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revista literaria
#4
Octubre 2010
mandeb. revista literaria año 1 número 4
Editorial
EDITORIAL.
El cuarto número de mandeb hace honor desde su tapa al propio concepto de
la revista. Es un honor, con todas las letras (incluso la H) tener al maestro Jorge Luis
Borges plasmado por obra de Luciano Giraldez. La emoción es porque es la primer
tapa de esta revista literaria que versa por sí misma de literatura.
Bienvenidos.
RM.
DE QUIÉN ES MANDEB.
Mandeb nos presta su voz polifacética para dar identidad a esta revista; identidad
que no es otra que la Literatura Viva en sí misma con toda su diversidad. Para que cada vez
seamos más sensibles y nos dediquemos menos a refutar. Es más, para que tengamos el valor
de construir nuevas leyendas, paso a paso.
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mandeb. revista literaria año 1 número 4
EN ESTE NÚMERO:
Editorial. .................................................................................................................................. 2
De Quién Es Mandeb. ............................................................................................................ 2
Despídete, Amor Mío, Hasta la Próxima Luna Creciente. Mario Pires ......................... 4
¿Cuál Es? Mario Pires ........................................................................................................... 5
Redacción: Las Vacaciones. Mario Pires .............................................................................. 6
Punitur Quia Peccatum est en Dostoievski. Lucas Abal .................................................... 7
Ignorada Lucidez. Nicolás García Gallego .......................................................................... 10
Mi Reflejo en sus Miradas. Nicolás García Gallego ............................................................ 11
El Mono. Rodrigo Torres Quezada ........................................................................................ 14
Escalando al Cielo. Rodrigo Torres Quezada ....................................................................... 15
La Mina del Gordo Celso. axel luchilin krustofski ............................................................. 18
Una Jaula. José Alejandro Brito Boadas .............................................................................. 21
****. Matías Brun .................................................................................................................... 24
Acostumbrado Final de la Ronda Nocturna. Junnecus ................................................... 28
Historietas. ............................................................................................................................ 31
Sobre la Imagen de Portada ................................................................................................ 32
@_@
Mandeb es y será una revista bimensual gratuita, de distribución libre, en formato PDF y
diagramada en A4 para facilitar su impresión si así el lector lo desea.
Los editores no recibimos nada a cambio de nuestro trabajo excepto dolores de cabeza por las
horas pasadas frente al monitor de la computadora y algo de satisfacción artística.
Todas las obras que aquí se publican son mérito, responsabilidad y propiedad de sus autores.
Por esto, las felicitaciones o críticas a sus contenidos serán derivadas a ellos.
Finalmente, la revista, en su totalidad y sin modificaciones, puede ser distribuida y copiada
cuanto se quiera; pero para reproducir aisladamente alguno de los textos que la componen se deberá
solicitar el permiso expreso del autor. Para esto, basta con enviar un mail a
revistamandeb@yahoo.com y nosotros lo pondremos en contacto con él.
Los editores
Octubre, 2010.
mandeb. revista literaria año 1 número 4
Mario Pires
Estar o no estar
eso parece igual
Ir o no ir
marca diferencias
Ya que te fuiste
pregunto por qué viniste
El tiempo pasa
la luna y el sol
repasan el camino
Despídete
amor mío
Háblame de líos
hasta la próxima luna creciente
y ahí estoy yo
Háblame de miedos
y el miedo soy yo
Podría hablar
Te dejo unos segundos
de lo que nunca hablé
en otra vida te vuelvo a buscar
podría decir
Todo es un sueño
y desdecir
cuando despierte todo será igual
podría construir
Háblame de ti
y demoler
mi yo se esconde
podría tirar al cielo
un sol y luego una luna
podría ser yo mismo
estrella, luz
y tal vez constelación
podría vivir todo
en cinco segundos
y luego dejarme morir
porque mi hora
ha llegado
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¿CUÁL ES?
Mario Pires
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Ensayo
Ustedes saben que se dijo “Ojo por ojo y diente por diente”.
