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El rey Don Rodrigo arengando a sus tropas en la batalla de Guadalete, de Bernardo Blanco.
1Fuentes
2Contexto
3Antecedentes
o 3.1Conquistas musulmanas en el norte de África
o 3.2Conflicto interno del reino visigodo
4Fases de la conquista
o 4.1Conquista militar del sur de la península
o 4.2Batalla de Guadalete
o 4.3Conquista del tercio meridional
o 4.4Conquista del centro peninsular
o 4.5Conquista del norte
o 4.6Capitulaciones de ciudades mediante pactos
o 4.7Regreso de Musa a Damasco
5Consolidación de la conquista
o 5.1Final del proceso de conquista
6Herencia cultural y lingüística árabe
7Consecuencias culturales en Europa de la conquista del reino visigodo
8Bereberes
9Debate historiográfico
10Véase también
11Referencias
o 11.1Bibliografía
12Enlaces externos
Fuentes
Los textos musulmanes son más bien tardíos. Las fuentes más antiguas fechadas con certeza y que
hablan de la conquista de la península en su conjunto son el Ta´rij (Historia) del andalusí Ibn
Habib (muerto hacia el año 853) y el Futuh Misr (Conquista de Egipto) del egipcio Ibn Abd al-Hakam
muerto en 871. Se trata, por tanto, de obras redactadas un siglo y medio después de la conquista.
En su conjunto, los textos latinos son mucho más escasos, pero más cercanos a los
acontecimientos. El más importante y conocido es la Crónica mozárabe de 754, escrita a pocos
decenios de acabada la conquista, por un cristiano que vivía bajo la dominación de
los gobernadores musulmanes de Córdoba.5
Ibn Hazm, en el siglo XI, fue el único autor que nos dejó algunas indicaciones sobre los
grupos tribales que pasaron a al-Andalus en la época de la conquista.6
Contexto
Un repaso a la historia de las primeras conquistas musulmanas nos hace ver que solo la conquista
del actual Magreb fue más costosa (treinta años), pues en otros puntos la acción de los
conquistadores musulmanes fue más rápida que en la península: seis años para dominar toda
la península arábiga (628 al 634); cuatro años Siria (634 al 638); cinco años Egipto (638 al 643); un
año Tripolitania y Cirenaica, Libia (644); seis Mesopotamia (636 a 642) y ocho
años Persia (642 al 650).
A lo largo de este proceso de conquista del reino visigodo, que requirió numerosas campañas,
constantes refuerzos militares y pactos con núcleos resistentes, se debe a varios motivos: lo escaso
de las fuerzas musulmanas que lo conquistaron, los constantes levantamientos entre los visigodos,
la difícil orografía del territorio y la fuerte base de asentamiento social del anterior reino visigodo.
Sin embargo, la gran centralización política del reino, la inseguridad causada por bandas de
esclavos fugitivos, el empobrecimiento de la hacienda real (especialmente durante el reinado
de Witiza) y la pérdida de poder del rey frente a los nobles fueron elementos que facilitaron la
acción de los conquistadores, así como el uso de la densa red de calzadas romanas, que aún
existían y facilitaban los desplazamientos de su ejército.
Pero el factor quizás más importante para la caída visigoda fue la grave crisis demográfica del reino,
que en los últimos veinticinco años había perdido más de un tercio de su población. Esto fue debido
a las epidemias de peste y los años de sequía y hambre de finales del siglo VII, especialmente
durante el reinado de Ervigio, y que se repitieron también con gran dureza bajo el de Witiza, el
antecesor de Rodrigo.
Además, existía una fractura política importante entre dos grandes clanes político-familiares godos
en su lucha por el trono, y que llevaba varios decenios dividiendo políticamente el reino y generando
constantes problemas. De una parte estaba el clan gentilicio de Wamba-Égica, al que perteneció o
al que estaba vinculado Witiza, y de otra el clan de Chindasvinto-Recesvinto, al que pertenecía
Rodrigo. Esta situación dividió al estamento aristocrático-militar en dos facciones cada vez más
irreconciliables, hasta el punto de considerar alguna historiografía a los witizanos como instigadores
e incluso aliados, explícitos u oportunistas, de los musulmanes.
Los conquistadores musulmanes también contaron con el apoyo de parte de la población judía, muy
numerosa en la Bética, en la Galia Narbonense y en toda la cuenca mediterránea. Estaba presente
principalmente en los centros urbanos, destacando, entre otras, las comunidades
de Narbona, Tarragona, Sagunto, Elche, Lucena, Elvira, Córdoba, Mérida, Zaragoza, Sevilla, Málag
a y de la capital, Toledo.
La ayuda que los judíos prestaron a los conquistadores se debió a que aquellos, en su mayoría
conversos forzados pero fingidos, eran reiteradamente hostigados por la legislación visigoda (con
algunas excepciones, como bajo los reyes Witerico y Suintila, y contra el criterio de obispos como el
cartagenero San Isidoro, obispo de Sevilla, que los defendía). Y sabían, por lo que había ocurrido
en el norte de África, que mejoraría su situación al recibir de los gobernantes musulmanes el mismo
estatus que la población cristiana.
Hay que tener en cuenta que la mayoría de los judíos habían sido esclavizados bajo el reinado
de Égica (excepto los de la Narbonense, con la excusa de que la provincia aún no se había
repuesto de la última epidemia de peste), bajo la acusación de que conspiraban contra el rey con
los musulmanes del norte de África. Estos ya habían realizado algunas incursiones en la península,
por lo que suscitaba miedo una posible colaboración con ellos para una futura conquista.
Esta idea partía de los informes de los cristianos del norte de África que habían huido de aquella
zona, y que informaron del apoyo dado a los musulmanes por parte de los judíos de allá; lo cual era
lógico dado que su situación allí era también de acoso por el poder bizantino.
Pero además de los judíos étnicamente puros de la diáspora, en el norte de África
había bereberes que profesaban el judaísmo por proselitismo y mestizaje, muchos de los cuales
dieron apoyo a los musulmanes en su conquista y se unieron a ellos (como muchos bereberes
cristianos) por lazos de clientela. Verdad o pretexto, esta acusación de traición fue la utilizada
contra ellos.
Finalmente, las divisiones dinásticas internas entre los nobles visigodos sobre la sucesión
de Witiza facilitaron aún más el desarrollo de la conquista.
Una última precisión, previa al relato de los acontecimientos, es que el reino visigodo tan solo cubría
el territorio peninsular y la Septimania en el sur de Francia. Baleares estaba bajo soberanía
bizantina y quedó excluida del proceso musulmán de conquista. Siguieron bajo control bizantino
algunos años más, para pasar después a depender, al menos nominalmente, del reino franco (798),
por propia petición, para que los defendiera de los ataques musulmanes. Estos ataques continuaron
y hubo varios tratados de paz, poco respetados, y cierta sumisión política, hasta la conquista por
el Emirato de Córdoba entre los años 902 (Ibiza y Mallorca) y 903 (Menorca).
Antecedentes
Conquistas musulmanas en el norte de África
Los árabes[cita requerida] tenían planes de conquista para Hispania desde hacía tiempo, tras la inicial
conquista del actual Marruecos por Uqba ibn Nafi al final de 670. De hecho, consta que en el año
687, bajo el reinado de Ervigio, los musulmanes realizaron una primera incursión contra las costas
levantinas.
El propio Uqba había comenzado en el año 669 la conquista de los territorios bizantinos en el norte
de África, cuya culminación posterior fue el resultado de más de treinta años de guerra, en los que
los musulmanes fueron ocupando poco a poco la totalidad de África del norte, incluyendo los reinos
cristiano-bereberes.
Tras los primeros éxitos de los musulmanes, la rebelión bereber contra los conquistadores los
expulsó de nuevo hasta Libia, llegando los bereberes a tomar la nueva capital musulmana de
Ifriquiya, Qairuán. Los musulmanes, en sucesivas campañas, conquistaron de nuevo estas tierras, e
incluso los puertos con ciudades amuralladas que habían permanecido siendo bizantinos;
como Cartago, que arrasaron, a pesar de contar con la ayuda de una flota bizantina, a finales del
año 697. Y aún tardaron otros ocho años en volver a someter el resto del norte de África, que
culminó en el año 705 con la conquista de Tánger. Todo esto obligó a posponer los planes de
conquista de Hispania, hasta acabar con dicha rebelión.
