Sunteți pe pagina 1din 19

UNIVERSIDAD PÚBLICA Y AUTÓNOMA DE EL ALTO

CARRERA DE DERECHO
“METODOS Y TECNICAS DE INVESTIGACION JURIDICA”

EL INDIO
PRESENTADO POR:

El Alto – Bolivia
2017
EL INDIO
RESUMEN
Analizaremos las formulaciones programáticas que los más importantes ideólogos
del indianismo-katarismo boliviano, Fausto Reinaga y Felipe Quispe, hicieron en
sucesivos momentos en las que proponen a los indios como sujeto político central
de la Revolución en su país. Identificaremos los elementos comunes y las
diferencias entre ambos. Sus planteamientos son el sustento ideológico y
organizativo de los procesos de emergencia indígena desarrollados desde la
década de 1970 y tienen su punto culminante en las movilizaciones contra las
políticas neoliberales de los años 2000 al 2005, que llevaron a la presidencia de
Bolivia al dirigente cocalero Evo Morales.

INTRODUCCION

El intelectual indio Fausto Reinaga (1906-1994) formuló el pensamiento indianista


en la década de 1960, que postula a los indios como el sujeto político central de la
Revolución en Bolivia. Sus planteamientos acompañaron la creación de los
primeros partidos indios en su país, aunque no tuvieron una capacidad de
convocatoria masiva. Su elaboración ideológica fue la base de la que se nutrió el
movimiento katarista que se desarrolla a partir de 1969, aunque no bajo su
conducción. El dirigente campesino aymara Felipe Quispe (1942) se formó en el
sindicalismo katarista y en las ideas indianistas de Reinaga, al contrario de éste, su
perfil es más organizador y dirigente que intelectual. Fue cofundador del Ejército
Guerrillero Tupak Katari (EGTK) en 1989, una organización armada integrada por
mestizos e indios; fue encarcelado durante cinco años (1992-1997) por su
participación en él y más adelante fue elegido como secretario ejecutivo de la
Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB),
cargo que ocupó entre 1998 y 2006, y desde cual condujo la movilización aymara
en el altiplano de Bolivia entre 2000 y 2005. En ambas iniciativas asume la herencia
indianista de Reinaga e intenta traducirla en una estrategia radical de la lucha india,
en un katarismo revolucionario.
Los planteamientos de ambos personajes son el sustento ideológico de un lento
pero sostenido proceso de constitución de los indios como sujetos políticos
mediante la autoafirmación de la identidad india a partir de la deconstrucción y
denuncia de los mecanismos racistas que los oprimieron secularmente, y
sustentaron ideológicamente el desarrollo de procesos de organización política
autónoma (que supera la subordinación respecto a los partidos mestizos de
izquierda o derecha), que llevaron a la presidencia de Bolivia al dirigente cocalero
Evo Morales en 2006.

Identificaremos las ideas comunes y las diferencias entre ambos ideólogos en torno
a tres ejes: la persistencia de lo comunitario indio como base de la organización
productiva aún vigente, como soporte para la lucha india, y como sustento de un
Estado indio alternativo futuro; el carácter de la revolución que postulan; y la relación
de los indios con el Estado. El discurso indianista de Reinaga quedó plasmado en
tres libros: La revolución india, El Programa delpib de 1970, y la Tesis india, 1971,
resultado del esfuerzo de elaboración ideológica estimulado por el proceso de
organización india autónomo que Reinaga promueve y acompaña. Las ideas de
Quispe fueron sistematizadas en el libro Tupak Katari vive y vuelve...
carajo, publicado en 1988 como parte del Ejército Guerrillero Tupak Katari. Quispe
ha escrito otros textos en los que hace el balance de sus experiencias organizativas
pero por dificultades materiales no han sido publicados. En ambos personajes, sus
ideas no se reducen a los libros que escribieron, pero éstos fueron el medio elegido
por ellos para hacer perdurables sus ideas, para prestigiarlas y prestigiar a los indios
en una sociedad que los margina de la cultura letrada, para enfrentarlas a las ideas
dominantes que buscan subvertir, es decir, para debatir con los adversarios políticos
mestizos e indios y, sobre todo, para hacerlas circular entre las masas indias,
letradas o no, a las que quieren formar políticamente, crear una nueva conciencia y
preparar para la lucha. Las ediciones publicadas de sus libros no dan cuenta cabal
del alcance de sus ideas entre los indios bolivianos, porque ellas han circulado
también en ediciones piratas y en fotocopias o por trasmisión oral.
Retomaremos sus biografías porque ellas también encarnan un programa político,
su voluntad y orgullo de ser indios, afirmando su identidad diferente y desafiando
con sus acciones políticas y performances al sistema de dominación blanco-mestiza
que pretende negarlos, desindianizarlos. Ambos personajes representan a las
multitudes indias que no tienen la capacidad oratoria en castellano o en aymara, ni
acceso a la cultura letrada, ni un papel protagónico en la historia como ellos tuvieron.
Las representan en un doble sentido: como encarnación de una identidad que
rechaza la inferiorización que les ha sido impuesta y como voceros de sus
aspiraciones.