En cambio, yo les digo: No se resistan a los malvados:
Preséntale la mejilla izquierda al que te abofetea la derecha
Mateo 5, 38-40
Punitur quia peccatum est. Con esta expresión latina, los medievales
justificaban la imposición de una pena por haber cometido un delito; estos juristas
entendían la pena como un mal absolutamente necesario para la expiación del
pecado. Esta finalidad que antaño se le adjudicó ha sido abandonada ya siglos atrás
por los estudiosos del derecho. Desde Cesare Beccaria en adelante, pocas personas le
atribuyen este sentido a la pena. No es objeto de este ensayo analizar el fundamento
y finalidad de la pena, pero sí me gustaría concentrarme en la noción de expiación y
la importancia de tal concepto.
Cuando uno de nosotros realiza u omite una acción que provoca un resultado
que es considerado objetivamente malo, necesariamente siente arrepentimiento. Pero
esto no sucede en el supuesto de que la acción u omisión se encuentra justificada por
una razón considerada suficiente para evitar el remordimiento. Para aclarar la idea
expresada, daré un ejemplo: si una mujer le pega una cachetada a su novio porque
descubre una infidelidad, no sentirá arrepentimiento; en cambio, si le pega una
cachetada sin motivo alguno, sí lo sentirá. Este ejemplo es absolutamente inverosímil
porque nunca una persona realiza una acción sin sentido, pero sirve para dejar clara
la primera idea y pasar a la segunda, que resulta más importante.
En efecto, el motivo tiene que poseer la suficiente entidad para que una mala
acción u omisión no genere remordimiento. Volvamos al ejemplo anterior: si una
mujer le da una cachetada a su novio, no sentirá remordimiento, porque el dolor del
golpe posee una entidad significativamente menor a la infidelidad, pero, si la
bofetada es dada a su novio porque olvidó traerle una media que había dejado en su
casa, sí sentirá arrepentimiento, a menos que la chica le otorgue más importancia a la
prenda mencionada que al dolor que sufre su novio. Si, en el mismo ejemplo de la
infidelidad, lo mata en vez de darle una cachetada, sentirá arrepentimiento, porque
su acción es desproporcionada frente al hecho, salvo que la mujer considere la
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Lo que pretendo explicar es más simple de lo que parece: uno puede realizar
acciones malas, pero, si se encuentran justificadas por motivos que posean mayor
entidad que el resultado producido por su hecho, no causan arrepentimiento.
¿Para usted, lector, tiene sentido lo expuesto hasta el momento? Le hago esta
pregunta porque para mí no. Si una persona padece los resultados de una mala
acción, no se encuentra justificada para responder con una acción mala
proporcionada o no a la sufrida, y, si la perpetra, necesariamente deberá sentir
arrepentimiento. El lector tal vez pueda pensar que la justificación más razonable
para refutar la hipótesis planteada párrafos atrás y que justifica la oración precedente
pueda ser la dificultad para establecer qué bienes son más importantes que otros, es
decir, quién determina que la fidelidad es un bien menor al amor o que la vigencia de
la Constitución es un bien mayor a la lucha contra la subversión. Si mi anterior
oración ha reproducido su pensamiento, lo felicito porque tiene razón, pero yo no
seré quien explique esta cuestión porque eso sería demasiado laborioso; además,
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personas mucho más idóneas e incluso más inteligentes que yo (?) le han dedicado
libros enteros, que invito a leer si está demasiado interesado en la cuestión.
Lucas Abal
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IGNORADA LUCIDEZ
Nicolás García Gallego
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de los niños una decepción casi oculta. Una que reflejaba, también, mi propio ser. Era
yo quien la irradiaba, y eso provocaba en los demás.
Seguí caminando hacia mi estación, y con cada respiro nacía una nueva culpa.
