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FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
Guernica.- Picasso
Filosofía Contemporánea Página 2 de 73
Índice.
V. Filosofía contemporánea .......................................................................................................................... 1
1 Introducción.............................................................................................................................................. 5
4.2.1 A la moral...................................................................................................................................28
6.1.1 El lenguaje..................................................................................................................................41
7 El Existencialismo. .................................................................................................................................48
1 Introducción.
Estos tres último adoptan un proyecto filosófico denominado idealismo alemán, que
consistirá en el intento de explicar la realidad eliminando la cosa en sí kantiana, y por
tanto potenciando las capacidades del sujeto, en especial su razón.
Como prolongación de las dudas románticas acerca del proyecto ilustrado se levantan
los denominados filósofos de la sospecha: Marx y Nietzsche, que desde posiciones nada
románticas mantendrán que los ideales sociales, morales y científicos, lejos de ser
expresión de una razón universal, no son más que expresión de intereses ocultos que
hacen que ese discurso no tenga más valor que ser expresión de elementos no racionales
sin valor universal.
1
Con la corriente denominada Sturm und Drang (tormenta y pasión), a mediados del siglo
XVIII.
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ideologías que justifican los intereses de las clases. Nietzsche, como más directo
heredero del romanticismo, verá en los instintos personales de los individuos la fragua
de las ideas, aunque se mostrará opuesto al intento romántico de hacer depender el
valor del mundo de aspectos religiosos, metafísicos, o que sean transmundanos en algún
sentido.
2 El Idealismo Absoluto
Sin embargo, para Kant, aún existe la cosa en sí. La función de esa cosa en
sí es explicar por qué mis percepciones son unas y no otras, ya que aunque
el sujeto ponga espacio, tiempo y categorías, aún debe, la cosa en sí, influir
para que se experimente una cosa y no otra.
Una vez que se desecha la existencia de la cosa en sí lo único que queda es el sujeto.
Descartes había dividido la realidad creada en dos, res cogitans y res extensa; es decir,
2
Georg Wilhelm Friedrich Hegel. Nace en Stuttgart, el 27 de agosto de 1770, y muere en
Berlín, el 14 de noviembre de 1831.
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pensamiento y extensión. Ahora ya sólo hay res cogitans, y toda la realidad no será más
que pensamiento.
La originalidad del idealismo hegeliano es considerar que la única realidad genuina está
constituida por un único espíritu, —Espíritu Absoluto— y sus pensamientos.
La realidad que nosotros podemos conocer, ya sea material, social, cultural, o de cualquier
tipo, no es más que el efecto de un despliegue que va a realizar ese Espíritu Absoluto en un
afán de autoconocerse.
Por eso, Hegel, se lanzará a deducir todo lo real, desde la aparición del cristianismo a,
por ejemplo, el número de planetas del sistema solar.
Los seres humanos somos, como el resto de realidades, estrategias del Espíritu en su
afán de autoconocerse; nuestras vidas son caminos que él mismo recorre, intentos de
autoconocimiento por su parte, hasta que de pronto, en el propio Hegel y en la propia
filosofía de Hegel, el Espíritu termina por darse cuenta de quién es: de conocerse a sí
mismo.
Sólo al final del proceso el Espíritu Absoluto se reconoce como tal y podrá terminar de
devenir para pasar a “ser” lo que realmente él es; el Ser. Y como él es pensamiento el
proceso termina cuando el pensamiento se reconoce como tal, y entonces se termina la
dualidad entre pensador y pensamiento, entre el “yo” y “lo otro”, y sólo queda, el
Espíritu Absoluto.
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El proceso dialéctico es un proceso lógico. Hegel distingue entre una lógica de lo finito,
que es la lógica normal que acepta la Identidad, y una lógica de lo absoluto, que es la
lógica dialéctica. Lo Absoluto, es decir, el Ser, no tiene ninguna determinación, por eso,
identificarlo con algo, decir que lo absoluto es tal cosa es decir que lo infinito es algo
finito, es limitarlo. Por eso, a una tesis, sea la que sea, le puede seguir una antítesis que
niegue la tesis, porque sea lo que sea lo que se dijo que era el Absoluto, eso mismo era
una palabra que lo limitaba, luego, por eso mismo, se puede negar en la antítesis y
buscar una síntesis que se acerque más a la descripción del absoluto.
Y así, habrá dos formas distintas de entender a Hegel. La de los hegelianos de derecha,
que son aquellos que consideran que con la filosofía hegeliana, y con la realidad social
que se da cuando el Espíritu Absoluto se reconoce como tal, se acabará el devenir
histórico, ocurriendo que lo único que le queda es conservar como cima de la evolución
ese conocimiento conseguido y las propias realidades sociales que lo acompañan. Y la
de los hegelianos de izquierda, aquellos que considerarán que, siendo el Espíritu lo
infinito, el camino no se termina, ya que debe aún intentar poner en terminología de lo
finito lo que él es; algo imposible de concluir. Para estos últimos el devenir continúa.
De esta última orientación procede el pensamiento de Carlos Marx.
3
Contenido PAEG de Hegel: la dialéctica.
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3 La Filosofía Marxista4.
Por último adoptará la noción de “alienación” como situación que describe la Carlos Marx
insuficiencia del estado actual de cosas y explica el proceso histórico.
Sin embargo, contra Hegel, Marx considerará, que el sujeto que produce en su
evolución la historia y la misma realidad no es un Espíritu alienado que busca
autoconocerse, sino la materia, que, en un proceso de organización, produce al hombre
que es quien, alienado, dará lugar a la historia.
Para Feuerbach el hombre es egoísta por naturaleza. Eso le lleva a intentar acaparar los
bienes para sí, condenando al prójimo a que no pueda satisfacer sus deseos. En esa
situación de deseos insatisfechos el ser humano se aliena y produce la idea de Dios. Y
al hacerlo proyecta en Dios las mejores cualidades y atributos que tiene el propio
Ludwig Feuerbach
hombre; enriquece la idea de Dios a costa de empobrecer la idea de hombre.
Marx aceptará esencialmente la idea de alienación religiosa que Feuerbach propone para
el hombre. Pero se mostrará crítico con él en su afirmación de que el hombre tenga una
naturaleza esencial, que es la que le hace ser egoísta.
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Tres son las influencias fundamentales en Marx Las filosofías de Hegel, y Feuerbach, la
economía política inglesa, y los socialistas utópicos, especialmente los franceses.
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También se mostrará crítico en que, con el mismo modelo que utilizaba Hegel, el
reconocimiento de su egoísmo y su alienación sea la forma de evitar que el hombre siga
alienado.
En todo proceso de alienación hay algo de la persona que se aliena, que se le enajena,
haciéndosele extraño a quien se aliena y que, como consecuencia, esta pierde y es
traspasado a algo que no es ella misma. Además, aquello que ha enajenado, repercute
con un efecto negativo en la propia persona que lo enajena.
Por ejemplo, en la alienación religiosa que proponía Feuerbach el ser humano cogía sus
mejores atributos y los “enajenaba”, los “extrañaba” cediéndoselos a la idea de Dios.
Como consecuencia de extrañar sus mejores atributos en Dios, el propio hombre queda
como acreedor de todos los malos atributos; maldad e ignorancia.
Marx, contra lo opinado por Feuerbach, considera que el ser humano no tiene una
esencia que le haga ser egoísta. De hecho, considera, no tiene ninguna esencia
determinada, sino que su modo de ser se adquiere en la sociedad en la que vive, de
acuerdo a las características que esta sociedad tiene.
Es decir, el aparente egoísmo del ser humano del que habla Feuerbach, no sería más
que el producto de una sociedad concreta que, por el modo en que está diseñada,
produce seres humanos que viven en miseria y se hacen egoístas.
La ventaja que ofrece la religión al creyente es que, con ella, adormece las desgracias
que sufre en este mundo a cambio de una supuesta felicidad en el venidero; funciona,
pues, como un analgésico. Pero presenta la desventaja de que, al predicar la resignación,
evita que el creyente cambie las condiciones reales de miseria, que son las que
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Los principios sociales del cristianismo predican la necesidad de que exista una
clase dominante y una clase oprimida, y a esta última lo único que le ofrecen es el
piadoso deseo de que la clase dominante sea caritativa.
Los principios sociales del cristianismo declaran que todos los actos viles de los
opresores contra los oprimidos constituyen bien un justo castigo por el pecado
original u otros pecados, bien pruebas a las que el señor, en su sabiduría infinita,
supedita la redención.
Por tanto, si la religión es producida por las condiciones económicas es imposible que
pueda ser superada por una mera crítica intelectual, como proponía Feuerbach.
Lo mismo ocurre con las ideas que produce la filosofía, y con todo sistema de ideas, ya
sean morales, filosóficas, religiosas, políticas, jurídicas, artísticas…
Las ideas, todas las ideas, son el reflejo producido en la mente por una situación material
concreta -es decir, por unas condiciones concretas sociales, políticas y económicas. La
función esencial de éstas es la de justificar, y legitimar, los intereses de la clase
dominante que la mantiene y se beneficia de ellas.
Mientras las condiciones sociales que producen la religión no cambien, sólo se estaría
interviniendo en el síntoma: y éste, aunque se evitase, tendería a reproducirse, ya que la
situación que lo produce no ha variado.
Esas fuerzas productivas dan lugar a una estructura, que es la manera de articularlas,
5
Marx, citado en REISS, Edward.- Una guía para entender a Marx; página 168, Siglo XXI, que lo refiere a “The
Communism of the Rheinischer Beobachter”, CW, 6, 231.
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Y, por último es la estructura la que produce una superestructura, que son las ideas
que la sociedad tiene sobre toda clase de cosas; sobre la política, el estado, la religión,
la justicia, la filosofía, etc., cuya única función es la de legitimar una estructura en
concreto, generalmente la establecida, y con ella fortalecer los intereses de los grupos
sociales que la producen.
Si las ideas las produce la clase dirigente serán ideas que intenten estabilizar la
sociedad evitando el cambio y justificando las relaciones actuales de dominio; pero
si la ideología la producen los oprimidos intentará promover un cambio social en la
que éstos reciban mejor trato. Por supuesto puede haber sociedades, y es común que
las haya, en las que la clase dirigente prohíbe cualquier ideología que vaya contra
ella.
“Las ideas de la clase dominante son la ideas dominantes de cada época; o dicho en
otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es,
al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición
los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los
medios para la producción espiritual, lo que hace que se las sometan, al propio
tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios
para producir espiritualmente […] Los individuos que forman la clase dominante
[…] dominan también como pensadores, como productores de ideas, y regulan la
producción y distribución de las ideas de su tiempo; por ello mismo, sus ideas son
las ideas dominantes de la época”6
Por tanto, no son las ideologías las que producen una concreta organización política y
socio-económica de una sociedad, sino que es ésta la que produce aquella.
La alienación política consiste en ceder al Estado la parte de soberanía que cada persona
tiene, y que es propia de ésta. Así como el individuo aliena su ser individual en Dios,
ahora es la sociedad la que aliena su vida colectiva en el Estado.
En su génesis ocurre que una clase concreta se hace con el poder y oprime a
las demás. La forma de regular esa opresión es a través del estado y de las leyes
que éste promulga. Sin embargo, no se puede mantener un policía tras cada
ciudadano, para que acepte la opresión. El modo en que se consigue el control
político de la clase social oprimida es a través de la alienación.
Para que la alienación política se produzca hay que generar la ilusión, en el ciudadano,
de que sus intereses son realmente defendidos por el estado en el ejercicio de su
gobierno.
6
MARX.- La Ideología Alemana.
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Pues bien, esta alienación política no es más que el efecto de una alienación anterior
que es aquella por la que se registra la existencia de distintas clases sociales
caracterizadas por sus intereses contrapuestos; es decir, es producto de una alienación
social.
Marx propone toda una teoría de las clases sociales que, en síntesis, viene a señalar que
dentro de la sociedad puede haber muchas clases, pero que éstas, al final, se agrupan en
dos fundamentales, la clase de los opresores y la de los oprimidos, que diferenciadas
por tener intereses contrapuestos conforman una contradicción dialéctica en la
sociedad a partir de la cual se da el progreso histórico.
La clase de los opresores y oprimidos puede estar constituida por sumas de clases.
Por ejemplo, en la Edad Media, la de los opresores por el clero alto y la nobleza, y
la de los oprimidos por campesinos, siervos, clero bajo, etc.
Dentro de esta alienación se pueden distinguir hasta cuatro modos distintos en los que
esta alienación se muestra.
Además de lo que el obrero pierde al ceder el producto de su trabajo está que, ese
mismo trabajo enajenado, y transformado en capital, se convierte en instrumento de su
propia alienación, ya que la acumulación de ese capital en manos del amo es lo que
produce, mantiene e incrementa el propio sistema capitalista que lo aliena.
Cuanto más produce el obrero más explotación. Cuanto más pone, o da, al producto
de su trabajo más maravilloso es éste, más precioso y valioso, pero más pobre se
hace el trabajador.
Según Marx el hombre no tiene una esencia definida; es decir, no es por naturaleza
malvado, bondadoso, guerrero, artista, intelectual, deportista o lo que fuese. Por
naturaleza no es nada, sino que lo que terminará por ser, es algo que se va construyendo
por el propio ser humano a través del trabajo.
El trabajo significa, para el ser humano, el modo en que éste puede construirse como
un verdadero ser humano; autorrealizarse.
El producto que se consigue a través del trabajo es un medio para que el hombre
consiga su verdadero fin. En él se “solidifica” la potencia creadora del ser humano, y
por eso es susceptible de producir gozo en el trabajador.
Al usar su trabajo como medio para obtener una mercancía resulta que él mismo se
cosifica, se hace cosa, se hace otra mercancía más. Porque ahora su trabajo sólo vale en
la medida en que tiene la capacidad –fuerza de trabajo- de producir otras mercancías.
