Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
..
TEOR
DE HISTORICID
proyecto editorial
•
F I L O S O F Í A
[ h e r m e n e i a ]
directores
..
TEOR
DE HISTORICID
© EDITORIAL SÍNTESIS, S. A.
Vallehermoso 34
28015 Madrid
Tel 91 593 20 98
http://www.sintesis.com
ISBN: 978-84-975691-2-5
Prólogo
1 Introducción
1.1. Historicidad e historia
categortas
2. 5. Facticidad e historicidad
anticipación
�
v como efusión del Jfuturo
�
Potencial Jfuturo
�
3.3.3. El �
futuro como simple
l.
futuro, como l.Porvenir
�
v como apertura
., :L
de �Posibilidades
3.4.1. DesPresencialización
�
3.4.3. Sentido �
v sinsentido de la utoPía
�
4 Configuración de la historicidad
4.1. Estructura ontológica
4.1.2. DePendencia
�
causal de los acontecimientos o la identidad
libertad
4.2.3. Lo �Posi-
ble �
v lo imPosible
:1.
en la historia
Bibliografía
Prólogo
La aparición del término historicidad tiene que ver en parte con este fenómeno,
más concretamente con la forma en que las transformaciones, inducidas en buena
medida por la acción del hombre, revierten en su propio modo de ser. Sin
embargo, en paralelo a estos cambios ha discurrido otro fenómeno, no tan
llamativo pero no menos importante por su índole y por sus efectos. El hombre,
además de producir y sufrir hondas transformaciones, las ha ido interiorizando y
como consecuencia ha ido profundizando en el conocimiento de sí mismo. Esto
viene ya de antiguo: "Muchas cosas asombrosas existen y, con todo, nada más
asombroso que el hombre", dice Sófocles por boca del Coro en Antígona. Lo que
ante todo provoca asombro es "la destreza que el hombre encamina unas veces al
bien, otras veces al mal" . Lo que acontece, especialmente el paso de la Edad
Moderna a la Contemporánea, son transformaciones, llevadas a cabo sobre todo
por esa destreza humana, que no son comparables ni en cantidad ni en calidad a
aquellas de que habla Sófocles, tampoco obviamente en lo que al mal se refiere.
Cuanto mayor es el asombro del hombre ante sí mismo, tanto más insistente es la
pregunta que él se plantea: ¿qué es el hombre? Ello quiere decir que, a la vez que
concernido por los cambios, el hombre se reafirma tanto más en su propio ser. El
proceso histórico, que en todo caso representa un paso del hombre hacia delante, es
simultáneamente un paso hacia el fondo de sí mismo. Lo transitorio, que implican
los cambios, va unido a lo imperecedero de lo que es un "sí mismo" permanente;
lo que una y otra vez se revela como diferente es inseparable de lo siempre idéntico.
lo que viene prescrito en la lógica misma de los acontecimientos. Es cierto sin duda
que el peso de la historia sobre los individuos ha existido desde siempre y que su
influencia sobre lo que éstos piensan y hacen es, en determinados aspectos, cada vez
mayor. Pero no es menos cierto, a su vez, que el carácter que tal influencia tiene
está hoy en gran medida determinado por el desarrollo científico-técnico, que tiene
su origen en la propia actividad humana.
Por esta razón el hombre se sabe y se sien te, cada vez en mayor medida,
responsable, no ya de aquello de lo que él es agente de forma inmediata -lo cual
es obvio-, sino también de aquello que simplemente le acontece. Cada vez es
menos convincente el recurso al poder del destino, porque cada vez es mayor la
conciencia que el individuo tiene de su responsabilidad en lo que es el curso de los
acontecimientos históricos. Todo acontece como si él no existiera, puesto que la
historia le precede y seguirá su curso, cuando él haya dejado de existir. Pero nada
en la historia es, simultáneamente, posible, ni tan siquiera pensable, al margen de la
acción de los individuos, singulares y concretos, revestidos de su biografía y
protagonistas insustituibles de su propia vida.
formas de vida que poco o nada parecen tener que ver con las anteriores. Este es
uno de los motivos por el que se ha propagado la idea de que la historia no cuenta
o de que el hombre ya no tiene historia. Esto, sin embargo, coexiste con el
fenómeno llamativo de que la historia suscita un interés cada vez mayor y de que
su interpretación provoca encendidas polémicas. Ello presupone que el hombre, pese
a sus diferencias con el pasado, se reconoce en él, lo ve como su pasado, como una
dimensión esencial de su realidad. Lo cual implica que en la historia la continuidad
juega un papel considerable, que es preciso pensar junto con el grado de
discontinuidad que le corresponde.
Estas cuestiones, y otras afines, nos han hecho ver la conveniencia de abordar el
tema de la historicidad mediante el recurso a las categorías propias del pensamiento,
de acuerdo con la interpretación que en cada caso demandan los acontecimientos
•
mismos.
Introducción
de una u otra forma, no sólo que provienen de otros, sino que en sí mismos son
portadores de un significado, y en ese sentido poseen su propia peculiaridad y
consistencia, así como que se proyectan en otros acontecimientos e influyen en ellos.
Historicidad es el concepto que polariza las diferentes perspectivas con que se nos
presentan los hechos. Es decir, bajo historicidad entendemos aquello en virtud de los
cual los hechos son lo que son, provienen de otros y a su vez, por cuanto son lo
que son, poseen algún tipo de influencia en lo que va a acontecer después.
Además, estos diferentes aspectos tienen una marcada individualidad. Pues los
hechos históricos, lejos de provenir de otros hechos de un modo genérico, provienen
de hechos que tienen una singularidad insoslayable, sin que quepa la escapatoria de
que puesto que esto tiene lugar y es así respecto de todo tipo de proveniencia, no
podemos eludir el carácter genérico; no cabe tal escapatoria, porque si bien los
hechos son siempre éstos y por tanto a todos ellos se les aplica el concepto de un
"esto", lo que en cada caso ha acontecido es diferente de cualquier otro aconteci
miento. Por tanto, el acontecimiento que proviene de los anteriores es también
diferente.
Nos encontramos así ante una perplejidad o si se quiere ante un enigma, pues
para decir algo de los hechos ponemos en juego su proveniencia y, por otra parte, al
ser los hechos netamente diferentes de cuanto los precede, no se pueden explicar en
razón de esos precedentes. El enigma está en que, al referirnos a los hechos nos es
obligado volver la mirada a aquello de donde provienen y, al mismo tiempo,
percibimos que se resisten, en razón de su propia individualidad, a dejarse explicar
por lo que les precede. Y esto mismo puede decirse, si se supone que, en su pro
yección sobre acontecimientos venideros, los hechos van a tener este o aquel efecto,
claramente determinable. Si se mantiene el mencionado criterio de la individualidad,
no podremos predecir cómo van a repercutir en los venideros los hechos del pasado
o del presente.
Con ello hemos avanzado lo que entendemos por historicidad, en cuanto referida
a los hechos históricos, tal como lo hemos enunciado más arriba: aquello en virtud de
lo cual los hechos históricos son lo que son, provienen de otros y, a su vez, poseen
algún tipo de influencia en lo que va a acontecer después. Es por tanto, bajo este
aspecto, una suerte de principio inmanente a los hechos mismos. No se trata de un
concepto abstracto, dotado de caracteres determinados o perfiles definidos, que luego
aplicamos a los hechos, para hacer ver que responden a lo que aquel concepto
postula. Historicidad son, en esa dimensión a que nos estamos refiriendo, los hechos
mismos, en cuanto dotados de una estructura que remite a aquello de lo que
provienen, poseen su propia consistencia y se proyectan en otros hechos venideros.
Otro aspecto que tiene que ver expresamente con la historia es el tiempo y su
curso según sus tres momentos consabidos de pasado, presente y futuro. Ni siquiera
tiene el historiador, dándolo por sabido, que hacerse cuestión del tiempo ni de su
implicación en los hechos históricos. Le b asta con saber y dar por supuesto que
los hechos acontecen en el tiempo y que esto no es banal, sino que tiene una gran
importancia, tanta que no se pueden considerar los hechos pasados como si
estuvieran ocurriendo en el presente y menos aún tiene sentido forzar aquellos y tras
ladarlos a la situación actual. Para saber esto no es necesario más que dejarse llevar
por el sano ejercicio de la razón. Menos aún necesita el historiador entrar en la
ardua discusión de la relación entre temporalidad e historicidad, que por lo demás es
I 4
· · Teoría de la historicidad y filosofía
Todas las demás ciencias distintas de la filosofía tienen objetos tales que son
admitidos de forma inmediata por la representación y debido a ello son también
presupuestos como aceptados al comienzo de la ciencia, al igual que las
determinaciones, consideradas como exigidas en el proceso ulterior, son tomadas de
la representación.
Tal ciencia no tiene que justificarse respecto de la necesidad del objeto de que
trata. A la Matemática en general, a la Geometría, a la Aritmética, a la Ciencia
del Derecho, la Medicina, la Zoología, la Botánica, etc. se les reconoce que
presuponen que hay magnitud, espacio, número, derecho, enfermedades, plantas,
etc.; es decir, estas cosas están aceptadas por la representación como existentes; a
nadie se le ocurre dudar del ser de tales objetos y exigir que desde el concepto se
demuestre que tiene que haber, en y para sí, magnitud, espacio, etc.,
enfermedad, el animal, la planta . . . El comienzo de la filosofía tiene, por el
contrario, la incomodidad de que su objeto está por de pronto sujeto a la duda
y a la disputa, l. según su contenido, puesto que, si ha de ser presentado no sólo
a la representación, sino como objeto de la filosofía, no se encuentra en la
representación, incluso es opuesto a ella según el modo de conocimiento, y el repre
sentar debe ser trascendido más bien mediante la filosofía. 2. Según la forma, el
objeto está expuesto a la misma perplejidad, porque al comenzar es un objeto
inmediato, pero según su naturaleza es de tal índole que se debe exponer como
algo mediado y debe ser conocido mediante el concepto como necesario, y al
mismo tiempo no pueden ser presupuestos como conocidos el modo de
conocimiento y el método, pues su consideración cae dentro de la filosofía misma
actividad cognoscitiva. Esta tiene plena conciencia de que los hechos como tales
están ahí: la guerra de las Galias, las conquistas de Alejandro, las campañas de
Napoleón, por mencionar sólo algunos ejemplos que, de tanto ser citados, pueden
parecer triviales. Al decir que la necesidad de los hechos se impone a la representación
y que, en este sentido, es previa a cualquier intento de demostración, no estamos
hablando de la categoría de necesidad como contrapuesta a la de contingencia tal
como veremos en su momento. No estamos diciendo que los hechos históricos han
tenido que acontecer, en el sentido de que ni siquiera cabe pensar que pudieran no
haber ocurrido. Pero, aun admitiendo que pudieron no haber sucedido, una vez que
se han producido están ya ahí como hechos inamovibles, necesarios en este aspecto.
Cosa distinta es cómo la Historia aborda esos hechos en un intento de
comprenderlos, cómo los selecciona previamente, etc. El problema para la Historia no
es la existencia de los hechos, innegable puesto que estamos rodeados, y en ocasiones
acosados por ellos. El problema es más bien de qué forma la Historia se enfrenta a
ellos. En esto, por más que se precisen los métodos y se especialicen las escuelas, por
más también que se contrasten opiniones y corrientes, no va a lograrse nunca
unanimidad en los criterios y menos igualdad de resultados.
Previamente nos hemos referido por separado a los dos aspectos de los que se ocupa
la teoría de la historicidad: los hechos mismos por una parte y las categorías con que
los pensamos por otra. En la formulación que acabamos de hacer ambos aspectos
van unidos. Y es que en efecto lo están. Pues si nos referimos a los hechos es en
cuanto que los pensamos y, al pensarlos, nos servimos de determinadas categorías. Son
aspectos sin duda distintos, puesto que, supuesta la existencia de acontecimientos,
podemos pensarlos o no, al igual que podemos referirnos a ellos de una forma
diferente a la que implica el pensamiento filosófico, por ejemplo, mediante la poesía, o
podemos, como es habitual, referirnos a ellos en los términos exigidos por la Historia
y no mediante las categorías que intenta exponer la filosofía.
Esto nos sitúa ante una idea que viene siendo patrimonio común de la filosofía
desde sus comienzos: la identidad de pensamiento y ser. Lo mismo es el pensar y
aquello por razón de lo cual es el pensamiento, afirma Parménides (Fr. 8 , 34, en Diels
1 964: II, 238). En su aplicación al tema que nos ocupa, esto significa que aquello
que podamos pensar con sentido sobre los acontecimientos se ajusta forzosamente a
lo que postulan las normas o categorías de la acción de pensar dichos
acontecimientos. Por lo cual, lo pensado, es decir, el resultado de tal acción, en cuan
to que expresa aquello por razón de lo cual es el pensamiento, es idéntico al ser de
lo pensado en cuanto pensado.
A primera vista parece que el sujeto de esas acciones son siempre individuos y
según eso el origen de los acontecimientos habría que buscarlo en ellos. Pero esto,
que en un primer momento parece obvio, no está exento de sus dificultades. Sin
los individuos no hay ciertamente historia y en ese sentido la pregunta por el
origen de los acontecimientos lleva espontáneamente, en un primer momento, a
considerar a los individuos como los verdaderos sujetos de la historia. Sin embargo, a
poco que se reflexione, se percibe que esto es problemático, pues los individuos,
s implemente como tales, es decir, distintos y aislados unos de otros, no existen.
Existen siempre en relación con otros individuos y, en mayor o menor medida,
como dependientes de ellos o como proyectándose en ellos, en definitiva como
formando grupo con ellos, constituyendo una comunidad más o menos amplia.
Los individuos pertenecen por lo general a un pueblo, son miembros de una
nación, etc. A esto se añade una consideración igualmente elemental. Con
independencia de cómo hay que considerar a los individuos para que sean
válidamente considerados como sujetos de la historia, es innegable que no sim
plemente generan o producen historia, sino que se encuentran ante una historia ya
constituida, lo cual no es sólo una fuente de posibilidades para ellos, sino también
un factor determinante que hace que su acción forzosamente se oriente de una
forma concreta, sin que esto prejuzgue si el individuo es o no libre y en qué
medida lo es.
Existe pues una historia universal y hay infinitas historias particulares. Sobre el
Quedan 33 minutos en el libro 5%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
Pero hay otro sentido de la historia singular, menos tenido en cuenta, pero no
menos importante. La consideración se refiere en este caso a sectores particulares, que
respecto de los individuos en su significado estricto son universales. El pueblo español,
por más particular que sea en el conjunto de la historia universal, es un contenido
universal, común, respecto de los individuos, de los españoles que integran ese
pueblo español. La consideración se refiere a los individuos en el sentido más
estricto, como personas de carne y hueso en expresión tan reiterada por Unamuno.
Son además todos ellos verdaderos protagonistas de la historia, pues sin su acción, en
la casi totalidad de los casos silenciosa y anónima, la historia misma no existiría, mas
,
aún, carecería de toda sustentación y de cualquier sentido. Estaríamos pues ante una
radicalización del sentido anterior. Recordando la caracterización kantiana, totalidad
sería no simplemente la pluralidad de dimensiones o aspectos parciales considerada
como unidad, sino la pluralidad ilimitada e inabarcable de individuos, que con su
acción ininterrumpida tejen y destejen permanentemente lo que llamamos la historia.
¿Por qué razón son categorías a priori las que acabamos de mencionar? Si las
anteriores lo eran porque vienen exigidas desde la lógica interna del acontecer, este
segundo grupo de categorías se desprende del objeto en que se sitúa el acontecer. Las
.
categonas a pnon son categonas necesarias, y teniendo en cuenta que el acontecer
.
, ,
afecta al hombre como tal, los tres niveles que acabamos de distinguir, lejos de
responder una simple catalogación metódica, expresan una exigencia a priori y por
tanto necesaria de la consideración de lo histórico y sus acontecimientos. La historia
tiene que ser universal porque versa sobre el hombre que, como tal, se reconoce a
sí mismo en todo lo que es humano, sea como efecto de la acción del hombre, como
expresión de su modo de vida, o de la decidida afirmación, consciente o inconsciente,
de la voluntad de permanencia. Atapuerca, por ejemplo, tiene, al margen de la
propaganda o de otros intereses coyunturales, una connotación específica que sería
inútil buscar en otro tipo de hallazgos. Percibimos oscura, pero certeramente, que en
lo que fueron e hicieron nuestros antepasados, por más remotos e irrecuperables que
nos resulten sus modos de vida, están prefiguradas cosas que tienen que ver con
nuestro destino. Las pinturas que dejaron grabadas los guanches en sus cuevas nos
interesan porque no podemos por menos de considerarlas como algo nuestro.
Tiene razón y peso la opinión del clásico: Homo sum: humani nil a me alienum
puto (Terencio) . Lo cual está en la línea de la afirmación de Hegel: "Este [hombre]
singular es todos [los hombres] singulares" (Hegel, 1 987: 255 y s.). En segundo lugar
historia universal es ipso Jacto, en razón de su finitud, una historia particular. Es la
misma en todo tiempo y lugar y por eso es universal, pero justamente en cuanto que
forzosamente ha de realizarse en un tiempo y lugar, no puede ser nunca lo mismo y
sólo puede constituirse en cada caso como algo que tiene un sello particular y único,
y por tanto irrepetible en rigor. Y si son individualizadas, en el sentido de únicas e
irrepetibles, todas las historias particulares, con más razón lo serán las historias
singulares en el sentido últimamente expuesto. Pues los individuos concretos, en
cuanto sujetos agentes y pacientes de la historia, en cuanto personas que viven su
propia historia, a veces con indiferencia, en ocasiones con emoción y en otras con
tristeza o con indignación, son el fundamento sobre el que la historia sin más, tanto
la general como la particular, se construye, los múltiples ejes que la hacen girar y
que generan los grandes cambios de la misma. La mayoría de esas cosas son
silenciadas por las grandes historias, porque tampoco es posible reproducirlas, pero
están ahí y son determinantes. Y ya es bastante si el historiador nos recuerda su
existencia y nos hace llegar su aliento.
Las categorías mencionadas, que tienen que ver con el origen o existencia de la
historia, sea bajo el aspecto de la cualidad o más bien el de la cantidad son, no
obstante, caracterizaciones extrínsecas que representan una cierta aproximación al
significado de los acontecimientos históricos, en cuanto que señalan al lugar y al
ámbito en que se hallan los acontecimientos. Nos fuerzan a preguntarnos por el
constitutivo de los acontecimientos, pero no nos lo manifiestan.
• •
Una cosa en apariencia tan frágil y fugitiva como el tiempo pudiera en algún
momento inducir a creer que hay un margen muy amplio para concebir los
acontecimientos que se han ido gestando en el devenir. Nada más ajeno a la
realidad. Hay otras muchas cosas que se pueden cambiar: se puede desviar, al menos
parcialmente, el curso de los ríos, desplazar de algún modo las montañas (basta
pensar en el hecho portentoso de Las Médulas). Y sobre todo se pueden llegar a
destruir muchas cosas que parecían indestructibles. El tiempo, en cambio, como
uno de los modos esenciales de la naturaleza misma, es intocable; y con el tiempo
también la historia, en cuanto está hecha de aquel. Por otra parte, el hecho de que
el propio tiempo imponga un rigor en su concepción va unido a una considerable
riqueza y variedad en la implicación de las diferentes dimensiones histórico-tempo
rales. Ya bajo una simple y elemental consideración aparece claro que el pasado
histórico tiene un peso sobre el presente, como a su vez que el presente anticipa en
alguna manera el futuro, a la vez que una determinada expectación ante el porvenir
hace que tengamos un cierto protagonismo en los acontecimientos ya antes de que
éstos tengan lugar. Por la lógica del acontecer mismo. Pero además esto permite un
juego de posibilidades, tan variado como riguroso, en la narración.
tenga sentido es necesario que ese algo sea identificable como tal y por tanto que
goce de la correspondiente permanencia. Cuando se trata de cosas que cambian de
forma, a la vez que se percibe que hay un fondo que sigue siendo el mismo, esto no
parece representar un problema insoluble. Pero ante los acontecimientos históricos, que
se caracterizan por el cambio, esto parece ser más dificil. No obstante, si nos atenemos
a las que son exigencias radicales, y por tanto irrenunciables del pensamiento,
tendremos que tener presenta la afirmación, tan rotunda como bien fundamentada de
Kant: "Sólo lo permanente (la sustancia) cambia; lo mudable (das Wandelbare) no
sufre cambio (Veranderung) alguno, sino una modificación (Wechsel), ya que algunas
determinaciones desaparecen y otras aparecen'' (Kant, 1 956: A 1 87, 239 y s.). Tiene
que haber pues continuidad en la historia. Con todo, puesto que los cambios en la
historia son tan profundos - o así al menos son percibidos - tiene que haber alguna
forma de conciliar la continuidad con la aparente ruptura, la identidad con la
diferencia en este campo concreto.
Sea como fuere la forma que reviste la continuidad en la historia, habrá que dar
razón de los cambios que tienen lugar en el complejísimo proceso de los
acontecimientos, es decir, habrá que hacer referencia a los factores que los producen.
Con lo cual estamos enfrentados una vez más con lo que representa el principio de
causalidad, se utilice o no esta expresión. A menos que se mantenga, contra toda
lógica, que los acontecimientos surgen de la nada o se dé por válido que nunca hay
ni puede haber nada nuevo bajo el sol, será preciso pensar que todo acontecimiento
tiene una causa - o un complejo de causas - correspondiente. Como entendemos
que la historia es un asunto humano, lo más obvio parece ser pensar que la causa de
los acontecimientos históricos hay que buscarla en la acción humana. Pero ¿es esto
tan obvio? Cada acción humana - con el efecto correspondiente - se diluye ante
nuestra mirada en el mar inabarcable e insondable de otras acciones, infinitas en
número e incomprensibles en la serie de efectos y de consecuencias, que generan.
graves, a pesar de saber, a poco que reflexionemos, que las cosas son mucho más
complejas. Por más difícil, sin embargo, que sea explicar los acontecimientos por
referencia a sus causas, es ineludible abordar este planteamiento. La razón, ya
aludida, es que el surgimiento de algo, que comienza a existir en un momento dado,
no se puede entender sin la referencia al factor o a los factores que lo han originado.
Es tanto más necesario tenerlo en cuenta cuanto que asistimos a la extraña paradoja
de que, si bien por una parte se da por supuesto que los acontecimientos tienen
sus causas, al mismo tiempo se tiende sin embargo a simplificar esto en exceso. La
continuidad peculiar de la historia no la podemos comprender como algo que está
simplemente ahí, sino que sus acontecimientos son lo que son en cuanto
originándose de algo previo a ellos mismos. Por consiguiente, esa dependencia
causal no es simplemente algo sin lo que la continuidad histórica no se da. Es
además pieza fundamental de la misma.
Y tiene que ser as1, no propiamente porque ello sea coherente con la
1
concepción kantiana, o se derive incluso de ella, sino porque viene postulado por la
índole misma del acontecer. Pues si como hemos indicado, el ser del acontecer no se
puede desvincular de su originación en otros acontecimientos, hablar de los
acontecimientos en cuanto condicionándose causalmente unos a otros, lleva en
buena lógica a la idea de que forzosamente tienen que formar entre sí una especie
de comunidad. Y al contrario, si vemos los fenómenos históricos desde el punto de
vista de su distensión en el tiempo, esto no tendría sentido sino en cuanto que unos
influyen en otros y en razón de eso se hacen presentes en ellos, es decir, en cuanto
que en definitiva todos se hacen efectivamente presentes en todos. Veremos, en
consecuencia, cuando nos ocupemos explícitamente de ello, que la "globalización"
viene exigida por el proceso de los acontecimientos como tal. Esta "deducción", por
Queda abierto además otro campo, también desde la perspectiva del tiempo,
pero ahora centrado en las categorías de la modalidad. A poco que reflexionemos nos
salen al paso estas categorías. Los acontecimientos históricos, en cuanto que ya han
tenido lugar y pertenecen por consiguiente al pasado son necesarios, puesto que no
pueden ya no ser. Sin embargo en sí mismos, como efecto de una acción humana,
son susceptibles de ser considerados como contingentes, como hechos que pueden
tanto ser como no ser. Es esta consideración la que le lleva a Kierkegaard a la refle-
xion siguiente, entre otras:
• 1 •
•
En relación con el sentido de la historia surgen varias cuestiones, que no tienen que
ver con las categorías, orientadas a determinar lo que son los acontecimientos, sino con
su razón de ser o su "para qué", con aquello por mor de lo cual el flujo del acontecer
eXIste.
•
Es claro que se puede negar tal razón de ser, pero eso sólo se podrá hacer en
buena lógica si previamente se ha planteado la pregunta misma. Pues por de pronto
vemos que todo lo que nos rodea es para algo, tal vez, ante todo, para sí mismo: es
o bien para contribuir al ser de los otros seres o bien para reafirmarse a sí mismo y
crecer en su propio ser; que ostente un lugar neutro en la realidad, que sea para nada
es algo que no se compagina bien con nuestro modo de vivir y de sentir, y menos
hoy, por cuanto el pensamiento "ecológico" nos lleva por principio a fomentar el ser
de todo cuanto existe. Y aunque esto tenga, incluso exija, modos y grados de
llevarse a cabo, lo que parece más bien claro es que, si las cosas son para nada, lo
que de ahí se desprende es su deslegitimación y por tanto su arbitraria destrucción,
puesto que simplemente estorban e impiden que otras cosas sean.
Decimos "arbitraria" destrucción, porque el hecho de que las cosas caminen hacia
su desaparición por sus pasos contados es algo completamente distinto de que las
cosas queden reducidas a mero objeto manipulable. Y a la inversa, el hecho de que las
cosas - singularmente las que nos ocupan, los acontecimientos - pugnen como por
salir a la existencia, y no simplemente por perseverar en ella según la conocida
expresión de Spinoza: "Cada cosa, en cuanto está en ella, se esfuerza por perseverar en
su ser" ( 1 967: III, 6, 272), es un indicio de que el ser mismo está dotado de
sentido. Pues difícilmente puede concebirse sentido mayor y más pleno que el
,
consistente en la reafirmación del propio ser. Esta sería pues la primera cuestión, la
relativa a la legitimidad de la pregunta por el sentido. Por lo demás, la Filosofía de la
Historia nace con concepciones que tienen esta pregunta en el centro de sus
consideraciones, como es el caso de Vico, Schiller y Hegel. Pero de aquí se desprenden
otras, que vamos poco menos que a enumerar simplemente.
El dominio sobre las masas tornadas libres (es decir, sin suelo y egoístas) tiene
que ser erigido y mantenido con las cadenas de la "organización". ¿Puede, en este
camino, lo así "organizado" crecer profundizando en sus fundamentos originarios?
¿No sólo poner diques y encauzar lo masivo, sino transformarlo? Tiene todavía esta
posibilidad, en absoluto, una perspectiva [de realizarse] a la vista de la creciente
"artificiosidad" de la vida, que facilita e incluso organiza esa "libertad" de las masas,
el acceso discrecional de todo para todos? Nadie debe infravalorar el hacer frente al
incontenible desarraigo, el ordenar detenerse; es lo primero que tiene que acontecer.
¿Pero garantiza ello -y ante todo garantizan los medios, justamente necesarios para
tal proceder también la transformación del desarraigo en un arraigo? [cursiva del
autor.]
Aquí se requiere aún otro dominio, uno [que está] oculto y retenido, aislado y
silencioso. Aquí tienen que ser preparados los venideros, quienes crean nuevos
sitios en el ser mismo, desde los cuales acontece de nuevo una permanencia en la
contienda de tierra y mundo.
En primer lugar lo que mueve al hombre, y con ello a la historia, de una forma
esencial, son sus intereses. Esto es algo tan claro como que el ser del hombre se
despliega en su actividad, que a su vez se orienta siempre por intereses bien
determinados. Por eso los intereses no son nunca algo sobrevenido o añadido al ser
humano, sino estrechamente vinculado con él. Hegel supo ver este aspecto:
No deja de ser llamativo que sea Hegel, que tanto acentúa el interés universal en
sus diferentes formas, quien de este modo subraye el carácter insoslayable del interés
particular. Curioso es además que incluso en los casos en que esto se admite en
general como válido para la especie humana, uno se resiste por lo comun a reconocer
,
que él también actúa esencialmente por intereses particulares. Tal vez esto exija otro
tipo de explicaciones.
Quedan 28 minutos en el libro 9%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
Una segunda nota, vinculada al papel de los intereses, es que estos generan
conflictos, de forma esencial, por tanto inevitable, y permanente. Que es así, lo
sabemos por la historia misma y por la experiencia. Y para evitar que nos podamos
olvidar de ello están los medios de comunicación, aunque éstos por lo general no nos
ayuden apenas nada a conocer las raíces de los conflictos, no por falta de capacidad
sino porque la precipitación les lleva a sustituir la frialdad y el rigor del análisis
por la aplicación a hechos concretos de esquemas ideológicos, que poco o nada
contribuyen al esclarecimiento de la verdad, o por el más simple prejuicio maniqueo
a la hora de emitir juicios.
Pero aparte de que la historia y la experiencia nos dicen mucho sobre esos
conflictos, tal vez haya que reconocer, guste o no, que son inevitables, incluso que
son a priori necesarios para que el hombre tienda a superar formas de vida en que
tal vez se sienta muy cómodo, pero en las que está expuesto al riesgo del anqui
losamiento. La naturaleza humana no parece estar hecha para estabilizarse
permanentemente en unos mismos ciclos de comportamiento que se repiten
indefectiblemente como en cualquier otra especie animal. En último término con la
aparición de la modernidad parece que se ha tomado conciencia de que el hombre
está destinado a avanzar más allá de situaciones establecidas. Otra cuestión es
determinar si este avance representa un verdadero progreso o no. Respecto de la
índole del conflicto fue Kant quien ideó una de las más logradas formulaciones:
La lectura del texto de Kant nos lleva por el contrario a considerar que se trata
de un comportamiento que, además de necesario, es un bien en sí mismo. Y con
todo no dejamos de ver aquí un mal, por más agudo y profundo que nos resulte el
ingenio de Kant al justificarlo. Pues es obvio que del egoísmo -a través de esas formas
de actuación - Hegel va a dar un paso más allá de Kant y sin declarar como simples
males esas actuaciones, pero sin ocultar tampoco, por otra parte, que vienen
acompañadas de toda suerte de males, llega no simplemente a considerar
empíricamente la existencia de estos o aquellos males y a buscar en ese nivel la
superación de los mismos, sino a plantear el problema del mal y a intentar construir
a partir de aquí una Teodicea (cf. Álvarez Gómez, 2004: 143 y ss.).
Al menos habrá que reconocer que el planteamiento como tal está justificado,
más aún, es necesario si no es que el bullicio elevado a los cuatro vientos bajo el
lema, políticamente correcto, del fin de la metafísica, ha cercenado incluso el
reconocimiento de la metafísica como disposición natural, algo que Kant mismo, el
crítico más solvente conocido hasta ahora de las falsas pretensiones de aquella,
considera como una dimensión indeleble del ser humano. El planteamiento del
problema del mal, más allá de la actitud quejumbrosa ante toda suerte de males,
responde a la aspiración, que debe culminar en certeza, de que el mal no tenga
,
nunca, ni siquiera allí donde es más radical, la última palabra. Esta es también la
intención de Hegel al plantear el problema (cf. 1 9 5 5 : 80 y ss. ) . El bien que debe
resultar de la existencia de un mal gobierno no es el mal gobierno, sino la
superación del mismo, lo cual debe suponer que se ha logrado instaurar una
situación, mejor que la que dio origen a aquél. Sirva este mero ejemplo para aludir
al marco intelectual en que se plantea el problema del mal.
presente en todo el campo de la Etica. Bien es verdad que todo lo que es bueno
posee también un tipo de entidad y bajo ese punto de vista no cabe decir que haya
algo a lo que no sea aplicable el concepto de ser. Pero dejando de lado ahora estas
reflexiones, que tendrían su lugar propio en otro ámbito, es cierto que con relación a
la historia el concepto de bien tiene concreciones muy marcadas y determinantes,
como la justicia.
Tal vez sea la lectura de los griegos, en este caso de los grandes trágicos, la que
despertó en Nietzsche el interés por la marcha justiciera de la historia, cuya fría
consideración nos enseña que su sentido no puede consistir en ajustarse a lo que
proponen y determinan los hombres. De ahí la permanente enseñanza de Antígona,
quien ante la pregunta de Creonte de por qué ella se había atrevido a transgredir los
decretos que prohibían dar sepultura a su hermano contesta:
No fue Zeus el que las ha mandado publicar, ni la justicia que vive con los
dioses de abajo la que fijó tales leyes para los hombres. No pensaba que tus
proclamas tuvieran tanto poder como para que un mortal pudiera transgredir las
..
5 . Pero esto no significa que nos movamos en un terreno abstracto, lejano a los
más vivos y más inmediatos intereses humanos. La figura de Antígona nos sigue
resultando hoy más cercana que la de ningún legislador o gobernante, porque sus
palabras nos señalan el camino para llegar a lo que las simples leyes no nos permiten
descubrir. En su aplicación más concreta esto tiene que ver con la aplicación a la
historia de los conceptos de totalidad y progreso. Este último ha sido criticado con
razón si se pretende que todo lo nuevo representa un avance positivo. Los dos
últimos siglos prueban que la simple instauración de la idea de progreso, que las
más diversas tendencias han reivindicado para sí, ha sido una verdadera catástrofe,
justamente porque para nada se ha tenido en cuenta lo que la justicia exige: la
salva-guardia de los intereses de los individuos y la comunidad de la que forman parte,
los pueblos y las naciones, de aquellos intereses que son además comunes a las
naciones mismas en su mutua relación; en definitiva, de lo que es una totalidad
viviente y armónica, abierta al futuro y a la vez consciente de la pervivencia de la
tradición.
6. La realización de esa idea exige el poder bajo un doble aspecto. La realidad es,
en sí misma, poder. Bajo este primer aspecto el poder es un a priori de cualquier
realidad, que tiene en su "poder ser" la condición inmanente para ser, como
magníficamente expuso Nicolás de Cusa (cf 1 973: 4 y ss.). Pero es otro el aspecto que
cuenta más en la historia: la capacidad de perseguir objetivos comunes por parte de
pueblos y naciones, conjuntando intereses contrapuestos, así como de imponer,
contra la opinión y tendencias de los particulares, objetivos determinados. Como
consecuencia de esta doble función: proponer objetivos e imponer normas y acciones
puede decirse, remedando una conocida frase de Hegel, que nada grande se ha
conseguido en la historia sin poder, y tampoco nada grande se ha conseguido sin
dolor, porque el poder fuerza a los individuos a cumplir lo que en muchos casos se
opone a sus propias tendencias, incluso a sus derechos. Hay una obligada relación,
con frecuencia muy tensa, entre poder y derecho, pues por una parte el poder
necesita el derecho para que aquél se pueda ejercer mejor, pero por otra parte es
necesario el derecho para poner límites a la arbitrariedad del poder. Todo eso, que se
admite fácilmente en el nivel de la política, no es válido sin más, cuando de los
acontecimientos históricos se trata. La historia que conocemos no ha sido al parecer
nunca ajena al ejercicio de un poder que contraviene derechos establecidos. Pero es
además la propia historia la que en muchos casos legitima ese tipo de actuaciones.
una especie de apriori. La libertad viene exigida, por así decirlo, desde abajo y desde
arriba. Los individuos, protagonistas esenciales de la historia, reivindican para sí,
cada vez en mayor medida, determinados derechos, que garanticen su libertad e
incluso fuerzan, si es preciso, el reconocimiento de los mismos. Los estados, que
detentan el poder, se sustentan a su vez sobre el reconocimiento de las libertades y
son ellos mismos, cada vez más libres, en cuanto que se legitiman en nombre de la
libertad y actúan por mor de la misma.
Pero hay, aparte de esta reflexión inicial, dos aspectos que requieren especial
atención. De una parte la relación entre libertad y necesidad. Hegel lo formuló de un
modo inequívoco y paradójico a la vez:
El lugar propio
de la historicidad.
La pregunta p or el sujeto
d e la historia
Parece que no fue así. Los antepasados de las cuevas de Altamira pueden no
haber pensado nada especial cuando fueron haciendo las famosas pinturas.
Instintivamente llevaron a cabo algo importantísimo que ha servido para descifrar
en parte sus hábitos de vida y también para que nosotros nos admiremos de lo
que el hombre, en una fase tan primitiva, carente de todos los medios de que hoy
dispone, es capaz de proyectar en su fantasía. Y en lo que se refiere a la historia
como narración interpretativa del acontecer, el hecho por ejemplo, de que la "toma
de Toledo", por parte de Alfonso VI, "el año 1 0 8 5'' , sea un acontecimiento clave
"en el proceso reconquistador", o que "la derrota de las Navas de Tolosa ( 1 2 1 2)" sea
el "pórtico del derrumbe de todo el islam de la cuenca del Guadalquivir"
(Domínguez Ortiz, 2000: 62 y 64), pueden ser consideradas como afirmaciones
sólidas y autorizadas por parte de los expertos en Historia de España - afirmaciones
ampliamente compartidas por lo demás - pero dejan abierta la pregunta acerca de
la perspectiva que hace posibles estas valoraciones. Un historiador del islam puede
tender a valorar los hechos de modo muy diferente o simplemente a pasarlos por
alto.