Recordaba, mientras crecía mi odio, a aquel niño y su mirada. Todo lo habían
armado para mí. Desde lejos me vislumbraron, y se organizaron. Sólo para mí, una
persona que nada merece. Y ahora comprendo que nunca estuvieron de más aquellos
prejuicios para conmigo. Que me merecía el comentario que un desconocido había
evocado sobre mí ese mismo día. Que había hecho bien en no responderle, porque
nada valía. Yo me sentía horrible porque lo era. Y la decepción que se reflejó en la
mirada del infante era algo que no me perdonaría. Y sabía que, al mismo tiempo en
que me sentía de manera espantosa, también habitaba en mí la satisfacción de
incrementar mi tristeza. Maldecía a aquellos niños en mi interior, pero también
adoraba que esa situación se hubiera presentado, quería sentirme fatal. Me lo
merecía. No podía ser hermoso para nadie, y menos lo quería para mí. Esa cruel
satisfacción, tristemente me dominaba por completo.
Tal vez hubiera vuelto sobre mis pasos si hubiera tenido una simple moneda.
Así llegó ante mí un pensamiento esperanzador. Quizá ese pequeño dinero podría
pagar mi perdón. Sólo necesitaba una sonrisa, una mirada de las pequeñas criaturas
para reunir fuerzas y salir volando de aquel agujero de tormento infinito y morboso
en el que me encontraba. Sólo necesitaba una moneda.
Llegaba al andén, y miraba simplemente al suelo. No me decidía a levantar la
vista, pero mis pensamientos ya no eran los mismos. De forma obligada volvía a
repasar en mi mente lo que podría pasar si volviera a esos niños. No lo quería,
intentaba volverme sombrío nuevamente. Quería ahogar de alguna manera esa
esperanza que resurgía como un lazo de salvación.
El Tren llegó cargado de gente. Incontables caras me observaban de una
manera que me incomodaba. No miré a ninguno, y me acomodé en el primer
espacio que encontré disponible. Cada vez se acrecentaba aquella idea
esperanzadora, pero también surgían en mí variados pensamientos, cobrando forma
en palabras. Desalentadores, tristes y oscuros. Es cierto que los provocaba. Quería de
aquello producir algo, volverlo tangible. ¿Para qué? No lo sabía. Quizá aquellas
palabras estarían mejor si fueran descargadas en un papel desnudo, cubriéndolo y
acompañándole en su amargura. O quizá me acompañaran a mí. En ese momento
albergaba dos esperanzas, y la absurda y ficticia tristeza que pretendía mantener, se
limaba con cada segundo acontecido.
Estaba por fin en la estación de destino. Miré las vías, y descubrí que ya no
sentía necesitar un fin. Consideraba, ahora, espantoso el hecho de haberlo pensado, y
me sorprendía al mismo tiempo de haber cambiado de opinión tan precipitadamente.
Al llegar a mi casa, me dirigí hacia la mesa con una hoja blanca inexpresiva, y
una pluma que serviría de intermediaria para depositar mis sentimientos.
Sabía que debía volver, y encontrar a mis niños, implorarles con una pequeña
moneda un perdón inmenso, y sentir su alegría como una brisa sobre mis ojos. Un
sentimiento de alivio y temor operaba en mí. Tenía miedo de que aquellos emisarios
de la felicidad hubieran desaparecido de mi camino. De que únicamente llegaran
para enturbiar mi situación y matar toda ansia de renovación.
Dudoso, y decidido; erguido y temeroso, asustado y divertido por una
dualidad tan grande como mi ser, tomé el Tren hacia mi destino.
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EL MONO Narrativa
El mono gritaba y quería ser escuchado pero mientras más se desahogaba más
hacía reír a los espectadores. El animal se había roto, un día, los ojos, dejando sus
cuencas bañadas en un insoportable muro de sangre y costras. No quería presenciar a
aquellos bufones que le infundían asco. Sin embargo, su acto no dio repulsión sino
que hizo reír aún más a las personas. Un día, el mono abrió la jaula, quién sabe de
qué extraña forma, y se cercenó el estómago ante todos. Algunos rieron hasta
vomitar, otros se rompieron sus propios ojos y algunos corrieron con tal pavor en sus
rostros que chocaban entre sí y se abrazaban.
-Soy la criatura que ustedes siempre amaron, vengan, devórenme.
Al otro día, un hombre de triste mirada y de un talante que era una maldición
hacia la vida, miró el cielo y dijo:
-Hoy, dios se ríe de nosotros... ¿Quién lo devorará a él?