No reducimos a Reinaga al papel de intelectual ni a Quispe al de político, ambos


han sido intelectuales y políticos, aunque la aportación de cada uno ha sido mayor
en uno o en otro papel. Porque las ideas de Reinaga fueron producto directo de sus
militancias y frustraciones políticas; y la militancia katarista de Quispe motivó su
necesidad de formular las ideas que guiaran su accionar político, como dirigente
indígena no se contentó con acatar las ideas propuestas o impuestas por otros sino
que elaboró sus propias ideas, de ahí su relevancia.

Los planteamientos indianistas y kataristas han sido parcialmente incorporados en


la Nueva Constitución Política del Estado boliviano de 2009 y en el discurso oficial
del gobierno de Morales formulados como el Vivir bien y el Estado plurinacional,
pero no han sido plenamente realizados. Lo que ha colocado en la agenda política
de los sectores indígenas radicales, protagonistas de la movilización del 2000 al
2005, y entre los intelectuales aymaras ajenos al gobierno, e incluso entre los que
forman parte de él, la tarea de recuperar y discutir lo que ellos han dado en llamar
el indianismo-katarismo integrando como una sola, dos propuestas políticas
desarrolladas en distintos momentos y a veces confrontadas. Por ello nos parece
necesario volver a Reinaga y a Quispe, a sus textos y sus ideas situadas en su
tiempo, a los proyectos de transformación vislumbrados por ellos, como una base
para, en otra oportunidad, marcar la distancia entre el indianismo-katarismo y el
discurso oficial y el proyecto del gobierno de Morales.
Este trabajo es resultado de un proceso de investigación iniciado en el año 2000 en
dos líneas, la insurgencia armada de base india del Ejército Guerrillero Tupak Katari
y el movimiento indígena boliviano de principios de siglo XXI; y desde 2006 esta
investigación continúa con el análisis de la relación entre el gobierno "indígena" de
Evo Morales y los sectores indios que lo llevaron al poder. Está sustentado en la
literatura referida y en el trabajo de campo hecho en Bolivia a partir del 2001, en los
escenarios de las movilizaciones y en algunas comunidades del altiplano paceño,
así como en entrevistas hechas a los participantes de estos procesos, en particular
a Felipe Quispe y a Hilda Reinaga, sobrina, heredera y promotora de las ideas de
Fausto Reinaga y editora y distribuidora de sus libros. Así como en la lectura de la
prensa boliviana.

OBJETIVO GENERAL

Analizar las formulaciones programáticas que los más importantes ideólogos del
indianismo.

OBJETIVOS ESPECIFICOS

 Determinar las causas de inicio del indianismo


 Analizar los principales fundamentos teóricos planteados por los autores.

JUSTIFICACION DEL PROBLEMA

Su valor e importancia para la sociedad. Forman parte de esa diversidad que le da


sabor a la vida y la vuelve más interesante. Excluirlos, rechazarlos e Ignorarlos, no
nos permite apreciar la riqueza cultural que nos aportan.

Los grupos indígenas son parte de nuestros orígenes, de nuestra historia, de la


variedad cultural. De acuerdo con la ONU la población indígena mundial se
compone de más de 370 millones de personas, contamos con más de 5,000
grupos étnicos. A pesar de que solo representar el 5 % de la población mundial, su
aportación a la cultura mundial no se puede calcular, se debe valorar. Gracias a
ellos es enorme la diversidad cultural con la que contamos.
Son importantes porque cada uno de ellos nos aporta tradiciones, costumbres,
lenguas, formas de vestir, comer y pensar únicas. Forman parte del mosaico socio-
cultural que nos da identidad y pluralidad Sin ellos nuestra riqueza cultural sería
escaza y limitada.

MARCO TEORICO

Antes de la conquista española, lo que hoy se llama Bolivia tuvo otros nombres.
Constituía una de las cuatro ramas en las que se dividía el Tahuantinsuyo, o sea el
imperio de los Inkas. Estaba poblada casi por entero de quichuas y aimarás, que se
diferenciaban por ciertos rasgos étnicos y por su lengua. Los aimarás, que luego
fueron sometidos por el ejército del Inka, habitaban el norte del país, junto a sus
monumentos históricos de Tiahuanacu, a la orilla del Titikaka, su lago sagrado, de
donde emergieron, según la leyenda, los grandes reformadores del Kollasuyo.

