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LA DEPURACIÓN DE LAS BIBLIOTECAS ESCOLARES DURANTE EL FRANQUISMO.

La biblioteca del Instituto “Rodrigo Caro” (Utrera, 1933-1937) en el contexto de la política


bibliotecaria republicana y franquista .
En cada época hay que esforzarse por arrancar de nuevo la tradición al
conformismo que pretende avasallarla... El don de encender en lo pasado la chispa de la
esperanza sólo le es dado al historiador perfectamente convencido de que ni siquiera los
muertos estarán seguros si el enemigo vence. Y ese enemigo no ha cesado de vencer...”
W. Benjamin, Sobre el concepto de historia, Tesis 11.

Desde comienzos del siglo XX, el impulso a la difusión de las prácticas lectoras y del libro
en nuestro país, así como la expansión de las bibliotecas populares a las zonas rurales, estuvo
apoyado, desde las disposiciones oficiales, en la conexión con la escuela y con la figura del maestro
o la maestra. Esta labor, no obstante, contó con el rechazo de los sectores sociales más
conservadores y de la jerarquía católica que veían, en el mayor acceso a la lectura de las clases
populares, la propagación de la “mala semilla”. La II República fue una época fuertemente
impregnada de una profunda fe en la capacidad formadora del libro y la lectura, y en el vehículo
imprescindible para lograrlo: las bibliotecas populares, públicas y escolares. La II República intentó
hacer de la lectura un derecho ciudadano universal, accesible a todas las clases sociales, sin
discriminación de género, y superador del aislamiento de las zonas rurales. La guerra civil y la
posterior dictadura paralizaría este proyecto.
Intentar reconstruir la historia de las bibliotecas y de la lectura en España durante este
periodo se enfrenta al abandono o destrucción de muchos fondos documentales. Debido al
desinterés de muchas instituciones oficiales por nuestro patrimonio documental nos debemos
enfrentar a importantes lagunas (como las que encontramos, respecto al periodo de la dictadura
franquista, en el Archivo Histórico del Ayuntamiento de Utrera). En otras ocasiones, se dificulta al
investigador el acceso a otras fuentes documentales, como en el caso de la biblioteca del Colegio
Salesiano de Utrera (cuya consulta nos fue rechazada). Como ha señalado Francisco Espinosa, no
existe en nuestro país, “una política coherente y democrática sobre el patrimonio documental”, lo
que se une a la desaparición impune de muchos archivos y documentos desde mediados de los años
sesenta1. El recurso a las fuentes orales fue por ello decisivo en algunas partes de la investigación,
en la que colaboraron amablemente todos nuestros entrevistados, aunque no hayamos podido
abarcar sino una mínima parte de esa memoria oral de la II República y la guerra civil que poco a
poco, por la edad y la salud de los que vivieron y participaron en etapas históricas, va
desapareciendo. Es necesario reconstruir un archivo material de los “restos” (bibliotecas, libros de

1
Fco. Espinosa, La columna de la muerte. El avance del ejército franquista de Sevilla a Badajoz, Barcelona, Crítica,
2003, p. 260.
texto, material escolar...) de este “naufragio” en la vida y la cultura de los ciudadanos de nuestro
país2. Un proyecto que otros investigadores podrán continuar, quizás con más suerte, y que debería
contribuir al fortalecimiento de la memoria histórica de las luchas y resistencias democráticas.
Nuestra capacidad de mantener y hacer crecer esa memoria forma parte importante del entramado
de valores que robustecen la calidad democrática de un país 3. En este artículo intentaremos
reconstruir un fragmento de esta memoria: la creación y destrucción de la biblioteca del Instituto
elemental de segunda enseñanza “Rodrigo Caro” de Utrera (1933-1937) -que fue a su vez biblioteca
municipal-. Contextualizaremos sus orígenes en la política bibliotecaria y educativa de la II
República y, posteriormente, en el enorme retroceso que provocaría la política cultural de la
dictadura franquista (en la que se incluye el brutal proceso “depurador” de bibliotecarios y
bibliotecas). Conviene resaltar la intensidad de la destrucción del ámbito cultural e impreso durante
el franquismo, y sobre todo el drama humano de bibliotecarios, editores y libreros, así como de
quienes participaron en la organización de bibliotecas populares o disponían en sus bibliotecas
privadas de libros “prohibidos”. Muchos de ellos fueron fusilados o perseguidos4.