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Los personajes iban llegando eufóricos. Recuerdo sus risas y cómo trataba de
no oírlas. Ese día estaba hastiado del mundo: otra típica crisis post-adolescente
acompañada de la melodía de Alice in chains y un poco de Smashing pumpkins. Todo
cambió cuando llegó Sebastián con la calientapenes de Johanna. Como si hubiese
sido un imán, todos fueron atraídos hacia el célebre dirigente estudiantil. Sebastián
no tardó en hacer de las suyas:
-Hoy me puse a pensar acerca de la importancia de la escuela de Husserl en
los escritos de Heidegger. De hecho, ¿no será todo el pensamiento postmoderno una
abstracción fenomenológica de estos filósofos? No sé si han leído a Nietzsche pero él
también de una u otra forma al hacer el estudio sobre los griegos, partió de una
manera husserliana preocupándose de las percepciones individuales y secundarias
en torno al objeto primario en cuestión.
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sector de Pedro de Valdivia siendo que habíamos entrado por Pío Nono. Nos
abrazamos de alegría. Me había olvidado de mis berrinches post-adolescentes. Él, en
cambio, seguía triste. Ya era de noche. Cuando nos despedimos, me quiso decir algo:
-Oye, casi morimos hoy... Y... Mira... Hace tres meses... Mi mamá...
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celso con su “moderna máquina” de pasar cedés: una computadora y una consola de
audio. la otra estaba vacía. en el resto de la habitación no había nada más.
me decepcioné un poco hasta que el turco me hizo notar que en la pared
detrás del gordo había cientos de cedés.
por supuesto que hubo saludos, estrechar de manos y presentaciones (el gordo
no me conocía ni yo a él).
-mucho gusto, koloski.
-koldowsky -corregí yo. e intuyendo que jamás sería capaz de pronunciarlo,
agregué-: pero llámame rafael.
-muy bien, rafa.
odio que me digan rafa. lo juro. pero me callé la boca y sonreí.
-elijan lo que quieran, lo anotan y después les hago el disco.
y volvió a lo suyo.
en la pared opuesta a la consola, a la derecha de la entrada, había una puerta
que daba a otra habitación. y desde donde estábamos se veía un sillón blanco y feo.
en eso el turco me dio un codazo. la sorpresa casi me hizo dejar caer el disco
de los redondos que tenía en la mano. lo miré y me señaló con la cabeza lo que
pasaba en aquel sillón.
había una rubia que abundaba de los sitios correctos y tenía una cara
indescriptiblemente bonita. daba vueltas en el sillón. giraba hacia un lado y hacia el
otro. se refregaba como hacen los gatos cuando están dormidos y alguien los acaricia.
se me ocurre que estaba siendo cogida por un íncubo o algo así.
fuera lo que fuese, al turco y a mí nos costaba concentrarnos. nuestros ojos
iban de los discos a la rubia y de vuelta a los discos y más rápido de vuelta a ella.
y el gordo seguía allí, haciendo su trabajo delante de la computadora. parecía
no saber que ella estaba en la habitación de al lado.
cada tanto nos preguntaba:
-¿todo bien, gurises?
¿cómo le íbamos a decir que no? estábamos mejor que nunca. “sí, sí. pero hay
tantos discos que nos cuesta elegir las canciones”, le contestábamos. y pasamos el
resto del tiempo que estuvimos allí de aquella manera. revisamos la pared con
fruición e hicimos nuestra lista en los instantes que la rubia nos lo permitía. pero al
final, lo que fuimos a hacer quedó pronto.
ya era de noche a la hora de irnos. para volver teníamos que esperar el bondi
en la ruta. veinte minutos estuvimos esperando. y no habían pasado ni diez cuando
empezó a llover.
-vamos para a radio de vuelta -dijo el turco.