Los quichuas se esparcieron hacia el sud y, para evitar las insurrecciones de los
aimarás, siempre rebeldes e insumisos, el Inka previsor ordenó formar un círculo de
“mitamaes” a su alrededor, vastas pobladas de súbditos que se entremezclaban con
los reacios. De esa manera, en el propio riñón aimará, cuyo foco de población actual
es La Paz, encontramos hoy día algunas provincias como las de Muñecas, Apolo y
otras, habitadas por quichuas.

El calificativo que los conquistadores dieron a los pobladores de América, como es


sabido, fué una equivocación. Todos los naturales desde las Antillas hasta el cabo
de Hornos, para los españoles, eran indios. El término se hizo general y no se
diferenciaba a los caribes salvajes, por ejemplo, de los civilizados peruanos, entre
los cuales había una enorme diferencia de mentalidad, de costumbres, exactamente
la misma que hubo entre los negros del Africa y los egipcios. En verdad, si
reflexionamos seriamente, no hubo en América otra civilización que la de los Inkas
en el sur, la de los mayas en el centro y la de los toltecas y aztecas en el norte. Los
pobladores de otras regiones se encontraban en un estado muy primitivo. Es
importante saber esto, si se quiere estudiar la sociología americana, y no caer en el
error muy difundido por propios y extraños, de confundir el indio guaraní [con el]
araucano, o caribe con el quichua o el aimará, mentalmente superiores, organizados
en pueblos, con sus leyes, sus filósofos, sus poetas y sus funcionarios
responsables, mucho antes de la conquista.

Los quichuas y los aztecas formaban imperios enormes, tenían leyes, conocían el
arte, y su afán civilizador se extendía hasta las tribus atrasadas y bárbaras que
vivían nómadas en los bosques de América.

Sería inútil en este estudio, agregar el testimonio de los cronistas españoles para
fortalecer nuestro juicio. Quien desee penetrar en la historia admirable de estos
pueblos, puede acudir a Prescott, a Cieza de León, a Herrera, a Garcilaso de la
Vega y, por último, buscar en el archivo de Indias los documentos de Ondegardo y
Sarmiento. Pero lo que nos interesa, hoy día, es considerar la situación social de
los pobladores indígenas que habitan Bolivia.

Aimarás y quichuas constituyen dos ramas étnicas diferenciadas. El aimará es bajo


de estatura por lo general, ancho de espaldas y de pecho; miembros cortos y
pómulos del Asia; nariz aplastada y ojos japoneses. Su contextura física fuerte y su
temperamento igualmente. Raza guerrera y batalladora, más tenaz que el quichua,
pero tal vez menos sensible y menos artista. Le gustan al aimará las artes
mecánicas y siente un gran atractivo por las armas de fuego, con las cuales, sabe,
le domina el blanco. Le interesan los inventos modernos y siente verdadero interés
por la electricidad, la química y los cálculos. Excelente comerciante, recorre
distancias enormes vendiendo sus artículos y haciendo permutas. Solamente él
sabe lo que vende. Baja y sube sus montañas, y no se confía a nadie si no es de su
propia raza. Hosco, huraño, poco sociable: he aquí sus defectos. Misántropo, la
soledad es su mundo. Sus mejores amigos, los cóndores y loshuanacus. Menos
sumiso y, no obstante, más explotado que el quichua, vive en el altiplano
trabajosamente. Ninguna raza podría vivir a tanta altura y soportar como él las
durezas del clima. Su alimento frugal consiste en un poco de maíz, unas patatas
heladas y quinua. La tierra inclemente y fría no tiene verdor, y su entraña miserable
apenas le proporciona míseros alimentos. Algunas ocasiones, en las largas
caminatas, se alimenta de tierra salitrosa y durante meses y aún años no prueba
carne, a pesar de que posee rebaños de ovejas y llamas. Se contenta con
trasquilarles la lana, con la cual se fabrica vestidos. Es indudable que la coca
significa para él un elemento importante en su vida. Mascando las hojas de este
vegetal puede trabajar sin fatiga, caminar distancias increíbles y aniquilar su apetito.
Es posible que su pasividad se deba en parte a este alcaloide.

