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Introducción
Este factor, el costo, depende de muchos factores. Algunos de ellos no son modificables: si
el yacimiento se localiza a gran distancia de centros de transporte o de consumo, tendremos
un coste de transporte a asumir (y minimizar en lo posible). Otros dependen de decisiones a
tomar: por ejemplo, la decisión de abordar una explotación a cielo abierto o subterránea
incide de forma decisiva sobre este factor de costo. No obstante, rara vez tomamos este tipo
de decisiones libremente, ya que suelen estar condicionadas por factores propios de
mineralización: profundidad a la que se encuentra, geometría (horizontal o vertical, mayor
o menor espesor). En cualquier caso, en la toma de decisiones implicada en el diseño de
una explotación minera siempre tenemos un mayor o menor grado de libertad, que nos
permite evaluar distintas alternativas, y elegir la más adecuada para cada yacimiento, de
forma que la ecuación se cumpla (lo cual no siempre ocurre, naturalmente).
Mina (minería)
La mina más antigua conocida en los registros arqueológicos es Lion Cave (Cueva del
León), en Swazilandia. En ese lugar, datado hace 43.000 años, los hombres del Paleolítico
excavaban en busca del mineral compuesto de hierro, la hematita, que extraían para
producir un pigmento ocre. Otros sitios de similar antigüedad son donde los neanderthales
habrían extraído el sílex para fabricar armas y herramientas que fueron encontradas en
Hungría.
Otra operación minera antigua fue la de obtención de turquesa, por los egipcios (c. 3000 a.
C.) en Uadi Maghara, península de Sinaí. La turquesa también fue extraída en la América
Precolombina, en el distrito minero de Cerillos en Nuevo México, donde una masa de roca
de 60 m de profundidad y 90 m de ancho fue removida con herramientas de piedra; el
contenido de la mina cubre 81.000 m².
La pólvora negra fue usada por primera vez en minería en un pozo de Banská Štiavnica,
Eslovaquia, en 1627. En este mismo pueblo se estableció la primera academia de minería
del mundo en 1762.
Tipos de minas
Las minas pueden ser divididas siguiendo varios criterios. El más amplio tiene en cuenta si
las labores se desarrollan por encima o por debajo de la superficie, dividiéndolas,
respectivamente, en minas a cielo abierto y en minas subterráneas.
Mina subterránea
Funcionamiento
Las operaciones básicas en cualquier tipo de mina son tres: arranque (tumbe), carga
(rezagado) y transporte (acarreo).
Arranqque (Tumbe)
Las máquinas
m que se utilizan para
p el arrannque son:
Minador HMC-33
En minería subterránea:
• Minador
• Rozadora
• Cepillo
• Scrapper
• Pala excavadora
• Rotopala
• Mototrailla
• Bulldozer
En general, estás máquinas arrancan la roca utilizando elementos móviles cortantes: picas,
rodetes, cuchillas o discos.
Carga (Rezagado)
Por carga se entiende la recogida de la roca arrancada del suelo, y su traslado hasta un
medio de transporte. En el arranque mediante maquinaria esta operación se realiza a la vez
que el arranque. Así, por ejemplo, una pala excavadora utiliza su cazo para arrancar y
cargar.
Las maquinas más usadas para realizar la carga son las palas cargadoras, para el exterior y
Scoop Tram o palas de bajo perfil para las subterráneas.
En la minería a cielo abierto o a tajo abierto los costes de arranque, excavación y transporte
son menores, debido a la posibilidad de emplear maquinaria de mayor tamaño; permite
mayor recuperación de las capas, venas o filones; no es necesaria la ventilación, ni el
alumbrado, ni el sostenimiento artificial; permite utilizar explosivos de cualquier tipo y las
condiciones de seguridad e higiene en el trabajo son mucho mejores.
Mientras que en el siglo XVI la explotación de los lavaderos explica la conformación del
capital original que otorgó los excedentes que hicieron posible la instalación de otras
actividades económicas, los siglos XVII y XVIII han sido caracterizados por los
historiadores como centurias agrarias que desde la Hacienda conformaron la identidad del
alma nacional. Los antecedentes históricos revelan que en esos siglos, aún cuando la
minería aparecía en un lugar secundario, la explotación artesanal de diversos yacimientos
de oro, plata y cobre de altísimas leyes continuaron siendo una gran fuente de recursos, que
posibilitaron la mantención del comercio interno e internacional.
Chile vivió un siglo XVI en el que la minería permitió a los primeros conquistadores la
acumulación del capital que hizo viable la empresa constructora de la Capitanía.