-ya nos empapamos, es lo mismo. además, mira si perdemos el bondi.
en el papel que le dimos al gordo había más o menos treinta temas. no
sabíamos entonces la capacidad de un cedé, así que anotamos más canciones de las
que pensamos que entrarían en el disco. la idea era que él grabara, empezando por el
principio de la lista, mientras hubiese espacio. de cualquier manera estaría bien. por
las dudas, pusimos al final los temas que menos nos interesaban.
o al menos eso creíamos.
pero no estuvo bien. nada bien. de hecho, estuvo horriblemente mal. el gordo
celso, cuyo trabajo era pasar música en una fm, un lindo trabajo, un trabajo que no se
ajusta a la descripción tradicional de trabajo, lo hizo mal.
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Impregnaron al conejo con aquella esencia francesa. Esencia costosa. Costosa. Sobre
todo costosa. Creyeron feliz al conejo, reunido con las fragancias de su país. El novio
roció cuidadosamente los barrotes, para que el olor perdurara. El conejo, perfumado,
vivía feliz en su jaula perfumada. Un antiguo novio de Sofía, llamado Diego,
sucumbió a la seducción del aroma de la jaula y del conejo, que eran lo mismo que
Sofía. Luego de un intenso debate con el consejo de amigas (en el que no faltaron las
citas exactas a cierto artículo objetivamente sentimental de la revista juvenil de
moda), Sofía decidió lo que había decidido mucho antes: aceptar las insinuaciones y
la vuelta del chico. Diego la buscó, Diego estuvo con ella, Diego la amó, el conejo
pasó a llamarse “Diego” (con un corazón dibujado al lado). La abuela habría formado
un escándalo si llegaba a enterarse de que Le Ciel Blanc de La Fontaine ahora se
llamaba Diego.
****
Matías Brun
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~
Por supuesto el humano raptado tenía una vida y un nombre. Se llamaba ****
y tuvo una reacción inicial bastante normal, pero evolucionó rápidamente a una
calma abrumadora para la situación, difícilmente atribuible a delirios, teniendo en
cuenta su personalidad y el poco tiempo transcurrido. Es posible que Él (que no tenía
nombre, tenía una “identidad” más pura, reconocible entre los suyos) se hubiese
permitido a sí mismo, subconscientemente, alterar la mente de su invitado, a pesar
de ser poco ético en su ideología. O no, no, esto no pudo ser así ya que no podemos
entender su psicología como la nuestra; no hay en su ser desarrollado distintas capas
de consciencia. Puedo no ser el más apto para contar esto. Lo más probable es que
nuestro congénere en serio creyera que soñaba, o estuviera predispuesto a aceptar
algo tan raro.
O cualquier otra cosa. No hay ley que indique que yo deba saberlo, ¿cierto?
~
**** había sido convocado con su ropa de dormir, y ya unas horas más tarde
empezaba a quejarse.
-Ojala tuviera algo más abrigado -resopló mientras dormitaba en la cama,
después de ver el guardarropas vacío. Se sorprendió al encontrar diversas prendas al
despertar, para toda ocasión.
No era difícil para Él descifrar el lenguaje y, naturalmente, si podía crear todo
ese “salón de recreo” podía comunicarse con ondas sonoras, o, aún más fácil,
escribiendo en algún lado, pero no era su estilo. No sé si es la mejor forma de
decirlo... no era su patrón de pensamiento. Para Él bastaba que su humano expresara
sus deseos o disconformidad y Él se los concediera. No podía haber una forma más
natural de conexión, ¿no? Al menos ése era su punto de vista.
Con el tiempo **** notó la presencia de Él. Pasó por varias hipótesis: primero
no sabía qué pensar y le temía; luego pensó que era Dios y ahora se encontraba en el
cielo, pero había demasiadas incongruencias; terminó deduciendo el hecho de que un
ser desconocido, por una razón desconocida, lo había llevado allí para cumplirle
cualquier capricho que tuviese.
Intentó hablarle muchas veces pero nunca obtuvo una respuesta demasiado
directa, así que se resignó a pedir cosas al aire.
