7/9/2018 El caso de R.C.

Sproul y la predicación de la mujer en las asambleas solemnes

Foto: James Thompson

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El caso de R.C. Sproul y la

predicación de la mujer en las
asambleas solemnes
Hace unos días (junio de 2015) me enviaron un audio de R.C. Sproul
en el que este gran teólogo y pastor reformado precisa su posición en
torno a la mujer en el ministerio cristiano. Su argumento dice que en 1
Timoteo 2.12 Pablo no permite a la mujer enseñar o tener autoridad
sobre el hombre, lo cual opina no implica que la mujer no pueda ser
ordenada al pastorado o al ministerio. Argumenta que la palabra
“autoridad” -del griego autentein- en este versículo solo aparece aquí y
en ninguna otra parte del Nuevo Testamento, y por tanto no sabemos
exactamente qué signi ca. Ante esta aparente oscuridad textual Sproul
opta por interpretar la palabra autoridad en su sentido judicial, de
modo que concluye que lo único que las mujeres no pueden hacer en la
Iglesia es gobernarla. En su opinión, pueden predicar los domingos en
la asamblea solemne y ser ordenadas a toda clase de ministerios
siempre y cuando no ejerzan autoridad judicial en asuntos eclesiásticos.

Además, el autor lamenta que en la Iglesia a veces la ordenación esté

asociada con la autoridad judicial porque ello impide que las mujeres
sean ordenadas al ministerio. Dice que esa es la interpretación “más
liberal” que le puede dar al texto sin transgredir la autoridad
apostólica.

Obviamente, el audio de Sproul me fue referido porque el remitente

entiende que mi posición al respecto es que la mujer no solo no puede
ser ordenada al santo ministerio sino que tampoco debe predicar
durante las asambleas solemnes. Lo que haré aquí no es tanto enfrentar
la interpretación de Sproul -no soy tan cabezón- sino hacer algunas
observaciones para poner en perspectiva a los que piensan que esta
opinión de Sproul basta para seguir promoviendo en la Iglesia el
liderazgo pastoral de la mujer.

En primer lugar, los que siguen a Sproul en este particular también

deberían de seguirlo en el resto de su enseñanza sobre el tema: él
a rma que las mujeres no deben votar en las decisiones de la Iglesia. No
veo dicha consistencia en las iglesias en las que predican las mujeres.
Por el contrario, al predicar en el púlpito el Día del Señor con rman su

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liderazgo como nunca y resulta insospechado que puedan llegar a

pensar en no ejercer el voto para decidir adónde irá la congregación en
el futuro. La propia legislación de la Iglesia se opone a aquélla
conclusión.

En segundo lugar, la defensa de la predicación de la mujer durante las

asambleas solemnes que hacen los ancianos y hermanos liberales de la
iglesia presbiteriana mexicana noroccidental, en general, en ningún
momento es la que hace Sproul, es decir, no proviene de la exégesis en
cuanto a la palabra “autoridad” en 1 Ti. 2.12. La mayoría de estos
cristianos dicen -guiados por su sentido común- que Pablo tenía un
prejuicio rabínico, que era un asunto puramente cultural y transitorio, y
que debemos tener la mente abierta a nuevas formas de asumir el
ministerio, todo lo cual es lo primero que Sproul descarta en su estudio.

En tercer lugar, Sproul mismo a rma que su exégesis resulta de la duda

que genera la ausencia de más evidencia textual en cuanto a la palabra
griega que se traduce en 1 Ti. 2.12 como “autoridad”. Construir un
argumento sobre esta duda debería de hacernos cuestionar la misma.
Así también, como el mismo Sproul a rma, si te hallas frente a una
interpretación distinta a la que ha tenido la Iglesia en los miles de años
de su historia es mejor que la abandones porque lo más probable es que
estés en un error. En la historia de la Iglesia esa interpretación que
Sproul hace de 1 Ti. 2.12 no se hallará quizá sino hasta mediados del
siglo pasado.

En cuarto y último lugar, si fuera el caso de que Sproul estuviera en lo

correcto -porque en realidad en el temor de Dios todos buscamos
faliblemente ser eles a la verdad-, los hermanos que apelan a su
estudio deberían recordar que el teólogo tiene en mente a un tipo de
mujer: la más estudiosa, piadosa y diligente cristiana de las iglesias.
Lamentablemente, en muchas iglesias en las que el púlpito es ocupado
por las hermanas durante las asambleas solemnes lo que se oye no son
notas exegéticas y hermenéuticas de excelencia -como se esperaría del
mandato de Pablo en 2 Ti. 2.15. Como me fue dicho por un anciano
alguna ocasión: “No debemos tener a menos a las hermanas. Hacen su
mejor esfuerzo”: estos hermanos creen que nosotros menospreciamos
la capacidad de la mujer cuando no es así, y en su pensamiento
justi can errores y ausencia casi total de estudio sistemático de la Biblia
en aquellas predicadoras que tanto de enden. Si han de seguir a Sproul
deberían de asegurarse primero de que la enseñanza que van a permitir

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que sea entregada en los púlpitos sea el, consistente y clara, y que no
pase como aquella ocasión en que una hermana predicando durante la
asamblea solemne dijo: “Mi esposo no es cristiano pero él, que está
ahora en casa, es salvo porque yo sí soy una hija de Dios”.

Después de todo y a pesar de esto, me declaro aún sprouliano pues

ningún maestro de la Biblia es infalible. Reconozco que yo puedo estar
en un error en mi interpretación pero en la buena fe y temor del Señor
continúo sin poder hallar alguna justi cación bíblica para la práctica de
la predicación de la mujer durante las asambleas solemnes. Y
construirla sobre la duda en torno a una palabra del Nuevo Testamento
es algo que no me atrevo a hacer.

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