Él es ahora una fuerza de trabajo que se vende al empresario. El obrero existe para el
proceso de producción y no el proceso de producción para el obrero.
Un tercer modo de alienación del trabajo se da con relación al ser esencial del
hombre. Y se produce cuando éste identifica su modo esencial de ser con aquello en
lo que se ha convertido dentro del proceso de producción capitalista, con el papel que
adopta dentro de la sociedad capitalista. Al hacerlo así, al especializarse, por el trabajo
que realiza pierda las muchas posibilidades que tiene de autoconstruirse, y que adopte
y se encasille en una sola.
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Texto PAEG: KARL Marx, Manuscritos: Economía y Filosofía. Trad. de F. Rubio.
Alianza, Madrid, 1986, p. 108. Contenidos PAEG: Alienación e ideología. Materialismo
histórico y comunismo.
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dedicarme hoy a esto y mañana a aquello, que pueda por la mañana cazar, por la
tarde pescar y por la noche apacentar el ganado, y después de comer, si me place,
dedicarme a criticar, sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor
o crítico según los casos."8
Llamamos mercancía a cualquier objeto que satisface las necesidades humanas y que,
por ello, es producido con vistas a su cambio por otros objetos. Esto hace de la
mercancía algo útil, y esa utilidad conlleva que adquiera un valor.
Existen dos formas de entender el valor en referencia a la mercancía. Por un lado está
el valor de uso, que viene determinado por su utilidad para satisfacer determinadas
necesidades; y por otro está el valor de cambio que atiende a su propiedad de ser
intercambiable por otras mercancías. Este último es el valor que le interesa a la
economía, porque éste es el valor que la mercancía adquiere en el mercado.
El aire, por ejemplo, tiene un gran valor de uso, porque es imprescindible para la
vida, pero apenas tiene valor de cambio, ya que es un bien que no se encuentra
limitado. Un anillo familiar puede ser, para la persona que lo hereda, algo
enormemente valioso, ya que de alguna forma simboliza a un ser querido, pero ese
valor que tiene el anillo para la persona no se corresponde con su valor de cambio,
que sería el que obtendría ese mismo anillo en el mercado.
Estas nociones eran comunes para los economistas de la época. La originalidad de Marx
está en la introducción de su teoría del valor-trabajo, y que vendrá a identificar el
valor de la mercancía con la del trabajo humano materializado en él. Y así, el valor de
8
MARX, La Ideología Alemana.
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Por tanto, no se trata sin más del tiempo de trabajo que de hecho una persona puede
tardar en producir una mercancía. Porque si, por ejemplo, yo empleo siete horas en
producir una mercancía que con la técnica presente se produce en cuatro, las tres
horas restantes corren de mi cuenta y la mercancía producida tendrá el valor de
cambio de cuatro horas, porque cuatro horas de trabajo es el tiempo de trabajo social
necesario para producirla.
Pues bien, es esa mercancía –la fuerza de trabajo del trabajador- la que el capitalista
cada vez compra más barato y la que le permite obtener su plusvalía.
Pero si el capitalista vende una vaca, tiene que obtener una plusvalía. No puede salir
de la vaca, ya que si la vende más cara de lo que vale en el mercado, por ejemplo
por cuatro ovejas, o su equivalente en dinero, nadie se la compraría; por eso tiene
que salir de lo que cuesta producir la vaca. Si el capitalista tiene un trabajador que
cuida la vaca en vez de él, entonces puede pagar al trabajador que cuida la vaca
menos de lo que realmente cuesta ese trabajo. Si paga menos entonces, al vender la
vaca al precio del mercado, podrá obtener un beneficio, que sale de haber pagado
menos al trabajador de lo que realmente cuesta su fuerza de trabajo.
El valor de la fuerza de trabajo del obrero se determina de la misma manera que el valor
de cualquier otra mercancía, a saber: por el trabajo general abstracto necesario para
producirla.
Lo que el capitalista paga al trabajador es, en dinero, las mercancías que cuesta haberlo
producido, mantenerlo con vida para que siga produciendo, y costear la prole que pueda
tener, ya que esa prole es la inversión del capitalista para obtener nuevos trabajadores.
Ahora bien, lo que desea el capitalista es obtener cada vez más plusvalía. Como se ha
dicho la plusvalía se saca del obrero, por tanto el capitalista intentará incrementar
paulatinamente su plusvalía quitándole cada vez más dinero al obrero.
Las medidas que adopta para conseguir eso forman las medidas de explotación: pagar
cada vez sueldos más bajos, incrementar las horas de trabajo del trabajador, incorporar
antes al trabajo a los hijos del trabajador; también, en este contexto, utilizará maquinaria
moderna, con lo que conseguirá incrementar la producción, y de modo indirecto bajar
el precio de la fuerza de trabajo del obrero, ya que ahora el trabajo general abstracto
que cuesta producir la mercancía es menor, con lo que su plusvalía aumenta.
Por tanto, según Marx, la propia dinámica del capitalismo conlleva que la explotación
del obrero se vaya incrementando. La consecuencia del aumento de la explotación es
que las contradicciones entre capitalistas y obreros se hagan mayores, sus intereses de
clases se oponen cada vez más; y así, los dos elementos que conforman la contradicción
dialéctica se agudizan, dando lugar a propiciar las condiciones necesarias para que se
produzca un enfrentamiento, y a la postre, un cambio que termine por traer consigo
una nueva síntesis que signifique el fin de la sociedad de clases, y con ello el término de
las alienaciones humanas. En opinión de Marx es inevitable que esto termine por
suceder, debido a las leyes históricas, a las leyes dialécticas, que tarde o temprano
producirán los acontecimientos revolucionarios, la lucha entre la tesis y la antítesis, que
dé lugar, con la victoria del proletariado, a alumbrar un periodo de dicha y felicidad
donde la explotación del hombre por el hombre se haya terminado.
Pero para que esto ocurra el proletariado deberá producir e incrementar su conciencia
de clase como la de una clase con intereses contrapuestos a la de los burgueses; es decir,
debe de fortalecerse la antítesis del salto dialéctico.
Marx calculaba que la revolución, debida a las propias contradicciones del sistema
capitalista, se produjese en poco tiempo. Sin embargo, en el presente, vivimos en
una sociedad de consumo que parece no ajustarse a las predicciones marxistas.
Por último, conseguida una sociedad con sobreabundancia de riqueza, las clases sociales
y el propio estado desaparecerán.
Ese devenir de lo material se produce según ciertas leyes dialécticas, al modo expresado
por Hegel, que no sólo hacen aparecer el mundo, sino que terminan por producir la
materia viva; por cuya evolución, de nuevo según leyes dialécticas, se produce el ser
humano y la vida social.
La idea fundamental del materialismo histórico está en hacer depender todo proceso
espiritual, ideacional y social, de las concretas condiciones materiales en las que se da,
y que son las que lo determinan. La infraestructura económica determinará la estructura
económica, y ésta determinara la superestructura ideacional.
Por eso Marx criticará cualquier explicación de la historia que la haga depender de la
voluntad; ya sea ésta sobrenatural —Dios o el Espíritu Absoluto— o natural —los
grandes hombres como César, Cristo, Napoleón…
Antes que Marx, San Agustín, intentó explicar la historia como el desarrollo de un
plan divino, cuya aplicación daría cuenta de los distintos acontecimientos
históricos. De modo similar, Hegel, a través del Espíritu Absoluto, explica no sólo
la historia, sino la existencia de cualquier realidad. Pero en ambos casos, critica
Marx, se está explicando lo natural por lo sobrenatural. Cualquier explicación que
explique lo natural por voluntades sobrenaturales es descartable. Y no sólo éstas,
sino cualquiera que explique la historia suponiendo que una voluntad excepcional,
como podría ser la de Napoleón o la de César, es capaz de conformar la historia. Al
contrario, son las condiciones socioeconómicas las que explican que la sociedad
estuviera “preparada” para recibir y aceptar esas supuestas voluntades
excepcionales. Por ejemplo, Cristo no fue el único Mesías de su tiempo, en su
momento hubo muchos que se llamaron los elegidos, eso indica que eran las
condiciones históricas las que estaban produciendo “mesías”, y sólo ocurrió que
uno de ellos hizo lo que las condiciones históricas exigían que se hiciera.
En una sociedad hay que decidir quién manda y quien es el dueño de los bienes
producidos y de los medios de producción, para así organizar el reparto de la riqueza.
En una sociedad feudal la tierra, por ejemplo, será del señor feudal, mientras que los
vasallos se la alquilan y le pagan con los recursos de ésta. En una sociedad feudal la
organización social se produce según una serie concreta de estamentos: vasallos,
esclavos, nobles y eclesiásticos. Pues bien, la existencia de esos distintos estamentos,
así como las prerrogativas de unos y otros respecto al control de los bienes de
producción, es lo que se denomina relación de producción.
Pues bien, cuando las fuerzas productivas evolucionan, como éstas son las que
producen unas determinadas relaciones de producción, estas relaciones deberían
también evolucionar. Sin embargo, lo usual es que las personas beneficiadas por la
antigua relación de producción intenten mantener su estado de privilegio. Esto produce
un choque dialéctico, una contradicción que aboca a la sociedad a un conflicto que sólo
se supera por un proceso revolucionario.
Por ejemplo, la sociedad medieval supone una adecuación entre unas fuerzas de
producción, los siervos con la tecnología del momento, y unas relaciones de
producción que dan lugar a la separación en los estamentos medievales. Sin
embargo, a medida que evolucionan las fuerzas de producción y aparecen los
burgueses, como clase económicamente pujante, se produce una variación en las
fuerzas productivas que exige un cambio en las relaciones sociales. Naturalmente
la nobleza, que era la beneficiada del antiguo régimen, se opone al cambio, se opone
a perder sus privilegios, con lo que se da la contradicción entre los intereses de las
nobleza (tesis) y de la pujante burguesía (antítesis), esto da lugar a una
contradicción social que se resuelve en una revolución social que da lugar a una
nueva sociedad (síntesis); es decir, a unas nuevas relaciones de producción.
Marx distingue cinco modos distintos de fuerzas productivas, por lo tanto esto
determinará cinco modos diferentes de relaciones de producción. Estos modos estarán
ligados unos con otros en el sentido de que es la evolución de los más antiguos, según
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Sin embargo, después de este último modo, aún vendrá una nueva época, la comunista,
en la que se dará la solución de las contradicciones de la época actual, y en la que toda
contradicción entre clases cesará con el fin de las propias clases.
En esta última época terminará también la historia tal y como la conocemos, y un nuevo
horizonte de felicidad se abrirá para el género humano, libre ya de las alienaciones que
en la actualidad le someten.
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4 Friedrich Nietzsche.
Dioniso, que era el dios del vino, simboliza la pasión y demás elementos asociados a
ésta.
El arte que mejor lo expresa es la música, ya que en ella queda bien representado lo
informe, lo caótico, lo fluido.
Por su parte Apolo simboliza la razón y demás elementos que se asocian a ésta.
El arte que lo representa mejor es la escultura, por representar la forma limpia, nítida.
Aun siendo instintos contrapuestos existe un modo en el que ambos pueden convivir
armónicamente en el ser humano, como queda reflejado en las obras de la tragedia ática
griega9 y en los cantos líricos de Homero y Arquíloco.
Sin embargo esa convivencia armónica de los instintos se rompe claramente con
Sócrates. Éste declarará la separación de ambos, y la preferencia por Apolo frente a
Dioniso. Al hacer eso da comienzo a la decadencia occidental.
Como la razón busca conocimiento, es una vida que busca la verdad, entendiendo por
“verdad” una verdad objetiva e independiente de las pasiones humanas, la que se
constituya en el ideal de vida más noble del ser humano. Es en esa verdad donde se
encuentra la virtud, y la felicidad. Por tanto Sócrates establecerá una ecuación de
9
El instinto dionisiaco lo veía Nietzsche representado por el coro trágico —el de las
tragedias de Esquilo y Sófocles y que después Eurípides minimiza— y por todos los héroes
trágicos como Prometeo o Edipo que no son más que máscaras del objeto único de
sufrimiento de la tragedia: Dioniso. El apolíneo lo encuentra en la escenificación teatral de
la tragedia que refleja el arte escultórico; es decir la belleza a través de la forma.
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En esa misma línea decadente, su discípulo Platón, impondrá el error más duradero y
peligroso al dividir la realidad en dos mundos antagónicos; el sensible y el
inteligible.
La decadencia intelectual griega se unirá con dos elementos que proceden de la cultura judía:
el monoteísmo y la moral judeocristiana. Todo ello junto formará un sistema compacto
que constituyen la decadencia occidental, y que ha extendido su dominio intelectual hasta
el presente de Nietzsche.
En ese periodo, el hombre, que procede del animal, se comporta como una extensión
de éste. La norma suprema es autoconservarse, consiguiendo el placer y evitando el
dolor. Las nociones de “bueno” y “malo” se establecen dependiendo de las
consecuencias que las cosas tengan para el hombre; bueno es lo que le favorece y malo
lo que le perjudica o se opone a la consecución de sus intereses.
En esas condiciones el hombre sólo puede hacer el bien, ya que su única intención es
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Ese “más fuerte” no es necesario que sea un individuo, puede ser un pueblo que se
impone sobre otro, o un conjunto de personas sobre el resto.
Es esa reglamentación social, que el fuerte impone sobre el débil, la que constituirá el
contenido de las costumbres y de la moral.
“La moralidad no aparece sino después de la coacción; es más, durante algún tiempo
no es más que una coacción a la que los hombres se someten por evitarse disgustos.
Más tarde se convierte en una costumbre, y luego en una libre obediencia, hasta que
por fin, llega a ser instinto; entonces, como todo lo que es habitual y natural desde
largo tiempo, es placentero y toma el nombre de virtud” 10.