Antecedentes: el origen de las Bibliotecas Populares.


Los inicios de las bibliotecas populares se desarrollaron en España casi siempre en paralelo
con la instrucción primaria. Tras las primeras iniciativas del periodo ilustrado, fue durante el
sexenio revolucionario (1868-1874) cuando se produjo “un importante punto de inflexión, al
incorporarse en el ideario democrático la educación y su instrumento, la lectura, como un derecho” 5.
El 18 de enero de 1869, el Ministro de Fomento, Manuel Ruiz Zorrilla aprobó la creación de
bibliotecas populares en todas las escuelas de primera enseñanza. El Gobierno optó por esa medida
especialmente en las zonas rurales, donde la única iniciativa posible estaba en manos de la Iglesia y
era difícil la iniciativa privada u obrera que impulsaba las bibliotecas populares en las ciudades.
Estas escuelas, bajo el cuidado del maestro, estaban a disposición de todos los vecinos, aunque,
como ya reconocía el propio decreto, encontrarían pronto la oposición de las fuerzas sociales
2
Es necesario, como ha señalado Antonio Viñao, tomar conciencia del patrimonio histórico-educativo enfrentándonos
a la “política memoricida” llevada a cabo por el franquismo desde el inicio mismo de la guerra civil, relegando al
olvido “los nombres, tareas y obras de las instituciones, organismos y personas que habían sido los protagonistas de
los procesos de reforma e innovación pedagógica que tuvieron lugar en España durante los treinta y seis primeros
años del siglo XX” (A. Viñao Frago, “Memoria escolar, magisterio republicano y patrimonio histórico-educativo”,
Andalucía Educativa, nº 64, diciembre 2007, pp. 7-10).
3
No obstante, “en el espacio público, la memoria democrática y social antifascista y antifranquista..., no sólo se
encuentra lejos de su pleno reconocimiento político y jurídico como patrimonio común histórico, sino que su
defensa, reparación y construcción han abierto notables conflictos en la historiografía y a nivel político” (Sergio
Gálvez Biesca, “Posibilidades y límites de las políticas públicas de la memoria”, Mientras Tanto, nº 104-105, otoño-
invierno 2007, p. 101.
4
Ana Martínez Ruz, “Expolios, hogueras, infiernos. La represión del libro (1936-1951)”, en http://www.represura.es/
represura_8_febrero_2013_articulo2.html#_edn10
5
Vid. Jesús A. Martínez, “La lectura en la España contemporánea: lectores, discursos y prácticas de lectura”, Ayer, n.º
58 (2), 2005; José A. Gómez Hernández, “La preocupación por la lectura pública en España: Las Bibliotecas
“Populares””, Revista General de Información y Documentación, 1993.
conservadoras, a pesar del gran retraso de nuestro país respecto a otros países europeos como
Francia o Bélgica6. Los gobiernos liberales defendieron las bibliotecas populares desde sus
beneficios para la ilustración y moralidad públicas, pero se encontraron pronto con el rechazo o una
visión paternalista de los sectores conservadores y de la jerarquía católica respecto a la práctica de
la lectura entre las clases populares. Durante la Restauración, no se consolidó una política de
lectura pública efectiva, y el movimiento renovador que había favorecido la aparición de las
bibliotecas populares no logró una implantación social sólida. Las motivaciones electoralistas de la
creación de muchas estas bibliotecas se esfumaban con el fin de los procesos electorales: los
gobiernos liberales dotaron las bibliotecas de ateneos, casinos o círculos obreros; y los gobiernos
conservadores, a instituciones educativas y católicas 7. No obstante, durante el periodo de la
Restauración continuaron expandiéndose programas culturales como el de la Institución Libre de
Enseñanza o la Escuela Nueva que influyeron en la política bibliotecaria de este periodo, y más
tarde en la II República. Además, la modernización del sector editorial, el aumento de tiradas y su
difusión hicieron progresar los hábitos lectores, especialmente en el ámbito urbano.
Al mismo tiempo, se fueron expandiendo dentro del movimiento obrero prácticas de lectura
que incorporaban una versión militante del libro como instrumento de emancipación social. Esto
provocaría la reacción de los sectores políticos y católicos más reaccionarios que, en determinados
momentos, como durante la dictadura de Primo de Rivera, el bienio conservador republicano o la
represión de la revolución asturiana, actuarían con violencia contra los locales y personas en
contacto con estas prácticas lectoras. En L'Espagne vivante (Paris, 1938), Juan Vicens relataba los
acontecimientos sucedidos en el pueblo de Porcuna (Jaén), que disponía, “con un fin más
testimonial que cultural”, una pequeña biblioteca de 100 volúmenes encuadernados albergados en
un pequeño quiosco construido en un parque:
Una noche, los hijos de los propietarios ricos destrozaron totalmente los libros y el quiosco. Tras el suceso,
la biblioteca municipal fue instalada en un local anteriormente ocupado por una carnicería. Cuando los

