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Desde muy temprano, desde el año 1964, Estados Unidos empezó a utilizar a Colombia
como escenario de nuevas modalidades de guerra en las que los civiles empezaron a
convertirse en objetivos militares. En ese año, Estados Unidos dono trescientos
millones de dólares y envió asesores militares y armamento para acabar con la
resistencia campesina que no aceptaba el exterminio que el establecimiento había
decretado. En ese mismo año se propuso la organización de los grupos paramilitares
bajo el remoquete de “desarrollo de la estrategia de armar civiles”. En 1999, Estados
Unidos aporto mil seiscientos millones de dólares, armamento y asesores militares en
el contexto del llamado “Plan Colombia” que aún se mantiene y que hasta el 2006, ha
enviado mas de cuatro mil millones de dólares para contribuir con su aporte a la limpieza
sociopolítica, estrategia que hoy en día se mantiene en completo apoyo al gobierno de
Uribe. Es importante recalcar que esta estrategia facilita la continuidad del proyecto
Uribe Vélez, a pesar de sus estrechos vínculos con narcotraficantes y paramilitares.
Como una de las contrapartidas, el establecimiento colombiano adecua las leyes para
que se ajusten a los intereses de las empresas norteamericanas que aprovechan para
hacer una explotación voraz de las riquezas nuestras.
EL pulso entre las antiguas elites y el resto del pueblo sigue siendo un pulso desigual,
porque se usa todavía el poder político y económico para afirmar las pretensiones
exclusivistas. En países como Colombia el estado desarrolla la estrategia paramilitar y
continua usando el apoyo norteamericano y las fuerzas armadas para asesinar,
desplazar, torturar y desaparecer a los opositores políticos y a los lideres sociales. Bajo
ese telón de fondo, los terribles adversarios del proceso latinoamericano -que no
juegan, ni descansan- han entendido mucho mejor que las izquierdas tradicionales lo
que está en juego. Los voceros del régimen no gastan el tiempo caracterizando cada
proceso desde ópticas antiguas, sino que a todos los fenómenos emergentes,
gubernamentales y sociales que aparecen en la escena continental se les envuelve en
un solo saco de epítetos 'conceptuales': neo-populismo radical o populismo
izquierdista.
La derechización de las elites propicia una derechización del discurso que se filtra hasta
los niveles populares y tiene eco especialmente en las clase media que
tradicionalmente es atraída por la derecha y que se opone a posturas políticas radicales
que terminen igualando sus condiciones a la situación de los sectores sociales inferiores
en la escala económica tradicional. De esta manera se consigue desvirtuar un proceso
de democracia real como el que la actual izquierda latinoamericana esta propiciando.
En un revés cruel del imaginario conceptual, los formadores de opinión de la extrema
derecha busca calificar como "amenaza regional a la democracia" lo que contraviene a
sus intereses y status quo. Bajo este calificativo caen todos los procesos que vivimos,
desde Nicaragua y Cuba hasta Argentina, pasando por Venezuela, Brasil, Bolivia y
Ecuador, Uruguay y Paraguay. Se trata de impedir el avance de fuerzas sociales y
políticas de izquierda que han conquistado el gobierno en 13 países de Amerita Latina
y el Caribe.
Dado que a las amenazas hay que salirles al paso, un emergente bloque gubernamental
de nuevo tipo, es una amenaza que pretenden detener. En consecuencia, estamos
presenciando su antípoda, la más reciente modalidad de desestabilización regional que
esta siendo organizada por las elites separatistas de Bolivia, Venezuela y Ecuador. Así,
entonces, a una democracia que asume estatura continental se le presenta el desafió
de la desarticulación de las unidades nacionales, que son las vías recientes de las elites
en su afán de perpetuarse en el poder.
Resulta, por lo tanto, fundamental rescatar los aportes de las distintas organizaciones,
reconstruir una memoria de las luchas y lograr un recuento de las experiencias que nos
permitan apropiarnos de los aprendizajes de la izquierda. Estamos también ante la
necesidad de sacar a la luz y reconocer como parte de la izquierda a esas
organizaciones que tanto en el medio urbano como en el mundo indígena y rural tienen
experiencias políticas concretas que aportar y que sin embargo son invisibilizadas por
el poder dominante y por la propia izquierda, que o bien no sabe de su existencia o bien
les niega su identidad propia. La propia izquierda tiene que asumir ella misma sus
nuevas dimensiones a partir de sus propios parámetros y necesidades y no desde los
que definen los medios de comunicación o las estrategias mediáticas de las
organizaciones más grandes para reconocer su potencial de fuerza real. En la
correlación de fuerzas en que nos encontramos es un hecho que o bien las
posibilidades son para todos o no son para nadie. Se cumplió un primer ciclo
organizativo y es necesario pasar a un segundo momento. No se puede continuar
apelando la espontaneidad organizativa de los sujetos. En el caso de otras
experiencias latinoamericanas, encontramos una experiencia militante y organizativa
previa que permite, ante estos llamados, conformar confederaciones, por ejemplo. A
modo de ilustración, el caso de México muestra que se necesita que todos aquellos que
no encuentran un espacio de participación lo encuentren en una organización. En este
momento al parecer la izquierda popular tocó techo en la demostración de su capacidad
movilizadora. Aún asumiendo que estamos ante un proceso en el que se han logrado
importantes avances, tenemos que reconocer que hay un tope de crecimiento en la
convocatoria y capacidad organizativa de los movimientos. Es necesario ingresar a un
segundo momento de articulación de las organizaciones que las integre en términos de
construcción de un contrapoder. Esta es la responsabilidad de las organizaciones con
madurez y que cuentan con proyección nacional.