De ahí que frente a modos de pensar inveterados nos encontramos a veces con
sorpresas. Tendemos a pensar por ejemplo que la consideración propiamente
filosófica de la historia es una aportación de la modernidad. Pero La Ciudad de
Dios de Agustín es ya una creación que no cabe considerar como meramente
teológica, y ha dado pie a consideraciones estrictamente filosóficas, como por
ejemplo ha sabido ver K. Lowith ( 1 959: 1 48 y ss.). Y más aún por su nitidez
filosófica resulta el caso de Ibn Jaldun ( 1 339-1 406), quien en su monumental obra
Al-Muqaddimah defiende tesis muy similares a las de Hegel, entre otras, que "los
imperios, así como las personas, tienen su propia vida" (Jaldun, 1 977: 348 y ss. ) , o
que "cuando la decadencia de un imperio se inicia, nadie la detiene" (op. cit. : 526 y
ss.). En un luminoso ensayo titulado "Abenjaldun nos revela el secreto" destaca
Ortega y Gasset, entre otras cosas, por una parte que desde su visión cíclica y
organicista - los pueblos y los estados son como seres vivos - el autor norteafricano
sería capaz de asumir, sin inmutarse a la vez que rebatir, las modernas teorías sobre
el cambio y el progreso, puesto que todo vuelve s1empre a un m1smo punto que
• •
permanece inalterado; y por otra parte, tiene también claro que toda concepción
de la historia sólo posee sentido si descansa sobre una idea certera de lo que es la
sociedad (Ortega y Gasset, 1 966: II, 672 y ss. ) .
Lo que se quiere decir cuando se habla del fin o muerte del sujeto es que, lejos
de ser él el protagonista de lo que hace, y muy especialmente de la historia, obedece
a sistemas que son previos al sujeto mismo, que en este sentido deja de serlo. La
parte de la verdad que hay en estas afirmaciones es que existen sistemas que poseen
un peso innegable sobre nuestras conductas. La tarea de la filosofía ha consistido
siempre en remontarse, más allá de las apariencias, a lo que es verdaderamente real.
Y no es casual que Foucault invoque como autoridad los sistemas del siglo XVII,
que lo fueron verdaderamente. Sin embargo, sus autores no sólo no olvidaron, sino
que tuvieron muy presente que cada cosa individual, y tanto más el hombre concreto,
posee su propia esencia (cf. Spinoza, 1967: III, prop. VII; Domínguez, 133). Leibniz
no duda en reconocer a cada individuo, junto con su inserción en el universo,
carácter substancial:
Los presupuestos con los que comenzamos, no son arbitrarios, no son dogmas,
son presupuestos reales, de los que sólo se puede abstraer en la imaginación. Son
los individuos reales, su acción y sus condiciones de vida materiales, tanto las que
se encuentran previamente, como las producidas por su propia acción. Estos
presupuestos son pues contrastables por un procedimiento puramente empírico. El
primer presupuesto de toda la historia humana es naturalmente la existencia de
individuos humanos vivientes. La transformación de la historia en historia
universal no es una acción meramente abstracta de la "autoconciencia", del espíritu
.
del mundo o por lo demás de un fantasma metafísico, sino una acc1on
,
No se trata de entrar en una más bien estéril polémica sobre si Marx dijo una
cosa u otra, si bien es un tanto problemático que se le quiera convertir en un
representante de las tesis estructuralistas. Más bien, puesto que se pretende hacer de
los individuos un mero reflejo de las leyes que los preceden, bastaría preguntar qué
pueden ser o representar las leyes al margen de los individuos mismos, dónde están
y cuál es su estatus ontológico. Separar las leyes de los individuos, en que son
efectivas, no pasa de ser una trampa del pensamiento abstracto en un sentido
negativo:
•
La ley no está [ . . ] más allá del fenómeno, sino que está en él presente de
.
modo inmediato; el reino de las leyes es el reflejo tranquilo del mundo existente o
fenoménico. Pero más bien son ambas cosas una totalidad y el mundo existente es
él mismo el mundo de las leyes (Hegel, 1 999: 1 3 1 ) .
2. r . Individuo e historia
Es cierto que a posteriori es fácil decir que tales preguntas no tienen sentido
porque a la postre cuenta lo que de hecho ocurrió. Pero esto es tanto como eludir la
cuestión a que nos estamos refiriendo. A menos que se diga que todo está regido por
un destino ciego y que por tanto ocurrió lo que forzosamente tenía que ocurrir, si
dirigimos la mirada a los hechos en su desnudez, el papel de los individuos se nos
antoja esencial. Tal vez Aníbal había llegado en su proeza al límite de sus
posibilidades y por eso su victoria en Cannas no le fue tan provechosa. Pero también
podemos imaginar que pudo muy bien haber llevado su victoria hasta el final
conquistando Roma, lo cual habría supuesto un curso completamente diferente de la
historia. Con ello no hemos rozado siquiera la cuestión de si los individuos fueron
libres o no para obrar de un modo diferente, o si por ejemplo las circunstancias no
daban más de sí. Tal planteamiento adolece a su vez de falta de consistencia, porque
las circunstancias que son relevantes para la acción de los individuos no están
constituidas al margen o con independencia de los propios individuos. Aquí es válida
la afirmación de Marx de que las circunstancias hacen a los hombres y los hombres
a su vez hacen las circunstancias.
El papel de los individuos nos parece tanto más relevante y esencial si tenemos
en cuenta la diversidad de estratos y niveles en que se mueve y agita la historia: el
militar, el social, el político, el económico o el religioso, por nombrar sólo algunos de
los que son considerados como muy importantes. En lo militar quien al fin detenta el
mando es uno sólo, aunque todos los demás sean necesarios. Como es sabido,
Aristóteles se planteó la cuestión de quién era más determinante, el ejército o el
general y, desde la sensatez que distingue al estagirita, opinó que este último (Aris
tóteles, 1 990, Met., XII, 9, 1 07 5 a, 1 1 - 1 5 ; 640) . Las grandes y decisivas campañas
militares que asociamos a la figura de Julio César entendemos que él no simplemente
las representa, sino que las protagoniza con pleno derecho. Su grandeza es de tal
magnitud que incluso sus más decididos detractores no pueden menos de reconocerla.
Hume, que está convencido de que César perjudicó mucho a las Islas Británicas,
piensa que un argumento contundente a favor del poder de la providencia divina
habría sido que Dios hubiera suscitado una tormenta tal que, al atravesar César y
su ejército el canal de la Mancha, todos se hubieran ahogado. En el extremo opuesto
están por ejemplo Hegel, que ve en César a uno de los grandes individuos de la
historia universal, junto con Alejandro Magno y Napoleón (cf. Hegel, 1 95 5 : l OO) y
Ortega y Gasset, entusiasmado con la figura del gran político y general (cf. Ortega,
entre otros lugares OC, I I , 499 y ss., 546 y ss.; III, 5 5 y ss.; IX, 96 y ss.).
ganado nadie o incluso hubiera sido cosa de un destino ciego. Este es uno de tantos
casos, relativamente frecuentes en la historia, en los que los hechos muestran su rostro
tan fijo como inamovible.
que él llama "grandes individuos de la Historia Universal", espero que mis palabras no
produzcan un efecto disonante en la consideración del tema que ahora nos ocupa.
Pretendía sólo decir que el lugar que ocupan determinados individuos en la Historia
es irreemplazable. Fue así porque así se pensó y creyó que era. Posteriormente toda
una serie de intérpretes pretendieron hacernos ver que sólo las estructuras son lo
determinante, pero las estructuras no son nada sin las personas que las soportan y
pro tago n1zan.
•
((
eon ¡: / naturalmente a "su poder". Las frases inicial y
nuestro po der " se re1ena
final del libro dan buena idea de los polos rigurosamente complementarios de la
actividad que aquí estaba en juego:
En relación con esto, nos encontramos con dos hechos de muy difícil
explicación, que son probablemente opacos y enigmáticos. De una parte, no es
comprensible sin más que en plena época contemporánea, a lo largo del siglo XX
dimitir.
Las acciones no dejan de ser individuales por el hecho de que sus efectos se
extiendan mucho más allá de lo que el propio individuo es capaz de prever y que el
mismo no asumiría, si las previera, y por tanto presumiblemente no actuaría o lo
haría de otro modo. En la expresión "radio de acción" se presupone que aquél
puede ser mayor o menor, pero nunca que el sujeto de la misma se llegue a
difuminar por completo. El adagio escolástico "actiones sunt suppositorum" - las
acciones son de los sujetos - tiene su peso, no obstante la serie de matizaciones que
se pueden hacer y de restricciones que sea oportuno tomar en consideración. El
principio no es cuestionable, a menos que con él quede desvirtuado también
cualquier posibilidad de comprender lo que simplemente acontece, pues si se insiste
en que lo determinante son las estructuras o el sistema, basta tomar en conside
ración el hecho obvio de que todo sistema, para que funcione, necesita ser puesto a
punto por individuos. Ni se puede remitir el significado de la acción a la educación
recibida cuando el sentido de la educación es entre otras cosas preparar al educando
para que asuma la responsabilidad por sus propias acciones. Negar esto es poner
en peligro a la persona concreta, de suyo ya bastante frágil, que quedaría
simplemente sometida a las vicisitudes del azar. No se favorece a las personas
eximiéndolas de sus responsabilidades. Y menos aún se favorece a la comunidad a la
que la persona pertenece, porque la comunidad es un organismo vivo, que queda
afectado por la debilitación de cualquiera de sus miembros.
En la acción solamente está tu tarea, no en sus frutos. No tengas por fin los
frutos de la acción ni tengas apego a la inacción (Radhakrischnan, 1958: II, 47,
136).
Para el hombre, que sólo se alegra en sí mismo, está contento consigo mismo y
encuentra satisfacción en sí mismo no hay otra cosa más que realizar (l. c., III,
17, 1 57).
Por ello lleva a cabo siempre, sin apego, la acción que ha de hacerse, pues
mediante la acción sin apego llega el hombre a lo más alto (l. c., III, 1 9, 1 5 8).
interpretación del mismo implica tener en cuenta puntos de vista que corresponden a
tal complejidad, como desde una consideración filosófica hizo Hegel (cf. 1 997:
1 0 1 -173) . Aquí me interesaba poner de relieve únicamente el carácter absoluto de la
acción, razón por la cual lo que de la acción misma se desprende recae sobre la
acción misma. De ahí que la decisión inicial de Arjuna de no querer entrar en
batalla, porque esto significa tanto como dar muerte a los de la propia familia, tiene
que ver con lo mismo que quiere hacer valer Krisna: que se debe considerar la
acción misma como tal y abstraerse de sus frutos, pues lo que dice Arjuna es que no
es posible separar la acción de los frutos:
Quedan 25 minutos en el libro 1 6%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
Aquellos por los cuales el reino, los placeres y las alegrías nos parecen
deseables, esos mismos están aquí en lucha unos contra otros; y han renunciado a
su vida y a sus bienes (l. c., I, 33).
Maestros, padres, hijos, abuelos también, tíos, suegros, nietos, cuñados, y otros
parientes (l. c., I, 34).
Abunda también en esta misma idea de reconocer el papel que les corresponde a
los individuos en el protagonismo de la historia la praxis de los historiadores mismos
y el interés de cuantos, sin ser historiadores, tenemos interés en saber "como ha
ocurrido propiamente" - wie es eigenthich gewesen-, según la conocida exigencia de
L. von Ranke (cf Schn adelbach; 1 974: 43). En las últimas décadas han tenido los
historiadores mucho más en cuenta los factores objetivos: económicos o sociales, que
debían despersonalizar la historia y darle un rango verdaderamente científico. Pero al
fin los nombres han vuelto y han reivindicado su propio papel. Los historiadores
han revisado la actitud meramente objetivista, no arbitrariamente, sino por exigencias
del mismo proceso histórico. Lo que fue relevante para Europa en la época de Carlos
V, no acertamos a entenderlo sin la acción del emperador y el papel que tuvo en
acontecimientos que fueron importantes en sí mismos y para el futuro. Como
resume uno de sus autorizados biógrafos, al morir Carlos V "los caminos de Europa
ya nunca más se verían transitados por aquel infatigable viajero; pero al menos
quedaba su sombra y su siembra. Una fecunda siembra en pro de una Europa unida"
,
Es ésta una clara muestra de que se puede hacer pura y simplemente historia, a
la vez que satisfacer los intereses teóricos y prácticos que requiere una comprensión
cabal de la misma. Se salvaguarda, en todo caso, aun allí donde eso pudiera no
parecer tan claro, las tesis que aquí defendemos: que los individuos son en alguna
medida protagonistas de la historia, su causa. Por más que se sintetice, la historia
universal no se puede entender sin referencia a ellos. Grecia no es comprensible sin
Pericles, el imperio de Alejandro Magno es eso sobre todo. Cartago y su historia van
vinculados a Aníbal especialmente y la historia de Roma se debe en gran parte a la
obra de Julio César (cf Wells, 2005 : 1 08 y ss., 1 1 1 y ss., 135 y ss., 140 y ss.).
Antes de pasar al punto siguiente se van a mencionar aquí dos dificultades contra
esta idea que venimos manteniendo. La primera es la de que �'de individuis non est
scientia): La dificultad tiene a su favor que la ciencia se construye con principios y
conceptos universales que, si bien valen para los individuos y se aplican a ellos, de
ningún modo expresan lo que ellos, cada uno de por sí, son, sino sólo lo que les es
común. Sin embargo, esta cuestión que se debatió ampliamente a finales del siglo XIX
(cf Schn adelbach, 1974: 137) ha encontrado una solución satisfactoria con la ayuda,
entre otras cosas, de los instrumentos especulativos de la filosofía de Hegel. Hay
ciencias que, como la historia, existen en razón del poder y del impulso que lo
universal recibe de lo individual, paradójicamente en tanto que, al mismo tiempo, se
realiza en ello. Quede aquí simplemente indicada la respuesta. La segunda dificultad
tiene algo que ver con la primera, pero bajo el punto de vista formal es diferente. Se
trata de que la ciencia tiene que ver, además de con lo universal, con lo necesario. No
podemos menos de pensar por ejemplo que Aníbal, después de la victoria de Cannas
en Agosto de 2 1 6 a. C. tuvo la oportunidad de cambiar el curso de la historia si se
Quedan 25 minutos en el libro 1 7%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
hubiera decidido a asediar la ciudad de Roma. Se puede pensar eso (Seibert, 2004:
29; Christ, 2003: 86 y ss. ; Goldsworthy, 2002: 23 1 ) . Se puede sin embargo pensar
también que, vistas las cosas en su conjunto, las posibilidades en un sentido o en
otro no eran tan claras (cf. los autores que se acaban de citar, especialmente los dos
últimos). Si tiene sentido pensar tanto lo uno como lo otro, es porque se entiende
que no sólo el resultado de la batalla misma, sino su repercusión ulterior pudiera
haber tenido otro signo.
Para una visión posmoderna, que concibe la historia como narración, que se
guía por los hechos que han tenido lugar para interpretarlos conforme a normas,
ciertamente, pero siempre entendidas de modo flexible y por relación al punto de
vista del historiador, esto no debe representar una verdadera dificultad. Lo importante
sería respetar lo contingente, en lugar de pretender una necesidad que es ajena a la
realidad que aquí se trata de interpretar. Y si hay un punto de vista a tener
rigurosamente en cuenta, sería de tipo político e ideológico, no propiamente "lógico",
ajustado a la medida que es interna a los hechos mismos. Esto, sin embargo, no
sería satisfactorio. Al menos la historia como narración debería aspirar a un rigor
similar al que se puede esperar de una encuesta que versa sobre un acontecimiento
que tiene lugar de la forma más espontánea posible, por ejemplo, unas elecciones que
se celebran en medio de un clima de libertad y de normalidad, tal como tienen lugar
en un país democrático. Se supone que los electores pueden votar una candidatura u
otra, o no votar ninguna. Es decir, estamos ante un acontecimiento que no existe
•
necesario en modo alguno. Y sin embargo, las encuestas, cuando están bien hechas, es
decir, cuando se han realizado de forma rigurosa, ateniéndose a normas estrictas y
teniendo en cuenta sectores de población, circunstancias, variables, etc. son capaces de
diagnosticar lo que va a ocurrir. Un ejemplo muy llamativo fueron las elecciones a la
Presidencia de Estados Unidos que tuvieron lugar en el año 2000. Días antes de la
votación se predijo por las diferentes empresas de opinión con toda seguridad que el
candidato - Bush o Gore - que fuera al fin elegido iba a ganar por una diferencia
muy pequeña de votos. Fue así. La diferencia resultó ser mínima. Ha ocurrido algo
similar también en otros casos bien llamativos.
matice esta necesidad, diciendo por ejemplo que se trata de una necesidad
estadística. Desde una concepción posmoderna se podrá decir que la historia se ha
de escribir desde el punto de vista del h istoriador, sin pretender un carácter
estrictamente objetivo, que no es posible, y menos necesario. Se podrá decir, pero no
será porque la contingencia que es propia de la historia sea ajena a cualquier tipo
de necesidad. Si es válida la comparación con el caso, antes mencionado, de las
encuestas, en la historia contaremos con acontecimientos que, a la vez que son
contingentes, están dotados de una necesidad que permite hacer de ellos una
interpretación rigurosa. Y al igual que las encuestas se hacen a individuos, que a la
vez que actúan de modo contingente, obedecen a una cierta necesidad, el hecho de
considerar a los individuos como actores y protagonistas de la historia que actúan de
modo contingente, es compatible con la suposición de que su comportamiento
obedece a normas objetivas y por tanto no es simplemente casual.
La cuestión a que ahora nos referimos se plantea mediante una doble pregunta del
modo siguiente:
a) dando ya por supuesto que los individuos son sujetos de la historia, cabe
preguntar, en primer lugar, si poseen una constitución tal que no sólo
Quedan 24 minutos en el libro 1 7%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
posibilite, sino que les exija hacer historia. La historia implica la ruptura o
superación de los modos de ser naturales, que en el resto de los seres vivos,
son simplemente naturales y, por tanto, repetitivos y cíclicos. Luego debe
haber en la propia naturaleza esa condición que hace posible que se
trasciendan los límites de la simple naturaleza. Y además, como esta superación
de la naturaleza se produce con carácter general, lo lógico es pensar que
tenemos que ver con una condición que, además de posibilitante, es exigitiva.
Esa condición sería, en relación con la historia, el último reducto en la línea
de la trascendentalidad.
b) Pero además cabe preguntar cuál es la razón de ser de que el hombre haga
historia y se caracterice, en este aspecto, por tener historia. Cabe, con otras
palabras, preguntar cuál es el "lógos" de la historia. La pregunta por esa "razón
de ser" puede parecer hoy obsoleta en más de un caso. Pero una cosa es que
lo sea, si lo es en verdad (lo que habría que plantear con precisión y discutir)
y otra muy distinta es que la pregunta misma carezca de sentido, cosa que,
como veremos, no es cierta.
•
Cuando Kant afirma, dándolo por supuesto, que hay algo en el hombre que
sobrepasa la estructuración mecánica de su existencia animal, no debe entenderse
ésta como punto de partida, porque ello implicaría que el punto de partida es de la
misma índole que el punto de llegada. Aquella dimensión de la naturaleza que
supera la existencia animal de ninguna manera lleva a cabo tal superación desde la
existencia originándose en ella, y menos desplegándose en virtud de ella. Tiene que
haber, sin duda, como veremos, punto de partida y punto de llegada, terminus a quo
y terminus ad quem, pero habrá que desvincularlos a ambos de la existencia animal.
Hay pues un tipo de relación desconocida y oculta entre esos dos niveles en
cuanto que no está a la vista - pues es obvio que la acción de sobrepasar la
existencia animal tiene - no sólo, pero también, y en todo caso esencialmente - el
sentido de subvenir "la máxima necesidad de una existencia inicial" (l. c.). Por tanto
a la vez que existe la diferencia radical entre los dos niveles, tienen sin embargo algo
que ver entre si. Se puede decir que lo que aquí llama Kant existencia animal es ya
desde el primer momento y constitutivamente algo que no es sólo animal, pues está
como llamando y postulando, desde el vado o no ser de su extrema precariedad a la
naturaleza, para que la transforme y perfeccione mediante aquellos principios y
medios que la sobrepasan como mera existencia animal. Por eso el resultado de la
intervención del hombre sobre su propia existencia animal no la deja en su
existencia inicial. En sus reflexiones sobre la historia universal tiene pues Kant en su
mente algo muy diferente de un simple dominio sobre la naturaleza.
Que el hombre se vea libre del instinto debe tener por tanto un significado
diferente del que la expresión por sí sola sugiere. Pues ni se trata de dejar el instinto
tras de sí, tampoco - lo que estaría en estricta correspondencia con esto - de
superponerle una perfección que le fuera extraña. Con relación a su propio instinto
cabe decir que el hombre, sin dejar el ámbito de la naturaleza - cosa que no podría
hacer aunque quisiera - se crea una especie de segunda naturaleza que, sin negar el
instinto, le dota de sentido.
sustentado e instruido por conocimientos innatos; antes bien debía extraerlo todo
de sí mismo [ . . . ]. En este caso la naturaleza parece haberse autocomplacido en su
mayor economía y haber adaptado su equipamiento animal de un modo tan
ceñido, tan ajustado a la máxima necesidad de una existencia inicial, como si
quisiera que, cuando el hombre se haya elevado desde la más vasta tosquedad
hasta la máxima destreza, hasta la perfección interna del modo de pensar y, por
ende, hasta la felicidad (tanto como es posible sobre la tierra) a él solo le
corresponda por entero el mérito de todo ello y todo a sí mismo deba
agradecérselo, habiendo antepuesto su auto estimación racional al bienestar. . . (Kant,
1964: 36 [trad., 7]) .
Podría tal vez pensarse que esto es suscitar viejas cuestiones y que así como
siglos atrás en la Universidad de Salamanca se debatía intensamente sobre si el
hombre dependía plenamente de Dios o si, al estar dotado de libertad, podía actuar
por su cuenta de forma que al fin el mérito fuera suyo con toda propiedad, ahora el
papel de Dios estaría asumido por la naturaleza y en consecuencia nos veríamos ante
una situación similar. Pero aunque es cierto que podría llevarse el análisis por esa
línea, en este momento no debemos perder de vista la pregunta que nos hacíamos al
comienzo, la de si el hombre tiene una constitución tal que no sólo le posibilite,
sino que le exija hacer historia. La referencia al texto es propiamente sólo un pretexto
- claro que deliberadamente asumido - para pronunciarnos al respecto y a lo que
llegamos, tanto si nos inclinamos a que la naturaleza lo dispone todo, como si es el
hombre, sin duda enraizado en la naturaleza, el que se ha de entender a solas
consigo mismo y con el mundo que crea, la respuesta a la pregunta planteada es en
todo caso la misma, pues queda afirmada la posibilidad y la exigencia de que el
hombre haga historia. ¿Y a partir de qué se puede llegar a hacer tal afirmación? A
partir de un hecho innegable, de la experiencia individual y colectiva en nuestro
mundo, sobre todo desde el comienzo de la modernidad, de que el hombre vive, cada
sustancia; es, como potencia infinita, para sí misma la materia infinita de toda
vida natural y espiritual y, como forma infinita, la activación (Bettiitigung) de
este contenido suyo: la sustancia, como aquello en lo cual toda realidad efectiva
(Wirklichkeit) tiene su ser y su consistencia; potencia infinita, es decir, que la
razón no es tan impotente que sólo alcance al ideal, a lo que debe ser, y sólo
exista fuera de la realidad, quién sabe dónde, quizá como algo particular en las
cabezas de algunos hombres; contenido infinito, por ser toda esencia y verdad y
materia para sí misma, la materia que ella da a elaborar a su propia actividad.
La razón no necesita, como la acción infinita, condiciones de un material
externo, medios dados de los cuales reciba el sustento y los objetos de su
actividad; se alimenta d e sí misma y es ella misma el material que elabora. Y
así como ella es su propio presupuesto y su fin es el fin último y absoluto de
igual modo ella es la activación y la producción (Hervorbringung) del mismo desde
lo interno al fenómeno (Erscheinung), no sólo del universo natural, sino también
Quedan 23 minutos en el libro 20%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
del espiritual, en la historia universal. Pues bien, que esa idea (Idee) es lo
verdadero, lo eterno, lo pura y simplemente poderoso; que se manifiesta en el
mundo y que nada se manifiesta en el mundo sino ella misma, su gloria
(Herrlichkeit) y su honor; esto está, como queda dicho, demostrado en la filosofía
y, por tanto se presupone aquí como demostrado (l. c., 28 y ss.; Gaos, 43) [ . . ] .
Este largo texto de Hegel lo he citado aquí a sabiendas de que no goza de buena
prensa, porque si se toma en serio una concepción racional, es difícil eludirlo, a
menos que la apelación a la razón sea más bien convencional o rutinaria.
Ranke, 25 años más joven que Hegel, era colega suyo en la Universidad de
Berlín desde 1 8 2 5 . Hegel está atento a lo que ocurre en torno a este joven profesor.
En su manuscrito de 1 828, al tratar de las "formas de escribir la historia" (Arten
der Geschichtsschreibung)) concretamente al referirse a la "historia reflexiva" le
menciona como perteneciente al grupo de quienes pretenden superar la forma
abstracta de hacer historia a base de una "fidelidad cuidadosa" a los hechos y al
número más copioso y abundante posible de detalles; en definitiva, se trataría de
exponer "todos los rasgos particulares" . Lo que hacen apenas tiene valor porque son
"incapaces de conocer totalidad alguna, un fin universar'.
Polemiza pues con Ranke y sin embargo se toma al mismo tiempo el lema que
éste consideró como fundamental, atenerse a los hechos y exponerlos tal y como han
acontecido. En su prólogo a la Historia de los pueblos románicos y germánicos desde
1494 hasta 1514, de 1 824, Ranke dejó esto claramente formulado: "El presente ensayo
quiere solamente mostrar como han sido las cosas propiamente" (wie eigentlich
gewesen) (cit. por Stern, 1 966: 60). Como hemos visto en el texto arriba citado,
Hegel asume plenamente este programa e insiste además varias veces en ello. No es la
primera vez que dos grandes maestros afirman una misma idea para luego
desarrollarla de modo muy distinto. Ranke es considerado aún hoy por muchos
como "padre y maestro de la ciencia de la Historia Moderna" (Stern, 1 966: 5 8) . El
camino que sigue es el de una laboriosa investigación empírica: fuentes, archivos, etc.:
"La base de este escrito, el origen de su material son memorias, diarios, cartas,
informes de delegaciones y narraciones de testigos oculares" (cit. por Stern, 1 966: 60).
Hegel tiene ciertamente gran curiosidad por todo tipo de información empírica, por
ejemplo, por los escritos de autores que hablan de acontecimientos que les son
inmediatos y de los que de algún modo fueron testigos, que saben expresar "las
máximas de un pueblo", como "los discursos de Pericles". Su intención no es hacer
historia tal y como la entendía Ranke y menos tal y como se ha ido consolidando
hasta el día de hoy, pese a tantas diferencias de métodos, matices, etc. Ranke es
historiador, Hegel no es historiador, es filósofo. Y, sin embargo, respecto de la historia,
que convierte en objeto de reflexión filosófica, dice no sólo que la historia como rama
especial del conocimiento, "debe captar fielmente lo que es", sino que también la
filosofía debe atenerse a lo que es y ha sido: "Hemos de tomar la historia tal como
es; hemos de proceder históricamente, empíricamente". También pues para el filósofo
vale la exigencia de "captar fielmente lo histórico", pero entiende Hegel que esto
supone tener una idea clara de "la relación entre el pensamiento y lo sucedido":
llevar a cabo consecuentemente una "consideración pensante de la historia". Si se
quiere conocer la verdad es preciso no quedarse "en la superficie sensible" .
"
Pero Hegel no sólo hace valer los conceptos fundamentales de la más alta y radical
metafísica. Otorga a la razón que domina el mundo los atributos que según la
teología cristiana corresponden a Dios como principio y causa del mundo, y muy
especialmente a su acción creadora, en virtud de la cual lo produce todo de la nada,
lo cual es tanto como afirmar que lo produce todo de sí misma. Hegel es muy
explícito en esto:
concluir que allí donde la razón, en cuanto dotada de las correspondientes categorías,
se ve reflejada en la realidad, lo real mismo es racional y por el contrario lo que no
cabe en tales categorías o no se ajusta a ellas no es como debe ser, no se ajusta a lo
que la razón postula y exige, y por tanto no es efectivamente real.
En Kant está ya implícitamente que la historia no es fruto del azar sino que se
guía por un proyecto racional, que le es inmanente. Pero no está explicitado. En
Hegel en cambio, esto no sólo está desarrollado, sino que es prioritario. Aparece en
primer lugar, porque es, en sí, lo primero. Como deja asentado en la Ciencia de la
Lógica: "Aquello que es lo prioritario (prius) para el pensar ha de ser también lo
primero en el proceso del pensar" ( 1 990: 56) . Si no fuera así, todo podría reducirse a
un juego de palabras o incluso de "ideas" que al fin sólo responde al modo en que
nos representamos y expresamos la realidad sin que tenga que haber ningún tipo de
correspondencia con la realidad misma y, por tanto, sin que la realidad responda.
Por otra parte, sin embargo, tiene que haber también en el proceso real del
mismo conocimiento algún punto de apoyo, algún indicio que legitime esta aventura
intelectual. Y lo hay, en efecto. Hegel cuenta también con su Copérnico o con su
Newton, cuenta con la hazaña previa de Kepler. Hay sobre esto un texto muy
revelador, ya casi al fin de su introducción a las Lecciones sobre la Filosofía de la
Historia Universal. Hegel dice allí que "las peculiaridades especiales" de un pueblo,
como son "su religión, su constitución política, su eticidad, su sistema jurídico, sus
costumbres, su ciencia, su arte, sus habilidades técnicas y la orientación de su
actividad industrial, el principio particular de un pueblo" y, a su vez, "a la inversa,
aquello universal de la particularidad [es decir, lo que acaba de llamar "principio
Quedan 23 minutos en el libro 22%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
particular de un pueblo] se ha de extraer del detalle fáctico que nos presenta la histo
ria y añade
Este texto nos invita a hacer varias consideraciones. En primer lugar, lo que sea
"el principio peculiar de tal o cual pueblo", que posee una índole universal, ya que
está a la base de "las peculiaridades especiales", se ha de tomar empíricamente y
demostrar de modo histórico. Hegel insiste pues, al final de la introducción, en lo
que había dicho ya al comienzo de la misma: que es preciso proceder empíricamente,
en este caso históricamente. La asunción de la experiencia corresponde al
planteamiento general del pensamiento de Hegel; no es pues algo que le haya venido
sugerido por la discusión con los historiadores. La Fenomenología del Espíritu es un
ejemplo elocuente. Sin embargo, frente a otras formas de concebir la experiencia, él
entiende que ésta, lejos de ser una simple recepción de algo que está ahí, frente a
nosotros, implica el movimiento de la conciencia ejercido tanto sobre el saber, como
sobre el objeto, de forma que de él surja un nuevo objeto (Hegel, 1 988: 66); lo cual
no significa meramente que la experiencia tiene un carácter dinámico, cosa que pue
de decir cualquiera sin temor a equivocarse, significa ante todo que la conciencia
tiene la mirada puesta en los objetos y, al mismo tiempo, se guía por su propia
manera de pensar y en último término se atiene a las estructuras lógicas ( cf.
Álvarez Gómez, 1 978: 1 04 y ss.; 150 y ss.; 1 7 1 -1 90; 202 y ss. ; 2 1 9 y ss.; 266 y ss.;
278 y ss. ) . Es lo que dice aquí de esa forma tan sucinta: "Es menester estar
familiarizado a priori con el círculo . . . , dentro del cual caen los principios" (l. c.).
Quedan 22 minutos en el libro 22%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
Es preciso, sobre todo, según Hegel, hacer ver que el apriori del pensamiento
guarda una correspondencia estricta con la realidad. También esto lo comprueba en
Kepler, quien descubre las "leyes inmortales" por las que se rigen los fenómenos, no
simplemente observándolos de manera inmediata, como el movimiento de las
estrellas, sino determinando los hallazgos logrados a priori, mediante su aplicación a
los fenómenos. Al sumergirse en ellos no pierden las leyes su índole propia; por el
contrario, son los fenómenos los que se elevan a un nivel muy diferente de lo que es
la inmediatez sensible y, en cuanto conocidos, aparecen como clarificados en lo que
son.
Seguro de cómo son las cosas en la ciencia, Hegel reivindica sus exigencias,
también por lo que se refiere al conocimiento de la historia. Pues si la naturaleza del
conocimiento verdadero es en todos los casos la misma también seguirá siendo la
misma cuando se trate del conocimiento de la historia. De ahí que en el texto arriba
Antes de dar por concluido ese apartado quisiera hacer una breve referencia a un
punto del extenso texto de Hegel citado más arriba que no sólo resulta chocante tal
como es la afirmación de que "la razón domina el mundo" - sino directamente
escandaloso. Me refiero a la afirmación de que la razón o la idea se manifiesta en el
mundo y, sobre todo, que en el mundo no se manifiesta otra cosa que no sea ella
misma, su "gloria" y su "honor". Esto puede resultar escandaloso especialmente hoy
día, dadas la mentalidad y la sensibilidad dominantes, porque a primera vista parece
significar que no existe el mal o no se reconoce su existencia en nombre de un
optimismo metafísico sin restricción alguna.
sabido hacer, luego reconoce su existencia y por último, Hegel está en la línea ploti
niana-agustiniana de considerar el mal como privación de bien y por tanto como
privación de realidad o lo que es lo mismo como carencia de una "perfección debida'',
es decir, de una perfección que, antológicamente hablando, debería existir y no existe.
Esta breve referencia la hemos introducido aquí para salir al paso de un
malentendido demasiado frecuente, acerca del significado del dominio de la razón en
el mundo y en la historia.
Pero hay otro aspecto importante que prepara la comprensión de lo que aún
tenemos que decir sobre el sujeto de la historia. En pocas palabras, esta no es una
1
cuestión antropológica, pues si bien los individuos juegan un papel esencial y tienen
una función insustituible, la referencia a la razón, que no es - a diferencia de lo que
ocurre en Kant - sólo una capacidad humana, sino un principio que, sin ser ajeno al
hombre, le trasciende metafísicamente, nos pone en la situación adecuada para ver
mejor la complejidad de la pregunta por el sujeto de la historia.
2.3. Poder ser y poder hacer. Insuficiencia de los sujetos individuales. ¿ Quién hace la
historia?
Si decimos que los individuos hacen la historia, de pronto nos surge una duda. Pues
el concepto de individuo se nos presenta de inmediato como de algún modo
contradictorio. Podemos, ciertamente, decir que el hombre, como ser individual -y
más si se añade la connotación de ser personal, libre, etc. - tiene un carácter único,
irreducible a cualquier ser - incluso a los de su propia especie - o a cualquier
instancia, por más alta e importante que sea. Se puede decir eso y se puede
mantener sin duda alguna. Se podría afirmar incluso que es un ser absoluto, en el
sentido de que está absuelto de su vinculación a cualquier otro ser. Pero
paradójicamente advertimos también en seguida que el individuo, solo y de por sí,
no es nada. Por de pronto existe, pero no por sí solo, o mejor, en su origen y
radicalidad el individuo llega a la existencia sólo por los demás y sin que, en
referencia a él mismo, tenga sentido alguno decir que es un bien o un mal, un don o
un perjuicio, una gracia para los demás o una desgracia. La afirmación heideggeriana
de que el hombre está arrojado a la existencia (Heidegger, 1963: 135 [trad., 159 y
s.]), es bajo el punto de vista indicado incontrovertible. Cosa distinta es que sea, de
antemano, deseado y una vez que ya existe, aceptado, cuidado y respetado. Aquí nos
referimos, de momento, a la precariedad ontológica, que es constitutiva y que, de
una forma más despiadada aún, aparece reflejada en la afirmación calderoniana: "El
delito mayor del hombre es haber nacido" (Calderón de la Barca, 2004: 90). Pero
esa condición de precariedad en el origen se proyecta sobre el curso de la existencia:
Aunque se pinte la vida con los colores más vivamente optimistas y dejando a
un lado todo trazo grueso, valga decir, todo rasgo de patetismo, el hecho innegable
es que no sólo en el origen, sino en cualquier manifestación existencial, el
individuo, aparte de disponer de la capacidad inicial de formarse y llegar a ser él
mismo, necesita absolutamente de los demás y, por tanto, sin ellos, por sí solo no es
nada. El lenguaje, la cultura, el con junto de posibilidades para organizar y vivir su
propia vida es algo que él se encuentra y que él ni siquiera puede recibir sin los otros.
De nuevo la caracterización ontológica que ofrece Heidegger es difícilmente refutable:
Esta jerga heideggeriana es, en este como en otros casos, solamente soportable en
tanto en cuanto acentúa la radicalidad con que cada ser humano se encuentra
esencialmente abierto a los demás, lo cual implica que está constitutivamente
necesitado de ellos. Es un tema sobre el que en su día se escribió mucho por parte
de diferentes autores y como es natural, con muy variados matices (Buber, 1923;
Schütz, 1 932; Sastre, 1 943), aparte de lo que representa la obra de Husserl también
.
en esta cuestlon.
,
Pero siendo cierto ese ser-con constitutivo de que habla Heidegger en Ser y
Tiempo conviene, sin embargo, precaverse de un riesgo que puede darse en la
interpretación, consistente en ver el ser del individuo como disuelto en su ser-con.
Nos exponemos entonces a negar dicho ser del individuo. Para eludir ese peligro es
necesario entender la referencia de una forma recíproca, lo que quiere decir que mi
referencia a los demás es correlativa a la referencia de los demás a mí. Según esto, el
ser del individuo no queda vacío de su propio ser por el hecho de estar esencialmente
relacionado a los demás, porque mi apertura hacia los otros es correlativa de la
apertura de los demás a mí y por consiguiente el vaciamiento que implica la
relación a los demás no es pensable sin mi donación a ellos. Más aún, el hecho de
estar necesitado de los otros implica que necesidad o indigencia llegue a su
satisfacción y por este camino al cumplimiento o realización plena de uno mismo; y
en consecuencia el sentido de la apertura a los demás es en último término la
reafirmación de uno mismo en su ser propio.