Pues bien, Nietzsche considera que los contenidos morales que inicialmente se
imponen, desde el recién constituido Estado, conforman lo que denomina moral
10
Genealogía de la moral.
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aristocrática.
Esos contenidos morales no son más que la expresión, en normas, de los instintos que
habían llevado a los más fuertes a imponerse sobre el resto. Y así, la clave para
determinar qué es ahora el bien y que el mal, son los instintos que constituyen a los
fuertes, y que son los que les han llevado a conseguir el predominio.
Como lo que lleva al dominio es su fuerza, la moral aristocrática afirmará como valioso
lo que ayude a ser fuerte, y que son sus pasiones.
El fuerte sentirá como valioso amar la propia vida –que son sus pasiones-, así como
todo aquello que las favorezca y ejercite. Amará al propio mundo, ya que es en él donde
sus pasiones se ejercitan, y donde halla la felicidad. Identificarán noble con feliz, y esto
con amado por los dioses; porque los dioses de la moral aristocrática, los dioses del
politeísmo, sólo son, como es el caso de la moral, expresión de sus instintos.
Y así, lo que le hace fuerte será, lo que como él, es superior y noble. Amará lo que eleva,
su propia vida, es decir, las pasiones que le constituyen. Por eso él no negará sus
pasiones, incluso aunque con ello llegue al exceso y a la barbarie. Ama el mundo en el
que vive, como un mundo en el que los nobles compiten unos con otros, luchan, ganan
y son felices. Por eso amará la alegría y felicidad que su vida le proporciona.
Entre ellos se reconocen como los fuertes, los veraces, los nobles, los orgullosos de
sí mismos; y todo esto se extiende a todos sus actos, y así amarán el riesgo, las
empresas difíciles, serán generosos al dar, pero no lo harán por miedo,
remordimiento o lástima, sino por la pura alegría de dar, de repartir, de compartir
las sobreabundancia que hay en sus corazones.
Este periodo se caracteriza por la aparición de una nueva moral, una moral basada en
el resentimiento a lo aristocrático, una moral que contra el sí franco de los señores a la
vida afirmará lo opuesto a lo que ésta afirme.
Quienes producen esa moral son los que eran siervos de los anteriores y que se
encuentran sometidos a la norma de aquellos; por eso Nietzsche la denomina moral
de los esclavos.
Lo que los esclavos harán es invertir todos los valores de los amos. Y así, todo lo que
era tenido por éstos como valioso pasará a considerarse ahora disvalioso; es la rebelión
de los esclavos, cuyo máximo representante está en el cristianismo.
11
Genealogía de la moral.
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La moral de los esclavos no tiene impulso creativo. Ha nacido del odio y del
resentimiento a los amos y a su moral, y por ello sólo tendrá fuerza para negar las
afirmaciones de la moral de los aristócratas constituyéndose, pues, en una moral del
no.
El cristiano, que ha padecido el dominio de las pasiones del aristócrata, tiene miedo a
éstas, pero la pasión no es más que la expresión de la vida. Por eso, al odiarlas y
proponer su exterminio, lo que el cristiano está reflejando es su odio y temor a la vida.
Por tanto, si los aristócratas exaltaban los instintos ahora suprimirlos se hace virtud.
Si aquellos eran orgullosos, ahora el orgullo es pecado, y su contrario, la humildad
se santifica. En vez de dominio, de autonomía personal, la obediencia se constituye
en virtud, justamente una virtud de obedientes esclavos. Si los nobles amaban lo
mejor: lo que vence, lo que destaca, lo sano, lo grande,…, ahora es lo contrario lo
amado; es decir, se ama lo peor y al peor: al débil, al mísero, al enfermo, al
miserable, al doliente, al pobre, a todo lo peor y pequeño; y la compasión se
convierte en virtud reina. Y en ese amor por lo enfermizo terminan por amar el
mismo dolor, la penitencia, hasta llegar el autocastigo –flagelos y cilicios- que para
ellos terminan haciéndose morales.
Pues bien, la única manera que tuvieron los cristianos de imponer su moral a los fuertes
fue convenciéndoles de que todo aquello que ellos amaban, y de lo cuál era expresión
su moral aristocrática, en realidad era el mal, y viceversa, todo aquello que odiaban por
entenderlo pernicioso para la vida era, justamente, el bien.
Ser aristócrata o ser esclavo es algo que, en la historia humana, trasciende a una concreta
situación histórica. Es la expresión de los instintos de las personas. Y así, puede observarse
como en la historia, una y otra forma de instintos, de morales, se enfrentan.
El representante inicial de la moral de los esclavos ha sido el pueblo judío. Con los
judíos comienza la rebelión de los esclavos en la moral. La lucha del pueblo judío se
dio contra la representación de los sistemas paganos, afines a la moral aristocrática, que
fue asumida por Roma.
La moral de los esclavos producirá, como apoyo último a sus ideas, la noción de un
Dios monoteísta. Incapaz de apoyarse en nada natural, tiene que recurrir a algo
sobrenatural —por tanto algo inventado, falso e irreal— que sea el apoyo de todo el
Filosofía nietzscheana Página 28 de 73
En sus análisis etimológicos Nietzsche cree ver una confirmación de sus análisis
históricos. Su investigación en diversas lenguas le lleva a un mismo resultado: “bueno”
significaba primitivamente “noble”, “aristocrático”; y se contraponía a “malo” que tenía
el sentido de “simple”, “vulgar”, “plebeyo”.
Una vez mostrados los procesos que han dado lugar a nuestra cultura, Nietzsche pasará
a hacer una crítica radical a aquellas nociones y conceptos que se consideran claves en
el sostenimiento de ésta.
4.2.1 A la moral.
Habitualmente los valores morales son vividos como si tuvieran una existencia objetiva
e independiente del hombre; a esto lo denomina dogmatismo moral. Sin embargo,
los mandatos morales sólo son creaciones humanas.
La moral no es más que expresión de los instintos que nos conforman, ya sean estos
instintos de vida o de muerte. En el segundo caso la moral intentará erradicar los
propios instintos, y por tanto se convertirá en una moral que niega la vida.
Nietzsche es vitalista. Eso significa que considerará que es la vida la que debe
establecerse como el centro vital desde el que juzgar qué sea realmente bueno y malo.
“Bueno” será lo que favorezca la vida, la expanda, la ame, la desee y la quiera, mientras
que “malo” se convertirá en todo aquello que la odie, la niegue, la deteste y, en
definitiva, la rechace.
Filosofía nietzscheana Página 29 de 73
4.2.2 A la metafísica.
Ahora bien, siendo más bien cierto que sólo existe un mundo; el mundo sensible que
podemos ver y conocer a través de los sentidos y que se caracteriza por su continuo y
perpetuo devenir, queda la cuestión de por qué Platón, y tras él la mayor parte de los
pensadores, se inventan ese otro mundo inmutable, declarando, además, que el mundo
sensible es pura apariencia.
¿Por qué algunos creen en ciertas teorías y otros en las opuestas? ¿Por qué unos
consideran que ciertos actos son buenos y otros malvados? Incluso ¿por qué unos
tienen ciertos gustos distintos y opuestos a los de otros? En realidad, no son, de
ningún modo, azares. Quien elige creer en ciertas cosas expresa con ello su
preferencia, su deseo. Las teorías que asumimos no son neutras, son expresión de
nuestros instintos más profundos; en lo que creemos, hacemos, preferimos…,
mostramos quienes somos; expresamos los instintos que nos constituyen.
“¿Me pregunta usted qué cosas son idiosincrasia en los filósofos?… Por ejemplo, su
falta de sentido histórico, su odio a la noción misma de devenir, su egipticismo. Ellos
creen otorgar un honor a una cosa cuando la deshistorizan, sub specie aeterni (desde la
perspectiva de lo eterno), —cuando hacen de ella una momia. Todo lo que los filósofos
han venido manejando desde hace milenios fueron momias conceptuales; de sus manos
no salió vivo nada real. Matan, rellenan de paja, esos señores idólatras de los conceptos,
cuando adoran, —se vuelven mortalmente peligrosos para todo, cuando adoran. La
muerte, el cambio, la vejez, así como la procreación y el crecimiento son para ellos
objeciones, —incluso refutaciones. Lo que es no deviene; lo que deviene no es… Ahora
bien, todos ellos creen, incluso con desesperación, en lo que es. Mas como no pueden
apoderarse de ello, buscan razones de por qué se les retiene. “Tiene que haber una
ilusión, un engaño en el hecho de que no percibamos lo que es: ¿dónde se esconde el
engañador? —”Lo tenemos, gritan dichosos, ¡es la sensibilidad! Estos sentidos, que
Filosofía nietzscheana Página 30 de 73
también en otros aspectos son tan inmorales, nos engañan acerca del mundo
verdadero.”12.
El mundo real no tiene un ser definitivo, no consiste en “ser”, sino en un devenir que
está continuamente “siendo”. Consiste en ser un puro fenómeno que se nos muestra a
través de los sentidos, pero entendiendo que ese fenómeno no es la apariencia de algo
que existiendo imperceptible detrás de él, como la “cosa en sí” kantiana, constituyese
el ser permanente y real del mundo. Más bien, aquello que está detrás de los fenómenos,
consiste en algo que ni es fijo ni permanente, sino que consiste en ir siendo, y que es a
lo que Nietzsche denomina, voluntad de poder13.
Esa cosa que es el mundo, esa voluntad de poder, es lo que en la consciencia del hombre
se manifiesta bajo la forma de “querer”, de la voluntad propia.
Pero no debe entenderse ese querer como la expresión de una voluntad libre. Ni
siquiera existe un “yo” que pueda, o no, ser libre; éste no es más que una ilusión. La
sensación de libertad no es más que la sensación que obtiene la fuerza de voluntad que
logra imponerse, que logra ser lo que ella es frente a la resistencia de las demás.
El mundo real no es inteligible desde la racionalidad. Los conceptos en los que nos
basamos, para expresar en proposiciones cómo es el mundo, no consiguen su propósito
porque los conceptos están pensados para estabilizar, para establecer la ilusión de que
existe la identidad, en uno mismo y en las cosas, y así, por su uso, hablamos de seres
estables y permanentes que existen idénticos a sí mismos a través del devenir, y de
conceptos universales que conforman una realidad común tras los seres particulares
que vemos; pero no hay tal.
El “yo”, como algo fijo a través del tiempo no existe, es ilusión. Las palabras que
12
Crepúsculo de los Ídolos. La razón en la filosofía, §1. Alianza Editorial.
13
“Voluntad de poder” es una expresión que toma de Schopenhauer y cuyo significado
también adopta.
Filosofía nietzscheana Página 31 de 73
Al usar el lenguaje caemos en una ilusión lógica. Para conseguir referirse a los seres del
mundo los conceptos liman las diferencias entre las cosas a las que se refieren, olvidan
lo peculiar, lo que singulariza una cosa respecto a otra, lo que la hace distinta a sí misma
a lo largo del tiempo.
Se pretende que las palabras sirvan para expresar y significar una multiplicidad de
casos o realidades individuales que nunca son idénticos; por ello el conceptualizar,
el hablar, es de algún modo “matar la realidad”.
Pero, sin embargo, los conceptos son necesarios para la comunicación, que no existiría
sin ellos. Esto hace que no podamos prescindir de su uso, pero ese mismo uso nos lleva
a hipostasiar, a través del lenguaje, entidades que no existen, como la de los universales,
y aquellas más metafísicas como sustancia, yo, o Dios mismo. Al producir eso termina
pasando que en vez de ser el lenguaje el que dependa de cómo es la realidad, es la
realidad la que depende de las categorías del lenguaje.
Los conceptos intentan fijar el ser que deviene, es decir no son dinámicos, ya que
están pensados para identificar lo que está en continuo cambio y es diverso. Por eso
su uso produce elementos estáticos, produce “Ideas”, y aunque proceden del intento
de fijar el devenir, al final consiguen que lo que deviene proceda de ellos.
De nuevo mantiene Nietzsche que este proceso, mediante el cuál se mata la realidad y
se la sustituye por los conceptos, se realiza desde un instinto de miedo a la realidad.
Algunas personas sienten vértigo ante el devenir, sienten vértigo ante la vida, intentan
pararla, hacer que sea ese mundo irreal de la razón quien se convierta en el mundo real,
y hacer del mundo real del devenir una apariencia del real, y así en su huida y miedo de
lo real, hacen que aquel concepto más evanescente, el más irreal, Dios, sea el que
fundamente toda esa otra realidad que sale de la razón.
La misma noción de razón, tan cara a la Ilustración, no es más que una estrategia
producida por los instintos para su conservación y expansión. Al ser humano lo define
más la constitución de los instintos que lo conforman que el hecho de ser racional.
embargo, esa noción de verdad que la razón produce puede estar auspiciada por los
instintos de la decadencia o no estarlo.
Nietzsche se mostrará contrario a que el intelecto pueda captar lo real. El arte expresaría
la realidad, según él, mucho mejor que la filosofía o la ciencia.
Sin embargo la noción de verdad es, bien entendida, útil para los instintos. Aunque no
se tratará de una verdad absoluta, sino de una verdad que sea expresión de una
perspectiva que sea útil para la vida; esto sitúa a Nietzsche en el perspectivismo.
Pues bien, dentro de las múltiples perspectivas que los humanos tenemos alguna de
ellas consigue imponerse sobre las demás y ser la verdad intersubjetiva de un pueblo.