Con anterioridad a la invasión de la península ibérica conquistaron Ceuta (710), fortaleza que había
sido objeto de constante lucha entre visigodos y bizantinos. Dicha ciudad había vuelto a manos
visigodas unos veinte años antes, aprovechando la caída del África bizantina. Según una leyenda
muy improbable, Don Julián, gobernador visigodo de Ceuta, cuya hija, la Caba, habría sido violada
por Rodrigo, habría proporcionado ayuda logística al ejército musulmán.
Los musulmanes también habían estado reconociendo el terreno, tanteando las costas españolas
con breves ataques y saqueando varias ciudades: el primero, ya citado, bajo el reinado de Ervigio, y
el último en julio de 710, tras la conquista de Ceuta, con el desembarco de Tarif ben Malluk en la
isla de Tarifa y su posterior vuelta al norte de Africa.
Al parecer, también habían entrado en tratos con los nobles opuestos al rey Rodrigo. No está claro
si los nobles leales a los herederos de Witiza (puede que incluso el propio rey Agila II, al que luego
nombraremos) pidieron el apoyo musulmán (como hizo Atanagildo con los bizantinos, a quienes dio
a cambio una parte del territorio) pero, en todo caso, la división existente benefició a los
musulmanes. Estos, sin embargo, si dicho acuerdo existió, no lo respetaron.
Conflicto interno del reino visigodo
A finales del año 710, Hroþareiks o Rodericus (conocido posteriormente como Rodrigo) dux de la
Bética y, al parecer, nieto de Chindasvinto, fue elegido y proclamado rey en Toledo por
el Senatus de la aristocracia visigoda, tras la muerte de Witiza. No se sabe con certeza si se había
sublevado previamente contra dicho rey, venciéndolo, pero sí que consiguió la mayoría de los
apoyos en la asamblea electoral de los nobles. Era, por tanto, el rey legítimo, según el derecho
visigodo.
Sin embargo, un sector de la nobleza apoyó a otro rey, Agila II, que era dux de la Tarraconense.
Agila II gobernó en el Nordeste (en el sur de Francia, en la actual Cataluña y en el valle del Ebro, es
decir, las provincias visigodas de Iberia y Septimania, en parte equivalentes a las antiguas
provincias romanas de Narbonense y Tarraconense) e incluso acuñó monedas propias. Puede que
Agila II fuese ya antes, desde 708, rey asociado a Witiza, a cuyo clan parece que pertenecía
(algunas fuentes lo citan como hijo suyo, aunque es poco probable).
El reino, pues, estaba en una situación de conflicto civil o, al menos, dividido con alguna suerte de
acuerdo de reparto y asociación (como ya había ocurrido varias veces en el pasado). Y a los pocos
meses de haber subido Rodrigo al trono, en una situación no unánime y vulnerable, se produjo la
invasión.
Fases de la conquista
Conquista militar del sur de la península
Según algunas fuentes, Musa ibn Nusayr, gobernador de Ifriqiya, dependiente del walí de Egipto,
ordenó a su lugarteniente, Tariq ibn Ziyad, que iniciase la conquista. Tariq era bereber, ligado por
una relación de clientela con una tribu musulmán, y liberto del gobernador de Ifriqiya, Musa ibn
Nusayr. Sin embargo, otras fuentes conjeturan que Musa no conocía los planes de Tariq, que este
actuó por su cuenta, y que Musa sólo vino en su apoyo tras conocer su victoria.
Sea cumpliendo órdenes o por propia iniciativa, Tariq ibn Ziyad desembarcó a principios del año
711, con el inicio de la primavera, en la bahía de Algeciras (llamada entonces Iulia Traducta), con
un ejército de unos 7000 hombres fundamentalmente bereber (sólo recientemente sometidos), e
incluso cristianos del norte de África. (Las fuentes musulmanas hablan de entre 1700 y 12 000
hombres, considerando 7000 hombres una cifra intermedia y bastante repetida en la historiografía).
Tariq se asentó en el peñón de Gibraltar (nombre que deriva de este conquistador, Ŷebel at-Tariq,
'Montaña de Tariq'), bien protegida por su altura, mientras iba recibiendo todo su ejército en
sucesivos desembarcos. Desde allí comenzó a saquear zonas y ciudades de la baja Andalucía.
Tariq aprovechó militarmente el hecho de que el conde de la Bética estaba con Rodrigo en una
campaña en el norte, al parecer contra los vascones, ya que cuando el rey realizaba una campaña
militar solía llevar a los condes del reino con él. Esto era por una doble razón: porque necesitaba de
sus recursos humanos para reunir un ejército y para evitar su sublevación mientras él realizaba una
campaña militar por otras tierras. En años anteriores hubo varias incursiones militares musulmanes
contra algunas ciudades del sur, que habían sido rechazadas o que se habían retirado al poco
tiempo tras obtener suficiente botín. Por ello, esta incursión de Tariq no despertó inicialmente una
gran preocupación.
Además, de acuerdo con las leyes para tiempo de guerra promulgadas por Wamba y retocadas por
su sucesor Ervigio, todos los súbditos residentes en un perímetro de cien millas alrededor de la
zona donde hubiese surgido el peligro tenían la obligación de tomar las armas, sin necesidad de
especial convocatoria, ante la sola noticia de la existencia del mismo. Esto, a pesar de las duras
sanciones previstas, no siempre se cumplía. Pero está claro que los nobles terratenientes de la
zona tendrían interés en defender sus propiedades y cosechas, y que el conde de cada territorio
tenía como una de sus funciones la defensa del mismo.
Batalla de Guadalete
El rey Don Rodrigo arengando a sus tropas en la batalla de Guadalete, de Bernardo Blanco. 1871. (Museo del Prado, Madrid).
Tras ver que las fuerzas locales del sur de la península no podían con Tariq, y que éste no se
retiraba como había ocurrido en anteriores ataques musulmanes, Rodrigo acudió contra
él.[cita requerida] Rodrigo también retrasó su reacción porque se encontraba en plena lucha por las
tierras del norte. En ese momento estaba sitiando la ciudad de Pamplona, cuyas murallas habían
sido restauradas no hacía mucho por el rey visigodo Wamba. Esta ciudad o bien había caído en
poder de los vascones o bien estaba en manos de nobles witizanos leales a Agila II. Rodrigo, en
todo caso, partió hacia Toledo sin haberla recuperado. Cuando las tropas comandadas por Rodrigo
entraron en contacto con las de Tariq ya habían pasado varios meses desde su llegada al sur.
Durante ese tiempo Tariq ibn Ziyad había obtenido el refuerzo de cinco mil bereberes más.
Otro aspecto a tener en cuenta es el de que organizar un ejército no era fácil en los últimos tiempos
del reino visigodo. Ello se debía a que la pérdida de propiedades del Patrimonio de la Corona, de
donde se obtenía el reclutamiento de los siervos que atendían tales propiedades, hizo que el rey
tuviese un ejército propio muy menguado y dependiera en gran medida de los efectivos aportados
por los nobles. Aunque había leyes que penaban y multaban fuertemente a quienes no acudían a
apoyar al rey, muchos nobles preferían mantener las labores agrícolas, fuente de sus ingresos. Si a
ello unimos el problema de Agila II en el noroeste y la división nobiliaria en su propio bando, el
resultado fue que, además de presentarse tarde, el ejército de Rodrigo no debía de ser muy
numeroso. Este ejército además de reducido estaba dividido, y surgieron desacuerdos que
motivaron luchas internas y deserciones. Parece muy probable que, incluso, Tariq recibiera en el
transcurso de la batalla apoyo de nobles witizanos que acompañaban al rey.
La consecuencia de todo ello fue que Rodrigo resultó derrotado en la batalla del río Guadalete
(aunque algunos historiadores la sitúan más al sur, en los ríos Salado o Barbate, o junto al lago de
la Janda, o incluso junto al río Guadarranque). Sea donde fuere, la batalla tuvo lugar a finales de
julio de 711, precedida de diversos tanteos y escarceos durante varios días, muriendo en ella o
inmediatamente después el propio rey Rodrigo. Los nobles que permanecieron con el rey y sus
opositores witizanos murieron también en su mayoría.