6
Decreto 18 septiembre de 1869 (Gaceta de Madrid, 22 septiembre 1869), que desarrolla el artículo 2º del Decreto del
18 de enero de 1869. En este último decreto-ley se establecía un programa de construcción de escuelas de
enseñanza primaria, en el que se especificaba que la escuela debía poseer un jardín, una casa para el maestro, un salón
de clase y una “sala para la biblioteca”. A pesar del interés ministerial el proyecto no llegó a prosperar, pues la
enseñanza dependía en ese momento de diputaciones y ayuntamientos que no mostraron atención a las necesidades de
estas pequeñas bibliotecas.
7
Vid. A. Mato Díaz, “Bibliotecas populares y lecturas obreras en Asturias (1869-1936)”, en Leer y escribir en España:
doscientos años de alfabetización. Madrid: Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 1992. El RD de 10 de
noviembre de 1911 establecía la creación de nuevas bibliotecas populares, creándose secciones populares en las
bibliotecas universitarias y provinciales existentes. “La falta de medios, locales e interés gubernamental hace fallar la
realización efectiva de la política bibliotecaria de este período, haciendo muy lento el proceso de creación de
bibliotecas y otras fundaciones culturales”. Para hacer andar el proyecto y ante la escasez de recursos, se procedió a
crear las bibliotecas circulantes (RD 22/11/1912). A. Viñao observa que el ritmo de creación de bibliotecas se
corresponde con la alternancia ideológica de los gobiernos de la época, siendo mayor durante el sexenio
revolucionario y en el bienio liberal de 1882-83, y menor con los moderados y conservadores. Habría sido, pues, el
liberalismo progresista el promotor principal de la difusión de las bibliotecas populares. Vid. A. Viñao, “A la cultura
por la lectura: las bibliotecas populares (1869-1885)”, en Clases Populares, Cultura, Educación, Madrid, Casa de
Velázquez, 1989, p. 303.
jóvenes señoritos pasaban ante ella, sin retraerse, comentaban en tono a la vez despectivo y hostil; “Volverá
a ser una carnicería”. Con el triunfo de la derecha en 1933, el bibliotecario y los miembros de la Junta
fueron destituidos, pero tras el 18 de julio de 1936, la biblioteca fue quemada y las personas que trabajaban
en su organización han sido fusiladas...8.
La propia creación de una biblioteca “era motivo para que asociaciones y grupos (socialistas,
comunistas, anarquistas) se reunieran en ella y desarrollaran sus actividades” 9. Tras la revolución de
Asturias, en 1934, la policía cerró muchas de esas bibliotecas, aunque antes de las elecciones de
1936 se autorizó su reapertura y su éxito fue mayor que nunca. En Utrera suponemos que existieron
pequeñas bibliotecas en los sindicatos y en los centros de instrucción o culturales (como el Liceo, el
Grupo Esperantista, la Asociación cultural “Por la ciencia y el arte” o el Centro Republicano
Radical)10. De ellas hemos ido encontrando rastros en nuestra investigación. Así, por ejemplo, en el
almacén de la actual Biblioteca Municipal de Utrera, encontramos, con el sello de la sección de
ferroviarios de la CNT de Utrera, los seis volúmenes de El hombre y la Tierra, del geógrafo
anarquista Eliseo Reclus11. Algunas de estas bibliotecas fueron clausuradas tras los acontecimientos
revolucionarios antes mencionados; así sucedió con la Casa del Pueblo socialista de Utrera, cerrada
tras los acontecimientos de Asturias y posteriormente reabierta antes del triunfo del Frente
Popular12.