Cuál perspectiva se imponga no está decidido, hay pugnas entre ellas, que no son más
que expresión de la competencia entre distintas configuraciones de instintos. Lo que
Nietzsche señala es que, tras imponerse una, si lo hace desde los instintos de la
decadencia, tenderá a ser considerada absoluta, a ser considerada la única verdad, la
verdad absoluta que dice la única manera en que es el mundo real, ya sea éste un mundo
transcendente –como dirían teólogos y metafísicos- o un mundo inmanente –como
dirían los científicos nacidos tras la Ilustración. Pero en realidad, aunque una verdad
tenga que reinar para un pueblo, puede entendérsela de manera distinta. Se la puede
entender como un instrumento, una ficción útil o simulacro, que se acepta porque
tiene consecuencias benéficas para la vida. Y esto, que favorezca o no la vida, se
convierte en el criterio de verdad; en la manera de seleccionar entre teorías y verdades
antagónicas.
«La falsedad de un juicio no es para nosotros ya una objeción contra el mismo; acaso
Filosofía nietzscheana Página 33 de 73
sea en esto en lo que más extraño suene nuestro nuevo lenguaje. La cuestión está
en saber hasta qué punto ese juicio favorece la vida, conserva la vida, conserva la
especie, quizá incluso selecciona la especie; y nosotros estamos inclinados por
principio a afirmar que los juicios más falsos (de ellos forman parte los juicios
sintéticos a priori) son los más imprescindibles para nosotros, que el hombre no
podría vivir si no admitiese las ficciones lógicas, si no midiese la realidad con la
medida del mundo puramente inventado de lo incondicionado, idéntico-a-sí-mismo,
si no falseara permanentemente el mundo mediante el número, — que renunciar a
los juicios falsos sería renunciar a la vida, negar la vida. Admitir que la no-verdad
es condición de la vida: esto significa, desde luego, enfrentarse de modo peligroso
a los sentimientos de valor habituales; y una filosofía que osa hacer esto se coloca,
ya sólo con ello, más allá del bien y del mal».14
Lo que Nietzsche anuncia son, justamente, las consecuencias que la muerte de Dios
tendrá para el ser humano, consecuencias que todavía no han llegado a conocerse.
Porque si Dios era el garante del orden moral, político y legal, de la verdad, del
conocimiento y de la misma naturaleza, del sentido del mundo y de toda existencia,
entonces, la muerte de Dios, tendrá que tener repercusiones en todos esos campos. La
muerte de Dios no significa que ya no se crea en Dios, es que todo lo se ha sustentado
en éste paulatinamente se está desmoronando, aunque los hombres todavía no han
tomado conciencia de sus consecuencias.
Las consecuencias futuras de la muerte de Dios podrán ser desastrosas para muchos,
pero para otros, como para el propio Nietzsche es la “Aurora” de un nuevo mundo y
del Superhombre, que vendrá a ser el sustituto de Dios hecho hombre.
14
Mas Allá Del Bien Y Del Mal; Sección Primera, §4. Alianza Editorial
Filosofía nietzscheana Página 34 de 73
Sin embargo, eliminados los falsos valores queda abierta otra posibilidad, distinta al
nihilismo, la de crear nuevos valores, pero crearlos desde unos instintos que amen la vida.
El superhombre es un héroe futuro; un filósofo por venir que comprenderá las grandes
verdades de la muerte de Dios, y comprenderá cuál es la esencia de la vida; la voluntad
de poder. Y a través de él podrá manifestarse la vida.
15
El eterno retorno le vino como una súbita inspiración, una iluminación, en Sils-María, en
agosto de 1881. Esa idea le aterraba y obsesionaba, le perseguía en sus momentos de tristeza
y depresión. Pero a Nietzsche le llenaba de espanto revivir todo el dolor vivido, todo el
sufrimiento pasado y actual —que era mucho— eternamente. Pero al final termina por
aceptar esta idea como solución al enigma.
Filosofía nietzscheana Página 35 de 73
Es decir, el mundo, todo lo que ha sido y lo que será, se repite eternamente una y otra
vez. Se repite del mismo modo, sin ningún cambio. Lo que hoy pase —y todo lo que
alguna vez haya pasado— volverá a pasar una y otra vez, eternamente, y lo hará de
modo idéntico a como lo hizo.
Así como la visión cristiana rechaza este mundo terrenal —quiere otro, otro mundo y,
por tanto, otro tiempo— la metafísica del superhombre sólo puede ser expresión de su
amor por este mundo, de un amor sin condiciones. Por eso el superhombre ama el
mundo tal y como es, porque lo quiere sin correcciones ni mejoras que lo hagan distinto
de como es, y lo ama así de modo infinito, porque lo quiere para siempre idéntico a sí
mismo.
“¿Qué pasaría si un demonio… te dijese: Esta vida, tal como tú la vives actualmente, tal
como la has vivido, tendrás que revivirla… una serie infinita de veces; nada nuevo habrá
en ella; al contrario, es preciso que cada dolor y cada alegría, cada pensamiento y cada
suspiro… vuelvas a pagarlo con la misma consecuencia y orden, y también esta araña,
y también este instante y yo mismo. ¡La eterna clepsidra de la existencia dará vueltas
incesantemente, y tú con ella, polvo del polvo!…; cuanto tendrías entonces que amar la
vida y amarte a ti mismo para no desear otra cosa sino ésta suprema y eterna
confirmación.”17
16
Texto PAEG: FRIEDRICH NIETZSCHE, Así habló Zaratustra, Madrid, Alianza, 1984,
pp. 49-51. Contenidos PAEG: Crítica de la cultura occidental. El superhombre, el eterno
retorno y la voluntad de poder.
17
La Gaya Ciencia.
Filosofías del siglo XX. Página 37 de 13
En el intento de analizar la vida del ser humano en la sociedad, llegamos a una nueva
corriente de pensamiento del siglo XX: la llamada “Escuela de Frankfurt”. A esta
escuela pertenecieron autores como Max Horkheimer, T. Adorno, H. Marcuse y Jürgen
Habermas. El intento de esta corriente es la de realizar una reflexión crítica sobre las
consecuencias que la sociedad industrializada provocaba en la vida de los seres
humanos, y en la configuración social. De influencia marxista, pretendían no sólo hacer
la crítica sino llevar a la práctica la transformación social que llevara a una sociedad más
justa. Con esta pretensión surge la llamada “teoría crítica” que se extendió a otras ramas
como a la economía, la historia, la sociología, el arte, el psicoanálisis, etc., con el fin de
buscar una salida digna al ser humano en este inicio de siglo,
Dentro del ámbito hispano destacan las aportaciones de José Ortega y Gasset (1883-
1955) y su raciovitalismo, que conjuga elementos existencialistas y fenomenológicos
tomando como elemento de análisis la propia vida. Además de Ortega destaca Miguel
de Unamuno, María Zambrano y Xavier Zubiri.
Filosofía del lenguaje: Wittgenstein. Página 39 de 13
Wittgenstein no da ejemplos de cuales sean estos hechos atómicos, ni de cuales sean los
objetos simples, quizá porque la ciencia aún no habría llegado a ellos, pero sí tiene claro
lo que no es un objeto simple; por ejemplo, una escoba no sería un objeto simple, ya que
la escoba es madera más cola en una disposición especial, y cada uno de esos elementos
cabría descomponerlos en elementos más simples. A los últimos elementos
constituyentes es a lo que denominará objetos simples, y a la relación que esos objetos
simples establecen entre sí, los denomina hechos atómicos. Esos hechos atómicos
quedan incluidos, ensamblados, en lo que denominamos hecho, por ejemplo, en el hecho
común de que “hay una escoba apoyada en la pared”.
Atomismo Lógico
Mundo Lenguaje
A cada objeto, simple o no, puede dársele un nombre, de manera que el significado de
un nombre es el objeto al cual se refiere. Una proposición atómica es una combinación
de nombres, de manera que su significado se determina por la referencia a los objetos
que se nombran, y esto se denomina teoría referencial del significado, que es lo que
el atomismo lógico proponía. Pero a esto, Wittgenstein, añadirá su teoría de la figura
o representación que intenta explicar la relación que se establece entre la realidad y su
representación.
La realidad a representar está constituida por objetos simples en una cierta combinación,
la realidad que representa estará constituida, a su vez, por otros elementos simples en
una relación que será la misma de la realidad que se quiere representar; a esa relación
común que se da entre lo representado y su representación se denomina forma de
figuración.
La figuración, por tanto, puede ser de formas de figuración distintas; puede ser de las
relaciones espaciales, del cromatismo, de los tamaños, etc. Lo que hace que la
representación sea una representación de algo en concreto es que tiene alguna forma de
figuración idéntica a lo representado. Pues bien, una de esas formas de figuración, la de
mayor interés cuando se trata de la representación cognoscitiva del mundo —el
conocimiento— es la forma lógica.
Después de establecer esta isomorfía entre mundo y pensamiento, el siguiente paso, será
extenderlo al lenguaje; es decir, a la proposición.
6.1.1 El lenguaje
Wittgenstein piensa que, sea cual sea aquellos constitutivos físicos de lo que
denominamos pensamiento, guardan con el lenguaje la misma relación que guardaba el
pensamiento con la realidad. Es decir que todo lo que es pensable podrá ser dicho en
proposiciones debido a la isomorfía que se establece entre el pensamiento y el lenguaje;
igualmente, lo que no pueda ser dicho no podrá ser pensado.
Los signos sensibles de la proposición no son fijos, el lenguaje natural, que es el lenguaje
en el que nos expresamos, puede disfrazar la forma lógica designando, con varias
palabras, una misma realidad. Por ejemplo, la expresión “La botella está medio vacía”
designa lo mismo que “La botella está medio llena”. Estas posibilidades de enmascarar
la forma lógica es la que termina dando lugar a una serie de falsos problemas —
problemas filosóficos— que quedan resueltos simplemente con aclarar la forma lógica
del lenguaje.
Una labor positiva a realizar por la filosofía será la de establecer un lenguaje claro, que
no enmascare la forma lógica, y que será el lenguaje ideal en el que expresar nuestro
conocimiento del mundo; que es conocimiento científico. Ese lenguaje establecerá una
relación biunívoca con la realidad que designa, de manera que haya un signo lingüístico
por realidad designada; y así, no se disfrace, como ocurre en nuestro lenguaje natural, la
forma lógica del mundo.
Para que tal cosa pueda realizarse es necesario que haya, por cada hecho atómico, una
proposición elemental —Russell las denominaba proposiciones atómicas— que la diga.
Y así, las proposiciones no elementales deberán poder descomponerse en las
proposiciones elementales que se relacionan con los hechos atómicos. Por ejemplo, la
proposición compuesta “Juan corre y Pedro ríe” puede descomponerse en “Juan corre”
y en “Pedro ríe”, siendo la estructura que une esas proposiciones la que se refleja en la
conectiva “y”; otra conectiva, por ejemplo “o” daría lugar a una estructura diferente y,
Filosofía del lenguaje: Wittgenstein. Página 42 de 13
por tanto, a una proposición compuesta distinta. Cada una de esas proposiciones debe
poder descomponerse en otras más elementales hasta que al final, se llegase,
hipotéticamente, a las últimas proposiciones elementales que contengan la misma forma
lógica que el hecho atómico que enuncian18.
Y de nuevo, para que esto sea posible, tiene que haber una correlación entre los objetos
simples, que forman el hecho atómico, y alguna unidad lingüística que pueda describir
uno a uno cada uno de esos objetos simples. A esas entidades lingüísticas que designan
objetos simples las denomina Wittgenstein nombres simples.
Más allá de las proposiciones significativas de los hechos y de la vacuidad, pero legítima,
de las tautologías, no existe ningún uso legítimo del lenguaje y cualquier intento de
usarlo de otro modo carece de sentido. En particular todos los enunciados éticos,
metafísicos o religiosos no serán más que pseudo-proposiciones, violaciones del uso
adecuado del lenguaje que aunque parecen decir algo en realidad no dicen nada, ya que
18
La verdad, o falsedad, de una proposición compleja está en función de la verdad, o
falsedad, de las proposiciones elementales que la forman y en relación al tipo de relación —
conectiva— que las une.
Filosofía del lenguaje: Wittgenstein. Página 43 de 13
no hablan de objetos del mundo y por tanto no tendrán sentido, sólo que la ambigüedad
y oscuridad del lenguaje natural hace que parezcan que hay problemas legítimos, pero
si se coge una pseudoproposición de esas disciplinas y pedimos claridad en el significado
de las palabras vemos que carecen de tal significado, ya que hablan de objetos que no
están en el mundo, y por tanto no son, al carecer de significado, verdaderas
proposiciones.
Tomando como ejemplo a la ética es evidente que ningún hecho del mundo puede tener
valor. Si un ordenador recogiera la descripción de un hecho que presuntamente nos
pareciera valioso o disvalioso veríamos que en su descripción ningún no aparece el valor
porque lo valioso no es un objeto del mundo al que podamos poner nombre, por tanto
ninguna proposición que hable de valores puede tener significado, ya que no hay un
referente en el mundo que se lo dé y, por tanto, la frase sería un sin sentido.
Wittgenstein no está negando que haya cosas que nos parezcan, por ejemplo, valiosas;
sólo niega que se pueda hablar de ellas con sentido y, por tanto, respecto a ellas
recomendará el silencio.
Así, todos esos típicos problemas filosóficos, y también religiosos, sobre el sentido de
la vida, la ética, la belleza, etc., quedan disueltos mostrando que no es posible decir esos
problemas en el lenguaje. Porque al expresar alguna cuestión sobre la belleza usamos el
lenguaje sin poder dar un significado físico a la palabra “belleza”; luego la frase que
contenga tal palabra simplemente no acaba de significar nada con sentido ya que no
todas las palabras que la componen tienen significado, y por tanto no es un enunciado
legítimo, es un pseudo enunciado o pseudo proposición, y, por tanto, si no se puede
preguntar con sentido sobre esos temas —es decir, si no hay preguntas— no habrá
respuestas.