Su vivienda es miserable y consiste ella en un rancho pequeño, las paredes de barro


y el techo de paja. No conoce absolutamente el más elemental confort ni se ven en
su casa sillas, mesas ni camas. Duerme él y su familia en promiscuidad, sobre
pellejos de oveja o de cabra, cubierto con mantas de gruesa lana, policromadas.
Sus rebaños, si es “rico”, consisten en unas cuantas docenas de ovejas o de llamas.
Otros no poseen nada, y viven de lo que les produce el pedazo de tierra que cultivan.
Regularmente pasan hambre y la mortandad de las criaturas acusa uno de los más
altos porcentajes entre los países de América.

El quichua es de facciones finas y atildadas; nariz aguileña y ojos negros, cabello


lacio y, por lo general, ojos ligeramente oblicuos. Su contextura física difiere de la
del aimará, así como su carácter. El quichua es delgado, espigado y de maneras
amables y pacíficas. Excelente diplomático, confía la resolución de los asuntos más
difíciles a su palabra y a sus razonamientos, y, cuando éstos no bastan, recurre a
otros más sutiles y complicados. Sabe simular y sonreír, disculpa los errores,
contemporiza con los males irremediables y es menos levantisco y alzado que el
aimará. Se acomoda con mayor facilidad al blanco y llega a captarlo con su dulzura
y bondad. En cuatro siglos de dominación, el indio se ha rehusado a aprender el
castellano; el blanco ha aprendido el quichua.

En las dos razas indígenas, no obstante, hay un sentimiento de clase bien definido
que se exterioriza cuando estallan las insurrecciones del campo. Basta la más
mínima chispa para encender la campaña y convertir a los pacíficos labradores en
rebeldes intransigentes. El sueño que alimentan ambas razas es la reivindicación
de sus tierras, y, cualquiera que les hable con autoridad en este sentido y les haga
ver posibilidades inmediatas de lucha, logra sublevarlos. La burguesía boliviana
comprende perfectamente cuál es el punto neurálgico de su sistema social, basado
en la más completa sumisión, y evita por todos los medios preservar la agitación
entre los campesinos. Las sublevaciones indigenales no son de ayer ni aparecieron
con el comunismo actual. Son tan viejas como su misma esclavitud.
Todas terminaron ahogadas en sangre, reprimidas bárbaramente, fusilando a los
caciques, ametrallando pobladas enteras. Quien desee enterarse de estos crímenes
colectivos del gobierno boliviano no tiene que tomarse otro trabajo que leer las
crónicas de los mismos diarios de Bolivia. La última insurrección indigenal en el
departamento de Potosí, durante el gobierno de Siles, costó más de doscientas
vidas. El ejército boliviano ejercitó la puntería de sus armas modernas en los
cuerpos de hombres, mujeres y niños. ¡Los lanceros hicieron magníficas proezas y
derrotaron completamente a los pobres indios armados de palos!

El error de los indios, indudablemente, ha sido levantarse contra la autoridad o


simplemente reclamar sus elementales derechos, sin estar provistos de armas
suficientes y de una buena organización. Supliendo estas fallas, uniendo sus
reivindicaciones a las de los mineros y formando un frente común, es posible el
éxito.

Pero la más grande sublevación que conoce la historia del Alto—Perú es la que ha
pasado hasta nosotros, acaudillada por un formidable indígena llamado Tupac
Amaru, el corazón ardiendo y el cerebro ágil; sublevación que contó en sus filas a
más de doscientos mil indios y puso cerco a la ciudad de La Paz por 159 días, allí
por el año 1781. Derrotado Tupac Amaru más propiamente engañado por los
españoles, el caudillo fué condenado a muerte, siendo descuartizado después de
ser atado a la cola de cuatro caballos furiosos. Tupac Amaru habría podido vencer,
tal vez, si no cae en la hábil celada que le tendieron las autoridades. Como sucede
estos casos, se le hizo concebir proyectos de reformas si deponía su belicosa
actitud y suspendía el sitio. Se le habló de la justicia que asistía a su raza y,
finalmente, se le propuso una conferencia, a la que asistió con la mejor buena fe, la
que concluyó, como es natural, con aprehensión y juzgamiento, acusado de reo de
la más alta traición, la cual consistía en reclamar derechos para los indios
que morían y se agotaban a millares en las mitas, las encomiendas y los trabajos
forzados.

