta
congruente con estos iniciales planteamientos (Angelelli, L, 1967:
38-42). importancia como el decir. Menos aplicación tiene, sin embargo,
en el análisis del lenguaje filosófico y, en general, en el lenguaje
Para apreciar el alcance realista de esta ultima teoría, hemos
científico. Frege, que ponía su teoría del significado al servicio de
de notar -siguiendo a Dummett (Dummett, M., 1981a: 81-109
la fundamentación de las matemáticas, estaba escasamente inte­
y 152-203)™ que la aludida distinción no discierne entre ingre­
resado en la noción de tono; sólo alude a ella para que sirva de
dientes del significado. Porque ía referencia no es, en rigor, un ele­
contraste a la noción de sentido (Frege, G., 1998b: 89-90). Por­
mento lingüístico, sino extralingüístico: es aquello de lo que -en
que al sentido de una palabra o expresión pertenecen, justamen­
cada caso- se habla. Para Frege, la referencia es una noción reque­
te, todos aquellos rasgos que son relevantes para la determinación
rida por la teoría del significado -es decir, por la explicación gene­
del valor de verdad de la proposición en la que aparece esa pala­
ral de cómo funciona el lenguaje-, pero ella misma no es una
bra o expresión.
dimensión del significado. Sucede con esta noción algo parecido
Lo que nos interesa destacar ahora del concepto fregeano de
a lo que acontece con la de verdad: si alguien no conoce la refe­
sentido es su carácter objetivo. Como ha señalado Ignacio Ange­
rencia de la expresión, no por ello deja de entender la expresión;
lelli, la palabra objetivo’ tiene en Frege al menos dos usos:
de forma análoga a como no se deja de conocer el significado del
una proposición por ignorar si es verdadera o falsa.
Objetivo se usa al menos de dos maneras. ( 1) Objetivo es
Significado, en su sentido general e intuitivo (el meaning inglés),! aquello que puede ser alcanzado por todas las mentes pen­
es justamente lo que se entiende cuando se entiende una expre­ santes; por ejemplo, el concepto de no ser auto-idéntico es obje­
sión. Frege no utilizó una palabra especial para designar esta tivo porque es accesible a varios pensadores. (2 ) Objetivo es
noción: emplea 1a voz alemana adecuada - Bedeutung- precisa­ aquello que existe con independencia de nosotros; aquí podría
mente para designar la significación, la referencia, es decir, lo real ser controvertido si el concepto de no ser auto-idéntico es obje­
significado por la expresión correspondiente. Su empeño consis­ tivo, aunque se estaría unánimemente de acuerdo en que, por
te más bien en sustituir esta noción intuitiva por tres conceptos ejemplo, la Luna es objetiva (Angelelli, I., 1967: 66-67).
más precisos, que designan ios tres ingredientes del significado:
sentido, tono y fuerza. Según el propio Angelelli, ambos aspectos están presentes en
El tono o m atiz de una expresión incluye aquellas diferencias la objetividad fregeana. El primero de estos usos queda destacado
de significado que no son relevantes para la determinación del en el siguiente texto:
valor de verdad de una proposición en la que aparezca. El ejem­
plo más conocido es el que aparece en el primer libro de Frege, [...] Entiendo por objetividad la independencia de nuestras
la Conceptografia (Frege, G., 1977: 13); la diferencia entre las sensaciones, intuiciones e imágenes, de la proyección de repre­
sentaciones internas a partir de los recuerdos de sensaciones
expresiones conectiva ‘y y ‘pero’ es sólo una diferencia de tono,
anteriores, pero no la independencia de la razón; pues res­
precisamente porque el reemplazar una por otra no afecta al valor
ponder a la pregunta de qué son las cosas independiente­
de verdad de la proposición. Las frases “Es pobre y honrado” y mente de la razón significaría juzgar sin juzgar, lavar la piel
“Es pobre pero honrado” tienen el mismo valor de verdad; sólo sin mojarla (Frege, G., 1973: 54).

244
2 43
E l enigma de la representación Semántica de la representación

El segundo de estos aspectos queda reflejado —entre otros Como sugiere esta metáfora, el sentido no agota la realidad de
muchos- en este texto perteneciente a “El pensamiento”: la referencia: es una de sus maneras de darse; es un aspecto par­
cial, pero no por ello subjetivo, como subjetiva es la representa­
Al pensar no producimos los pensamientos, sino que los ción. La realidad trasciende nuestros modos de acceso a ella: esta­
captamos. Pues lo que he llamado pensamientos está en ínti­ mos ante una tesis típicamente realista. En consecuencia, dos
ma relación con la verdad. A lo que acepto como verdadero expresiones con el mismo sentido han de tener la misma refe­
lo juzgo como verdadero de manera completamente inde­ rencia; pero la inversa no es cierta: dos expresiones con la misma
pendiente de mi aceptación de su verdad e independiente­ referencia pueden tener diferente sentido. El sentido es como el
mente también de sí pienso en ello. El que un pensamiento
camino que conduce a la referencia: un mismo destino puede ser
sea verdadero no tiene nada que ver con que se lo piense (Pre­
ge, G„ 1998c: 220). alcanzado por diferentes sendas; pero si se recorre la misma vía se
llega siempre a un solo y mismo término.
En “Sobre sentido y referencia” se lee lo siguiente: Hay un ejemplo fregeano que se ha hecho casi tan famoso
como la batalla naval aristotélica o los táleros kantianos. Las expre­
Ha de distinguirse la referencia y el sentido de un signo siones ‘lucero matutino’ y ‘lucero vespertino’ poseen, respectiva­
de la representación asociada a él. Si la referencia de un sig­ mente, un sentido diferente; pero designan la misma referencia.
no es un objeto sensorialmente perceptible, entonces mi repre­ Los dos sentidos son objetivamente diversos, porque en un caso
sentación de él es una imagen originada a partir de recuerdos el planeta Venus se considera como el último cuerpo celeste que
de impresiones sensoriales que he tenido y de actividades, tan­ desaparece al amanecer, mientras que, en el otro, se considera
to internas como externas, que he ejercitado. Esta imagen está; como el primero que brilla en la noche. Se trata de la. diferencia
a menudo impregnada de sentimientos; la claridad de sus par­ en el modo de presentarse lo designado (1998b: 84-85).
tes individuales es diversa y oscilante. No siempre, ni siquie­ Este carácter del sentido, como modo de darse, aparece aún
ra en el mismo hombre, está ligada la misma representación; más claramente en otro ejemplo propuesto por Frege. Sean a, b
con el mismo sentido. Un pintor, un jinete, un zoólogo aso­
y c las medianas de un triángulo, es decir, las rectas que unen cada
ciarán probablemente representaciones distintas con el nom­
bre “Bucéfalo”. Por ello la representación se diferencia esen­ uno de los tres ángulos con el punto medio de los lados opues­
cialmente del sentido de un signo, que puede ser propiedad tos. Resulta, entonces, que el punto de intersección de a y b es el
común de muchos y no es, por tanto, una parte o un modo mismo que el punto de intersección de b y c. Los nombres ‘inter­
de la mente individual, así pues, no podrá negarse que la sección de a y b’e ‘intersección de ¿ y c tienen, por lo tanto, la
humanidad tiene ciertamente un tesoro común que transmi­ misma referencia; pero su sentido es diverso, ya que cada uno
te de una generación a otra (Frege, G., 1998b: 87-88). indica además un diferente modo de darse. De esta suerte, el enun­
ciado de identidad ‘La intersección de a y b es la intersección de
Una analogía del propio Frege puede ilustrar la relación que b y c aumenta nuestro conocimiento, añade información a la que
existe entre referencia, sentido y representación. Varios astrónomos ya poseíamos.
observan simultáneamente la luna a través de un telescopio pro­ Adquiero, en efecto, información cuando conozco algo que
visto de varios oculares. La luna misma, el objeto observado, podría no sabía. Y este valor cognoscitivo viene dado justamente por el
compararse con la referencia. La imagen que se forma en la reti­ sentido. Es mérito principal de la semántica de Frege el haber
na de los astrónomos sería como la representación. En cambio, mantenido una noción de sentido como algo objetivo y, sin embar­
la imagen real -accesible a todos ellos- que queda dibujada en el go, distinto de la referencia. Con ello evita, de antemano, incu­
objetivo del telescopio sería comparable al sentido. rrir en la radicalización de cierta filosofía analítica, cargada aún

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El enigma de la representación
Semántica de la representación

de positivismo, que -llevada por un lingüismo a ultranza- expul­ una representación de la Luna. Si el hablante quisiera decir
sa de la teoría del significado la noción de conocimiento. Frege esto, usaría el giro “mi representación de la Luna”. Ahora
ofrece así una prueba clara de que se puede ser netamente anti- bien, podemos desde luego errar en esta presuposición, y
psícologista sin caer en el pragmatismo conductista. Porque, como tales errores han ocurrido de hecho. Pero la cuestión de sí
dice Dummett, quizás erramos siempre en esto, puede quedar aquí sin res­
puesta; es, en principio, suficiente, para justificar el que se
si expulsamos de la filosofía del lenguaje la noción de conoci- hable de la referencia de un signo, el señalar nuestra inten­
miento, es difícil ver cómo una consideración del funciona­ ción al hablar o al pensar, sí bien con la reserva: caso de que
miento del lenguaje puede ser otra cosa que una teoría empí­ exista una referencia (Frege, G., 1998b: 90-91).
rica ordinaria, o sea, una teoría causal del tipo que Quine
parece proponer. Según una teoría de esta índole, el aprendí- : Ahora bien, podría suscitarse asimismo una objeción de sig­
zaje del uso del lenguaje inculca en cada hablante un conjun­
no aparentemente inverso, según la cual el sentido no quedaría
to determinado de propensiones a responder a ciertos estí-■ ■
mulos con ciertas expresiones, y a responder a ciertas.: reabsorbido, por así decirlo, en la representación, sino justo en la
expresiones con otras expresiones ulteriores o con un com­ referencia. Porque hemos caracterizado la noción de sentido atri­
portamiento no verbal. Ahora bien, no se trata sólo de que buyéndole sólo los rasgos del significado que son relevantes para
estemos lejos de construir una teoría de este tipo. Es que no la determinación del valor de verdad de las proposiciones que
es la suerte de teoría que necesitamos ni la que deberíamos contienen las expresiones correspondientes. Pero, una vez que la
buscar. Tal teoría no representa nuestro uso del lenguaje como referencia de la palabra en una proposición ha sido determinada,
una actividad racional, sino como un complejo de respuestas parece que se ha determinado su valor de verdad. Puede enten­
condicionadas (Dummett, M., 1978b: 57). derse, entonces, que el papel asignado al sentido queda desem­
peñado en exclusividad por la referencia: la referencia misma sería
Cuando lo cierto es que “hablar es una actividad altamente
el sentido.
consciente” (1978b: 56). Se trata de una objeción que parte de una concepción refe-
Frege conecta la noción de sentido con la de conocimiento rencialista o puramente referencialdel significado. Tal postura pare­
(Dummett, M., 1981a: 94-95). Al conocer el sentido de una pala­ ce más realista que la del propio Frege. Pero no es así, porque una
bra o expresión, al entenderla, conocemos la manera de indenti- semántica puramente referencial ofrece un modelo verificado-
ficar su referencia, que es algo distinto del sentido. Pero cabría nista del significado que - a fuer de positivista—conecta con el
una objeción de parte idealista o escéptica, representacionista en idealismo. SÍ el sentido se identifica con la referencia, se confun­
último término, de la que el propio Frege se hace cargo: de el significado -que es algo lingüístico- con la realidad extra­
lingüística. Mas lo cierto es que no es lo mismo eí entendimien­
Del lado del escepticismo y del idealismo se habrá obje­
to de la realidad que la realidad entendida. No adm itir esta
tado ya desde hace tiempo: “Hablas aquí sin más de la Luna
como un objeto; pero ¿cómo sabes que el nombre ‘la Luna' articulación implica la copertenencia del ser y el pensar, en una
tiene una referencia?” Respondo que cuando decimos “la identidad que puede bascular hacia uno u otro de los dos extre­
Luna” no es nuestra intención hablar de la representación de mos, sin posibilidad de compensación. Y, efectivamente, la teo­
la Luna y que tampoco nos contentamos con el sentido, sino ría filosófica del significado apenas ha conseguido mantener esta
que presuponemos una referencia. Sería confundir comple­ tensión y se ha inclinado de modo unilateral y alternativo, o bien
tamente el sentido el que se quisiera suponer que en la ora­ hacia el sentido, o bien hacia la referencia (Inciarte, F., 1974). De
ción “la Luna es menor que la Tierra”, se está hablando de tales excesos surgen semánticas reductivamente íntensionalistas