En el siglo XVIII hubo un profundo desapego por la actividad minera. Don Juan Egaña
describió ese fenómeno en 1803, en su Informe al Real Tribunal de Minas, sorprendiéndose
de la poca utilización de los recursos mineros disponibles en su amplia cordillera. Chile
vivía básicamente de sus exportaciones agrícolas.
Don Juan Egaña describió ese fenómeno en 1803, en su Informe al Real Tribunal de Minas,
sorprendiéndose de la poca utilización de los recursos mineros disponibles en su amplia
cordillera.
Desde luego, fue a contar del siglo XIX en que los efectos del espectacular desarrollo
minero se extendieron hacia todas las áreas de la actividad y junto con el ordenamiento
institucional y el coto al bandolerismo impulsado por Diego Portales, hicieron resucitar las
confianzas empresariales en un agro destruido por los conflictos internos y externos,
estimulando nuevas grandes inversiones que, surgidas desde la minería, permitieron obras
como el canal Las Mercedes que llevaba agua desde el Mapocho hasta la Hacienda de
Mallarauco.
Asimismo, y siguiendo una tradición cultural agraria hispana -en que la fama y el
reconocimiento se recoge desde la propiedad de la tierra- los empresarios enriquecidos en
la minería llegaron a los campos, introduciendo nuevas técnicas y cultivos, como el arroz,
la alfalfa y las cepas importadas para la viticultura, fenómeno que hoy vemos reflejados en
las marcas de vinos más conocidas en el país (Cousiño, Urmeneta).
Los ciclos económicos más prósperos que se observan a partir de 1830 indicarán
nuevamente que en Chile es posible construir un futuro desde la minería.
Ese primer ciclo estuvo ligado a la explotación de cobre y plata del Norte Chico. Hacia la
cuarta década del siglo XIX, Chile se transforma en el primer productor de cobre en el
mundo, posición que ocupará en las dos décadas que siguen. Si bien este dato tiene más
relevancia histórica que económica, ya que el consumo de cobre era bastante menor a nivel
mundial, será la primera vez que Chile se instale como actor minero estratégico y temprano
en la historia mundial. Como vemos, al menos en términos relativos, la minería ya situaba a
Chile como un país rico y líder en un sector en la primera cincuentena de nuestra historia
independiente.
El segundo ciclo de bonanza tendrá que ver nuevamente con la minería, pero incorporará
elementos que se harán comunes en la historia económica del país. Los ingresos
provenientes del primer ciclo sentarán las bases para un segundo: hacia 1850, en la plenitud
del auge de la minería del Norte Chico, se incorpora como factor de dinamismo económico
un fuerte incremento en las exportaciones agropecuarias. Pero éstas pudieron salir de Chile
utilizando la infraestructura portuaria y caminera que la minería contribuyó a crear.
Las bases ya enunciadas entrarían en escena tras la guerra del Pacifico, centralizando la
economía chilena en la explotación del salitre durante los próximos 50 años.
Las principales características del salitre, que determinaban su creciente demanda y precio,
tenían que ver con condiciones geo-políticas y geo-económicas que se perfilaban en el
mundo durante el siglo XIX.
Los ciclos económicos más prósperos que se observan a partir de 1830 indicarán
nuevamente que en Chile es posible construir un futuro desde la minería.
La creación de los estados nacionales en Alemania e Italia y las crisis de los Imperios hacia
fines de ese siglo determinaron un escenario de constante conflicto bélico. El nitrato era el
insumo clave para la fabricación de explosivos. Por su parte, los avances en medicina y la
creciente urbanización determinaron una fuerte explosión demográfica, volcando a los
países a buscar la mejor forma de hacer rendir sus campos para alimentar a una población
cada vez más numerosa. El fertilizante de esos años era el salitre.
Al tiempo que se generaban estas extraordinarias condiciones que aseguraban una demanda
constante de nitrato, el país salía victorioso de la Guerra del Pacifico. Los grandes
yacimientos salitreros de las provincias de Tarapacá y Antofagasta, que ya habían sido
explotados por capitales chilenos en la década del 60, tenían además dos importantes
ventajas comparativas: primero, grandes depósitos con alto contenido de nitrato; y segundo,
una distancia al mar de no más de 80 kilómetros.
Chile se transformó en el mayor productor de nitrato del mundo. Entre 1880 y 1930 las
exportaciones salitreras constituyeron el área más importante de la economía chilena.