Sin embargo, aun esto es insuficiente, al menos porque es, contra lo que a
primera vista pudiera parecer, abstracto y pudiera diluirse en un nuevo e
inconsistente juego de palabras. La coexistencia con los demás se concreta en toda
una red de relaciones de mayor o menor proximidad, de mayor o menor importancia
que no siempre corre paralela a la proximidad. A veces lo lejano es más importante
que lo cercano. Pero además, las relaciones, una vez que se realizan, quedan
establecidas, de forma que el individuo no puede poner o quitar sus relaciones ad
libitum. Incluso si las relaciones se quiebran, y en este sentido desaparecen, queda
siempre el vacío, la huella negativa de las mismas que, a veces, las hace tanto más
vinculantes.
Con todo, esto no es lo más relevante para nuestro tema. Relevantes son sobre
todo las relaciones interpersonales, que o bien poseen este carácter porque son
previas y el individuo nace en ellas y desde ellas crece, o bien surgen como resultado
de las conexiones que el propio individuo se va forjando. Tengan un origen u otro
- algunas de ellas es como si hubieran estado allí desde siempre - el hecho es que
tienen un gran peso sobre nuestra existencia y difícilmente las podemos eludir.
Heidegger ha descrito este fenómeno mediante el concepto del uno o del se (man)
de una forma que se ha hecho ya clásica. Valga, entre otras posibles, la muestra
Quedan 22 minutos en el libro 24%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
• •
s1gu1ente:
Sin llamar la atención y sin que se lo pueda constatar, el uno despliega una
auténtica dictadura. Gozamos y nos divertimos como se (man) goza; leemos, vemos
y juzgamos sobre literatura y arte como se ve y se juzga; pero también nos apar
tamos del "montón" como se debe hacer; encontramos "irritante" lo que se debe
encontrar irritante. El uno, que no es nadie determinado y que son todos (pero no
como la suma de ellos), prescribe el modo de ser de la cotidianidad (Heidegger,
1963: 126 y s. [trad., 15 1]).
Es uno de los diagnósticos más logrados de lo que nos ocurre a diario, incluso
cuando queremos enfrentarnos deliberadamente a esta falta de autenticidad. De ahí
que haya encontrado eco reiteradamente. El análisis sigue siendo válido, por más
que hoy se lo silencie más bien, pero es de temer que ese olvido sea interesado o
bien signo de impotencia, en cuanto que "la dictadura de la publicidad" ha llegado
a adquirir carta de naturaleza.
industrializados debido al trasvase masivo del campo a la ciudad. Que esto ha traído
cambios traumáticos es bien sabido. Pero es un hecho que se menciona aquí en
relación con la formación de la "masa'', en la que el individuo, por más que quiera
mantener, si lo intenta, su modo de ser, desaparece de algún modo en el anonimato
y pasa a formar parte de una colectividad anónima. Cuando el individuo nace en
medio de una colectividad de esta índole está ya adaptado de antemano, puesto que
ése es su mundo.
Ortega y Gasset describió ya, más o menos por las mismas fechas que
Heidegger, un fenómeno que continúa siendo determinante: Vivimos bajo el brutal
imperio de las masas, sentencia Ortega ( 1 998: 1 37) . Aunque sugiere una valoración
positiva, no es simplemente así:
Esa significación positiva puede concretarse, al menos bajo uno de los aspectos,
en que la vida del hombre ha crecido "en la dimensión de la potencialidad" (l. c.,
1 57), en el orden intelectual o en el de los placeres. Sin embargo el carácter equívoco
de la situación se muestra en que el hombre está expuesto a riesgos muy graves,
tanto más si no logra dar con el camino adecuado, que no puede ser otro sino el
que viene impuesto por la exigencia de "ajustarse a la verdad". En el contexto en
que recuerda la esencial importancia de la verdad, hace referencia a un fenómeno
que se da bajo el imperio de las masas y que naturalmente no es en sí mismo
pos1t1vo:
• •
Bajo las especies de sindicalismo y fascismo aparece por primera vez en Europa
.
un tipo de hombre que no quiere dar razones ni quiere tener razon, stno, '
Lo que está claro es que la masa detenta un extraordinario poder, que se hace
notar en todas las manifestaciones de la vida. La relación entre masa y poder fue
objeto en su día de un penetrante estudio por parte de E. Canetti, al cual nos
vamos a referir brevemente, por cuanto el tema que nos ocupa es determinar el
sujeto de la historia, que no puede quedar circunscrito al ámbito individual, toda
vez que la presencia y el peso de la colectividad son ineludibles. Canetti menciona
varias propiedades de la masa, que tienen, todas en conjunto y cada una de ellas en
particular, como nota característica la de referirse a la masa como un ser vivo que
posee su propia consistencia y que, dotada de una estructura y de una finalidad
determinadas, sabe muy bien qué quiere y cuáles son sus objetivos.
igualdad", que de suyo no tolera diferencia alguna entre sus miembros. Ese es el
presupuesto de sus propias normas. La "vivencia de la igualdad" es tan radical que de
ella emanan todas las exigencias de justicia y las mismas teorías de la igualdad.
interponer ni desde dentro ni desde fuera de ella misma. Este es el modo de que
pueda gozar de la mayor firmeza. Como esta densidad constituye un fin en sí mismo
la masa no debe tener nada que le haga frente y, al contrario, tenderá a imponerse
de forma absoluta e irreversible, incluso sin sopesar que sus decisiones en este
sentido puedan tener consecuencias negativas para ella misma. "El sentimiento de la
máxima densidad lo tiene en el instante de la descarga", una afirmación que
naturalmente sugiere que la masa no se detiene incluso ante las mayores catástrofes
que pudiera provocar.
4. La masa necesita una dirección. Como organismo vivo que es, la masa ha de
estar siempre en movimiento y moverse además hacia algo determinado. La dirección
ha de ser común a todos los miembros y tiene además la función precisa e
irrenunciable de fortalecer el sentimiento de igualdad. De ahí que en orden a lograr el
fin común, "que está fuera de cada individuo y que coincide para todos", no
merezcan consideración alguna, sean incluso neutralizados o directamente destruidos
,
"los fines privados y desiguales, que serían la muerte de la masa''. Esta no puede
subsistir sin fines determinados, los necesita perentoriamente porque la impulsa a
ello el miedo a su propia descomposición. "La masa subsiste mientras tenga una
meta inalcanzada". Pero, aparte de verse impulsada a proponerse incesantemente
metas, la masa tiene en sí "una tendencia oscura a moverse, que conduce a forma
ciones de orden superior y nuevas". El significado de tendencia oscura no se nos
explica aquí.
Mi referencia al concepto de masa tiene que ver únicamente con la cuestión del
sujeto de la historia. Tal como en ocasiones se presenta dicho concepto puede
tenerse la impresión de que sólo él es el verdadero factor determinante y de que el
individuo se limita a ser su reproducción, réplica o intérprete, en cualquier caso una
entidad secundaria, supeditada a lo que la masa prescribe e impone. Pero esta
relación no es tan sencilla y unilateral. Por de pronto el individuo es capaz de
objetivar el concepto de masa y, por consiguiente, de distanciarse frente a él, de
adoptar una determinada actitud, de liberarse en este sentido frente al mismo. Esto
no sólo lo pueden hacer un intelectual y sus lectores. Pueden hacerlo también
quienes hipotéticamente se encuentran en una situación similar, es decir, quieren
pensar por sí mismos. De hecho, el intelectual que habla de la masa se siente sin
duda movido a hacerlo porque de antemano ha percibido que la situación es más o
menos como él la describe.
Hegel precisa, influido en esto tal vez por Diderot, que los individuos asumen la
idea de servirse de su inteligencia llevados a ello por algo que les viene de fuera y
que es una especie de contagio al que no pueden resistir:
El texto habla por sí solo, a la vez que sugiere bastantes consideraciones, aparte
de la que ya hemos hecho más arriba a propósito de la cita de Kant. Aquí sólo
haremos alusión a otro aspecto, el que en concreto se deriva de la forma en que el
sujeto es objetivado. Hegel no es menos ilustrado que Kant. Más aún, se vio, por las
circunstancias de su formación, inmerso de lleno en el movimiento de la Ilustración,
de modo que podía aludir, por experiencia propia, al aroma que se propaga sin
encontrar resistencia y al contagio, tan imperceptible como inevitable. Pero la forma
en que Hegel plantea y desarrolla su reflexión sobre la Ilustración le posibilita
liberarse de ella, lo cual significa tanto como asimilarla y superarla a un tiempo.
Hay además otros dos aspectos principales: por una parte, la colectividad, la masa
puede tener - de hecho muchas veces tiene- una influencia enorme, incluso brutal y
destructiva sobre los individuos. Pero al fin, éstos son justamente eso: individuos y,
como tales, irreductibles, lo que implica que cada uno de ellos tiene su modo de ser
cada caso concreto. Las convicciones de un experto en materia económica pueden ser
muy importantes para él y lo serán también objetivamente si son ampliamente
aceptadas y mucho más si se aplican y tienen un resultado positivo; pero en todo
caso esas convicciones son revisables y pueden por tanto ser modificadas. Ocurre
algo similar con las teorías científicas que, aparte de surgir después de un largo
proceso de planteamiento y discusión de hipótesis, necesitan a la postre una
confirmación experimental, que siempre está sometida a revisión.
Este texto suscita bastantes cuestiones en las que no vamos a entrar. S ólo quisiera
mencionar que la consideración del hombre como fin absoluto tiene que ver, en la
forma concreta en que Hegel lo entiende, entre otras cosas, con la importancia
determinante del Cristianismo y con la subjetividad como principio (cf. Alvarez
Gómez, 2004: 239 y s.). Aquí lo que me importa destacar es el relieve y la
importancia que para Hegel tiene el hombre individual, lo cual es tanto más
destacable cuanto que aún es relativamente frecuente la opinión de que en la
Pensar que acontecimientos del pasado podrían no haber existido o haber sido de
otro modo equivale a pensar que esos acontecimientos son contingentes. Del paso
del Rubicón se sigue hablando porque se considera muy importante: César consiguió
lo que se proponía, tal vez mucho más de lo que él era capaz de imaginarse, en
cuanto que su decisión - se cree - cambió el curso de la historia o le dio un nuevo
giro, en cuyas consecuencias él difícilmente podía pensar. Pero también queda en el
aire la pregunta sobre qué habría acontecido si César no toma esa decisión, o la toma
en circunstancias adversas, o si la decisión la toma otro y la lleva a cabo de forma
desafortunada. Sobre la batalla de Cannas vienen a la imaginación preguntas similares:
¿qué habría acontecido si ganada la batalla, decide Aníbal atacar directamente
Roma y desarticula la estructura entera del enemigo? ¿Cabe pensar que el futuro de
Occidente habría sido totalmente distinto? En lo que fue la guerra de los cristianos
contra los musulmanes en la Península Ibérica se considera - esto es un tópico -
que la batalla de la Navas de Tolosa en Julio de 1 2 1 2 tuvo una importancia
decisiva, aunque esto algunos expertos lo matizan y bajo algún punto de vista lo
cuestionan, sin negar en todo caso que sí fue importante (cf. García Fitz, 2005: 537
y ss.). Cabe aquí también pensar en la posibilidad opuesta, es decir, en que el islam
hubiera ganado, posibilidad sustentada en que su poder continuó siendo estable
durante bastantes años después de aquella batalla. En lo que fue y representó -y sobre
todo en las consecuencias que tuvo - el Tercer Reich continúa siendo habitual
relacionar este fenómeno con la persona de Hitler. Cabe aducir que en la medida
en que esto se considera vinculado esencialmente a una persona nada parecería más
contingente, pues contingente es por principio toda persona. Si además se tiene en
cuenta que determinados comportamientos, como el de Papen y otras "decisiones
fatídicas" (Evans, 2005: 326 y ss. ; 329 y ss.), podían no haberse producido, la llegada
de Hitler al poder habría sido imposible o, cuando menos, muy improbable.
Pero qué significa que la historia tiene carácter real. Al margen del aspecto que
acabamos de mencionar, según el cual todo lo acontecido, por irrelevante que sea,
es indeleble, hay otro aspecto que vincula lo que simplemente ha acontecido con
aquello que se convierte en objeto de narración interpretativa, porque se entiende
que para el hombre, desde la perspectiva en que se reflexiona sobre ello, tiene un
significado relevante, si bien es obvio que sobre esto se ha frivolizado mucho y a
cualquier hecho se le pone la etiqueta de histórico, aunque poco después des
aparezca definitivamente de la conciencia. Admitiendo que es preciso reconocer
una cierta flexibilidad en la valoración que adjudica un significado relevante a los
acontecimientos, mantenemos que ése es el criterio orientador para reconocer si lo
acontecido merece o no el calificativo de histórico. Hechas estas consideraciones
previas expondremos las categorías a las que nos lleva la consideración de lo histórico
• • •
que ha sucedido (ta ')'EVó¡..tcva), sino lo que podría suceder, esto es, lo posible
según la verosimilitud o la necesidad. En efecto, el historiador y el poeta no se
diferencian por decir las cosas en verso o en prosa (pues sería posible versificar
las obras de Herodoto, y no serían menos historia en verso que en prosa); la
diferencia está en que uno dice lo que ha sucedido, y el otro, lo que podría
suceder. Por eso también la poesía es más filosófica y elevada que la historia;
pues la poesía dice más bien lo general (,;á Ka8óA.ov), y la historia, lo particular
(,;á KaS' éKacr,;ov). Es general a qué tipo d e hombres les ocurre decir o hacer
tales o cuales cosas verosímil o necesariamente, que es a lo que tiende la
poesía, aunque luego ponga nombres a los personajes; y particular, qué hizo o
qué le sucedió a Alcibíades (Aristóteles, 1 974: 9, 1 45 1a 36-39; 1 4 5 1 b 1-7, 1 56-8).
Antes de hacer una breve consideración sobre este texto, quisiera citar otro que se
•
De esto resulta claro que el poeta debe ser artífice de fábulas (¡..tú 8rov) más
que de versos, ya que es poeta por imitación e imita las acciones. Y si en algún
caso trata cosas sucedidas, no es menos poeta; pues nada impide que algunos
sucesos sean tales que se ajusten a lo verosímil y a lo posible (ouva,;á), que es el
sentido en que los trata el poeta (op. cit. 1 4 5 1 b 28-32, 160) .
Sobre estos textos quisiéramos hacer las siguientes consideraciones. De una parte
cabe preguntar por qué para los griegos no tuvo la historia el peso que fue
adquiriendo a lo largo del período moderno. Aunque éste es un tema para debatir y
que presenta diferentes caras y aspectos, al menos se pueden proponer dos hipótesis
probables. La primera es que tomando pie en el texto de Kant, previamente citado,
según el cual "la naturaleza ha querido que el hombre extraiga por completo de sí
mismo todo aquello que sobrepasa la estructuración mecánica de su existencia
animal" (Kant, 1 964d: 9 , 36 [trad., 7]) , este principio se ha desarrollado hasta tal
punto, como consecuencia sobre todo del progreso de la ciencia y de la técnica, que
el hombre tiene que buscar en aquello mismo que él hace, no los criterios y las nor
mas, pero sí su configuración concreta en el campo de lo que él mismo hace. Por
ello la historia se ha ido convirtiendo en algo que, más allá de un simple elenco de
sucesos, proporciona posibilidades ineludibles para orientarse en la vida. De ahí el
sentido profundo del siguiente texto de Ortega:
que es igual: lo que la naturaleza es a las cosas, es la historia - como res gestae -
al hombre. Una vez más tropezamos con la posible aplicación de conceptos teo
lógicos a la realidad humana. Deus, cuí hoc est natura quod fecerit. . . dice san
Agustín. Tampoco el hombre tiene otra "naturaleza" que lo que ha hecho
(Ortega, 1966: VI, 4 1 ) .
La segunda hipótesis viene sugerida en este mismo texto. Los conceptos teológicos
son no sólo los referentes al conocimiento, naturaleza y acción de Dios - que son los
que ahí se mencionan-, sino los específicamente cristianos, que suponen la
humanización de Dios y la divinización del hombre, en la que Hegel mismo ve un
reconocimiento de la dignidad infinita del hombre, que se constituye en sentido
último de la historia. Esto se encuentra ya en el origen, como lo acredita la obra de
Clemente de Alejandría, y sobre todo de san Agustín, pero se explicita a partir de los
planteamientos de Joaquín de Fiore y adquiere una especial intensidad en la Edad
Moderna y en la Contemporánea, tiene una culminación en los planteamientos de
Hegel y Schelling y ha continuado con variantes diversas en el período posterior (cf.
De Lubach, 1989: 1, 355 y ss.; 1 1 , 7 y ss.; 1 54 y ss.; 3 1 7 y ss . ; 383 y ss.; 441 y ss. ) .
Por lo demás - dicho sea como brevísimo excurso - la idea de que el hombre
viene al mundo destinado a extraer por completo de sí mismo lo que le corresponde
según su capacidad racional, la encontramos esbozada en N. de Cusa al sentar la
tesis de que conocemos con precisión sólo aquello que nosotros podemos hacer, y
más ampliamente desarrollada por G. Vico, quien en perfecta coherencia con su tesis
verum estfactum, desarrolla su Filosofía de la Historia.
históricas" son acreedoras a este juicio positivo. Cervantes, a quien nadie ha superado
en capacidad de ficción, tenía al mismo tiempo una opinión interesante sobre lo que
debe y no debe hacer la Historia:
Alvarez Gómez, 1 989: 1 9 1 y ss. ) . Todo lo que influye y aporta algo nuevo al "curso
del mundo" es real (cf. Álvarez Gómez, 1 992: 52 y s.).
reales que han acontecido sólo una mínima parte se ha decantado como realmente
histórica. Al nivel propiamente histórico puede hacerse una trasposición imaginaria de
la selección que en un orden distinto hace Borges como poeta en su "Otro poema de
los dones'':
Gracias quiero dar al divino
laberinto de los efectos y de las causas
por la diversidad de las criaturas
que forman este singular universo,
por la razón que no cesará de soñar
con un plano del laberin to
[. . .]
por el firme diamante y el agua suelta
por el álgebra, palacio de precisos cristales,
por las místicas monedas de Ángel Silesio
[. .]
.
En primer lugar, los hechos históricos, entre los que hay que considerar no sólo
acontecimientos, reconocidos habitualmente por todos, como puede ser la conquista
de las Galias por J. César, a quien Hegel atribuye, por sus acciones en conjunto, haber
fundado «el teatro, que debía convertirse ahora en centro de la Historia Universal.
Conquistó las Galias, entró en contacto con la Bretaña y sobre todo con Germanía,
y descubrió un mundo nuevo" (Hegel, 1 968b: 7 1 2 [trad., 538]). Otro hecho
histórico, de signo muy diferente, a la vez que de extraordinaria influencia en todos
los órdenes, fue el descubrimiento de la Imprenta, análogamente a como la
Informática se ha convertido, en nuestros días, en un factor que transforma
incesantemente el ritmo, la intensidad y la rapidez en la generación de toda clase
de acontecimientos.
Por otra parte, la interpretación de los hechos como tales, aparte de ser
imprescindible para que éstos - al margen del peso que tienen en el curso normal
de las cosas - se hagan presentes en la conciencia del hombre, puede ser fuente de
nuevos acontecimientos. La toma de Granada, importante sin duda en sí misma, en
cuanto que en cierto modo cierra un largo capítulo de la Historia de España, que
dura siglos, se convierte, por obra de la narración histórica y también, en buena
medida, de la leyenda que en torno a aquel hecho se fue generando, en fuente de
una determinada forma de cómo el español se ha comprendido a sí mismo.
Esto, que es así cuando se trata de grandes monumentos históricos, con los que
las personas se sienten identificadas de forma más o menos inconsciente, ocurre
también con otro tipo de cosas, en apariencia insignificantes, pero que están
entreveradas en el alma popular, que se siente ella misma agraviada, cuando
injustamente se ve desposeída de algo que íntimamente le pertenece. Esto de
considerar a los individuos como átomos aislados y desconectados, sin patria ni
raíces, es propio de políticos irresponsables, que se creen autorizados a actuar en
nombre de una ilustración vacía y abstracta, que poco o nada tiene que ver con la
realidad misma.
De la peculiar conexión del arte con la historia misma es muestra clara la obra
cumbre de Cervantes. Es manifiesto que él no está haciendo historia. Por más que
se intentara, no se podría reconstruir la vida de la época mediante un análisis
minucioso de los dos inmortales personajes. Es al revés. Los personajes surgen del
filtro, destilación y elaboración de la realidad, en gran medida histórica, que el
poeta, en este caso Cervantes, lleva a cabo. Pero esto supone que esa experiencia
histórica de fondo existe. Sus hilos sutiles, ocultos de puro sutiles, los saben descubrir
poetas que congenian y sintonizan con el primer poeta, tal como en este caso de
nuevo ocurre con Borges, quien en el poema titulado Un soldado de Urbina se
expresa as1:
,
aparecerán en volumen aparte en 1 902. Este parece ser el tema fundamental de los
•
mismos:
Refiriéndose poco más adelante a Paz en la guerra, publicada en 1 897, dice haber
intentado "mostrar algo de la intrahistoria de mi pueblo" . La intrahistoria representa,
para el joven Unamuno, el verdadero contenido, la entraña o la interioridad de la
historia misma. Es algo así como "la revelación del ser" (op. cit. ) 790) de la historia.
Lo que llamamos historia no es sin embargo algo accidental o superficial en relación a
la intrahistoria, sino que pasa a enriquecer el núcleo de la intrahistoria misma:
Es fácil que el lector tenga olvidado de puro sabido que mientras pasan
sistemas, escuelas y teorías va formándose el sedimento de las verdades eternas de la
eterna esencia; que los ríos que van a perderse en el mar arrastran detritus de las
montañas y forman con él terrenos de aluvión; que a las veces una crecida barre la
capa externa y la corriente se enturbia, pero que sedimentado el limo, se enriquece
el campo. Sobre el suelo compacto y firme de la esencia y el arte eternos corre el
río del progreso que le fecunda y acrecienta (op. cit., 792; cf. Álvarez Gómez,
2003: 54 y ss.).
extstenCla.
(Borges, 2005: 8 1 1 ) .
Quedan 1 9 minutos en el libro 31%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
La visión más cercana de la historia nos muestra las acciones de los hombres,
como naciendo de sus necesidades, de sus pasiones, de sus intereses y de las
representaciones y fines que, conforme a ello, se forjan; pero también naciendo de
sus caracteres y talentos, de forma que en este espectáculo de la actividad, esas
necesidades, pasiones, intereses, etc. aparecen como los motores . . Las pasiones, los
.
fines del interés particular, la satisfacción del egoísmo son en parte lo más
violento. Su poder lo tienen en el hecho de que no respetan ninguna de las
limitaciones que el derecho y la moralidad quieren imponerles y en que la
violencia natural de la pasión es de forma inmediata más próxima al hombre que
la disciplina artificial, larga y penosa, del orden y de la moderación, del derecho y
de la moralidad. Si contemplamos este espectáculo de las pasiones y tenemos a la
vista las consecuencias de su actividad violenta, de la irreflexión que acompaña, no
sólo a ellos, sino también, y aun preferentemente, a los buenos propósitos y rectos
fines; si contemplamos el mal, la perversidad, la decadencia de los más florecientes
imperios que el espíritu humano ha producido; si miramos a los individuos con
la más honda piedad por su indecible miseria, no podemos ante tal espectáculo
sino terminar lamentando con tristeza esta caducidad en general y - puesto que
esta decadencia no es sólo obra de la naturaleza, sino de la voluntad humana -
más aún con tristeza moral, con la indignación del espíritu bueno, si éste existe en
nosotros. Sin exageración retórica, recopilando simplemente con exactitud las
desgracias que han sufrido las creaciones nacionales y políticas y las virtudes
privadas más excelsas o, por lo menos, la inocencia, podríamos hacer de aquellos
resultados el cuadro más pavoroso y exaltar hasta el duelo más profundo y más
inconsolable, que ningún resultado conciliador puede contrapesar. Para fortificarnos
frente a ese duelo o para escapar de él, podríamos tal vez pensar: así ha sido, es
un destino, no se puede cambiar nada. Y para olvidar el disgusto que esta
dolorosa reflexión pudiera causarnos, nos refugiaríamos tal vez en nuestro sentimiento
vital, en el presente de nuestros fines e intereses, que exigen de nosotros no el
duelo por el pasado, sino nuestra actividad efectiva. También podríamos recluirnos
en el egoísmo, que está en la playa más tranquila, y disfrutar seguros desde allí
el lejano espectáculo de las confusas ruinas. Pero en tanto contemplamos la
historia como el ara, sobre la cual han sido sacrificados la dicha de los pueblos, la
sabiduría de los estados y la virtud de los individuos, surge también necesariamente
al pensamiento la pregunta: ¿a quién, a qué fin último ha sido ofrecido este
enorme sacrificio? (Hegel, 1955: 79 y s. [trad., 79 y s.]).
Disculpe el lector que haya citado un texto tan extenso de Hegel. Pero ello
obedece a una intención concreta. Por supuesto, no se cuenta de antemano con
encontrar en él tan manifiesta sensibilidad frente a las incontables catástrofes de la
historia. Eso y el hecho de que el texto, además de ser inteligible por sí mismo, es de
una más que notable belleza literaria, que pone de manifiesto el interés del propio
Hegel al pensarlo y escribirlo, es ya una razón para traerlo aquí a colación. Pero
interesa más, por extraño que pueda parecer, el aspecto que choca con la
mentali dad actual.
a) dejar de lado cualquier tipo de reflexión que esté, de una manera o de otra,
condicionada por la presencia del mal en la historia; en lugar de eso habría
que hacer valer un modo de pensar, que ve en las presuntas calamidades de
la historia un dato más, que simplemente hay que explicar, bien causalmente,
en cuanto que determinados factores han llevado a tales resultados; o bien
sistemáticamente, en cuanto que más allá de estos o aquellos factores, que están
a la vista, hay estructuras que inexorablemente rigen la realidad, de forma tal
que ante ellas cualquier actitud romántica o sentimental carece de todo sentido.
Nos interesaba señalar algunos aspectos que saldrán a relucir a partir de ahora en
el concepto de historicidad, entendida como condición de posibilidad de la
comprensión e interpretación de la historia real, también por lo que se refiere a la
teleología. Pues una cosa es el rechazo de la misma o la extrema dificultad que
existe, o con que nos encontramos, a la hora de intentar fundamentarla, y otra cosa
Ahora nos interesa volver sobre la categoría de negación, para cuya aclaración
podemos tener en cuenta alguna de las consideraciones de Hegel sobre este
concepto, puesto que fue él quien más profundizó en su significado; pero sin perder
de vista que el interés de ésta como de las demás categorías que nos corresponderá
exponer, es hacer comprensible la historia, sacando a la luz sus condiciones de
posibilidad.
Esos aspectos son en nuestra opinión los siguientes. En primer lugar, ningún
contenido o acontecimiento es radicalmente nuevo, como si no tuviera otro soporte
que la nada, como si fuera una ((creatio ex nihilo )� Es preciso, por el contrario, verlo
como resultado de algo anterior. Pero aquí es donde la conciencia natural puede caer
en una trampa que está puesta de antemano y siempre al acecho, consistente en que,
dicho en términos generales, todo fenómeno está condicionado o causado por otro.
Esto, aun siendo válido, imprescindible además en el campo científico, es insuficiente,
por más que la historia como narración interpretativa tenga que emplear ese método
y, en principio, atenerse a él. Pero una cosa es saber que estamos ante fenómenos,
más en concreto, que los acontecimientos en la historia se dan y se producen
incesantemente, y otra cosa es saber cuál es la condición que hace posible que esto
sea as1, mas aun, que genera necesanamente esta s1tuac1on.
1 1 , • • • ,
llevando a cabo es una especie de fosilización del pasado, como si fuera posible
rescatarlo tal cual fue, es de hecho una reinterpretación de la historia con fines
prefijados.
lo que hemos sido actúa negativamente sobre lo que podemos ser . . . el "haber sido
algo" es la fuerza que más automáticamente impide serlo (Ortega, OC, VI, 37).
Para responder a esa pregunta aplicaremos un concepto acuñado por Hegel y afín
al de negación, aunque dotado de un mayor alcance, el concepto de negatividad, que es
probablemente el más original de su sistema, incluso terminológicamente. La negación
nos sirve para explicar una faceta de los acontecimientos; la negatividad, sin salirnos
propiamente del círculo descrito por la negación misma, nos ayuda a comprender
mejor lo que el sujeto de la historia va buscando, al negar unos tras otros, en un
proceso constante, los contenidos de la misma. Para ello podemos intentar responder a
las tres preguntas siguientes: l. hacia donde se proyecta la actividad negadora de la
historia. 2. desde dónde se gesta o dónde radica la negación, y 3. en razón de qué se
produce. Las tres preguntas concretas, en las que se despliega la pregunta general,
arriba formulada, suponemos, de momento sólo hipotéticamente, que tienen que ver
entre sí. Lo suponemos, aunque dentro del contexto en que nos movemos, es un
factum evidente, si bien aún no comprendido, al no estar todavía desarrollado.
El contexto viene dado por lo que hemos expuesto acerca del sujeto de la
historia, que es el hombre en su doble faceta de individuo y de ser un ente que,
incluso ya en ese ámbito de la individualidad, lo desborda. Lo cual quiere decir
conviene recordarlo - que esas dos facetas, la individual y la supraindividual o
universal son dos dimensiones reales, diferentes y netamente diferenciadas entre sí en
cuanto a sus objetivos, funciones y desarrollos, pero inseparables, y rigurosamente
complementarias. No hay individuo humano que no esté inserto en el proceso mismo
de la humanidad y que sea comprensible al margen de ese proceso, al igual que la
humanidad, en cuanto que expresa a su modo lo que es común al destino de los
individuos - al margen de en qué sentido y hasta qué punto se pueden llegar a
formular esas características comunes - no existe sino como encarnada en los
diferentes individuos, infinitamente múltiples y variados; y por consiguiente si no se
la considera como incorporando en sí esa dimensión, se queda en algo plenamente
vacío . No queda por tanto otra salida sino que aquello con lo que contamos es la
intersección de esos dos órdenes de realidad.
No acontece nada, nada se lleva a cabo, sin que los individuos, que actúan en
ello, se satisfagan también a sí mismos: son individuos particulares, es decir, tienen
necesidades, apetitos, en general intereses particulares, peculiares para ellos, aunque
comunes con otros, esto es, los mismos que otros, no diferentes, por el
contenido, de los de los otros (Hegel, 1955: 82 [trad., 8 1 ] ) .
Con ese sujeto de la historia, previo a los acontecimientos y situado más allá de
ellos - aunque ésta sea una manera figurativa y por tanto impropia de hablar, válida
sólo para centrar la atención en lo que, para utilizar una terminología kantiana,
pertenece a un orden suprasensible - tiene que ver la negatividad a que nos venimos
refiriendo para aclarar las tres preguntas antes formuladas sobre la negación: desde
dónde se produce, hacia donde se proyecta y en razón de qué tiene lugar.
La negación se genera desde lo que es la índole misma del sujeto que, entre
otras cosas, se caracteriza por no tener puntos fijos infranqueables, ni siquiera en lo
que es él mismo. Ese sujeto no es pues un algo previo, a lo que haya que ir a
b uscar y al que haya que descubrir al margen de los fenómenos, de los acon
tecimientos en este caso. Dicho en términos positivos, el sujeto de la historia es y se
conoce como alteridad de sí mismo. Hegel radicaliza puntos de vista de Kant y de
Fichte. La aplicación del elemento kantiano estriba en que el sujeto sólo se conoce
en tanto es capaz de objetivarse a sí mismo en contenidos determinados, o en cuanto
indirectamente se conoce a sí mismo a través de la percepción de la constitución de
objetos, que no son él mismo. La radicalización tiene lugar por parte de Hegel, en
cuanto que para él el sujeto no guarda en su recámara ningún tipo de realidad
inaccesible. Dicho de otro modo, lo que se concreta en lo otro de sí mismo es la
realidad del propio sujeto. Con lo cual, si ese estar volcado en lo otro es no sólo
permanente, sino constitutivo, no hay puntos fijos para el yo - como ya pensara
Fichte-, pero en este caso además ni siquiera el sujeto representa un punto fijo para
mismo.
.
;
SI
A poco que se reflexione, en la historia presenciamos este fenómeno, que como tal
se da siempre, aunque habitualmente se encubra, bien porque la capacidad de nuestro
conocimiento sensible no puede procesar tantísima cantidad de datos como le llegan
de forma incesante, bien porque nosotros instintivamente no dej amos que el sujeto se
manifieste tal cual es y necesitamos sentirnos a nosotros mismos identificados en
figuras que muestran contornos bien definidos y estables. Respecto de la primera
posibilidad, los hechos son hoy más innegables que nunca. No sólo no somos capaces
de percibir a simple vista algo que paradójicamente se está dando ante nuestros ojos,
como es el crecimiento de una hierba en la pradera o de un joven árbol en el bosque.
Mucho menos somos capaces de percibir la existencia de ondas electromagnéticas, aun
que sabemos que están ahí muy próximas a nosotros e infinitamente lejanas al
mismo tiempo, zumbando a nuestro alrededor de forma inaudible. El caso del sujeto
de la historia es más insólito aún. No sólo se mueve incesantemente y lo hace
además de forma imprevisible, sino que tiende a convertir aquello en que se ha
Quedan 1 8 minutos en el libro 35%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
Por último, el sujeto de la historia es espíritu por aquello que siendo lo más
importante, no se deja ver: por la ubicuidad. Pero este concepto es preciso entenderlo
aquí en un sentido muy diferente del habitual, incluso en cierto modo opuesto y, sin
embargo, en un sentido propio. El modo habitual de entender la ubicuidad, consiste
en que los lugares, los diferentes ubi en que se concreta, están ya dados de
antemano. Según esto el espíritu iría ocupando lugares que ya preexisten. Esto no es
así. Precisamente en la historia se ve que el hombre se caracteriza, más que por
adaptarse a la naturaleza, por hacer que la naturaleza se adapte a él. Si tuviera lugar
lo primero, se trataría de que el hombre vaya ocupando lugares, previamente
existentes, acomodándose a ellos. En afortunada y justa consideración de Ortega:
escondido que no logra llegar a ser. Por eso es el hombre el único ser infeliz,
constitutivamente infeliz. Mas, por lo mismo, está todo él lleno de ansia de
felicidad. Todo lo que el hombre hace lo hace para ser feliz. Y como la naturaleza
no se lo permite, en vez de adaptarse a ella como los demás animales, se esfuerza
milenio tras milenio por adaptar a él la naturaleza, en crear con los materiales de
éste un mundo nuevo que coincida con él, que realice sus deseos (OC, IX: 583).
expresionista, muy del gusto de la primera mitad del siglo XX, expresa bien Ortega
esa radical versión del hombre hacia la alteridad, lo que aquí hemos considerado
""
Es lo que tiene que ver con el segundo grado o nivel de la negatividad que
podemos llamar negatividad determinada. Responde, tal como planteábamos más
arriba, a la pregunta de hacia dónde se proyecta la negación de los fenómenos o
acontecimientos que observamos en la historia. Acabamos de ver que la negación
tiene su raíz en el hombre mismo en cuanto espíritu, toda vez que su vaciedad de
contenidos le lleva a buscarse y objetivarse en lo otro de sí mismo. Esto, sin
embargo, puede malentenderse, si se interpreta como si lo otro no tuviera nada que
ver con el sujeto, le fuera completamente extraño y por consiguiente el sujeto - el
hombre, su espíritu - se encontrara perdido en ella. D e ser así, el SUJeto carecena
. /
Pero de pronto surge una doble dificultad. Si el sujeto está vacío de contenidos
¿qué puede exteriorizar? Y por otra parte, si lo otro hay que verlo como fruto de la
exteriorización del sujeto mismo, no parece que lo otro sea tomado en serio. Más bien
quedaría cancelado como tal. En su momento hubo un gran debate en torno a este
segundo punto, que iba a provocar nada menos que la configuración última de los
grandes sistemas llamados idealistas, en cuya "lógica" interna seguimos inmersos,
aunque no nos demos cuenta de ello. Fichte había considerado lo otro en general
como mero material de la acción del sujeto, de la Thathandlung ( 1 97 1 : I , 9 1 y ss. ) .
A esto se oponen decididamente Schelling y especialmente Hegel, siendo éste uno
de los motivos que le llevaron a escribir su Escrito de la diftrencia (Diffirenzschrift)
(Hegel, 1 979: 64 y ss. [trad . , 1 1 3 y s . ] ) .
Importaba dejar aquí constancia de esta breve referencia para recordar que es
nuestra intención tener muy presente la dimensión real de la historia que tiene una
de sus manifestaciones objetivas en el trabajo.
Bajo otro punto de vista es importante este concepto de mediación, que va unido al
tercer aspecto de la negatividad, para comprender la historicidad. Acabamos de ver
que la mediación no es puente o camino hacia otra cosa que no sea el sujeto de la
historia, el hombre en definitiva. Además tampoco es la mediación una especie de
soporte de un proceso indefinido, de una "mala infinitud" que hace que nada, tal
como es en sí mismo de fo rma inmediata, se mantenga en pie como si careciera de
legitimación ontológica. Se puede derivar hacia ese error por la trampa que el
lenguaje lleva en sí mismo.