La sublevación de Tupac Amaru es recordada como el primer empeño formal de los


indígenas americanos para reivindicar sus propios intereses, sin estar mezclados a
los mestizos y a los blancos, que, un siglo después, combatirían unidos y derrotarían
al conquistador. Históricamente no figura en primer plano entre los hechos heroicos
de América. La historia fué escrita por el criollo, victorioso sobre el español. Pero es
indudable que esta insurrección, así como las que han seguido hasta nuestros días,
guardan un ritmo uniforme y no se pueden confundir con los motines y revoluciones
cuarteleras. El indio, a través de todas sus luchas, ha perseguido siempre la tierra.
Igual que en México, le ha preocupado la conquista agraria antes que la política. Su
intento ha consistido en posesionarse de la tierra que trabaja. Detrás del cura
Hidaldo [Hidalgo], de Morelos, Matamoros, los indígenas mexicanos perseguían
antes que nada la restauración de sus ejidos, y si peleaban contra el español era
con el objeto de despojarlo de sus tierras, secularmente suyas.

Los criollos se aprovecharon largamente de esta buena disposición de los indios


para sus luchas políticas de predominio contra el español. Les hablaron un lenguaje
conmovedor de libertad, les ofrecieron restituirles sus tierras, logrando de esa
manera un contingente apreciable de soldados que dieron su sangre y su brío sin
beneficiarse lo más mínimo después del triunfo.

Belgrano y Castelli, generales a argentinos se preocuparon del indio e incluyeron


las reivindicaciones de los autóctonos en sus proclamas fogosas y patrióticas; pero
ellas sirvieron solamente de adorno lírico. Las olvidaron muy luego, cometiendo los
soldados de la independencia iguales depredaciones y felonías con los indios, hasta
el extremo que los habitantes de Potosí, justamente indignados, se sublevaron
contra el ejército libertador argentino que había ingresado al Alto-Perú.

Inaugurada 1a república, todos los caudillos hablan de libertar al indio y adaptarlo a


las costumbres democráticas. Díctanse leyes y decretos en tal sentido, pero son tan
falsos y tan vacíos de contenido, que pretenden de un solo golpe, por acto mágico,
trasplantar la mentalidad occidental al cerebro del indio. La evidencia niega
tácitamente las leyes. El indio permanece sometido a todos los abusos y
exacciones. Si la república fué el fruto de cruentas luchas de todos los americanos
contra el español, el indio no había ganado otra cosa que cambiar de amo. Y el amo
criollo era peor que el español. La república fué una muletilla cómoda, pero sus
apetitos de dominación inmensos. Se sobrecargó a los indios los trabajos más duros
y vejatorios, teniendo en una mano la ley y en la otra la espada en tanto que en las
ciudades se hilaban reformas políticas y se hablaba de los derechos del hombre,
imitando a los franceses.

Cincuenta años más tarde, el presidente Morales se titula protector de la clase


indígena, y lo que hace es expoliarla. El tirano Melgarejo declárase salvador de los
indios y por intermedio de su ministro, el letrado Muñoz, su consejero fiel y
subordinado, interpreta la “democracia” a su leal entender y saber. Para mejor
“protegerlos”, confisca las tierras de muchísimas comunidades y las obsequia a sus
parciales y amigos.

Melgarejo resucita el procedimiento colonial. Entre los conquistadores fue una


vieja costumbre asentar su dominio feudal sobre la propia comunidad. Así, enormes
territorios incluyendo sus pobladores pertenecían a un solo hidalgo o funcionario
afortunado. La consigna era graciosa y criminal: “hasta donde alcanzase la vista”
como premio a sus hazañas, a sus denuncias y a sus certificados de impunidad.
Almagro es dueño de Chile. Perú, Bolivia y Ecuador están distribuidos entre los
secuaces y soldados de la conquista. Era la costumbre feudal y el conquistador, por
lo menos, procedía con menos descaro. Pero inaugurada la república el despojos
son idénticos y con un disfraz que horroriza. Los grandes propietarios de tierras se
hacen en palacio y son resultado de la adulación, del motín y de la intriga. El
presidente regala tierras o se apropia de ellas mediante decretos. Los indios son
considerados como esclavos, y se justiprecia la tierra por el número de brazos.
Tanto “per cápita”. Tierra sin colonos es tierra pobre. Mejor si está próxima a la
ciudad.
A los presidentes de la primera época caudillista y militar se les ha calificado de
tiranos con legítima razón. Sus actos han sido arbitrarios, manu
militari, sin contemplaciones de equidad. Cuando los diarios actuales hablan de
Melgarejo, de Daza o de Morales, no dejan de horrorizarse de sus actos contra toda
ley y justicia. Pero no porque hayan pasado los tiempos de Morales y Melgarejo, los
procedimientos de apropiación de la tierra indigenal ha pasado a la historia. El
general Montes, que ocupó la presidencia el año 1906 y se hizo reelegir por segunda
vez en 1914, valióse de iguales métodos, y todavía más arbitrarios, cuando despojó
a los indios de Taraco de sus tierras. Esas grandes y hermosas propiedades, y que
hoy día pertenecen a las familias ilustres de Bolivia, han sido anteriormente
comunidades, como consta en los títulos. Si alguien hace la historia de la propiedad
boliviana, encontrará, seguramente, muchas lágrimas, mucha sangre e iniquidad.
¡Está por hacerse esta historia! Los indios de Taraco, por ejemplo, fueron traídos a
la cárcel de La Paz acusados de insurrección. Se les siguió proceso y se ejecutó a
algunos cabecillas. ¿Pero por qué se insurreccionaron? Porque se les arrebataba
sus tierras; y ellos, de padres a hijos, no habían conocido otro hogar que su
comunidad. Es público y notorio que, en la cárcel de La Paz, se les hizo firmar a los
caciques principales documentos públicos de venta y se les despojó de lo que
siempre fué suyo con el apoyo y la complicidad de la justicia. No hay por qué
admirarse. Si antes el general Melgarejo, por medio de un decreto, hacía
propietarios de grandes latifundios a sus parciales y a sus queridas, en 1908, otro
presidente se servía de procedimientos más modernos. ¡Es la terrible y lógica
historia de la propiedad!

