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Brian Z. Cañizares
Presentación
Antes de continuar, cabe aclarar que hablar de actores sociales, remite a pensar en
estos en sus múltiples objetivaciones. Esto es, en la forma de actores institucionales,
tales como instituciones estatales en sus distintos niveles; ONGs; partidos
políticos; organizaciones populares; referentes barriales (en cuanto instituciones informales
no menos influyentes). Un error común se ubica en pensar en estos como simples sujetos
beneficiarios de las políticas o, asociarlos solamente a los sectores populares. Es importante
avanzar desde aquí, considerando dicha premisa teórico-metodológica. Al respecto
Chiara y Di Virgilio (2009) señalan que los actores sociales constituyen “formas
concretas”, esto es, organizaciones e individuos con capacidad de ejercer incidencia
en cuanto dialécticamente relacionados con múltiples campos de acción.
Los actores, en cuanto fuerza social, no pueden ser pensados como fenómeno neutro, sino,
por el contrario, siguiendo lo expuesto por Matus, deben ser consideradas como
“fenoestructuras complejas, esto es: acumulaciones de ideologías, creencias,
valores, proyectos, peso político, peso económico, liderazgo, organización,
información, control de centros de poder e influencia sobre otras fuerzas sociales” .
(Matus 1987: 289).
Por su parte, Netto (2002) señala que esta “cuestión social” no se presenta a los
actores directamente, sino como refracción de la misma, sin exhibir su contenido
esencial, más siendo posible reconstruir sus trazos fundamentales a través de un análisis
de totalidad (Montaño, 2000; Kosik, 1984).
Robirosa señala que existen entre los actores sociales distintas posiciones y actitudes que
constituyen un campo de lucha heterogéneo en el cual se debaten tensiones y acuerdos no
siempre convergentes y a menudo contrarios a aquellos propugnados por los agentes
planificadores o interventores tales como los trabajadores sociales. La identificación de
estas tensiones y su procesamiento, insiste el autor, es necesaria para “reconocer con
el mayor realismo posible la situación confrontada” (Robirosa, 1990: 79) y por tanto,
para ensayar estrategias eficaces que permitan facilitar o favorecer la construcción de
alternativas de enfrentamiento a la “cuestión social”.
Así, Rozas señala que resulta “de singular importancia el descubrimiento de [los]
sentidos y lógicas que los sujetos le dan a su práctica cotidiana en la lucha no sólo
material sino también no material” (Rozas, 2005: 172). En este sentido, queremos
resaltar que la constitución en tanto actores sociales, resulta necesariamente de
una estructuración colectiva en base a intereses y discursos comunes, que adquieren
su forma concreta en función de su capacidad de instrumentar medios para la consecución
de fines.
Nos parece asimismo importante señalar aquello que Chiara y Di Virgilio (2009)
señalan como uno de los requerimientos a los procesos de reconstrucción
situacional, esto es, la necesidad de la consideración tanto de las tomas de posición de
unidades estatales (en sus diferentes ámbitos) como de la sociedad civil, en tanto
dichas posiciones redefinen los diseños de la intervención, por cuanto cada una de estas
pone en evidencia la comprensión particular del problema en cuestión y, por ende sus
formas de abordarlo.
Por otra parte, cabe rescatar la importancia que en el mencionado “campo de lucha”
asumen aquellos actores sociales con una institucionalización informal cuya
importancia resulta completamente relevante (e incluso determinante) en la
configuración de los escenarios de intervención. Considerando el terreno en el que se
piensa la intervención del Trabajo Social, resulta condición necesaria reconocer cuáles son
los discursos, las influencias, la retórica de estos actores sociales que a través de
múltiples formas viabilizan la reproducción material y espiritual de las relaciones
sociales que configuran la particularidad de un territorio. Así, actores como referentes
barriales, asambleas, y distintos enclaves (formales o no) de debate e intercambio
constituyen componentes que en modo alguno deben ser menospreciados en cualquier
reconstrucción situacional.
Resulta preciso, por último, brindar algunos elementos que atraviesan el movimiento
dinámico de los diferentes actores sociales en el espacio de los escenarios
situacionales. Es así que la dinámica de la disputa por la hegemonía reporta una
importancia central en la aprehensión del movimiento de dichos actores.