Luego se fue acostumbrando. Pidió libros, calefacción, dispositivos para
graduar la fuerte luz de la enana blanca, etc. Lo mínimo para hacer su nueva vida
más placentera. Pero no tardó en degenerar en avaricia. Pidió los mejores manjares
del mundo. Hecho. Pidió montones de aparatos lujosos, cómodos sillones
ergonómicos, aparatos electrónicos. Hecho. Pidió conexión con su mundo, mujeres,
volver a casa. No pudo ser.
Se frustró. Comenzó a romper su morada. Gritaba como loco clamando
venganza por un amo supuestamente egoísta. Terminó hiriéndose a sí mismo,
momento en el que Él lo detuvo a la fuerza. Fue la primera vez que Él rompió su
política de no intervención, pero las circunstancias lo ameritaban. **** permaneció
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por horas petrificado en una pose incómoda, incapaz de nada más que sentir y
pensar. Cuando se calmó, Él lo liberó. Fue una lección algo dura para ****, y cambió
su opinión sobre Él, para bien o para mal.
~
Pasaron décadas, un pestañeo para Él. **** enfermó. No era la primera vez,
pero las anteriores se había recuperado fácilmente. Ya había leído incontables libros
de medicina (una mínima parte de su biblioteca), pero no tenía idea de qué le pasaba,
por más instrumentos que Él le facilitase (aunque era difícil aplicárselos a sí mismo).
En su cama, agonizando, con una sonrisa forzada, le hablaba a Él sobre cosas
mundanas, no para transmitir un mensaje, sino para entretenimiento de ambos, por
el mero hecho de comunicarse, como de costumbre.
Su voz se notaba débil. Él se dio cuenta que había llegado su hora y le empezó
a dar su despedida.
-****, no te queda mucho tiempo. La pasé muy bien con tu compañía. Esta vez,
responderé a todas tus preguntas.
-... -perplejo, **** enmudeció un momento- ¿Podías hablar? Bueno, supongo
que ya no importa. A pesar de todo, yo también creo que fue una vida placentera
-terminó abruptamente la oración y tosió-. Así que todo termina ahora, ¿eh?...
Una lágrima, de felicidad, de satisfacción, de cansancio o quién sabe de qué
más, surcó su cara.
-Como dije, si tienes algunas preguntas las contestaré sin reservas.
-La mayor de las incógnitas que me aquejaban hace tiempo ya no tienen
sentido ahora... -volvió a toser-. Pero quisiera saber, todavía, ¿dónde estoy? Estudié
algo de astronomía en el pasado, y me interesaría saber en qué punto de mi viejo
cielo estoy... aunque no tenga propósito.
-Estás relativamente cerca del núcleo de una galaxia elíptica, la más cercana de
este tipo en la Vía Láctea. Lamento decir que no sé dónde estaba tu cielo cuando
partiste de la tierra.
-¿Otra galaxia...? -reflexionó un momento. Pensó en los libros de física que
había leído. No muchos, rehuía al tema, quizás por temor a la misma idea que estaba
esbozando ahora.
Me veo obligado a dar una breve explicación. Mi intención no es la de
interrumpir la narración sino hacerla más comprensible. Desde Einstein sabemos que
nada puede viajar más rápido que la luz, y casi cualquier punto de interés en el
espacio está a varios años luz, por lo menos. Esto quiere decir que una vida humana
no alcanzaría para visitar siquiera otro sector de la galaxia (suponiendo que las
velocidades alcancen un porcentaje considerable de la velocidad de la luz). Pero algo
raro pasa al viajar cerca de la velocidad de la luz. Quizás análogamente al horizonte
de expectativas que se nos abriría con un viaje interestelar, el tiempo se dilata. Puede
resultar extraño, pero lo que para un observador externo serían miles de años, para
un viajero suficientemente rápido sería sólo una pequeña fracción de ese tiempo.
Podrías llamar a eso viajar al futuro.
-Dime... ¿cómo están las cosas en la Tierra? -no esperaba una respuesta
concreta, porque sabía que era imposible responder.
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-Así que, ¿te diste cuenta? -sonó como un mago cuyos trucos fueron
descubiertos.
-Sé más claro, ¿cuánto tiempo ha pasado?
-Cientos de millones de años. Con la tecnología de la nave, era lo único viable.