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249
E l enigma de la representación Semántica de la representación

o reductivamente extensionalistas, que no son realistas en nin­ distinguir la representación del sentido, lo físico de lo lógico, lo
guno de los dos casos. fáctico de lo normativo, lo subjetivo de lo objetivo; pero de ahí
Que el realismo implica esta diferenciación de sentido y refe­ a convertir los sentidos en cosas va un gran paso. Y, efectivamen­
rencia lo confirma también la aludida distinción medieval entre te, así es; como también lo es que Frege parece que casi siempre
el modo de significar y la cosa significada que —con los necesarios está a punto de dar ese mal paso, pero que quizá nunca lo llega a
matices- puede considerarse como un precedente de la doctrina dar del todo. Por una parte, ya hemos visto que relaciona estre­
fregeana. El modo de significar no es meramente la configuración chamente la noción de sentido con la de conocimiento, a la cual
gramatical, sino que se fundamenta en el modo de conocer, y este también está ligada la de representación. Por otra, el tercer ingre­
en el modo de ser (cfr. Kretzmann, N., Kenny, A., y Pinborg, diente del significado, la fuerza, articula con el sentido una dimen­
1982). Por lo tanto, el modo de significar lleva consigo lo que Fre- sión práxica que dificulta su mala “objetivación”.
ge llamaría la manera de darse y tiene -com o el sentido- carácter Frege no pensaba que el ámbito del sentido fuera el territorio
objetivo y relevancia ontológica. Según ha señalado Angelelli (1967: de lo mental, en el sentido del representacionismo. Pero tampo­
72-73), este paralelismo se aprecia en la doctrina clásica de los tras­ co lo consideraba como un reino de realidades, en el mismo sen­
cendentales (cfr. Aersten, J., 1996). Las diferentes propiedades tras­ tido en que lo es el plano de la referencia, precisamente porque
cendentales se dicen de la misma realidad, pero difieren en cuan­ las realidades correspondientes a los sentidos son los respectivos
to a la perspectiva cognoscitiva o racional adoptada en cada caso. referentes. Veámoslo en el caso del sentido de las proposiciones.
Ya Aristóteles había señalado que el ente y el uno son lo mismo y Cuando la expresión compleja es una oración completa, Frege
una sola naturaleza, pero no se muestran según la misma razón. dice que su sentido expresa un pensamiento (Gedanke). El Gedan-
Pues lo mismo es un hombre que hombrey que hombre que es (Aris­ ke fregeano no es, pues, el pensar, sino lo pensado, lo entendido
tóteles, 1990: 154; IV, 2, 1003b 22-27). Esas razónesen las que en un enunciado, algo así como la Satz an sich de Bolzano o el
se difieren los significados de ente y ‘uno’ -que, por lo demás, tie­ Objektiv de Meinong. Es en efecto algo objetivo, una articulada
nen la misma referencia—son algo semejante a los sentidos fregea- índole inteligible, estable y relativamente autónoma. Pero no es
nos; y en ambos casos —el de la antigua semántica y el de la nue­ una cosa. Como indica Dummett, esta noción de pensamiento
va- se trata de diferencias que no son meramente subjetivas, que viene a cumplir en Frege el papel que desempeña la de proposi-
no afectan de suyo a la representación, sino que consisten en modos tion —por la influencia de Russell y Moore—en la filosofía britá­
diversos de darse o mostrarse la misma cosa o naturaleza. nica del siglo XX. Existe, sin embargo, una diferencia crucial.
Como Russell y Moore no distinguen claramente entre sentido
y referencia, dudan continuamente acerca de si identificar las pro­
14.5. ; (dosificación del sentido? posiciones verdaderas con los hechos, de los que supuestamente se
compone el mundo real, o bien mirar las proposiciones como
Todo lo dicho parece, sin embargo, arrojar como resultado correspondientes a los hechos. Por un motivo semejante, por haber
una cierta “objetivación” e, incluso,£'dosificación” del sentido. Por “olvidado” el auténtico carácter de la distinción entre sentido y
lo demás, éste parece ser precisamente el riesgo de la crítica indis­ referencia, un problema similar se encuentra también en el W itt-
criminada al psicologismo y al representacionismo (cfr. Prauss, genstein del Tractatus. Frege, en cambio, no tuvo este tipo de difi­
G., 1980: 3), que puede llevar a olvidar que lo pensado, en cuan­ cultades. No se sintió impulsado a tomarse la noción de hecho tan
to tal, exige un pensamiento; que no hay tema sin la correspon­ en serio como para admitir a los hechos como entidades plena­
diente actividad cognoscitiva (como dice el profesor Leonardo mente integradas en el mundo real, con todas las confusiones que
Polo, no hay objeto sin operación). Bien está -se podría argüir- tal postura implica (Dummett, M., 1981a: 153-154).
E l enigma de la representación Semántica de la representación

Para Frege, el ámbito de la referencia es justamente el de la rea­ tido a la acción y a la reacción. Y, sin embargo, la historia nos
lidad significada en el lenguaje; esa realidad de la que hablamos, revela la tremenda influencia de los pensamientos sobre las per­
y en virtud de la cual los pensamientos que expresamos son ver­ sonas concretas y sobre civilizaciones enteras. Aún hoy hay quien
daderos o falsos. El ámbito del sentido, en cambio, es una región habla de la “fuerza de las ideas” y de la “influencia de los medios
del todo peculiar. Ni a Frege ni a nadie le resulta fácil describir­ de comunicación”. Frege, por su parte, se pregunta:
la. Con los referentes se pueden hacer diversas cosas, según su tipo
ontológico. Pero, ¿qué se puede hacer con un sentido? Solamen­ ¿Cómo actúa un pensamiento? Siendo captado y tenido
te comprenderlo, expresarlo, comunicarlo; y en el caso de un pen­ como verdadero. Es un proceso del mundo interior del que
samiento, aseverar que es verdadero, preguntar si es verdadero, y\ piensa que puede tener consecuencias posteriores en ese mun­
cosas por el estilo. El sentido no es una “entidad mental”; no es do interior, las cuales, al extenderse a la región de la volun­
tad, se hacen sentir también en el mundo exterior [...]. Es así
la “idea” o “representación” de empiristas y racionalistas, que plan­
como nuestras acciones vienen usualmente preparadas por
tea inmediatamente el problema de la comunicación; su ser no es el pensar y el juzgar. Y es así como los pensamientos pueden
serpercibido o serpensado. Desde luego, el sentido es de suyo inmu­ tener una influencia mediata sobre los movimientos de masas
table, cosa que no acontece ni con la realidad ni con la represen­ (1988c: 224).
tación. El sentido no está situado en un lugar, ni comienza o deja
de existir en el tiempo (Dummett, M., 1981a: 154; cff. Kluge, La clave estriba en comprender que el sentido lo es de expre­
E-H. W., 1980: 183-226). No depende en su interna estructura siones lingüísticas, lo mismo que -p o r utilizar la comparación de
de las representaciones pertenecientes a una subjetividad indivi­ W ittgenstein- las direcciones son de líneas. Los sentidos, pues,
dual, ni hay por qué insertarlo en una presunta subjetividad tras­ son formas de darse la realidad, expresadas por el lenguaje.
cendental, cuya postulación plantea más dificultades de las que
resuelve. No es real en el sentido de efectivo o actual (wirklichf:
pero es objetivo, en un sentido más realista que kantiano (cfr. Lla+ 14.6. La semántica puramente referencial
no, A., 1973).
En las últimas páginas de “El pensamiento”, Frege matiza con La semántica puramente referencial del positivismo lógico -y,
gran finura su postura al respecto, sin excluir una cierta actua­ a su modo, la del primer Wittgenstein—pretendía dar cuenta y
ción del sentido sobre las representaciones. Por una parte, sigue razón del lenguaje de las ciencias positivas e, incluso, perfeccio­
manteniendo que, narlo mediante la construcción de lenguajes artificiales, en los
que a cada signo le correspondiera una referencia claramente defi­
desde luego, un pensamiento no es algo que habitualmente nida, y a cada referencia un signo, eliminando así el factor de
pueda llamarse actual (wirklich). El mundo de lo actual es ambigüedad que parece introducir la admisión de una pluralidad
un mundo en el que esto actúa sobre aquello, lo cambia y de sentidos para el mismo referente. Pero resulta que, como dice
ello mismo experimenta a su vez una reacción en virtud de
Inciarte,
la cual resulta cambiado. Todo esto sucede en el tiempo. Lo
que es atemporal e inmutable difícilmente lo reconocemos
tal actitud máximamente positivista niega incluso -más radi­
como actual (Frege, G., 1998c: 222-223).
calmente aún de lo que se proponía Wittgenstein—aquellas
frases que él mismo creía haber podido salvar del veredicto
El mundo de lo actual es un universo en el que los objetos del sinsentido: las frases de las ciencias de la naturaleza (Natur-
interactúan, mientras que el ámbito del sentido parece estar some­ wissenschafien, Science). En efecto, dado que no puede haber

zy 2 2-53
E l enigma de la representación Semántica de la representación

hecho alguno de modo puramente extensional, es decir, de simplista. Y, en todo caso, esa aplicación presenta problemas difí­
tal modo que no nos llegue, de un modo o de otro, ya inter­ ciles y notorios. Así acontece con las proposiciones, que son expre­
pretado en un horizonte de comprensión, por escondido que siones completas y, en consecuencia, tienen como referencia un
sea, no puede haber tampoco ciencia alguna de la naturale-: objeto. El hecho de que Frege mantenga la extraña doctrina de
za, que, en el sentido de Wittgenstein, sea tan natural como que las posibles referencias de una proposición son sólo dos valo­
para atenerse a los hechos puros, a hechos brutos, a hechos, res de verdad —verdadero o falso—y que tales referencias son obje­
por tanto, que en esa pretendida pureza de positividad y de? tos, ha provocado una polémica interesante, pero en la que aho­
empirismo, sería en absoluto imposible identificar La
ra no procede entrar (cfr. Tugendhat, E., 1970; Angelelü, I., 1982).
ciencia natural tendría para ello que prescindir, por lo menos,
Más nos interesa el caso de las referencias incompletas y, entre
de toda ordenación de ensayo, de toda experimentación, de ;
toda programación, de todo aquello, en fin, que la constitu-; ellas, la teoría del concepto. Para Frege, el concepto (Begriff) es
ye en ciencia (Inciarte, F., 1974: 60-61). un tipo peculiar de función: “Un concepto es una función cuyo
valor es siempre un valor de verdad” (Frege, G., 1998d: 65). De
De manera que una semántica puramente extensional o refe-í esta suerte, la distinción entre conceptos y objetos tiene que ser
rencial ni siquiera es válida para analizar el tipo de discurso que neta. Y éste es precisamente el tercer principio -el de mayor alcan­
le sirve de paradigma. El sentido no se puede eliminar de ningún ce ontológico- de los propuestos en la Introducción a los Fun­
tipo de lenguaje, artifical o natural, científico o cotidiano, por­ damentos de la Aritmética:
que ello equivale a expulsar del lenguaje el conocimiento, sin el
cual no es posible lenguaje alguno. Hay que tener siempre presente la diferencia entre con­
Por otra parte, el supuesto objetivismo, la pretendida cosificad cepto y objeto (1973: 20).
ción, ni siquiera acontece claramente en el ámbito de la referen­
cia. No todos los referentes son objetos (en el sentido de cosas indi­ Para captar el verdadero carácter de la semántica fregeana - y
viduales) . el lugar que en ella ocupa la representación- es preciso advertir
el sentido que en ella tiene el tecnicismo Begriff'.

14.7. Referencias completas e incompletas La palabra “concepto” se usa de modos distintos, unas
veces en un sentido psicológico, otras en un sentido lógico
Es cierto que el “modelo” al que Frege parece atenerse -como y otras quizás en una mezcla de ambos. [...] Por mi parte, he
se sugiere en “Sobre sentido y referencia”—es el de la relación entre decidido hacer, de manera estricta, un uso puramente lógi­
el nombre propio y su portador, es decir, entre el término singu­ co (Frege, G., 1998e: 123).
lar y su referencia, que es un objeto. “La referencia de un nom­
bre propio es el objeto mismo que designamos por medio de él” Mas para Frege, como ya sabemos, lo lógico -en cuanto con­
(Frege, G., 1998b: 89). El nombre es una expresión completa, trapuesto a lo psicológico- tiene un largo alcance, hasta el punto
con la que se puede hacer ya una cierta “jugada lingüística”: jus­ de que el concepto poseerá una decisiva relevancia ontológica, pero
tamente la de nombrar. Esta expresión completa designa una refe­ en un sentido muy distinto al que en la filosofía moderna adquie­
rencia también completa, un objeto, un individuo —de la índole re la representación intelectual
que sea- en la realidad de las cosas. “El concepto —tal como yo entiendo la palabra- es predicati­
Pero este “modelo” semántico, el más básico y elemental, no vo”. Y añade Frege a pie de página: “A saber: es la referencia de
se puede aplicar a otro tipo de expresiones de manera rígida o un predicado gramatical” (1998e: 125). El procedimiento para

z 55
E l enigma de la representación Semántica de la representación

dar con la realidad del concepto es el análisis lógico-lingüístico; ser verdad (Wahrsein), no las de tomar algo por verdadero o las
pero el concepto en sí mismo no es una dimensión lógico-lin­ del pensar; es en las leyes del ser verdad donde se despliega el sig­
güística, no es un elemento del significado de una expresión: por nificado de la palabra ‘verdad’.
ser una referencia, forma parte de la realidad no menos que el
objeto. Mas no es un objeto: está inserto en la naturaleza de las
cosas, pero no es un objeto; no es una realidad completa, sino 14.8. La verdad
incompleta.
A pesar de sus vacilantes intentos, Kant no logró distinguir el No es viable concebir la verdad -según tantas veces se hace-
concepto de la representación, diferencia hacía la que apuntaba como la concordancia de una representación con la realidad. ¿Es
su filosofía trascendental. Desde luego - y a pesar de indudables una imagen (Bild), como simple objeto visible o tangible, pro­
semejanzas terminológicas (cfr. Angelelli, I., 1967: 157)- el con­ piamente verdadera? Y, entonces, ¿por qué no es verdadera una
cepto fregeano no tiene el sentido lógico-trascendental que posee piedra o una hoja? Es evidente -contesta Frege en “El pensa­
en Kant. No es la acción de pensar ni lo pensado en cuanto objeto miento”—que no se llamaría verdadera a la imagen si no hubiera
estrictamente inmanente. Es una dimensión formal o estructural en ella una intención; si no tuviera, diríamos hoy, una cierta inten­
de la realidad, que se descubre a través del lenguaje. El concepto cionalidad. La imagen ha de representar algo. Pero tampoco lla­
fregeano nos remite, más bien, a la tradición de la lógica clásica maríamos verdadera a una representación si no hubiera de con­
y de la metafísica realista, en las que lo predicable no es propia­ cordar con algo. Según todo esto podría parecer que la verdad
mente el término (universal en la significación), ni el concepto for­ consiste en una concordancia entre la representación y lo repre­
mal (universal en la representación), sino lo que, al menos desde sentado (Frege, G., 1998c: 197-198).
Suárez, se llama concepto objetivo (universal en la predicación). Pero Frege encuentra -con razón- obstáculos insalvables para
En efecto, cuando decimos ‘Sócrates es hombre’, no afirmamos aceptar una concepción de la verdad como adecuación, así enten­
que Sócrates sea la palabra ‘hombre’; tampoco aseveramos que dida. Aunque sea muy extenso, merece la pena citar el siguiente
Sócrates sea la representación que tenemos de hombre; lo que texto:
mantenemos es que aquello por lo que ‘Sócrates’ está —es decir,
Sócrates mismo- tiene la propiedad significada por el predicado Si no sé que una figura intenta representar la catedral de
‘hombre’: es decir, la humanidad o, mejor, el ser hombre. El pre­ Colonia, entonces tampoco sé con qué tengo que comparar
la figura para decidir sobre su verdad. Además una corres­
dicado ‘... es hombre’ se configura como una expresión funcio­
pondencia sólo puede ser perfecta cuando las cosas que están
nal abierta, indiferente de suyo a que su lugar vacío sea llenado en correspondencia coinciden; por consiguiente, cuando no
por un signo de cualquier argumento adecuado: en este caso, por son en absoluto cosas diferentes. Se podría comprobar la
un nombre de persona. La índole funcional predicativa de tal autenticidad de un billete de banco superponiéndolo estereos­
expresión significa precisamente el carácter formal, incompleto, cópicamente a uno auténtico. Pero sería ridículo intentar
que tiene el concepto. superponer estereoscópicamente una moneda de oro a un
Sin que sea posible extenderse ahora en la teoría fregeana del billete de veinte marcos. Sólo sería posible superponer una
concepto, basta con lo dicho para hacer patente su drástica dife­ representación a una cosa si la cosa fuese también una repre­
rencia con la representación. El concepto es, ante todo, una noción sentación. Y entonces, si la primera correspondiese perfecta­
lógica. Y, para Frege, la lógica no trata del proceso mental del pen­ mente con la segunda, ambas coincidirían. Pero esto no es
sar y de las leyes psicológicas conforme a las cuales tal proceso tie­ precisamente lo que se quiere decir cuando se define la ver­
dad como correspondencia de una representación con algo
ne lugar. La lógica tiene como labor la de encontrar las leyes del