Por otra parte, Gramsci (1978), señala que la disputa por la hegemonía de una clase
sobre otra se debate en la capacidad de imponer una visión de mundo en base a
intereses particulares, colocando como horizonte de conquista, la reproducción de una
cosmovisión, en definitiva, la adhesión y reproducción de “[...] una filosofía, una
moral, costumbres, un "sentido común" que favorecen el reconocimiento de [la]
dominación [...]”. En este sentido, cabe precisar que el uso de “dominación” es citado
no con un sesgo negativo, más allá de cualquier valoración moral, indicamos a la
dominación como posibilidad de ejercer hegemonía. Así, por ejemplo, un actor
social dominante en un territorio (digamos, ejemplificando, una agrupación política
en un barrio), puede poseer acceso a determinados recursos, y desde la gestión
estratégica de los mismos (digamos, socialización de recursos, o redistribución), operar
relaciones con otros actores que apunten a posicionarse como la mejor alternativa
para la satisfacción de determinadas necesidades. En todos los casos, la existencia de
un actor hegemónico, no implica que este actor sea el único, o el más importante
de todos; esta situación indica, más bien, que ese actor se erigió como
hegemónico frente a otros posibles actores , o lo que es lo mismo, que supo
prevalecer por sobre los demás debido a una determinada configuración de las
relaciones de fuerza. Así, continuando con el ejemplo, ese actor social podrá
comportarse como movimiento de coyuntura, en el caso de una estrategia de
política eleccionaria, en cuyo caso la redistribución de los recursos tendría un
fin inmediato (la suma de votos), o como movimiento orgánico, si ese actor
apunta a la socialización de recursos con base en la concientización de los sujetos y
el fortalecimiento de su organización de cara a la lucha a procesos de lucha.
Lo que insistimos en rescatar de estos planteos, es que cada actor social conlleva
consigo aquello que Coutinho (1991), recuperando a Gramsci, señala como “visión
de mundo”. En este sentido, el autor señala que estas “visiones de mundo” implican
“[...] no sólo una representación de aquello que es, sino también, y sobre todo, una
representación de aquello que debe ser [es decir], una visión de mundo de lo real
con normas de acción adecuadas”. (Coutinho, 1991: 10).
Por último, de acuerdo al carácter dinámico de las correlaciones de fuerza, es preciso decir
que, comprender que los actores sociales como representantes de “visiones de
mundo”, no implica necesariamente comprenderlos como entes absolutos,
“puros”, representantes intransigentes de formas ideológicas. Más bien, todo lo
contrario, las configuraciones de los actores sociales responden a la dinámica de tensiones,
negociaciones y consensos que se procesan en la sociedad civil.
Al respecto señala Coutinho que “para Gramsci, la ‘sociedad civil’ se torna un momento
del propio Estado, de un Estado ahora concebido de modo ‘ampliado’. (...) el Estado
se tornó – dice Gramsci – una síntesis contradictoria y dinámica entre la ‘sociedad
política’ (o Estado stricto sensu, o Estado coerción o, simplemente gobierno) y la
‘sociedad civil’.” (Coutinho, 1997: 163 – Traducción propia–).
Las políticas sociales constituyen un ejemplo claro de este fenómeno. Puesto que, si
bien por un lado operan como mecanismo de reproducción de la fuerza de trabajo mediante
la socialización de los costos necesarios a tal fin, por otro responden a las
demandas históricas introducidas en la agenda pública por la clase trabajadora, a
fuerza de lucha (Netto, 2002).
Lo que intentamos ilustrar es justamente que, si bien los actores sociales pueden
posicionarse en relación su pertenencia de clase, dichos posicionamientos se
objetivan de maneras contradictorias. Luego, el Estado no implica siempre y
necesariamente coerción; los movimientos sociales, no implican a todo tiempo consenso; la
sociedad civil (sus actores) no implica siempre transformación de lo dado.
Bibliografía
GRAMSCI, A. 2008. La Ciudad Futura y otros escritos. Dialektik Editora, Buenos Aires.
IAMAMOTO, M. 1997. Servicio Social y División del Trabajo. San Pablo, Cortez.
MONTAÑO, C. 2000. “El debate metodológico de los ‘80/ ’90. El enfoque ontológico
versus el bordaje epistemológico”. En: Borgianni, E. y C. Montaño. Metodología en
servicio social. Hoy en debate. Cortez Editora, San Pablo.