Veamos las características de la industria minera del salitre y su impacto en la economía del
siglo XIX:
El auge de las exportaciones salitreras dio un fuerte impulso al sector externo chileno,
transformándolo en el motor del crecimiento y generando dos cambios estructurales
fundamentales en la economía chilena: primero, los inversionistas extranjeros llegaron a ser
agentes importantes, principalmente en el sector minero exportador; segundo, a pesar del
laissez-faire predominante, el gobierno comenzó a adquirir un papel cada vez más
protagónico en la economía debido a los grandes ingresos tributarios generados por las
exportaciones salitreras.
El auge y desarrollo del cobre comparte características similares con el salitre, pero su
impacto en la economía está determinado por una gran diferencia. El cobre, hasta muy
entrado el siglo XX, no tuvo la importancia económica relativa del salitre. En la segunda
mitad del siglo XIX el cobre era ya uno de los principales productos chilenos de
exportación. Sin embargo, esta industria nos parecería hoy irreconocible, pues estaba
basada en la extracción en un gran número de pequeños yacimientos de muy buenas leyes y
con alta ocupación de mano de obra.
En este contexto, para 1904 se iniciaron las faenas en El Teniente y para 1911 en
Chuquicamata. Las inversiones de estos dos proyectos significaron un flujo de capitales
externos de más de US$ 200 millones de la época, para llegar a producir en 1924 185 mil
TM y representar, por sí solas, el 80% de la producción chilena. Había nacido un nuevo
actor que se relacionará sustantivamente con la historia económica y política del país del
siglo XX: la Gran Minería del Cobre.
Antes de 1925, la presencia del salitre proporcionaba suficientes ingresos al gobierno -que
mantuvo la política de laissez-faire- con una tasa de tributación del orden del 1% de las
ventas totales.
El auge de las exportaciones salitreras dio un fuerte impulso al sector externo chileno,
transformándolo en el motor del crecimiento y generando dos cambios estructurales
fundamentales en la economía chilena: primero, los inversionistas extranjeros llegaron a ser
agentes importantes, principalmente en el sector minero exportador; segundo, a pesar del
laissez-faire predominante, el gobierno comenzó a adquirir un papel cada vez más
protagónico en la economía.
Entre 1925-60, el trauma del salitre marca las políticas del Estado chileno, orientadas a
reducir las características de enclave minero, conectar la Gran Minería del Cobre (GMC) a
la economía chilena y utilizar sus excedentes para impulsar el desarrollo económico. La
principal herramienta fue impositiva, al punto que para la década de los '50 el 60% de la
tributación total correspondía a la GMC, mientras la tasa promedio del período fue de un
38%. Chile captaba entonces el 61% de las utilidades brutas de las exportaciones de la
GMC. Sin embargo, será otro el gran aporte de la minería a la economía chilena: los costos
salariales. Pese a que menos del 1% de la fuerza de trabajo laboraba en esta actividad, junto
a la GMC surgieron salarios y sindicalización a tasas desconocidas en estas latitudes.
Ahora bien, las remesas de utilidades y amortización del capital de estas compañías
representaron el 1%-2% del PIB en el período 1950-1970, mientras que la inversión interna
total era de alrededor del 20% del PIB.
Otro fenómeno que marca la discusión de esos años y que adquiere un carácter fundamental
al inicio del siglo XXI dice relación con los efectos que un ambiente de inestabilidad puede
crear sobre una industria como la minería. Patricio Meller indica, en este sentido, que pese
a que las tasas de retorno de las multinacionales del cobre fueron de por lo menos 19% al
año en Chile (en otras regiones obtenían menos de 10%), la participación chilena en la
producción mundial de cobre declinó desde el 21% (1945-49) al 15% (1950-59) y 14%
(1960-70).
La explicación de esta variable parece radicar tanto en los impuestos directos que afectaban
a esta industria y las políticas cambiarias aplicadas de manera dual, con un dólar
sobrevaluado para las exportaciones de cobre -lo que generaba una mayor transferencia-
mientras la producción de transables para la economía interna estaba protegida por un
complejo sistema de aranceles altos que evitaba la desindustrialización de un país
embarcado en una política de sustitución de importaciones.
Entre 1925-60, el trauma del salitre marca las políticas del Estado chileno, orientadas a
reducir las características de enclave minero, conectar la Gran Minería del Cobre (GMC) a
la economía chilena y utilizar sus excedentes para impulsar el desarrollo económico.