256 2 57
Semántica de la representación
E l enigma de la representación

real. Para esto es completamente esencial que lo real sea dis­ del pintado en la pizarra con una circunferencia; pero el paso deci­
tinto de la representación. Pero entonces no puede haber sivo vendrá, tiempo después, cuando logre hacer entender que la
correspondencia completa, verdad completa. Así pues, nada circunferencia se representa cabalmente con letras y números que
en absoluto sería verdadero. La verdad no admite un más o significan el número p i multiplicado por el doble del radio.
menos. ¿O sí? ¿No se podría mantener que hay verdad cuan­ Si algo fuera una representación precisamente por tener los
do se da correspondencia en un determinado aspecto? Pero rasgos de la realidad representada, entonces toda representación
¿en cuál? Pues, entonces, ¿qué deberíamos hacer para poder sería imposible. A no ser que las cosas representadas fueran, a su
decidir si algo es verdadero? Deberíamos indagar si era ver­ vez, representación mía. Pero, en tal caso, surgen obstáculos aún
dadero que, pongamos por caso, una representación y una más difíciles de salvar, como el propio Frege pone de relieve:
realidad se corresponden en el aspecto establecido. Y con esto
estaríamos otra vez ante una pregunta del mismo género y el Me sería imposible distinguir aquello de lo que soy por­
juego volvería a empezar de nuevo. Así fracasa el intento de tador de aquello de lo que no soy portador. En tanto que juz­
explicar la verdad como correspondencia. Y así fracasa tam­ gaba que algo no era representación mía, lo convertía en obje­
bién cualquier otro intento de definir el ser verdad. Pues en to de mi pensar y, con ello, en representación mía. ¿Hay, según
una definición han de especificarse determinadas caracterís­ esta interpretación, una pradera verde? Quizás, pero no podría
ticas. Y al aplicarlas a un caso particular siempre surgiría la verla. Es decir, si la pradera no es una representación mía, no
cuestión de si era verdad que esas características se dan. De puede ser, según nuestra tesis, objeto de mi contemplación.
este modo nos moveríamos en un círculo. Así pues, resulta Pero, si es representación mía, entonces es invisible, puesto
verosímil que el contenido de la palabra “verdadero” sea com­ que las representaciones no son visibles. Ciertamente puedo
pletamente suigenerisz indefinible (1998c; 198-199). tener la representación de una pradera verde, pero entonces
no es verde, puesto que no hay representaciones verdes. ¿Hay,
Ciertamente, en este pasaje de “El pensamiento” aparecen con según este punto de vista, un proyectil que pese 100 kg? Qui­
toda precisión las apodas de una teoría unilateral de la verdad zás, pero yo no podría saber nada de él. SÍ un proyectil no es
como adecuación, que conduce inevitablemente a un proceso al representación mía, entonces, según nuestra tesis, no puede
infinito o a un círculo vicioso (cfr. Llano, A., 1984; 182-191). ser objeto de mi contemplación, de mi pensar. Si un proyec­
til fuese representación mía, entonces no tendría peso algu­
No es hacedera una teoría que entienda la verdad como una con­
no. Puedo tener la representación de un proyectil pesado. Ésta
cordancia pictórica o, en general, isomórfica. El fracaso “auto-
contendría, como parte de la representación, la representa­
programado” del Tractatus wktgensteiniano lo prueba a posterio­ ción del peso. Pero esta parte de la representación no es una
ra Pero no toda teoría de la verdad como adecuación ha de correr propiedad de la representación total, del mismo modo que
esta suerte. Alemania no es una propiedad de Europa. Así, el resultado
Es evidente que una representación no puede tener los rasgos es: o es falsa la tesis de que sólo lo que es representación mía
o cualidades de lo representado por ella. Tanto menos los tiene puede ser objeto de mi contemplación, o todo mi saber y
cuanto más perfecta es la representación. La trayectoria de un gal­ conocer se restringen al ámbito de mis representaciones, al
go que persigue a una liebre puede representarse con un movi­ escenario de mi conciencia. En este caso, yo sólo tendría un
miento de la mano semejante al realizado por el perro; pero que­ mundo interior y no sabría nada de las demás personas (1998c;
da mejor representada en la ecuación matemática correspondiente. 214).
La ecuación es una semejanza de la trayectoria, pero no es en nada
semejante a ella. El profesor de geometría elemental da un buen En algún momento anterior de este libro se anticipó que “El
paso cuando logra que su audiencia infantil identifique el redon­ pensamiento” vendría a ser la “deducción trascendental” en su

ayéf ¿59
E l enigma de la representación
Semántica de la representación

versión fregeana. Pues bien, aquí tenemos un fragmento muy sería dudoso que hubiera en absoluto cosas del mundo exte­
representativo de esta argumentación, que no será posible desa­ rior. Quizás el reino de las cosas es vacío y yo no veo cosa ni
rrollar de manera temática. Como en sus antecedentes aristotéli­ persona alguna, sino que quizás sólo tengo representaciones
cos y kantianos, también esta vez la hipótesis del “sueño de la de las que yo mismo soy portador. Una representación, que
razón” juega aquí el papel de catalizador problemático. es algo que no puede existir independientemente de mí, como
tampoco lo puede hacer mi sentimiento de fatiga, no puede
ser una persona, no puede contemplar juntamente conmigo
14.9. El tercer reino la misma pradera, no puede ver la fresa que yo sostengo. Es
de todo punto increíble el que yo tenga solamente mi m un­
do interior en lugar de todo el entorno en el que supongo
Antes que N. Hartmann y K. Popper, fue Frege quien pro­
que me muevo y que actúo. Y, sin embargo, esto es la con­
puso la necesidad de recurrir a un “tercer reino”, que no sería ni
secuencia inevitable de la tesis de que sólo lo que es repre­
el subjetivo de las representaciones, ni el real de las cosas que in­ sentación mía puede ser objeto de mi contemplación. ¿Qué
teractúan. Es el reino del sentido y, en definitiva, de los pensa­ se seguiría de esta tesis si fuese verdadera? ¿Habría otras per­
mientos considerados objetivamente. Con independencia de que sonas? En efecto, esto sería posible, pero yo no sabría nada
se admita o no la pertinencia filosófica de este modelo de “tres de ellas, pues una persona no puede ser representación mía
reinos”, el tercero de ellos no es ni una ficción ni una postulación y, por consiguiente, si nuestra tesis fuera verdadera, tampo­
dogmática, como el paradójico Dummett mantiene en algún lugar. co puede ser objeto de mi contemplación. Y con esto pier­
En rigor, sin el reconocimiento de un sentido objetivo no sería den píe todas las consideraciones en las que supuse que algo
posible superar ni el subjetivismo relativista ni el materialismo podría ser un objeto para otro tanto como para mí, puesto
mostrenco. que, incluso si esto llega a suceder, yo no sabría nada de ello
“Debe admitirse un tercer reino” (1998c: 212). Lo que a él ( 1998 c: 213-214).
pertenece, sostiene Frege, viene a coincidir con las representa­ Estamos en los antípodas de Locke, no lejanos de Platón y
ciones en que no cabe ser percibido por los sentidos. Pero, a su anticipándonos a Brentano y a Husserl. Pocas críticas al repre-
vez, coincide con las cosas en que no precisa de un portador a sentacionismo son más contundentes que la de Frege. Y pocas
cuyos contenidos de conciencia pertenezca. Un determinado teo­ también han sido peor recibidas y comprendidas por muchos de
rema matemático es atemporalmente verdadero, con indepen­ los que se consideran sus seguidores, especialmente por aquellos
dencia de que alguien lo tome como tal. No necesita portador, que para evitar el representacionismo derivan al pragmatismo, sin
como les acontece a las representaciones. No es verdadero sola­ advertir que siguen dentro del mismo círculo subjetivo.
mente desde que fue descubierto. Al igual que la otra cara de la En su empeño por distinguir las representaciones tanto de los
luna, la invisible hasta hace bien poco, existía ni más ni menos objetos del mundo exterior como de los pensamientos, Frege pro­
que la visible. Pero surge el anunciado "experimento conceptual” pone los tres siguientes teoremas:
de la universal ensoñación:
1. Las representaciones no pueden ser sensiblemente percibi­
Pero ¿qué sucedería si todo fuese solamente un sueño? Si das: no pueden ser vistas, ni tocadas, ni gustadas, ni oídas.
yo solamente soñara mi paseo en compañía de otra persona, 2. Las representaciones “se tienen”, mientras que una cosa "se
si yo solamente soñara que mi compañero vio, como yo, la
ve” y un pensamiento “se capta”; se tienen sensaciones, sen­
verde pradera, si todo esto solamente fuese una obra de tea­
timientos, estados de ánimo, deseos; una representación
tro representada en el escenario de mi conciencia; entonces
que alguien tiene pertenece al contenido de su conciencia.

260 261
E l enigma de la representación

3- Las representaciones necesitan un portador; las cosas del


mundo exterior, en cambio, son independientes en com­
paración con las representaciones (1998c: 209 y 213). 15
Así quedaron echados los cimientos para la mejor filosofía del
siglo que ahora termina.
La irrealidad
de la representación

15.i. Representación y realidad

Según se está apuntando a lo largo de este libro, las líneas de fuer­


za del pensamiento filosófico contemporáneo urden su trama en
torno al núcleo problemático de la representación. Cuestión central,
porque parece que la realidad no se nos da más que por mediación
de la representación objetivante. Aunque, por más que fuera así y
precisamente por ello mismo, la representación no es la realidad.
Tomar la mediación por lo mediado constituye la falsedad primor­
dial de una razón perezosa que reina en el ámbito, presuntamente
unívoco, de las propias objetividades. Con ellas juega, fascinada por
la facilidad con la que se establecen conexiones y contraposiciones,
y acaba por prescindir de sus trasuntos reales. Es el racionalismo, al
que Kant ajusta las cuentas y, justamente al hacerlo, termina por
consagrar. Resulta así expedito el camino para las ensoñaciones de
la razón, para las ideologías dialécticas del idealismo absoluto, del
que lo menos que se puede decir es que queda en nada. Nietzsche
lo vio con su insidiosa lucidez (cfr. Llano, A., 1994).
Pensadores serios, cómo Brentano y Frege, replanteaban entre
tanto el estatuto de la representación. Ambos advirtieron que la
contención del representadonismo era la única forma de sacar a
la filosofía del relativismo antropocéntrico, atolladero al que con­
ducen, al cabo, las simplificaciones racionalistas. Tal depuración
constituye la condición de posibilidad de las corrientes filosófi­
cas más fecundas del siglo X X y, en especial, de la fenomenología.
Esta es la encmdjada en la que el pensamiento de Antonio Míllán-
Puelles empieza a buscar el cabo de su interno hilo conductor. Mere-