La mediación no es, en contra de lo que pueda parecer, una propiedad del sujeto,
sino el sujeto mismo en su acción de mediar (vermitteln) y por tanto los contenidos
que produce, eso que está a la vista como lo inmediato, no es sino la mediación
misma en su modo de concretarse, lo que equivale a que la mediación es la
inmediatez que deviene (op. cit. ) 16) . Por eso un pueblo que tiene sentido histórico
sabe ver en lo que él como sujeto de su propia historia ha ido produciendo la
verdad de sí mismo - verdad en todo caso parcial-, que no le impide seguir
haciéndose, construyéndose. En cambio, un pueblo que carece de sentido histórico
tiene horror ante la mediación (cf. l . c.). Por eso, cuando no simplemente vive y se
deja llevar, sino que se ve confrontado con su propia realidad apenas sabe hacer otra
cosa que dar rienda suelta a la furia de la desaparición, recrearse en el vacío de
actitudes iconoclastas, como puede ser la destrucción de estatuas.
Nos hemos detenido en las diferentes perspectivas que se abren desde la negación
como categoría porque ello ayuda a comprender mejor el proceso histórico, en
primer lugar desde el nivel simplemente empírico, en el que el hecho de que unos
acontecimientos se sucedan a otros se debe a que cada uno de ellos tiene en sí el
germen de su propia negación; en segundo lugar, en lo que subyace a ese nivel
empírico, donde se trata de saber de qué modo, en su incesante movimiento, el
sujeto de la historia, el hombre, va buscando su propia realización.
¿Cómo surge aquí esta categoría del límite? Si nos atenemos a lo dicho la respuesta
es obvia, puesto que la limitación (Einschrankung) es la realidad combinada con la
negación (KrV B 1 1 1 , 1 64, 1 22) . Esto se entiende sin más, puesto que toda realidad
no es lo que son todas las demás cosas y ese no-ser implica que cada realidad posee
un límite definido. Sin embargo, una observación previa de Kant (KrV B, 1 1 O), que
clasifica las categorías en dos clases, las matemáticas y las dinámicas, incluyendo entre
las primeras las tres mencionadas: realidad, negación y límite - así como las
pertenecientes a la cantidad: unidad, pluralidad y totalidad- hace que parezca dudosa
la aplicación de la categoría de límite a los acontecimientos históricos que, si por
algo se caracterizan, es por la movilidad y el dinamismo. De hecho en todas
nuestras consideraciones sobre la negación ha estado presente este aspecto dinámico,
en el que la referencia a Hegel nos ha servido como uno de los puntos básicos de
orientación. Sin embargo, la observación de Kant no es por ello rechazable, puesto
que tiene a su favor algo muy elemental.
Al referirnos a los acontecimientos estamos dando por supuesto que cada uno de
ellos es éste y no otro, estando así perfectamente delimitado frente a cualquier otra
cosa. De hecho, además, así procede también la investigación empírica, sea cuando se
ocupa en general de documentos, donde la precisión ha de ser un principio
irrenunciable, sea en la descripción de hechos concretos que tienen que ver con
relaciones de unas naciones o pueblos con otros, donde ni personas ni funciones se
pueden intercambiar o confundir, a menos que uno adquiera una versión distor
sionada de los fenómenos. Esto es válido en general para cualquier acontecimiento
histórico.
Incluso allí donde, debido a la índole de los acontecimientos como ocurre, por
ejempl o, en las batallas, hay una mezcla de unos personajes con otros - los ejércitos
enfrentados pueden llegar a parecer una y la misma cosa - es tanto mayor y más
radical la exigencia de precisar quiénes son unos y otros, qué acciones o hazañas se
deben atribuir a cada bando y a cada protagonista y - lo que tiene, por buena o
mala fortuna, una lógica férrea e incontestable - a quién ha sonreído la victoria y
quién ha tenido que sufrir la derrota, etc. No obstante, este punto de vista es a
todas luces insuficiente. Pues los acontecimientos históricos, aun teniendo cada uno de
ellos contornos perfectamente definidos, ofrecen la parti cularidad de que penetran
unos en otros. No es sólo contacto; es también, por así decirlo, irrupción. Nada tiene
que ver esto con mezcolanza o confusión, pero sí con intersección e interpenetración
de aspectos y fenómenos, y en definitiva con la viviente contradicción de que los
acontecimientos, a la vez que son ellos mismos, son también lo opuesto de sí mismos
;
La negación de su otro es sólo la cualidad del algo, pues en tanto que es este
superar (Aujheben) su otro, es algo [ . . ] el algo mismo es la negación, el cesar de
.
Se destaca pues bajo este primer punto de vista que algo, en cuanto limitado es
el no-ser-para-otro (1. c., 1 22). Pero a su vez, si se mira esto desde la perspectiva de lo
otro, el algo se encuentra en la misma situación y su acción de negar a lo otro para
constituirse a sí mismo es correlativa a la negación del algo por parte de lo otro,
puesto que lo otro también es un algo. En consecuencia, el límite es no solamente no
ser de lo otro, sino no ser tanto de un algo como de otro (1. c.).
"
Esta sería pues la pnmera dimensión del concepto de límite, que es más bien
•
estat1ca y proXIma a lo que parece entender Kant por límite, aunque aquí ya
.
, .
,
los otros acontecimientos. Ese es su límite. Pero éste no simplemente se debe a que
existan otras cosas o acontecimientos, sino que implica que cada acontecimiento, al
constituirse como tal, lleva en sí la negación de los otros; se constituye en lo que él
es comportándose negativamente frente a lo otro que él no es y haciendo así que
"
surja el otro como tal otro. Esta puede resultar sin duda una consideración
abstracta y a su modo lo es.
para Roma. Allí donde se fijaba un límite, surgía también un enfrentamiento, que
implicaba tanto una voluntad de seguir constituyéndose y afirmándose cuanto el
hecho de seguir expuesta a la negación proveniente de los otros pueblos con los que
limitaba.
Esta primera dimensión del concepto de límite, aunque referida más bien al
aspecto que podría considerarse como estático, en cuanto que pretende dar cuenta
simplemente del ser de aquello que simplemente tiene un límite, sin embargo deja ver
ya su aspecto dinámico. Pues por una parte, ya el hecho de tener un límite implica
que el algo es y se conserva en tanto se comporta negativamente frente a cuanto lo
limita; y por otra, al tener esto lugar también correlativamente - en lo otro, que
aparece ahora como algo respecto del algo inicial, que ahora se convierte en lo otro-,
el límite lo es tanto de un algo como de su otro. El límite de Roma implica, en el
ejemplo mencionado, tanto el comportamiento negativo contra Cartago como el
comportamiento negativo de Cartago contra Roma; implica, vista la situación en
conjunto, que "el algo y lo otro tanto es como no es" (Hegel, 19 90: 1 23), lo cual no
significa que desaparezcan de algún modo, sino que su modo de ser se caracteriza
como una especie de oscilación ontológica. El ser no está garantizado a perpetuidad
y, aparte de esto, en tanto que es lo que es, es un no ser, no sólo en cuanto que no
es lo otro de sí, sino que esto otro implica que se está minando o cuestionando su
ser. Esto ya hace ver el carácter dinámico del concepto de límite.
Pero éste aparece mucho más intensamente - cabría decir, con verdadera
propiedad - desde el punto de vista de su segunda dimensión. Hegel utiliza dos
términos: Grenze y Schranke. Es difícil utilizar dos palabras distintas en nuestro
idioma para traducirlos. El primero se ha traducido por "término" y el segundo por
"límite". Así lo hace Rodolfo Mondolfo en su traducción de la Ciencia de la
Lógica. Parece que Hegel, en una primera etapa, tomó ambos términos como
sinónimos, tal como se puede desprender del contexto del texto citado en primer
lugar (Hegel, 1 99 0 : TW, 4, 1 67) aunque también cabe interpretar que lo que quiso
decir es que lo que tienen en común Grenze y Schranke - término y límite - se
dan en tanto que lo otro es el no ser de algo. Término p arece la traducción apro
piada de Grenze, en tanto que expresa lo que en rigor media entre las cosas, en
este caso los acontecimientos. Las cosas terminan donde las otras las limitan y éstas
a su vez terminan igualmente justo en el punto y forma en que son limitadas por
....
por éste como un ser negativo, que al mismo tiempo es esencial, es no solamente
término (Grenze) como tal, sino límite (Schranke) )) (Hegel, 1 99 0 : 129). Como aquí
no nos interesa hacer una interpretación de Hegel, sino hacer ver el alcance que
este concepto tiene para la historicidad, nos basta con atender a lo que el texto
representa para la determinación y constitución del acontecimiento mismo. Pues de
eso: determinación (Bestimmung) y constitución (Beschaj fenheit) se trata cuando
Hegel habla de término y lo que representa este en su última raíz, que es el límite
en el sentido más riguroso y estricto. Un acontecimiento tiene los términos o con
fines que él mismo se pone desde el ser que le es propio. Lo verdaderamente
relevante del concepto de límite es así que los confines en que la cosa limitada
termina, siendo ciertamente una dimensión negativa, representan al mismo tiempo la
forma como está cualificado el ser.
límites, sino en cuanto que se pone esos límites y además lo hace en corres
pondencia con lo que es su esencia. Pues para que lo negativo que los confines de
un acontecimiento implican sea esencial, se requiere que aquellos sean expresión de
lo que es su propia esencia. Cuando un pueblo se encuentra ajustado dentro de los
límites que son los suyos, porque brotan sólo de sí mismos, ocurre con frecuencia
que se concentra sobre sí mismo e inicia una etapa productiva en las diferentes
manifestaciones posibles como pueden ser el arte, la literatura, la ciencia o el
pensamiento en general. Esto tiene que ver con el límite, con la adquisición, por
parte del pueblo, o del sujeto histórico en general de la determinación y
constitución que le es propia.
El es, en feliz expresión del Cusano, límite y fin de sí mismo, sui ipsius finis
(cf. Álvarez Gómez, 1 96 8 : 25). No es el concepto de límite como tal lo que
implica ese carácter negativo, sino el hecho de que el límite sea
imperfecto.
No hay límites en general, pues cada cosa tiene sus propios límites, o
para ser más precisos, tiene su límite, puesto que al igual que cada cosa es
unitaria dentro de su complejidad, única incluso, en buena lógica también
posee un límite, aunque éste tenga muchas manifestaciones y se exprese en
infinidad de variantes. M ás que tener limitaciones, se es limitado, lo cual
implica que cada cosa, cada acontecimiento, en tanto que es, está confinado
en su propio límite y concentrado en él.
e) Este hecho nos lleva al último aspecto bajo el cual el límite posee un
carácter positivo. Los hombres como seres vivos que protagonizan la
historia, no sólo cumplen determinadas funciones - al igual que los demás
seres vivos en el grupo de que forman parte-. Esas funciones están además
llamadas a variar; incluso pueden representar en ocasiones un verdadero
progreso. Esto tiene su origen en que la peculiaridad del hombre en tanto
que determinado por un límite y consciente de él, está ya más allá del
mismo; no en el sentido de que cada cosa en cuanto limitada es ya un más
allá de sí misma en la medida en que tiene incorporada en sí la referencia a
lo otro: "Lo otro de un límite es justamente el más allá (Hinaus) del mismo"
(Hegel, 1 99 0 : 1 3 1 ) ; ni tampoco en el sentido en que los seres vivos en
general poseen el privilegio del dolor en cuanto que éste actualiza el
sentimiento de su mismidad que supone estar más allá de la negación que el
dolor supone (l. c . , 1 32). Lo propio del hombre y por consiguiente de su
actividad en el campo de la historia está en que además la toma de
conciencia de sus límites tiene su raíz en un modo de ser, caracterizado no
por la universalidad propia de este o aquel género, sino por la universalidad
como tal, lo que le abre a lo ilimitado e infinito, sin dejar por ello de ser
finito.
la historia con la connotación tal vez de que en ellos debe centrarse tanto la
atención del historiador como el interés del filósofo. Esto, aparte de la banalidad que
implica, no pasaría de ser una recomendación. La exigencia de Ranke de ocuparse de
hechos históricos, "tal como ha sido", ha dado poco de sí y si él ocupa un lugar
relevante, ello se debe a sus aportaciones como historiador, no al establecimiento de esta
especie de principio metodológico, que por sí solo no podía conducir a ningún
resultado positivo. Ortega es muy pertinente en su crítica del más rudo empirismo:
Se podrá predecir, sin miedo a equivocarse, que allá donde actúa el hombre,
habrá cosas que contar en lo bueno y en lo malo. Pero nadie habría podido
predecir - al menos cuando de ello no existía aún indicio alguno - que un
régimen como el soviético iba a durar 72 años, que en tal fecha iba a comenzar la
guerra franco-prusiana o la Primera Guerra Mundial, que tendría lugar la Guerra
Civil de España y así en infinidad de ejemplos. Es obvio que en el hombre hay
muchísimas otras cosas que tampoco son predecibles, pero de ellas no decimos que
sean hechos históricos en el sentido habitual de la expresión. Con relación a esto
estamos ahora tomando en consideración el concepto de facticidad y de él decimos
que, a diferencia de lo que ocurre con otros muchos conceptos - por supuesto, con
ciertamente asombroso, pero sí es cierto que tenemos que ver con un campo en el
que de forma frecuente y muy acentuada, el hombre encamina su destreza "una
veces al mal otras veces al bien". Ese tipo de facticidad con que nos encontramos
en la historia, sin estar naturalmente fuera del ámbito humano, representa una
especie de inversión desde el punto de vista de lo que puede ser la caracterización
de uno y otro ámbito. Pues no podemos inferir, como ya hemos indicado, el
significado de la facticidad partiendo de la noción general de hombre; en cambio
desde facticidad, desde la representada en alto grado por la historia, podemos
profundizar en su conocimiento, porque en razón de la historicidad, en cuanto
que ésta expresa la facticidad en la historia, se percibe que el hombre puede
llegar hasta el extremo de sus propios límites. Heidegger, el autor más autorizado
tal vez en este asunto, dice sobre la facticidad en general:
El carácter fáctico (Tatsachlichkeit) del hecho (Tatsche) del propio ser-ahí es,
desde el punto de vista ontológico, radicalmente diferente del estar presente
(Vorkommen) fáctico de una especie mineral. El carácter fáctico del factum
ser-ahí, es lo que llamamos facticidad del ser-ahí. El concepto de facticidad
encierra en sí: el ser-en-el-mundo de un ente intramundano, en forma tal que
este ente se pueda comprender como ligado en su destino (Geschick) al ser del
ente que comparece para él dentro del mundo (Heidegger, 1 963: 56).
Como ya hemos dicho en casos anteriores, el texto lo tomamos más bien como
pretexto para seguir profundizando en el tema, siempre al hilo de lo que viene
siendo nuestro planteamiento. Por ello no vamos a hacer un comentario a
Heidegger, sino una aplicación al caso de la facticidad en relación con la historicidad,
o simplemente de la facticidad histórica. A cuya finalidad vamos a tomar en
consideración los aspectos o momentos siguientes, comenzando por la indicación
final, según la cual el ser-ahí, como ente intramundano se puede comprender, bajo la
perspectiva de la facticidad o en razón de la misma, "como ligado en su destino al
ser del ente" .
Podemos decir por tanto, a tenor de esto, que la facticidad, en cuanto modo de
ser de la historicidad, que es propia del hombre, condensa en sí misma toda la
fuerza, es decir, toda la capacidad de presencia y de acción del ser mismo, con
otras palabras todo lo que hay de entidad en el mundo, al que el ser-ahí
pertenece constitutivamente, se centra en este, en cuanto que puede tener
significado para él. Esto significa que el hombre, en tanto que protagonista de la
historia se juega su propio destino en su confrontación con el ser del ente, que
comparece ante él o ante quien él comparece, pues lo uno es correlativo de lo
otro. Y si hubiera lugar para hablar aquí de lo absoluto habría que decir tanto
que lo absoluto llega a su verdadera y efectiva realidad en lo fáctico de la historia
cuanto que el hombre mediante su radicación en la facticidad de la historia llega
El ente cuyo análisis constituye nuestra tarea lo somos en cada caso nosotros
mismos. El ser de este ente es en cada caso el mío. En el ser de este ente se las
ha este mismo con su ser. Como ente de este ser, él está confiado a su propio ser.
Es el ser mismo lo que le va en cada caso a este ente (Heidegger, 1 963: 4 1 y s.).
Lo más oculto para el cotidiano ajetreo del ente y lo más vedado para la
curiosidad siempre casual y errática es "la patria". Esto no es ciertamente nada
que esté al margen, nada que yaga en algún lugar por detrás de las cosas o que
flote por encima de ellas. La "patria" es el ser mismo, que sustenta y ajusta desde
el fondo la historia de un pueblo, en tanto que es un pueblo que es ahí: la
historicidad de su historia. La patria no es una idea en sí, abstracta y
supratemporal, sino que el poeta ve la patria históricamente en un sentido origi
nario (Heidegger, 1 980: 1 2 1 ) .
Lo que vale para esa presencia intensa del ser en lo que es algo así como la
•
Pero la facticidad encierra según Heidegger otro significado que tiene que ver
más directamente con la facticidad propia de la historia. Es lo que según el texto
citado en primer lugar representa "el cada vez" - jeweilig-, que sólo de modo
impropio se puede identificar con lo que es en cada caso, pues a esto último añade la
referencia temporal; y esto no como la simple distensión temporal en que
habitualmente se va viviendo, pero de forma tal que ningún momento parece
significar nada especial, al igual que todos en conjunto. Se trata de un "cada vez", que
no siempre se hace presente como tal y en el que cada ser-ahí se ve "como ligado en
su destino al ser del ente". Cada uno tiene su oportunidad, que le es renovada cada
vez en la situación que le está destinada.
historicidad, que lejos de ser una idea abstracta o ajena a las cosas, es un asunto
próximo que acontece como una forma especial de vivir y considerar el tiempo. Ello
nos introduce en el capítulo central del libro.
La temp oralidad
como elemento básico
viva y piense en forma refleja, y que desde ella, como en medio de la noche,
tenga que reorientarse, edificando su problemática morada espiritual, suspensa en el
elemento de lo extraño, rota la armonía con la naturaleza y sin poder delegar su
sobrecogimiento en ningún pasado tradicional ni en ningún presente cultural
(Álvarez Turienzo, 1 983: 293 y s.).
festividades religiosas, fiestas seculares - que tenían que ver con aquellas - y
celebraciones de distinto signo que marcaban el ritmo de vida y la distribución de los
tiempos o las diferentes horas, ha irrumpido un tiempo vacío, en que lo anterior no
ha sido reemplazado por nada. Tampoco existe indicio alguno de que se pueda
reemplazar, ni por el fuerte peso de la tradición, que ha quedado desvirtuada, ni por
la naturaleza misma, que ha terminado por resultar extraña y ausente, ni en modo
alguno por el "consenso" a favor de estos o aquellos programas de acción inmediata.
La forma de vida actual comporta un estilo extremadamente masificado y, al mismo
tiempo, irremediablemente individualizado. El consenso, siempre sujeto por lo demás
al disenso posible, vale para solucionar problemas a corto plazo, aunque sean muy
importantes. El modelo básico no es otro que el que pueda tener lugar en una
comunidad de vecinos, que paradójicamente no suelen cultivar ningún género de
vecindad, puesto que se encuentran sumamente alejados entre sí. La respuesta a una
búsqueda de sentido básico, tal como venía existiendo hasta fechas muy recientes, no
se encuentra por los traídos y llevados caminos del consenso.
elemento básico es que tenga alcance y validez universales. Y esto, aun estando
siempre ahí - pues nadie será capaz de producir a capricho un universal y si de
pronto aparece es porque ya estaba - ha tenido que manifestarse en su momento,
paradójicamente cuando le ha llegado su tiempo, su hora.
cabo esa tarea dejándose llevar por el carácter simplemente sucesivo del tiempo
conforme a la consabida línea: pasado, presente, futuro. Es como si el hombre fuera
llevado al futuro por el peso indefectible del pasado. Pero en realidad ha llegado a
construirse en sujeto protagonista de la historia hasta tal punto que ya no le es
posible dejarse llevar simplemente hacia el futuro, sino que él se ve precisado a
proyectar, programar y anticipar su futuro. Verdad es que esto ha acontecido
siempre en mayor o menor medida, pero se ha radicalizado hasta el extremo.
El cambio que ha tenido lugar podría tal vez formularse diciendo que de hacer su
historia en el tiempo el hombre ha pasado a hacer con el tiempo su propia historia.
Según esto ya no se puede decir que la historia discurre en el tiempo como si este
fuera un simple escenario de la historia, porque el hombre ya no se puede limitar a
programar cosas de la más diversa índole en el tiempo, sino que tiene que programar
el tiempo mismo. Ello se debe, como indicaba antes, a la forma tan radical en que
no puede ya abandonarse a un proceso simplemente natural, tampoco puede verse
como proyección o prolongación de lo que ha sido, sino que se ve precisado a
construir - desde la de-construcción de lo que ha sido - lo que quiere ser y va a
ser "cada vez" y en "cada caso" en el futuro, que como dimensión temporal deja de
ser un "momento" más o menos lejano para ser algo por-venir.
El simple futuro se transforma en algo que está por venir en razón de la forma
tan radical como el hombre se ve precisado a contemplar su vida y por ende
también su historia. La consideración meramente sucesiva del tiempo: pasado, presente,
futuro sigue existiendo y teniendo el peso y la fuerza que le corresponden. Esto es tan
cierto como que vitalmente provenimos de nuestro pasado más insobornable, que es el
nacimiento, y caminamos indefectiblemente a un futuro ineludible, la muerte. Pero
esta secuencia es insuficiente. Como ser temporal el hombre ya no camina simple
mente hacia su futuro, sino que tiene que proyectar ese futuro, que se convierte así
en por-venir, en cuanto que es lo que el hombre tiene que labrar o esculpir para sí. Es
así como el simple tiempo es temporalidad y ésta se convierte en el elemento básico
de la historia, sobre el que se construye la historicidad, o sea se establece aquello que le
impulsa al hombre a hacer una historia.
Visto así, el fenómeno es sin duda unitario, pues el futuro deja de ser algo
lejano al ser visto como dimensión que adviene, en virtud de la resolución del ser-ahí
de tomar decisiones, que sin duda recaen en el futuro, que automáticamente pasa, sin
embargo, a constituirse en ad-venir o por-venir, que a su vez sólo puede tener
consistencia, en cuanto que presencializa las posibilidades, latentes en lo que ha
sido. Dicho tal vez de la forma más sencilla posible, pero sin duda no suficientemente
precisa: mirando al porvenir rescatamos de lo que ha sido aquellas posibilidades que
nos permiten actuar en el presente.
Hay múltiples formas de narrar la historia. Por de pronto, hay dos antitéticas: la
cronológica, es decir, la narración de los acontecimientos centrada en datos, fechas,
personalidades, etc. Es lo que predomina en la obra monumental reciente bajo el
título: Historia a mano de I . Geiss, que es sin duda útil si lo que se va buscando
son referencias a hechos de diversa índole en un plano simple y estrictamente
informativo. El autor pretende llevar a cabo una "rehabilitación de los datos" (Geiss,
2002: 1 , 1 0) . No le falta razón en cuanto que deliberadamente se enfrenta a la
ideología "progresista'' que ha intentado desacreditar "la dimensión del saber histórico"
que debe tener como fundamento la cronología, que se proyecta en toda la estructura
de la obra. En ese sentido el lector, el especialista incluso, tiene a mano - el título de
la obra responde ciertamente al objetivo fundamental que su autor se ha fijado - una
amplia información sobre los más diversos hechos históricos. Si quiere por ejemplo
disponer de los principales rasgos sobre la "la guerra española de sucesión", los podrá
tener al momento (Geiss, 2002: 4, 560) . El problema con que se puede encontrar es
que si pretende lograr una visión de conjunto tanto sobre las cuestiones de diversa
índole y su interrelaciones como sobre el significado de los datos mismos, va a tener
que recurrir a otro tipo de fuentes y de documentos.
historiadores de dicha escuela se guían por los siguientes criterios: l . la historia debe
versar ante todo sobre las estructuras y las relaciones sociales; 2. la historia debe
procurar ser total, no en el sentido de recoger todos los hechos del pasado, sino en el
sentido de contemplarlo bajo diferentes perspectivas, que tengan en cuenta las
condiciones geográficas, económicas y psicológicas, además de sociales; 3 . en
consecuencia la historia sólo puede realizarse satisfactoriamente, si tiene un carácter
interdisciplinario; 4. como consecuencia de estar centrada en las estructuras, la
historia, en expresión de Braudel, no es historia de acontecimientos o de corta
duración, sino de "larga duración" (longue durée). Esto se debe a que lo fundamental
en la historia son las estructuras que duran mucho tiempo y respecto de las cuales lo
que llamamos hechos o acontecimientos son sólo algo superficial. En el mejor de los
casos a través de los acontecimientos habla el lenguaje de la estructura correspondiente
(cf. Braudel, 1 979: 1 74-1 94; Baberowski, 2005: 1 04-1 5 6) .
Dentro de este núcleo básico hay por otra parte matices de importancia. Febvre
sostiene que en la historia es preciso mantener la idea de que los deseos y las
acciones individuales de los hombres son constitutivos para las estructuras ( cf.
Baberowski, 2005 : 1 44) . No dice sin embargo que tengamos que ver propiamente
con dos tipos de factores: los individuos y las estructuras, sino con que aquellos están
en función de éstas. A la postre estaría en el fondo de acuerdo con lo que sostiene
Braudel sobre lo que representó Juan de Austria al frente del ejército que derrotó a
los turcos en la batalla de Lepanto: habría sido simplemente el " instrumento del
destino" (Baberowski, l. c., 1 5 0) . Con lo cual se nos remite a algo más bien bastante
común a todas las concepciones y escuelas de esa corriente. De ello es una muestra
la tesis del mismo Febvre, cuando en su monografía sobre Lutero caracteriza al gran
Reformador como un producto o reflejo de su medio, porque las nuevas ideas que
Lutero y sus seguidores representaban tenían que estar en consonancia con la
sensibilidad religiosa de la burguesía ascendente.
Esto es tan verdadero como falso, puesto que muchos sectores de la burguesía no
estaban de acuerdo con las ideas de Lutero. Pero sobre todo lo esencial de Lutero es
su obra, que es preciso leer y comprender en lo que en sí misma es y representa, es
decir, teológicamente. Sólo desde este punto de vista se puede entender que Lutero
llegara a conformar el modo de pensar y de vivir de toda una época. Al fin, la
afirmación de Febvre de que los deseos y las acciones de los hombres son constitutivas,
se reduce en este caso a que las ideas, con las que los hombres ordenan su mundo y
a las cuales están sometidos, se reflejan en cada individuo, de forma que a través de
tales ideas lo que habla es el espíritu de la época. Es decir, Febvre se vendría a
confesar hegeliano, si bien Hegel atribuye un papel mucho más relevante a los indi
viduos. Las ideas colectivas se reflejan en lo que piensan y hacen los individuos, pero
estos influyen de forma decisiva en la conformación de las mismas ideas colectivas.
En definitiva, ese primer matiz que me proponía introducir, no cuestiona sino que
Algo distinto ocurre con el segundo matiz, que aparece en la última fase de la
misma: la llamada Historia de las Mentalidades. Sin embargo inicialmente se puede
ver en las interpretaciones que se atienen a la existencia y al cambio de las
mentalidades un procedimiento para descubrir a través de ese medio las estructuras
económicas y sociales; lo cual implica prescindir de la fuerza motora y transformadora
que tienen las mentalidades o ideas colectivas. Pero hay otro aspecto que ha llevado a
un historiador como Aries a introducir una notable flexibilidad en la tesis central de
la Escuela de los Anales.
El punto que hizo cobrar impulso a la Historia de las Mentalidades fue la toma
de conciencia de que nuestra mentalidad ha sufrido una herida grave, tal como Ph.
Aries se ha expresado mirando retrospectivamente el proceso. En la época de la
Ilustración y del progreso industrial los hombres se han sentido seguros de la
superioridad de su época y de su concepción del mundo. No podían ver otra cultura
fuera de la suya. Pero el hombre actual se ha vuelto inseguro, se le ha hundido la
tierra bajo sus pies. Hoy reconoce la existencia de diferentes culturas donde los
historiadores clásicos sólo podían ver una y numerosas desviaciones bárbaras de ella.
La transformación en el modo de escribir la historia, que se inició con el concepto de
las mentalidades, fue según esto también una reflexión del hombre sobre la época en
la que él vivía. La historia de las mentalidades lleva así a su disolución las diferencias
epocales, porque destaca la importancia de las ideas colectivas para la vida de los
hombres. Pero de este modo el pasado se nos vuelve cercano y ya no podemos
ignorarlo. Toda una serie de concepciones, de sabidurías conforman la vida de la que
son expresión y al mismo tiempo la estructuran. Una historia de la cultura de lo social
describe el mundo tal como los hombres creían que debía estar constituido. Los
primeros historiadores de las mentalidades no tenían idea de esto. Podría decirse que
con este cambio de la mirada desapareció la historia de las estructuras y el individuo
como creador de las estructuras ha sido recuperado para la historia.
mentalidades, tal vez sin ser de ello plenamente conscientes, están volviendo
parcialmente al modelo hegeliano de la concepción de la historia. Pues si tomamos
como referencia su Fenomenología del Espíritu, el sujeto de la historia, más que el "espí
ritu del mundo", que sugiere siempre una visión monolítica cerrada, son las figuras de
la historia, todas ellas individualizadas entre sí. Verdad es que la visión de Hegel es
''diacrónica'', si nos situamos en una determinada perspectiva - la de ciertos
antropólogos franceses-, pero no corresponde en rigor a lo que piensa el mismo Hegel,
para quien por principio lo verdadero es el resultado junto con su devenir. Los
momentos de la historia están todos ellos llamados tanto a desaparecer como a
conservarse. Las figuras de la conciencia están individualizadas, al igual que lo están los
pueblos o las naciones, pero este tipo de individualidad radica en la que es propia de
Quedan 1 5 minutos en el libro 44%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
Así leemos en Tucídides los discursos de Pericles, del hombre de estado más
profUndamente formado, del más auténtico y más noble, también los de otros
oradores, delegados de los pueblos, etc. En estos discursos expresan estos hombres
las máximas de su pueblo, de su propia personalidad, la conciencia de sus relaciones
políticas, así como de sus relaciones éticas y espirituales, los principios de sus fines,
formas de actuar, -y el escritor de la historia se ha reservado para su reflexión
poco o nada y lo que les hace decir a aquellos no es una conciencia extraña, que
les haya sido prestada, es su propia formación y conciencia. Si se quiere estudiar la
historia sustancial, el espíritu de las naciones, vivir y haber vivido en ellas hay que
introducirse a fondo en tales escritos originarios de la historia, detenerse en ellos, y
uno no puede detenerse en ellos lo suficiente. Aquí tiene uno la historia de un
pueblo o de un gobierno, fresca, viva, de primera mano. Quien no quiera
convertirse precisamente en un histórico erudito, sino disfrutar de la historia, puede
quedarse en gran parte casi solamente en tales escritores (Hegel, 1 95 5 : 8).
Este texto es importante y merece ser transcrito aquí por varias razones. En
primer lugar, porque no se suele hacer. Hegel adquirió pronto fama de gran filósofo
por sus Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal y en todo caso la
popularidad le llegó por este camino (Rosenkranz, 1 969: 376), pero lo que quedó
sobre todo en la conciencia o tal vez habría que decir, en el subconsciente
colectivo - fueron la concepción de la historia como progreso en la conciencia de
la libertad, la relación intrínseca de esta libertad con la dialéctica de los espíritus de
los pueblos particulares, encarnados en los estados correspondientes, el triunfo o
esplendor de la idea en todo ese proceso, al margen de lo que pueda ser el
sufrimiento o la felicidad de los individuos, así como la tesis rotunda de que la
historia universal es el juicio universal. Ante esta escenificación de la historia no sor
prende que surgiera más de un malentendido, especialmente respecto del valor y de la
dignidad de los individuos que presuntamente no habrían sido reconocidos. Y, aunque
este malentendido ha sido denunciado ya desde el comienzo (cf. Rosenkranz, 1 969:
376 y s.), se mantiene sin embargo en buena medida. El texto que acabo de citar
abunda también en ese reconocimiento de la importancia esencial e irrenunciable del
individuo, de su acción y concretamente en lo que es el campo de la metodología.
Lo que individuos como Heródoto y Tucídides nos han transmitido tiene carácter
sustancial y es por tanto insustituible. Con ellos tiene que empezar, según Hegel,
todo aquel que aspire a adquirir un sentido, siquiera sea aproximado, del significado
profundo de la historia. Pero además esos autores, son importantes porque nos ponen
en contacto con personalidades, en las que se encarna el espíritu de un pueblo o de
una época. Tal es por ejemplo el caso en la relación que se establece entre el
Tucídides historiador y el Pericles político. Lo que en este caso quiere decir Hegel
es que un individuo transmite, en perfecta sintonía, lo que otro individuo es y
representa.
Quedan 1 5 minutos en el libro 45%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
La segunda razón de que el texto citado sea tan importante es porque hay una
identidad entre el espíritu del autor y el espíritu de las acciones que narra. El
espíritu es uno y el mismo; con ello no simplemente ocurre que el individuo nos
remite a una concepción o un contenido que propiamente le desborda, sino que el
individuo es, él mismo, esa otra dimensión, se autotransciende, es él y lo otro de sí,
no en relación interpersonal, sino en relación de persona a contenido, que representa
,
nada menos que el espíritu de un pueblo o de una época. Este es un caso para-
digmático de universal concreto, bajo un doble aspecto: de una parte porque está a
la vista de modo inmediato: lo que dice el autor individual es algo que expresa el
interés de todos; de otra parte, porque la concreción de lo universal en el individuo
se lleva a cabo desde la acción. El individuo adquiere rango universal, no
simplemente en cuanto que está ahí, sino en cuanto que obra de una forma
determinada.
,
interés: de una parte, el hecho de que siguen contando con una gran aceptación por
parte del público muestra que persiste el instinto de que el testimonio de
personalidades que han sido testigos de grandes acontecimientos, sobre todo si
además han participado en ellos, tiene especial valor, porque a su modo responde a la
convicción de que, como dijera Hegel, el espíritu de los discursos y el de las
acciones referidas es el mismo. Por otra parte, es una muestra clara del
reconocimiento del papel insustituible que les corresponde a algunos individuos en la
historia. A nadie le sorprende que esas mismas personalidades sintonicen, al
expresarse sobre sus propias acciones, con esa opinión colectiva. Valga como muestra
el siguiente texto:
Otro aspecto de interés que puede tener para los historiadores la lectura de Hegel
es el hecho de que él ya propugnó, con su historia originaria, lo que hoy ellos
llaman "historia del presente". Pues no sólo resaltó la importancia substancial de los
discursos relativos a los acontecimientos del presente y de los libros de memorias,
que no son sino testimonios de la época en que su autor vive, sino que este
fenómeno de historiar el presente se da también en la modernidad, bajo la forma de
"informes" destinados a la "representación" sobre determinados hechos, como "sucesos
de guerra", De esos informes coetáneos resultan más tarde visiones de conjunto
relativamente completas (cf. Craig, 2006).
concepción muy diferente de la que él como historiador tiene. Este tiene pues que
llevar a cabo una elaboración del material de que dispone. Esto, bajo un primer
aspecto, es obvio. Puesto que se las tiene que ver con un material ingente, por
pequeño que sea, no tiene más remedio que seleccionarlo. Pero el problema, y
también el interés, surgen bajo un segundo aspecto. Puesto que el espíritu de la época
Quedan 1 5 minutos en el libro 46%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
Esto supuesto, hay diferentes formas de llevar a término esta historia reflexiva.
La primera de ellas consiste en exponer una visión de conjunto de la historia de un
pueblo, de una región o del mundo en general. Inevitablemente estas historias tienen
que construirse sobre la primera y recopilar contenidos extraídos de escritores
originarios, o de informes lejanos o de noticias particulares (cf. l. c., 1 1). Sin embargo,
la dificultad surge ante la forma de realizar esta recopilación.
La obra entera debe y tiene que tener también una tonalidad, puesto que el
autor de la misma es un individuo de una formación determinada; ahora bien,
los tiempos, que recorre tal historia, son de formación muy diversa, al igual que
los historiadores que él puede utilizar, y el espíritu que desde quien escribe habla
en ellos, es otro que el espíritu de estos tiempos (Hegel, 1 955: 12).
cuadros de los grandes zntereses de los estados, en los cuales desaparecen las
particularidades de los individuos. Los rasgos deben ser característicos, importantes
para el espíritu del tiempo; es lo que hay que llevar a cabo de una forma superior
y más noble, es decir, haciendo que las obras políticas, las acciones, las situaciones
mismas se hagan efectivas, haciendo que sea expuesto lo universal de los intereses
con su determinidad (Hegel, 1 9 5 5 : 1 6) .
Ahora bien, puesto que esa presencia no está en este caso en la historia misma,
puesto que se trata del pasado, tal presente surge en la visión del entendimiento, en
la actividad del sujeto, en una forma de esfuerzo del propio espíritu. Por lo tanto no
Por tanto, el presente con el que se ocupa esta manera de hacer historia - que
es la auténtica - no es una de las dimensiones del tiempo en cuanto distinta de
las otras dos: pasado y futuro. Es el presente de lo que siempre está presente. Sin
embargo, puesto que formalmente se trata de historia, alguna diferencia tiene que
•
haber entre el ayer y el hoy. Tal diferencia se refiere a la forma como lo que es
esencial y permanente se hace presente. Así el fin esencial de los sucesos que
subyace a los mismos, por más rudimentario que sea, es el estado. Este fin se da
siempre y por tanto en rigor siempre es presente. La historia tendrá que ocuparse
en concreto de la forma en que el estado se conserva hacia fuera frente a los
demás estados, al igual que hacia dentro deberá conocer su desarrollo y conformación
que implica necesariamente una serie de estadios, mediante lo cual surge lo racional,
la justicia y afianzamiento de la libertad. Esto es siempre esencial a la vez que tiene
las correspondientes variaciones según las diferentes circunstancias históricas. Eso
esencial, en su presente, de cada caso es lo que debe indagar y exponer la auténtica
historia, al margen de lo simplemente extrínseco y accesorio.