La batalla de Guadalete, de Salvador Martínez Cubells. (Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid)
Tariq se hizo con un gran botín, pues Rodrigo viajaba con un gran lujo, dado el fasto y lo rico del
ajuar que utilizaban los reyes visigodos desde Leovigildo, imitando la pompa y riqueza de la corte
de los emperadores bizantinos.
A la muerte de Rodrigo, un sector de la nobleza eligió a Oppa, hijo del rey Egica y hermano
de Witiza, si bien nunca fue aceptado mayoritariamente ni, al parecer, coronado como tal. Hubo
enfrentamientos entre los propios visigodos, con los leales a Agila II y con otros nobles no witizanos
que se negaban a aceptar al nuevo rey. Oppa pudo contar inicialmente con la permisividad o apoyo
de las fuerzas musulmanas, pero en todo caso acabó por enfrentarse a ellos.
Tras haber asentado Tariq una pequeña cabeza de puente en el sur, Musa ben Nusayr, gobernador
de Ifriquiya, llegó a Hispania en ese mismo año. Desembarcó con otro ejército, de unos 18 000
hombres, en la ciudad de Cádiz, ya bajo control musulmán.
Las fuerzas musulmanes, así reforzadas, conquistaron fácilmente, casi sin resistencia, Medina
Sidonia. Después se dirigieron a sitiar Sevilla, pero esta última solo cayó tras un mes largo de
asedio. Sevilla era importante, pues esta ciudad era la capital de la provincia visigoda de Hispalis y
de esta forma se evitaba una acción coordinada desde esa zona. Así queda completada la acción
inicial de la conquista, asentando un territorio propio mínimo desde el que poder iniciar un proceso
más amplio.
Conquista del tercio meridional
Guerreros musulmanes representados en el manuscrito musulmán de la Maqamat Al-Hariri مقامات الحريري, aprox. del siglo XI. Yahya ibn Mahmud al-
Wasiti
Una vez conquistada, Sevilla se convirtió en la base de las operaciones militares. Desde esta
ciudad salieron dos ejércitos, que empezaron a operar por separado en la península: uno se dirigió
hacia Córdoba, capital de la provincia visigoda de la Bética, y otro hacia Mérida, capital de la
provincia de Lusitania. Se trataba de rendir cuanto antes los centros de poder administrativo y
militar visigodos (ya se ha explicado antes la fuerza militar que organizaba cada provincia), de forma
que no pudiera haber una respuesta coordinada y contundente de estos.
Además, Musa, muy bien informado y aconsejado, pretendía llegar cuanto antes a Toledo, capital
del fuertemente centralizado reino visigodo, y era importante eliminar pronto los obstáculos para
dirigirse hacia Toledo lo más rápidamente posible. Para ello, utilizaron el trazado de las calzadas
romanas, lo que facilitaba su traslado y la sumisión, por la fuerza o por rendición, de las ciudades
que se encontraban en su trayecto.
Tariq avanzó por el Guadalquivir, y cerca de Écija tuvo lugar una nueva batalla en campo abierto,
dada por los restos del ejército real y refuerzos de la provincia Bética, que se habían podido
reorganizar gracias al mes que duró la resistencia de Sevilla. Los musulmanes vencieron de nuevo,
la ciudad de Écija también se les rindió y siguieron rápidamente para tomar Córdoba por sorpresa
(excepto la ciudadela, cuyos defensores fueron asesinados en su totalidad por los musulmanes tras
ser rendida por el conde visigodo de la ciudad). Luego continuaron para tomar, ya casi sin
resistencia tras la caída de la capital de la provincia, otras ciudades de la Andalucía oriental, como
Málaga y Granada en el sur o Martos, Jaén y Baeza en el norte.
Mientras, Musa se dirigió hacia Mérida, utilizando la calzada que desde Sevilla iba hacia esa ciudad
y luego seguía hasta Toledo, discurriendo por Cáceres y Talavera la Vieja. Pero Mérida se resistió
fuertemente, abastecida por su puerto fluvial y agrupando el ejército provincial en el interior de sus
imponentes y fuertes murallas. Para no retrasarse, Musa tuvo que dejar allí un contingente de
asedio mientras él continuaba con el grueso del ejército hacia su objetivo.
Musa continuó por la calzada romana, conquistando Cáceres y Talavera la Vieja, hasta llegar a
Toledo. Allí Tariq se unió al ejército de Musa. Para ello Tariq había seguido la calzada romana que
iba desde Linares, ciudad ya controlada por los musulmanes, pasando por Despeñaperros y
Consuegra (Consabura), hasta Toledo; dejando algunos contingentes en el sur.
Conquista del centro peninsular
Sucesivas campañas durante la conquista de la Península Ibérica desde el 711 hasta la batalla de Poitiers, el final del avance de los árabes en el
Norte.
Toledo fue conquistada por Musa, casi sin resistencia, antes de acabar el año 711; haciendo huir al
nuevo rey, Oppa, que quizás murió pronto o que, al menos, ya no volvió a ejercer como tal, y
ejecutando a cuantos nobles había en la ciudad; aunque muchos de ellos, como el propio
Arzobispo, huyeron antes de que fuera sitiada. Abandonada de antemano por quienes podían
haberla defendido, la tímida resistencia que pudo oponer la ciudad fue rápidamente vencida.
La caída de Toledo buscaba un efecto psicológico, que sin duda tuvo, y un efecto político, pues la
gran centralización del reino visigodo impidió una respuesta coordinada frente a las fuerzas
musulmanas. Salvo el nordeste, bajo el control del rey visigodo Agila II, el resto de las zonas sólo
pudieron oponer una resistencia aislada, sin coordinación entre sí, dirigida por la aristocracia local
de cada territorio. Además, conseguir Toledo permitió a los conquistadores hacerse con el grueso
del riquísimo Tesoro Real visigodo (fruto, entre otros, del saqueo de Roma y de la conquista del
reino suevo), que era el más importante de los tesoros reales del Occidente barbárico. Esto tenía a
la vez un efecto de restar poder económico a la resistencia y de golpe psicológico a la misma, pues
era la primera vez que dicho tesoro resultaba capturado.
Los nobles que lograron escapar, con todas las riquezas que pudieron reunir, huyeron hacia el
norte. Unos reforzaron al rey Agila II, en el nordeste (como el propio Arzobispo de Toledo,
Sinderedo), y otros se dirigieron hacia las plazas fuertes cercanas a la zona gallega.
Musa decidió acabar en Toledo el invierno. Con la llegada de la primavera, el ejército musulmán
avanzó por la calzada romana que unía Toledo con las ciudades de Alcalá de Henares,
Guadalajara, Sigüenza y Medinaceli, ocupándolas, y volvieron a dividirse a partir de esta última
ciudad.
Conquista del norte
Peña Amaya, capital del Ducado de Cantabria, en la ahora provincia de Burgos. En primer plano a la derecha, los restos arqueológicos del poblado
Musa atacó el noroeste, menos organizado que la zona controlada por el rey visigodo Agila II. En su
campaña ocupó los centros administrativos y plazas fuertes de Clunia, Amaya (que no pudo tomar y
hubo de ser reducida por el hambre), León y Astorga, donde estableció guarniciones militares. Allí
hizo miles de prisioneros, entre ellos bastantes nobles, apoderándose también de las riquezas que
habían llevado consigo.
Táriq, mientras, se dirigió hacia el nordeste, pasando por Calatayud y llegando hasta Zaragoza,
ciudad que incendió en parte, matando incluso a los niños y crucificando a los hombres por no
habérsele rendido, mientras las mujeres eran esclavizadas. Esta masacre tuvo un efecto psicológico
importante en el resto de la península, como luego veremos. Desde allí, Táriq avanzó hacia el
oeste, siguiendo la vía romana de Zaragoza a Astorga, y sometiendo el curso medio y alto del río
Ebro. En esa zona aceptó un pacto de sumisión con el conde de la familia Casius (Casio), de
nombre Fortún, en la zona de Tarazona, puede que similar al suscrito después con el conde
Teodomiro en el sureste. Este Fortún era el heredero de una rica familia hispanorromana, los Casio,
terratenientes desde hacía siglos en la ribera media del Ebro. Él y su familia se islamizaron, como
luego veremos que ocurrió con otras familias nobles, y llegó a formar la dinastía de los Banu-Qasi
(literalmente, los hijos de Casio), que varios siglos más tarde fueron reyes de la taifa de aquella
zona.