Hay diferentes y variados espacios que evidencian este nuevo tiempo de América
Latina, por primera vez en siglos tenemos un medio de comunicación regional
sudamericano, Telesur, que con todo y sus límites, no es solo venezolano sino nuestro
y con una divisa que suena también muy nuestra:"Nuestro norte es el sur." Está
creándose Radiosur, que ojala pueda enlazar las radios progresistas de Sudamérica
entre otras iniciativas en el campo de las comunicaciones. En el tema petrolero, se
cuenta ya con Petrosur, Petro-Caribe y se trabaja para crear el 'Anillo Energético
Regional' a fin de preservar para los próximos 100 años los recursos del tercer milenio.
Ha nacido una estructura política de integración diferente a la OEA: la Unión
Sudamericana de Naciones, UNASUR, y se han presentado propuestas atrevidas como
la de ir hacia una cédula de identidad única, sudamericana, para superar barreras
migratorias y exclusiones del pasado. Pero además se fortalecen diversos espacios de
integración como MERCOSUR, Comunidad Andina, CARICOM, ALBA-TCP y
UNASUR, esta integración refleja la realidad de nuestra región y se convierte en una
desafiante alternativa a la globalización
neoliberal.
La tendencia es que vamos a la conformación de un cuerpo continental que no es pro-
norteamericano, la construcción de un bloque geopolítico propio que sea respetado en
el concierto mundial y aporte al nacimiento de un mundo multi-polar. Sin duda la
afirmación que han hecho en diferentes lugares del mundo, de que América Latina y el
Caribe son el continente de la esperanza, refleja esta realidad.
Ahora es fundamental que avance el proceso hacia un modelo post-neoliberal que
siente las condiciones del socialismo del siglo XXI, porque corremos el peligro de que
retorne el conservadurismo de ultra derecha e incluso el fascismo. El proceso esta
avanzando porque nuestros pueblos están maduros para la integración. Hoy avanza
uno de los más estratégicos espacios de integración: el Banco del Sur que permita
superar el fracaso de las recetas del FMI, Banco Mundial y el BID. Es la primera vez
que tendremos un banco propio que ojala pueda rescatar nuestros capitales de las
manos del imperio.
El avance de UNASUR propone, además, trabajar en la emisión de una moneda
regional única y fuerte, lo cual no había ocurrido nunca antes en el continente.
Avanzar en esta tesis que fue ampliamente discutida en Colombia por sectores sociales,
para que conjuntamente, decidamos prohibir en toda la región la implantación de bases
militares extranjeras y el emplazamiento de armas nucleares de cualquier potencia. Esa
iniciativa, crucial para el futuro de Latinoamérica tiene que ser prioritaria. Por eso es un
deber mirar y apoyar, en una dimensión continental y latinoamericanista la decisión
ecuatoriana de no renovar el convenio que permitió imponer la base militar
estadounidense en Ecuador.Es de público conocimientos que Colombia y Perú aceptan
el translado de las bases, cuando Estados Unidos salga de Manta en Ecuador.
Ningún gobierno debe aceptar la presencia temporal de tropas extranjeras ni tampoco
'operaciones militares conjuntas' o acciones como el ataque militar por parte del
gobierno colombiano en territorio ecuatoriano, comandado por Estados Unidos.
También es necesario consolidar una Industria Militar propia. Las potencialidades que
en ese campo, tienen países como Brasil, Venezuela, Argentina y Cuba, por citar solo
algunos, permiten avizorar que ello es no solo necesario ante una alianza transatlántica
que se ha demostrado brutal y despiadada ante el Sur, sino que es algo inaplazable.
Por ello una propuesta relevante que han formulado a los gobiernos de Ecuador y
Bolivia, para que a su vez ambos países lo propongan es el lanzamiento mundial de un
Encuentro por la Tierra, que reúna a delegaciones de los movimientos sociales y
gobiernos de los cinco continentes, con el Sur como eje, para elaborar una propuesta
Andino-Amazónica, que halle alternativas urgentes y viables al Calentamiento Global.
Estamos llamados a tomar medidas drásticas porque porque lo que esta es juego es
todo.