Y no está agotado el capítulo de iniquidades. Es muy frecuente, hoy día, y la práctica


viene de muy lejos, que expendedores y comerciantes de alcohol al por menor se
sitúen en la vecindad de una comunidad indígena, y al cabo de cierto tiempo
aparezcan propietarios de ella. (Podrían darse muchos nombres ilustres y
aureolados que figuran en sociedad). Estos tienen a su disposición el juez el notario
y, finalmente, el gobierno, que toleran todos sus latrocinios con tal que sostengan
su política y gocen de influencia.
Esos grandes hombres públicos que descansan en las ciudades bolivianas en
medio de la molicie, dedicados con inusitado afán a la política, a la poesía y a la
alquimia, tienen la conciencia de su situación privilegiada después de haberse
convertido en poderosos latifundistas, usando los procedimientos más conocidos,
desde la posesión brutal pasta la escritura dolosa y fraudulenta.

El indio jamás ha sido defendido ni atendido por nadie. Cuando ha ido a la ciudad
en busca de justicia y a proclamar sus derechos de la tierra que trabaja, ha
tropezado con el abogado ladino que le esquilma sus últimos recursos; con el juez
de piedra, sordo ante sus clamores, y el gobierno dispuesto a tolerar cualquier
exacción Entonces las sublevaciones son justificadas. Pero ese mismo gobierno
unido en un todo a los grandes propietarios, siempre y cada vez más estrecho,
dispone en seguida la defensa del “orden”. Y no es un delito en Bolivia matar indios
y exterminarlos. Y esta es la historia eterna de las sublevaciones y de las luchas
indigenales.

FALSO SENTIMENTALISMO SOBRE EL INDIO

Hemos examinado las condiciones en que vive el indio y se desarrolla. El hombre ya


lo sabemos es producto del medio social en que se desarrolla. No es posible que el
indio, en la terrible situación en que se encuentra hoy día, produzca algo digno de
mencionarse ni tampoco cree nada. En otros tiempos los indios organizaron
pueblos, construyeron monumentos, fundaron templos al sol, hicieron caminos de
cientos de leguas, dictaron leyes sabias, acertadas y de alta moral. Ningún pueblo
ha sido sometido, en forma tan absoluta, como el pueblo indio. Los mismos judíos,
bajo el reinado de los faraones, tuvieron sus jefes, su religión y sus profetas. Al indio
se le ha quitado todo, desde sus tierras hasta su mentalidad. Lo único que no
pudieron arrancarle fué su idioma. Y por él se mantiene unido. El conquistador lo
creyó pupilo y lo trató como tal, aprovechándose únicamente de sus fuerzas físicas.
El criollo que hizo la revolución de la independencia, se sirvió igualmente de sus
fuerzas y de su sangre, pero no lo libertó. De una plumada, todos los habitantes del
Alto-Perú fueron declarados libres, teóricamente, según la constitución. Pero los
indios siguieron siervos. A tal extremo esto es de evidente, que, hoy día mismo, la
ciudadanía boliviana se concede a aquel que tiene renta de más de doscientos
pesos anuales, “que no provenga de servicios prestados en clase de doméstico,
sepa leer y escribir”. (Artículo 33). Pero la mayoría de los indios y mestizos, es decir,
el ochenta y cinco por ciento de la población boliviana, ignora el alfabeto y no por
su culpa, sino por falta de escuelas, no goza de rentas. Vive en la ignorancia,
soportando la tiranía de una clase minúscula que la subyuga y se beneficia de su
sudor y de su sangre.