Si hay una tonalidad que dar a la infinidad de hechos, secos y grises, es lo que
aporta la visión intelectiva, no las ocurrencias subjetivas del historiador que
distorsionan lo verdaderamente histórico:
Estas reflexiones pragmáticas, por más abstractas que sean, son del modo indicado
en la realidad lo presente y lo que debe vitalizar la narración y traerla a la vida
presente. Ahora bien, que tales reflexiones sean en realidad interesantes y vivas, eso
depende del espíritu propio del escritor (Hegel, 1 955: 17).
al ser cancelado el tiempo. Tal impresión se tiene al leer textos como el s1gu1ente:
"Los sucesos son diferentes, pero esto universal e interno, el nexo es uno. Esto
supera el pasado y convierte al suceso en presente" (Hegel, 1 955: 1 8) .
stempre presente:
Cada tiempo, cada pueblo tiene circunstancias peculiares, es una situación tan
individual que es preciso que se decida en ella y desde ella y sólo en ella y desde
ella se puede decidir [ . .. ]; algo así como una memoria descolorida no tiene ninguna
fuerza en la tormenta del presente, ninguna fuerza contra la vitalidad y libertad del
presente [ . . . ] Ningún caso es completamente semejante a otro; la igualdad individual
.
no existe nunca de tal modo que lo que en su caso es lo mejor sea lo mejor también
en otro [ . .. ] cada pueblo tiene su propia situación [ . . ] . Nada es en este respecto
.
Son pues según Hegel compatibles el presente, propio de lo universal que perdura
a través de los diferentes tiempos, y el presente propio de cada tiempo. Esto no tiene
mayor dificultad de comprensión que lo que tiene en general su obra, que no es poca.
Se puede comprender, sin embargo, si se explica la máxima del "esfuerzo del
concepto .
"
Volver sobre estas consideraciones de Hegel - o similares - puede ser útil hoy, pues
según opinión de autorizados especialistas se padece una penuria intelectual en lo que
se refiere a planteamientos estrictamente teóricos en la "ciencia histórica" (cf. Koselleck,
2003: 298 y ss. ) .
3 2 Temporalidad e historicidad
. .
Por de pronto partimos del hecho de que hay pasado, presente y futuro. Es
decir, partimos de que hay tiempo. En virtud de la temporalidad establecemos la
diferencia entre esos momentos o dimensiones del tiempo, a la vez que sabemos que
hay tiempo. Por tanto, la temporalidad es una toma de conciencia directamente
referida al tiempo y a sus momentos. Es un saber a qué atenerse respecto del mismo,
pero sin ese tipo de saber el tiempo es algo caótico carente de significado. Basta
recordar el desconcierto que se apodera de nosotros, no propiamente por el hecho de
olvidar algo que nos ha ocurrido o que hemos visto, etc. Eso es algo habitual y sin
embargo podemos ser o hacernos de nuevo dueños de la situación. El desconcierto
verdadero surge propiamente cuando de pronto tenemos la impresión de que no
disponemos de las coordinadas que nos permiten colocar cualquier tipo de sucesos -
que en sí pueden no significar nada especial, pero que para cada uno de nosotros
pueden ser muy relevantes - en un antes, un ahora o un después. Poder situar los
fenómenos en general y más concretamente lo que nos sucede es función de la tem
poralidad, aunque a veces a eso se lo llame tiempo. Pero además de cumplir esta
función, la temporalidad tiene otra, no menos importante, sin la cual la anterior no
se da. Consiste en establecer - junto con la distinción de momentos temporales, en
virtud de lo cual situamos cada fenómeno en el tiempo que le corresponde: pasado,
presente o futuro - la unidad de esos mismos momentos. Es una unidad que por
de pronto hay que entender como nexo de unos momentos con otros. Lo cual viene
implicado en algo tan obvio como que el pasado no sólo antecede al presente, sino
que fuerza su llegada, al igual que el presente es ya él mismo paso hacia el futuro.
Pero además de este nexo tiene que existir un punto de vista desde el que se vea que
tiene que haber una unidad entre los diferentes momentos temporales y que sea, él
mismo no como ajeno al tiempo sino como intrínseco a él, dicha unidad. La unidad
viene postulada por una exigencia a priori de orientación en el mundo.
y el tiempo. Pero aquí nos circunscribimos a lo que tiene que ver con el tiempo; y
por otra parte, no buscamos, como es la intención del autor citado, un principio - o
por mejor decir, comienzo - absoluto dentro del decurso temporal o más exactamente
histórica. Se trata simplemente de hallar dentro de los propios momentos temporales
un punto de vista capaz de conferir unidad y conexión. Y como ese punto de vista
tiene que ser inmanente a los mismos momentos temporales y a la vez es éste y no
otro, uno y único, tendrá que situarse ese punto de vista en uno de los momentos
temporales sin identificarse o confundirse con él, puesto que de otro modo no podría
aunar los tres momentos temporales. Fue Agustín quien estableció un modelo básico
sobre esta cuestión llamado a perdurar. Aduzco simplemente el texto que me parece
más significativo, sin que nos sea posible detenernos aquí a intentar una explicación
adecuada del mismo.
Quien se ocupe del problema del tiempo deberá estudiar a fondo, hoy, los
capítulos 14-28 de las Confesiones. Pues la época contemporánea, tan orgullosa de
su saber, no ha llegado en estas cuestiones a resultados muy brillantes que signi
fiquen un progreso importante respecto a aquel pensador tan grave y serio en sus
luchas espirituales (Husserl, 1966: 3).
Que Husserl estudió a fondo el texto de Agustín parece claro, tanto más cuanto
que su propia concepción encaja muy bien en el horizonte de las reflexiones de
aquél. Ciertamente Husserl hace un planteamiento trascendental:
Esa constitución está integrada por tres momentos: "la retención" (Retention)) que
es la actividad de la memoria como capacidad de hacer patente a la conciencia el
pasado (Husserl, 1 966: 26 y ss.); la presencialización (Gegenwartigung)) que es la
actividad de la percepción en cuanto que ésta tiene la capacidad de hacer presente
no es, no existe, pero está llamado a existir. Esta puede ser la razón por la que
Heidegger considera que la temporalidad es "la condición de posibilidad de la
historicidad" ( 1 963: 19) y que a su vez se caracteriza ella misma como esencial
proyección, de forma que el eje del tiempo según esto no es el presente sino el
porvenir: "Volviendo 'porvenideramente' a sí, la resolución se pone en la situación
persencializando" (Heidegger, 1 963: 326).
El pasado emerge del porvenir (futuro) y éste hace brotar de sí el presente. Esto
se comprende, pero no es la raíz última. Pues la razón de que el hombre esté abierto
al futuro de una forma o de otra, con mayor o menor urgencia, y de que en
determinados momentos esté como volcado hacia él depende de cómo el hombre
viva su presente y se sienta en él. Si por ejemplo el presente se percibe como vacío
hasta el punto de que no se ve modo alguno de recrearse en él, de percibirlo como
la propia casa, ni siquiera bajo la forma de recuperación o actualización del pasado,
si con otras palabras, el presente es precario e indigente, él mismo forzará la
apertura al futuro, de modo que se tenga la impresión de que éste es el centro del
tiempo mismo y la raíz o condición de posibilidad de la historia. Puede ser ésa la
situación, pero puede ser también la contraria, es decir, que el presente sea y se
perciba como tan pletórico que tienda a expandirse hacia el futuro.
Los matices pueden ser muy diferentes y las situaciones correspondientes también,
pero siempre será el presente histórico la condición de posibilidad del pasado y del
futuro históricos. En un sentido meramente óntico, de relación, si se quiere, causal, el
presente puede verse como un precipitado o resultado del pasado, pero si, además de
esto y sobre todo, se trata del significado que adquiere el pasado, esto dependerá
esencialmente de cómo el hombre se ve a sí mismo en el presente y desde qué
intereses y perspectivas vuelve su mirada hacia el pasado. Y de eso dependerá
igualmente cómo encara el futuro. Para bien o para mal, sólo en tiempos de bonanza
y de equilibrio el hombre retorna al pasado y se dirige al futuro movido por el
interés exclusivo de la verdad, y aséptico desde la perspectiva de su búsqueda.
(Borges, 2005: 8 1 2) .
Invulnerable y siempre el mismo es lo que nos representa "el reloj de arena"; que
nos describe Borges, en contraste con nuestra propia vida, absolutamente azarosa e
inestable. E inalterable es también el tiempo en el sentido de que no se deja
modificar ni un ápice su curso, por ejemplo poniendo en el pasado lo que es
futuro o al contrario. La imaginación podrá pretender lo que se le antoje, pero nada
va a conseguir, porque entre otras cosas, no se trata de una categoría antropológica.
Si, por ejemplo, se sostiene en el sentido kantiano que el tiempo es un a priori de
la intuición sensible, ello no significa que dependa del hombre. Se le impone por el
contrario, de forma que sólo podrá captar los fenómenos en el orden que el tiempo
mismo le prescribe. El tiempo así concebido no sería válido para una mente infinita
ciertamente, pero ello no implica que para una mente finita, como es la humana,
tenga sólo un alcance relativo.
desentiende de otros, que son tal vez mucho más relevantes; igualmente podría
imaginarse, con buenas razones en su opinión, que el futuro va a tener estas o
aquellas características, ninguna de las cuales se hace luego presente a la hora de la
verdad; hasta puede pasarse buena parte de su vida sumergido en su Cueva de
Montesinos particular viendo por todas partes figuras encantadas del pasado, presente o
futuro de su vida personal. Puede incluso hacer otra cosa, mucho más importante
vitalmente, aunque en parte coincidente materialmente con las anteriores: contrarrestar
un tiempo con otro: el tiempo vivido, que es invariable y con frecuencia cruel -
puesto que nos presiona o se nos echa encima o, paradójicamente, no nos da tiempo -
con el tiempo imaginado, que nos permite movernos con una cierta libertad. Tal
vez esto le ocurrió a Cervantes, que vivió un tiempo duro y cruel, en Argel primero
y luego en España, mientras probablemente soñaba inútilmente con su propia libertad,
lo que años más tarde iba a encontrar su correspondencia en la figura de Don
Quijote de la Mancha.
Este juego con los tiempos históricos tiene sin embargo un límite. Es posible en
tanto abstraemos de su inserción en lo real y la fantasía les asigna una función y un
ámbito utópicos. Si los queremos comprender, por el contrario, tenemos que
supeditarnos a lo que el propio tiempo exige: ver los acontecimientos históricos en la
red de la sucesión que les corresponde, donde hay un antes, un ahora y un después.
Cada acontecimiento está en alguno de esos momentos inexorablemente en relación
con otros acontecimientos y también con relación a un eventual espectador que lo
• •
contempla.
El haber-sido [pasado] emerge del futuro [por venir] , de tal manera que el
futuro que ha sido (o mejor, que está siendo sido) hace brotar de sí el presente
(Heidegger, 1 963: 326).
Tiene sin duda algo elemental y obvio a su favor, en cuanto que mirando al
futuro seleccionamos el pasado, o lo recordamos selectivamente, en orden a
interpretar y configurar nuestro propio presente.
En los tres apartados que siguen van a estar sobrevolando unas palabras de
T. S. Eliot:
El Tiempo presente y el Tiempo pasado
están quizá presentes los dos en el Tiempo futuro
y el Tiempo futuro contenido en el Tiempo pasado.
Si todo Tiempo es eternamente presente
todo tiempo es irredimible.
Lo que podía haber sido es una abstracción
que queda como perpetua posibilidad
sólo en un mundo de especulación
lo que podía haber sido y lo que ha sido
apuntan a un sólo fin, que está siempre presente
(200 1 : 140-19 1 ) .
3 3 I
· · · El presente como olvido y co1no memoria del pasado; como anticipación y como
efusión del futuro
Es un hecho obvio que nos olvidamos del pasado, tanto individual como
colectivamente. Más aún, la mayor parte de los hechos del pasado los tenemos
olvidados, muchos de ellos de forma defin itiva, hasta el punto de que sólo se pueden
recuperar mediante una labor de comprobación fáctica y objetiva: mediante el estu
dio de documentos por ejemplo. Les ocurre a los individuos, a grupos sociales, a
pueblos enteros. Aunque en algunos casos el olvido sea percibido como algo
lamentable y nos urja recuperar lo olvidado porque lo consideramos simplemente
como pérdida de algo que nos pertenece en términos generales, el olvido es necesario y
en muchos casos saludable porque es imprescindible, constitutivo incluso para la vida
humana:
El olvido es una actitud instintiva que se extiende a todos los niveles de la vida.
Cumple la función, entre otras, de dejar un espacio para que la vida pueda seguir
haciéndose con una elemental espontaneidad, libre del carácter opresivo de los
excesivos recuerdos. Por otra parte, aun allí donde recuerda el pasado, el hombre no
lo repite exactamente, sino que, junto a su imprescindible identidad, el pasado se
hace presente en cada caso bajo perspectivas diferentes. Nunca la vida es una mera y
estricta repetición. La afirmación: "quien olvida el pasado se ve obligado a repetirlo"
es excesiva, porque el pasado se olvida siempre porque, si se dieran las mismas
Quedan 1 4 minutos en el libro 50%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
circunstancias, se darían también los mismos hechos, y al revés, como cada tiempo
tiene indefectiblemente sus propias circunstancias, los hechos son también diferentes.
Para el presente es esencial ante todo la memoria, que necesita ciertamente del
olvido como filtro y especialmente para hacer posible que la memoria se despliegue
espontánea y libremente. Pero es la actividad de la memoria la que recupera el pasado
actualizándolo. El pasado ya no está.
pnmera.
Una tercera paradoja de la memoria tiene que ver con su dependencia del
medio en que se origina. Lo normal es dar por supuesto que la memoria está
vinculada siempre a los recuerdos de individuos particulares, y que sólo a partir de
tales recuerdos individuales se componen las ideas o convicciones colectivas que for
man una comunidad. Como tal, cabe caracterizar la opinión de Bergson ( 1 959: 54 y
s. [trad., 1 999: 64 y s.]) . Según esto se mantiene la idea del carácter individual de la
memoria. Sin embargo se ha hablado también del carácter colectivo de la memoria.
Así lo hizo Halbwachs, alumno de Bergson. La memoria colectiva no sería según él
memoria de presuntos sujetos colectivos, que como tales no recuerdan y no pueden
por ello tener memoria. Halbwachs entiende por memoria colectiva el hecho de que
según él ideas o convicciones ya existentes, que los hombres comparten entre sí, son
las que estructuran los recuerdos individuales. La cultura en la que estamos
conforma, según eso, los recuerdos que podemos tener. La razón que aduce es que
para que los recuerdos nos sean accesibles tenemos que expresarlos en palabras y
reducirlos a conceptos, tenemos que poder compartirlos; y el significado tanto de las
palabras como de los conceptos está establecido socialmente. Todo recuerdo es ya una
construcción y sólo podemos construirlo mediante las categorías de nuestro mundo.
Quedan 1 3 minutos en el libro 51%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
No puede según esto haber nunca un recuerdo puro, individual, más allá del mundo
social en el que vivimos.
Y sin embargo, al mismo tiempo y por otra parte, en medio del idioma común,
somos nosotros quienes lo hablamos, en cada caso de una forma individual e
intransferible, con una entonación y una tonalidad propias no reducibles a ninguna
otra; y sobre todo, si los individuos dejaran de hablar el idioma, éste dejaría de
existir, se convertiría en lengua muerta. Hemos heredado formas de vida, pero somos
los individuos -y sólo los individuosquienes les conferimos vida al practicarlas. Pero
además, en relación con la tesis general de que el significado de la palabras y de los
conceptos que empleamos se halla establecido socialmente de antemano, es preciso
tener en cuenta que ese juicio es pensado y elaborado por algún sujeto individual - o
por muchos - y que sólo así puede tener vigencia. En definitiva, considerados ambos
aspectos, es preciso mantener una mínima relación dialéctica entre ambos.
Si por lo menos no hay uno que hace algo, tampoco se realizan las infinitas
aportaciones, a las que debemos el grueso de nuestras obras sociales. Principios,
• • •
cabo, a través de las mediaciones que aquélla impone, su peculiar apropiación del
pasado que nunca es auténtica si no se realiza una identificación del mismo. Hay, no
obstante, un aspecto que con frecuencia se omite o se descuida: es la relación de
proximidad entre unas conciencias individuales y otras. Es ésta la mediación originaria
de unas conciencias por otras, pero donde al mismo tiempo, a través del diálogo, el
aprendizaje o la disensión, la conciencia de cada uno va adquiriendo su perfil
•
prop1o.
Los prójimos, estas personas que cuentan para nosotros y para las que nosotros
contamos, están situados sobre una gama de variación de las distancias dentro de la
relación entre el sí mismo y los otros. Variación de la distancia, pero también
variación en las modalidades activas y pasivas de los juegos de distanciamiento y
aproximación que hacen de la proximidad una relación dinámica en movimiento
incesante: hacerse próximo, sentirse próximo (Ricoeur, 2000: 1 6 1 y s.).
Nora formula esta idea bajo el punto de vista de l a vida misma, de la que la
memoria es parte esencial. Al igual que la vida, la memoria es susceptible de ser
utilizada y manipulada. La historia por el contrario es la reconstrucción incompleta
de lo que ya no existe y exige, tanto más, análisis riguroso y reflexión crítica.
de objetividad, ¿hasta qué punto ésta no sufre una cierta trasmutación al contacto
con la memoria? Y al contrario, ¿hasta qué punto la memoria, sobre todo la memoria
colectiva, que se orienta más que nada a salvaguardar la identidad del grupo o de la
comunidad que constituye o de la que forma parte (cf. Baberowski, 2005: 1 73) se
deja contaminar por la verdad que le transmite la historia? Son cuestiones de
difícil respuesta que en todo caso requieren, para que la respuesta no esté
desenfocada, estar aten tos al curso de la vida que, de forma real, aunque parcial, se
funde con el curso de la historia misma.
un hecho ya olvidado, pero que costó, entre otras cosas, la muerte de millones de
niños? Los historiadores no lo tienen fácil a la hora de seleccionar los hechos que
deben considerarse como relevantes.
Sobre el tema del presente como memoria del pasado quisiera, por último,
destacar los aspectos que se enumeran a continuación: a) La memoria del pasado es
tanto más intensa cuanto más viva es la conciencia que un pueblo tiene de sí
mismo. b) El pueblo tiende a asentarse en algo originario que le confiere
legitimidad y de lo que comúnmente no tiene memoria. Entonces surge la
leyenda como una especie de sustituto de la memoria. La leyenda o bien inventa
hechos o bien los reviste de unas notas que no le son propias. e) La memoria es
siempre recuperación, que presupone que el pasado está perdido. Hay sin embargo
una diferencia esencial entre el pasado que, además de no-ser-ya, está olvidado y es
preciso esforzarse en recuperar, y el pasado que bien por su proximidad bien por su
importancia, se hace presente por sí mismo, siempre que la memoria se mantenga
abierta al pasado y vivamente interesada en él. Hay, según esto, una recuperación
doble; una de carácter estético o figurativo, cuando tiene que recrear un pasado ya
olvidado; y otra, que actualiza lo que por sí mismo se perpetúa, confiriéndole una
forma diferente. d) La recuperación es siempre parcial y selectiva a la vez que
requiere una intensidad mayor o menor que filosóficamente se puede expresar
mediante el concepto de grado. La diferencia entre magnitud intensiva o grado y
magnitud extensiva es importante y aunque propiamente se refieren al ámbito de
la cantidad, puede aplicarse analógicamente a otros campos, en este caso al de la
historia y la memoria y su mutua relación. En la historia, en la que se da una
acumulación enorme de datos, predomina la magnitud extensiva, en tanto que en la
memoria, donde los datos van unidos a la vivencia de los mismos, predomina la
magnitud intensiva o grado:
Significa esto que el sujeto va buscando sus objetivos de acuerdo con sus intereses
y elude, instintiva o conscientemente, otras posibilidades, que además son sin duda
múltiples y muy variadas. Es una forma obligada de optar entre diversas
posibilidades de seleccionar y elegir unas en lugar de otras.
El individuo que a lo largo de nuestra vida llegamos a ser es sólo uno de los
varios o muchos que pudimos ser y que quedaron sin realizar como bajas
lamentables de nuestro ejercito interior. Por eso importa mucho que entremos en la
existencia muy ricos de posibilidades a fin de que luego la poda fatal que es el
destino deje siempre en nosotros potencias invulneradas y robustas. Esta
abundancia de posibilidades es el síntoma más característico de la vida pujante
(Ortega y Gasset, OC, II, 1 966: 6 1 0).
Pero la elusión en cuanto acción forzosa de tener que eludir unas posibilidades
frente a otras, tiene en cualquier caso, al margen del carácter propio de las
situaciones concretas, un aspecto dramático, que muy bien puede llegar a ser trágico.
Por una parte, una contradicción tremenda tanto en los individuos, como en las
comunidades o en los pueblos, es que no simplemente tienen que eludir estas o
aquellas posibilidades, sino que pasan por situaciones en que parecen estar viviendo
de espaldas a su futuro; como si no tuvieran posibilidad alguna de elegirlo o simple
mente no quisieran. No es que el futuro desaparezca, ya que el hecho de negar una
cosa supone que esta existe. Pero en todo caso es ésta una de las malas j ugadas del
destino. En su forma extrema es esta una situación trágica, que no deja de
enunciarse implícitamente en afirmaciones referidas a que individuos o pueblos no
tienen futuro.
Poco o nada alivia tal situación extrema el hecho de que esta sea transitoria,
puesto que la vida es en todo caso suficientemente breve como para que tal
transitoriedad abarque en ocasiones la vida entera. Ya el hecho de que se apele tanto
y con tanta frecuencia a la esperanza es un signo de que la condición humana es
sumamente frágil, hasta el punto de que en determinados momentos todas las
posibilidades de vivir con sentido pueden desaparecer. Pero aparte de esa dimensión
trágica, la elusión de posibilidades de futuro tiene dos aspectos dramáticos que pue
den vivirse con mayor o menor intensidad. Tanto en la vida simplemente individual
Quedan 1 2 minutos en el libro 55%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
En este caso no se trata del pasado como aquella dimensión a la que el hombre
pueda volver la mirada y en la que encuentra recursos, posibilidades que, pensadas
e interpretadas, pueden suministrar aún claves de orientación para el futuro. Algo de
lo que ese pasado representa lo pueden indicar las ruinas, cuando éstas no son más
que ruinas, como pueblos totalmente abandonados donde no queda un solo
habitante y para los que presumiblemente nadie, ni siquiera en lejanía, tiene un
recuerdo. Pero todo ese fondo oscuro y opaco, cerrado con siete llaves, es nuestro
pasado, anillos de la cadena que llega hasta nosotros sin los cuales la existencia del
hoy sería impensable. Ello quiere por tanto decir también que, en la medida en que
el hoy depende del ayer y éste es impenetrable, aquél seguirá siendo un enigma.
Lo que pasa queda, porque hay algo que sirve de sustento al perpetuo flujo
de las cosas. Un momento es el producto de una serie que lleva en sí [ . . . ] . Es
fácil que el lector tenga olvidado de puro sabido que mientras pasan sistemas,
escuelas y teorías va formándose el sedimento de las verdades eternas de la
eterna esencia, que los ríos que van a perderse en el mar arrastran detritos de las
montañas y forman con él terrenos de aluvión; que a veces una crecida barre la
capa externa y la corriente se enturbia, pero que, sedimentado el limo, se
enriquece el campo. Sobre el suelo compacto y firme de la esencia y el arte
eternos corre el río del progreso que le fecunda y acrecienta (Unamuno 1 966:
7 9 2 ).
propia.
De hecho hay algo que habla a favor de tal presencia del futuro en el pasado. Es
tan grande la avalancha de acontecimientos que están presionando sobre nuestro
presente, es tal la sensación intuitiva de que muchísimos otros acontecimientos se
están gestando ya, latentes aún pero a su modo reales, que a la vista de estos dos
aspectos presentimos que el futuro está ya ahí, presto a aparecer en escena cuando le
Quedan 1 2 minutos en el libro 56%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
Con ello hemos apuntado alguna de las razones de carácter general en defensa
de la idea de que todo lo que va a acontecer en el futuro está ya prefijado en el
pasado y por tanto de que se puede hablar de un pasado futuro. Por otra parte los
acontecimientos en el presente, es decir, los que ya se van haciendo pasados, se
condensan y se precipitan en ocasiones de tal forma que, pasados unos años, no
sorprendería oír decir a historiadores de buen tino y mejores conocimientos que lo
que entonces iba a venir estaba ya preparado, si no predeterminado; de tal manera
que nadie podría pensar que los acontecimientos iban a ser fundamentalmente
otros - si en los meses o años próximos se produjera algún ataque entre naciones
•
no faltaría quien con posterioridad dijera que todo eso se veía venir y adujera buenas
razones para fundamentar su tesis. Al fin la historia universal vendría a convertirse
en el juicio universal, en el que según Hegel el espíritu del mundo se produce a sí
mismo, a la vez que ejerce un derecho sobre todos los acontecimientos particulares en
el proceso de la historia (cf. Hegel, 1 970: 7 §340, 503). Pero Hegel es susceptible
de una interpretación que no es la determinista y, en concreto, lo que aquí estamos
imaginando sobre el pasado futuro es diferente de lo que cabría considerar como
resultado lógico de las consideraciones que preceden. Hay otros tipos de lógica más
racionales.
Choca en efecto contra la lógica más elemental del lenguaje la idea de que hay
un pasado que es ya futuro en el sentido de que éste se halla ya prefigurado o
predeterminado en aquél. Pues si fuera así no tendría sentido hacer conjeturas sobre
diferentes acontecimientos posibles, argumentando que no sólo una de ellas es
realizable, sino también otras muchas. Si se dijera que tiene sentido hablar de
posibilidades diferentes, porque se desconoce cuál es, de entre los acontecimientos
posibles, el único realmente posible, podría contestarse que de ser así carece de
sentido este lenguaje, porque lo que es realmente posible ocurrirá presuntamente
con seguridad, haciendo vanas e inútiles todas las demás conjeturas. Y no cabría
decir que, hablando de diferentes posibilidades, nos predisponemos a asumir la que
al fin resulte real, puesto que en razón de nuestro desconocimiento de lo que el
pasado en verdad encierra, la predisposición no podría concretarse en modo alguno.
En consecuencia la actitud más coherente sería el quietismo.
que éste no puede existir ni ser pensado sin aquél y no obstante posee su entidad
propia, que de ninguna manera puede reducirse a la del pasado, podemos, en el
nivel que corresponde a la historia como narración interpretativa del acontecer,
incorporar la hermenéutica en lo que tiene de esencial como método histórico. Pues
justamente la hermenéutica, en la versión que le ha dado Gadamer, subraya la
presencia efectiva del pasado en la configuración del horizonte, desde el que el
..
intérprete se apropia el pasado. Esta es la idea básica del círculo hermenéutico, cuya
formulación fundamental Gadamer reconoce en el siguiente texto de Heidegger:
Al igual que aquí, a lo largo de toda la obra Gadamer se está refiriendo, más que
al pasado sin más, a textos del pasado. En ese sentido sus reflexiones interesan sobre
todo a historiadores del lenguaje, de la literatura, de la filosofía, del derecho o de la
teología por ejemplo. De hecho, una de las especialidades que más ha aprovechado
la Hermenéutica de Gadamer es la teología, lo cual no tiene nada de extraño si se
tiene en cuenta la fuente de este planteamiento. En cualquier caso, el presunto
inconveniente no es tal, de una parte porque los hechos históricos son también
textos, puesto que son recibidos en una situación concreta y su transmisión
contribuye a conformar una determinada mentalidad. Si ante algo no se es por lo
general neutral, ya de entrada en cuanto predisposición a interpretarla, es ante la
historia, precisamente porque es un texto y, como tal, nos habla desde siempre - o de
antemano - con un especial lenguaje. De otra parte, Gadamer se ocupa también de
la historia como tal de una forma coherente con el planteamiento de su obra más
importante (cf. Gadamer, 1 976: 149 y ss., 192 y ss.).
Esta metáfora es, sin embargo, desafortunada, porque sugiere que esas dos clases
de horizonte, pasado y presente (que es en realidad futuro), desaparecen para
constituir un único horizonte. De ser cierto, se desvirtuaría tanto el pasado como el
presente. El pasado actúa en el presente, sin dejar de ser pasado y de ser reconocido
como tal. Lo contrario supondría que quedamos absorbidos por la tradición en el
sentido del tradicionalismo más fuerte, que Gadamer por otra parte sabe eludir,
brillantemente además. El horizonte del presente no se forma sin duda al margen del
pasado, pero al mismo tiempo el presente sólo está en situación de conocer el
pasado, si se salvaguarda como tal presente. Habrá pues que mantener una dialéctica
elemental entre ambas dimensiones, dialéctica que en su versión hegeliana Gadamer
conoce y sabe aprovechar muy bien (cf l. c., 336 y ss.). Pues volver, como pretende
Tugendhat, a un planteamiento aséptico, en el que a base de aducir argumentos y
contraargumentos se llega bien al consenso, bien al disenso, respecto al pasado
histórico (cf 2003: 1 69) es lo que ya no nos resulta viable. Una cierta anticipación del
futuro en el pasado parece innegable y en tal sentido es legítimo hablar de un pasado
futuro en un sentido tanto ontológico como epistemológico.
B) El futuro pasado
La expresión fue, según parece, utilizada primero por R. Aron (cf 1 948: 1 82),
posteriormente por R. Wittram (1 966: 5), y en fecha más reciente por R. Koselleck
quien le ha dotado de un significado más concreto y más amplio. Por otra parte
parece una de esas expresiones susceptibles de ser empleadas con notable flexibilidad e
incluso arbitrariedad sin que sea apenas posible identificar un fondo común de
significado. El que le confiere Koselleck es bastante claro y preciso:
Lo que con otras palabras quiere decir el autor es que el futuro tiene un peso
cada vez mayor como consecuencia de que el mundo va siendo conformado en un
ritmo creciente por la técnica. La diferencia entre la modernidad y el medievo es, en
este sentido, manifiesta. Quienes tenemos interiorizado el modo de vida rural, en que
hemos crecido, y nos hemos tenido que adaptar a la forma de vida en la ciudad
sabemos bien por experiencia de qué se trata. Koselleck aplica un principio general
formulado por Herder quien en polémica con Kant, considera que cada cosa tiene su
• •
propto tiempo:
Según esta forma en que Koselleck quiere entender y acuñar la expresión futuro
pasado se trataría, con carácter general y dicho de forma no sólo breve sino muy
clara, de que cada época y cada hombre tiene una experiencia determinada de la
vida y en razón de ella también una determinada expectativa ante el futuro, al que
se lo ve, por así decirlo, pasar y sedimentarse o cristalizarse en pasado. El hombre es
así espectador de un futuro que cada vez con mayor velocidad adviene, pasa y se
convierte en pasado. Por lo demás, aquí se da por supuesto que no hay pasado que
no haya sido futuro, como tampoco hay futuro que no se convierta en pasado.
Cambian según las épocas y los individuos, la intensidad y el ritmo con que se
experimenta y se vive este fenómeno.
No es ésta la forma en que aquí entendemos la expresión futuro pasado. Más bien,
inspirándonos en ciertas consideraciones de Heidegger, que luego explicitaremos, nos
referimos a un futuro que nunca ha existido y que sólo puede ser construido
volviendo la mirada críticamente al pasado con la intención de escrutar en él las
posibilidades que nunca se han desarrollado y que ahora se trata de recuperar para
convertirlas en realidad efectiva. Cuando Heidegger habla del otro comienzo piensa que
hubo un primer comienzo, o por mejor decir, un esbozo de primer comienzo, en
Parménides y Heráclito (tal vez) que, apenas se puso en marcha, experimentó una
fundamental desviación que habría seguido su curso hasta el presente. Lo que los
pensadores originarios postularon fue pensar el ser del ente, pero éste nunca fue
pensado en realidad, sino que ha sido hasta el día de hoy objeto de persistente y fatal
Quedan 1 1 minutos en el libro 59%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
olvido.
Lo que nosotros designamos aquí con instante es lo que por vez primera en la
filosofía Kierkegaard comprendió realmente - una comprensión, con la que por vez
primera desde la antigüedad da comienzo la posibilidad de una época com
pletamente nueva (Heidegger, 1 983: 225).
Lo que el maestro quiere decir en este lenguaje a primera vista tan abstruso es
aproximadamente lo siguiente. El instante es una acentuación extrema del presente
en el momento de la elección, de la auténtica decisión. ¿En que se traduce que el
presente se convierta en instante? Desde el punto de vista de la negación, en que el
ser-ahí no se deje simplemente llevar, en que no se atenga, sin criterio propio, a las
posibilidades que le vienen presentadas desde su entorno, en que no se oriente
prioritariamente por lo que piensan y hacen los demás; desde el punto de vista de
la afirmación, el instante implica que el ser-ahí se levanta de su caída en el mundo
inauténtico del se (man), de lo que se habla, se piensa y comienza a realizar su
propia finitud y, en definitiva, a tomar en serio, a la vista de la muerte, que es
posible, en cada caso y en cada momento, meditar sobre sus posibilidades más propias.
Cuáles son en concreto las posibilidades más propias y más originarias, entre las que
el ser-ahí debe elegir, es algo que sólo se le desvela en el debate repetitivo con su
pasado, en el retorno repetitivo a su propia historia vital y a la historia de las
comunidades, formas de vida, modos de pensar y mentalidades en cuyo ámbito se
encuentra. La historia en la que estamos desde siempre y de antemano, que nos
acampana y traemos con nosotros, nos determina tanto mas Intensa y
- , •
persistentemente cuanto menos nos preocupamos de ella. Sólo si nos volvemos con
propiedad hacia ella, si la afrontamos e intentamos hacérnosla transparente, podemos
liberarnos.
ámbito, pasado por alto hasta ahora, a partir del cual se vuelve, por vez primera,
digna de ser pensada la esencia de la verdad (1957: 45).
Las preguntas sin embargo persisten, pues falta por determinar la índole de ese
ámbito primero al que Heidegger alude. Da la impresión de que, en su opinión, ese
ámbito, que ha permanecido oculto y olvidado, ha tenido que existir a la vista de la
profunda insatisfacción a que ha conducido la historia del pensar. Pero dicho ámbito
no posee una figura determinada y concreta. N o basta apuntar a que encontramos
indicaciones luminosas en Parménides y Heráclito, pues tales indicaciones, por sí
solas, dicen muy poco y han de ser pensadas, como de hecho intenta Heidegger
reiteradamente. Pero al hacerlo así está construyendo en realidad su propia filosofía.
Esto nos lleva a una segunda pregunta. Si el ámbito desde el que por primera
vez se hace digna de ser pensada la esencia de la verdad sólo adquiere perfil y
concreción desde una reflexión realizada en el presente -y más concretamente, la
llevada a cabo por el propio Heidegger-, la pregunta más obligada es , entre otras
alusivas al procedimiento y al método, ¿cómo se establece el nexo entre el presente y
ese que hemos llamado futuro pasado, que paradójicamente es un futuro irreal,
congelado en un punto indefinido e indefinible, que no ha adquirido figura ni
realidad efectiva alguna? El pasado que media entre ese punto del pasado que se
Otra similitud, tal vez más honda, está en lo que es el asiento de las dimensiones
temporales. Y esto nos lleva a la tercera y última pregunta. Según Agustín las
dimensiones temporales tienen su raíz y fundamento en el alma:
En ti, alma mía, mido los tiempos. No quieras perturbarme; quiero decir: no
te dejes perturbar por la confusión de tus afecciones. En ti, afirmo, mido los
tiempos. La afección que en ti producen las cosas que pasan y que permanece,
cuando aquellas han pasado, es la que yo mido en su presencia, no las cosas que
pasaron, para que aquella se produjera. Es a esa misma afección a la que mido,
cuando mido los tiempos. Luego los tiempos son esa misma afección o no mido
los tiempos (Agustín, 1955: XI, 27, 36, 506 y ss.; cf. Flasch, 1 993: 3851).
futuro pasado favorece una concepción estética del tiempo. De ello pueden ser
muestra ciertas publicaciones más o menos recientes, en las que la visión de
Heidegger tiene una presencia innegable, en cuanto que ha inspirado nuevas formas
de interpretar el mismo pasado o ha dado pie a revisarlo para sacar a la luz
aspectos, que a Heidegger le habían permanecido ocultos. En general, el instante no
lo ha descubierto Heidegger, pero la forma incisiva con la que lo ha tratado ha
abierto nuevas perspectivas para la comprensión estética del concepto de tiempo en
general (cf. Wohlfahrt, 1 9 82: 1 0 y ss. ; 1 24 y ss.; Thomsen y Holl andert, 1984: 1
y ss. , 7 y ss. ; Bohrer, 2003: 7 y ss.) .