Continuando su trayecto, Táriq llegó, pasando por Amaya, hasta Astorga, capital de la provincia
visigoda Asturiensis o Autrigonia, donde de nuevo unió sus fuerzas con Musa, y llegaron juntos
hasta Lugo, capital de la provincia de Gallaecia o Galecia, ciudad fuertemente amurallada que fue
sometida. En aquella zona recibió pacto de sumisión de diversas ciudades de las ambas provincias
visigodas, entre las que cabe destacar a Gijón (ciudad fundada por los romanos), en la misma costa
de Asturias.
Con la toma de Lugo, los musulmanes se habían apoderado ya no sólo de la capital del reino
visigodo, sino también de la cabeza administrativa de más de la mitad de las provincias visigodas,
excepto las ciudades de Tarragona y Narbona, y la aún sitiada Mérida.
Antes de llegar a Lugo, Musa había recibido una orden del Califa para ir a Damasco. Desde Lugo,
Musa se dirigió otra vez a Toledo, pero esta vez por Salamanca, sometiendo igualmente las
poblaciones a su paso.
Sin embargo, muchas regiones y ciudades aún no reconocían su dominio, estando bajo el control
de nobles o de otras autoridades locales que capitaneaban la resistencia. Entre ellas destacaba
Mérida, la segunda ciudad, por entonces, del país por población y riqueza. Mérida llevaba muchos
meses resistiendo (casi un año), abastecida por su puerto fluvial y protegida por una fuerte muralla,
restaurada por los visigodos y que causó admiración a los conquistadores musulmanes.
Fue Abd-el-Aziz, hijo de Musa, quien, aún bajo el gobierno de su padre, acabó el asedio de esta
ciudad, que se rindió a el 30 de junio de 712. El convenio de capitulación (llamado por los
musulmanes sulh) respetaba la vida y bienes de los emeritenses, permitiéndoles celebrar sus
cultos, mientras que los musulmanes se apropiaban de los bienes de todas las iglesias (que servían
para mantener hospitales, escuelas y viudas, y al propio clero) y de quienes hubiesen huido.
Capitulaciones de ciudades mediante pactos
Tras los hechos sangrientos de Zaragoza, anteriormente citados, aterrorizadas por ese ejemplo, al
tiempo que desmoralizadas por la falta de un poder central, la mayoría de las ciudades y regiones
se rindieron a los musulmanes por capitulación (sulh), como ocurrirá en general en los siguientes
años de la conquista.
Estos pactos fueron muy diversos, dependiendo de las circunstancias, pues algunos incluían el
respeto del gobierno local, la conservación de algunos bienes y un mínimo grado de tolerancia
religiosa (tipo ’ahd, como luego veremos algún ejemplo) y otros eran más similares al modelo de
Mérida, con sumisión seguida por la entrega de bienes. Estos acuerdos se extendieron también a
los magnates que, aún sin el título de conde, gobernaban de hecho sobre extensos territorios en los
que no había ninguna ciudad importante, manteniéndolos en sus propiedades a cambio de su
lealtad.
Pero las ciudades que se resistían eran destruidas y quemadas, sus iglesias derruidas, y su
población muerta o esclavizada, con el fin de dar un escarmiento y un aviso para otras ciudades. A
los hombres se les mataba, normalmente crucificados, y las mujeres y niños eran esclavizados,
siendo estos últimos islamizados a la fuerza. En algunos casos, los hombres y jóvenes que se
libraban de la muerte trabajaban como esclavos en sus antiguas tierras, cultivadas ahora en
provecho de sus nuevos señores.
Los conquistadores también se reforzaron ofreciendo la libertad a los esclavos que se convertían al
islam. Estos, sin embargo, debían jurar fidelidad al clan tribal del jefe militar que los liberaba, e
integrarse en su ejército. Musa no estableció ninguna modificación en los impuestos, los cuales
seguirían recaudándose en igual forma que hasta entonces, pero su importe lo recibía
el wali musulmán de Hispania (éste era el título que utilizaba Musa). Con Musa, la legislación
antijudía desapareció, lo que también le granjeó el apoyo de esa comunidad.
Regreso de Musa a Damasco
Musa estuvo unos quince meses en España, hasta que partió hacia Damasco, a finales de 712,
llamado por el califa Walid para rendir cuentas. Antes, y tras la caída de Mérida, aún tuvo que
mandar a su hijo Abd-el-Aziz a tomar por segunda vez Sevilla, ciudad que se había sublevado, lo
que muestra lo endeble de la posición de los conquistadores.
Musa viajó con parte del riquísimo Tesoro Real visigodo y otro botín, así como con algunos nobles
visigodos, y se llevó consigo también a su liberto Táriq. En Damasco cayó en desgracia con el
siguiente califa, Sulaymán, por la forma en que repartió el botín, y fue condenado a muerte
mediante crucifixión por un delito de malversación de fondos —delito en el que era reincidente—.
Dicha pena se le conmutó por el pago de una fuerte multa. Musa murió asesinado en una mezquita
de Damasco en el año 716. Táriq murió en la miseria.
Consolidación de la conquista
Musa dejó al frente del ejército en España a su hijo Abd el-Aziz ibn Musa (Abdelaziz), quien tras
reconquistar a la sublevada Sevilla, permaneció en ella y la convirtió en la primera capital de Al-
Ándalus, actuando desde ella como wali. Con él se quedó el grueso del botín. Aunque una parte
estaba destinada a cubrir los gastos de la administración y de la guerra, la mayoría se mantenía
para su reparto entre las tropas cuando se licenciasen al final de la campaña, con reserva de un
quinto (llamado jums) para el califa. Este reparto, a causa de lo lento de la conquista, aún tardó
varios años.
Mientras, el rey visigodo Agila II, tras haber resistido la fuerte acometida de Táriq, mantenía el
control de la actual Cataluña, más algunas zonas adyacentes y la provincia goda de Septimania. El
propio Arzobispo de Toledo, Sinderedo, que como ya dijimos abandonó la capital, se unió a él para
reforzar su autoridad como heredero de Rodrigo, por el sentido simbólico legitimador que su
presencia y apoyo tenía para la monarquía visigoda.
Agila II ejercía su dominio en una zona muy compacta geográficamente y de reducido tamaño, lo
que facilitaba su defensa. Además, eran dos provincias visigodas (parte de Iberia y Septimania) con
una urbanización y con una demografía superiores a la media del territorio visigodo; demografía que
se vio reforzada con la emigración de quienes huían de las acciones guerreras procedentes de
otras zonas de la península.
Abd el-Aziz, con el fin de dotarse de mayores medios económicos para continuar las campañas,
estableció un sistema de impuestos por capitación (gizya), o pago fijo anual por persona, aplicable
sólo a los no musulmanes, que era utilizado en todos los países conquistados por los musulmanes.
De esta manera, además de forzar las conversiones de cristianos al islam, pretendía obtener una
capacidad financiera propia para continuar la conquista sin necesidad de recurrir al botín y al pillaje.
Abd el-Aziz también se dedicó a eliminar los focos de resistencia existentes en el centro y sur de la
península, tanto en centros urbanos como en las zonas montañosas, con el fin de asentar su control
en el extenso territorio que ya había conquistado, y evitar situaciones de peligro en su retaguardia.
Así, durante el año 713 avanzó por la Bética oriental, sometiendo de nuevo Málaga y Granada, que
se habían sublevado, y siguiendo por Guadix hasta llegar a Lorca y Orihuela, en el sureste
peninsular.
Para extender el control musulmán en la península, y dado lo limitado de sus fuerzas militares, Abd
el-Aziz, además del recurso de la fuerza, estableció también acuerdos y alianzas en determinadas
regiones con los nobles visigodos. Aunque estos acuerdos, en general, no se respetaron por los
musulmanes mucho tiempo, sirvieron para posibilitar y facilitar la conquista, que de otro modo
habría sido aún más larga y costosa.