263
E l enigma de la representación La irrealidad de la representación

ce la pena estudiar su filosofía con cierto detenimiento, porque supo­ realidad a los constructos del pensamiento. Mientras que, simé­
ne quizá la más completa indagación acerca de la objetividad repre­ tricamente, la paradoja del realismo estriba en que considera como
sentativa de la que hoy se dispone. El interés adicional que en este ideales las estructuras objetivas a las que el conocimiento inte­
autor encontramos es que realiza una síntesis entre el objetivismo lectual humano tiene que recurrir para pensar la realidad.
antí-representacionista y el realismo metafísico, intento pocas veces;
ensayado y -que se sepa- nunca consumado hasta ahora.
Atrapados como estamos por las falacias del historicísmo, nos 1 5 .2 . Ente ideal y ente de razón
resulta difícil advertir que la única forma de pensar en serio es inser­
tarse en una tradición viva, como Alasdair Maclntyre está ponien­ El propósito especulativo de Millán-Puelles será, desde su arran­
do de relieve. Lo malo de apelar a la improvisación genial es que se que problemático, decididamente metafísico. Ahora bien, como
pretende abrazar un fantasma. La filosofía es un oficio vinculado a tiene que avanzar por un terreno minado por las ambigüedades, la
un propósito histórico, es decir, una tarea que recuerda y anticipa. estrategia que adopta es, por así decirlo, la de un ataque en oblicuo
La filosofía es una gran tradición de pensamiento y, justo por ello, que le permita sorprender a las poco ordenadas retaguardias. De
un empeño que muere si no progresa. Millán-Puelles ha entendi­ ahí que para resolver la cuestión de la idealidad recurra —en este pri­
do, casi desde los comienzos de su aventura intelectual, que es pre­ mer libro suyo- a olvidadas nociones de ontología modal y, de entre
cisamente esa tradición que en Platón y Aristóteles comienza, y que ellas, se fije en la aparentemente menos relevante en metafísica,
encuentra en Tomás de Aquino una referencia decisiva, una de las como es la de ente posible. Pero lo que resulta más sorprendente,
que mejor permite entablar un diálogo coherente con otras tradi­ casi escandaloso, es que acuda al añejo tecnicismo del ente de razón
ciones y llegar a síntesis que supongan auténticos avances (ens rationis). Porque la Escuela, cuya terminología se les antoja ári­
Verdad es de todo genuino empeño filosófico que permanece da y banal a todos los diletantes que desde el Renacimiento han
allí donde comienza. La investigación doctoral de Millán-Puelles sido, posee un instrumentario filosófico cuya potencia intelectual
sobre la naturaleza del ente ideal a través de Husserl y Hartmann no ha igualado ni siquiera la filosofía analítica, a la cual, por cier­
le va a proporcionar una serie de claves que no abandonará en to, debemos -en buena parte—la devolución del rigor al discurso
toda su carrera filosófica (Millán-Puelles, A., 1947). Es mérito de filosófico moderno, además del servicio adicional de ayudarnos a
la fenomenología, sin duda, el haber intentado dilucidar las notas redescubrir la precisión lógica y semántica del pensamiento aristo­
diferenciales de ese tipo de entidades que carecen de realidad sin télico. La doctrina posmedieval del ente de razón guarda filones
por ello estar privadas de objetividad. ¿Qué estatuto les corres­ que Brentano comenzó a explorar y que Millán-Puelles ha rescata­
ponde? La confusión a que puede conducir un tratamiento poco do y desarrollado, hasta completar esa amplia teoría de la irreali­
apurado de este problema, incluso en la rigurosa atmósfera inte­ dad de la representación, a la que está dedicada este capítulo.
lectual de los fenomenólogos, queda ejemplificada por los equí­ Según ya sabemos, la noción del ser de razón se inscribe, a su
vocos de toda suerte que suelen acompañar a las teorías de los vez, en el marco de la indagación acerca de la naturaleza de los
valores y siguen persiguiéndonos hasta ahora mismo. Lo peor de signos. Millán-Puelles se ha fijado sobre todo en la enigmática
estas axiologías convencionales es que no se sabe bien de qué están condición de ese signo que consiste únicamente en serlo: el signo
tratando, porque a la presunta idealidad de los valores le confie­ formal’ cuya sola instandaclón es justo el concepto. Por agotarse
ren el peso de una índole real que precisan para mover por atrac­ en su intencionalidad, el signo formal es una mediación que no
ción nada menos que la conducta humana. Como ya se ha suge­ mediatiza. Es una silenciosa mediación que inmediatiza, que hace
rido, lo paradójico del idealismo —del que buena parte de la presente en sí mismo aquello por lo que está, mientras que ella
fenomenología no termina de desembarazarse—es que confiere —por decirlo así- se esconde, no comparece. La eficacia de esta
E l enigma de la representación La irrealidad de la representación

intencionalidad pura viene dada precisamente por su ausencia expandido ese ámbito del ser intencional que los medievales, ára­
temática. Como en su momento recordábamos que decía W itt- bes y latinos, supieron hacer surgir de la tradición aristotélica. Es
genstein, vamos a buscarla donde tendría que estar y lo que resul­ el territorio del sentido, noción clave de la filosofía contemporá­
ta es que no está. Lo cual disculpa en primera instancia al empi­ nea, tanto analítica como fenomenológica y hermenéutica. La
rismo nominalista, que con todo acaba mostrando su inviabilidad taxonomía de los “tres reinos” hará fortuna en autores tan dife­
porque sólo puede articularse como un pragmatismo que no ofre­ rentes como Frege, Hartmann y Popper. Pero, de nuevo, el repre-
ce explicaciones satisfactorias de la conducta humana. sentacionismo racionalista, todavía operante, acabará por lastrar
Tanto Heidegger como el propio Wittgenstein han invalidado tales análisis con una invencible tosquedad. Junto a ellos, la ana­
contundentemente el representadonismo, pero ni el uno ni el otro lítica de Millán-Pueiles destaca por una finura que tal vez no se
están en condiciones de ofrecer una solución que no implique el encuentra en ninguno de sus coetáneos. Por poner un solo ejem­
colapso naturalista. Esa solución no naturalista —reveladora de la plo, la aclaración de la naturaleza de la lógica desarrollada por
irreductibilidad de la inteligencia a la naturaleza física—es la que se Millán es una pieza doctrinal de notable claridad y precisión. Los
puede encontrar desde la teoría clásica de la intencionalidad pura. entes lógicos son puras relaciones intencionales, mediaciones obje­
Cabrá entonces hablar, como ha hecho Inciarte, de una “segunda tivas construidas por el intelecto, para articular científicamente
inmediación”, de una inmediación no sensible, de una inmedia­ las originarias inmediaciones intelectuales. Tales entes de razón
ción intelectual, que acontece en los conceptos más elementales y del tipo relación permiten que, en el ámbito del sentido, aflore
básicos, ejercidos en el surgir mismo de la vida racional y estudia­ la perfección propia de la inteligencia, es decir, la verdad.
dos por la metafísica. A partir de este radical nivel —la aprehensión Si la verdad se explica como mera desvelación o aletheia, al
más simple- se superpone toda suerte de planos de mediación inte­ modo heideggeriano, nos encontramos ante un sofisticado natu­
lectual, cuyo último valor cognoscitivo se relatívizaría y desvane­ ralismo, porque entonces no se da ningún juego al propio queha­
cería si no fuera por aquella inicial inmediación. En un sentido cer intelectivo, a ese modo de ser y de operar exclusivo del enten­
muy distinto del hegeliano -n o dialéctico, analógico- es preciso dimiento e irreductible a cualquier naturaleza dada, sin el cual la
admitir que en el conocimiento intelectual no hay mediación posi­ verdad ni siquiera se puede concebir. Si, en el otro extremo, se pre­
ble sin inmediación, al tiempo que fácticamente tal inmediación tende dotar a la inteligencia de estructuras a priori, al estilo kan­
sólo acontece unida a algún tipo de mediación. tiano, el naturalismo mental es aún más craso, porque -a pesar de
Se abre así la prisión del representadonismo, porque el genui­ las protestas de espontaneidad y autonom ía- el entendimiento
no y originario sentido de representación no es el de una realidad mismo resulta en cierta medida reificado. Para superar el natura­
mental disminuida que persistiera en sí misma —como es el caso lismo y poder dar cuenta de ese enigmático rendimiento que es la
de la repraesentatio premoderna o de la Vorstelhmg moderna-, sino verdad, es preciso que se cumplan dos condiciones: primera, que
el de una objetividad tan diáfana que remite directamente a la la inteligencia “produzca” —al conocer- estructuras propias, no
forma real intencionalmente presentada, es decir, representada. tomadas sin más de las cosas ni copiadas de ellas; segunda, que
esas estructuras ni sean reales ni se hagan reales. Y estos dos requi­
sitos los cubre limpiamente la concepción que Millán-Pueiles tie­
15.3. La irrealidad de lo objetivo ne de las relaciones lógicas -la predicación, en primer lugar—como
segundas intenciones que son relaciones irreales reflejas.
El panorama de la humana objetividad pierde, de este modo, Es más, Millán llega a afirmar que “sin contar con lo irreal no
el espesor cosista que le había conferido el racionalismo. Gracias cabe ningún realismo, ni siquiera el de una mera actitud” (Millán-
al catalizador fenomenológico, Millán-Pueiles ha rescatado y Pueiles, A , 1990: 18). Y a la elucidación de lo irreal es a la que deno-
La irrealidad de la representación
E l enigma de la representación

casi todas sus pretensiones, a saber, que la mayor parte de las repre­
mina “teoría del objeto puro”. Como pretende justamente deshacer sentaciones que comparecen ante la conciencia son solamente eso:
la macla entre lo objetivo y lo irreal, defiende su motivación para lla­ objetos puros, no “cositas mentales”, no dobletes presuntos y pro­
mar “teoría del objeto puro” a la explicación metafísica de lo irreal: blemáticos de unas realidades exteriores mediadas, o “represen­
tadas” por tales objetos (cfr. Llano, A. 1992).
Lo irreal no tiene otra vigencia que su mera objetualidad,
vale decir, su puro y simple darse como objeto ante una sub­
La representación “no es el hacer las veces de lo representado”
jetividad consciente en acto. En ningún sentido es res obiec- (Millán-Puelles, A., 1990: 126). Lo transobjetual puede ser repre­
ta, sino tan sólo obiectum: mero ser-#wtó-la-conciencia y sentado, pero su ser propio no consiste en ser objeto; no se agota
ella. Fuera de esto no es nada (si es que en verdad el ser eso, en ese pasivo ser hecho presente ante la conciencia, que es el efecto
y absolutamente nada más, merece ser llamado ser). De ahr del representar activo llevado a cabo por la facultad cognoscitiva.
que su constitutiva oposición a lo real qua real, que es tran- Del objeto puro, en cambio, cabe decir que es puramente objetual:
sobjetual en el sentido de que su ser no se agota, ni consiste
tampoco bajo ningún aspecto, en estar-siendo-objeto ante- Todo su ser es un mero ser representado (repraesentari),
una subjetividad consciente en acto (1990: 2 1 ). un estar-presente según el modo de un correlato objetual o
término intencional de una conciencia en acto (1990: 127).
Para pasar, según propone Maclntyre, del paradigma moder­
no de la certeza a una edición nueva del paradigma de la verdad,
es necesario elaborar una teoría de la irrealidad, en el marco de 15 .4 . Representación e irrealidad
una renovada metafísica realista que haya asimilado las lecciones
del fracaso del racionalismo y de sus críticas truncadas. Tal es la Lo que ni el racionalismo ni la mayor parte de sus críticos han
empresa intelectual llevada a cabo por Millán-Puelles en sus inda­ advertido es la irrealidad de lo representado como tal; irrealidad que
gaciones acerca de la objetividad pura. Lo que ninguna crítica del es necesaria tanto para la realidad de todos los fenómenos reales
modelo de la certeza había advertido hasta ahora es que el error como para la irrealidad de todos los fenómenos irreales. Porque
básico del racionalismo —y de los idealismos subsiguientes—radi­
ca en el intento de conferir realidad a las representaciones en cuan­ si la patencia u objetualidad fuese algo real en el objeto ut sic,
no podría haber objetos irreales, pues no es posible que algo
to tales, es decir, en el afán de acercar tanto la objetividad a la rea­
real sea en ellos, mas tampoco podría haber objetos reales, pues
lidad que acaben por confundirse. El “realismo crítico” de este
no cabe que la patencia incremente la realidad de lo patente,
siglo reitera el error sin pretenderlo y, lo que es peor, sin saberlo. ni que la latencia elimine o aminore esta realidad (1990: 156).
Por el contrario, la impugnación del representacionismo lle­
vada a cabo por Millán-Puelles, en lugar de pretender reificar la Los equívocos que Millán-Puelles disuelve provienen, en gran
representación, la desrealiza. Estamos en los antípodas de la rea- medida, de una deficiente comprensión de la articulación entre
litas obiectiva cartesiana y poscartesiana: ante algo tan insólito y acto y forma en el conocimiento (cfr. 1990: 619). Se conocen for­
tan interesante como es la identificación de la (pura) objetividad mas, pero el conocimiento mismo no es una forma ni implica la
con la irrealidad. La estrategia metódica de Millán-Puelles es anti­ producción de una forma intencional distinta de la forma real.
cartesiana, en el sentido de que supera el escepticismo a base de Lo que hay de propio en el conocimiento no es una presunta for­
mostrar que las representaciones objetivas son en sí mismas irrea­ ma intencional que hiciera vicarialmente las veces de la forma
les, en vez de empeñarse en recuperar trabajosamene para ellas real: para que haya auténtico conocimiento, la forma real y la for­
una realidad extramental que, en rigor, no poseen. Las lanzas del ma conocida han de ser idénticas. Lo que hay de propio en el
genio maligno se tornan cañas cuando se aceptan serenamente