3 3 3
· · · El futuro como simple futuro, como porvenir y como apertura de posibilidades
Como simple futuro nos imaginamos una especie de depósito donde están toda
una inmensidad de cosas, fenómenos o acontecimientos, que no han tenido ni
tienen aún realidad, pero están llamados a tenerla. Tenemos además la certeza a
priori de que tal futuro está lleno de esas cosas, que cuando sean reales se unirán
a muchísimas de las que ya son, que existen además desde fecha inmemorial -
cuando se trata de cosas que tienen que ver con el hombre, desde siempre - si no
desde la eternidad, cuando son cosas que coexisten con la naturaleza. Esa certeza
de que será así no proviene de ninguna demostración, sino de nuestro modo de ser
en el mundo y de lo que el mundo es y representa para nosotros. Si sabemos que
el pasado ha sido así y no podemos pensar que en el presente las cosas sean de otro
modo, tampoco hay nada que nos lleve a creer, en virtud de una especie de
imaginación trascendental, que en el futuro va a ser de modo diferente. Ese futuro
tiene pues para nosotros un carácter de absoluta necesidad, no porque todas las
cosas que en él vayan a existir sean necesarias, ni siquiera porque fuera
contradictorio que el ser de lo que vaya a existir sea contradictorio con su no-ser,
ya que no se puede decir que la existencia del mundo esté en contradicción con la
posibilidad de que en un momento dado deje de existir. De esa especulación no se
trata, sino de que las cosas, que vayan a llenar ese futuro, que damos por
supuesto, tendrían en su conjunto un carácter necesario.
Tener buen o mal porvenir puede acontecer de dos formas muy diferentes. O
bien pasivamente, cuando los acontecimientos, sean buenos o malos, le advienen
al sujeto, sin que él haya tenido parte alguna en ello. Ha acaecido simplemente así:
por ejemplo, ha heredado una gran fortuna o ha contraído una grave enfermedad.
No podía contar con lo uno ni con lo otro. No puede decir por tanto que lo
esperaba. Más bien, se podrá decir, en el primer caso que lo deseaba -y en ese
sentido no lo excluía-, pero con un deseo hipotético porque las probabilidades de
tener el resultado deseado son nulas, y puesto que el sujeto agraciado no tiene la
menor idea de contar con alguna probabilidad. A partir de ahí hay grados
también en cuanto a la prioridad. Quien juega a la lotería sabe muy bien que las
posibilidades de que le toque son mínimas, tanto que se dice impropiamente que
sería una mera casualidad. Pero puesto que hay alguna posibilidad de que el
resultado sea positivo, se tiene ante él un deseo expectante. Cuando se trata de algo
negativo, hay también grados y matices. Pues una cosa es que alguien contraiga
una enfermedad sin que haya tenido síntoma alguno ni haya habido antecedentes
familiares, y otra diferente cuando ya existían motivos para temerlo.
hombre difiere de las demás criaturas, que son irracionales, en que es dueño de
sus actos. Por consiguiente, solamente aquellas acciones de las que el hombre es
dueño, pueden llamarse humanas. Pero el hombre es dueño de sus actos por la
razón y la voluntad; por ello el libre albedrío se llama facultad de la voluntad y
de la razón. En consecuencia, sólo se podrán considerar como acciones
propiamente humanas las que proceden de la deliberación de la voluntad. Y si
algunas otras acciones le convienen al hombre, pueden llamarse acciones del
hombre, pero no propiamente humanas, porque no son del hombre en cuanto
que es hombre. Pero es evidente que todas las acciones que proceden de una
potencia son hechas por ella en razón de su objeto. Este objeto de la voluntad
es el fin y el bien. Es pues, necesario que todas las acciones humanas sean en
razón del fin (Tomás de Aquino, 1 952: I-II q. 1 , a. 1 , 4 1 ).
física, sino de mantener incólume su esencia, la Etica, que tiene que proteger
_. _.
ambas cosas, tiene que ser, además de una Etica de la prudencia, una Etica del
respeto [ante la vida se sobreentiende] . . . Desde un punto de vista ontológico se
vuelven a plantear las viejas cuestiones acerca de la relación entre el ser y el
deber, la causa y el fin, la naturaleza y el valor para anclar el deber del hombre,
que ha hecho su aparición recientemente, más allá del subjetivismo del valor, en el
ser (Jonas, 1988: 8).
por las exigencias de la Etica como por la fuerza de la historia misma no nos cabe
sino afrontar los problemas con los que nos encontramos día tras día. El estado de
arrojado de que habló Heidegger, así como la sensación de naufragio a que se refirió
Ortega en alguna de sus etapas, presenta ese aspecto negativo del abandono, pero
no menos el aspecto positivo de sentirnos estimulados a abrirnos camino o salir a
flote. A esto alude la modalidad siguiente.
Aquí no se trata tanto de que el futuro se nos viene encima, con rostro temible
en ocasiones, prometedor en otras, sino que adviene en cuanto que lo proyectamos.
Sin embargo, lo que proyectamos con la intención de que advenga ni mucho menos
coincide siempre con lo que de hecho adviene. Nuestros planes se pueden torcer. Se
tuercen realmente en muchas ocasiones. Aquí es donde el lado oscuro del futuro al
que nos hemos referido previamente, puede entrar en juego en un sentido que o
bien no favorece nuestros propósitos o bien se opone a ellos, de tal modo que lo que
de hecho adviene es inesperado por completo, no responde en modo alguno a
•
nuestras expectativas.
Quedan 1 O minutos en el libro 62%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
Aparte de que el futuro debe estar dotado de las posibilidades necesarias para
que nuestras expectativas se cumplan y nuestros proyectos se realicen, condición
necesaria es también que por nuestra parte exista la apertura a esas posibilidades, la
cual presenta dos aspectos bien diferenciados. Por una parte la receptividad, la
capacidad de hacernos cargo de esas posibilidades. Este aspecto es obviamente una
condición necesaria, porque de otro modo las posibilidades no podrían llegar a
convertirse en realidad. Por otra parte, además de la receptividad, se requiere una
predisposición activa. También ésta es una condición necesaria, aunque puede serlo
en distintos grados. Nada se puede realizar a favor del hombre, sin que él intervenga
activamente en ello, a menos que se le quiera reducir a la índole de simple medio,
lo cual está en contradicción con la máxima de que el hombre es fin en sí mismo y
nunca mero medio.
Estas consideraciones, válidas para la acción humana en general, son aplicables más
concretamente al futuro histórico de la forma siguiente. El punto al que ha llegado el
desarrollo de la humanidad en sus diferentes manifestaciones: como pueblo, como
nación, como estado, etc. están llamadas a seguir estando presentes, incluso a
mejorar, sólo en la medida en que el hombre es capaz de hacerse cargo de las
posibilidades que el futuro le ofrece y a la vez se predisponga activamente a
convertir en realidad esas posibilidades. Los éxitos del pasado no son por sí solos
una garantía para el futuro. Eso implica que de cara al futuro es preciso estar
permanentemente alerta, porque aunque se cuente con un pasado esplendoroso y con
posibilidades halagüeñas para el futuro, de nada servirá todo eso si el hombre no se
mantiene vigilante, dispuesto a poner por obra las posibilidades que más se ajustan
Quedan 1 O minutos en el libro 63%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
a sus aspiraciones, siempre que éstas correspondan con su propia capacidad. Con la
perspicacia, en él habitual, Ortega llamaba la atención sobre esta máxima de
conducta:
Por dialéctica entendemos aquí algún tipo de implicación activa de esas dimensiones,
en cuanto que, si bien conceptualmente se distinguen y se delimitan unas frente a
otras, a la vez se interrelacionan e influyen mutuamente (sobre el método dialéctico
"
3 ·4· I . Despresencialización
mtsmo.
podemos decir que no resiste esa soledad y se distiende hacia el pasado y el futuro.
Borges completa la afirmación anterior con la que sigue: la memoria erige el tiempo,
muy en consonancia por cierto con lo que sabemos de la concepción de Agustín. Y
tampoco es contradictorio el penúltimo verso del poema: el hoy fugaz es tenue y es
eterno (l. c.). El hoy fugaz es tenue puesto que su ser se caracteriza-por-estar-dejan
do-de-ser; por aparecer y en el mismo momento desaparecer. Pero ese mismo hoy
fugaz nos lleva, en tanto que desaparece, a encontrarnos a la vuelta con el hoy
mismo, naturalmente bajo otra forma, metamorfoseado. Y en ese sentido es eterno.
No lo podemos eludir. La reflexión implícita en el poema de Borges es similar a las
más explícitas de Hegel:
que decir que se ha vuelto vacía. -El ahora que es la noche - es tratado como
aquello por lo que se hace pasar, como un ente, pero se muestra más bien como
un no-ente. El ahora mismo se mantiene, sin duda, pero es como algo que no es
noche; y asimismo se mantiene con respecto al día, que él es ahora, como algo que
tampoco es día o como algo negativo en general. Por lo tanto, este ahora que se
mantiene no es algo inmediato, sino mediado, pues está determinado como algo
que permanece y se mantiene por el hecho de que otro, es decir, el día y la
noche, no es. Con ello sigue siendo, tan simplemente como antes, el ahora y, en
esta simplicidad, indiferente hacia lo que se está jugando en torno a él. Del mismo
modo que la noche y el dia no son su ser, tampoco él es día ni noche; no está en
modo alguno afectado por este su ser otro. A este algo simple, que es por medio
de la negación, que no es esto ni aquello, que es un no-esto e igualmente
indiferente respecto de ser esto o aquello, lo llamamos un universal; lo universal
es, pues, lo verdadero de la certeza sensible (Hegel, 1988: 7 1 ) .
3 .4.2. Crítica del historicismo. Revisión de las tres clases de historia propuestas por
Nietzsche
Establecer una relación clara bien fundada entre las diferentes dimensiones
históricas es uno de los temas en que se ha puesto de manifiesto la debilidad del
historicismo, tal vez porque entre otras cosas no ha considerado que, al tener la
historia el tiempo como su elemento básico, exige un tratamiento tan riguroso como
aquél. Con otras palabras, leyendo a los historicistas se recibe la impresión de que,
según ellos, la historia es susceptible de ser manejada como uno de tantos objetos
surgidos de la actividad humana y para cuya explicación no es necesario tomar en
consideración los elementos a priori que están en juego, al margen de que los
pensemos o no.
La suerte del historicismo, en lo que se refiere tanto a lo que fue su origen como
a su propia índole, corre paralela, cuando se lo entiende así, a la del positivismo.
Aquí predomina la referencia a la actitud que tiene que ver con la praxis científica,
por consiguiente con el conjunto de criterios, más o menos convencionales, y de
normas, a las que se atiene el tratamiento científico de la historia. En este punto se
simplifica bastante cuando la crítica equipara esa praxis científica con el
comportamiento que la mayoría de los historiadores han seguido a partir de la
segunda mitad del siglo XIX. No sólo se simplifica, sino que es sobre todo
problemático reducir a eso el historicismo, ya que este término alude ante todo a
un ámbito tipológico. Es decir se trata de un concepto, cuyo significado hay que
conocer de antemano, antes de caracterizar como historicista un determinado
comportamiento científico. Dicho significado está ya fij ado por el uso lingüístico.
lo muestra sin embargo con la peligrosa audacia de su lema: fiat veritas, pereat vita.
- Representemos ahora un cuadro del proceso espiritual que con esto se produce
en el alma del hombre moderno. El saber histórico fluye, como un torrente, de
inagotables fuentes, de modo incesante; lo extraño e incoherente se impone; la
memoria abre todas sus puertas y sin embargo no está abierta lo suficiente. La
una forma de pensamiento que se puede muy bien caracterizar como lo opuesto
al tipo de pensamiento sistemático. Invocando la variabilidad histórica y la
relatividad de todos los conceptos y normas, se niega a reconocer una sistemática
válida universal y atemporal en la interpretación científica o filosófica del mundo
(Schn adelbach, 1 974: 20 y s.).
Por tanto, esta segunda forma de historicismo responde a una actitud filosófica
dispuesta a considerar la validez de conceptos y normas solamente como algo dado
históricamente en el ámbito tanto del conocimiento como de la moral. En
consecuencia se da por hecho que términos como verda� valor moral, incluso el
término concepto significan algo diferente en situaciones diferentes. Como esto es
válido también para lo que uno mismo considera como verdadero o como ético, tal
actitud lleva en buena lógica a un escepticismo y a un agnosticismo general en
relación con la historia.
Esta segunda forma de historicismo tiene sin duda que ver con la primera,
puesto que si conceptos y normas se han de considerar sólo como datos históricos, se
sigue que los datos históricos, en términos generales, son algo primario en el orden
fáctico y no se pueden reducir a lo conceptual y normativo. Lo histórico aparece
como fundamentalmente distinto en cada caso, pero a su vez como igualmente válido
por principio (cf. Seifert, 1970: 53). La vinculación a los datos es total, puesto que la
facticidad histórica en su variedad y mutabilidad es considerada como la base no
sólo de todos los conceptos y normas, sino incluso de la elaboración conceptual de
la información histórica; y puesto que está excluido que de los datos se pueda extraer
algo universal, válido suprahistóricamente - como leyes, fines, valores - cualquier
intento de sistematización, que no quiera ser mera especulación, no pasará de ser un
reflejo de la base que representan los datos. Con tal vinculación estricta a ellos es
muy difícil que tenga éxito cualquier intento de hacer valer en este tipo de
Quedan 1 O minutos en el libro 65%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
Esta segunda forma de historicismo se presenta por ello como una justificación
filosófica de la primera. En cuanto actitud filosófica es según eso un positivismo de
las ciencias del espíritu. Tiene por lo demás un carácter similar al del psicologismo y
del sociologismo que también pretenden reducir cualquier pretensión de validez
general - como son juicios lógicos, morales o estéticos - a hechos que la psicología
y la sociología tienen como tarea investigar. El reduccionismo es en el caso de este
historicismo más radical - al menos en la intención-, en cuanto que se parte de que
la base de la reducción son hechos incontrovertibles, de los que no se puede dudar.
lengua y de la cultura alemana, en el tránsito del siglo XVIII al XIX, una época, que
desde el punto de vista de la historia de las ideas se caracteriza por la crítica
romántica de la ilustración, sobre todo de la del siglo XVIII. Esta ilustración había
criticado la tradición, muy especialmente la medieval, tomando como fundamento
y criterio la idea de una naturaleza humana, universal e inmutable.
historia. Esta no puede ser más que una colección de ejemplos en los que se refleja
la eficacia de las leyes del comportamiento humano, que se pueden estudiar en la
psicología o disciplinas afines. Formular las condiciones del comportamiento humano
• •
les atribuya una certidumbre superior a la que puede nacer del número, de la
constancia y de la exactitud de las observaciones? (Condorcet, 1980: 225).
La Historia debe ser una de las partes principales del estudio de un hombre
honesto [ ...] . El Universo es una gran familia de la que somos todos parte; estamos
por ello obligados a conocer su situación e intereses: lo mínimo que se extienda el
poder de un particular, siempre es suficiente para volverse útil en algún lugar del
gran cuerpo del cual forma parte; si puede, lo debe indispensablemente; y si lo
debe, ¿cómo lo haría en tanto que no sepa nada de lo que ha pasado, y de lo
que pasa actualmente, y que así no conozca ni dónde sus servicios son más
necesarios, ni de qué tipo deben ser, ni cómo los debe emplear por hacerlos
ventajosos a los otros y a sí mismo? (Rousseau, 1 995: V, 487).
género humano.
¿No hay en cada vida humana una edad en la cual no aprendemos nada
mediante la seca y fría razón, pero lo aprendemos todo mediante la inclinación
(Neigung), la formación según la autoridad . . ?; lo que para cada hombre particular
.
Aparte de que aquí subyace la idea de que la historia está guiada por el plan de
la providencia - idea a la que Herder se remite con relativa frecuencia-, desde el
punto de vista inmanente de cómo discurre el proceso histórico, es de reseñar la
tradición, concebida como lo que la cadena sugiere: una serie indefinida de anillos que
se van sucediendo rigurosamente unidos entre sí. Siendo esto así, la tradición es todo
lo contrario de estatismo y estancamiento; es por el contrario un principio de
actividad y de creación de realidad. Un ejemplo claro de esto es cómo entiende Her
der el concepto de razón, que en Ideen, su obra fundamental sobre filosofía de la
historia escrita entre 1 784 y 1 79 1 , ocupa un lugar central de todo el proceso, algo que
no es tan claro en la obra anteriormente citada de 1 774. Sobre cómo la razón surge
evolutivamente dice Herder:
O bien la razón ha tenido que ser innata para el hombre [ . . . ] o bien él tuvo
que venir débil al mundo para aprender razón, tal como ocurre ahora . . . la razón
humana [es] un nombre que en escritos recientes es utilizado como un autómata
innato, y como tal no proporciona sino un malentendido. En un sentido tanto
teórico como práctico la razón (Vernunft), no es otra cosa que algo oído
(Vernommenes), una proporción y una dirección aprendidas sobre las ideas y las
fuerzas, para las cuales [proporción y dirección] ha sido formado el hombre según
su organización y forma de vida. Una razón de los ángeles no la conocemos, al
igual que no vemos por dentro el estado interno de una criatura más profunda; la
razón del hombre es humana (Herder, 2002: III, 1 , 331).
Por otra parte la inmediata percepción de las ideas de la Ilustración, así como de
sus problemas y aporías, dio lugar a intensos debates entre los propios autores
alemanes, la mayoría de ellos hoy ya apenas conocidos (cf Schneiders, 1974: 7 y ss.;
1 89 y ss.). El sentido de esta mera referencia a esa primera paradoja consiste en que
en esas corrientes de pensamiento con sus debates correspondientes están en juego al
menos dos de los conceptos presentes en nuestra investigación: la individualidad y su
articulación como dimensión ineludible en lo que es el sujeto de la historia; por otra
parte, la libertad que es inseparable del sentido de la historia. Libres creen ser los
pueblos y más aún quienes los representan; a la libertad se sienten impulsados los
individuos y en aras de la misma arriesgan incluso con frecuencia su vida.
La segunda paradoja tiene que ver con lo que representa el propio movimiento
que se conoce con el nombre de Historicismo y que tiene en E. Troeltsch y
F. Meinecke tal vez a los dos representantes y portavoces más cualificados. Ocurre
que sus obras, voluminosas por cierto, fueron muy leídas, debatidas y a la postre
duramente criticadas. Da la impresión de que esta crítica, más que una cuestión
puramente académica, fue algo que brotó del propio movimiento de la historia. Hubo
una especie de entusiasmo excesivo en torno a lo que podía significar, en alcance e
importancia, la reflexión sobre la historia, especialmente la referida al esp íritu
alemdn. Pero la realidad misma, con lo que representaron las dos guerras mundiales,
fue decisiva para que se desconfiara primero, y al fin se terminara rechazando tanto
exceso. Es cierto que los dos autores mencionados desarrollaron su actividad en el
período de entreguerras, pero el impulso iniciado decenas de años antes estaba en
Quedan 9 minutos en el libro 67%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
Nada hay en estas palabras de Rickert que no parezca digno de ser tomado en
consideración, aun por quienes siguen propugnando una actitud reduccionista en la
línea de lo que él considera propio del método científico-natural. En todo caso el
movimiento del historicismo es en su conjunto y en todas las obras y autores que de
una u otra forma lo representan, de una gran importancia, tanto que están
plenamente justificadas las palabras de F. Tessitore en la presentación de su magna
obra en varios volúmenes sobre esa corriente: "He visto con claridad la imagen de
un modelo teórico de los más relevantes e innovadores de los siglos 1 8 y 19" (Tessitore,
I, 1 99 5 : 7).
La paradoja a que ahora nos referimos es que, no obstante las críticas que se han
hecho y se siguen haciendo al historicismo, el interés que contribuyó a fomentar por
la historia y por los estudios históricos sigue vivo y actual, como lo pone de
manifiesto entre otros hechos, la efervescencia en torno a la historia que hoy se
advierte en la misma Alemania. Al igual que la crítica de la Ilustración supo, cuando
fue relevante, ser constructiva e incorporar aspectos fundamentales de aquella, la
crítica del historicismo no ha tenido como consecuencia un debilitamiento del interés
por la historia. Ha modificado la orientación de determinados puntos de vista o ha
acentuado estas o aquellas cuestiones en orden a que los resultados puedan ser más
acordes con la vida misma, con la propia historia real.
Con esta actitud constructiva señalaremos los siguientes aspectos que justamente
pueden ser objeto de crítica. Respecto de la primera forma de historicismo,
caracterizado como positivismo práctico de las ciencias del espíritu se pueden hacer las
reflexiones siguientes: l . los hechos históricos se dan ciertamente, pero no al margen
de las causas que los producen y de los fundamentos que los hacen posibles; se puede
sin duda prescindir de ambos factores, pero al precio de comprender mal los hechos
;
mismos. Estos no hablan por sí solos. 2. Los criterios o categorías desde los que se
Quedan 9 minutos en el libro 68%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
Respecto del segundo tipo de historicismo, que relativiza hasta tal punto los
conceptos teóricos y las normas éticas que en definitiva sólo les reconocen un alcance
relativo a la situación o a los hechos a que se refieren, cabe decir: l . Por más que se
modifiquen determinadas actitudes ante la vida y en consecuencia estén sujetas a un
grado de relativización mayor o menor, esto no afecta a la exigencia de tener que
atenernos - llevados a ello por un instinto innato - a conceptos fundamentales
como son la verdad o la bondad, así como a tener que guiarnos por ciertos concep
tos y normas en la práctica. Y, si se quiere urgir la dificultad, diciendo que la verdad
o la justicia se entienden de modo diferente según sean las situaciones o los
individuos, se puede replicar que, para que esta objeción sea siquiera inteligible será
necesario poder identificar como verdad las diferentes formas de verdad, como
justicia las diferentes formas de justicia. Luego no se puede eludir la universalidad de
significado de la verdad o de la justicia. 2. Admitamos que las formas de vida son
muy diferentes, tanto que no cabe homologadas ni compararlas. En este caso el
pretendido relativismo es sólo propio de un modo de hablar, no de las formas de
vida, que justamente tienen en la vida humana su realidad fundamental, como diría
Ortega, su foco unificante. Si la expresión diferentes formas de vida se aplica a lo que
es propio de los pueblos o culturas, habrá que contar con un concepto universal o
con varios, de una parte para poder determinar desde él la diferencia de formas de
vida, y de otra para poder establecer entre ellas algún tipo de comunicación, a la
que ni la teoría ni la praxis quieren renunciar, ni pueden aunque quieran, porque la
vida es esencialmente comunicación, incluso con aquello que difiere en tal medida
que podría parecer que ya no es posible ningún tipo de comunicación real.
Puede ciertamente hacerse valer que los conceptos como tales no tienen
•
pensamiento. Pero ello no quiere decir que por el hecho de que un concepto sólo se
haya llegado a clarificar en un momento histórico, sólo sea válido históricamente en
relación con una situación determinada. El concepto era ya válido en sí, es decir, de
una forma incoada o virtual, pero aún no había llegado a formarse plenamente y a
adquirir verdadera y efectiva vigencia, a ser para sí mismo en expresión de Hegel.
Estos tres tipos de historia pueden servir a la vida, le pueden ser beneficiosos: el
recuerdo de lo grande, de lo monumental estimula a crear cosas grandes: "Cuando el
hombre que quiere crear cosas grandes, tiene necesidad del pasado en general, se
apodera de él mediante la historia monumental" (Nietzsche, 1 966: I, 225).
Esto tiene su fundamento en que se parte, de una u otra forma, de suponer que
lo que un día existió puede volver a existir:
Ese sentimiento anticuario de veneración del pasado tiene su más alto valor
cuando extiende un sentimiento simple y conmovedor de placer y satisfacción sobre
Quedan 8 minutos en el libro 69%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
estados de cosas modestos, rudos y hasta penosos en los que vive un hombre o un
pueblo ( 1 966: l, 226).
La observación es, además de acertada, importante, pues por una parte indica que
el historiador anticuario pretende guiarse exclusivamente por su afán de
objetividad, pero, por otra, de hecho reconstruye el pasado e introduce en él una
valoración, en ocasiones muy idealizada.
En cierto modo parece que fue ésta la clase de historia sobre la que Nietzsche
más reflexionó a juzgar por el modo en que se pronuncia sobre los prejuicios que
puede acarrear. Prejuicios traen consigo las tres clases de historia. Los propios de la
historia monumental se pueden resumir en los dos siguientes: En primer lugar, si su
cultivo no guarda el conveniente equilibrio con las otras y prevalece sobre ellas sale
perjudicado el propio pasado, en cuanto que "las partes enteras del mismo son
olvidadas, despreciadas y fluyen como un torrente ininterrumpido y gris en el que
solamente hechos singulares embellecidos emergen como solitarios islotes" (Nietzsche,
1 966: I, 223).
Si quisiera extender al campo del arte el uso del referéndum y del sufragio
mayoritario y se obligara al artista a defenderse ante el foro de los estetas que
nada crean, se puede jurar de antemano que sería condenado; y esto no a pesar
de, sino precisamente porque sus jueces han proclamado solemnemente el canon
del arte monumental [ .. . ] mientras que todo arte que no es monumental, en
cuanto que es arte del presente, les parece en primer lugar no necesario, en
segundo lugar nada atractivo y, finalmente, carente de la autoridad de la
historia. . . No quieren que nazca la grandeza. Su procedimiento es decir: "mirad, lo
grande ya está ahí". En realidad, esta grandeza que está ahí les importa tan poco
como la que está naciendo: sus vidas dan testimonio de ello. La historia
monumental es el disfraz en el que su odio a los poderosos y grandes de su
tiempo se presenta como saciada de admiración hacia los poderosos y los grandes
de tiempos pasados; ocultos así tras ese disfraz convierten el sentido de esta
El perjuicio que puede causar la historia anticuaría es más grave que el anterior,
pues aunque se olvide y desprecie una parte del pasado en nombre de la historia
declarada como monumental, nada puede hacer que desaparezca. En este caso, en
cambio, se ahoga en su raíz lo que está a punto de nacer. Nietzsche tiene en cuenta
la doble perspectiva: la del pasado, a la que se refiere el perjuicio anterior y la del
presente, en el que se incide el que señala ahora. Hay pues en su reflexión de
nuevo varias dimensiones: la ontológica, que se refiere al no-ser de lo que podría
llegar a ser y es impedido, la temporal, centrada en el presente, y la que cabe
considerar - de modo convencional- como antropológico social: la fuerza del
resentimiento. Se pone de manifiesto el procedimiento alusivo del gran escritor, capaz
de poner en juego en un mismo punto diferentes argumentos y niveles de
consideración.
Nietzsche parece agotar en este punto sus recursos retóricos, que no son pocos,
para acentuar la degeneración en que se cae por falta de "la fresca vida del
presente" (l. c.). Da la impresión de que para él la historia anticuaría representa el
máximo perjuicio. Por ello sobre todo - también en menor medida por el exceso
en el cultivo de la historia monumental - se necesita de modo perentorio un tercer
modo de considerar la historia, "el modo crítico".
Esto sin embargo también encierra un grave peligro que muy difícilmente se
puede eludir, porque el hombre es fruto del pasado hasta tal punto que el pasado
forma parte de su misma vida. Por ello, al atacar el pasado, el hombre se hace
fácilmente daño a sí mismo.
los hombres y las épocas que sirven a la vida juzgando y aniquilando un pasado
son siempre peligrosos y están siempre en peligro ( 1 966: I, 229).
Como resultado final son claras las siguientes conclusiones: l . Las tres clases de
historia son necesarias para la vida y son también peligrosas. 2. Esa dualidad parece
inevitable, en cuanto que esas clases de historia vienen exigidas por la vida misma,
pero a su vez tienden a perpetuarse, con lo cual lo que inicialmente es un beneficio
se transforma en un perjuicio. "Cada una de las tres clases de historia está justificada
tan sólo en un terreno y en un clima; en otro cualquiera crece convirtiéndose en
una mala hierba devastadora (Nietzsche, 1966: I , 223 ) . 3. La historia por sí misma
no es perjudicial: lo es sólo "la sobresaturación histórica'' (l. c., 237).
Las reflexiones de Heidegger son cuestionables. Por una parte pasa por alto que
Nietzsche sí ha explicitado la necesidad de las tres clases de saber histórico y el
fundamento de su unidad. La raíz de lo uno y lo otro está en la vida misma. En
definitiva, hay fundamentación en Nietzsche aunque no es la que pretende
Heidegger. Por otra parte, esa especie de deducción de la historia anticuaría a partir
de la historia monumental es ajena por completo a Nietzsche, como ya hemos visto.
Pero ni lo uno ni lo otro nos interesa ahora.
A su vez, cada una de esas formas de hacer historia puede tener ventajas e
inconvenientes. La ventaja de la historia monumental está en estimular a realizar
cosas grandes, en cuanto que hace que los hombres tomen conciencia de que son
capaces de ello. El inconveniente puede estar en quedar embelesado en el canto a lo
monumental. La historia anticuaria presenta la ventaja de cultivar lo permanente,
que constituye una dimensión esencial de la vida; tiene el inconveniente, cuando se
cultiva unilateralmente, de quedar estancado en lo invariable. La historia crítica tiene
la ventaja de fomentar la renovación y el inconveniente de poderse quedar en lo
destructivo. Por lo demás, la razón de esta dualidad inherente a cada una de las tres
clases de historia no está en la existencia humana, según que sea auténtica e
inauténtica. Pues es obvio que el cultivo de un determinado tipo de monumentalidad
puede tener sentido en un momento dado y dejar de tenerlo en otro. Y algo análogo
puede ocurrir con las otras dos clases de historia. Paradójicamente Heidegger, que
tanto sabe de temporalidad, no la aplica en este caso correctamente.
3 4 3.
· · Sentido y sinsentido de la utopía
Durante siglos, sin embargo predomina la crítica negativa de este concepto, tanto
que "utópico" se llega a convertir en un término peyorativo. Autores tan relevantes
como Herder, Kant, Fichte, Hegel, Bentham o Comte rechazan la utopía, como la
rechazarán también, en nombre de lo postulado por la realidad misma, los que desde
otro punto de vista fueron más tarde considerados como "socialistas utópicos". Se
volverá a valorar positivamente a finales del siglo XIX y comienzos del XX como
correctivo de la realidad. Así lo intenta por ejemplo G. Landauer. Para el socialismo y
el comunismo la utopía es también, por lo general, un término peyorativo. Como
información suficientemente amplia y concreta para poder orientarse, se puede
consultar a U. Dierse (200 1 : 5 1 0-526).
La utopía versa por tanto no simplemente sobre algo que no es en modo alguno,
sino sobre el no-ser-aún, llamado a ser al fin, a su modo; sobre lo posible, que lejos
de ser un constructo abstracto e irreal, está ya ahí, a la mano como quien dice y, al
mismo tiempo no visible ni tangible. Siempre permanecerá este juego de cercanía y
lejanía, alejándose de nosotros siempre el horizonte, aun allí donde estábamos
convencidos de estar ya en medio de él. El Reino está cerca, pero siempre solamente
cerca y nunca definitivamente ya, de una vez por todas para nosotros. De ahí la
inevitable tensión permanente de cara al fin, siempre deseado y, a la vez,
oscuramente presentido, nunca definido con precisión y, en lo que pudieran ser sus
perfiles concretos, siempre oculto.
En su República Platón esbozó una verdad del todo [social], que él mismo
caracterizó como utopía. Sin embargo este estado ideal estaba concebido como
concepto a realizar y así su creador hizo el intento inútil de convertir la utopía en
realidad en Sicilia. Con ello Platón fue el primer «intelectual", que presentó un
esbozo de estado pensado en serio. Pero -y esto es característico de su concepción
de la verdad - fundamentó primero este esbozo en principios teóricos y, según su
concepción, la praxis política era luego la aplicación de estos principios a la
realidad. La especial problemática de su empeño está pues manifiestamente en su
concepción de la diferencia entre verdad teórica y verdad práctica y de su
mutua relación. A su modelo de estado le faltó la mediación con la realidad
política existente, mediación que por lo general toda verdad acerca del todo, que
aspire a una renovación de la sociedad, necesita tener (Zeltner, 1966: 1 10 y s.).
que, como consecuencia de los cambios históricos, se ha visto sometido de pronto "el
saber utópico, dominador, de los intelectuales" (Saage, 1 992: 65-1 28, 1 52 y ss.).
Aparte de los modelos anteriores cabe hablar de un tercero que a falta de nombre
más afortunado se puede llamar modelo procesual, porque tiene presente el proceso
histórico tal como está condicionado y, en buena medida, determinado hoy. Como
acertadamente diagnosticó Heidegger, nuestra vida está impregnada, tanto en sus
diferentes dimensiones - en cualquier caso en la dimensión histórica - por la técnica.
Por su importancia, también por su relativa nitidez, aducimos los textos siguientes:
De todo ello nos quedamos, reduciéndolo a síntesis, con que somos tan
dependientes de la técnica que ni siquiera nos cabe ya la posibilidad de vivir al
margen de ella. Pero por otra parte, también la técnica es a su modo dependiente del
hombre, puesto que, el ser y la técnica se rozan mutuamente entre sí; aquél está
necesitado de ésta y al contrario. Esto supone que, si bien nuestro comportamiento
ante la técnica no puede ser el que corresponde a la simple toma en consideración de
la técnica como un "plan que el hombre proyecta'', esto no supone que el hombre
pueda adoptar una actitud quietista ante la técnica y dejarse llevar simplemente por
ella. Ni debe ni le es posible, pues aun cuando viva de modo inauténtico, está
viviendo y actuando, aunque sea sin proponérselo e inconscientemente, en medio de la
esencia de la técnica.
Uno de los pensadores que más en serio se ha tomado el reto planteado por
Heidegger ha sido H. Jonas en su obra El principio de responsabilidad. Aquí vamos
a referirnos, más bien implícitamente, a alguno de los temas, que él toca, para
exponer en concreto de qué forma entendemos que aún tiene sentido hablar de
utopía. El modelo que proponemos es procesual, en cuanto que es el proceso de la
historia misma, desde su radical condicionamiento por la técnica, el que nos dicta
determinadas reflexiones básicas, que nos llevan a postular actitudes que, lejos de ser
mera continuación de lo dado o establecido, representan un contraste, una negación o
antítesis de ello. Por de pronto es innegable que el desarrollo ha llevado al hombre en
su historia a un punto en que su ser está radicalmente amenazado, no sólo porque
puede destruir su propia especie sirviéndose de los medios y de las armas que con la
Quedan 7 minutos en el libro 74%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
técnica ha creado; también, porque dicho desarrollo se está llevando a cabo al precio
del deterioro progresivo de la naturaleza, de la que el hombre depende esencialmente
para poder subsistir.
Desde la pregunta siempre abierta acerca de qué debe ser el hombre, cuya
respuesta está sujeta a cambio, nos encontramos, en medio del peligro total del
ahora de la historia universal, arrojados al precepto primero, que subyace siempre de
antemano a aquella pregunta, pero que hasta ahora no ha llegado a cobrar
actualidad, al precepto de que él debe existir - bien es verdad que como hombre
Gonas, 1 988: 250).
fundamental, el de separar "el reino de la libertad del reino de la necesidad" (l. c.,
357), por cuanto dejan campar a sus anchas al segundo, impulsado y explicitado en
el terreno de la concepción científico-técnica, pensando que se lo puede utilizar como
medio para construir el reino de la libertad, siendo así que el reino de la necesidad
ha pasado de ser medio a convertirse en fin y nos ha llevado a una situación en que
está a punto de ahogar toda libertad.
Dentro de lo que aquí considero una utopía razonable, las reflexiones de Jorras
merecen ser tenidas en cuenta. Pero su concepción adolece en mi opinión de varias
limitaciones. Pasa por alto en primer lugar simplemente me conformo con
mencionarlo - el hecho de que sus referencias históricas al concepto de responsabi
lidad muestran bastantes lagunas (cf Bayertz, 1 995: 3-68), así como que no
aparecen bien señalados los límites de dicho concepto (cf. Birnbacher, 1 995: 143-1 80)
ni su ineludible implicación con su dimensión j urídica (cf Krawietz, 1 995:
1 84-2 1 3). Pero lo que aquí me importa señalar son otras dos carencias. Por una
parte, Jorras se atiene al modelo del Homo fober. Esto quiere decir que el principio
de responsabilidad se concreta en acción y, sobre todo, que esa acción se entiende
como una forma determinada de ejercicio de poder. Por otra parte, hace derivar lo
positivo, el sí al ser, de una negación, del no al no ser. Ambas cosas me parecen
insatisfactorias. El ejercicio del poder, además de normas y criterios, necesita de ideas
básicas a que atenerse, como pueden ser por ejemplo la bondad y la justicia. No cabe
decir que no son operativas. Lo son sin duda, lo han sido siempre que se ha sabido
delimitar y concretar su alcance. Por otra parte, lo positivo no puede surgir de la
negación de algo negativo. Dicho de otro modo, tiene sentido oponerse al no ser
desde y en virtud de una afirmación previa del ser.
3 · S · Finitud y temporalidad
Desde el punto de vista que hemos adoptado aquí se llega a una conclusión
distinta. El hombre es lo que es en cuanto que está y vive en el presente. Sólo
desde la forma peculiar como vive ese presente se puede explicar su relación tanto
con el pasado como con el futuro, así como la posibilidad de contemplar en
conjunto las tres dimensiones históricas. Desde su situación de arrojado - si
admitimos ese modo de hablar de Heidegger - ve a aquellos a quienes debe la
existencia y su imaginación se proyecta retrospectivamente, sin que en ello haya
lugar alguno para el error, hacia la serie de generaciones que le han precedido, de las
que conoce muy poco o apenas nada, pero de las que con total certeza sabe algo
fundamental: que están ahí, tan constitutivamente para él que sin ellas no existiría en
;
absoluto. Esta no es una conclusión fría y abstracta, excepto si, como es habitual en el
tiempo en que vivimos, vivimos encerrados en una estéril individualidad, que está
terminando por ser individualismo fanático. Como corrección de este individualismo,
valga decir, como ayuda para incorporar a nuestra perspectiva la propia irradiación en
las generaciones pasadas, que es ilustradora la lectura de Borges, quien por lo demás
nos trae al recuerdo sabidurías del pasado, especialmente la bíblica. Cuando el
evangelista Mateo se propone anunciar con toda solemnidad una nueva época, nada
Quedan 7 minutos en el libro 75%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
menos que el tiempo que inaugura la salvación para toda la humanidad, comienza
por establecer la genealogía de Jesús (Mt 1 , 1 - 1 7) . Presiente además el hombre,
sabiéndolo también con certeza, que en el horizonte de su propio final están haciendo
ya su aparición otras generaciones, igualmente de forma tan constitutiva que ni
siquiera se puede imaginar ese final sin la pervivencia de otros, sin la supervivencia
de generaciones futuras.