Así, por ejemplo, el 5 de abril de 713, firmó un acuerdo con el conde Teodomiro, gobernador de
Orihuela y de una extensa demarcación a su alrededor. El tratado suscrito fue del tipo que los
musulmanes llaman ‘ahd, que no sólo respetaba los bienes (como el ya citado de tipo sulh), sino
que otorgaba una más o menos extensa autonomía de gobierno. Este Teodomiro era un noble con
fama de culto y con prestigio de buen guerrero, que había rechazado un intento de invasión
bizantina (quizás la flota que huyó de Cartago tras su conquista por los musulmanes) en las costas
de Cartagena en tiempos del rey Egica, anterior a Witiza.
En el acuerdo antes citado, siete ciudades, de las cuales hoy sólo son reconocibles por su nombre
Orihuela, Alicante, Elche, Mula, Villena y Lorca, mantenían sus propios señores y gobierno, no
serían molestados en el ejercicio de su religión (no olvidemos que el Islam prohíbe las prácticas
religiosas externas de otras religiones) y no serían destruidas sus iglesias, algo que solía ocurrir
durante la conquista musulmana. En Córdoba la iglesia principal, la iglesia de San Vicente, fue
repartida en dos zonas, la mitad para prácticas del rito cristiano y la otra mitad para el musulmán.
Esta medida fue revocada en tiempos de Abderramán 50 años después, cuando derribó la iglesia y
empezó a erigir la gran mezquita de la ciudad.
A cambio de esa autonomía, los vencidos se sometían al dominio del Califa, jurando ser fieles y
sinceros con el walí, y se comprometían a no dar apoyo a los rebeldes contra dicha ocupación, así
como a pagar un tributo anual fijo por cada persona, libre o esclava, no musulmana (la gizya antes
citada). Este tributo era parte en especie (trigo, cebada, mosto, vinagre, miel y aceite) y otra parte
en metálico, consistente en un dinar (moneda de oro musulmán equivalente al «sueldo» visigodo)
por persona libre. Por cada esclavo se estipulaba medio pago.
En Orihuela se estableció una guarnición musulmana y se enviaron destacamentos a diversas
ciudades de la antigua provincia. Cartagena no formaba parte del enclave, sino que fue ocupada
directamente por los musulmanes, dada la gran importancia estratégica de su puerto. Este enclave
continuó su autogobierno con Teodomiro hasta el año 743, en que fue sucedido por su hijo
Atanagildo; y de la riqueza de la zona se tiene noticia antes de 754. No obstante, el estatus de
autonomía de que gozaron sus tierras fue suprimido antes de 780 bajo Abderramán I.
Desde esta zona del sureste, Abd el-Aziz se dirigió por la costa para controlar todo el Levante,
sometiendo Valencia y Sagunto. Por el otro extremo, y partiendo también desde Sevilla, en la
campaña del año 714, el propio Abd el-Aziz sometió Huelva, Faro, Beja, Évora, Santarem y Lisboa;
y alcanzó un acuerdo de tipo ‘ahd en una amplia zona al norte de Coímbra. Con ello, se consolidó
también el dominio en la limítrofe Galicia, muy endeble hasta esa fecha. En ese mismo año murió el
rey visigodo Agila II, que fue sucedido por Ardo; si bien algunos historiadores sitúan su muerte en el
año 713 (puede que coincidiendo con la campaña musulmán de levante, antes citada).
Abd el-Aziz instaló la sede del gobierno omeya en Sevilla (tras su segunda conquista). Esto rompía
la política tradicional de los árabes, que consistía, como ocurrió en Persia, Egipto o África del Norte,
en degradar los anteriores centros de gobierno y gobernar desde un nuevo centro. Sin embargo, el
escaso número de los musulmanes en España y la continuidad de las acciones guerreras de
conquista impidieron que, como en esos otros países, se pudiese construir una nueva ciudad para
el gobierno.
Por ello, como alternativa a Toledo se optó por Sevilla, ciudad que había sido capital de provincia
con los visigodos, y que incluso fue capital del reino godo por algún tiempo en el pasado. Esto
cuadraba más con la política pactista de Abd el-Aziz. Pero había también razones estratégicas,
propias de un tiempo de conquista: Sevilla es una ciudad cercana al mar y al estrecho y, por tanto,
desde donde poder recibir refuerzos más rápidamente.
Con estos acuerdos y el trabajo de desarrollar una administración estable, 715 fue un año sin
campañas, en el que Abd el-Aziz se dedicó a asentar el poder de los conquistadores, sin arrebatar
nuevas tierras el rey visigodo Ardo. Además, tras cuatro años de guerra era necesario recomponer
el ejército y las finanzas, recoger todas las cosechas y permitir que se recuperaran tanto el país
como las tropas invasoras. No salieron ejércitos en primavera para realizar nuevas conquistas, y
Abd el-Aziz organizó otros planes igualmente efectivos.
Dentro de su política de asentar lo conquistado mediante alianzas y acuerdos, Abd el-Aziz contrajo
matrimonio con Egilo (también citada en algunas fuentes como Egilonda), viuda del rey Rodrigo,
con quien tuvo un hijo, llamado Asim. Convertida al islam (aunque según sus críticos musulmanes,
sólo en apariencia), cambió su nombre por el de Umm ‘Asim (madre de Asim).
Esto atrajo a otros nobles visigodos, que abandonaron así la resistencia. Algunos de ellos incluso se
convirtieron al islam, para no tener que pagar impuestos por las propiedades que habían logrado
conservar (de hecho, los nobles de ascendencia goda estaban también exentos de tributos en la
época visigoda), y para mantener su estatus e influencia mediante nuevas relaciones de clientela
política con los jefes de los conquistadores.
Pero la boda antes citada de Abd el-Aziz, junto al apoyo que daban estos nobles visigodos al
gobernador, y las acciones de este para reforzar su poder frente a los demás cargos de los
conquistadores (como la asunción de varios ceremoniales y pompas regios), así como su creciente
autonomía en la toma de decisiones frente al gobierno de Damasco, se interpretaron como un
intento de rebelión contra el Califa.
Por ello, el jefe del Ejército, Ziyad ben Nàbigha (casado él también con una noble visigoda),
encabezó, junto al cuñado de Abd el-Aziz, Ayyub, una conjura contra el gobernador, acusándole de
haberse hecho secretamente cristiano. Fruto de ella, y siguiendo órdenes directas del califa
Sulaymán, Abd el-Aziz fue asesinado en el verano de 715 en la mezquita de Sevilla (anteriormente,
iglesia de Santa Rufina, expropiada por los musulmanes), mientras estaba rezando; y su cabeza fue
enviada al Califa.
Es notable que en toda la extensión de las conquistas musulmanas, desde el Punjab hasta los
Pirineos, sólo en España se encuentra tal situación de rebeldía de un gobernador musulmán contra
el Califa. Quizás la influencia visigoda, con su arraigo social y cultural y su fortaleza ideológica, haya
influido, dadas las estrechas relaciones con la antigua aristocracia visigoda antes citadas. Aunque
también ayudaba la separación geográfica. De hecho, sólo unos pocos años más tarde, España fue
la primera región del «imperio árabe» en romper totalmente[cita requerida] con la autoridad de los califas,
formándose un emirato independiente.
Coras del Emirato de Córdoba.
Tras los hechos antes citados, Ayyub quedó como gobernante interino durante seis meses, hasta la
llegada del nuevo gobernador nombrado por el Walí de Ifriqiyya, hermano mayor del asesinado.
Durante los seis meses que Ayyub dirigió las fuerzas del Califato Omeya no realizó ninguna nueva
campaña, por lo que el año 715 fue de nuevo de relativa tranquilidad. El nuevo gobernador fue Al-
Hurr (716–19), que llegó a la península con un ejército de refuerzo.