La política bibliotecaria de la Segunda República.


La II República permitió el tránsito de la biblioteca popular a la biblioteca pública, una
democratización de la lectura que permitiría el paso de la lectura popular e instructiva a la lectura
como derecho público13. La República aplicó así una dimensión pública de la cultura, entendida
8
Dossier “Juan Vicéns, inspector de Bibliotecas Públicas Municipales (1933-1936)”, en Revista Educación y Biblioteca,
n.º 169, enero-febrero 2009, p. 64. Este relato pertenece al viaje de inspección que Juan Vicéns realizó por Andalucía en
enero de 1934.
9
R. Salaberría, “Las bibliotecas populares en la correspondencia de Juan Vicéns a Lulu Jourdain y Hernando Viñes
(1933-1936)”, Anales de documentación: Revista de biblioteconomía y documentación, Nº. 5, 2002, p. 326.
10
Asociaciones de Utrera, tomo I. Archivo de la Delegación del Gobierno en Sevilla.
11
Eliseo Reclus, El hombre y la Tierra, 6 vols., Centro Enciclopédico de Cultura, Barcelona, 1933. Por su parte, en la
ciudad de Sevilla, antes de la II República, en 1930, existía una Biblioteca municipal, en la planta principal del
Ayuntamiento, con acceso por la plaza de la Constitución, con un horario limitado de once de la mañana a una de la
tarde. Las demás bibliotecas, como la de la Universidad, la de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, la
Biblioteca Colombina o la del Archivo de Indias, poseían un horario más amplio, aunque dirigidas a un público más
restringido, universitario o especializado (ABC sábado 5 de abril de 1930. Edición de Andalucía, p. 34).
12
Leandro Álvarez Rey, “Unas notas sobre la Segunda República en Utrera”, en L. Álvarez y J. Montaño, La Segunda
República en Utrera, Utrera, Ayuntamiento de Utrera, 2006, pp. 35-37.
13
Ana Martínez Ruiz, “Las bibliotecas y la lectura. De la biblioteca popular a la biblioteca pública”, en Jesús A.
Martínez (dir.), Historia de la edición en España (1836-1936), Madrid, Marcial Pons, 2001, pp. 431-454. Según Jesús
A. Martínez, “en la República confluyeron, pues, tres referentes en la consideración del libro y la lectura. Por un lado,
recogía la trayectoria impulsada por los demócratas del siglo XIX que situaban en la educación y la instrucción del
pueblo, en el sentido colectivo, un instrumento de progreso social de las clases desfavorecidas, y por otro, toda la veta
regeneracionista que adjudicaba a “la escuela y la despensa” las vías para remediar los males del país. Pero la República
le dotó de una dimensión pública, de derecho político de todos los ciudadanos, alcanzando con ello ”un sentido
revolucionario -no ya paternalista, ni regeneracionista, ni público- y de clase social, que adquirirá fuerza durante la
Guerra Civil en el contexto de una obra militante y de emancipación social” (Jesús A. Martínez, “La lectura en la
España contemporánea: lectores, discursos y prácticas de lectura”, Ayer, nº 58 (2), 2005. p. 33).
como derecho político universal, y con el transcurso de estos años se fue alimentando también una
concepción de la cultura y del libro como instrumento de emancipación social, algo que la hacía
muy peligrosa a los poderes tradicionales.
Pocos meses después de la declaración de la II República, el 26 de noviembre de 1931, se
creaba la Junta de Intercambio y Adquisición de Libros para Bibliotecas Públicas, que multiplicaría
por veinte -en relación al periodo precedente a la República- el presupuesto destinado a la
adquisición de libros para bibliotecas. Un esfuerzo considerable teniendo además en cuenta la grave
crisis económica que existe en esos años en España y Europa. En el Decreto del 13 de junio de 1932
se establecía en su artículo primero que “cualquier Municipio español en cuyo término no exista
Biblioteca pública del Estado, puede solicitar de la Junta de Intercambio y Adquisición de Libros
para Bibliotecas públicas la creación de una Biblioteca municipal”. Se considera como “un servicio
autónomo del Municipio” de acceso libre y gratuito, confiado a una Junta de diez vocales que
debían mantener “la institución neutral y abierta para todos”. Según el inspector de bibliotecas
públicas municipales Juan Vicéns: “Cuando estalló la guerra se habían creado 200 bibliotecas
públicas municipales y se estaba procediendo a crear otras 100”. El mecanismo de creación de las
biblioteca públicas municipales consistía, por parte de la Junta de Intercambio, “en enviar
colecciones de libros a los pueblos que las soliciten, preparen un local, creen una junta y nombren
un bibliotecario. Posteriormente, el Estado seguía enviándoles libros y si los propios pueblos
destinaban dinero a comprarlos, el Estado les enviaba volúmenes por el valor del doble de la
cantidad que el pueblo invertía”14. No obstante, como señalaba también Juan Vicéns en su viaje de
inspección a Andalucía en enero de 1934, entre las bibliotecas creadas se podían diferenciar las que
denominaba de “inspiración popular” y las “paternales”, en función de la alcaldía (conservadora o
de izquierdas) y la distribución de la propiedad (dividida o no). En un tiempo en que el libro no era
un objeto banal, sino que era percibido desde ciertos sectores sociales como una herramienta de
transformación social y para la revolución de las conciencias, Vicéns pudo testificar los recelos y
afectos que podía suponer la apertura de la biblioteca en un pueblo: “Cuantos más pueblos visito,
más claramente veo demostrado que en la mayoría de los casos el cariz que toma la biblioteca
depende de la situación de la propiedad en la localidad. Claro que hay excepciones, producidas por
ejemplo por el entusiasmo de una persona, etc., pero la regla es la antes indicada” 15. En tanto no se
conseguían suficientes bibliotecarios profesionales, las bibliotecas municipales solicitaron la
colaboración de los maestros. Algunos ayuntamientos, ante las dificultades de encontrar personal