•
Por otra parte, la exposición del concepto de finitud, en la que tanto insiste
Heidegger y en la que aquí no vamos a entrar, exigiría una discusión a fondo de la
relación de dicho concepto con el de infinitud para, entre otras cosas, intentar aclarar
si, como piensan N. de Cusa, Descartes y Hegel, se trata de conceptos recíprocos, de
forma sin embargo que la finitud depende de la infinitud y no puede en modo
alguno ser pensada sin ella. Pero como no es el momento de debatir esta cuestión
metafísica, nos limitaremos a evocar, median te algunos textos poéticos, nuestra ten
dencia a rebasar la estricta "finitud de la temporalidad" tal como la postula
Heidegger.
. . .
El poeta habla de espacios sin fin a los que le lleva la tmagmacton, pero
,
también podemos imaginar tiempos sin fin. Y en efecto no hay modo de imaginar
que el tiempo tenga fin, sea en el origen sea en su término. Y aunque el tiempo no
es la temporalidad, esta se encuentra penetrada por el modo como percibimos o
1
límites de la finitud.
(20 0 1 : 143).
Ante esta rotundidad del poeta, que sintetiza su profunda meditación cabe
preguntar si no es verdad que todo tiempo es un presente eterno (l. c., 1 4 1 ) , en
cuyo caso se nos abre la perspectiva de la superación de la finitud de la
temporalidad. Pues en efecto, ¿de qué otro modo se nos pueden desvelar las dimen
siones del tiempo, sino haciéndolas presentes, lo cual supone trascender cada una
de ellas, incluido el presente en su significado habitual? Rilke proclama igualmente
la superación de la finitud de la temporalidad, aunque como es obvio la concepción
de Heidegger no le podía ser conocida:
Con iguración
de la historicidad
4 . 1 . Estructura ontológica
En este apartado nos vamos a referir a las categorías que confieren consistencia al
acontecer histórico. Básicamente son tres: continuidad, dependencia causal y conexión
mutua.
Tal tipo de continuidad dista mucho de ser obvio en la historia, por las razones
• •
s1gu1entes:
1mportanc1a.
l . Es claro que los acontecimientos humanos son muy diferentes bajo múltiples
aspectos. Difieren incluso entre sí mucho más de lo que podemos pensar en
razón de su individualidad, que es insondable e irreductible. Tendemos a
igualar, a anular la mismidad de cada cosa en nombre de su igualdad con otras,
a concebir, más concretamente, cosas y acontecimientos bajo modelos generales,
que desdibujan y, en mayor o menor medida, anulan las diferencias. Pero por
otra parte tendemos también a absolutizar las diferencias existentes o que
simplemente establecemos y fijamos. Lo uno y lo otro es efecto de la
limitación de nuestro conocimiento. Ni las diferencias son tan intensas y
esenciales que puedan hacer desaparecer un fondo común ni las identidades
existentes, que engloban bajo sí una serie de acontecimientos, tienen por qué
impedir la conexión con otras identidades, dando así lugar a identidades más
amplias, capaces de acoger un mayor número de diferencias. Esta idea es una
aplicación de un aspecto esencial de la concepción del Cusano (cf. Álvarez
Gómez, 2002b: 1 7-36).
La historia nos muestra a los hombres, tal como han luchado, en otras
circunstancias y con otros medios, por valores e ideales que - aun cuando son
opuestos a los nuestros- los podemos comprender porque también para aquellos
Quedan 6 minutos en el libro 77%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
4. La praxis necesita, para orientarse, señalar hitos diferenciados entre sí. Somos
diferentes y necesitamos además, mediante una especie de segunda potencia,
diferenciarnos tomando conciencia de las diferencias y acentuándolas incluso
dentro del laberinto que es la vida humana cada vez en mayor medida. Pero
esas diferencias se construyen dentro de una identidad básica. Las cosas, las
personas o los acontecimientos son diferentes entre sí respecto de algo con lo
que tienen que ver. De otro modo no son siquiera pensables como tales
diferencias. Estaríamos hablando, en el mejor de los casos, de cosas diversas
que, sin embargo, para que tengan sentido tienen que ser referibles a algo
respecto de lo cual hablamos de diversidad, aun en el caso de que ese algo sea
sólo un ente de razón. De no ser así estaríamos ante lo simplemente caótico,
pero eso no es pensable ni designable.
proposición de Spinoza es su Etica III, prop. 6: "Cada cosa, en cuanto está en ella,
se esfuerza en perseverar en su ser" (Spinoza, 1 967: 272 [trad. , 1 32] ) .
Esto, que vale para todo ser, cabría decir que vale tanto más para los modos de
ser como el histórico, que es constitutivamente cambiante y por tanto podría pensarse
que está en trance de dejar de ser, al tiempo que es. Razón de más para tener que
reafirmarse a sí mismo y perseverar en su ser, continuándose en él.
interés por la continuidad de la historia surge así como reacción contra ese vacío. A
esto se añade, en un pensador como J. Burckhardt, la forma en que él vive su propia
experiencia histórica.
Esta idea del flujo de la historia hacía posible apreciar e incluso expandir la
cultura, aun cuando se estuvieran sufriendo los traumas del desorden social y de la
derrota política (Schorske, 200 1 : 125).
lo que ha pasado; ante sí, el ilimitado vacío de lo que vendrá. - Pero este vacío
hacia atrás se lo llena el yo con las representaciones de lo que fue, con recuerdos
en los cuales lo pasado es no-pasado; y el vacío hacia delante se lo llena con las
esperanzas y los planes, con las representaciones de lo que él quiere realizar
mediante la voluntad o espera ver realizado por otros (Droysen, 1 974: 1 9) .
De una manera más explícita aún formula esta misma idea acerca del pasado,
cuya retención mediante el recuerdo para salvaguardar el sentido histórico le interesa
primordialmente:
Lo dado para la investigación histórica no son las cosas del pasado, pues éstas
han pasado, sino lo que de ellas hay de no pasado aún en el ahora o aquí, sean
recuerdos de lo que fue y aconteció o residuos de lo que ha sido y ha acontecido
(l. c., 327) .
.;
En esta tarea del espíritu del mundo, los estados, pueblos e individuos se
asientan en su determinado principio particular, que en la constitución de aquellos y
en toda la extensión de los mismos tiene su explicitación y realidad efectiva. De
éstas son ellos [es decir, los estados, pueblos e individuos] conscientes y están
profundamente dedicados a su interés. Al mismo tiempo son instrumentos
conscientes y miembros de aquella tarea interna, en la que estas figuras [de nuevo,
Quedan 6 minutos en el libro 79%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
los estados, pueblos e individuos] desaparecen. Pero el espíritu en y para sí, prepara
y elabora el paso a un escalón superior más próximo (Hegel, 1 970: §344, TW 7,
505).
La forma fundamental del nexo surge por tanto en el individuo que recoge,
en un único curso vital, presente, pasado y posibilidades del futuro. Este curso vital
reaparece luego en el curso histórico en el que están integradas las unidades vitales
(Dilthey, 1 927: 1 55).
En primer lugar, ambos difieren acerca del alcance que se debe reconocer a los
dogmas del cristianismo, siempre en el ámbito de la confesión protestante que a su
modo comparten ambos. D ilthey que es proclive al panteísmo, en el que caben,
como momentos del mismo, ideas muy diferentes entre sí, como son las de Plotino,
Orígenes, Agustín, S coto Eriúgena, Tomás de Aquino o Spinoza, entre otros,
propone una concepción según la cual "lo infinito es viviente y móvil en dirección
a lo finito, e igualmente desde lo finito avanza un nexo vital hacia lo infinito"
(citado en Renthe-Fink, 1 968: 1 04) .
Yorck que sigue de cerca los escritos de Dilthey, con quien comparte la
convicción de que tanto la teología como la filosofía deben expresar algo esencial en
consonancia con el pulso de la vida misma, sostiene que los dogmas deben mantenerse
en su significado propio sin disolverse en esa concepción vital de signo panteísta. En
una carta de 1 5 de diciembre de 1 893 que hace el número 1 03 de la correspondencia,
se manifiesta en estos términos:
Es, en segundo lugar, digno de mención que Heidegger dedique tanta atención al
conde de Yorck en un apartado de Ser y Tiempo en el que se ocupa explícitamente
de las investigaciones de Dilthey y de Yorck sobre el problema de la historicidad.
La mención de Dilthey es muy breve y en ella Heidegger fundamentalmente se
limita a decir que el análisis que él mismo ha realizado sobre dicho concepto es "el
resultado de la aparición del trabajo de Dilthey" ( 1 963: 397). Con el conde de Yorck
la situación es distinta. Le dedica cinco páginas en las que simplemente trascribe
textos de las cartas dirigidas a Dilthey, pero con la intención de subrayar los aspectos
que más le interesan en relación con su propia concepción. Es un caso único en Ser y
Tiempo, pues con ningún otro autor Heidegger se detiene a extractar tantos textos.
Esto se explica porque, por la fecha en que se publicó la correspondencia (1 923), no
había tenido tiempo de apropiarse la concepción de Yorck, aunque sí el suficiente
para darse cuenta de su excepcional importancia. El texto que más le llama la
atención es aquel de la carta 122 en el que Yorck se distancia de Dilthey porque
entiende que las investigaciones de éste - se refiere a Ideas acerca de una Psicología
descriptiva y analítica, de 1 894 - "acentúan demasiado poco la diferencia genérica
entre lo óntico y lo histórico" (Dilthey/Yorck, 1 995: 399). Esto implica que el modo
de ser de lo histórico es diferente por completo de lo óntico, tanto que propiamente
no es.
Y a su vez, porque la vida es completamente diferente del ser, por eso hay una
filosofía de la historia (cf. l. c., 223). Como Dilthey no ha acentuado
suficientemente la diferencia entre lo óntico y lo histórico se ha cerrado el camino
para comprender adecuadamente la historia y, por tanto, podemos añadir nosotros, la
continuidad de la misma. Heidegger conecta con esta especie de hallazgo que le
proporciona el conde de Yorck para proponer una radicalización que consistiría en
elaborar una concepción que haga ver que lo óntico y lo histórico se retrotraen a
"una unidad más originaria" ( 1 963: 43) . Heidegger no desarrolló esta idea en Ser y
Tiempo y tampoco, por lo que yo sé, en su filosofía posterior. Pero tiene razón sin
duda al señalar la innovación que supone la concepción del conde de Yorck. La
aplicación que podemos hacer a la cuestión que ahora nos ocupa es que, precisamente
porque lo histórico es constitutivamente cambiante, no podrá su continuidad
comprenderse al margen de un algo continuo que le sirva de soporte y sin lo cual el
propio cambio no es pensable.
Por último, esta idea está en consonancia con alguna de las ideas expuestas en
su obra póstuma. Más en concreto me interesa la que se refiere a que ya la
religiosidad del judaísmo presuponía la historicidad de Dios.
Quedémonos con que Yorck afirma una doble dimensión absoluta de diferente
nivel: la aprioridad) que fundamenta el COnOCimiento de la historia en su
• •
significado último; y por otra parte, en correspondencia con esa aprioridad, "la
vitalidad absoluta' del Dios cristiano, que es pura historicidad en cuanto Dios
encarnado. Es algo que en nuestros días h a puesto de relieve, con precisión y a la
altura de los tiempos, O. González de Cardedal:
Tal mediación nos lleva a volver de nuevo la mirada a Droysen quien supo
poner de relieve el papel determinante que en la continuidad de la historia tiene el
nexo real de dependencia e interacción de unos acontecimientos con otros.
proviene de otras anteriores y está condicionada por ellas, de forma que las
presupone y las contiene en sí de forma ideal, las lleva adelante y en ese llevarlas
adelante hace ya referencia a la configuración ulterior que la seguirá. Es una
continuidad, en la que todo lo anterior se amplía y completa por lo posterior
(Droysen, 1 974: 1 2).
Como hemos visto, hay diferentes teorías para explicar la continuidad, pero en cada
caso se da por supuesto que la continuidad existe, porque de otro modo no se
acierta a ver de qué modo se puede pensar la historia. Si los acontecimientos
históricos se van sucediendo unos a otros, han de tener algo que ver entre sí, a
menos que los veamos como algo caótico. Pero aún esto no sería posible, si partimos
de que se trata de verdaderos acontecimientos, ya que al menos tendrán en común
eso en virtud de lo cual los calificamos de ese modo. Las diferencias entre unos y
otros, por grandes que sean, no podrán neutralizar una identidad básica. En el caso
de Alemania, donde la cuestión de la continuidad se ha planteado con gran
intensidad, puede haber un motivo sobreañadido, además del estrictamente
académico, como sería intentar conectar con aquella tradición que se pueda
considerar como más auténtica a la vista de un pasado reciente, harto sombrío. Pero
aunque éste sea el caso, no es posible cambiar ni la perspectiva ni el lugar desde los
que esa conexión con el pasado se intenta establecer. Somos lo que somos. Es inútil
intentar imaginar para nosotros una realidad distinta de ésa, por más que nos
podamos sentir inclinados a ello. Y en esa realidad juega su papel todo lo que nos ha
precedido, incluidas las ruinas del pasado, próximo o lejano.
pensamos instintivamente - a que hay agentes que los han producido, es decir, a que
los acontecimientos concretos tienen una causa. Parece difícil no admitir que esto es
así. Dicho en positivo: eso sería lo que se ajusta a la razón según la afirmación de
Locke.
Por más obvio y racional que esta tesis parezca, sabemos que surgen dudas una
vez que se intenta aplicarla a un determinado campo. Esto ha sido repetidamente así
en el proceso del pensamiento y lo es también, de manera especial, en relación con
la historia. ¿Qué se aclara con decir que todo acontecimiento es producido por alguna
causa? ¿Contribuye ello a aclarar en alguna medida su índole? Y en el caso de que
sea así, ¿cuál es su alcance? ¿No existen para cada acontecimiento infinitas causas
que hacen poco menos que imposible lograr un conocimiento, siquiera sea
aproximado, de su significado? La simplificación a que buena parte del pensamiento
moderno ha sometido el concepto de causalidad hace que se haya poco menos que
olvidado su virtualidad, en general y especialmente en el campo de la historia. Se ha
ido imponiendo, en efecto, la idea de que la causa, entendida ahora como causa
eficiente, es válida originariamente para las ciencias de la naturaleza, porque es aquí
donde los fenómenos, tal como nos son accesibles mediante la experiencia, sólo son
pensables mediante la conexión secuencial de causa y efecto (cf. Gadamer, 1 976: 1 92) .
pertenece algo (cf. Met., VII, 17, 104 1 a 10b-1 1 , 1 990: 403-406). Para expresar esto
último Aristóteles, en orden a precisar bien lo que pretende, se sirve de la expresión
'tÍ Ka'tá 'ttUO<; que describe un campo de significación muy complejo (cf. Tugendhat,
1982: 67-120). El que algo pertenezca a algo es lo que implica saber qué es, pero para
ello es preciso saber por qué, 8ía 'tí. Aristóteles recurre con frecuencia a esta expresión
para indicar el significado de causa (cf. Física II, 7, 1 98 a 1 5 , 1 9 96: 54; Met. l, 3,
983 a 29; 1 990: 1 8) , y de su importancia para él da idea el que mediante la causa,
se define lo que la cosa es, el qué es ('tí É<J'ttU) . Quien sabe por qué se eclipsa la
luna sabe también qué es un eclipse de luna (cf. Anal. Post. l, 1 4, 79 a 23-25; II, 2,
90 a 6- 1 8; II, 1 0, 93b, 39; 1 9 88: 349, 394, 4 1 1).
La noción general de causa es por tanto el porqué, el 8ía 'tÍ, todo aquello que
hace que una cosa llegue a ser lo que es, a poseer el ser y a poseerlo de este o aquel
modo concreto. Es como la serie de filtros por los que algo tiene que pasar, antes de
existir, para llegar a existir y simultáneamente pertenecer a un modo de ser
determinado. Si se tiene esto simplemente en cuenta y luego se piensa en
acontecimientos históricos relevantes uno ya advierte, aunque sea aún de manera
confusa, que dar cuenta de ellos mediante la respuesta al por qué correspondiente
tiene que ser algo más complejo que simplemente indicar este o aquel factor. Ante un
acontecimiento de tanto alcance como la Revolución francesa, no será suficiente
explicar que en sus líneas fundamentales discurrió tal como lo concibió Robespierre,
tampoco tal como en conjunto lo idearon sucesivamente las personalidades que habi
tualmente son consideradas como protagonistas, aunque no se tuviera en cuenta más
que el hecho de que buena parte de ellas fueron víctimas de la misma revolución,
señal de que ésta no se hallaba en sus manos; no al menos de una forma plena.
Luego no fueron causa adecuada de la misma.
adecuada a la función para la que se quiere destinar. Lo cual implica que la forma
que recibe la materia está en razón del fin que mediante la cosa en cuestión, en este
caso la sierra, se quiere conseguir, por ejemplo cortar leña para hacer fuego. Para que
la sierra cumpla su objetivo es imprescindible la acción que la ponga en
funcionamiento, aspecto este que según Aristóteles había olvidado Platón, quien por
ello no habría sabido cómo y por qué las ideas pueden ser causas (De gen. et corr.
II, 9, 335 b, 7-1 6; 1 987: 1 1 0 y ss.). Aparte de lo dicho son oportunas otras dos
consideraciones. De una parte, las diferentes causas, al tener un mismo efecto, han de
tener en buena lógica, y a la vez en mayor o menor grado, una estrecha relación
entre st.
�
Es evidente, pues, que éstas son las causas y éste su número. Y puesto que las
causas son cuatro, es propio del filósofo de la Naturaleza el conocerlas todas; y
dará una explicación de orden físico si refiere el porqué a todas ellas: la materia,
la forma, lo que mueve y el para qué son una sola cosa, y aquello-de-donde se
origina primeramente el movimiento es, en cuanto a la especie, lo mismo que
éstas [ . . . ] . De modo que da respuesta al porqué aquel que lo refiere también a la
materia, así como al qué-cosa-es y a lo que mueve en primer término (Aristóteles,
Física II, 7, 198 a 2 1 -34; 1 997: 54 y s.).
El principio eficiente del llegar a ser o de las modificaciones de una cosa está
en la forma o esencia de otra, o en ella misma en tanto que otra: la causa
eficiente del embrión es la forma del progenitor; pero también el telos de un
embrión es la forma que ha de alcanzar, la realización de sus propias estructuras:
es el llegar a ser plenamente lo que ya era: así, para Aristóteles, la esencia y la
forma sustancial es lo que hace que algo llegue a ser lo que es (Echandía, en Aris
tóteles, 1 995: 1 59, nota 7 1 ) .
Que la sustancia es causa lo asumirán siglos más tarde Schelling y Hegel. Pero
Una mirada retrospectiva a Aristóteles nos posibilita por tanto ver la relación
entre causa y efecto desde una perspectiva más amplia que aquella a la que una
trayectoria unilateral del pensamiento nos tiene habituados. Una rememoración de
Este concepto exige de todo punto que algo, A, sea de tal índole que otra
cosa, B, se siga de él necesariamente y según una regla absolutamente universal.
Los fenómenos suministran datos a partir de los cuales es posible una regla según
la cual algo sucede habitualmente, pero nunca una regla según la cual la
secuencia sea necesaria. De ahí también que a la síntesis de la causa y el efecto le
sea inherente una dignidad que no se puede en modo alguno expresar empíri
camente y que consiste en que el efecto no sólo se añade a la causa, sino que está
puesto por ella y se sigue de ella (Kant, KrV A 9 1 ; 1 956: 1 32).
Se refuerza además la causalidad en Kant en un sentido que tiene que ver con el
tema general que nos ocupa, por cuanto la aplicación de las categorías a los
fenómenos sólo es posible si estos son subsumidos bajo la determinación trascendental
del tiempo (cf. l. c. A 1 44; 1 956: 202). Esto se traduce en que todo suceso, o todo
lo que acontece obtiene el lugar temporal que le corresponde:
Tan pronto como percibo o presupongo que en esta sucesión hay una relación
al estado previo, del cual se sigue la representación según una regla, se representa
algo como suceso o como algo que acontece, es decir, conozco un objeto al que
tengo que situar en un punto determinado del tiempo, un punto que, dado el
estado precedente, no puede sede asignado de otro modo. Así pues, cuando percibo
que algo acontece, lo primero que está contenido en esta representación es que algo
precede, ya que justamente con respecto a ese algo obtiene el fenómeno su
relación temporal, o sea, existir después de un tiempo precedente en el que no
existía aun. Pero en esta relación sólo puede obtener su punto temporal deter
minado en cuanto que en el estado anterior se presupone algo a lo que sigue
siempre, es decir, según una regla. De ello se sigue en primer lugar que no puedo
invertir la serie y poner lo que acontece antes de aquello a lo cual sigue; se deduce
en segundo lugar que si el estado que precede está puesto se sigue indefectible y
necesariamente este suceso determinado. Con ello acontece que deviene un orden
en nuestras representaciones, en el cual lo presente (en tanto que ha llegado a ser)
remite a algún estado precedente como correlato, todavía indeterminado, de este
acontecimiento dado y con el cual se relaciona de un modo determinante en
cuanto consecuencia suya y al cual conecta necesariamente consigo en la serie del
tiempo (Kant, KrV A 198 y s.; 1 956: 249 y s.).
Kant vincula todo lo que acontece, también por tanto los acontecimientos
históricos, que tienen que ver con el mundo humano, con el tiempo de una forma
rigurosa y precisa. A cada acontecimiento le corresponde un punto, un sitio en la
serie temporal y ningún otro. En la medida pues en que tener un sitio
determinado en el tiempo y no otro, entraña un determinado significado habrá que
considerarlo en relación con dicho tiempo. Ahora bien, la relación temporal es
constitutiva. Pues no se trata simplemente de la nueva sucesión de momentos
temporales, sino de algo que acontece en los mismos. A la sucesión de momentos
temporales corresponde estrictamente la sucesión de determinados aconteceres:
"Cuando percibo algo que acontece, lo primero que está contenido en la
representación es que algo precede", es decir, que algo acontece antes. Y solo con
relación a ese algo que precede obtiene el fenómeno su relación temporal.
Esto no es tan obvio, se dirá. Pues podría pensarse que B sigue necesariamente a
A, pero no que A preceda necesariamente a B. Sin embargo el concepto de causa
implica que en ella se dé ya todo lo que se requiere para que el efecto se produzca,
de tal forma que éste no pueda aparecer como algo fortuito. Si B sigue
necesariamente a A, es porque A genera necesariamente a B. De lo contrario B no
estaría determinado en la forma en que está, no sería, con otras palabras, B sino algo
distinto en correspondencia rigurosa con las características de aquello de lo que
proviniera. El lenguaje de Kant, es duro, sin duda. Nosotros sólo podemos conocer los
acontecimientos según el orden que se establece en nuestras representaciones, en
virtud del cual existe una correlación estricta entre lo presente y el estado
precedente del que depende necesariamente y al que sigue indefectiblemente. Esta
correlación implica tanto que B está determinado por A como que A, en cuanto causa,
determina también a B, "al que conecta necesariamente consigo en la serie del
Quedan 4 minutos en el libro 84%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
uempo" .
.
Un texto como este exige contemplar la relación del presente con el pasado bajo
el punto de vista de la dependencia causal, lo cual implica tres cosas fundamentales:
a) situar los acontecimientos en el "sitio" de la serie temporal que les corresponde,
puesto que de otro modo no cabe ninguna explicación adecuada de los mismos,
teniendo en cuenta que en ningún otro sitio habrían podido tener lugar; b) establecer
la relación precisa de cada acontecimiento con su causa que, como tal, tiene que
estar perfectamente delimitada, aunque lo normal es que sea muy compleja y conste
de múltiples elementos o factores, cuyo conocimiento da la medida del conocimiento
que se puede llegar a tener del acontecimiento en cuestión; e) establecer la relación de
estricta necesidad que existe entre la causa y el efecto en un doble sentido o
dirección: en cuanto que el efecto está necesariamente determinado por la causa y en
cuanto que, a su vez, la causa determina de forma igualmente necesaria al efecto. Que
el cumplimiento de estos requisitos, especialmente de los dos últimos, es muy difícil,
es obvio y tal vez no se pueda lograr nunca una precisión total. Pero será muy útil
tener esto presente como esquema orientador para, al menos, no presentar como
conocimiento cierto el que no pasa de ser conjetura.
Por otra parte el intento de aplicar a la historia principios generales apenas nos
lleva, como resultado, más allá de la referencia a casos que se subsumen fácilmente
bajo "principios generales de los que nos servimos en la vida ordinaria y que, una
vez son enunciables, apenas son en definitiva más que lugares comunes" (l. c., 3 86) .
entre los proyectos que se hacen y las series de acontecimientos que se relacionan
con ellos. Esto supuesto, la continuidad histórica no viene garantizada por la
relación causal, sino que "descansa en una construcción que a un mismo tiempo
presupone y supera la discontinuidad temporal" (Baumgartner, 1 972: 287) .
Esta concepción es similar a la que ya había formulado Simmel para quien "la
cuestión acerca de si [se da] continuidad o discontinuidad no (es) una alternativa que
haya que decidir objetivamente" (Simmel, 1 968: 36). Se puede optar por la
continuidad si lo que interesa es poner de manifiesto la afinidad que tienen unos
fenómenos con otros, o por la discontinuidad, si el interés se centra en la
peculiaridad individual que posee cada acontecimiento (cf. l. c., 35; Baumgartner,
1 972: 1 3 6 y s.).
entre la causa eficiente y su efecto. Ese es también el horizonte en que según Kant la
razón práctica está en situación de demostrar tanto la causa que obra libremente
(Kp V, A 84s, 1 964a: 1 63) como Dios en tanto que causa del mundo (cf l. c., 224 y
s.; 254 y s.). Sin embargo, en la Crítica del juicio Kant confiere una importancia
central a las causas finales en el ámbito de las cosas de la naturaleza, que constituyen
un todo por el hecho de que cada una de tales partes es recíprocamente causa y
efecto de su forma. De este modo a su vez es posible que la idea del todo determine
la forma y el enlace de todas las partes. Un cuerpo, considerado como fin natural,
implica que sus partes se produzcan unas a otras conjuntamente y que produzcan
Quedan 4 minutos en el libro 85%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
una vez que pasamos al ámbito de la naturaleza orgánica cesa para nosotros toda
conexión mecánica de causa y efecto. Todo producto orgánico subsiste por y para sí
mismo (fiir sich selbst), su existencia no es dependiente de ninguna otra existencia.
El organismo se produce a sí mismo, surge de sí mismo. Luego ningún
organismo avanza, sino que retorna siempre a sí mismo hasta el infinito. Así pues,
un organismo como tal no es ni causa ni efecto de una cosa exterior a él y por lo
tanto no es nada que intervenga en la conexión del mecanismo. Todo producto
orgánico lleva el fundamento de su existencia en sí mismo, pues es causa y efecto
de sí mismo. Ni una sola parte singular del mismo pudo surgir si no en este
todo, y este todo mismo subsiste solo en la acción recíproca de las partes
(Schelling, 1 967: 364).
Esta idea es ampliada por Hegel en cuanto que introduce, tal como es habitual
en él, una diferenciación y profundización de aspectos fundamentales. De una parte
la causa deja de ser algo así como una propiedad o capacidad que tiene la sustancia,
para ser por de pronto la sustancia misma.
de este modo produce un efecto, una realidad efectiva que de este modo es
solamente realidad efectiva puesta, pero que al mismo tiempo es necesaria por el
proceso de la causación (Hegel, 1 970: 8, 297 [trad., 239]).
• • • • • •
Las circunstancias tienen un alcance más amplio. Incluyen las condiciones, pero
su radio es mucho mayor. Abarca todo eso que hoy se llama globalización, pero que
un agente histórico nunca puede penetrar y tampoco predecir.
La acción, para ser eficaz, tendrá que ajustarse a las condiciones y a las
circunstancias. Lo grave es que el efecto se produce siempre, positivo o negativo. Las
consecuencias serán favorables en un caso y desfavorables, incuso fatales, en otro.
todos los lugares del espacio pueden conducir nuestro sentido de un objeto a otro;
que la luz, que brilla entre nuestros ojos y los cuerpos celestes, produce una
comunidad mediata entre nosotros y esos cuerpos, y que prueba así su
simultaneidad; que no podemos cambiar empíricamente de lugar (percibir ese
cambio), sin que por todas partes la materia nos haga posible la percepción de los
sitios que ocupamos, y que es únicamente por medio de su influencia recíproca
como puede probarse su simultaneidad, y de ahí (aunque solo mediatamente), la
coexistencia de objetos hasta de los más lejanos. Sin comunidad toda percepción
(del fenómeno en el espacio) está desgajada de las otras, y la cadena de las
representaciones empíricas, es decir, la experiencia, comenzaría de nuevo en cada
objeto, sin que la precedente tuviera con él ni la menor conexión ni relación del
tiempo alguna (Kant, KrV A 2 1 3 y s.; 1 956: 262 y s.).
En segundo lugar, puesto que todo acontecimiento histórico, por ser algo
viviente y sobre todo de orden humano, donde la razón y las convicciones éticas o
religiosas son factores tan determinantes, los efectos no pueden ser tan unívocos ni por
tanto tan fácilmente identificables, como en el ámbito científico-natural. Que la
Quedan 3 minutos en el libro 87%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
Revolución sea efecto de la Ilustración no excluye según esto que ésta haya podido
tener otros efectos en los que no se ha reparado y que sean incluso incompatibles
entre sí o con la misma Revolución. Y todo ello, sin anular la idea de que la Ilustra
ción es la causa de todos ellos, lo cual supondría que es un fenómeno contradictorio
en st mtsmo.
•
1
Nuestra época nos puede ayudar a comprender mejor lo que representa esa
comunidad dinámica de sustancias, por cuanto es uno de los fenómenos unidos a la
llamada globalización. Kant, atento siempre a todos los fenómenos que tenían lugar en
su tiempo, pudo hacerse ese tipo de reflexiones en la ciudad portuaria en la que vivía.
Aun así, entiendo que es preciso insistir en el aspecto de la irreductibilidad de las
propias sustancias, en el hecho de que por grande que sea la concatenación,
penetración y acción recíproca de acontecimientos de un mismo tiempo, cada fenó
meno salvaguarda su individualidad de una forma radical, también allí donde
establece una red de relaciones especialmente intensa con el resto de los fenómenos.
etc. Heidegger nos ha hecho ver que existe además algo diferente, cuya
presencia no se puede soslayar, el se: se dice, se piensa, etc.; así como también
el "ello" en la expresión es gibt, equivalente en su significado a nuestro "hay'' ,
aunque dotada de un sentido más complejo. También esto último nos abre a
conexiones que trascienden el ámbito de lo inmediato y a otras implicaciones
que, aunque no sean reales aún, están posibilitadas y aun postuladas tanto por
la apertura constitutiva hacia el futuro como por las exigencias de la acción.
4. De esa fusión que viene impuesta por el proceso de la realidad, surge como
reacción el intento de salvaguardar las diferencias que se ven amenazadas. Las
reacciones serán tanto más fuertes cuanto más amplio e intenso sea el intento
de conservar la propia identidad y, por tanto, de afirmarse frente a lo otro.
Quedan 3 minutos en el libro 88%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
Muchas veces hemos dicho y repetido que un poeta es tanto más universal
cuando más de su tiempo y de su pueblo es, si tiene profundidad de comprensión,
estética de expresión [ ...] . La universalidad no es el cosmopolitismo. La universalidad
no se alcanza por vía de remoción o de exclusión de diferencias, sino muchas veces
ahondando en éstas. Pero tanto que deja de serlo. Hacia dentro, hacia las raíces, se
Quedan 3 minutos en el libro 88%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
4.2. Modalidades básicas del acontecer desde la perspectiva del presente histórico
En este apartado nos vamos a referir a las categorías de la modalidad en relación con
los acontecimientos históricos. Según Kant, esas categorías son las de
posibilidad-imposibilidad, existenciano existencia, necesidad-contingencia (cf. KrV, A
80, 1 956: 1 1 8), Hegel modifica este esquema, en cuanto que se centra en los
conceptos de contingencia, posibilidad y necesidad, por ese orden (cf. 1 99 9 :
1 74- 1 89 ) . Aquí tenemos a la vista los acontecimientos históricos y sólo en orden a
su comprensión consideramos las categorías de necesidad, posibilidad y contingen
cia. El centro de estas consideraciones va a ser, en coherencia con lo expuesto
acerca de las dimensiones temporales, el presente histórico. En un sentido amplio
estaríamos de acuerdo con la idea de W Benjamin de que todo en la historia está
esencialmente referido al presente, pero no en cuanto que el momento de la acción
no sea en modo alguno deducible - de la consideración general del tiempo, se
entiende-, sino sólo decidible ( cf. Konersmann, 1 9 9 1 : 42, 1 27). Nuestro punto de
vista es bajo ese aspecto diferente por entender que lo acontecido, en cuanto que es
sabido y el futuro, en cuanto presentido - según la ya citada expresión de
Schelling ( 1 9 6 8 : 5) - se nos desvelan, en alguna medida, razón por la cual nos
parece problemático el aserto siguiente de W Benjamin:
Bien es cierto que ésta es una teología poco teológica, porque para Dios no hay
..
distinguiéndose en El la acción del ser, pretender anular el pasado sería tanto como
pretender que Dios se cancelara a sí mismo. Una vez que el pasado existe es
imposible que no haya existido, sea cual fuere el punto de vista que se adopte.
Otra cosa es que sea imposible que el pasado deje de ser lo que fue. La
dificultad está en que a primera vista esto depende de un enjuiciamiento o
valoración, puesto que determinar qué ha sido el pasado depende del juicio que en
cada caso se haga y es bien sabido que los juicios son variables. Sin embargo
tampoco es posible que el pasado deje de ser lo que fue, porque aunque no sea
posible llegar a determinar en qué consiste ese contenido, lo que sí se sabe es que el
contenido existió. La existencia de algo es inseparable de la esencia o contenido de ese
algo, puesto que, sin ser lo que es, nada puede existir. Spinoza lo precisa muy bien:
Digo que pertenece a la esencia de una cosa aquello que, si se da, se pone
necesariamente la cosa, y que, si se quita, se quita necesariamente la cosa; o sea,
aquello, sin lo cual la cosa y, a la inversa, aquello que sin la cosa no puede ser ni
ser concebido (Spinoza, 1 967: 1 6 1 [trad., 77] ) .
Pero, aunque es imposible que el pasado, una vez que existe, deje de existir y
deje de ser lo que fue y en este sentido sea preciso decir que es necesario, esto no
implica que el pasado sea en sí mismo necesario. S i fuera así, eso querría
obviamente decir que el pasado no pudo menos de acontecer, tuvo que acontecer y
que es impensable que, antes de que aconteciera, fuera posible que no fuera a
acontecer. Son cosas por completo distintas. Una cosa es que lo que ha acontecido
no haya acontecido - algo imposible - y otra cosa es que lo que ha acontecido
aconteciera necesariamente y no pudiera no acontecer. Una cosa es que la historia
no se pueda borrar, y otra que eso que en ella existe y fue grabado tuvo
necesariamente que existir o ser grabado. La batalla de Stalingrado aconteció y ya
Quedan 3 minutos en el libro 89%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
no será posible que no haya existido, pero con ello no está dicho que tuviera que
producirse necesariamente.
Según las teorías del determinismo radical, que no han faltado desde la
antigüedad hasta el día de hoy (cf. Kuhlen y cols., 1 972: 2, 1 50-1 57; Fried, 2004:
1 1 1 - 13 1 ; Geyer, 2004: 134-139; Volker, 2004: 1 40- 1 42), la batalla de Stalingrado se
habría producido con la misma necesidad con que caen las hojas de los árboles,
amanece a diario o un cuerpo que choca con otro produce este efecto determinado
y concreto.
Sin embargo, tal determinismo no es sin más compartido, tampoco por quien
esto escribe, porque está en contradicción con varias convicciones fundamentales,
que tienen incluso quienes defienden el determinismo: a) el enjuiciamiento moral,
que considera que los acontecimientos son, en todo o en parte, buenos o malos. Tal
juicio carece de sentido en la medida en que los acontecimientos están determinados
y no pueden ser de otro modo de como son; b) los juicios valorativos, según los
cuales los acontecimientos están bien logrados o no, instando con ello a que se
logren mejor; e) la amplitud del concepto de posib ilidad, que incluye no sólo lo
que va a ocurrir necesariamente - sin que haya ocurrido aún - sino lo que puede
ocurrir, sin que sea necesario que ocurra; d) la responsabilidad, propia o ajena, así
como la libertad que aquella presupone. No cabe pedir responsabilidad a nadie, si
todo está determinado. E igualmente, no tiene sentido alguno hablar de libertad en
tal supuesto (cf. Berlín, 2003: 25 y ss.).
Pero ¿ hay otro tipo de necesidad en la historia? En primer lugar cabe aplicar
aquí lo dicho por T. de Aquino: "No hay nada tan contingente que no tenga en sí
algo necesario" (Summa Theologiae I, 86, 3). Esto se puede aplicar en cuanto que 1 .0
todo ente, también el contingente, está necesariamente sujeto al principio de
no-contradicción en el sentido de que si es contingente, es imposible que no sea
contingente, lo cual supone que está poseído por una férrea necesidad; 2 . 0 tiene,
para ser lo que es, que poseer una estructura, ser esto y no ser otra cosa, estar pues
determinado e individualizado; 3 . o como todo ser y modo de ser, cualquier ente,
aunque no exista necesariamente, tiende sin embargo necesariamente a perseverar en su
La frase de Ortega: "El hombre no tiene naturaleza, sino que tiene [ . . . ] historia"
(OC, VI, 1 973: 4 1) se podría, a primera vista, entender como una simple
contraposición entre la naturaleza y la historia dada esa contraposición sintáctica.
