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Ayer fue un buen día

INTRODUCCIÓN

Muchas veces como persona he sentido que siempre he huido de las cosas que se presentaban
en mi vida, mis estudios, mi familia, mis relaciones y cualquier otro compromiso que debí
haber asumido en mi vida, siento que no me tomé el tiempo suficiente para reír, para llorar,
para sentir. Como si simplemente esperara que aquel reloj implacable de la pared se detuviese
o que el sol dejase de brillar para mí, ideas imposibles, pero no tanto para mi mente y los
lugares a donde mi imaginación me pudiese llevar; la situación mi muchacho es que no iba a
cambiar esta forma de ver el mundo con solo chasquear los dedos, necesite de muchos años
para dejar de huir de la vida y afrontar el lugar donde estaba, tampoco estoy diciendo que
cambiando sería mucho más feliz o que mis problemas se resolverían rápidamente, nada más
alejado de la realidad sólo que ahora me tomo más tiempo en vivir que en imaginar cómo sería
no estar aquí.

Era difícil esperar que de esta desagradable filosofía mía, de ver mi propia vida como un
espectador, se pudiese sacar algo bueno pero resulta que sí lo hay(aparte de ti por supuesto);
es por eso que puedo escribir estas líneas ahora y puedo dejar que en tu mente estas palabras
transcurran como una película donde no te prometo fantasía ni sueños extravagantes de gente
que se volvió exitosa y adinerada, mucho menos te prometo un “vivieron felices para
siempre”, lo que estas a punto de leer principalmente es la amistad de un grupo de personas
que en un inicio no tenían motivo para quererse incondicionalmente pero finalmente lograron
hacerlo, también verás el amor, no ese de films exagerados sino uno real con todas sus
falencias y dolor que conlleva, con todas las traiciones con las que te puedes tropezar y las
tristezas que te pueden tumbar igual o peor que un auto atropellándote, entenderás porqué
algunos vicios son la mejor medicina dado que sientes que no van a tus venas o a tus
pulmones, sientes que tocan tu corazón y lo queman con el fin de cicatrizar heridas horribles
que lamentablemente ni siquiera la persona más cercana a ti logrará entenderlas, no son culpa
de ellas, solamente somos así y ya, nos es imposible entender el dolor ajeno a pesar de haber
ido por ese mismo camino tropezando con las mismas piedras.

Finalmente quiero que sepas que hago esto porque eres una de las pocas cosas de las cuáles
puedo decir, estoy orgulloso, no por tus notas en la escuela o que hayas estado con la chica
más bonita y popular, te lo digo por la primera vez que te sostuve en mis brazos cuando
parecías lo más pequeño y frágil del universo, cuando sentía que había muerto una vez más
pero comenzaba toda una nueva vida y aventura para mí. Te quiero hijo.

Atentamente, tu viejo.
Capítulo I: El ABC de mis recuerdos

Cuando retrocedo muchos años atrás y veo con ojos de ternura mi infancia, puedo colorear
todo con esos filtros sepia y colocarle en los bordes las ranuras típicas de fotograma de un
rollo de película antigua. Nací un 10 de mayo del ’97, en una ciudad ni tan pequeña ni tan
grande, por lo que me cuentan; mis papás se encontraban muy alegres junto con toda la
familia que se encontraba enterada pero también se sintieron algo sorprendidos porque en
algún momento pensaron que yo sería niña (lo cual no es muy gracioso de contar a cierta edad
de la adolescencia) así que estos dos tuvieron que ponerme un nombre de acuerdo a mí en ese
momento y en su momento de mayor iluminación resolvieron ponerme Daniel Alejandro. En lo
que refiere a la historia de mis padres los dos se conocieron desde niños, fueron vecinos en
una ciudad costera en la que iban a vacacionar pero años después siendo aún muy jóvenes se
enamoraron en la universidad y se sintieron así, que yo sepa, hasta el momento de mi
nacimiento y un poco de tiempo más. Hasta que mi padre desapareció rápidamente de la
escena, sentía fervientemente que sería un fracaso al momento de criarme. Por ese motivo
pensó que la mejor solución sería dejar a mi madre sola contra el mundo, pero no dejemos
que eso oscurezca el panorama, fue algo triste, es verdad y generalmente el mal hace mucho
más ruido que el bien, pero nademos contra la corriente quiero recordar a mi madre sonriente
que a pesar de estar cansada me llevaba al parque más cercano del departamento donde vivía
con una tía, me ponía un sombrero, un overol que era mi favorito y unos zapatitos que
parecían para un muñeco, nunca olvidaba preparar un taper con fruta para darme de comer,
no soy capaz de saber exactamente cómo era ese momento pero puedo asegurar que esa
media hora era el bebé más feliz del mundo, recuerdo cuando muchas veces observaba desde
mi corral la televisión y pasaba algún partido de fútbol decía con gran alegría al ver la pelota la
palabra (si así se le podía reconocer) “cun”, era apenas una interjección que para mí significaba
aquella cosa redonda que se movía por todo aquel pasto verde, y de repente como si hubiese
hecho una increíble conexión sináptica comencé a decir esa misma palabra cada que veía una
alverja en mi plato de almuerzo, hecho que fue celebrado por personas que en la infancia de
todo chico son como nubesitas llenas de bellos recuerdos; los abuelos, yo tenía por lo menos a
tres de ellos muy presentes; dos abuelas, Carmela y Cheta que eran hermanas (en realidad
eran 7 hermanas, antes era lo común, no como ahora que uno abre los ojos como plato al
escuchar que se tiene tres hijos) y mi abuelo Mario, un hombre muy cariñoso con un corazón
inmenso y una vida que lo había maltratado bastante. Estas tres personas lograron ayudar
muchas veces a mi madre y a mí a sobrellevar esta obra de teatro muy bien conocida llamada
“madre soltera”.

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