269
2 68
E l enigma de la representación La irrealidad de la representación

conocimiento es el ser intencional que la forma adquiere al ser craso como el idealismo absoluto tengan cerrado el camino de la
conocida y que es distinto del ser real que la misma forma posee antropología. SÍ Zubiri mantuvo con razón que el hombre es un
en la naturaleza de las cosas. Lo cual abre la posibilidad de que animal de realidades, Millán-Puelles es igualmente certero cuando
haya objetos puros, es decir, formas cuyo único ser sea el ser-cono­ sostiene que la capacidad de recordar, imaginar, proyectar y fingir
cidas. La irrealidad del ser-conocido es condición de posibilidad objetos no existentes es indisoluble de la realidad de la conciencia
del conocimiento de lo real y de la patentización de lo irreal: en la subjetividad específicamente humana. Sin tales irrealidades
el hombre no sería lo que realmente es (cfr, 1990: 260).
El peculiar valor de irrealidad que es propio del puro y sim­ La estrategia aparentemente minimalista -de 'perfil bajo”- que
ple “ser objeto” hace posibles [...] tanto la idea de la realidad
sigue Millán-Puelles había sido adoptada por Aristóteles en la dis­
de los objetos reales cuanto el concepto de irrealidad de los
cusión con el relativismo expuesta en el libro IV de la Metafísica.
irreales. En aquéllos el valor de lo irreal conviene sólo al res­
pectivo objici, mientras que en éstos atañe a lo que cumple la SÍ en este solemne precedente tal proceder conducía a la exclusión
función de objeto y no a esa función tan sólo (1990: 163). del ser veritativo y del ente per accidens del tema de la ciencia pri­
mera, para centrarse en el estudio del ente real, hoy —tras las trans­
Se registra así la ya aludida paradoja de que, mientras el idea­ formaciones de la metafísica y el fracaso de sus respectivas críticas—
lismo considera como real la objetualidad, el realismo la toma ya no es posible limitarse a ello. Es menester explorar cumplida­
como ideal o irreal: mente las galerías de lo irreal, para mostrar que en cierto modo la
realidad es una “excepción a la irrealidad”. Sólo que el reconoci­
En este contexto el realismo teórico ha de definirse como miento de tal “excepción” es decisivo para detectar la irrealidad de
la doctrina que afirma que la objetualidad de lo real es irreal; las representaciones y trascenderla hacia el conocimiento de la rea­
no a pesar de ser verdadera, sino justo por serlo. La verdad con­ lidad misma, en la medida en que nos resulte accesible.
cerniente a esta objetualidad, además de ser compatible con el
hecho de que el estar-siendo-objeto es un modo irreal de ser,
también exige o presupone este hecho, si bien es cierto que
15 .5 . Hacia una teoría de la irrealidad
otro tanto se ha de decir para el caso de lo irreal. Lo que dis­
tingue de su contrario a este caso es que hay en él —permítase
expresarlo de esta forma—un doble ser irreal: el que de un modo Con tenacidad y precisión, Millán-Puelles excluye de lo pre­
genérico conviene a todo comportarse como objeto y el que suntamente real todo lo que cabalmente no lo es. Queda así paten­
exclusivamente pertenece a lo que, careciendo de existencia, te su ganancia respecto a la filosofía clásica. Porque el elenco de lo
es, sin embargo, manifiesto o patente (1990: 166). excluido —y, por tanto, de lo estudiado en su teoría de la irrealidad-
no se limita a los objetos que no pueden poseer ninguna existen­
Otra cara de la paradoja en cuestión es el hecho de que “la obje­ cia distinta de su estar ante la mente (los entes de razón), sino que
tualidad no implica el ser del objeto, sino el del sujeto” (1990: 67). también abraza las ficciones literarias, las imágenes audiovisuales,
Es lícito a su modo el cogito, ergo sum; pero no el cogitatum, ergo las meras posibilidades, lo futuro y lo pasado, las ensoñaciones y
est. Y esta segunda es la fórmula específica del idealismo repre- los proyectos. Lo cual implica que el ámbito discursivo de tal teo­
sentacionista, en el que lo problemático no es la existencia del obje­ ría sea máximamente universal, “supertrascendental”, decidida­
to, sino precisamente la existencia del sujeto (como acontece, según mente metafísico y no sólo lógico y epistemológico. Todo ello al
se vio, en el caso de la filosofía teórica kantiana). Sólo la admisión servicio de un realismo que, justo por haberse hecho extremamente
de lo irreal como distinto de lo real abre camino al reconocimiento vulnerable, presenta una irreprochable acreditación. Ahora ya sabe­
del peculiar ser de la conciencia. De ahí que tanto el materialismo mos que sin contar con lo irreal no cabe realismo alguno.

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E l enigma de la representación La irrealidad de la representación

Así pues, acomete Millán-Puelles la ímproba tarea de poner ricas pueden ser representativas de una genuina realidad. Pero esto
cierto orden en el abigarrado territorio de lo irreal, tanto sensible no las hace menos irreales. “Si en una noche de otoño sueño en
como inteligible. El fundamento de tal taxonomía revela su rai­ hojas que van cayendo de los árboles, es muy probable que lo que
gambre fenomenológica: así me imagino esté efectivamente aconteciendo” (1990: 424); mas
ello no confiere a tales representaciones realidad suplementaria algu­
Puesto que lo irreal es, en cuanto irreal, puro objeto o na. La argumentación de Millán remite a la irrealidad del horizonte
mero término intencional de la conciencia en acto, la tipo­ soñado, con su carga ambiental completa. Pero tal vez cabe una
logía de los actos de conciencia debe necesariamente tradu­
explicación más radical, facilitada por otro ejemplo semejante que
cirse en una tipología de lo irreal, o, lo que es lo mismo, ésta
Wittgenstein pone en Sobre la certeza: mi soñar que llueve moti­
debe fundamentarse en aquélla, paralelamente a como la pre­
sencia de lo irreal está basada en el acto intencional corres­ vado por el hecho de que efectivamente está lloviendo no es más
pondiente (1990: 329). real que mi ensoñación de la lluvia en una noche serena. Y no lo
es precisamente porque a una representación en cuanto tal no le
Respecto a la disputada cuestión de la “subjetividad” de las corresponde realidad alguna, incluso aunque exista la realidad pre­
cualidades secundarias, Millán-Puelles se separa —igual que a lo suntamente correspondiente. De ahí que la pretensión racionalis­
largo de toda la investigación—de las posturas convencionales y ta de disipar de una vez por todas las ilusiones cognoscitivas desem­
mantiene una tesis propia: boque en el moderno “sueño de la razón”, que es insuperable
mientras no se abandone el modelo representadonista de la certe­
Los colores y los sonidos existen no sólo en las respecti­ za y se evite que el paradigma que lo sustituya recaiga en una sim­
vas percepciones, sino también fuera de ellas, mientras que plista teoría de la verdad como adecuación (porque, como veremos,
los demás sensibles propios existen únicamente en cuanto la adecuación veritativa es imposible sin esa “reflexión originaria”
que son percibidos (1990: 3 8 9 ).
que el propio Millán-Puelles descubrió en otro de sus libros fun­
damentales) (Millán-Puelles, A., 1967).
Pero esta tesis no implica que los sensibles propios del tacto,
Llegados a este punto, parece acercarse el momento de hacer
del olfato y del gusto sean meramente subjetivos o formalmente
explícitas las preguntas que todo filósofo tiene que soportar pacien-
irreales, sino que sólo pueden existir cuando están existiendo las
temente: ¿para qué sirven todas estas elucubraciones acerca de lo
correspondientes percepciones: son transobjetuales -n o transub-
irreal? ¿qué importancia tiene para los efectivos intereses de la con­
jetivos—como tales suavidades y durezas, fríos o calores, olores y
dición humana? Millán-Puelles ha escrito por extenso acerca de
sabores. “Subjetivo” no quiere decir, pues, lo mismo que “irreal”:
la claridad en filosofía y de la función social de los saberes libe­
Toda la realidad de los objetos propios de estos sentidos es, rales. Aunque no ha hecho concesiones extrafilosóficas, aunque
formalmente considerada, intrasubjetiva y, en consecuencia, lo nunca ha sido una “víctima de la estrategia”, tampoco ha sido
que de tales objetos alguien siente es totalmente real{1990: 397 ). jamás partidario de la “filosofía pura”, sino que ha imbricado su
quehacer intelectual con toda suerte de empeños ambientales y
Curiosamente, en cambio, los colores y sonidos pueden ser parcial­ prácticos. Pues bien, por difícil que resulte concebirlo al sentido
mente irreales, porque pueden existir sin estar siendo percibidos. Tam­ común “en estado sólido”, acontece —como reza la última frase
bién aquí se cumple esa especie de “ley de cruz” entre lo real y lo irreal. de Teoría del objeto puro-- que “en todo uso de la libertad —tam­
Al hacer su cartografía de lo irreal y llegar al ámbito de las imá­ bién en el uso práctico- lo irreal es imprescindible para la reali­
genes y sentidos internos, Millán-Puelles no se olvida de los tra­ dad de nuestro ser” (1990: 832). El entero despliegue de la vida
suntos que pueblan nuestros sueños. Resulta que las imágenes oní­ moral es un continuo habérselas con irrealidades: baste con per­

272
E l enigma de la representación La irrealidad de la representación

catarse de que, en todo proceso de decisión, las posibilidades que innominados, lo cual excluye la completa lucidez. Nuestro comien­
aspiran a convertirse en proyectos son, antes de que se realicen, zo radical resulta irremediablemente opaco. Además, la concien­
puramente objetuales, es decir, irreales. cia no es incesante sino intermitente. Así se aprecia, sobre todo,
en el sueño y en el “volver en sí” tras él:

15.6. La estructura de la subjetividad [...] Cuando yo me doy cuenta de que me voy a dormir es
que estoy empezando ya a dormirme. Los “síntomas” del sue­
ño, más que síntomas de él, son “ingredientes” de su incoa­
Pero ¿cómo ha de estar constituida la humana subjetividad para / ción. Se me cierran los ojos, la atención y la cabeza se me
que sea capaz de irrealidades y, por lo tanto, se halle en franquía para van: todo esto quiere decir que voy a quedarme dormido, en
la realidad? El núcleo de la antropología filosófica de Millán-Puelles la medida en que dice que ya “me estoy durmiendo”. En esta
se desarrolla, sobre todo, en La estructura de la subjetividad, donde situación, el sueño es anticipado obiective a la vez que se par­
establece que a la conciencia humana le corresponde un carácter, inse­ ticipa de él effective. Se trata, en suma, de una situación en
parable de una ineludible heterología. Intimidad y trascendencia la que la subjetividad siente —presiente—el cese de la con­
intencional son los momentos estructurales cuya mutua implicación ciencia, a través de algo que se asemeja a él (1967: 96).
ha de mostrar una descripción rigurosa de la subjetividad. Esta con­
sideración fenomenológica y ontológica del “yo” como sujeto se La propia recuperación de la conciencia, en el despertar, se
encuentra, entonces, tan alejada de un inmanentísmo subjetivista encuentra de tal manera vinculada a la esencial factitidad del yo,
como de la pérdida de sustancialídad en la intimidad de cada perso­ que sin ésta resulta incomprensible. Una solemne subjetividad
na, vaciamiento al que aboca una concepción existencialista de una trascendental y absolutamente constituyente —absuelta, pues, de
libertad primordialmente extática y mundana (cf. Llano, A , 1971). todo condicionamiento heterogéneo de su propia actividad de
En la línea general de su propuesta de una síntesis humana de constituir—sería inmune a las peripecias que nos sobrevienen tan­
naturaleza y libertad, la metafísica antropológica de Millán-Pue­ to al dormirnos como al despertarnos. Una subjetividad someti­
lles desvela la síntesis de intimidad y trascendencia en la huma­ da a las alternativas de sueño y vigilia no puede identificarse, en
na subjetividad. Un rígido sustancialismo —que desconociera el modo alguno, con una conciencia absoluta:
radical dinamismo de la naturaleza como principio de activida­
des específicas—impediría “salvar” las manifestaciones más espe­ Al despertar, es el yo quien vuelve en sí, pero de tal mane­
ra que su recobrarse, aunque constituyente obiective de todo
cíficas de la vida humana: historia y libertad. Pero la crítica his-
lo que se quiera, es a su vez algo constituido ejfective. ¿Cuál
toricista y vitalista a ese supuesto sustancialismo, además de atribuir
es el agente de ello? Por sí solo o provocado, el mismo yo, sin
a la concepción clásica de la sustancia un estaticismo ajeno a ella, duda; pero “el mismo” porque desde su estado de incons­
desconoce que “todas las autodeterminaciones del ser humano ciencia y, así pues, de una manera puramente natural, es el
son, por mucho que difieran entre sí, autodeterminaciones reali­ mismo yo quien determina de un modo ejecutivo la factici-
zadas por uno y el mismo ser” (Millán-Puelles, A., 1967: 311). dad del acto por el que la conciencia es recobrada. En suma:
La conciencia humana está lejos de ser una conciencia abso­ el despertar es un cierto constituens constitutum, cuya factici-
luta. Subjetividad y conciencia no son convertibles, como pre­ dad supone otra más honda, la del yo en cuanto apto para
tende el idealismo. En primer lugar, porque nuestra subjetividad determinarse de un modo puramente natural a la realización
es consciente de haber comenzado, de no haber sido siempre, de su propia conciencia. El yo dormido ha sido la natura
aunque le está vedada —le es estructuralmente imposible—la con­ naturans del despierto, y ello de la única manera en que es
ciencia de su propio comienzo. Nuestros orígenes permanecen posible: de un modo puramente natural (1967: 100).
E l enigma de la representación La irrealidad de lá representación

