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TEXTOS DEL BEATO MANUEL GONZÁLEZ GARCÍA SOBRE LA

EUCARISTÍA

I
¿Cuál es el mayor amor?
Jesús definió el mayor amor entre los hombres el de aquel que da su vida por
sus amigos. La Eucaristía es un amor mucho mayor, infinitamente mayor que el mayor
amor entre los hombres.
Eucaristía es dar la vida por los amigos y por los enemigos, no una vez sino
innumerables veces.
Jesús, Maestro mío, ¿me permites alargar tu definición del mayor amor?
Tú dijiste: «Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos...», a
no ser el que ha inventado la Eucaristía para darla todos los días y todas las horas por
sus enemigos ¡hasta la consumación de los siglos!
¡Éste sí que es el mayor amor perpetuado en una locura!
¿Cómo se paga el mayor amor?
Los demonios y su gente pagan ese mayor amor de Jesús Sacramentado con su
odio mayor. ¿Conocéis odio que se parezca al de los impíos a Jesús, a su Iglesia y a sus
instituciones?
Es odio de marca propia y de estilo especial.
Ese odio, después de todo, desde el punto de vista del diablo, es muy justo.
Éste y su gente, en definitiva, no tienen más enemigo que Jesús. Ésa es su paga.
Pero, ¿será justo que los cristianos le paguen, no ya con odio, sino con
indiferencia o con amor menor?
¿Verdad que, si amor con amor se paga, el amor mayor de Cristo debe pagarse
con el amor mayor del cristiano?
Es decir, con amor hasta el sacrificio y por toda la vida. Si el amor que tiene mi
Jesús es amor de Hostia, yo debo ser para Jesús hostia de amor.
Si Jesús es mi hostia de todos los días y de todas la horas, ¿no debo yo aspirar y
prepararme a ser su hostia de todas las horas y de todos los días?
(Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús en el Sagrario, en Obras Completas
I, Edit. Monte Carmelo, Burgos 1998, 447-448)

II
Las dos lamparitas
¡Caridad y humildad! Éstas son las dos lámparas con las que quiere estar
perpetuamente alumbrado en sus Tabernáculos, el Jesús de la Hostia callada.
Amor callado, silencio solemne del Sagrario cristiano ¡cuánto haces y enseñas!
¡Bienaventurados los que te entienden y se abisman en tus misterios!
Lo que vale callar
Una hora de silencio de Jesús en el Sagrario me enseña más la paciencia y la
humildad, que todos los discursos y libros de los sabios y de los santos en todos los siglos.
Callad lengua mía, sentidos míos y potencias mías; callad pasiones de mi carne y
nervios de mi cuerpo; callad recuerdos del pasado y ambiciones y deseos de lo por venir,
callad que voy a mi Sagrario a escuchar la voz dulce que no habla más que a las almas en
silencio...
La gran síntesis
La Eucaristía Misa, Comunión y Presencia real, es todo el cristianismo, es el
principio, fin y razón de ser de sus dogmas, de sus sacrificios y de sus virtudes, de sus
bellezas y de sus milagros.
El gran invento
El amor de Jesús a los hombres no se ha saciado con darles su vida mortal, le
sugiere la Eucaristía, traza divinamente ingeniosa de vivir siempre sin morir, junto a sus
hijos los hombres.
A pesar de todo, no se nos va Jesús
La puerta del Sagrario más que por la llave de metal que le hizo el hombre, está
cerrada por la palabra siempre que grabó el Amor allí encerrado e inmolado.
(En busca del Escondido, en Obras Completas II, 713-714)

III
Enseña toda la moral
Me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gal 2,20)