Al-Hurr era consciente de que la dominación musulmana era claramente precaria, pues los
bereberes y árabes[cita requerida]eran un porcentaje muy pequeño de la población de España, y la
pacificación del territorio era aún superficial. De hecho, el rey visigodo Ardo había mantenido su
poder en el nordeste peninsular. Por ello, antes de reiniciar el proceso de conquista de los territorios
peninsulares, procedió a generalizar la instalación de guarniciones militares en las ciudades ya
tomadas, excepto las sometidas mediante acuerdo.
Al-Hurr, para romper con su antecesor y estar más centrado en la península, trasladó la sede de su
gobierno a Córdoba en el año 716, y estableció un nuevo impuesto especial (además de la gizya)
que se cobraba como el anterior a los no musulmanes, aplicado también en otros países por los
musulmanes: el harag. Consistía en un impuesto territorial, que obligaba a pagar un porcentaje de
lo obtenido por trabajar la tierra.
Esto se unió con la devolución o asignación de las tierras ya pacificadas a nobles visigodos que les
eran leales, puede que algunas pertenecientes al antiguo patrimonio de la corona. A muchos
nobles, en su mayoría witizanos, se les reconocieron sus patrimonios, a veces incrementados con
parte de los de sus antiguos oponentes. Así, incluso nobles como Olmundo y Ardabasto, hijos al
parecer de Witiza, se retiraron a sus posesiones, leales ahora a los nuevos ocupantes de la
península, con un cierto acuerdo de autonomía. Olmundo en la zona entre Sevilla y Mérida, y
Ardabasto entre el norte de Córdoba y Jaén.
Esto se hizo no solo para asegurar su apoyo, y su colaboración en el control y la pacificación del
reino visigodo, sino también con el fin de conseguir mayores ingresos para el fisco, tras la
introducción del harag. Con este fuerte aumento de la presión fiscal obtuvo nuevos fondos para
financiar las campañas militares y la administración de los conquistadores, además de reforzar la
presión económica para conseguir más conversiones de cristianos al islam.
Fruto de estas medidas fue la acuñación de una nueva moneda, de oro como las visigodas, en
árabe y latín, a fin de facilitar la vida económica después de tantos años de luchas y falta de
gobierno centralizado, además de los serios problemas que había acarreado el intenso
atesoramiento, normal en períodos de guerra.
Mientras tanto, como ya dijimos, el rey visigodo Ardo había sucedido a Agila II en el gobierno de
Septimania y la actual Cataluña, reinando siete años, desde el año 714 al 720. Probablemente
contaría con el apoyo de nobles de Aquitania, vinculados familiarmente en algunos casos con
nobles godos o galo-romanos de la Septimania, o quizás temerosos de los nuevos invasores, y con
mercenarios francos y sajones; como ya había ocurrido otras veces en el pasado, cuando aquella
zona del reino visigodo se había rebelado contra el poder real.
Pero el nuevo gobernador musulmán, Al-Hurr ibn Abd ar-Rahman al-Thaqafi, reforzado con las
medidas antes citadas, realizó sucesivas campañas, desde el otoño de 716 y en los dos años
siguientes, contra este reducto visigodo. Desde Zaragoza atacó y sometió las ciudades de Huesca,
Barbastro, Lérida, Tarragona, Barcelona y, finalmente, Gerona. La resistencia de Tarragona debió
ser tenaz pues, tras su conquista, los musulmanes dieron muerte a toda la población que había
sobrevivido al asedio, y destruyeron la ciudad, incluidas sus iglesias y numerosos monumentos.
Al-Hurr realizó también una campaña en el norte, después de una incursión de los vascones a la
zona de Tudela, para tener la retaguardia bien cubierta en su guerra con el rey visigodo Ardo. Sobre
el año 716 (o probablemente antes) los musulmanes consiguieron un acuerdo de capitulación con
Pamplona, ciudad que se les rindió a cambio de mantener su autoridad local y cierta tolerancia
religiosa. Esa autonomía sólo les duró hasta el año 732, en que Al-Gafiqi la sometió totalmente
antes de partir hacia Poitiers.
Igualmente en ese año 717 el gobernador al-Hurr nombró un gobernador en la Astura Transalpina
(actual Asturias), residente en Gijón, ciudad amurallada y que al ser costera estaba comunicada
también por mar.
Final del proceso de conquista
El califa Omar II, en 718, un año después del inicio de su reinado, estudió el abandono de las
conquistas en España. Aunque se desconocen los motivos exactos, estas dudas parece que tenían
que ver porque la continuidad de las acciones bélicas proporcionaban escasos ingresos, pues se
los comía el gasto de sostener un numeroso ejército; por lo lejano de las operaciones, con
comunicaciones difíciles; y por la fragilidad aún existente de la conquista.
Un hecho importante para estas dudas del Califa fueron también los primeros enfrentamientos en la
península entre los bereberes del norte de África, recién islamizados, y los árabes[cita requerida]. Los
segundos veían a los primeros como musulmanes de segunda, y estos habían recibido una parte
muy pequeña del botín. Los aproximadamente 35 000 soldados bereberes no se sentían bien
pagados, y entre 716 y 718 hubo dos nuevas migraciones de bereberes hacia la península, lo que
aumentó gravemente la tensión entre los dos pueblos. Finalmente, sin embargo, Omar II optó por
continuar en España y nombrar un nuevo gobernador, al-Samh ben Malik (718–721).
Este lo primero que hizo fue una especie de catastro o registro de ingresos imponibles, para
clarificar las fuentes y capacidades del fisco y aumentar así su rendimiento. A continuación hizo una
distribución del botín, que aún estaba pendiente de dividir. Este reparto del botín tenía un efecto
político y psicológico, pues mostraba a las claras que la decisión tomada por Omar II de
permanecer en la península era definitiva.
Con el reparto se asignaron propiedades y bienes a la hacienda pública, y se distribuyeron otras
tierras entre los conquistadores, a fin de calmar sus enfrentamientos. Incluso parte de los terrenos
correspondientes al Califa por jums fueron entregados en usufructo, por decisión de Omar II, a
cambio de un pacto feudal. Con todo ello, se consiguió reducir la tensión entre los conquistadores
bereberes y árabes[cita requerida]. Pero aun en esto se notó el diferente trato hacia los bereberes, que
fueron asentados en las laderas de los sistemas cantábrico y central, y en las montañas andaluzas,
mientras que los terrenos más fértiles del sur fueron para contingentes árabes[cita requerida],
procedentes de Siria y Egipto.
Nada más hecho esto, continuó las acciones militares y llegó hasta Septimania en la primavera de
719. En el año 720, Perpiñán y Narbona fueron capturadas, matando a todos los hombres y
esclavizando mujeres y niños; y estableciendo una guarnición permanente en esta última ciudad. En
ese mismo año murió, quizás en alguna campaña, el último rey visigodo, Ardo.
Al-Samh continuó sus conquistas en el sur de la Galia, contra las pocas ciudades de
la Septimania aún libres, atacando incluso ciudades de otros reinos que apoyaban a los visigodos,
como Toulouse en 721. Allí fue derrotado y muerto por el duque Eudo (o Eudes), de Aquitania, que
fue a socorrer dicha población.
El ejército musulmán eligió allí mismo como gobernador a Al-Gafiqi (721–722), que llevó como pudo
los restos del ejército hasta Narbona, evitando el acoso desde la fortaleza de Carcasona, aún sin
conquistar. El Walí de Ifriqiya, Bishr Ubn Safwan, lo ratificó provisionalmente, pero sólo ocupó su
puesto durante un año, en que intentó recuperarse de la derrota, reorganizando el ejército y
consolidando la administración del territorio recién conquistado. Al-Gafiqi, sin embargo, volvió a ser
nombrado gobernador años más tarde, en el 730.
En el año 722 el Walí de Ifriqiya nombró finalmente un nuevo gobernador, Anbasa ibn Suhaym al-
Kalbi, que no continuó las acciones militares hasta reforzarse internamente. Durante tres años sólo
se realizaron incursiones a pequeña escala bajo el mando de sus subordinados militares. Como
anteriormente, el objetivo inicial fue aumentar sus ingresos. El califato llevaba ya muchos años
gastando dinero, y reclamaba que estas campañas no sólo se autofinanciasen, sino que reportasen
nuevas sumas a la hacienda califal.