Lo que en el sueño se interrumpe, por tanto, es la conciencia, no mente ingenua habría mucho que decir; baste preguntarse si eso
la subjetividad. En realidad, la identidad personal -problema en el que llamamos ordinariamente ‘ahora es un objeto real (que, por
que frecuentemente los filósofos analíticos naufragan- no viene dada cierto, no lo es). En cualquier sabor, olor, perspectiva, textura, pál-
porque los actos humanos lo sean de una y la misma conciencia, sino pito, se integran representaciones imaginativas, recuerdos evoca­
porque son actos de una y la misma subjetividad. Señal cierta de que dos, vectores de proyectos imposibles, emulsiones de cosas soña­
la subjetividad no es conciencia: es el sujeto radicalmente aptitudinal das, fragmentos de narrativas reales o míticas. Realidad y apariencia
de ella. Una tormenta, un terremoto o un dolor de muelas pueden van casi siempre de la mano: tesis que no sería posible sostener, ni
hacer que me despierte. Porque mi subjetividad, que no es sin más siquiera pensar, si no fuéramos capaces de distinguir —cuando menos
una cosa, posee una índole reiforme, cuyo desconocimiento lleva para­ algunas veces—la realidad respecto de la apariencia:
dójicamente a la cosificación de la mente, a su naturalización. Como
se ha tenido ocasión de comprobar en anteriores capítulos, a fuerza La diferencia real entre el hecho de sufrir una apariencia y
de ignorar el enigma de cómo la conciencia se enlaza con un proceso el hecho de captar la realidad queda anulada si el sujeto de ellos
natural, el naturalismo acaba enredado en aporías irresolubles. se limita a la índole de un simple “correlato” de la objetividad.
Al sufrir la apariencia, algo hace de obiectum para la concien­
cia, y lo hace lo mismo, exactamente igual, que si no fuera
1 5 . 7 . Las apariencias ante una subjetividad reiforme meramente aparente. Se trata de algo que se ofrece a la con­
ciencia y que se constituye, de esta suerte, como verdadero
objeto de ella. Su aprehensión es, por tanto, un acto cognos­
Es una subjetividad de esta índole la que puede constituir el por­
citivo. Como algo que verdaderamente comparece, el objeto
tador de representaciones a las que corresponda o no una realidad en cuestión es verdaderamente conocido. Hasta aquí no hay
representada. La condición de posibilidad del innegable hecho de engaño. Y sobre no haber engaño, hay, además, la verdad del
que nos vemos engañados por apariencias es una conciencia que no juicio reflejo por el que la subjetividad predica de sí misma su
lo es ni de modo puro ni de manera absoluta. Ni al ángel ni al bru­ tener ante sí a ese mismo objeto. Este juicio no solamente es
to se les puede atribuir el honor y la carga de padecer apariencias: un verdadero juicio, sino también un juicio verdadero, y de
sólo el hombre es un “animal fantástico”, porque —en su unidad- se inmediata evidencia. Si la subjetividad se queda en él, si no
abre en él una quiebra gnoseológica, una especie bifurcación que le hace más juicios, no hay posibilidad de error. Pero no es esto
puede conducir a la verdad o al error, a la realidad o a la apariencia. lo que la propia subjetividad entiende que le ha acontecido
Con la particularidad de que la disyuntiva no es aquí excluyeme cuando ha sido víctima del hecho de sufrir la apariencia. En
porque el error media necesariamente en el proceso de acercamien­ este hecho no se ha limitado a un simple juicio reflejo. Lo que
hizo fue un acto de otro tipo, que no concernía a su relación
to a la verdad, y la realidad sólo aparece nimbada por la apariencia.
formal con el objeto o a la del objeto con ella, sino a la del
Se ha afirmado repetidas veces, a lo largo de estas páginas, que
objeto con la realidad transobjetiva. Juzgó que ese objeto era,
los sentidos externos no generan —por sí mismos—representacio­ tal cual se presentaba a la conciencia, algo más que un “sim­
nes de sus objetos propios o comunes. Pero eso no quiere decir que ple objeto” de ésta. Cometió, en suma, un exceso, y con él un
las sensaciones nos ofrezcan de hecho objetividades puramente rea­ error que ahora ha rectificado. Pero en esta misma rectifica­
les, contundentes presencias incuestionables, con las que no que­ ción la subjetividad sigue orientada, incorregiblemente hacia
pa hacer otra cosa distinta de registrarlas en aseveraciones estricta­ el ser que trasciende al objeto. No elimina, no borra, la cone­
mente referenciales o, como gustaban decir los positivistas lógicos, xión entre éste y la realidad transobjetiva. Lo que hace es, tan
“enunciados protocolarios”; por ejemplo: “aquí y ahora, conejo sólo, distinguir entre meros objetos y objetos en los que la rea­
blanco”. Incluso sobre una sentencia tan elemental y aparente­ lidad misma se ofrece (1967: 21 ).
E l enigma de la representación La irrealidad de la representación

Según el paradigma de la verdad, adoptado por Millán-Pue­ subjetividad. Pero la discusión filosófica de la reflexión se ha vis­
lles, el sujeto es siempre trascendente a su propia conciencia. La to históricamente viciada por una univocidad en la que vienen a
subjetividad dubitante porporciona otro testimonio a favor de este coincidir -p o r senderos encontrados- el idealismo de la subjeti­
aserto. Tampoco la duda, ni la certeza de que se duda, son abso­ vidad y el naturalismo de la conciencia. Millán-Puelles distingue,
lutas y adecuadas. En primer lugar, porque duda y certeza se limi­ con extraordinaria agudeza, tres formas de la autopresencia sub­
tan mutuamente (aspecto que no tiene en cuenta el paradigma de jetiva: la reflexividad meramente concomitante o consectaria, la
la certeza). Pero, sobre todo, porque el sujeto no consiste en la cer­ reflexividad originaria y la reflexión temática o representativa.
teza que tiene de ambas. El insalvable resto de opacidad que la Frente a todo objetivismo, Antonio Millán mantiene que en la
subjetividad opone a su reflexiones manifestación de la propia raíz de cualquier reflexión se encuentra una autopresencia consec­
condición humana. Como somos seres naturalmente libres, como taria que posee una índole inobjetiva. Mientras que la postura de
somos cuasi-cosas irreductibles a la reificación, lo propio de nues­ Tomás de Aquino es vacilante y equívoca en este punto (1967: 332),
tro conocimiento no es la claridad de la razón ilustrada ni la cegue­ Kant se ve abocado a una circularidad insuperable cuando sostiente
ra de la inteligencia computacional, sino la penumbra de una natu­ que el Yo pienso es conciencia de la actividad de una síntesis obje­
raleza intelectual ensombrecida, que conoce por medio de preguntas tivante, y Brentano —el más certero- se desliza por la pendiente de
y distiende su indagación a lo largo del tiempo. los problemas “críticos” con una deriva que no consigue dejar de
La subjetividad tiene necesariamente un carácter “orno-lógi­ ser objetivista. La concepción que Millán-Puelles tiene de la auto-
co”: es capaz de aprehender realidades como tales y de reconocer e conciencia consectaria era filosóficamente inédita: sin la previa auto-
incluso forjar irrealidades. Justo por esa índole "onto-lógica”, la conciencia consectaria —sin la presencia inobjetiva de todo acto
subjetividad puede detectar la inadecuación de su propia con­ intencional a sí mismo—no es posible reflexión alguna; pero tam­
ciencia y simultáneamente su referencia intencional a algo distin­ poco sería posible la reflexión propiamente dicha si la autopresen­
to de sí y de sus propias determinaciones. Sólo a una subjetividad cia consectaria tuviera una índole objetivante o representativa.
“onto-lógica” le cabe tomar algo aparente por real, y posterior­ Por su parte, la reflexividad originaria no es inobjetiva ni acon­
mente rectificar esta apreciación. La apariencia —tomada sólo obje­ tece en la forma de la representación como la reflexividad pro­
tivamente- es un neutrum de realidad e irrealidad. Ante ella, nues­ piamente tal. La reflexividad originaria, que es cuas i-objetiva,
tra subjetividad es, hasta cierto punto, libre de tomarla por real o acontece en todo acto originariamente reflexivo en el que la sub­
por irreal. En lo cual estriba la dimensión volitiva presente en la jetividad se vive como instada o requerida por algo que ella no
génesis del error, estrechamente unida con el mismo juicio erró­ es, pero que le afecta como suyo, o bien como determinante de
neo. El hombre es el único ser que puede equivocarse y rectificar, su estado (1967: 342).
que puede mentir y sincerarse, que -como decía Nietzsche—“pue­ Entre los variados fenómenos en los que se da la reflexividad ori­
de prometer” y cumplir o no sus compromisos. ginaria, es especialmente relevante para esta investigación el caso de
nuestros actos de juzgar. La consideración del acto judicativo como
la sede más propia de la verdad nos lleva a reconocer en él una for­
15.8. Teoría de la reflexión ma peculiar de autoconciencia de la subjetividad instada. La verdad,
ciertamente, consiste en una adecuación del entendimiento con la
El acto de trascendencia intencional deviene objeto por la re­ cosa, pero no se trata de una adecuación ciega, sino precisamente
flexión. Unicamente en la reflexión se manifiesta la trascenden­ conocida, aprehendida, captada. De esta manera, en su acto judica­
cia intencional como condición indispensable para la presencia tivo el entendimiento se conoce a sí mismo como adecuado o con­
temática del objeto y la presencia meramente connotada de la forme con aquello sobre lo cual se pronuncia (1967: 347-348).

279
E l enigma de la representación
La irrealidad de la representación

No se trata de un conocimiento de tipo filosófico, sino de una afirmar que no se trata de una tautología inobjetiva, porque
reflexividad original o constitutiva, porque no difiere del juicio mis­ ésta [...] no es un acto completo, sino tan sólo una dimen­
mo, del cual es un ingrediente esencial. Naturalmente, casi nadie sión o aspecto estructural de todos nuestros actos de con-:
sabe -n i falta que le hace—estar siendo el sujeto de una reflexividad ciencia. Pero la reflexión en que el juicio autoconsciente de
veritativa cuando forma un juicio cualquiera. Pero —como en el su verdad consiste se parece a la tautología inobjetiva por no
Menón platónico- todo hablante sería capaz de responder adecua­ ser formalmente objetivante, y por ello conviene denomi­
damente a las preguntas pertinentes, de manera que llegara a admi­ narla [...] “sólo cuasi-objetiva”. Lo que en rigor hace de obje­
tir que él sabe que su juicio es verdadero, sin necesidad de emitir to en el juicio es la res cognita de él: el “sujeto lógico” de la
otro juicio que se superponga al primero (o, más probablemente, predicación, no el “sujeto psíquico” de ella, que es el que acti­
vamente la realiza (1967: 351-352).
que negara ignorar la modalidad veritativa de sus actos de juzgar).
En esta cuestión es esencial tener en cuenta que “el conocimiento La reflexividad originaria acontece también en estos otros casos:
de la verdad de un juicio sólo se puede dar en ese mismo juicio y la vivencia del deber, el dolor, las necesidades biológicas, la viven­
no en otro acto de juzgar” (1967: 350). Lo cual es, obviamente váli­ cia de la libertad como un querer querer y la vivencia del otro yo en
do, tanto para los juicios cuya verdad es inmediatamente conocida la comunciación interpersonal. Examinemos brevemente este últi­
como para aquellos en los que su verdad se conoce mediatamente, mo fenómeno. La autoconciencia propia de los actos que tienen al
a través de un proceso demostrativo o de un testimonio fiable. alter ego como su propio objeto intencional pertenece, efectiva­
La reflexión en la que se conoce que un juicio es verda­
mente, a la reflexividad originaria. “¿Cómo es vivido el alter ego en
dero no constituye [...] una objetivación formal de ese mis­ cuanto tal?”, pregunta Millán; es decir, “¿cómo me vivo a mí mis­
mo juicio. ¿Se reduce, por tanto, a la tautología inobjetiva mo en mi experiencia de vivir a otro yo?” (1967: 359). En el encuen­
que es consectaria de él? Si así fuera, no se la podría consi­ tro con el alter ego, yo le estoy viviendo su vivirme y él me está
derar como una tautología explícita; y que hay que conside­ viviendo mi vivirle. Se trata de un acto de reflexividad originaria,
rarla así lo prueba indudablemente la imposibilidad de adver­ cuya forma puede definirse como “la propia de la reflexividad ori­
tir una adecuación si no se atienden de una manera explícita ginaria intersubjetivamente trascendente” (1967: 361). Hay aquí
y peculiar sus dos términos. La adecuación del entendimiento una conciencia de la comunicación que es comunicación de la con­
con la cosa, dada en el juicio verdadero, no puede darse en ciencia: hay experiencia de una subjetividad que se sabe íntima­
él como conocida —según lo exige la índole de la peritas lógi­ mente acompañada porque tanto su conciencia como la de otras
cas- si solamente se conoce en el juicio la cosa con la que el
subjetividades son conciencias abiertas. Se podría añadir, por cuen­
entendimiento se conforma. Para que tal adecuación sea cono­
ta propia, que la crítica wittgensteiniana del lenguaje privado resul­
cida, y justo en el mismo juicio, hace falta que el propio acto
de juzgar sea conocido como adecuado a su objeto, es decir,
ta - a fuer de verdadera- artificiosa, porque parte de un solipsismo
como conforme con él, como enunciativo de lo que él es real­ supuesto que no encuentra acomodo más que en la inviable con­
mente. Eljuicio no versa sobre sí mismo, sino sobre una “res cog- cepción racionalista de la conciencia como recinto. Millán-Puelles
nita”, pero es internamente autoconciencia de su adecuación con rompe el nudo gordiano de la conexión de un yo con otro cuando
ella y, por ende, autoconciencia interna de sípropio en tanto que patentiza la dialogiddad radical de la conciencia humana.
así adecuado. “Interna” quiere decir aquí, sencillamente, “dada Procede pasar, finalmente, a la reflexión estrictamente dicha o refle­
a la vez en él”, no sobreañadida, no ulterior, en ninguna acep­ xión representativa. Lo decisivo en ella consiste en su carácter de “pro­
ción de esta palabra. Por tanto, la reflexión en la que se cono­ pia y formalmente objetivante”. Lo objetivado es aquí lo subjetivo.
ce que un juicio es verdadero —no aquella en la que se re­ Objetivante lo es, en principio y en sentido amplio, todo acto de
conoce que lo es—es ese mismo juicio. De ahí que haya que conciencia. Si la reflexión stricto sensu puede llamarse “propia y for­