La creación en 1955 del Departamento del Cobre, dependiente del Ministerio de Economía,
Fomento y Reconstrucción, para supervisar las operaciones de las firmas norteamericanas
de la GMC y recopilar estadísticas sobre producción física, precios, tributación, utilidades y
otros ítems, genera profesionales chilenos, ingenieros, economistas, contadores y abogados,
que marcan un salto cualitativo en la creación de know how y competencia del capital
humano nacional.
A mediados de los '60 surge una profunda discrepancia entre las empresas norteamericanas
del cobre y el gobierno chileno respecto de las decisiones de inversión y de expansión de la
producción, exigido éste último por una explosión de expectativas políticas y sociales que
le demanda mayores recursos.
Por otro lado, a contar de 1970, otros factores influyen decisivamente en el proceso
económico. La desconfianza de los inversionistas norteamericanos en un ambiente
enrarecido por revoluciones y "cuartelazos" en América Latina y la intervención
estadounidense en los precios y producción del cobre en períodos de guerra, contribuyeron
a generar un ambiente de mutuo recelo que terminó en un proceso creciente de
nacionalización, que creó bases de desarrollo económico para el país, pero que también
congeló por espacio de 20 años la entrada de nuevos capitales y tecnología.
Redefiniciones
Aunque el período 1973-1982 está marcado por la exploración, se caracteriza por la escasa
atracción de inversión minera hacia Chile. A pesar que en 1974 se dicta el Decreto Ley 600
sobre Inversión Extranjera, contrato ley que garantiza la invariabilidad en las reglas que
regulan el ingreso de capitales extranjeros a Chile, el clima de incertidumbre jurídica e
inestabilidad político-institucional desalentó la llegada de nuevos proyectos mineros, que
requieren de escenarios largos de maduración. En este contexto, la crisis económica de
1981-82 activó en las autoridades de la época la necesidad de legislar para permitir una
mayor apertura de la economía.
Por otra parte las autoridades de la época deciden desechar la posibilidad de llevar adelante
una política de control de precios de mercado, iniciada con la renuncia de Chile a la
desaparecida Comisión Intergubernamental de Países Exportadores de Cobre (CIPEC), al
tiempo que aumentaban la producción de cobre.
Durante la década de 1990 a 2000, el sector minero mostró un dinamismo sin precedentes,
resultado de una abundante inversión extranjera. El flujo de capitales mineros llegó a
nuestro país gracias a la riqueza de su subsuelo y a su estabilidad política, social y
económica. Las condiciones jurídico-institucionales ya existían a partir de 1974, pero serán
el marco de estabilidad democrática y la amplia base de consensos políticos las que
garantizarán este despegue.
Otro factor básico para atraer inversiones a la minería chilena fue la calidad de sus recursos
humanos. Nuestra gente, especialmente en el Norte, posee una sólida cultura y tradición
minera y una creciente formación técnica en nuevas tecnologías, acentuada en la última
década, a las cuales las empresas dedicaron importantes recursos en la capacitación de sus
trabajadores.
La disposición en términos privilegiados de un bien estratégico, en condiciones de ser
explotado por una adecuada infraestructura vial, energética y de comunicaciones -
porcentaje sustantivo producto de la propia actividad minera-, una política económica
responsable y expansiva, estabilidad democrática y el marco jurídico-institucional, juegan
como atributos relevantes para impulsar el desarrollo de los negocios mineros en Chile.
La inversión minera materializada entre 1990 y 2002 más de US$ 18.000 millones, que
representa la proporción mayor del total de la inversión extranjera en el país.
La base de esa capacidad exportadora de cobre de Chile está dada por la fuerte inversión en
la exploración, que en los últimos 10 años -como se indicó- superó los US$ 1.500 millones.
Ello ha derivado en que las reservas de cobre conocidas aumenten en Chile desde 97
millones de toneladas métricas (TM) en 1985 a 370 millones de TM al año 2000, lo que
revela la confianza y visión de futuro de los inversionistas. Su efecto sobre el potencial
productivo de Chile es enorme, creando -en definitiva- un poder exportador para el país de
proyecciones de largo plazo, que no existiría sin esas inversiones.
Atlas Minero
(fuente: www.sernageomin.cl)
• Arica y Parinacota / Tarapacá
• Antofagasta
• Atacama
• Coquimbo
• Valparaíso
• REGION METROPOLITANA
• O'Higgins
• Aysén
BIBLIOGRAFIA
(1) http://e-ciencia.com/recursos/enciclopedia/
(2) http://www.minmineria.gob.cl/