Para ello, Anbasa subió de forma importante los impuestos sobre la población no musulmana (las
crónicas hablan incluso de que los duplicó). También reforzó su poder mediante un control más
directo de las zonas que habían llegado a acuerdos con Abd el-Aziz: algunas vieron desaparecer su
autonomía, y todas aumentaron de forma importante sus pagos fiscales a la hacienda musulmán.
Con todo esto, en el año 724 organizó un fuerte ejército. Aún quedaban sin conquistar algunas
ciudades del reino visigodo, ahora dirigidas por la aristocracia local. Todas cayeron en esta
campaña: comenzó con Carcasona, en 724, y acabó en Nimes, punto extremo del dominio visigodo
en la Galia, en 725. Con ello se acababa la conquista del reino visigodo.
Pero ya antes (en una fecha incierta entre 718 y 722, aunque más probable esta última) había
estallado la revuelta en Asturias contra los conquistadores, capitaneada por el noble visigodo
Pelayo, que obtuvo una victoria en la denominada batalla de Covadonga. Lo más probable es que
hubiera escaramuzas y pequeñas batallas en esos años, y la constante conflictividad interna de Al-
Ándalus propició la consolidación de un movimiento insurreccional en la costa del Cantábrico. Hasta
que en el 722, bajo el mandato de Anbasa, consiguieron hacer huir al gobernador musulmán de
Asturias, con sede en la ciudad costera de Gijón, sin que volvieran a gobernar los musulmanes en
esa zona, más o menos del tamaño y lindes de la actual Asturias. En la primera mitad del siglo se
fue consolidando paulatinamente el reino de Asturias, al que seguirían más tarde la formación de
otros núcleos en la zona oriental.
Bereberes
Los elementos bereberes que participaron durante los primeros años en la dominación de la
península Ibérica pertenecían en su gran mayoría al grupo de los al-Butr —tribus norteafricanas que
se resistieron a la romanización, tanto romana como bizantina, con indudables prácticas paganas o
conversos al judaísmo—, en contraposición al tronco de los Baranis, tribus más romanizadas y
cristianizadas, asentadas en los núcleos urbanos costeros. Ambos grupos se extenderían desde la
actual Túnez hasta las costas atlánticas de Marruecos.
Debate historiográfico
Alrededor de la conquista musulmana existe un cierto debate historiográfico, en el que se han
confrontado diversas lecturas del proceso. Éste deriva de las inconsistencias generadas por
información procedente de las principales fuentes disponibles, entre las cuales se encuentran:
El Tratado de Teodomiro, que habría sido redactado el 5 de abril del 713, pero del que sólo
queda una copia inserta en Para satisfacer el deseo de aquel que realiza investigaciones
acerca de la historia de los hombres del Andaluz de Adh-Dhabbi, muerto en 1203.
La Crónica bizantina-arábiga (743-744), redactada por un autor anónimo aunque
probablemente mozárabe pocas décadas después de la conquista musulmana.
Crónica de Alfonso III (883).
Una crónica latina anónima, conocida antigua y erróneamente como Crónica de Isidoro
Pacense o Crónica mozárabe y a la que E. A. Thompson denomina Crónica del 754 por
terminar su narración en el año 754. Mientras algunos historiadores la datan en ese año, otro la
retrasan hasta finales del IX o principios del X. En cualquier caso, y, en palabras de E.A.
Thompson en su fundamental Los godos en España (1969), «por muy poco digna de fiar que su
parte narrativa sea, no puede ser ignorada». No obstante, otros (Roger Collins) la consideran la
principal fuente de información sobre la conquista peninsular, la única contemporánea y la más
fidedigna.
Crónica albeldense o emilianense (976) de Vigila, cuya primera parte habría sido redactada
por Dulcidius en el siglo IX.
Crónica del moro Rasis, es decir, de Ahmad ibn Muhammad al-Razi.
Crónica de Ibn al-Qutiyya (finales del siglo X o principios del XI).
Ajbar Machmua (hacia 1007).
Las interpretaciones más fieles a estos relatos han sido criticadas por algunos historiadors
como Thomas F. Glick, quien en su trabajo «Cristianos y musulmanes en la España Medieval»
(1991), ponía en duda gran parte del relato. Por su parte, Ignacio Olagüe en «La revolución islámica
en Occidente» (1974) sostuvo que la invasión del siglo VIII fue un mito, tesis compartida por Emilio
González Ferrín, de la Universidad de Sevilla, en su «Historia general de Al-Andalus» (2007). Las
hipótesis de Olagüe no cuentan con ningún apoyo significativo en la historiografía actual;7ya
en 1974, Pierre Guichard señalaba la paradoja de negar la conquista musulmana y afirmar la
«orientalización». La obra de Olagüe ha sido calificada de «historia ficción» y rechazada en círculos
académicos.8910 Para el historiador Eduardo Manzano Moreno:
Lo más sorprendente de la tesis de Olagüe no es lo descabellada y disparatada que resulta. Teorías históricas absurdas y peregrinas
producidas por aficionados, publicistas o, incluso, historiadores académicos se cuentan por decenas o centenares. Normalmente, suelen ser
olvidadas con la misma rapidez con la que provocan un cierto revuelo inicial. En cambio, la idea de que los musulmanes no invadieron
realmente Hispania, aunque no despertó excesivo eco en su momento, parece estar recibiendo en los últimos tiempos una renovada
atención. A ello ha contribuido en parte su difusión y discusión en ciertos de foros de Internet, donde es bien conocida la preferencia que
algunos de sus cultivadores manifiestan por todo cuanto tenga que ver tanto con teorías conspirativas, como con aquello que ponga en
cuestión el conocimiento adquirido.11
Para la filóloga Anne Cenname: "Ver la islamización de al-Ándalus como resultado principalmente
de una invasión árabe y de un dominio árabe parece poco adecuado para entender la complejidad
de la paulatina conversión a la fe islámica y apropiación de la lengua y el alfabeto árabe y la amplia
gama de manifestaciones culturales de raíz árabe en gran parte de la península ibérica. La idea de
la invasión y el dominio como principales causas de estos profundos cambios culturales no parece
coincidir bien con las realidades históricas, mucho más complejas. El dominio árabe se basa en
gran medida en pactos entre la élite visigoda y una muy reducida élite árabe, y dura apenas 45
años. La islamización de al-Ándalus se debe, más que a la invasión y al dominio, a una compleja
red de influencias entre las cuales destacan, por lo menos, las mercantiles, políticas y culturales.
Sin embargo, la simplificación de la narrativa, para encuadrarla dentro del marco de nuestro tablero
de ajedrez, requiere que la islamización se entiende como una invasión o conquista que justifica e
invita a una reconquista del territorio".12
Islam en España
Islam en España (2015)1
Índice
1Historia 711-1492
o 1.1Invasión musulmana de la península ibérica
o 1.2Historia de al-Ándalus
o 1.3Personalidades de al-Ándalus
2Musulmanes en España en el siglo XXI
o 2.1Demografía
o 2.2Personalidades musulmanas actuales en España
3Entidades culturales musulmanas en España
4Entidades religiosas musulmanas en España
o 4.1Mezquitas con culto musulmán en España
5Uso del velo
6Fundamentalismo islámico en España
7Véase también
8Referencias
9Bibliografía adicional
10Enlaces externos
Historia 711-1492
En 756 Abd al-Rahman huye a la península ibérica y consigue que ésta se separe del poder de
Bagdad, haciendo que Córdoba se convirtiera en un emirato independiente. En la segunda mitad
del siglo IX se erige la alcazaba de Majerit como defensa de Toledo.
La creación de los reinos de Asturias y de Pamplona, y de diversos condados en la zona pirenaica
por parte de los francos, a finales del siglo VIII y primeros años del IX representó la primera
reducción del territorio de al-Ándalus. Hasta el siglo XI, las fronteras entre al-Ándalus y los estados
cristianos del norte experimentaron pocas variaciones aunque la lucha entre ellos fue frecuente.
El estado andalusí estaba dirigido por visires (ministros) bajo la dirección del hagib, el de más rango
de ellos. También se formó un ejército profesional compuesto por mercenarios.