280
E l enigma de la representación

malmente objetivante”, es porque se trata de la única clase de acto


constituyente de la objetividad de algo propia y formalmente sub­
jetivo. “Propia y formalmente objetivante” vale tanto como “re-pre-
sentativo”. Si tal reflexión puede darse en la subjetividad es porque
ésta es fluyente y movediza, aunque no se identifique ni consista en A n tifunda ció na lismo
su propio fluir o cambiar. Justo porque no consiste en sus propios
actos, puede volver hacia ellos y ponerlos ante sí: y segunda inmediación
Vemos, pues, que “propia y formalmente objetivante" es
lo mismo que “re-presentativo”, y éste, a su vez, lo mismo
que “originariamente fundado en un acto que sólo es subje­
tivo de manera física”. Pero reflexionar difiere de repetir. En 16 .1. Anti-representacionísmo matizado
general, volver sobre una vivencia no es rehacerla, sino hacer­
la el objeto de una vivencia nueva. Lo que al representar un
A lo largo de las exposiciones contenidas en este libro, se pue­
acto queda hecho es el propio acto representativo, no el acto
representado. Y éste queda constituido como objeto en tan­
den detectar dos modos muy diferentes de enfrentarse con la idea
to que “ya vivido”. Sólo lo ya vivido es propia y formalmen­ y, sobre todo, con el ser de la representación. El primero de ellos
te objetivable. Ahora bien; para que la conciencia de haber­ consiste en hacerse cargo del “enigma” que lleva consigo, y tratar
lo ya vivido sea una objetivación formal y propia, hace falta de modular la manera de ser de la representación, para esquivar
que en ella se dé algo más que la pura y simple retención de sus aporías y proponer una noción viable, capaz de dar cuenta del
lo pretérito en el acto que inmediatamente le subsigue. Tal conocimiento humano; se trata, por tanto, de un anti-represen-
retención no es de suyo una re-presentación, porque es intrín­ tacionismo matizado, que no pretende eliminar las representacio­
seca a la vivencia del presente, que se da de un modo inob­ nes, sino ajustar su concepto. El segundo modo, en cambio, arre­
jetivo. La subjetividad está siempre en el presente; y, en cam­ mete contra la noción misma de representación, por considerar
bio, sólo en ocasiones hace actos de representación. Cierto que ha conducido a la filosofía occidental por derroteros errados,
que, si los hace, es porque su presente es movedizo, fluido,
de manera que hay que desandar lo andado y explicar el conoci­
inestable. Su permanente estar en el presente es un perma­
miento humano sin recurrir a este tipo de mediaciones intelec­
nente estar en un fluir, mas no en la re-presentación de este
fluir o de una parte de él. Como vivido y no más que viví- tuales o imaginativas; podemos llamarlo anti-representacionismo
do, este mismo fluir no queda re-presentado (1967: 368). radical, en el cual va a centrarse preferentemente este último capí­
tulo. Para diferenciar adecuadamente ambos tipos de anti-repre-
No es lícito convertir el tiempo en la conciencia de la subje­ sentacionismo, será conveniente -con todo- hacer algunas obser­
tividad, porque la subjetividad no es su conciencia, porque no vaciones concernientes al primero de los referidos modos.
vive su fluir como algo que, a su vez, fluye, y porque la concien­ El “enigma de la representación” que esta actitud pretende des­
cia del fluir sólo se puede dar con la conciencia de algo perma­ cifrar surge al contraponer dos dimensiones que aparecen ini­
nente que actúa de sustrato o portador. La reflexión estrictamente cialmente como antitéticas.
dicha supone el tiempo. Pero de no ser y vivirse la subjetividad Por un lado, y ya desde el principio de este estudio, se obser­
como permanente, no se podría vivir como lo mismo que en la vó que la noción de representación es necesaria para explicar un
“re-presentación” se “auto-objetiva”. tipo de conocimiento como el nuestro. Sin representaciones, no
hay modo de dar cuenta de nuestra manera de conocer y de nues­

z8z 2 S3
E l enigma de la representación Antifundacionalismo y segunda inmediación

tra manera de hablar. Si prescindimos de ellas, nos vemos aboca­ cambiando nuestras vidas, se supone que para bien. Pero cada
dos a una suerte de inmediatismo gnoseológico, del que serían vez se abre camino con mayor fuerza la confirmación de la dife­
capaces algunos brutos, y quizá incluso los sistemas de Inteligencia rencia insalvable entre información y conocimiento. Hace ya varias
Artificial. décadas, T. S. Eliot poetizó, en los coros de La roca, la pérdida
Si los experimentos sobre la “inteligencia animal” parecen de la sabiduría en conocimiento, y del conocimiento en infor­
haber llegado a un punto muerto, es porque no se ha logrado mación. De manera más prosaica y clara lo ha escrito Anthony
detectar que los brutos posean eso que ya Ivan Petrovich Pavíov Kenny:
llamó “el segundo sistema de señales”, es decir, aquellas que se
transmiten por medio de signos abstractos (en el buen sentido de [...] Tenemos que enfatizar la diferencia entre contener infor­
la palabra) y de carácter simbólico. mación (en el sentido de la teoría de ia comunicación) y
poseer conocimiento. Es posible que una estructura contenga
Dicha imposibilidad funcional se debe no sólo a que es muy
información sobre algún tema particular sin tener conoci­
problemático atribuir a los brutos algo así como representaciones
miento alguno sobre ese tema. El horario de trenes contie­
intelectuales, sino incluso porque no consiguen estabilizar las ne la información acerca de la salida de cada tren; pero no
representaciones correspondientes a los sentidos internos, como sabe a qué hora parte tren alguno. El cable telefónico con­
pueden ser la imaginación y la memoria. Fue Nietzsche quien, tiene la información que permite a mi mujer en Oxford oír
en la segunda serie de sus Consideraciones intempestivas, acertó y entender lo que yo le estoy diciendo en Nueva York; pero
agudamente a señalar que los animales no pueden hablar, preci­ el cable del teléfono no conoce ni siquiera el sonido, y menos
samente porque les falta ese tipo de representación sensible inter­ aún el contenido, de lo que yo le digo a ella.
na a la que se llama “recuerdo”: Aquí está implicada una diferencia categoríal. Contener
información es estar en un cierto estado, mientras que cono­
Una vez el hombre preguntó al animal: ¿por qué tú no me cer algo es poseer una cierta habilidad. Un estado (como tener
hablas de tu felicidad, sino que estás ahí mirándome fijamen­ una cierta forma o tamaño, cierta multiplicidad o estructu­
te? El animal deseó hablar y contestarle: la razón es que cada ra matemática) es algo que se puede describir por sus actua­
vez que quiero hablar me olvido inmediatamente de lo que les propiedades internas. En cambio, una habilidad (como
quiero decir. Pero inmediatamente se olvidó de su respuesta y la habilidad de cruzar a nado el Canal de la Mancha o sacar
permaneció silencioso. Y, así, el hombre continuó extrañán­ un conejo de una chistera) sólo se puede describir por espe­
dose de que el animal no hablara (Nietzsche, E, 1988: 248). cificación de aquello en lo que consiste ejercitar tai capaci­
dad (Kenny, A-, 1992: 108).

Más claro es aún lo que sucede con los sistemas de Inteligen­ La confusión entre la situación estática y pasiva del cúmulo
cia Artificial, en los que se habían puesto tantas esperanzas, las de datos recibidos como inputpor una máquina, de una parte, y
cuales han resultado -como era de esperar o de temer- en buena la capacidad activa y vital de un cognoscente, de otra, es una mues­
medida infundadas. Basta preguntar a cualquier investigador nor­ tra —bien crasa, por cierto—de lo que llamamos naturalismo. Es
teamericano de este área para que manifieste las dificultades que esta comunidad de fondo entre anti-representacionismo y repre-
sus colegas y él tienen en conseguir subvenciones federales, esta­ sentacionismo la que permite que el concepto de representación
tales o privadas: “Les hemos decepcionado”, es el motivo que ellos se haya recuperado, paradójicamente, por obra de las ciencias y
mismos aducen. tecnologías de la computación. La representación se entiende,
Nadie duda de que la capacidad de procesar y transmitir infor­ entonces, como la reproducción de eventos externos en el fun­
mación de que son capaces algunos sistemas de computación está cionamiento interno del sistema.

284 2 8y
E l enigma de la representación Antifundacionalismo y segunda inmediación

Lo que, en definitva, pretende el anti-representacionismo mati­ formulado, por ejemplo, por los eleatas: ¡ese error tiene en
zado es hacer compatible este reconocimiento de la necesidad de favor suyo, en efecto, cada palabra, cada frase que pronun­
ciamos! —También los adversarios de los eleatas sucumbieron
la representación con un modo de concebirla que no implique
a la seducción de su concepto de ser: entre otros Demócri-
poner en marcha una especie de juego de espejos que nos birle la to, cuando inventó su átomo... La “razón” en el lenguaje: ¡oh,
realidad del propio conocimiento. Se trata de “descosificar” la qué vieja hem bra tan engañadora! Temo que no vamos a
representación, privarla de ese espesor mostrenco de la que suele desembarazarnos de Dios porque continuamos creyendo en
dotarla el representacionismo puro y duro. Se abre así un amplio la gramática... (Nietzsche, F., 1989: 49).
campo para el ejercicio del “espíritu de finura”, requerido de mane­
ra especial por la filosofía de la mente. Estamos ante el núcleo de todas las “deconstrucciones”, que a
través del lenguaje afectan a cualquiera de las instituciones socia­
les establecidas, como observamos cada día, más de cien años des­
16.2,. Antí-representacionismo radical pués.
Pero, cabría preguntarse, ¿qué tienen que ver entre sí Dios y
Al llegar a este punto, nos hallamos ya en otra galaxia filosó­ la gramática? Y, a su vez, ¿que tienen que ver Dios y la gramáti­
fica, de la que hay antiguos y abundantes rastros en el decurso deí ca con la representación? Nietzsche pensaba, y no le faltaba razón,
pensamiento occidental. Se trata de una postura cuya inferior que la concepción metafísica de la racionalidad y del lenguaje es
delicadeza viene compensada por su mayor radicalidad. El obje­ en sí misma teológica. Porque tomarse las reglas sintácticas como
tivo no es otro que el de desarticular de una buena vez eso que se si fueran algo inmutable y permanente equivale a aceptar que el
ha llamado “la metafísica del orden y de la esencia”, a la que se lenguaje tiene sentido. Y si el lenguaje tiene sentido es porque su
vinculan mistificaciones, dogmatismos, conservadurismos, supers­ finalidad viene dada por el perfeccionamiento que a la persona
ticiones y jerarquías. humana le confiere la posesión de la verdad. Verdad y sentido
Sin dar a esta expresión el significado técnico que tiene en cuya fuente primera es lo que siempre se ha llamado Dios. Por su
algunos pensadores actuales, el empeño en cuestión no sería otro parte, los conceptos o representaciones intelectuales son como el
que el de deconstruir las articulaciones del pensamiento y del len­ presunto reflejo de esa Luz en el pensamiento, en el lenguaje y en
guaje, consideradas abusivamente como trasuntos de un orden la propia realidad: constituyen el factor de estabilidad y fijeza que
primigenio que existiera en la realidad. Como dice Nietzsche, “en asegura a los creyentes que las cosas siempre han sido y serán así.
el fondo se trata tan sólo de un querer-desembarazarse de las repre­ Como dice Maclntyre, Nietzsche está en contra de
sentaciones opresivas” (Nietzsche, F., 1989: 66). En realidad, no
es que nuestras representaciones reflejen el ser de las cosas, es que una concepción del lenguaje que representa un orden de cosas
lo establecen primero en ellas y se muestran después como si lo por medio de un esquema conceptual y de una lógica de la
reprodujeran: “Las representaciones que fueron engendradas por identidad y la diferencia. Así, la acusación genealógica no es
una situación determinada son concebidas erróneamente como sólo que el teísmo es en parte falso porque requiere la verdad
causa de la misma” (1989: 65). Es también en la obra titulada del realismo, sino que el realismo es intrínsecamente teísta
Ocaso de los ídolos donde Nietzsche “filosofa con el martillo” y (Maclntyre, A., 1992: 98-99).
toca el fondo de lo que está en juego:
El tema de este libro, aparentemente inocuo, se asoma en su tra­
De hecho, hasta ahora nada ha tenido una fuerza per­ mo final a tonalidades polémicas y repercusiones inesperadas. Aho­
suasiva más ingenua que el error acerca del ser, tal como fue ra se comprende mejor por qué es posible decir que el concepto de

286
E l enigma de la representación Antifundacionalismo y segunda inmediación

representación es como el nudo del actual debate intelectual, que buena lógica- no se pueden deducir tantas cosas como Descar­
separa e incluso enfrenta los espíritus y las mentalidades. tes y su “orden de razones” pretendían. Entre otros motivos, por­
que Descartes daba por descontado el conocimiento del uso del
Pues semejante teísmo tiene como su centro la visión de lenguaje -además, en dos idiomas: francés y latín- con todo el
que el mundo es lo que es con independencia del pensar, d e l: acervo de significados y certezas que el hablante de una lengua
juzgar, del desear y del querer humanos. Hay una única visión posee en forma de hábitos permanentes y casi espontáneos.
verdadera del mundo y de su ordenamiento, y para que los Pero si, en lugar de una evidencia intuitiva de ese tipo, lo que
juicios humanos sean verdaderos y para que el desear y el se pone como fundamento es un principio o una serie de princi­
querer humanos tiendan a lo que es auténticamente bueno, pios como los de la geometría euclídea o la física newtoniana, ya
tienen que estar en conformidad con el orden creado por la
sabemos suficientemente que no son indiscutibles, sino que más
divinidad. De ahí que tanto el perspectivismo del genealo-
gista como el concomitante repudio de la distinción entre lo bien están sometidos a continua revisión y a propuestas alterna­
real y lo aparente, supongan el rechazo de la teología cristia­ tivas, que suelen englobar este conjunto de axiomas relativamente
na (Maclntyre, A., 1992: 98). simples en sistemas más complejos y abarcantes.
En definitiva, para los antifundadonalistas no hay un edificio
Semejante modo de pensar, contra el que se revuelven Nietzs- de representaciones firmemente ancladas que pudieran estructu­
che y sus paradójicos seguidores, tiene en su misma entraña la rar de manera estable nuestra visión del mundo. En época recien­
idea de fundamento, en el sentido de causa o principio. Idea que te, ha sido Rorty el autor que ha dado la señal de salida para soca­
no sólo ha sido abandonada por gran parte de la filosofía actual, var las bien labradas construcciones de tipo cientificista, imperantes
sino que tampoco es susceptible de ser adecuadamente entendi­ hasta hace poco sobre todo en los países anglosajones. Su libro
da por muchos pensadores de hoy. Baste pensar que la palabra La filosofía y el espejo de la naturaleza (Rorty, R., 1989) contiene
griega arkhésignifica tanto lo que nosotros entendemos por cau­ una excelente síntesis de todas las relativizaciones que, en una
sa física como lo que entendemos por principio epistemológico. línea abierta por el holismo de Quine y su denuncia de los dos
En su significado se dan cita la physis y el logos, que Kant inten­ dogmas del empirismo, se han ido decantando en la propia filoso­
tó conciliar por última vez en el decurso de la filosofía moderna. fía analítica de las últimas décadas, sin contar el impacto que sobre
ella -ante todo en Estados Unidos—han tenido la hermenéutica
total y el deconstructivismo.
16.3. Antifundacionalismo De otra parte, la propia evolución posterior del pensamiento
de Rorty (cfr. Rorty, R, 1991 a; 1991 b) Índica que las sendas por
En rigor, el debate más visible en la actualidad no es el que se las que había comenzado a transitar eran, claramente, las del rela­
establece entre la filosofía de inspiración aristotélica, por una par­ tivismo cultural, el esteticismo y el escepticismo ético.
te, y el deconstruccionismo, por otra. La discusión más ruidosa Otra obra de obligada referencia en este contexto —más por su
es la entablada entre los ilustrados y los antifundadonalistas. Estos influencia que por su valor filosófico- es el libro de Thomas Nagel
últimos sostienen que aquello que los racionalistas actuales pre­ titulado Una visión desde ningún lugar (Nagel, X, 1996). En él se
sentan como principio -entendido sobre todo como punto de par­ hace patente el impacto del perspectivismo posnietzscheano en
tida lógico—no logra reunir simultáneamente las condiciones de el análisis lingüístico y de manera más amplia, en la actual filo­
evidencia y capacidad de fundación que se le habrían de exigir. sofía que todavía continúa teniendo la Ilustración como referen­
SÍ, por ejemplo, el punto de partida se pone en una intuición cia última. Conviene subrayar, en efecto, que la filosofía clásica
autotransparente, al estilo del cogito cartesiano, resulta que -en nunca se consideró a sí misma como una visión “desde ningún