La segunda labor sería la de aclarar todos esos enredos que el lenguaje ordinario provoca
por su oscura forma lógica; en este sentido su labor es mostrar que los tradicionales
problemas filosóficos son en realidad sinsentidos. La filosofía, así, deja de ser una teoría
para convertirse en una actividad clarificatoria, que se ejerce sobre el lenguaje ordinario,
para exorcisarlo de los problemas filosóficos a los que da lugar; es decir, la filosofía
queda reducida a ser crítica del lenguaje.
hablamos con proposiciones de proposiciones sería como hacer la figura de una figura,
es decir, el mapa de un mapa, pero esto es absurdo, un dibujo de un dibujo no dice nada
sólo se muestra, y lo que se muestra no es dicho, por tanto las proposiciones del
Tractatus son un sin sentido. Su utilidad está en que muestran como son las cosas, pero
no son ni verdaderas ni falsas, carecen de sentido, de ahí las proposiciones últimas del
Tractatus que indican que de aquello sobre lo que no cabe decir nada con sentido mejor
es callarse.
6.1.3 Lo místico.
Como se dijo sólo puede ser dicho, con sentido, aquello que representa un hecho. Eso
es lo que hace la ciencia, fuera de ella no hay conocimiento. El conocimiento es
conocimiento científico y, por eso, los límites de lo que puede ser dicho con sentido
son los límites del mundo.
Sin embargo, además de “decir” una proposición puede “mostrar”. La filosofía comete
un sinsentido cuando intenta decir lo que no puede ser dicho, pero puede mostrar, a
través del lenguaje, lo que no puede decirse; justo eso es lo que hace el mismo Tractatus.
Esas realidades, por otro lado, parecen tener un alcance más sentimental que racional,
y aunque su ser está fuera del mundo, no están lejos de él. Son como límites del mundo
ya que, en algún sentido, se producen cuando se contempla el mundo desde una
perspectiva de lo global.
Una descripción de cómo es el mundo es la que la ciencia natural dice, pero señalar qué
es el mundo, desde esa perspectiva de lo global, no puede hacerlo la ciencia, porque el
sentido del mundo no puede decirse, sólo cabe mostrarlo; el sentido del mundo queda
fuera del mundo.
Eso mismo ocurre con las demás “realidades” como la religión, la ética, la belleza, y
demás realidades que son trascendentales al mundo y que, por tanto, no pueden decirse
con sentido; son límites del mundo.
Que no puedan ser dichas impide que puedan ser pensadas, debido a la isomorfía entre
pensamiento y lenguaje y, por eso, parece que el acceso a ellas es emocional. Por eso,
son las artes, como la música, la pintura, la poesía, etc., las que pueden mostrar los
místico, mucho mejor que el lenguaje descriptivo de la proposición.
Las repercusiones del primer Wittgenstein, el del Tractatus, serán relevante. A partir de
él y sus ideas se inicia una corriente filosófica de gran importancia que se articulará a
Filosofía del lenguaje: Wittgenstein. Página 45 de 13
Hay dos tesis del Tractatus que aquí se abandonan. En el Tractatus Wittgenstein
suponía que los hechos mantenían una forma lógica en el sentido de que constaban, en
última instancia, de elementos simples los cuales podían ser recogidos en un lenguaje
adecuado; en las Investigaciones sugerirá, por el contrario, que el concepto de elemento
simple no es un concepto absoluto, sino relativo a determinados contextos. Dicho más
claramente no existen unos elementos simples con independencia del contexto. El
contexto es "el juego lingüístico" del cual dependerá el significado de las palabras. Para
Wittgenstein el lenguaje será ahora de una flexibilidad total en cuanto a su significado;
son los hablantes de la lengua los que al usar las palabras las dotan de un significado, y
por tanto una misma palabra puede significar una cosa en ciertos contextos y otra en
otros, y así a la pregunta de "¿Es compuesta la imagen visual de esta escoba?" la
respuesta sería: depende de lo que entienda usted por compuesto. Para entender
adecuadamente el sentido de la respuesta hay que pasar a la segunda tesis novedosa de
las Investigaciones.
forma que las palabras quedaban fijadas al hecho que describían; para el segundo
Wittgenstein existen numerosos usos del lenguaje, cada uso del lenguaje se da en un
contexto o "juego lingüístico" donde el significado de las palabras se fija. Así por
ejemplo para las palabras "símbolo", "bien", "mito"..., hay innumerables tipos de usos
y esta multiplicidad no es algo fijo y dado de una vez por todas. Si alguien pregunta, por
ejemplo, que significa la palabra "deber", Wittgenstein diría que nada; las palabras no
significan nada fuera del uso que en los juegos lingüísticos se les de. Esto ocurre porque
los hechos no constan de elementos simples y últimos al que pudieran referirse las
palabras, por tanto el significado de estas flota libre, y únicamente queda fijado por el
uso que el hablante les da en un contexto conocido y compartido por el que habla y el
que escucha.
“¿Pero cuántos géneros de oraciones hay? ¿Acaso aserción, pregunta y orden? ─Hay
innumerables géneros: innumerables géneros diferentes de empleo de todo lo que
llamamos «signos», «palabras», «oraciones». Y esta multiplicidad no es algo fijo, dado
de una vez por todas; sino que nuevos tipos de lenguaje, nuevos juegos de lenguaje,
como podemos decir, nacen y otros envejecen y se olvidan. (Una figura aproximada de
ello pueden dárnosla los cambios de la matemática). La expresión «juego de lenguaje»
debe poner de relieve aquí que hablar el lenguaje forma parte de una actividad o de una
forma de vida. Ten a la vista la multiplicidad de juegos de lenguaje en estos ejemplos y
en otros: dar órdenes y actuar siguiendo órdenes, describir un objeto por su apariencia o
por sus medidas, fabricar un objeto de acuerdo con una descripción (dibujo), relatar un
suceso, hacer conjeturas sobre un suceso, formar y comprobar una hipótesis, presentar
los resultados de un experimento mediante tablas y diagramas, inventar una historia y
leerla, actuar en teatro, cantar a coro, adivinar acertijos, hacer un chiste y contarlo,
resolver un problema de aritmética aplicada, traducir de un lenguaje a otro, suplicar,
agradecer, maldecir, saludar, rezar.”19
Por ello la filosofía queda encargada de resolver, o mejor, disolver los problemas
filosóficos a través de la tarea de comprender los usos lingüísticos, y en esta cuestión,
aunque por motivos distintos, no se aparta demasiado del Tractatus:
Cuando los filósofos utilizan palabras tales como "conocimiento", "ser", "objeto",
"yo", "proposición", "nombre", y tratan de captar la esencia de la cosa en cuestión,
uno debe preguntarse: ¿Esta palabra se usa efectivamente de esta forma en el juego
lingüístico que constituye su lugar de origen? Lo que hacemos nosotros es devolver
las palabras de su uso metafísico a su uso diario20
19
Texto PAEG: LUDWIG WITTGENSTEIN. Investigaciones filosóficas. Traducción de A.
García Suárez y U. Moulines. Barcelona: Crítica, 1988, § 23, pp. 39-41.
20
Wittgenstein es conocido por dos filosofías diferentes. En ambas su centro de interés es el
lenguaje. La primera de ellas, escritas en el “Tractatus logico filosoficus” dará lugar al
positivismo lógico, el cuál intentará construir ese lenguaje lógico ideal en el que la ciencia
Filosofía del lenguaje: Wittgenstein. Página 47 de 13
7 El Existencialismo.
7.1 Introducción
Con todo, y pese a esta separación radical entre ambos, mundo y conciencia, se van a
dar en una muy estrecha relación que va a impedir que una de ellas pueda tener sentido
sin la existencia de la otra.
Una forma de considerar lo real es como algo sustancial que existe con independencia
de la conciencia que puede, o no, percibirlo; tradicionalmente se ha denominado
realismo a ese modo.
Otro modo, este idealista, considera que lo real lo es en la medida en que se da en una
conciencia; aquí todo lo que existe lo hace sólo en tanto que es presente a una
conciencia.
Pues bien, lo que Sartre —entre otros— considerará que aparece a la conciencia como
fenómeno, en realidad, no es fenómeno de nada; más bien ocurre que el fenómeno es
la realidad. Detrás del fenómeno no hay nada sustancial; no hay una sustancia “detrás”
de lo que aparece. Lo que denominamos lo real está ligado a su aparecer, y como tal
cosa que es —apariencia— se manifiesta.
Este modo de presentar la realidad hace que haya que estudiar en él dos tipos de
elementos contrapuestos; la conciencia y el objeto.
7.2.2 La conciencia
Sartre, como Descartes, parte del dato básico de la conciencia, sin embargo su análisis
es distinto del cartesiano. Lo que será criticable en Descartes es la asunción de un yo
como sustancia principal que se asoma a su conciencia como si ésta fuera el escenario
por el que transcurren las ideas.
Por ejemplo, amar a Luisa no es lo mismo que pensar que se ama a Luisa. En el primer
caso el objeto intencional es “Luisa”, en el segundo es “Yo-amando-a-Luisa”. En el
primer modo la conciencia no es reflexiva ya que no se ocupa de sí misma, no tiene
como objeto intencional su acto de haber sido consciente de algo. Sin embargo, en el
segundo caso, lo que toma el papel de objeto es ella misma siendo consciente de su amor
por Luisa; en la conciencia reflexiva ésta se vuelve sobre sí misma.
Lo que cabe señalar en principio es que para que exista la conciencia reflexiva,
necesariamente antes tiene que haberse dado la conciencia prerreflexiva, ya que si la
conciencia reflexiva es una operación en la que la conciencia se da cuenta de que es
consciente de algo, necesariamente tiene, previamente, que haber sido consciente de
algo en el modo prerreflexivo.
El ego aparece por un acto de reflexión. El ego no existe hasta que de pronto la
conciencia se para y reflexiona sobre su actividad. En el modo original y primario de la
conciencia prerreflexiva no hay ningún yo, no hay ningún yo “detrás” de la
conciencia21, sólo hay el hecho de ser consciente de algo, nada más, sólo hay el hecho
de ser consciente y el objeto de lo que se es consciente. El yo no sólo no está, sino que
de estar sería algo que oscurecería esa característica esencial a la consciencia, que es el
ser transparente.
Es después de haberse dado el acto consciente cuando, al reflexionar sobre él, aparece
un acto nuevo en el que la conciencia es ahora consciente de haber sido consciente de
algo, y al darse cuenta de eso, adopta como objeto intencional el acto del que fue
consciente. Al hacer eso hace aparecer el yo, que se da al adoptarse a sí misma como
objeto intencional.
El yo existe como los demás seres del mundo en tanto que, como ellos, existe por ser
objeto intencional de la conciencia, aunque él exista de modo peculiar. En cualquier
21
Como pensaba Husserl a instancias de Kant.
Existencialismo: Sartre. Página 51 de 13
Para Sartre lo real es lo que se da en la conciencia. Lo real aparece siendo tal a través de
la conciencia; no porque tenga una existencia distinta de su aparición a la conciencia,
sino porque es que, la función de la conciencia, es hacer aparecer lo real. Cuando
percibimos una mesa de modo prerreflexivo sólo está la mesa y el hecho de que “es
consciente”. La conciencia es transparente, no se ve, no se nota mientras miramos la
mesa, la ponemos nosotros al reflexionar sobre ese hecho, pero originalmente sólo hay
una mesa que existe dándose en una conciencia.
Este manera de considerar lo real hace que Sartre evite el problema cartesiano de tener
que demostrar la existencia de un mundo exterior. Para la conciencia reflexiva no hay
mundo sin yo, ni yo sin mundo, ya que no hay mundo sin conciencia del mundo, ni hay
conciencia sin mundo del que ser consciente. Aislar a alguno de los dos elementos, y
tratarlo de manera separada, es un error.
Ni el yo crea su objeto, ni el objeto crea al yo, los dos se ponen a la vez en correlación.
Para la conciencia reflexiva, la que reflexiona sobre la prerreflexiva, el yo es un derivado;
el yo emerge, o es hecho emerger, sacándolo del trasfondo de la conciencia irreflexiva,
como un polo de conciencia.
22
La imaginación.
Existencialismo: Sartre. Página 52 de 13
7.2.4.1 El transfenómeno.
Nada sustancial hay detrás del fenómeno y, sin embargo, el ser de las cosas no se reduce
al fenómeno que vemos. ¿Cómo es esto posible?
Por ejemplo, lo que una manzana es, no sólo se determina por su apariencia desde
distintos ángulos y distancias, es que lo que es la manzana también está constituido por
su interior, por las distintas apariencias de las láminas que podríamos cortar en ella.
¿Podríamos conseguir una percepción completa de la manzana? No, porque si, por
ejemplo, cortamos láminas de un grosor no lo cortamos de otro. Es imposible desplegar
las infinitas percepciones posibles de la manzana; es más, aunque consiguiéramos tal
cosa, eso que tendríamos delante no sería una manzana, como mucho parecería algo así
como una manzana cubista…
Los objetos no se “acaban” en lo que se percibe o aparece ante nosotros. Los seres
tienen, y presentan, ante nosotros un fenómeno y un transfenómeno.
El transfenómeno son las distintas e infinitas apariencias posibles de un ser. Ahora bien,
cuando miramos un ser no vemos ese conjunto infinito de apariencias, pero sí es patente
—dice Sartre— que con esa apariencia que vemos se da esta otra infinita posibilidad de
apariencia; aunque no se de cómo fenómeno sino a su modo, como transfenómeno.
Sólo existe lo que se hace presente a la conciencia, sólo que no todo lo que se hace
presente a la conciencia es fenómeno, aunque vaya incluido en el fenómeno. El
transfenómeno va incluido en el fenómeno pero a su modo peculiar de ser, es decir
como una posibilidad de despliegue. En eso consiste ser objeto para la conciencia, en
disponer de una apariencia fenoménica y otra transfenoménica.
