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1
Mt 5, 8
2
Lc 1, 34-35
3
7, 14
4
14, 4-5
5
Cf. Os 1, 2ss.
6
Cf. Ap 17, 1
7
Cf. Ap 5, 9
8
v. 5
9
JSALÉN. a Ap 14, 4
María es la virgen fiel, la que siempre obedeció a la voluntad de Dios, la más
pariente de Jesús, la que estuvo más estrechamente unida a Jesús por la fe que por la
carne. La virginidad del corazón está en la perfecta fidelidad a la voluntad de Dios.
María también fue limpia, porque su corazón, su alma, jamás tuvo mancha
alguna. El pecado mancha el corazón. María tuvo su alma siempre limpia; porque nunca
peco. Por eso podemos decir de ella, lo que dice el libro del cantar de los cantares:
“Toda hermosa eres, no hay tacha en ti”10.
Fue limpia en sentido negativo, que nunca tuvo una mancha; pero también en el
sentido positivo de estar llena de Dios,
El alma de María sólo se ocupaba de una cosa, con simplicidad, de vivir en la
contemplación de Dios y ninguna otra cosa la distraía ni manchaba su corazón.
María es la Inmaculada Concepción. Concebida sin mancha de pecado. Pero su
vida toda, desde su concepción hasta su muerte, fue limpia con la limpieza de la Virgen
de las vírgenes y con la limpieza de la Madre de Dios.
La limpieza del corazón nos hace ver a Dios ya desde esta vida. Bienaventurados
los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. En la otra vida por la luz de la gloria,
en esta vida por la luz de la fe.
La luz de la fe iluminó el alma de María y esa luz purificó su corazón, “dichosa la
que ha creído”11. La pureza y la limpieza aquí se unen. La pureza de la fe y la limpieza del
corazón y ambas desembocan en la visión de Dios.
María contempló principalmente a Dios en su Hijo, en el Verbo Encarnado, en el
Emmanuel y vivió en esa contemplación un anticipo del cielo: “Esta es la vida eterna:
que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo” 12.
Dios te salve María…
10
Ct 4, 7
11
Lc 1, 45
12
Jn 17, 3