Fuiste congelado para preservarte en el viaje -por mucha dilatación del tiempo, el
viaje seguía siendo largo, demasiado para que **** sobreviviera a él.
-Entonces... ni vestigio queda de la tierra -tosió por última vez-. ¿Mi especie ha
prosperado? -intentó ocultar la leve esperanza que tenía.
-... Eso es lo único que me privaré de decirte.
No había más lágrimas en su rostro, pero un camino seco de sal seguía allí,
sobre su piel.
-Entiendo... -no dijo otra palabra más.
Con mucho esfuerzo se levantó, fue hacia afuera y fijó su mirada al cielo. Las
estrellas parecían rebosar de vida.
Sonrió.
Y así murió el último ser humano.
Matías Brun
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Narrativa
Alguien dijo su nombre en la oscuridad. El viejo murmuró alguna cosa y
encendió su linterna como toda respuesta. No vio a nadie. Pensó que tal vez los
dueños de la fábrica, acaso por sufrir de insomnio esa noche o quizás por estar
volviendo muy tarde de alguna fiesta, tal vez considerasen oportuno molestarlo con
una visita. Podría ser; aunque algo así nunca había sucedido. En veinte años sus
patrones jamás lo habían sorprendido así de esta forma en mitad de la noche.
Aguardó unos momentos y escuchó atentamente. Trató de distinguir entre las
sombras algún movimiento pero no vio a nadie. El sereno nocturno sintió no tener
más remedio que levantarse entonces y salir a recorrer el enorme y antiguo edificio
que sabía de memoria. Como tantas otras veces en los últimos veinte años, Morales
caminaba lenta y cansadamente, siempre anticipando sus pasos con el haz de luz de
la vieja linterna; desplazándose sin hacer ruido, probando el frío del lugar con el
breve vapor que salía de su boca, atento a cualquier sonido o movimiento nuevo que
pudiera surgir. Como todas las noches paseó su linterna por la penumbra del
inmenso almacén hasta llegar a la oficina del fondo. Todo quieto y en calma. Volvió
Morales ahora sobre sus pasos, esta vez para revisar una por una las filas de
interminables estanterías pero no encontró a nadie. Caminó luego hasta la despensa,
buscó en el despacho y en la habitación de limpieza y nada. Durante quince minutos
se dedicó a inspeccionar minuciosamente los complicados recovecos de la planta de
máquinas sólo para comprobar lo que en realidad ya sabía: que nada ni nadie se
ocultaban allí. Intactos los vidrios y la caja registradora en la recepción. Ni un solo
rumor que alterara la calma. Esta vez tendría que bajar. Con cuidado de no
resbalarse, Morales comenzó a descender lentamente los húmedos escalones de
hormigón que conducían al subsuelo. Una vez abajo, luego de revisar los lugares
usuales, halló que también los sótanos se encontraban vacíos y que las llaves
generales de la corriente eléctrica permanecían sólidamente apagadas. Como siempre
sintió que el frío era más intenso ahí abajo. Antes de volver a subir quiso asegurarse
que la puerta de los garajes estuviera cerrada. Lo estaba. Comprendió finalmente que
esa noche tampoco lo visitarían los patrones después de todo. No había nadie en la
fábrica. Empezaba a dudar de haber escuchado esa voz. Por último, en el
acostumbrado final de sus recorridas, ya en la profundidad del baño de los
empleados, descubrió con amarga sorpresa que al menos esta vez hubiera querido
encontrar un intruso merodeando en la fábrica. Eso hubiera resuelto las cosas para él.