Es natural que los españoles no tolerasen a los conquistados en su sociedad y les


privasen de sus derechos a pesar de que mezclaron abundantemente su sangre
con las indias, pero parece incomprensible que los republicanos, durante más de
cien años, hubiesen perpetuado tan injusta opresión. No obstante, los doctores de
todo matiz político, en sus discursos y proclamas, siempre han hablado de civilizar
al indio, obsequiándole líricamente una libertad que no posee. Las luchas
electorales y las contiendas políticas para nada han contado con el indio. Han sido
luchas entre señores y señores, triunfando los caudillos, ya por la fuerza de las
armas o por la corrupción sobre los mestizos.

Dejando la república a la voluntad de los ciudadanos, el placer de instruirse y


educarse, se anticipaba a advertir que solamente podrían hacerlo los que contasen
con medios propios o fuesen favorecidos por circunstancias excepcionales. Y
cuando la ley estableció la “instrucción obligatoria” y se festejó la noticia con
alborozo, tampoco se creó escuelas en número tal, y adecuadas, que pudieran
servir eficientemente. El pobre indio desparramado por los campos, en las serranías
y en los valles, acosado por la vida, cultivando su mísera tierra, no podía desatender
sus trabajos urgentes para ir a la escuela y aprender a leer. Además, las
“obligaciones” de la hacienda –servicios gratuitos y constantes– le ocupaban el
tiempo disponible. Y en estas “obligaciones” no sólo estaba comprometido él, sino
también su familia y sus hijos. ¿Cómo era posible pensar que este hábito escolar
se incorporase en su vida? Además, hay que hablar con franqueza: el patrón
marrullero y astuto, siempre prefirió el indio analfabeto, miedoso y tímido, a aquel
que hablase de sus derechos humanos. Jamás ningún mestizo, ni aún espoleado
por la miseria, fué a trabajar las tierras del hacendado y reemplazar al indio. Ningún
mestizo se rebajó en la calidad de “pongo”, y si alguna vez fué al lado de los indios,
lo hizo en calidad de capataz o patrón.

Esto ha sucedido en todas partes del mundo donde han habido clases terriblemente
sometidas y no hay por qué sorprenderse. Es preciso leer a los escritores más
antiguos, entre ellos al mismo Aristóteles, haciendo el elogio de la esclavitud y, por
consiguiente, de la ignorancia de las masas, para abominar de la sabiduría, porque
así convenía al predominio de las clases ricas.

En los oscuros y tenebrosos libros de los sostenedores del régimen feudal


encontramos párrafos como éstos, que avergüenzan a sus autores: “El patrón, en
toda época y tiempo, tiene que hacer sentir la autoridad sobre sus siervos. Y debe
mantenerla por cualquier medio, aun usando de la violencia, de la astucia y de la
malicia. Los castigará por la más pequeña falta, descuido o ligereza, con tal que no
se relaje la disciplina ni el respeto. Los obligará a trabajos continuos, no
permitiéndoles el descanso, que engendra la molicie y el ocio. No demostrará jamás
satisfacción por los trabajos que ejecuten, por más que ellos fueren hechos a
perfección, exigiéndoles siempre mayor rendimiento. Es un error la blandura, la
sonrisa o la complacencia, cuando se quiere sostener una posición privilegiada; y
está demostrado, históricamente, que la más pequeña libertad, dulzura o debilidad
con los siervos acarrea desastrosas consecuencias. Podría enajenárseles el deseo
de trabajar, despertándoles en el alma derechos inadmisibles. Mano fuerte,
ignorancia, he aquí lo que necesitan”.

Estos consejos no han sido escritos en vano. Los patrones del Alto-Perú los tienen
grabados en sus corazones. No han fallado. Su mano ha sido dura, así como su
conciencia. Por eso se sostienen hasta hoy día, sin importarles la sangre y el dolor
de los que gimen a sus plantas. Pero, por eso mismo, por su corta visión y su
estúpido egoísmo, soltarán la presa indígena, espoleados por el apetito voraz del
imperialismo que no admite competidores. Ellos, a su vez, mezclados con los indios,
serán los vasallos.