Toda la moral se encuentra en el Decálogo; todo el Decálogo se encierra en este


verbo: dar... dar amor sobre todas las cosas a Dios, honor a su nombre y celebración a sus
fiestas y culto, dar amor al prójimo respetando a los padres, la vida, la pureza, los bienes y
la honra ajena.
Jesús añadió un precepto nuevo: «Amaos los unos a los otros como Yo os he
amado...» Él nos amó haciendo reflexivo el verbo del Decálogo, ¡dándose!
Y ésa es la Eucaristía.
Jesús dándose cada día y cada hora en sacrificio para mayor gloria de Dios y
dándose en comida para la mejor y más abundante vida de los hombres y dándose en
ejemplo vivo de toda virtud.
Dar y darse todo a Dios y por Dios al prójimo, sin pedir nada en pago, ésa es toda
la moral y la ascética y la mística cristianas y ésa es la lección de cada instante del Maestro
callado del Sagrario.
Madre Inmaculada, que de todos los verbos que usan los hombres para hablar, el
que yo conjugue mejor y más veces sea el verbo dar y darme a tu Jesús y a mis prójimos.

IV
¿Qué es la Misa de verdad y bajo todos sus aspectos?
Para el dogma católico es no sólo un artículo de su fe, sino quintaesencia de toda
su doctrina, centro y eje de todos los artículos de su símbolo y como la forma substancial y
actuación de todo su credo.
Para la sagrada liturgia no es sólo doctrina que hay que exponer y creer, sino
acción que ejecutar y representar. Y no sólo acción, sino la acción única, la acción por
antonomasia, la que con toda razón y justicia puede llamarse esencial y vivificadora de la
Iglesia católica y con respecto a la cual todas las demás acciones del sacerdocio, de la
jerarquía y de la liturgia universal, tienen razón secundaria y subordinada, de preparativo,
medio o efecto.
Y tan esto es así, que la liturgia y el sacerdocio y la jerarquía católica, tanto la de
orden como la de jurisdicción, no tienen en realidad otra cosa que hacer que preparar y
agradecer Misas y aplicar ordenadamente sus frutos.
Para la moral y la ascética, ese Sacrificio de Jesús en todos los días y en todas las
horas y en todos los pueblos es, además de símbolo condensado de la fe y acción esencial y
vivificadora, ejemplo de vida perfecta y secreto supremo de la santidad.
¡Lo que enseña, lo que hace y lo que da una Misa bien conocida, entendida,
preparada y aplicada, es decir, bien acompañada!.
Y, por lo contrario, ¡de lo que priva a la gloria de Dios, a la vida de la Iglesia y de
las almas, y al orden del mundo el abandono de la Misa!.
(El abandono de los Sagrarios acompañados, en Obras Completas I, 164-165)

V
El Sacrificio de la Misa es, con respecto al de la Cruz, firma de autenticidad,
monumento conmemorativo, título de pertenencia perpetua, pero firma escrita con sangre
divina, palpitante cada día, cada hora sobre infinitos calvarios; monumento labrado con
carne divina en el acto consecratorio de cada Sacrificio y título tan inconfundible y propio
que la más exaltada locura del amor y del genio humano, no podrían ni soñar con
aplicárselo.
Los caracteres del Sacrificio de la Misa
Fluyen espontáneamente de la noción de recuerdo.
La Misa, ante todo, es:
1º Un Sacrificio verdadero y real, pero relativo, en comparación al Sacrificio
absoluto de la Cruz, del que aquél no es más que una reproducción.
2º Sacrificio eucarístico, como dedicado principalmente y sin menoscabo de su
carácter latréutico, expiatorio e impetratorio, a dar gracias al Padre celestial del gran
beneficio de la reconciliación y de la filiación adoptiva por la incorporación en Cristo.
3º Y Sacrificio aplicativo: destinado no a ofrecer una nueva víctima ni a ofrecer
nuevos méritos, sino a aplicar los infinitos, ganados en el Sacrificio de la Cruz.
En resumen: El Sacrificio de la última Cena, el de la Cruz y el de la Misa, no son
tres sacrificios, sino uno sólo, o tres oblaciones reales de una sola inmolación: la Cena es
la oblación real de Cristo que se ha de inmolar; la Cruz es la oblación real de Cristo
inmolándose; La Misa es la oblación real de Cristo inmolado. La primera es el anuncio; la
segunda es la inmolación; la tercera es el recuerdo.
¡Qué tesoros nos descubre y regala la sagrada liturgia cuando realiza y exhibe ese
fin y esos caracteres en las modalidades por las que hace pasar nuestro Señor la materia de
su Sacrificio eucarístico!
Por hoy, quédese en vuestro corazón este grito, que es a la vez una queja.
Recuerdo de la Misa cristiana ¡qué olvidado estás!
(El abandono de los Sagrarios acompañados, en Obras Completas I, 171-173)