Un bosque, por ejemplo, no consiste en los pocos árboles que podemos ver desde el linde
o desde su interior, consiste en la posibilidad de pasear e ir desplegando, en el fenómeno,
el transfenómeno del bosque. El bosque, cuando le vemos, tiene dos partes, la parte
fenoménica, que consiste en los pocos árboles que vemos, y otra no fenoménica —la
transfenoménica— que sin embargo está presente, incluida en el fenómeno que vemos,
y que conforma lo que es ser un bosque. Y si intentásemos reducir el bosque a la visión
fenoménica de los pocos árboles que en un momento dado vemos no diríamos verdad,
porque doce o trece árboles no son un bosque, un bosque consiste en esos doce o trece
árboles que vemos y en la posibilidad de seguir viendo árboles, en la posibilidad de ir
Existencialismo: Sartre. Página 53 de 13
No hay pues, más fenómeno, que el que aparece en la percepción, sólo que existir no
consiste en, como dijo el idealista Berkeley, en “ser percibido”; es la infinita posibilidad
de percepción la que se asoma al fenómeno, que sí percibimos, y conforma, con ésta, el
objeto percibido.
Ahora bien, si los seres no consisten en ser percibidos, ya que hay una zona del ser —
el transfenómeno— que, aunque presente en el fenómeno, no se despliega como
fenómeno, significa que los seres que aparecen en la conciencia no existen sólo en tanto
que fenómenos de la conciencia.
La existencia del transfenómeno indica que el ser tiene una existencia “en-sí-mismo”,
es decir que tiene una existencia que es independiente de su mero aparecer a la
conciencia y, por tanto, de un mero “ser-para-mi”.
El ser en-sí es el trasfondo oscuro, por así decir, desde el cuál es hecho aparecer el
mundo. Este en-sí es sin razón, sin causa, sin necesidad, simplemente es. No hay razón
ninguna para el ser en-sí. Su existencia no depende de otro ser, es “gratuita”.
Por ejemplo, supongamos una palabra —esdeob— que designa la relación "estar a
la derecha del observador". Ahora se afirma que un silla en concreto tiene la
propiedad esdeob; de hecho, para todo ser de este mundo puede establecer si tiene,
o no, la propiedad esdeob. Ahora bien, ¿son los objetos esdeob cuando dejo de
observar? ¿Qué ocurre cuando muero con la proposición que dice que la silla es
esdeob? ¿Es esa proposición verdadera o falsa? La silla, cuando no hay observador,
ni es esdeob ni puede dejar de serlo; la propiedad en cuestión no existe sin
observador, para existir hace falta que el observador exista. Pues bien, ¿cómo sé que
la propiedad de ser silla no es como la propiedad endeob que sólo existe como una
relación con un sujeto?
Existencialismo: Sartre. Página 54 de 13
¿Hay una pared cuando no se mira? Si yo me fijo en una pared tengo una serie de
ladrillos que se unen en una organización que hace que eso sea "pared" y no
"montón"; pero esa organización ¿no es acaso una organización "para mi"?.
Quizá —podría decirse— para que haya pared deba haber una conciencia que
"entienda" esa organización concreta de ladrillos que hace de ellos una pared, pero
al menos los ladrillos parecen independientes de tales "organizaciones". Pero, de
igual modo que con la pared, el ladrillo no es más que arcilla cocida en un cierto
orden, porque en otro "orden", más que ladrillo lo llamaría "cascote". ¿Existe pues
el ladrillo en sí, o es más bien el ladrillo algo que "emerge" a mi conciencia y sin la
cual no hay tal?
Si nos preguntamos cómo es ese “ser en sí”, antes de que emerja hecho objeto
intencional de la conciencia, la respuesta más aproximada pudiera ser la de asemejarlo
al “Ser” de Parménides; como éste es indiferenciado, macizo, sin huecos, sin fisuras, sin
significado, sin nada distinto que puede diferenciarlo; lo más aproximado que puede
decirse de él es que es, y se limita a ser.
Si la conciencia es conciencia-de algo, entonces ella debe ser distinta del ser del que es
consciente. Es decir, la conciencia no puede ser un ser como los demás, ya que ella
consiste en ser-consciente-del-ser, ella misma será una especie de no-ser, una cierta
nada, de hecho, por ella, la nada se introducirá en el ser.
Ser consciente de un trozo de papel es “sacar”, ese papel, del trasfondo difuso del
en-sí impidiendo que pueda ser cualquier cosa. En cambio, el resto de los objetos en
los que no me fijo vuelven al trasfondo, los hago nada.
Si tuviéramos que decir qué es la conciencia no podríamos decir de ella que es algo, ella
no es algo en-sí, ella es la que pone la realidad de lo que es sin que ella misma sea algo
en sí; ella es nada.
El ser para-sí no es un ser en-sí, luego no tiene ya adquirido un ser, tendrá que adquirirlo.
Por eso el hombre es un ser que primero existe y luego, en la medida en que va haciendo
su vida, va haciendo lo que él será, va dándose la esencia. En el ser humano primero es
la existencia y después vendrá la esencia. Y por eso, del ser humano, se dice que es
“para-sí”, porque carece de ser en-sí y se ocupa de sí, él es para-sí.
7.2.6 La libertad
El hombre es libre lo quiera o no. Está condenado a hacer algo de sí mismo, él es para-
sí. Qué cosa vaya a ser depende de él, es su propia elección.
Nadie nos pregunta si queremos nacer, nos encontramos en el mundo viviendo, y nos
encontramos viviendo en una situación concreta. Esta situación se caracteriza por las
circunstancias concretas en las que a uno le toca vivir y elegir. El lugar geográfico de
nacimiento, las circunstancias accidentales de nuestro entorno, el prójimo que nos
rodea, el hecho de que tengamos que morir…, todas esas circunstancias definen la
Existencialismo: Sartre. Página 55 de 13
situación en la que estoy y en la que elijo. Elegir es hacerlo desde una situación concreta,
pero aunque todas las situaciones concretizan el contexto desde el que elijo, jamás
determinan mi elección.
No hay ninguna justificación, ni racional ni moral, para las elecciones tomadas, ningún
asidero, ninguna excusa. Nuestra elección siempre es gratuita, porque básicamente
nosotros no tenemos un ser, una esencia o interior, en la que apoyar nuestra elección,
ésta parte, pues, de la nada, se basa en nada.
Con la libertad se tiene el “instrumento” para “hacerse”. Ya que el hombre no es, tendrá
que hacerse, y por eso, si hay naturaleza humana, ésta sólo consistiría en tener que
hacerse, en tener que elegir qué haremos y qué seremos.
“Estamos solos, sin excusas. Es lo que expresaré diciendo que el hombre está
condenado a ser libre. Condenado, porque no se ha creado a sí mismo, y sin
embargo, por otro lado, libre, porque una vez arrojado al mundo, es responsable de
todo lo que hace. El existencialista no cree en el poder de la pasión. No pensará
nunca que una bella pasión es un torrente devastador que conduce fatalmente al
hombre a ciertos actos y que por consecuencia es una excusa; piensa que el hombre
es responsable de su pasión. El existencialista tampoco pensará que el hombre puede
encontrar socorro en un signo dado sobre la tierra que le orienta; porque piensa que
el hombre descifra por sí mismo el signo como prefiere. Piensa, pues, que el hombre,
sin ningún apoyo ni socorro, está condenado a cada instante a inventar el hombre.”23
7.2.7 La moralidad
Tampoco se trata, dice Sartre, de que esa elección sea caprichosa. Cuando el hombre
elige un valor, o un curso de acción, frente a otras posibilidades, con esa elección está
afirmando que el curso elegido es más valioso que las alternativas desechadas.
Eso conlleva que el hombre, en su elección, está indicando que lo elegido es lo mejor
para todos. Es decir, que lo elegido es como si se eligiese, idealmente, como lo valioso
23
Texto PAEG: JEAN PAUL SARTRE, El existencialismo es un humanismo, Trad. V. Prati.
Barcelona, Orbis, 1984, pp. 68-69.
Existencialismo: Sartre. Página 56 de 13
para todos, y es eso lo que impide que pueda considerarse como un capricho.
En cada elección moral uno elige cómo debería ser la humanidad. Construirme a mi
mismo, a través de mis elecciones, es construirme como yo estimo que debería ser la
humanidad. Y es en este sentido en el que el juicio moral tiene un carácter universal.
Eso no impide que pueda existir el malvado; es decir, la persona que prefiera elegirse de
modo distinto a lo que a él le parece que sería idealmente valioso para todos. Lo que no
puede el malvado es ser malvado y no saberlo.
Hay que subrayar de nuevo que cuando uno elige en una situación concreta no elige
apoyado en ninguna tabla de valores o deberes. La elección es anterior, la elección habría
sido elegir esa tabla como una tabla de valores efectiva para él.
A juicio de Sartre el “para-sí” hace una elección original, o primitiva, en la que proyecta
su yo ideal eligiendo, con él, un conjunto de valores. Todos los deseos particulares son
expresiones contingentes de un deseo fundamental, que es el que se refleja en el
proyecto elegido.
Las acciones de las personas son símbolos que expresan ese deseo fundamental. Por
eso, a través de ellas, puede intentar descifrarse aquel.
En ocasiones las personas creen conocer cuál sea esa elección fundamental, pero muy
bien puede ocurrir que lo que la persona cree que es su ideal no lo sea realmente. Lo
que manifiesta realmente ese proyecto son los actos de la persona.
Pero aún podría ocurrir que, en lo que hacemos, no se distinga aún nuestro proyecto
real del que nos parece que es. De hecho una única acción puede ser la que acabe de
distinguir un proyecto de otro; y así, una persona que después de una vida de héroe
Existencialismo: Sartre. Página 57 de 13
comete al final un acto único de cobardía revela, en ese único acto, que nunca fue un
héroe, que lo que era su proyecto fundamental contingentemente coincidía con el de ser
héroe, pero que nunca lo fue. Un acto, por tanto, puede trastocar el sentido de toda un
vida al hacer que esta, al final, signifique algo distinto de lo que parecía ir significando
al observador, ya sea este observador alguien ajeno o uno mismo.
Esto es así porque, para Sartre, no hay un “detrás”, no hay una virtud oculta que no “se
vea”. Sólo hay lo que se hace, y la persona es el conjunto de sus actos. Es en ellos, y por
ellos, por los que cabe descifrar el proyecto vital de la persona.
Esa elección original puede ser cambiada por la persona a lo largo de su vida, pero esto
es infrecuente y requiere una fortísima conversión, un cambio radical.
Respecto a la elección básica del hombre, Sartre piensa, que en ella el para-sí busca dos
cosas. Por un lado busca ser un en-sí, es decir, adquirir un ser definitivo, porque
esencialmente somos un deseo de ser; pero por otro lado no desea renunciar al hecho
de ser él mismo una conciencia. Es decir, que desea por un lado ser en-sí y por otro ser
para-sí, ambos a la vez. Pero convertirse en un ser-en-si-para-si coincidiría con
convertirse en Dios. El hombre es deseo de ser Dios, y la libertad expresa ese básico
deseo de mil y una maneras, en mil y un proyectos de vida, porque el hombre es el ser
que proyecta ser Dios.
Sin embargo, ocurre que esa idea de Dios, la de un ser en sí y para sí, es contradictoria.
Porque la conciencia es siempre conciencia-de y por tanto no es nunca el ser del que es
consciente, ella no es nunca el ser. De ahí que Sartre concluya que el proyecto humano
está condenado al fracaso, que el hombre es, por tanto, una pasión inútil, una pasión
que acaba al fin en el absurdo de la muerte.
Lo que hace que la vida humana sea absurda son varias cosas. Lo es porque existe sin
razones, sin necesidad, sin causa que la determinara a ser, gratuitamente. Porque,
además, es una carencia de sentido en tanto que no consistimos en ser algo, sino más
bien en traer la nada. Por eso se tratará, de dar sentido a nuestra vida —que es nuestro
ser— en la elección, en una elección libre, con la que construyamos nuestro ser. Pero
ocurre que nuestra vida intenta un imposible y que, por tanto, sólo puede ser un
perpetuo fracaso; por eso todo termina como empezó, en el absurdo.
Ortega y Gasset. Página 58 de 13
8 Ortega y Gasset.
Pues bien, dicho de un modo grueso, la filosofía anterior a Descartes queda denominada
por Ortega como realismo por el hecho de haber establecido la realidad radical en las
cosas exteriores. Decir que la realidad radical son las cosas es decir que todo lo que
existe es cosa o radica en las cosas como un accidente suyo.
Esta tesis fue puesta en duda a partir de Descartes. Para la nueva concepción la realidad
radical no son las cosas; ya que la existencia de las cosas no es segura, porque existen
sueños, alucinaciones y, a fin de cuentas, podría ocurrir que las cosas no fueran reales.
Sin embargo el yo es cierto e indubitable. A partir de Descartes se inicia un nuevo tipo
de filosofía, llamado idealismo, que va a poner la realidad radical no en las cosas sino en
el yo, porque, en rigor, sólo puede afirmarse que existe aquello de lo que tengo
conciencia, aquello que es en el presente contenido de conciencia del yo, ya que si el yo
deja de tener presente algo, por ejemplo la habitación en la que estamos, entonces esa
existencia se vuelve problemática. Las cosas solas e independientes de mi tienen una
existencia problemática, podrían no existir. Por eso, para el idealismo, las cosas son en
mi, son ideas mías, y por tanto es en mi donde esas cosas existen; y así el yo es, en el
idealismo, la realidad radical, porque es en el yo en el que radica todo.
