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Hijo de Alfredo Contreras y Gladys Carranza. Su etapa escolar fue muy variada
ya que curso primaria en diferentes colegios y la secundaria la curso en el
emblemático colegio Nuestra Señora de la Merced.
Para continuar sus estudios universitario, en 1974 postuló e ingresó a
la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) donde se estudió y se
especializó en Letras y Ciencias Humanas. Para 1981 se graduó
de bachiller en Historia, con su tesis «El azogue en el Perú». Más adelante, se
graduó de licenciado en Historia por la misma universidad. Ha sido ganador de
muchos premios y reconocimientos a vinel sudamericano como lo sucedido en
la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) de Quito,
ahí obtuvo su maestría en Ciencias Sociales con mención en Historia Andina,
con su tesis «El sector exportador de una economía colonial. La costa del
Ecuador entre 1760 y 1820» (1987) y obtuvo su doctorado en Historia (1994)
en el Colegio de México.
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LIBROS
Investigaciones
Artículos de revistas
Creo que el tipo de colonización que tuvo el Perú tuvo un lado bueno, que fue
la posibilidad de coexistencia tanto del grupo colonizador como del grupo
colonizado, es decir, los nativos no desaparecieron como en otras partes del
mundo sino que sobrevivieron en gran número. El Perú quedó constituido como
un mosaico étnico en el que no se daba igualdad de derechos y deberes a
todos estos segmentos étnicos de la población, sino que esta última quedó
clasificada tanto en términos legales y jurídicos como en reales, de acuerdo a
su raza. Y en ese sentido hubo una especie de jerarquización. Entonces los
blancos tenían el poder, el control de las instituciones fundamentales, los
privilegios, las ventajas, aunque también los deberes mayores, mientras que
las otras razas (indios y negros) quedaron en situaciones inferiores. También
se compensaba su inferioridad de derechos con un trato más protector,
benevolente. No todo era tan blanco y negro, digamos, pero haciendo las
sumas y las restas se creó una sociedad desigual que, sin embargo, en ese
momento no molestaba porque se partía de la idea de que la desigualdad era
natural entre los hombres y no había que ir contra la naturaleza de las cosas.
-¿Por qué fue casi imposible repartir la riqueza de forma correcta luego de
la Independencia del Perú?
Primero porque los que dirigieron la Independencia no eran ángeles sino seres
humanos de carne y hueso que tenían bolsillos y querían sacar partido de lo
que ellos consideraban había sido su sacrificio, su lucha y su entrega.
Entonces era la hora de cobrar, de pasar por caja. Y no desaprovecharon la
oportunidad para llenarse los bolsillos. En la gran investigación de Alfonso
Quiroz “Historia de la Corrupción en el Perú” se menciona que el peor momento
de corrupción de nuestra historia fue la época de la Independencia. Toda la
riqueza expropiada a los españoles muertos, expulsados o que emigraron fue a
dar a un grupo de dirigentes criollos que eran básicamente los generales o
héroes de la Independencia, quienes cobraron su premio en tierras, mansiones
o esclavos. De esta forma, tal vez luego de la Independencia la desigualdad fue
peor que antes. Sobre esto se montó luego el auge del guano, que fue una
especie de ‘juego de la piñata’ a ver quién lograba arranchar más de las
riquezas del Estado. Los que estaban más cerca del Estado, los que vivían en
Lima y tenían un familiar ministro tenían una posición de ventaja respecto de la
gente del interior. Entonces la era del guano contribuyó a agravar la
desigualdad. En cambio, un momento trágico como el de la Guerra con Chile,
en cierta forma, alivió la desigualdad, porque los que se enriquecieron durante
la Independencia y el periodo del guano fueron los grandes perdedores, los
expropiados.
Creo que el balance ha sido más bien negativo hasta los años noventa o hasta
hace poco. Lo que ha ocurrido es una explosión demográfica. El Perú pasó de
ser un país de poca población a uno sobrepoblado. Y esto se dio paralelamente
a la integración. Mientras el Estado, en la medida de sus posibilidades, daba
educación, salud, hacía carreteras y propició la migración del campo a la
ciudad, ocurrió un crecimiento explosivo de la población, lo que trajo abajo los
salarios. Porque según una ley básica de la economía: aquello que se vuelve
abundante, pierde precio. Si comparas los salarios que había en la primera
mitad del siglo XX con los de la segunda mitad del mismo periodo, te darás
cuenta que hay una pérdida de salario real: de la capacidad de compra. Un
obrero de los años ochenta ganaba muy poco en comparación con uno de los
años veinte o treinta. Esto implicó un agravamiento de la desigualdad. Y esto
fue el caldo de cultivo de la rebelión social, del descontento político. Porque
ahora la gente está integrada pero más desigualada, si me permites la
expresión. Antes estaban desintegrados y los nativos que vivían en las
Amazonía o las comunidades de la puna ni se enteraban cómo vivía la gente
rica de la costa. Pero hoy existe televisión, prensa, barrios en la ciudad, las
casas se ven, los autos modernos se cruzan con los viejos y todo esto va
creando un sentimiento sublevante a partir de los años sesenta.
Claro, al final del siglo XX hubo un drástico cambio de modelo, que fue como
jugar una carta. Tuvo muchos ingredientes y a partir de ahí se entró a un ciclo
más bien de alivio de la desigualdad de la mano de la bonanza exportadora.
Fue como otra era del guano y eso permitió el alivio de la pobreza pero a su
vez el crecimiento de las grandes fortunas. Por eso el estudio económico de
libro arriba a una conclusión algo paradójica porque dice que la desigualdad no
ha remitido en los últimos 25 años en nuestro país. ¿Pero y el alivio de la
pobreza no implica el alivio de la desigualdad? No necesariamente, porque
puede haber menos pobreza pero las grandes fortunas pueden haber crecido,
de manera que la desigualdad neta se ha mantenido. Y esto es lo que ha
ocurrido. Y este es el reto del tiempo presente: cerrar esta brecha.