VI
La liturgia de la Misa está condensada en un doble movimiento del corazón del
celebrante y de la Iglesia en la gran función del amor que es el Sacrificio; a saber, en una
especie de diástole que lo dilata para la alabanza, la acción de gracias y la impetración y de
sístole que lo oprime para la contrición y la expiación; en un alternado cantar gloria de
Dios y llorar pecados humanos; en un pasar constante del Calvario al Tabor y del Tabor al
Calvario, de la cruz, en que los pecados propios y ajenos ponen en trance de muerte
permanente a Jesús, al trono del monte de Sión, en donde el Cordero, como muerto, recibe
y da a su Padre la gloria, el honor, la acción de gracias, la bendición y la virtud por los
siglos de los siglos.
¡Cuántas veces en mis Misas, repitiendo esas fórmulas de confusión y confesión
propias, me acuerdo del tono de humilde confianza y de las lágrimas de vergüenza y de
contrición de san Pedro ante Jesús resucitado! ¡Cómo se parecen el «Señor, Tú lo sabes
todo, Tú sabes que yo te amo» del Apóstol arrepentido y el "nobis quoque peccatóribus",
el «he aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, ten misericordia de
nosotros», y el «Señor, no soy digno», con que el celebrante rompe el silencio con que
adora la majestad divina desde la consagración hasta la Comunión como poniendo
antífonas de gemidos de contrición al gran salmo del silencio de la adoración!
(Arte y liturgia, en Obras Completas III, 854)
VII
¿Qué es la Misa?
Es el mismo Sacrificio de Jesús aplicándonos su Redención.
Cada Altar es un Calvario y cada Hostia consagrada, es Jesús inmolado ofrecido en
Sacrificio de Redención.
Si la primera Misa de Jesús tuvo poder para transformar al mundo, ¿por qué las
demás Misas no han de poder conservar y aumentar aquella transformación?
¡Ah, si viviéramos nuestras Misas!...
¿Qué hay que hacer?
Aunque la frase VIVIR LA MISA no sea muy castellana, tiene un profundo
significado en castellano y en todas las lenguas.
Vivir la Misa es:
1º conocerla a fondo,
2º estimarla en su valor,
3º tomar por norma de conducta lo que Jesús hace en ella,
4º tener como cifra de mi mayor felicidad en la tierra esta palabra: digo Misa, si soy
sacerdote, participo o encargo Misa, si simple fiel,
5º y este conocer, estimar, imitar y gozar mi Misa tan metido en mi pensar, querer,
sentir y obrar de cada día y de cada hora y en cada ocupación, que se pueda decir de mí
perennemente: ESTÁ EN MISA, esto es, ESTÁ VIVIENDO SU MISA.

¿Es esto posible?


Si queremos, sí.
Si no queremos, no.
Querer es poner lo medios, el estudio, la reflexión, la constancia y, entre todos, el
principal que es buscar la Gracia de Dios y por ella la fe viva, que es la única fuerza
elevadora e iluminadora para contemplar por fuera y por dentro el gran Misterio y la gran
trascendencia de la Misa.
Pero si nos contentamos con mirar en la Misa sólo la obligación del rato que se
echa en oírla, participar cada día de fiesta, o uno de tantos actos religiosos para conseguir
cualquier favor para nosotros o para nuestros difuntos y, menos aún, si no asistimos a ella
ni siquiera los días de precepto, si así tratamos nuestra Misa, la frase VIVIR LA MISA
será para nosotros ininteligible y su significado imposible.
Y vuelvo a afirmar: sin la primera Misa del Calvario, el mundo no hubiera tenido
redención, y seguiría siendo gentil o salvaje; si nos obstinamos en despreciar o no tener en
la estima que se merecen nuestras Misas, nos exponemos a que el mundo vuelva al
paganismo o a la selva, pese a todos sus flamantes progresos materiales y de cultura.
Y digo más; que si la piedad y la devoción de los católicos no toma de la Misa su
orientación, su norma, su espiritualidad y sus fuerzas, tendrán de tales la careta y algún
accidente, pero no la substancia, ni la vida, ni la acción, ni el fruto.
(¡Si viviéramos nuestras misas!, en Obras Completas III, 885-887)