Para Ortega no puede existir un yo si no existen las cosas, porque ser yo consiste en
serlo haciendo algo con las cosas. Es decir, la noción de “yo” que supone el idealismo
es la de una sustancia mental, la de algo que existe por sí mismo y por lo cual existen las
ideas. Pero Ortega señala que el “yo”, por sí mismo, nunca existe; que el “yo” siempre
existe pensando, percibiendo, amando, recordando, es decir que el yo siempre existe
tratando con las cosas, siempre existe con las cosas y que por eso no hay “yo” si no hay
cosas. Por ejemplo ¿puede un yo pensar pero no pensar en algo, en alguna cosa?, o
¿puede percibir pero no percibir una cosa?
Por eso, ser un “yo”, sólo tiene sentido si se cuenta con las cosas, y viceversa, si hay
cosas es porque hay un “yo” al que referirse, un “yo” frente al cual se constituyen como
algo que no soy yo, es decir, como cosa.
Y por eso la verdadera realidad radical es la del yo con las cosas, y a ese quehacer del yo
Ortega y Gasset. Página 59 de 13
Y así la vida, la vida de cada uno, es la realidad radical en la que cualquier otra cosa
existente tiene que radicar para existir. Y esa realidad radical que es mi vida tiene dos
polos, el yo y las cosas, y son dos polos que se necesitan el uno al otra para existir, no
son autónomos, juntos constituyen la vida, mi vida.
Ahora bien, lo que el yo hace con las cosas es una actividad, es decir, el yo no se
encuentra existiendo pasivo junto a las cosas, sino que su existir consiste en ocuparse
en ellas, en pensarlas, usarlas…, en definitiva en una actividad que se trae con ellas, y
por eso resulta que la vida es una actividad, no una sustancia.
Tanto el realismo como el idealismo consideraron que la realidad radical era algo ya
hecho, que existía por sí mismo, ya fuera “cosa” o “yo”, pero para Ortega la realidad
radical no es una sustancia sino una actividad, no es algo hecho sino que consiste en un
hacerse; la realidad radical es un hacerse. Por eso Ortega se sitúa, en este asunto, más
cerca de Heráclito o Nietzsche que de Aristóteles y Descartes.
Cuando se dice que la realidad radical es la vida hay que entender la vida concreta y
peculiar de cada uno, la que se da en las concretas circunstancias que cada uno vive.
Pues bien, señala Ortega, que uno se encuentra de pronto viviendo su vida, es decir, que
uno se encuentra en la vida sin que nadie la haya consultado, se encuentra viviendo
como un hecho, como algo que no depende de él. Ahora bien, como vivir es ser con las
cosas resulta que el hombre se encuentra, por vivir, en una relación concreta con las
cosas, una relación que él no ha deseado ni pedido, que se le impone. Por ejemplo, se
encuentra viviendo en una época concreta -en el siglo XX- en un lugar particular -en
Lanzarote-, en una situación específica -quizá siendo de clase media,…- teniendo un
concreto físico, unos concretos padres, unas concretas capacidades y en un concreto
mundo físico con sus leyes específicas. Pues bien, al conjunto de elementos que no
somos nosotros, que no dependen pues de nosotros, y con los que nos encontramos en
nuestra vida, se le denomina circunstancia.
No todas las circunstancias me son igualmente distantes, las hay más lejanas, como la
sociedad en la que nazco, las creencias y opiniones de mi tiempo y país, etc; y más
cercanas, como es mi cuerpo, o incluso mis capacidades intelectuales, como el hecho de
ser más o menos inteligente, tener más o menos imaginación o memoria, es decir mi
Ortega y Gasset. Página 60 de 13
No somos libres de elegir cuál sea nuestra circunstancia, ésta se nos presenta hecha,
terminada sin nuestro permiso o consentimiento, en lo que somos libres es en el cómo
respondemos ante esa circunstancia que se nos impone, Y sin embargo no somos libres
de no responder a ella, porque nuestro ser consiste en ser con las cosas, en actuar, y así
aunque decidamos no intervenir, no hacer algo, hemos ya decidido hacer eso mismo,
no intervenir. Nuestra vida consiste en actividad; y así, estar condenado a tener que
hacer algo ante las cosas no es más que estar condenado a existir. Mi modo de existir
consiste en eso, en hacer algo con las cosas, en responder con mis actos a la
circunstancia que me rodea. Por tanto dos cosas se me imponen, se me impone la
circunstancia y se me impone la necesidad de hacer algo en esa circunstancia.
La necesidad de ser libres es así, en el hombre, porque somos el único ser que tiene que
construirse su vida, una piedra no tiene que decidir nada, un animal tampoco ya que sus
instintos le dicen qué hacer, pero el hombre está obligado a construir su ser. No hay un
único modo de ser hombre, como sí lo hay de ser animal o cosa, y decidir cuál de los
posibles modos de ser humano, dadas nuestras circunstancias, es una decisión a la que
estamos obligados por el modo en que estamos hechos. Y a su vez, el estar obligados a
decidir qué somos hace que seamos responsables de nuestras decisiones, porque
libremente se adoptan entre todo un abanico de posibilidades que la circunstancias nos
impone.
8.3 El perspectivismo.
Decíamos que la realidad radical era la vida, mi vida. Pues bien, toda vida, en tanto que
incorpora un yo y una circunstancia concreta, es una perspectiva.
El realismo hubiera dicho que lo real existe, se perciba o no; el idealismo que lo real es
el yo, perciba o no; Ortega que la realidad es la percepción lo cuál incluye,
necesariamente y como partes suyas aunque no autónomas, tanto el yo como el mundo.
Lo que Ortega afirmará es que la realidad no existe más que siendo una perspectiva. La
perspectiva es un ingrediente constitutivo de la realidad. El ser definitivo del mundo no
es ni materia (realismo) ni espíritu (idealismo), sino una perspectiva.
Para entender bien esta doctrina hay que resaltar que aquí no se trata de que cada cual
tenga un punto de vista de la realidad, ya que percibe la realidad desde una circunstancia
concreta, sino que no hay realidad ninguna con independencia del punto de vista, de la
perspectiva. La perspectiva no es una deformación de la realidad, es su organización.
No hay realidad independiente de la perspectiva porque la realidad consiste en ser una
perspectiva25.
Por ejemplo, cuando dos personas miran un mismo paisaje cada cual tiene una
perspectiva distinta; no tiene sentido que declaren como falsa la perspectiva ajena,
tampoco afirmar que como ven cosas distintas lo que ven es ilusión; lo que ven es lo
real; y tampoco tiene sentido, piensa Ortega, decir que ven una cara del paisaje que
existe con independencia de su ser visto, porque no hay una perspectiva privilegiada,
una tercera perspectiva que pueda ver -¿desde qué ángulo?- toda la realidad del paisaje
y pueda, por tanto, juzgar la verdad o autenticidad de las demás.
Un objeto, como un paisaje, tiene múltiples caras; se le puede ver desde distintos
ángulos, desde distintas distancias. Si circunscribimos nuestra cuestión a una naranja
¿qué significaría tener de ella una perspectiva privilegiada? Tendría que ser posible ver
todas las caras de la naranja a la vez, desde todos los ángulos y distancias posibles, pero
no sólo su parte exterior, sino que tendríamos que poder ver, para ver la naranja de
forma global y completa, la naranja por dentro, y tendríamos que cortar láminas
finísimas, y también gruesas, de la naranja; pero no sólo en una dirección sino también
en las demás, y cuando al final tuviéramos todas esas ilimitadas perspectivas delante
nuestra tendríamos que decir que eso es una naranja, pero ni eso sería una naranja, ni
esa operación es posible llevarla a cabo porque la operación que me permite obtener
una perspectiva de la naranja me imposibilita para obtener otras (si la corto
24
FALTA La noción de proyecto
25
En este sentido cabe resaltar la integración de los avances científicos de la teoría de la
relatividad en el sistema de Ortega. En esta teoría el suceso A puede ocurrir antes que B visto
desde el punto P, pero desde el punto Q, en cambio, B ocurre antes que A. La pregunta sobre
¿cuál ocurre realmente con anterioridad, A o B, carece de sentido, no hay un ocurrir
independiente del punto de vista.
Ortega y Gasset. Página 62 de 13
Por tanto ¿qué es esa supuesta perspectiva absoluta del objeto? Pues no es más que un
intento científico, el de proporcionar una explicación que sea coherente con las diversas
perspectivas reales del objeto. Pero esa explicación no se basa en una perspectiva
absoluta, pues ningún objeto fue nunca visto desde ahí ni hay tal perspectiva, sino que
se basa en una construcción por parte del científico que se lleva a cabo abstrayendo de
las perspectivas reales los elementos comunes y formando, así, un “punto de vista”
ficticio y abstracto, una utilidad instrumental, desde la que, poder integrar en un todo
coherente las distintas perspectivas de la realidad.
El error que comete el realismo es suponer que la realidad tiene por sí misma, con
independencia del punto de vista que se tomara, una fisonomía propia. Desde ese punto
de vista se termina explicando que la perspectiva particular de un sujeto sólo es una
apariencia.
La idea de apariencia nace necesariamente con la idea de que hay una realidad objetiva
con independencia del sujeto que percibe; porque si la hay, ya que no se puede tener
una perspectiva global, sólo se puede tener una apariencia del objeto, es decir ver el
objeto cómo este se me aparece, y entonces yo dejo de percibir lo real para tener, en mi
mente, una apariencia suya; por tanto una copia que quizá hasta sea falsa.
Lo que hay que resaltar es que las cosas en el mundo vital se presentan siendo
indubitables. Lo que ahí se ve es lo real, y sobre ello se apoya la realidad problemática
de la ciencia y de las demás teorías que pueda haber sobre el mundo. La ciencia es sólo
una abstracción, una construcción de la imaginación a partir de los datos que se tienen,
que se dan, en el mundo vital. El mundo imaginado por la ciencia intenta hacerse válido
armonizando las distintas perspectivas concretas. Su realidad, pues, no es primaria sino
que es una realidad problemática, ya que no dice lo que hay, sino que al describir el
mundo lo hace en términos abstractos, términos que intentan ser válidos para todos, y
por tanto integra en su descripción una teoría imaginada de cómo es el mundo y en la
que se intenta armonizar las distintas perspectivas.
La ciencia, pues, puede ser falible, y puede cambiar por ocurrir que no hace bien su
trabajo, es decir puede ser falsa, y lo será, en tanto que no sea capaz de ser una teoría
coherente que armonice las distintas perspectivas que sobre el mundo vital haya.
Por tanto tenemos pues que las cosas, los objetos del mundo, tienen dos
interpretaciones distintas. En el mundo vital las cosas consisten en su referencia a mi
vida, es decir en ser impedimentos y estorbos para nuestra vida, su ser consiste en ser
para mi vida; por ejemplo el ser de la luz consiste en iluminar, ya que es su modo de
Ortega y Gasset. Página 63 de 13
Por el contrario la ciencia y la metafísica buscan un ser en sí de las cosas, sin embargo
ese ser en sí de las cosas es un ser en sí de algo que ha construido la imaginación del
hombre, el ser en sí no es el ser original de las cosas, sino uno secundario y problemático.
Una vez caracterizado el mundo vital, el mundo de la vida, Ortega distinguirá en él dos
tipos distintos de vida.
Ortega dice que el ser vivo, en tanto que vivo, realiza una serie de funciones biológicas,
tales como la digestión, la respiración, e incluso el pensamiento, o la volición. Las llama
funciones porque el sujeto las realiza en orden a su supervivencia, en orden a mantener
la vida. Pensar, o segregar pensamientos, es una función tan biológica como segregar
bilis por el páncreas. Uno puede hacer el esfuerzo de ponerse a pensar, pero no puede
garantizar el resultado de su pensamiento, ante un problema que se me ponga delante
puedo intentar resolverlo pero que se me ocurra el pensamiento correcto que solucione
el problema ya no depende de mi, y eso es así porque el pensamiento, lo que piense, es
una función como la circulación sanguínea, una función vital, algo que yo hago pero
que yo no soy.
Pues bien, dentro de esas funciones vitales Ortega va a ver una diferencia que va a dar
lugar a dos modos distintos de vida. Todas las funciones biológicas nacen en él de modo
espontáneo, y en ese sentido nacen todas con una función muy concreta, la de ser útiles
biológicos, funciones que tienen la misión de favorecer la vida subjetiva de cada cual,
pues bien, algunas de esas funciones consiguen ser útiles a la vida subjetiva de un modo
muy peculiar, y es que son válidas sólo en la medida en que sobre sus productos impera
una ley objetiva.
Los fenómenos vitales son todos los biológicos, pero algunos de ellos como la digestión,
la secrecciones, la locomoción, etc., no tienen ningún valor fuera del organismo, son
vida puramente biológica, en tanto que son así y no transcienden lo biológico Ortega
los llama vida espontánea. Sin embargo las otras funciones, aquellas que sí
transcienden lo biológico, constituyen otra forman de vida que llama vida espiritual.
culturales, como son la justicia, habrían desaparecido del mundo ya que la especie que
los produce no podría sobrevivir con ellos.
Al hecho de que esos productos de la cultura tengan un valor que los hace más valiosos
que la vida misma que los produce lo llama Ortega espiritualidad. Y así, una realidad
es espiritual cuando a pesar de ser producida por un individuo, por su vida, tiene más
valor que la propia vida del individuo que lo produce. Lo espiritual no es una sustancia
incorpórea, es una cualidad, una propiedad que consiste en tener un valor propio.
Por ejemplo, en el pensar no se puede pensar con utilidad para los fines biológicos si
no se piensa la verdad; lo mismo para los demás fenómenos, su valor está en valer sobre
los gustos y preferencias subjetivas del individuo.
El hombre cae en la cuenta, con Sócrates, que frente a todo lo que cambia se haya en
uno algo que es capaz de tener un valor absoluto, de no cambiar.