28 8
E l enigma de la representación Antifundacionalismo y segunda inmediación

lugar”, es decir, como una especulación descontextualízada, caren­ ella se producen. Es más, el comienzo mismo presenta una índole
te de referencias sociales, y privada de una dimensión ética. Pre­ provisional y tentativa, propia de la concepción aristotélica de la dia­
cisamente lo que se le viene achacando desde el siglo X V II es su léctica. La dialéctica es, en cierto modo, previa a la investigación cien­
falta de universalismo, su carácter idiosincrásico y su compromi­ tífica misma. Porque lo que en ella se examinan son las opiniones
so con los modos de pensar característicos de cada lugar y cada presentes en el universo de discusión que en cada caso se aborda.
época. Y ahora resulta que tales rasgos han pasado a ser valorados Son los lugares comunes, los topoi, a los que todos se refieren -para
positivamente en la república del pensamiento. adoptarlos o rechazarlos- cuando se inicia un determinado debate
intelectual. El curso del propio logos dialéctico va mostrando cuáles
de esos “tópicos” dependen de otros, caen en peticiones de princi­
16.4. Mecanicismo y teleología pio o resultan ya a primera vista insostenibles. Se trata, entonces, de
dar con alguna noción básica, que en cierta medida esté supuesta
Pero lo que de verdad importa subrayar ahora, siguiendo de por todas la demás, y que ofrezca una base suficientemente amplia
nuevo a Maclntyre, es que la crítica anrifundadonalista a la filo­ y consistente como para seguir indagando a partir de ella.
sofía ilustrada no afecta al aristotelismo (Maclntyre, A., 1990). En determinadas fases del camino que recorre la averiguación,
Porque lo más característico de la filosofía que desarrolla el modo nos tendremos que conformar con teoremas que presentan la apa­
aristotélico de pensar es justo la primacía que concede al fin, al riencia de ser verdaderos o, por lo menos, inicialmente aceptables.
telos. Hasta el punto de que el fundamento de una investigación Será el curso ulterior de la investigación el que permita confirmar
no se puede poner en su principio, sino precisamente en su orien­ que, efectivamente, se trataba de una tesis no sólo verosímil sino ver­
tación teleológica, en el fin al que tiende. Ante los ataques del dadera o, por el contrario, que no merece seguir siendo mantenida
anti-fundacionalismo, la filosofía del ser “huye hacia delante”. porque, aunque pareciera cierta, no lo era en realidad. La búsqueda
Resulta evidente que esto supone el ya aludido cambio del para­ no está obsesionada con el pasado -como suele suceder con los plan­
digma de la certeza por el paradigma de la verdad. teamientos de tipo mecanicista y materialista—, sino que se encuen­
Con la óptica preferencial de la certeza, lo que interesa ante todo tra completamente volcada hacia el futuro. Lo que interesa no es
es que cada uno de los pasos epistemológicos se den con comple­ tanto conseguir la seguridad a cada paso, sino más bien lo contra­
ta seguridad y transparencia. Para ello, el requisito imprescindible rio: la máxima vulnerabilidad. Cuando se propone una determina­
es un método riguroso que permita recorrer ese camino de mane­ da tesis, lo que procede es acumular todas las posibles objeciones que
ra indubitable y controlada. No importa quién sea el que investi­ contra ella se puedan levantar. De esta forma, si logra superar con
gue, ni su estatura moral, ni sus raíces culturales. Lo único que argumentos válidos toda la serie de potenciales impugnaciones, resul­
cuenta es que se libere de todo prejuicio y que se atenga estricta­ tará acreditada para seguir indagando con el apoyo que nos ofrece.
mente al método estipulado. Se le abrirá así el panorama de las obje­
tividades bien fundadas, que se apoyarán en las evidencias de los
principios primeros, a partir de los cuales se procederá con impla­ 16.5. La razón narrativa
cables inferencias. Pues bien, éste es el modelo del que se puede
decir que —al menos desde Popper, Kuhn y Polanyi- ha entrado en Parece claro que un proceder de este tipo no cae, efectivamen­
una crisis profunda, que no presenta visos de poder superarse. te, bajo los ataques del antifundacionalismo, precisamente porque
Según el paradigma de la verdad, en cambio, lo que interesa no no se trata de un decurso de tipo fundacionalista. Su modelo ins­
es tanto el punto de partida y el camino que a partir de él se recorre. pirador no es el de la combinatoria homogénea y mecánica —en sí
Lo que importa es la meta a la que se tiende y los avances que hacia misma atemporal- sino el paradigma de la razón narrativa. Al pro­

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E l enigma de la representación Antifundacionalismo y segunda inmediación

poner este estilo de pensar, no se acerca uno necesariamente al his- La postura básica que se ha ido diseñando es aquella que sostie­
toricismo ni confunde la filosofía con la poética, por más que Aris­ ne que sólo hay dos tipos de representación: la imaginativa —y, más
tóteles advirtiera su mutua cercanía. Se trata de algo más serio y en general, la vinculada con los sentidos internos- y la intelectual.
radical. Es que la propia vida humana tiene una estructura narra­ No hay ningún motivo para postular una representación sensible
tiva y, desde ella, la adquieren todos sus empeños, tanto de índo­ generada por los sentidos externos; lo cual no quiere decir, en modo
le práctica como de carácter científico. Cuando un discípulo o alguno, que nuestras representaciones imaginativas e intelectuales
aprendiz se acerca a un grupo dinámico de trabajo o a un equipo no estén continuamente basculando sobre las intuiciones sensibles.
de investigación, su proceso de iniciación no consiste en el estu­ Vemos y oímos, no sólo con la vista y con el oído, sino también con
dio individual de unos principios exentos o intemporales: lo que la imaginación, la memoria y la inteligencia. Mediaciones todas ellas
se le ofrece es una narrativa de lo ocurrido hasta entonces con la que -para evitar una petidón de principio y dar cuenta de la con­
tarea que se lleva entre manos; y, sobre todo, se le abre el horizonte tinua renovación de los datos disponibles- han de contar con esa
de las metas que se persiguen a corto, medio y largo plazo. inmediación, en sí misma incuestionable, que es la intuición sen­
Desde luego, un proceder epistemológico de este tipo no que­ sible. Esto es a lo que se puede llamar primem inmediación.
da necesariamente atrapado por una crispada dialéctica de la repre­ Pero hay también una segunda inmediación, tal como ha pro­
sentación, ya que no se pretende que la estructura que se va de­ puesto Fernando Indarte en su libro inédito Metaphysik nach der
sarrollando constituya lo que, en terminología de Rorty, se puede Metaphysik. Se trata de la índole cuasi-intuitiva que poseen los pri­
llamar un “espejo de la naturaleza”. Por extraño que suene a nues­ meros principios del conocimiento intelectual, así como del carác­
tros ilustrados oídos, ni la filosofía de inspiración platónica ni la de ter no mediado que presentan los conceptos más elementales y pri­
raigambre aristotélica tienen un sentido “especular” o especulativo. mitivos, en los que se apoyan -de manera no fundacionalista, por
Eso es, justamente, lo propio del racionalismo y de la Ilustración, cierto- la variedad y variación de nuestras conversaciones y dis­
donde ya no tiene sentido el amor a la sabiduría y, en consecuen­ cursos. A esta conclusión se llega al advertir que estas nociones bási­
cia, tampoco puede tomarse en serio la idea narrativa del filosofar, cas no derivan de ninguna otra, aunque pueda haber entre ellas un
mantenida casi en solitario por Vico durante mucho tiempo. cierto orden de adquisición. Se trata de aprehensiones simples, en el
sentido más sencillo y elemental de la expresión. Sin ellas, como
sucede en el ámbito sensible, el entramado de las representaciones
16.6. La segunda inmediación intelectuales tendría un carácter circular y meramente pragmático.
No respondería -en definitiva- a un contacto intelectual directo
Ya se anunció al comienzo de este libro que, como dijo algu­ con la inteligibilidad de las cosas, sino que estaría más bien al ser­
na vez Nicolai Hartraann, no se trataba de descifrar enigmas, sino vicio de las estrategias retóricas que, al cabo, no pertenecen a nin­
de descubrir portentos. Desde luego, la investigación se ha man­ guno de nosotros como personas reales y vivas, sino a ese flujo infor­
tenido fiel al propósito de no intentar proponer una solución este­ me y tantas veces manipulado que se da en llamar “opinión pública”.
reotipada al laberíntico problema de la representación cognosci­ En este planteamiento, a diferencia de otras cuestiones filo­
tiva, cuyas paradojas tienen algo de portentoso, trasunto del sóficas ulteriores, los conceptos gozan de primacía sobre los jui­
misterioso carácter del propio conocimiento humano. cios. Por la importante razón de que los juicios presentan ya un
Si algo ha quedado claro, es que el representadonismo total componente pragmático, localizado en lo que Frege llamó “fuer­
no es solución alguna, sino la fuente de más dificultades que las za asertiva”. Por eso mismo, los juicios -y así ha sucedido inclu­
notorias. Pero tampoco se han encontrado claras vías de salida en so con el principio de no contradicción- están siempre someti­
el anti-representadonismo radical. dos, aunque sea abusivamente, a la sospecha de intereses no

292 293
E l enigma de la representación

confesados o a ia acusación de ideología- Acusaciones o sospechas


que no tienen nada que hacer en el nivel de esos conceptos radi­
cales y, a su modo, intuitivos. Conceptos que son nuestros cono­
cimientos más próximos a la realidad: que no median la realidad,
sino que nos la acercan.
No es preciso insistir, a estas alturas, en que la índole repre­
sentativa que puedan presentar esas nociones más básicas y ele­
mentales es mínima y, por así decirlo, irreconocible: no tienen un
carácter figurativo. SÍ de toda representación se puede decir que
no es semejante a aquello que semeja, esta tesis es válida en pri-
merísimo lugar para esos conceptos que -p o r serlo- no están pri­
vados de todo carácter representativo, pero que no son espejo, ni Aersten, J. (1996): Medieval Philosophy and the Transcendentals.
imagen, ni copia de nada. Son comprensiones-raíces que, en el; The Case ofThomas Aquinas. Brill. Leiden.
lenguaje filosófico usual, es más apropiado considerar como intui­ Angelelli, I. (1967): Studies on Frege and Traditional Philosophy.
ciones que como representaciones. Reidel. Dordrecht.
Si, superada por ahora la era de las ideologías, el gran riesgo de — (1982): "Frege s Notion of ‘Bedeutung’”, en Logic, Methodo-
la filosofía actual no es otro que el relativismo pragmatista, es pre­ logy and Philosophy o f Science VI. North Holland. Amsterdam.
ciso caer en la cuenta de que el recurso a esta segunda inmediación, Anscombe, G. E. M. (1971): A n Introduction to Wittgenteins Trac-
de carácter conceptual y no propiamente representativo, es la úni­ tatus. 2.a ed. University of Pensylvania Press, Filadelfia.
ca línea de defensa que no está sometida a los cálculos y argucias Anscombe, G. E. M. (1980): “La filosofía analítica y la espiri­
de la razón sofística, de 1a difusa y difundida opinión pública, que tualidad del hombre”. Anuario filosófico, XIII. 1.
no es la de nadie y acaba siendo la de todos. Por lo demás, el empe­ — (1981): The CollectedPhilosophicalPapers ofG . E. M . Ans­
ño por llegar a entender de manera más precisa y penetrante esas combe (II. Metaphysics and the Philosophy ofMind). Basil Black-
nociones fundamentales, ocultas tantas veces bajo la espesa capa well. Oxford.
de los intereses cotidianos, nos vuelve a situar en los inicios socrá­ Araos, J. (1998): La filosofía aristotélica del lenguaje. Eunsa. Pam­
ticos del quehacer filosófico. Si atentamente lo pensamos, no sabe­ plona.
mos bien lo que significan la plenitud y la privación, lo bueno y Aristóteles, (1988a): Acerca del alma. 2.a reim. Gredos, Madrid.
lo malo, lo material y lo espiritual, la afirmación y la negación, la — (1988b): Sobre la interpretación, en Tratados de Lógica (Orga­
justicia y la corrupción, la mentira y la verdad, la realidad y la apa­ non)-II. Gredos. Madrid.
riencia, el conocimiento y el error, el sueño y la vigilia. — (1990): Metafísica. 2.a reim. de la 2.a ed. Gredos. Madrid.
Si damos estas nociones por consabidas, nos seguiremos — (1993): Etica Nicomdquea. Etica Eudemia. 2.a reim. Gredos.
moviendo en el duerme-vela que caracteriza la cotidianidad resig­ Madrid.
nada y afanosa. Despertar del sueño de la razón y alcanzar la vigi­ Aschenberg, R. (1982): Sprachanalyse und Transzendentalphilo-
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