VIII
¡Hoy he comulgado! Esto debe querer decir, que hoy por lo menos tengo
obligación de poner buena cara y mejor corazón a los que me rodean o viven conmigo; me
gusten o me repugnen.
Atreviéndose Él a quedarse conmigo ¿puedo yo rechazar a nadie?
¡Hoy he comulgado! Esto debe querer decir que, hoy por lo menos no me voy a
inquietar por ninguna cosa que me falte. ¡Cuando se tiene a Él!, ¿puede faltar algo?
En dos tonos he oído decir esta misma frase: Comulga todos los días: uno triste y
otro alegre.
Dicha en el primero equivale a esta otra: ¿Pero comulga todos los días?
Dicha en el otro viene a expresar: ¡Como que comulga todos los días!
Almas de Comunión diaria y de mal genio diario y de resentimientos diarios:
¿Os habéis fijado en la obligación que impone a vuestro genio y a vuestro corazón
ese Jesús que a pesar de vuestras casi constantes faltas con Él os visita cada día con la
misma buena cara y el mismo propicio Corazón?
(En busca del Escondido, en Obras Completas II, 734)

IX
A grandes males, grandes remedios
El problema de las durezas y frialdades de corazón de los hombres es un problema
previsto y provisto ¡hace veinte siglos!
Precisamente ya contaba el Corazón de Jesús con la gente dura y por eso se quedó
tan blando en la Eucaristía y con la gente fría y se quedó hecho fuego...
Hay mal y hay remedio, como hay fiebres y hay quinina, pero si se deja la quinina
muy bien guardadita en los estantes de la botica ¿se curarán con ella las fiebres?
Si nos empeñamos en dejar guardado y hasta arrinconado en el Sagrario al Corazón
blando y ardiente de Jesús, ¿se curarán las durezas y frialdades de corazón de los hombres?
Una triste experiencia de la vida me va enseñando que los hombres, por una
aberración incomprensible del espíritu, suelen ser duros con los blandos de corazón, altivos
y déspotas con los humildes y sencillos, exigentes y descontentadizos con los generosos.
He aplicado esa enseñanza a Ti, mi Jesús sacramentado y, ¡cómo se ha agigantado
tu Corazón ante mis ojos! Antes de quedarte en el Sagrario, Tú sabías que los hombres se
portaban de ese modo y sin embargo, no tuviste miedo de quedarte blando, humilde,
sencillo, generoso...
Algunas veces me he hecho con miedo y hasta con horror esta pregunta:
¿Serían los hombres tan malos para con Jesús, si Jesús no fuera tan bueno para con
ellos?
El don perenne
El Sagrario es una mano siempre abierta y siempre repartiendo cosas buenas...
¿Os enteráis bien, comulgantes y visitantes del Sagrario? ¡Siempre! ¡Siempre!
¿Sabéis lo que se necesita para recoger esas cosas buenas que se están repartiendo
siempre en el Sagrario?
Una sola cosa: ir con el corazón abierto y volver con el corazón cerrado.
¿No es eso lo que hace nuestra mano cuando le ofrecen algo: abrirse para tomar y
cerrarse para guardar?
Nuestro corazón queda abierto para el de Jesús en el mismo momento en que lo
desaloja el amor propio.
Cuando se ven tantos amores propios triunfantes entre los comulgantes de Jesús,
hay motivos para sospechar que no pocas veces lo único que encuentra abierto entre los
suyos es... la boca. ¡El corazón cerrado!
Y para el corazón precisamente son las cosas buenas que está repartiendo siempre
la mano abierta del Sagrario...
¡Que no se quejen!
(En busca del Escondido, en Obras Completas II, 737-739)

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