Hacía ya varios meses que la idea de estar volviéndose loco lo venía molestando,
cada vez más insistentemente en los últimos tiempos y ya con demasiada frecuencia
este mes. No era la primera oportunidad en que creía escuchar o ver cosas mientras
trabajaba. “Es sólo que este trabajo es un poco solitario de más”, solía decirse. “No
estoy loco”. Y se repetía eso cada vez que alguna de estas cosas pasaba, pero ya no se
creía a sí mismo cuando se miró al espejo. Se vio y se sintió un extraño con esa sucia
campera de nylon y con el logo sonriente de la marca de galletitas en la solapa. Sintió
que faltaba el aire en ese lugar. Ya había olvidado el olor a tabaco rancio que
seguramente desprendía hace tiempo el ajado uniforme. “Sesenta y cinco años es
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que le estaba pasando, temió comprender que un Dios bueno y todopoderoso jamás
podría consentir esos ojos en su propio universo, esos globos oculares
completamente negros, esos terribles y espléndidos ojos de diablo, esa infinita
inteligencia que adivinaba ahora en la mirada muerta de aquella criatura. Tal vez
Dios no existiera acaso. Por lo demás, todo en la dama era blanco y parecía estar
hecho de luz, de una insólita y rara luz blanca. Excepto quizás por el ligero detalle de
los labios, que sonreían apenas y que también eran negros como la mirada. Esa
mirada. No se animó a sostener por más tiempo la fijeza invasora de aquellos dos
ojos. Vio en cambio sí que un manto luminoso, alguna especie de género o tela
brillante caía suavemente por detrás de los hombros desde la cabeza con extrema
elegancia. O quizás fueran los cabellos mismos de la criatura. Pensó en averiguarlo
pero ya no pudo. De inmediato comprendió que si continuaba mirando, la gracia
perfecta y poderosa del ángel lo desquiciaría definitivamente. Ante este pensamiento
recién se rebeló Morales que reaccionó y cerró el ojo abierto procurando apretar bien
los párpados mientras esperaba. Lo mantuvo así durante unos veinte segundos pero
le fue inútil, la fantástica aparición continuaba allí cuando volvió a abrirlo. Suficiente
para Morales. Como tantas otras noches hizo el esfuerzo; apagó el foco de la linterna
y se lo sacó del ojo. “Mañana ya no la miro”, mintió Morales. Y ya de nuevo solo, a
salvo en la oscuridad de la fábrica, tomó su bolso y escondió cuidadosamente su vieja
linterna. Todo estaba en orden, sólo ese vacío en el que chapoteaba Morales después
de mirarla y esa puntada común persistiendo en el ojo derecho.
Junnecus
Casi podemos afirmar que este pobre nabo, quien les habla, se llama Juan debido a que él
mismo considera que ése fue el nombre que efectivamente le pusieron sus padres al inscribirlo en
el registro cívico de su país... Al menos todo lo induce a pensar de ese modo ya que por más que
se esfuerza no encuentra motivos para dudarlo...
Junnecus en realidad no se acuerda exactamente de haber nacido pero confía en haberlo
hecho dada su aparente capacidad de influir y afectar el entorno, lo que presupone cierta
presencia permanente en el espacio y el tiempo lo cual (sumado a la consciencia de ser el mismo
que lo acompaña desde que recuerda) hace muy plausible que ésta premisa sea cierta. Es más,
teniendo en cuenta los documentos existentes y presumiendo que son genuinos quien les habla
incluso se atrevería a afirmar que nació en Montevideo allá por el año 1980 siendo además del
signo de Aries (Eso, claro está, si damos por válidos los enunciados zodiacales que especifican las
fechas y los intervalos que se corresponden con cada signo dentro del horóscopo y que afirman
que son de Aries los nacidos a finales de Marzo sin lugar a excepciones) De todos modos asegura
que el último dato es irrelevante. Finalmente Junnecus es de la creencia que actualmente reside y
trabaja en Montevideo.
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Inútil al 2112
Ficción o Realidad
mandeb. revista literaria año 1 número 4
Luciano Giraldez
Nací en el año 1990, pero no podría decir cuándo empecé a dibujar porque
sinceramente no me imagino sin hacerlo. Desde siempre me apasionó dibujar, y
debido a esto, en el año 2008 terminé el secundario en la modalidad Arte y
Diseño, y al siguiente empecé el CBC para Diseño Gráfico en la UBA. En el 2010
comencé a un curso de Historieta en la Escuela de Dibujo Garaycochea con
Osvaldo Viola (Oswal) como profesor, mientras sigo con mis estudios en la UBA.