La perspectiva personal puede ser distinta de la del vecino, pero ambos disponemos de
una razón que nos presenta un mundo común para ambos, un mundo ideal que es tan
válido para él como para mi, un mundo que además permanece siempre idéntico a sí
mismo. Mientras mis percepciones cambian, mientras varía las cosas que me convienen
para mi vida, o lo hacen mis gustos, sin embargo la razón me muestra algo válido para
mi y para todos, algo inmutable. Y frente a este hecho el hombre va a elevar a sagrada
esa realidad -realidad ideal- y la toma como la realidad válida, como la única real, frente
a lo que me muestran los sentidos que como mucho sólo sería válido para mi -porque
es relativo a mi- pero ahora ni siquiera eso, porque frente a esa realidad inmutable pierde
su rango de real y pasa a ser apariencia.
Ese intento de sustituir toda vida espontánea por vida racional, por vivir sólo de, y para,
lo ideal, es el racionalismo en su estado puro Si caemos en él, es decir, si vivimos
demasiado escorados hacia el polo transvital se cae en el utopismo cultural, en el
bizantinismo. Pues bien, el racionalismo, y su utopismo cultural, ha llegado al fracaso
en nuestra época, y del que tendremos que recobrarnos.
cada cuál tiene un punto concreto de vista no hay verdad que valga para todos, sólo
existe para el punto de vista concreto que la tiene.
Lo que llamamos cultura se haya pues influenciado por dos órdenes de intereses, el vital
que tiene como propósito la supervivencia del individuo, y el espiritual que no tiene más
propósito que afirmarse como valioso a sí mismo. Ortega mantiene que ninguno de
esos dos extremos es válido; la vida bien hecha tendrá que mantenerse en medio de
estos dos polos pero de un modo distinto a los intentados hasta ahora. Ortega
propondrá, en esencia, que sin renunciar a lo valioso en sí, y sin renunciar a la vida, se
intente poner lo valioso en sí al servicio de la propia vida; es decir que lo valioso lo sea
sólo si vale para la vida.
Las ideas culturales nacen en un contexto y situación que las hace adecuadas y que
producen el entusiasmo en las personas, pero con el tiempo esas necesidades van
cambiando y las personas pueden verse llevadas a mantener esas teorías por inercia
mental, y entonces ocurre que se mantienen teorías que han dejado de estar ratificadas
por la vida, y se convierten en dogmas, en algo que ya no tiene el sentido que tuvo, en
algo que se acepta sin pensar, mecánicamente, pero que desde el punto de vista de la
vida pasa a ser una desventaja.
Las ideas, para ser aceptables, deben entusiasmar a la parte vital de las personas, a su
sensibilidad vital, si esto no se da es que, en el fondo de nosotros mismos, en la realidad
radical, no creemos en ese ideal o idea. Quizá no veamos en qué falla pero no nos la
creemos, y en esa circunstancia, mantener esas ideas, es no ser fiel a uno mismo, es
desertar del punto de vista concreto que uno tiene sobre el mundo, es bizquear, es
decir negar lo que uno ve y adoptar el punto de vista de otro.
Cuando el individuo adopta unos valores en los que no cree plenamente, cuando
bizquea, se produce la hipocresía. Por eso, los imperativos de la vida se resumen en la
lealtad con uno mismo. Y así, es misión de una sana cultura la de sincronizar los
imperativos vitales con los espirituales y sólo en la medida en que se de esta sincronía
habrá una cultura plenamente humana.
Para Ortega la noción de razón que procede del racionalismo, que es una noción de
razón pura, cuyo modelo es la matemática, no agota las posibilidades de la razón, aún
cabe una razón distinta, una razón que no hable desde esa perspectiva ideal y eterna
sino desde una perspectiva histórica, es decir desde la perspectiva que le ha
correspondido históricamente vivir al individuo.
La razón vital es una razón histórica porque sólo se vive en la historia. Vivir es entender
lo que nos rodea, ese entender puede tener distintas formas pero sólo en tanto que
entendemos somos seres racionales. Vivimos encadenados a una concreta circunstancia
histórica, por eso, la razón vital es una razón histórica, es decir se entiende a sí misma
desde el horizonte histórico en el que vive y lo que entiende lo entiende desde ahí.
Entender sólo se entiende desde una perspectiva histórica, por tanto entendernos a
nosotros mismos, y entender el mundo que nos rodea, es entender el proceso histórico
que nos ha llevado a entender el mundo tal y como lo entendemos. Por eso la razón
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histórica, no se ocupa tanto de lo que *es* como del proceso mediante el cuál se *llega
a ser*.
“La vida humana es una realidad extraña, de la cual lo primero que conviene decir
es que es la realidad radical, en el sentido de que a ella tenemos que referir todas las
demás, ya que las demás realidades, efectivas o presuntas, tienen de uno u otro modo
que aparecer en ella. La nota más trivial, pero a la vez la más importante de la vida
humana, es que el hombre no tiene otro remedio que estar haciendo algo para
sostenerse en la existencia. La vida nos es dada, puesto que no nos la damos a
nosotros mismos, sino que nos encontramos en ella de pronto y sin saber cómo. Pero
la vida que no es dada no nos es dada hecha, sino que necesitamos hacérnosla
nosotros, cada cual la suya. La vida es quehacer. Y lo más grave de estos quehaceres
en que la vida consiste no es que sea preciso hacerlos, sino, en cierto modo, lo
contrario; quiero decir, que nos encontramos siempre forzados a hacer algo, pero no
nos encontramos nunca estrictamente forzados a hacer algo determinado, que no nos
es impuesto este o el otro quehacer, como le es impuesta al astro su trayectoria o a
la piedra su gravitación. Antes que hacer algo, tiene cada hombre que decidir, por
su cuenta y riesgo, lo que va a hacer.“26
Para Ortega no puede existir un yo si no existen las cosas, porque ser yo consiste en
serlo haciendo algo con las cosas. Es decir, la noción de “yo” que supone el idealismo
es la de una sustancia mental, la de algo que existe por sí mismo y por lo cuál existen las
ideas. Pero Ortega señala que el “yo”, por sí mismo, nunca existe; que el “yo” siempre
existe pensando, percibiendo, amando, recordando, es decir que el yo siempre existe
tratando con las cosas, y que por eso no hay “yo” si no hay cosas. Y por eso la verdadera
realidad radical es la del yo con las cosas, y a ese quehacer del yo con las cosas es a lo
que llama vivir. Y así la vida, la vida de cada uno, es la realidad radical en la que cualquier
otra cosa existente tiene que radicar para existir. Y esa realidad radical que es mi vida
tiene dos polos, el yo y las cosas, y son dos polos que se necesitan el uno al otra para
26
Texto PAEG: JOSÉ ORTEGA Y GASSET, “Historia como sistema” en Historia como
sistema y otros ensayos de filosofía, Madrid, Revista de Occidente/Alianza, 1981, pp. 13-14.
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existir, no son autónomos, juntos constituyen la vida, mi vida. Ahora bien, lo que el yo
hace con las cosas es una actividad, es decir, el yo no se encuentra existiendo pasivo
junto a las cosas, sino que su existir consiste en ocuparse en ellas, en pensarlas, usarlas…,
en definitiva en una actividad que se trae con ellas, y por eso resulta que la vida es una
actividad, no una sustancia.
Cuando se dice que la realidad radical es la vida hay que entender la vida concreta y
peculiar de cada uno, la que se da en las concretas circunstancias que cada uno vive.
Pues bien, señala Ortega, que uno se encuentra de pronto viviendo su vida, es decir, que
uno se encuentra en la vida sin que nadie la haya consultado, se encuentra viviendo
como un hecho, como algo que no depende de él. Pues bien, al conjunto de elementos
que no somos nosotros, que no dependen pues de nosotros, y con los que nos
encontramos en nuestra vida, se le denomina circunstancia. Lo común a toda
circunstancia es no ser yo; si algo es circunstancia no es yo.
No somos libres de elegir cuál sea nuestra circunstancia, ésta se nos presenta hecha,
terminada sin nuestro permiso o consentimiento, en lo que somos libres es en el cómo
respondemos ante esa circunstancia que se nos impone, Y sin embargo no somos libres
de no responder a ella, porque nuestro ser consiste en ser con las cosas, en actuar, y así
aunque decidamos no intervenir, no hacer algo, hemos ya decidido hacer eso mismo,
no intervenir. Nuestra vida consiste en actividad; y así, estar condenado a tener que
hacer algo ante las cosas no es más que estar condenado a existir. Mi modo de existir
consiste en eso, en hacer algo con las cosas, en responder con mis actos a la
circunstancia que me rodea. Por tanto dos cosas se me imponen, se me impone la
circunstancia y se me impone la necesidad de hacer algo en esa circunstancia.
La necesidad de ser libres es así, en el hombre, porque somos el único ser que tiene que
construirse su vida, una piedra no tiene que decidir nada, un animal tampoco ya que sus
instintos le dicen qué hacer, pero el hombre está obligado a construir su ser. No hay un
único modo de ser hombre, como sí lo hay de ser animal o cosa, y decidir cuál de los
posibles modos de ser humano, dadas nuestras circunstancias, es una decisión a la que
estamos obligados por el modo en que estamos hechos. Y a su vez, el estar obligados a
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decidir qué somos hace que seamos responsables de nuestras decisiones, porque
libremente se adoptan entre todo un abanico de posibilidades que la circunstancias nos
impone.
Según Habermas, los dos grandes peligros de la ética son, por una parte, el dogmatismo
de quien a priori desde su concepción religiosa o sus intereses traza los deberes para
todos, y, por la otra, el relativismo, que afirma que no hay normas válidas para todos y
todo es subjetivo. Su concepción de la racionalidad le asegura no caer ni en el
dogmatismo ni en el relativismo.
27
Fco. Javier Espinosa. Universidad de Castilla-La Mancha.
28
Sobre el carácter procedimental de la racionalidad científica, véase J. HABERMAS,
Pensamiento postmetafísico, Madrid, Taurus, 1990, p. 16. Sobre su carácter refutable y
falibilista ver “Acción Comunicativa y razón sin trascendencia” en J. HABERMAS, Entre
naturalismo y religión, Barcelona, Paidós, 2006, pp. 46, 47 y 51.
29
Acción Comunicativa y razón sin trascendencia”, ed. cit., p. 58.
30
J. HABERMAS, Pensamiento postmetafísico, ed. cit., p. 179.
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31
J. HABERMAS, “¿Cuán racional es la autoridad del deber?”, en J. HABERMAS, La
inclusión del otro, Barcelona, Paidós, 1999, p. 71.
32
J. HABERMAS, “Acción Comunicativa y razón sin trascendencia”, ed. cit., p. 55.
33
J. HABERMAS, “Acción Comunicativa y razón sin trascendencia”, ed. cit., p. 59.
34
J. HABERMAS, “Acción Comunicativa y razón sin trascendencia”, ed. cit., p. 50.
35
J. HABERMAS, “Acción Comunicativa y razón sin trascendencia”, ed. cit., p. 80.
36
J. HABERMAS, “¿Cuán racional es la autoridad del deber?”, ed. cit., p. 72.
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Para conseguir cualquier finalidad el ser humano debe entenderse con otros seres
humanos, y lo hace a través del lenguaje. El lenguaje permite un trasvase permanente
de lo individual a lo colectivo y de lo colectivo a lo individual. El lenguaje se presenta,
por tanto, como modo de sociabilización y de autoconstrucción del individuo, ya que a
37
J. HABERMAS, Pensamiento postmetafísico, ed. cit., p. 157.
38
BIBLIOGRAFÍA. ESPINOSA ANTÓN, Fco. Javier, “¿Universalismo moral de la
Ilustración versus multiculturalismo en las sociedades del siglo XXI?”, en Logos. Anales del
Seminario de metafísica, nº 41. SARRIÓN, Adelina, Lecturas de Filosofía. Madrid, Akal,
2009.
39
Texto PAEG: JÜRGEN HABERMAS, “Acción comunicativa y razón sin trascendencia”,
en Entre naturalismo y religión, Trad. P. Fabra. Barcelona, Paidós, 2006, p. 55
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través suyo se da la posibilidad del ser humano como individuo, y la de coordinarse con
otros formando una sociedad.
Ahora bien, el tipo de acciones comunicativas (lenguaje) pueden ser de dos tipos: la
acción instrumental que tiene finalidades concretas, orientadas al éxito instrumental; y
la acción comunicativa que se orienta al entendimiento y la compresión.
Sin embargo la experiencia muestra que en las situaciones reales hay muchos
impedimentos para realizar ese diálogo ideal. Esos impedimentos son fuerzas externas
e internas a la comunidad de habla que ejercen un poder heterónomo sobre las personas.
Una de las principales causas de esa distorsión es lo que Habermas identifica como
“colonización del mundo de la vida”, y que se debe a la acción instrumental. La sociedad
tiende a organizarse en sistema buscando la funcionalidad, sin embargo esta razón
funcional e instrumental, representada por la Administración e instituciones sociales,
está en tensión con la razón comunicativa, que es la del mundo de la vida. En el presente,
la tecnificación, la burocratización y la dinámica económica invaden ámbitos del mundo
de la vida, destruyendo las esferas de socialización y los sentimientos de cohesión entre
las personas. Esto produce varias patologías, la más importante es la que denomina
“crisis de motivación”, que consiste en una “actitud privada” en la vida pública,
mostrando pasividad en la participación pública: de la vida pública sólo interesa las
satisfacciones que la Administración pueda ofrecer. Además se da una desvinculación
con la política, que termina provocando un problema de legitimación de la propia
democracia, ya que siendo el poder de la mayoría, una buena parte de la población no
vota.
Esto se consigue gracias a la creación de normas consensuadas por todas las personas
afectadas a partir de los presupuestos de la acción comunicativa: la verdad (quien habla
pretende que lo que dice es verdadero); la veracidad (quien habla expresa lo que piensa);
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