Sin embargo, estos mismos patrones que piensan con cerebro del medioevo y que
proceden sin ninguna hipocresía en sus fundos, cuando se encuentran en la ciudad
y participan en actos públicos, rivalizan en la expresión de un lenguaje conmovedor
de libertad, humanidad y fraternidad. Así, dicen: “hay que civilizar al indio”,
“necesitamos incorporarlo a nuestra civilización”. (La “civilización boliviana”, como
todas las civilizaciones, consiste actualmente en el fraude, el ocio, la prostitución, el
burocratismo, además del alcohol y del consabido motín; fuera de esto no se notan
las obras maestras). Pero al incorporarlo a su “civilización” y ya los mestizos
participan en las luchas políticas se tendría un nuevo factor no despreciable de
inquietud, y entonces los patrones no podrían dormir tranquilos en las haciendas ni
contemplar el cielo y las estrellas; desaparecerían el pongueaje, el derecho de
pernada y otros servicios denigrantes tan arraigados. Y el indio incorporado a “su
civilización”, arreglaría cuentas con sus opresores. El resultado sería la quiebra de
sus intereses. Por eso está de moda hablar sentimentalmente de los indios y
condolerse de su desgraciada situación; pero en la práctica de la vida, recurrir al
subterfugio, la astucia y el fraude, para retardar eternamente que ellos adquieran
exacta conciencia de la humillación que soportan.

Es un tema literario defender al indio, condolerse de su miseria y bordar sobre su


miseria artículos, poemas y libros. Pero ninguno de estos sentimentales ha ido aún
a la campaña y ha predicado la insurrección, mezclando su sangre por la libertad
de los indios. Ningún patrón sentimental y católico a pesar de que el evangelio
prohibe la explotación— ha permitido que sus indios aprendan a leer y menos se
organicen para defender sus derechos. Ningún militar ha puesto su espada ni
luchado por ellos; menos se negó cuando le exigieron que masacrase a los indios.
Y, cuando alguna vez se quisieron fundar escuelas de tipo socialista, los diarios
conservadores, junto con los patrones, elevaron sus airadas protestas ante las
autoridades. ¡El grito unánime era perseguir a los agitadores y “defender” a los
indios de los agitadores, ellos que siempre los lancearon y ametrallaron. Inútil negar
la hipocresía, puesto que es una evidencia: los patrones feudales jamás desearon
el despertar indígena. No deja de ser un falso sentimentalismo, explotado por todos,
inclusive por los curas, los pastores de la iglesia evangélica y las ilustres damas.

Ya veríamos al indígena despierto si no iba a romper en pedazos a esa trinidad de


explotadores: doctor, militar y cura, que durante siglos ha hablado de educar al indio
a incorporarlo a “su civilización”.

En realidad, el problema indígena reviste otra amplitud y traspasa la órbita de la


rutina. Los proyectos insulsos de los doctores o de los pedagogos latifundistas son
despreciables. Lo que le interesa al indio no es su instrucción inmediata, sino su
libertad inmediata, vale decir su independencia económica, la ruptura de su
sumisión con el patrón, la revalidación de sus condiciones de hombre. Mariátegui —
amigo leal y sincero de los indios, como que era proletario— tuvo mucha razón al
escribir que el asunto no era de libro ni de discurso sino de distribución de tierras.
El indio con tierra, libertado y organizado, podría darse la instrucción y educación
que le plazca, sin recibir el favor de nadie ni estar sujeto a la vejatoria filantropía
social. Seguramente que su educación estaría dentro del acierto, pues el indio
realista, obrero excelente, con tanta paciencia para las artes y los trabajos difíciles,
no perdería el tiempo en discusiones verbalistas.
CONCLUSION

Son parte de nuestra herencia histórica que nuestros antepasados nos han dejado
y que ellos han conservado y transformado a través de los años, pero que a pesar
del paso del tiempo y de los cambios que han sufrido, nos recuerdan de dónde
venimos y cuáles son nuestras raíces. No obstante no tenemos que considerarlos
como simples recuerdos de nuestro pasado. Son parte de nuestro presente, por
ello es fundamental darnos el tiempo de aprender a valorarlos y conocerlos, para
así garantizar un mejor futuro para todos.

Una de nuestras responsabilidades como sociedad es luchar contra la


discriminación de los grupos indígenas. Debemos otorgarles el acceso a las
mismas oportunidades de trabajo que están disponibles para la mayoría de las
personas, eso es inclusión, uno de los grandes desafíos que debemos afrontar.

Seamos respetuosos con sus formas de vestir, de hablar, con sus costumbres,
tradiciones. Aprendamos a valorarlos realmente, interesándonos por conocerlos
más a fondo, entendiendo que no son una minoría, son parte de la diversidad.
BIBLIOGRAFIA

S-ar putea să vă placă și