Califato de Córdoba
Interior de la Gran Mezquita de Córdoba, actualmente catedral cristiana. Uno de los mejores ejemplos de arquitectura islámica iniciada por la dinastía
de los omeyas.
A comienzos del año 929 (final del año 316 de la hégira), el emir Abd al-Rahman III proclama
el Califato de Córdoba, y se nombra a sí mismo emir al-Muminin (príncipe de los creyentes), lo cual
le otorga, además del poder terrenal, el poder espiritual sobre la umma (comunidad de creyentes),
de este modo se convirtió en el primer califa independiente de la península. Por otra parte, la
naturaleza misma del poder dinástico cambió a causa de este acontecimiento, y el alcance histórico,
reconocimiento y adhesión del pueblo a los califas de al-Ándalus fue inmenso.
Este importante acontecimiento histórico encuentra sus fundamentos en la victoria definitiva que el
poder cordobés había logrado unos meses antes sobre la interminable revuelta de Omar Ben
Hafsún con la toma de Bobastro en enero del 928. Así mismo, se logró el restablecimiento de la
autoridad del poder central de Córdoba sobre la mayor parte del territorio y la rendición de las
últimas disidencias como la de Badajoz y de Toledo.
La relación con los reinos vecinos fue tensa; por una parte se encontraba el Califato fatimí en las
fronteras cordobesas del norte de África; en el año 931, las tropas andalusíes entraron en Ceuta,
donde se levantaron fortificaciones importantes. Desde entonces se establecieron tanto en Ceuta
como en Melilla guarniciones andalusíes con carácter permanente. El Califato omeya desplegó
grandes esfuerzos para contener lo mejor posible el avance fatimí, siguiendo en su política de
alianzas con las tribus Magrawa-Zanata del Magreb occidental, hostiles a los Sanhaya del centro
que sostenían el poder fatimí.
Por el norte se encontraban los reinos cristianos que seguían con sus incursiones en territorio
andalusí aprovechando cualquier debilidad del emirato cordobés. En el 932 Ramiro IIatacó Madrid y
derrotó a un ejército musulmán en Osma en el 933. Aliándose con el poderoso gobernador tuyibí
de Zaragoza. Abd al-Rahman III intentó restablecer la situación del lado cristiano organizando una
campaña contra el reino de León para restablecer la supremacía musulmana sobre la frontera del
Duero. Abd-el-Rahman no alcanzó su objetivo y sufrió una derrota en la batalla de Simancas,
seguida de otra en el barranco de Alhándega, aunque estas derrotas no tuvieron, de hecho, graves
consecuencias territoriales porque igualmente se consiguieron otras victorias de importancia, los
problemas internos paralizaron León y porque el poder cordobés, con su tenacidad, logró mantener
una presión lo suficientemente fuerte sobre la frontera, y desplegó un gran esfuerzo para protegerla,
edificando nuevas defensas y fortificando las ya existentes.
Cuando llega al poder Al-Hakam II el Califato cordobés se encuentra consolidado tanto en el norte
de la Península, con los reinos cristianos bajo vasallaje, como en el Magreb occidental, controlado
por el Califato cordobés, bien mediante sus propias tropas, bien por medio de tribus aliadas o
sometidas.
A su muerte, Al-Hakam II dejó el trono cordobés a un muchacho de once años sin ninguna
experiencia política llamado Hisham. Este joven califa contaba con el apoyo de su madre la
concubina Subh de Navarra y el ministro Al-Musafi, además de la de un hombre llamado Abi Amir
Muhammad, futuro al-Mansur (Almanzor para los cristianos), que mediante intrigas y movimientos
políticos va ascendiendo en el poder hasta hacerse con el poder absoluto. Al-Mansur puso en
marcha un programa de reformas en la administración civil y militar y supo atraerse a las clases
populares con una política de intensa actividad militar contra los cristianos del norte.
Al-Mansur inició una serie de campañas o algaradas que se adentraron en territorio cristiano,
llegando hasta Santiago, Pamplona, etc. Esta política provocó que los reinos cristianos crearan una
coalición contra al-Ándalus.
Fases posteriores
Averroes
Categoría:Médicos de al-Ándalus
Categoría:Científicos de al-Ándalus
Poetas y escritores
Ibn Arabi
Ibn Quzman
Categoría:Poetas de España en árabe
Categoría:Escritores de al-Ándalus
Musulmanes en España en el siglo XXI
Demografía
Según los datos del Informe Anual del Observatorio Andalusí correspondiente a 2006,6 vivían en
esa fecha 1 080 478 musulmanes en España; equivalente al 2,41 % de la población total.7
El censo publicado en 2015 por la Unión de Comunidades Islámicas de España (UCIDE)1 da la cifra
de 1 858 409 musulmanes residentes en España, equivalente al 3,97 % de la población total.
Cataluña, Madrid, Andalucía, Comunidad Valenciana, Murcia y Canarias son las comunidades
autónomas que cuentan con mayor población musulmana.8
La ciudad autónoma de Ceuta cuenta con 36 492 residentes musulmanes (42,95 %) y Melilla cuenta
con 43 238 (51,16 %), en cuanto a la península destacan las provincias de Almería con 82 457
(11,75 %) y Gerona con 85 041 (11,25 %).1
Musulmanes en España - Datos a fecha de 20089
Comuni Castil
Casti País La
Catalu Mad Andalu dad Mur Canar Meli la La Ceu Balea Extrema Nava Astur Cantab
lla y Vas Rioj
ña rid cía Valencia cia ias lla Manc ta res dura rra ias ria
León co a
na ha
509.33 274.9 298.15 92.30 43.2 61.37 36.4 51.14 51.14 47.1 22.41 18.1
194.585 71.026 18.957 7.509 4.987
3 07 2 7 38 8 92 0 0 78 5 04
Los musulmanes residentes en España proceden, sobre todo, de El Magreb (Marruecos y Argelia),
de países subsaharianos (Senegal), de Oriente Próximo y de países
asiáticoscomo Pakistán y Bangladés; en cualquier caso, el grupo más numeroso está constituido
por musulmanes procedentes de Marruecos.10
Según la Unión de Comunidades Islámicas de España (UCIDE), a fecha de 2014, España contaría
con 400 286 descendientes de musulmanes inmigrantes.
Un grupo minoritario, pero muy activo socialmente, lo constituyen los musulmanes de
origen saharaui, que cuentan con una oficina del Frente Polisario11 en Madrid y asociaciones
propias,12 además de recibir la colaboración de numerosas asociaciones españolas de apoyo.1314
Personalidades musulmanas actuales en España
Riay Tatary
Abdennur Prado, musulmán converso
Mansur Escudero, musulmán converso
Hashim Ibrahim Cabrera, musulmán converso
Ndeye Andújar, musulmana conversa
Ahmed ben yessef
Tijani Mimoun El Bouji, presidente de la Federación Islámica de Canarias.15
Máxima extensión de al-Ándalus en el año 732. Los yihadistas ven a España como tierra del islam invadida por infieles.34
El terrorismo yihadista en España son los actos terroristas cometidos en España por
grupos yihadistas. España es objetivo de la yihadglobal promovida por Al Qaeda y por el
autollamado Estado Islámico.
Hoy en día hay numeroso colegios de la umma que incorporan en los mapas de Dar al-Islam al al-
Ándalus medieval. Uno de los objetivos del terrorismo yihadista es recuperar todos los territorios
que fueron islámicos. Y ha habido menciones especiales a España por parte de Osama bin Laden y
Al-Qaeda sobre la recuperación de al-Ándalus.35
Los atentados del 11 de marzo de 2004, también conocidos como 11-M, fueron una serie
de atentados terroristas en cuatro trenes de la red de Cercanías de Madrid. La sentencia de
la Audiencia Nacional atribuyó su autoría a miembros de células o grupos terroristas yihadistas. No
fue el primer atentado de corte islamista perpetrado en España; con anterioridad se produjo
el atentado islamista del restaurante "El Descanso", en 1985, que dejó 18 muertos.
Según la encuesta sobre la inmigración musulmana en España realizada por Metroscopia en 2009,
por encargo de los Ministerios de Justicia, Interior y Trabajo, entre el 4 % y el 5 % de la población
musulmana encuestada expresa opiniones radicales.