Pero no es así, a tenor de lo que añade: "Lo que la naturaleza es a las cosas es la
historia - como res gestae - al hombre" (l. c.) . Por historia entiende aquí Ortega el
pasado histórico. De ahí que afirme poco más adelante:
Pero hay dos cuestiones que Ortega no adara: en primer lugar, cómo es que
estamos determinados por el pasado, puesto que el hombre "verá en su propio e
instantáneo hoy, actuando y viviente, el escorzo de todo el pasado humano [ . . . ] . El
pasado es el momento de identidad en el hombre, lo que tiene de cosa, lo inexorable
y fatal" (1. c., 39). Y por otra parte "haber sido algo es la fuerza que más
automáticamente impide serlo" (1. c., 37). Luego no estamos determinados por el
pasado, o mejor: el pasado nos determina a no ser pasado, nos determina, cabe decir,
a la indeterminación. Las dos clases de determinación serían en todo caso muy
diferentes. La segunda cuestión que parece quedar en el aire es cómo aprovecha el
hombre el pasado para hacer con él un proyecto de futuro. Con frecuencia habla
Ortega de que el hombre dispone de un conjunto de posibilidades y en ello tiene su
papel el pasado. ¿Pero cómo?
• •
Ortega no es menos contundente al afirmar: "soy por fuerza libre, lo soy quiera
o no" (OC, VI, 1 973: 34). Pero al margen del tono patético que puede haber, sobre
todo en el posicionamiento de Sartre, la vinculación de la libertad con la necesidad
no es un tema nuevo. Lo encontramos en Hegel, entre otros, en un lugar tan
significativo como aquel en que con cierta solemnidad declara la importancia central
de la libertad en el proceso de la historia:
Que el pasado está vivo y actuante en el presente significa que adquiere en éste
una configuración determinada. Es así y no de otro modo. Pero esto, el hecho de
que tenga una configuración determinada no significa que implique un
determinismo, que lo que a partir de ahora ocurra, tenga que suceder necesariamen
te, que esté determinado de antemano. Ante la configuración o las configuraciones
determinadas que ofrece el pasado, el sujeto de la historia en sus diferentes modos
concretos: individuos, estados, naciones o pueblos encuentra un ser pro-puesto. Ese ser
está pro-puesto, en cuanto que el sujeto se distancia de él y es libre así frente al
mismo, sabiendo que, por más importante y condicionante que sea lo que el pasado
le presenta, él, en tanto que sujeto, es otra cosa, posee una mismidad inalienable y en
su virtud es libre y autónomo frente a ello.
Esta actitud constitutiva del sujeto ante el pasado hace que éste no simplemente
sea de un modo determinado, posea esa o aquella configuración, sino que, al aparecer
ante él en cuanto sujeto libre, se abra ante el mismo como un conjunto de
posibilidades. Estas posibilidades no están pues simplemente ahí, de antemano, sino
que son o se constituyen como tales en virtud de que el sujeto se sitúa ante el
pasado y se propone obrar a partir de él. Es entonces cuando el pasado no
simplemente pone a disposición del sujeto una serie de elementos o datos que están
ya, como tales, definitivamente fijados. Ofrece además posibilidades en cuanto que
el sujeto le interroga de una determinada forma y por tanto no se deja llevar ni por
lo que el pasado ya es ni tampoco por lo que él mismo es. Así pues, las
posibilidades no están ahí de antemano; aparecen en tanto que el sujeto es libre y se
sabe y se afirma como un sí mismo.
l .0 Que tampoco me son regaladas, sino que tengo que inventármelas, sea
originalmente, sea por recepción de los demás hombres, incluso en el ámbito de
mi vida. Invento proyectos de hacer y de ser en vista de las circunstancias. Esto es
lo único que encuentro y que me es dado: la circunstancia. Se olvida demasiado
que el hombre es imposible sin imaginación, sin la capacidad de inventarse una
figura de vida, de "idear" el personaje que va a ser. El hombre es novelista de sí
mismo, original o plagiario.
2. 0 Entre esas posibilidades tengo que elegir. Por tanto, soy libre. Pero,
entiéndase bien, soy por fuerza libre, lo soy quiera o no. La libertad no es una
actividad que ejercita un ente, el cual aparte y antes de ejecutarla tiene un ser fijo.
Ser libre quiere decir carecer de identidad constitutiva, no estar adscrito a un ser
determinado, poder ser otro del que se era y no poder mostrarse de una vez y
para siempre en ningún ser determinado. Lo único que hay de ser fijo y estable
en el ser libre es la constitutiva inestabilidad (Ortega y Gasset, 1 973: VI, 34).
Las consideraciones que cabe hacer en relación con el tema que nos ocupa y
más concretamente respecto de las posibilidades con las que el hombre necesita
construir su futuro son las siguientes. En primer lugar, Ortega opera a la hora de
considerar y evaluar el proceso histórico, con el modelo de una radical
discontinuidad. El pasado determina, no para construir desde él y sobre él el futuro,
sino para impedir que se vaya a repetir, ni siquiera estructuralmente, lo que ya se
hizo o simplemente aconteció. Es una especie de teología negativa aplicada a este
campo, en el sentido de que sabemos que el futuro no será nada de lo que ha sido
el pasado, porque inexorablemente el hombre evita ser lo que fue (1. c., 40) .
Esta tesis de Ortega supone otra que está implícita en ella, la de que futuro es
equivalente a novedad total. Pero en este caso resulta difícil de explicar una de las
tesis fundamentales de Ortega - ya mencionada-, la de que "la historia es un
sistema - el sistema de las experiencias humanas que forman una cadena inexorable
y única'' (1. c., 43). Pues lo que respecto del presente es futuro, en algún momento
llegará a ser pasado y por tanto formará, con el resto del pasado, parte de esa
"cadena inexorable"; es decir, estará determinado por todo el proceso anterior y en
estricta continuidad con él.
Ante la historia tenemos una doble certeza: a) que muchas cosas, que son posibles en
un tiempo determinado, no lo son en otro. La imprenta, que abre al hombre
posibilidades inéditas de expresión, de comunicación, etc. probablemente no fue
posible antes de que Gutenberg la inventase. El descubrimiento y la liberación de
la energía atómica le abren al hombre de par en par las puertas a muchas cosas,
antes impensadas e impensables. Tal vez ese descubrimiento fue posible antes, pero
con seguridad no lo fue en la larguísima época de las dinastías egipcias. Lo que hoy
es ya posible tendemos a pensar que fue imposible antes. b) No sólo eso.
Determinadas formas de vida, que fueron habituales durante un tiempo, durante
• •
siglos incluso, dejan de ser habituales en un momento dado; dejan de tener vigencia
y, como consecuencia, no son ya posibles, por ejemplo, en nuestra cultura occidental
de hoy, utilizar un arado romano, ir al mercado a lomos de caballería, etc. Todo eso,
y tantas otras cosas más, se pueden recuperar, pero no de forma auténtica, como
elemento integrante de una forma de vida, sino a lo sumo como reliquia del pasado.
Como los cambios no son simultáneos en los diferentes países y culturas, lo que en
algunos ha desaparecido puede en otros seguir existiendo aún.
en muchos casos conceptos paradójicos. Hay cosas imposibles que, aun teniendo una
conciencia al menos vaga de que lo son, son apetecidas. Más aún, del hecho de que
sea así y en un momento dado se apunte demasiado alto, depende también que se
vayan superando límites, aparte de que no siempre cosas que aparecen como
imposibles lo son en realidad. Y respecto de lo posible, no siempre lo que aparece como
tal lo es en realidad: por desconocimiento, por frivolidad, por hybris o por pura y
simple necedad, que es según parece parte del destino humano:
El interior del necio es un vaso roto,
. . . .
que no retiene n1ngun conoc1m1ento . . .
,
Un enigma es por qué los pueblos, al igual que en tantísimos casos los
individuos, caminan obstinadamente y a sabiendas, hacia su ruina, como si no lo
pudieran evitar, cuando en realidad sí pueden. En otros casos, la decadencia se
produce de modo inevitable, cuando un pueblo o una cultura han dado ya de sí
todo lo que podían, si no absolutamente, sí en algún aspecto de la capacidad
creadora o de la eficacia en general. Hoy no resultan aceptables las explicaciones de
Spengler por su carácter biologista y fatal:
La obra de Spengler fue una de las más leídas desde su aparición, en 1 9 1 8, hasta
al menos el final de la vida de su autor ( 1 936) y en cambio hoy es raro verla citada,
excepto cuando es cosa obligada porque se hace un balance historiográfico de las
diferentes teorías y concepciones de la historia. En su momento tuvo un éxito
extraordinario: "Este libro erudito y difícil estuvo de la noche a la mañana en b oca de
• •
Las razones de que el interés por esta obra se haya poco menos que esfumado son,
entre otras, por una parte, el hecho de que considera a la raza como sujeto
prioritario de la historia, lo cual después de la trágica experiencia del
nacionalsocialismo y de la Segunda Guerra Mundial consiguiente provoca un
instintivo rechazo. Bien es cierto que hay quien hoy sustituye raza por etnia, que
viene a significar lo mismo. Sin embargo, las palabras tienen a veces un peso
inamovible. Por otra parte, la concepción de Spengler es declaradamente irracional y
relativista, hasta el punto de no concederles ningún valor a conceptos tan
fundamentales como verdad y justicia.
La idea no es del todo original. La frase con que empieza el texto la enuncia,
como es bien sabido, Hegel. Pero por más analogías que se quieran establecer, la
concepción de ambos es diferente, como se encarga de poner de manifiesto el mismo
Spengler, cuyos inspiradores son Goethe y Nietzsche, a quienes a su vez interpreta de
forma muy unilateral. Hegel dista de tener una concepción biologista y, aunque
también opina que las culturas - espíritus de los pueblos - se suceden unas a otras,
ello no significa que desaparezcan simplemente, ya que quedan integradas en el
conjunto de la historia. Quedan superadas, es decir, reasumidas en un contexto
nuevo, en el que continúan estando presentes y siendo eficaces. Esto es más acorde
con la realidad. Las culturas, formas de vida, etc. tienen sus ciclos pero también es
cierto que los sujetos de las mismas, pueblos o naciones, se renuevan y terminan por
reaparecer o "reproducirse" en otras.
De las diferentes clases de lo posible podemos mencionar, para situar el problema, las
siguientes: a) lo posible como ente en potencia, en cuanto que posee en sí la tendencia
y la fuerza necesaria para llegar a ser, si se cumplen las condiciones que se requieren
para ello o no hay nada que lo obstaculice, por ejemplo un grano de trigo o una
bellota sólo pueden transformarse en planta bajo determinadas condiciones, si bien
tienen la tendencia a ello. b) Lo que puede existir y necesariamente existirá en un
momento dado. Un volcán por ejemplo entra en erupción en un momento preciso
de forma inevitable debido a la concatenación de causas y efectos, sin que haya nada
que lo pueda evitar. e) Posible es también lo que entendemos que puede tanto ser
como no ser. Uno puede tanto levantarse como permanecer sentado; ir al teatro o
quedarse en casa. En relación con la historia la mayoría de los acontecimientos no
estaban predeterminados antes de existir, podían tanto existir como no existir. Son por
ello posibles contingentes, es decir, posibles que pueden tanto realizarse como no
realizarse.
Una vez que se realizan, ¿cuál es su carácter? Por una parte, lo que se ha
realizado, no es posible que no se haya realizado, además de formar parte del conjunto
de la realidad de modo necesario, puesto que es contradictorio pensar la historia o
hablar de historia sin tener en cuenta los hechos históricos. Sin embargo en un cierto
sentido sigue teniendo carácter contingente en cuanto que, si antes de existir era un
posible contingente, porque no era necesario al conjunto de los fenómenos, tampoco
sera en mismo necesano, una vez que ya existe, aunque su existencia nece-
, ,
. . . . .
SI
sariamente implique consecuencias. Como algo real que ya existe es una pieza de la
realidad histórica, que sin ello no sería la misma. Sin embargo sin ello la historia
sería igualmente historia y en ese sentido el fenómeno en cuestión es prescindible. Es,
pero podría no ser, puesto que pudo no haber sido. Es el aspecto que se puede
asumir de la afirmación de Kierkegaard: "Lo real efectivo no es más necesario que lo
posible" ( 1 959: 89) .
eXIstencia.
Como en todo poema genial se dicen otras muchas cosas. Aquí sólo lo citamos
para aludir al carácter efímero de lo histórico, algo que es recurrente en la obra de
B orges. La cuestión es, sin embargo, si lo efímero es necesario. Aunque entendemos
que los fenómenos históricos son contingentes en cuanto que cada uno de ellos
puede ser pensado como innecesario para el curso mismo de la historia, ¿qué cabe
decir si se contemplan esos mismos fenómenos en referencia al conjunto de la
historia?
camma.
.....,. a referencia al sistema viene de la mano de las categorías que hemos venido
exponiendo, en cuanto que implican una unidad básica en que se apoyan y se
explicitan. Por otra parte la historicidad, que
parece suponer que los conceptos a priori, presuntamente válidos de una vez por
todas, son incompatibles con un desarrollo temporal y, sobre todo, histórico, en
cuanto que tal desarrollo va unido a una modificación del modo de pensar en
..
Por sistema entiendo la unidad de los diversos conocimientos bajo una idea
(Kant KrV A 832, 1 956: 748).
En síntesis y en palabras del propio Kant: "La razón humana es arquitectónica por
naturaleza, es decir, considera todos los conocimientos como pertenecientes a un posible
sistema'' (KrVA 474, 1 956: 479).
Nada parece ser más ajeno a la mentalidad dominante hoy que esta concepción
Queda 1 minuto en el libro 94%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
de Kant, muy especialmente en lo que atañe a la reflexión, sea filosófica o no, sobre
la historia. La tarea de la razón parece haber terminado por convertirse en
legitimación de relatos a los que nada aporta y respecto de los cuales se revela como
prescindible en el fondo, pues para lo que se lleva a cabo basta con la imaginación
y, en el mejor de los casos, con los actos del entendimiento. Lo que cuenta no es la
mayor diversidad posible en la unidad más alta posible sino una simple diversidad
dentro de una unidad mínima y etérea, apenas reconocible. Así el conocimiento,
que se presentaba como filosófico, ha terminado por ser una rapsodia, lo opuesto a lo
que Kant exigía (Kr VA 832, 1 956: 748).
La función que tenía en Kant la unidad de la razón como raíz que se despliega
en la realización del sistema, la asume ahora en Hegel con plena propiedad el
espíritu mismo. En un fragmento de su última etapa leemos:
Esto no significa que Hegel deje de lado la propia dimensión racional, pues a la
postre la razón representa la concreción del mismo espíritu. De ahí que en nota
manuscrita dejara consignado, como una especie de programa al igual que como
tesis ya sobrentendida: "Sistema racional concepto desarrollado" (Hegel, 1 970 y ss.:
7, 79), que es tanto como decir que el sistema de la razón es el desarrollo del
concepto, y por tanto, del concepto en su grado máximo, que es el concepto del
esp1ntu.
1 •
El mundo es un Kócr¡.o
.t <;, un sistema, en el que todo tiene relación esencial
entre sí y nada está aislado - algo ordenado en sí, donde cada cosa tiene su lugar
e interviene en el todo, subsiste mediante el todo e igualmente es activo y eficaz
para la producción, para la vida del todo (l. c., 520).
Con algún matiz podría valer esto mismo para el planteamiento de Hegel sobre
la conexión de libertad y necesidad. Sus textos, así como los de Kant, Schelling y el
mismo Heidegger podrían servir como sugerencias y apoyatura de una exposición
amplia sobre el tema de la relación entre sistema e historia, pero aquí hemos
preferido limitarnos a una breve exposición que consta sólo de los puntos siguientes:
Nuestra visión más elemental de los fenómenos en general nos lleva a pensar
que están ahí en orden a algo de lo que forman parte y que contribuyen a
constituir. Nos resistimos a creer que el conjunto de los fenómenos sea caótico,
porque en tal caso no tendríamos posibilidad alguna de entenderlos. Podríamos
a lo sumo introducir desde fuera un orden que, al no tener que ver de suyo
con los fenómenos mismos, no nos posibilitaría el acceso a lo que ellos son.
Trasladando esto al ámbito de los acontecimientos históricos sabemos que,
Queda 1 minuto en el libro 95%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
aunque el cuadro que nos presentan sea en extremo abigarrado y complejo, cada
uno de ellos tiene una estructura y una consistencia propias. De ahí podemos
concluir que el conjunto mismo en cuanto tal representa algo así como una
totalidad organizada. De ese presupuesto implícito partimos cuando
intentamos conocerlos. Pues siempre que conocemos ordenamos los fenómenos
de una forma determinada, es decir, los vemos bajo el prisma de totalidad a la
que pertenecen. Puede haber - hay de hecho - múltiples totalidades parciales,
pero al fin tendremos que presuponer, al menos como una especie de idea
reguladora, una totalidad que las engloba. La microhistoria supone al menos la
legitimidad de la macrohistoria que además, en la realidad, cada vez gravita
más sobre nosotros de hecho. La historia de los fragmentos remite
conceptualmente al todo del que los fragmentos forman parte.
3 . Los dos aspectos anteriores pueden sugerir que los acontecimientos concretos
quedan diluidos en la totalidad o en la conexión con otros acontecimientos.
No debe ser así, sin embargo, porque cada uno de ellos está dotado de su
propia singularidad. Cada uno de ellos postula en consecuencia ser investigado
y conocido en lo que es en sí mismo. Está por ello plenamente justificada la
microhistoria o la historia de los fragmentos, tanto más cuanto que desde una
concepción filosófica tenemos un soporte en la visión monadológica de
Nicolás de Cusa y de Leibniz, y desde una concepción científica se han
puesto de manifiesto la riqueza insondable de lo atómico, de lo que de tan
pequeño es de suyo indivisible. Pero esto tiene una contrapartida. Lo singular
está acotado y posee un perfil propio, pero no está ni puede estar aislado. La
investigación singularizada de los acontecimientos, lejos de contemplarlos
como compartimentos separados, debe hacer posible, muy al contrario, verlos
como lo que en realidad son: puntos de vista únicos, irrepetibles e insustituibles
del universo mismo.
Bibliogra
Acham, K. ( 1 97 4): Analytische Geschichtsphilosophie. Alber, Freiburg/Múnich.
Agustín ( 1 955): Las confesiones, edición de A. Custodio Vega, Bac, 3.a edición. Madrid.
Alvarez Gómez, M. ( 1 968): Die Verborgene Gegenwart des unendlichen bei Nikolaus von Kues.
Anton Pustet, Múnich.
1 9 1 -200.
(1990): "El presente está solo. Comentario a un poema de Borges", en Historia, Literatura,
Pensamiento 1, Estudios en homenaje a María Dolores Gómez Molleda, edición de
M. Samaniego Bonen y V. del Arco López, Universidad de Salamanca, 6 1 -80.
( 1992): "Die Macht des Scheins", en V. Ruhle ( ed.) Beitriige der Philosophie aus
Spanien, Alber, Freiburg/Múnich, 27-53.
SS.
(2002a): "El método dialéctico)), en R. Rodríguez (ed.), Métodos del pensamiento ontológico,
Síntesis, Madrid, 89-143.
,.
J. María André (eds.), Coincidencia de opuestos y concordia. Los caminos del pensamiento
en Nicolás de Cusa, Sociedad C.-L. Filosofía, Salamanca, 1 7-36.
61-1 1 1.
( 1996): Elemente und Ursprünge totaler Herrschaft, 5.a ed. Piper, Múnich.
Aristóteles ( 1 974): Poética. edición trilingüe por V García Yebra, Gredos, Madrid.
Assmann, J. (2000): Herrschaft und Heil Politische Theologie in Altagypten, Israel und Europa.
Hauser, Múnich.
(2005): Das kulturelle Gedachtnis. Schrift, Erinnerung und politische ldentitat in ftühen
Hochkulturen, Beck, Múnich.
Baberowski, J. (2005): Der Sinn der Geschichte. Geschichtestheorien von Hegel bis Foucault.
Beck, Múnich.
Batscha, Z. (ed.) ( 1 977): Aujklarung und Gedankenfreiheit. Fünfzehn Anregungen, aus der
Geschichte zu Lernen. Suhrkamp, Fráncfort.
Bauer, G. ( 1 962): ((Geschichtlichkeit'� Wege und lrrwege eines Begrijfs. W De Gruyter, Berlín.
Belenguer, E. (2002) El imperio de Carlos V Las coronas y sus territorios. Península, Barcelona.
( 1 999): Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia, traducción de Juan Miguel
Palacios, Sígueme, Salamanca.
Bloch, E. ( 1 9 1 8) : Geist der Utopie, Erste Fassung, von Duncker und Humblot, München
und Leipzig. Reproducción facsímil ( 1 977), Suhrkamp, Fráncfort.
Boman, Th. ( 1 965) : Das hebraische Denken im Vergleich mit dem Griechischen. Vandenhoeck
y Ruprecht, Gotinga.
Brodersen, K. (ed.) (2002): Grosse Reden. Von der antike bis heute. Wiss. Buchgesellschaft,
Darmstadt.
Buber, M. ( 1 923): "Ich und Du", reeditado en Dialogisches Leben, G. Müller, Zúrich,
1947: 1 3-128.
Bulthaup, P (ed.) ( 1 975): Materia/en zu Benjamins Thesen. ({Über den Begriffder Geschichte".
Beitr age und Interpretationen, Suhrkamp, Fráncfort.
Cerezo Galán, P. (2003): El mal del siglo. El conflicto entre Ilustración y Romanticismo en la
crisis finisecular del siglo XIX. Biblioteca Nueva, Madrid.
Dierse, U. (200 1): ''Utopie", en Historisches Worterbuch der Philosophie, Band XI, Wiss.
Buchgesellschaft, Darmstadt.
Dilthey, W y Yorck von Wartenburg, P. ( 1 995): Briefwechsel zwischen Wilhelm Dilthey und
dem Grafen Paul Yorck von Wartenburg 1877-1897, Olms. Hildesheim (segunda
reproducción de la edición Halle, 1 923).
Domínguez Ortiz, A. (2000): España. Tres milenios de historia. Marcial Pons, Madrid.
D ux, G. (1 992): Die Zeit in der Geschichte. Ihre Entwicklungslogik vom Mythos zur Weltzeit.
Suhrkamp, Fráncfort.
Eliot, T. S. (200 1): La tierra baldía) cuatro cuartetos y otros poemas> edición bilingüe de
J. Malpartida, y J. Doce. Círculo de Lectores, Barcelona.
Evans, R. J. (2005): La llegada del Tercer Reich, trad. de J. M. Álvarez, Península. Barcelona.
Fernández Álvarez, M. ( 1999): Carlos V Un hombre para Europa. Espasa Calpe, Madrid.
Fischer, F. ( 1 961): Griffnach der Weltmacht: die Kriegszielpolitik des kaiserlichen Deutschland
191411918. Athen aum, Kronberg.
Flasch K. ( 199 3): Was ist Zeit? Augustins von Hippo. Das XI Buch der Confesiones.
Historisch -philosophische Studie. Text - Übersetzung- Kommentar, Klostermann, Fráncfort.
Foucault, M. ( 1 970): La arqueología del saber, trad. de A. Grazón, Siglo XXI, México.
Fried, J. (2004): "Geschichte und Gehirn. Irritationen der Geschichtswissenschaft durch Ged
achtniskritik" , en Ch. Geyer (2004a), Hirnforschung und Willensfreiheit. Zur Deutung der
neusten Experimente) Suhrkamp, Fráncfort, 1 1 1 - 1 33.
Gabilondo, A. ( 1 990): El discurso en acción. Foucault y una ontología del presente. Anthropos,
" "
Madrid.
(2003): Zur Fischer Kontroverse-40 ]ahre danach, en Sabrow y otros, Zeitgeschichte als
Streitgeschichte. Grosse Kontroversen seit 1945, Beck, Múnich, 4 1 -57.
Geyer, Ch. (ed.) (2004a) : Hirnforschung und Willensfreiheit. Zur Deutung der neusten
Experimente. Suhrkamp, Fráncfort.
(2004b): "Frieds Brainstorming. Jetzt ist auch die Geschichte aufs Gehirn gekommen",
en Geyer, Ch. (2004a): 1 34-1 39.
Gibbon, E. ( 1 993): The Decline and Fall of the Roman Empire, 1-IIL introduccion de
H. Trevor-Roper, Everyman's Library, Londres.
Gimmler, A. y otros, ( eds.) ( 1 997) : Die Wiederentdeckung der Zeit. Reflexionen. Analysen.
Konzepte, Wiss. Buchgesellschaft, Darmstadt.
Halbwachs, M. ( 1 985): Das Gediichtnis und seine sozialen Bedingungen. Suhrkamp, Fráncfort.
Hartmann, N. ( 1 962): Das Problem des geistigen Seins. Untersuchungen zur Grundlegung der
Geschichtsphilosophie und der Geisteswissenschaften, 3.a ed. W. De Gruyter, Berlín.
Haym, R. ( 1 870): Die romantische Schule. Ein Beitrag zur Geschichte des deutschen Geistes.
(1 968): Vorlesungen über Philosophie der Geschichte. Meiner, Hamburg, trad. de J. Gaos
(=Gaos), Alianza, Madrid, 2004.
( 1 970a): Grundlinien der Philosophie des Rechts oder Naturrecht und Staatswissenschaft im
Grundrisse, (=TW 7) . Suhrkamp, Fráncfort.
( 1 979): Dijferenz des Fichteschen unn Schellingschen Systems der Philosophie, edic. de
H. Brockard y H . Buchner, Meiner, Hamburgo, trad. de M. C. Paredes, Diferencia entre
los sistemas de filosofía de Fichte y Schelling, Tecnos, Madrid, 1 99 1 .
( 1 986): Vorlesung über die Geschichte der Philosophie. Teil 4. Philosophie des Mittelalters
und der neueren Zeit, edición de P. Garniron/W Jaeschke, Meiner, Hamburgo.
( 1 987): fenaer Systementwürfe 111, Naturphilosophie und Philosophie des Geistes, edición
de R. P. Horstmann, Meiner, Hamburgo.
( 1 990): Wissenschaft der Logik. Die Lehre vom Sein (1832), edición de H.-J. Gawoll,
Meiner, Hamburgo.
( 1 994): Wissenschaft der Logik. Die Lehre vom Begrijf, edición de H.-J. Gawoll y
( 1 999): Wissenschaft der Logik. Die Lehre vom Wesen (1 813), 2. Auflage, edición de
H. J. Gawoll, Meiner, Hamburgo.
Heidegger, M. ( 1957): Identitat und Differenz. Neske, Pfullingen (incluye los textos
fundamentales: Der Satz der Identit at [ 1 1-34] y Die onto-theo-logische Verfassung der
Metaphysik [37 -47]). Hay edición bilingüe: Identidad y diferencia, a cargo de Arturo
"'
( 1 959): Vortrage und Aufsatze. Neske, Pfullingen, trad. de E. Bar jau, Conferencias y
artículos, Serbal, Barcelona, 1 994.
( 1 963): Sein und Zeit, 1 0.a ed., Niemeyer, Tubinga; trad. de J. E. Rivera, Ser y Tiempo,
Trotta, Madrid, 2004 (con ligeras modificaciones en la traducción).
(1989): Beitrage zur Philosophie. Vom Ereignis. Klostermann, Fráncfort; trad. española de
D. V Picotti: Aportes a la filosofla. Acerca del evento, Biblos, Buenos Aires, 2003.
Heinisch, K. J. ( 1 960): Der utopische Staat. Mo rus: Utopía. Campanella: Sonnenstaat. Bacon:
Neu Atlantis, Rowohlt, Reinbek bei Hamburgo.
Heintel, E. ( 1 960): "Wie es eigentlich gewesen ist. Ein geschichtsphilosophischer Beitrag zum
Problem der Methode der Historie", en Erkenntnis und Verantwortung. Festschrift für T
Litt, edición de J. Derbalav y F. Nicolin, Schann, Düsseldorf.
Herbst, L. (2004): Komplexitat und Chaos. Grunzüge einer Theorie der Geschichte. Beck,
Múnich.
Herder, J. G . ( 1 969): Auch eine Philosophie der Geschichte zur Bildung der Menschheit,
Berlín (Ost), en Herders Werke in fünf Blinden. 2. Aufbau. Berlín/Weimar.
(2002): Ideen zur Philosophie der Geschichte der Menschheit, edición de W Pross,
W Buchgesellschaft, Darmstadt.
Hernández Sandoica, (2004): Tendencias historiogrdficas actuales. Escribir historia hoy. Akal,
Madrid.
Gotinga.
Hinske, N. (ed.) ( 1 98 1 ): Was ist Aujklarung?, Beitrage aus der Berlinischen Monatschrift. W.
Buchgesellschaft, Darmstadt.
Horacio ( 1 996): Sátiras, epístolas, arte poética, edición bilingüe de H. Silvestre, Cátedra,
Madrid.
Jaspers, K. (1955): Vóm Ursprung und Ziel der Geschichte. Fischer, Fráncfort.
Jonas, H. ( 1 988): Das Prinzip Verantwortung. Versuch einer Ethik für die technologische
Zivilisation. Insel, Fráncfort.
Judt, T. (2006): Postguerra. Una historia de Europa desde 1945, trad. de J. Cuéllar y
E. Gordo del Rey, Taurus, Madrid.
Kant, l . ( 1 956): Kritik der reinen Vernunft ( KrV), edición de R. Schmidt; Crítica de la
=
( 1 964a): Kritik der praktischen Vernunft ( KpV), en Werke in zehn Banden, 6, edición
=
( 1 964b): Beantwortung der Frage: was ist Aujklarung?, en Werke in zehn Banden, 9,
edición de W Weischedel, Wiss. Buchgesellschaft, Darmstadt; trad. de R. Aramayo, ¿Qué es
Queda 1 minuto en el libro 98%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
Kasten, H. (200 1): U?Ze die Zeit vergeht. Unser Zeitbewuftsein in Alltag und Lebenslauf,
Wiss. B uchgesellschaft, Darmstad t.
Krawietz, W (1995): Theorie der Verantwortung - neu oder alt en Bayertz, K. (ed.):
Verantwortung. Prinzip oder Problem?, Wiss. Buchgesellschaft, Darmstadt, 1 84-2 16.
Leibniz, G.W ( 1 970): Discours de métaphysique et corresp ondance avec Arnaud, Textes et
Lévy, B-H. ( 1992): Las aventuras de la libertad, trad. de l. Echevarría, Anagrama, Barcelona.
Machado, A. ( 1989): Poesía y prosa, edic. crítica de Oreste Macri, Espasa Calpe, Madrid.
Mallafré Gavaldá, J. (ed.) ( 1 977): Thomas More, Utopía, introducción, cronología, bibliografta,
notas y traducción inédita. Bosch, Barcelona.
Meier, Ch. ( 1 980): Die Ohnmacht des allmachtigen Diktators Caesar. Drei biographische
Skizzen, Suhrkamp, Fráncfort.
Meinecke, F. ( 1 965): Die Entstehung des Historismus, Oldenburg, Múnich, edición de Carl
Hinrichs ( I .a ed. de 1 936).
Nikolaus vom Kues (1 973): Trialogus de possest. Dreiergespriich über das Konnen.
Queda 1 minuto en el libro 98%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
(2000): Nietzsche und der Nietzschenismus. Mit einen Nachwort: Nietzsche in der
deutschen Gegenwart, 2.a ed., revisada y ampliada, Herbig, Múnich.
Oelmüller, W. ( 1 969): Die unbefriedigte Aufklarung. Beitriige zu einer Theorie der Moderne
von Lessing, Kant und Hegel, Suhrkamp, Fráncfort.
Okin, S. M. ( 1 998): Konflikte zwischen Grundrechte. Fraunerechte und die Probleme religioser
und kultureller Unterschiede, en S. Gosepath y G. Lohmann (eds.): 31 0-342.
Ortega y Gasset, J. (1930): La rebelión de las masas, en OC, IV, 1 13-3 10.
Peder, D. y Wild, M. (2005): Der Geist der Tiere. Philosophische Texte zu einer aktuellen
Diskussion. Suhrkamp, Fráncfort.
Peter, K. H. (ed.) (s. f.): Berühmte politische Reden des 20. jahrhundert, Goldmann, Múnich.
Popper, K. R. ( 1971): Das Elend der Historizismus. Mohr, Tubinga. Trad. de P. Schwartz
( 1 973), La miseria del historicismo, Alianza, Madrid.
Reusch, S. (ed.) (2004): Das Ratsel der Zeit. Ein philosophischer Streif zug, Wiss.
Buchgesellschaft, Darmstadt.
Riestra, J. A. (1978): Condorcet: Esbozo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu
humano, Magisterio español, Madrid.
Rilke, R. M. (2005): Das Stunden-Buch (El libro de las horas), traducción y prólogo de F.
Bermúdez-Cañete, edición bilingüe, Hiperión, Madrid.
Rosenzweig, F. ( 1 990) : Der Stern der Erlosung, Suhrkamp, Fráncfort. Trad. de M. García
Baró, Sígueme, Salamanca, 1 997.
Rossmann, K. ( 1 969): Deutsche Geschichtsphilosophie, Ausgewahlte Texte von Lessing bis Jaspers,
DTV, Múnich.
Saage, R. (ed.) ( 1 992): Hat die politische Utopie ezne Zukunft?, Wiss. Buchgesellschaft,
•
Darmstadt.
Sabrow M., Jessen, R., y Grosse Kracht, K. (2003) : Zeitgeschichte als Streitgeschichte. Grosse
Kontroversen seit 1945. Beck, Múnich.
Sartre, J.-P. ( 1 943): L'etre et le néant. Essai d'ontologie phénomenologique, Gallimard, París.
Sauquillo González, J. ( 1989): Michel Foucault. Una filosofta de la acción, Centro de Estudios
Constitucionales, Madrid.
Philosophie der Natur als Einleitung in das Studium der Wissenschaft (1797),
W. Buchgesellschaft, Darmstadt.
( 1 989): Investigaciones filosóficas sobre la esencia de la libertad humana y los objetos con
ella relacionados. Ánthropos, Barcelona.
Schn adelbach, H . ( 1 974): Geschichtsphilosophie nach Hegel. Die Probleme des Historismus,
Alber, Freiburg.
Schneiders, W (197 4): Die wahre Aujkliirung. Zum Selbstverstiindnis der deutschen
Aujkliirung, Alber, Friburgo/Múnich.
Schorske, C. E. (200 1): Pensar con la historia, trad. de L. Ozores, Taurus, Madrid.
Schulz, W. ( 1 979): !eh und Welt. Philosophie der Subjektivitiit. Neske, Pfullingen.
Schutz, A. ( 1 932): Der Aufoau der sozialen Welt; reeditado en Suhrkamp, Fráncfort, 1974.
Siep, L. (200 1): «System und Geschichte", en Bubner, R. y Mesch, W (eds.) (200 1): Die
Weltgeschichte - das Weltgericht, Klett-Cotta, Stuttgart, 91-94.
Spengler, O. (1 972): Der Untergang des Abendlandes. Umrisse etner Mor phologie der
•
Stolleis, M. (2000): "Der Historiker als Richter - der Richter als Historiker", en N. Frei,
D. V. Laak y M. Stolleis (eds.), Geschichte vor Gericht, Beck, Múnich.
Tessitore, F. ( 1995 - 1 998): Contributi alfa storia e alfa teoría dello storicismo, 1-IV, Edizioni di
Storia e Letteratura, Roma.
Troeltsch, E. ( 1 96 1 ) : Der Historismus und seine Probleme. Erstes Buch: Das logische Problem
der Geschichtsphilosophie, Scientia, Aalen. Reproducción de la edición de 1922,
aparecida en J. C. B . Mohr, Tubinga.
(1982): TI KATA TINOS. Eine Untersuchung zu Struktur und Urs prung aristote!ischer
Grundbegrijfe, Alber, Freiburg.
Queda 1 minuto en el libro 99%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
Volker, M. (2004): "Wohin führt der neuronal turn die Geschichtswissenschaft?", en Ch.
Geyer (ed.), Hirnforschung und Willensfreiheit. Zur Deutung der neusten Experimente,
Suhrkamp, Fráncfort: 140-142.
Von Rad, G. (1957, 1 962): Theologie des Alten Testaments, l-It Kaiser, Múnich.
Weiss, H . ( 1 942): ''Kausalitat und Zufall in der Philosophie des Aristoteles". Reproducción
mecánica en W Buchgesellschaft, Darmstadt, 1967.
Wohlfahrt, G . ( 1 982) : Der Augenblick. Zeit und iisthetische Erfahrung bei Kant, Nietzsche
und Heidegger mit einem Exkurs zu Proust, Alber, Friburgo/Múnich.
Zeltner, H. ( 1 992): Ideologie und Wahrheit. Zur Kritik der politischen Vernunft,
Queda 1 minuto en el libro 1 00%
TEORÍA DE LA HISTORICIDAD (FILOSOFÍA. HERMENEIA) (SPANISH EDITION)
Zimmerli, Ch. y Sandbothe, M. (eds.) ( 1 993): Klassiker der modernen Zeitphilosophie, Wiss.
Buchgesellschaft, Darmstadt.
Zubiri, X. (2006): Tres dimensiones del ser humano: individual, social) histórica, edición de
J. Corominas, Alianza-Fundación X. Zubiri, Madrid.