14
Ramón Salaberría, “Las bibliotecas populares.., p. 323.
15
Ramón Salaberría, “Las bibliotecas de Misiones Pedagógicas: medio millón de libros a las aldeas más olvidadas”, en
Las Misiones Pedagógicas (1931-1936), Residencia de Estudiantes, Madrid, 2006, p. 310. En un decreto de 25 de abril
de 1932, el Director General de Primera Enseñanza, Fernando de los Ríos, “recordaba” a las autoridades provinciales y
municipales “el interés que deben prestar a la difusión de las Bibliotecas populares” Gaceta de Madrid, 26 de abril de
1932.
idóneo para atender las bibliotecas no llegaron a solicitarlas, a pesar del éxito de público que solía
acompañar a su creación. En este sentido se expresaba el bibliotecario Javier Lasso de la Vega:
“Para que un pueblo pueda vivir en régimen democrático y, por tanto, decidir su destino, elegir sus
representantes, etc., necesita estar capacitado para pensar por sí mismo. Sin libros, sin prensa, sin
bibliotecas, España no podrá ser un país democrático jamás”16
Poco más tarde, se establecían secciones circulantes en todas las bibliotecas del Estado,
provinciales o municipales dependientes del Ministerio de Instrucción Pública (decreto del 22
agosto de 1931), afirmando la intención del Estado de que “el libro deje de ser patrimonio de unos
medios sociales para serlo de toda la sociedad”, y sosteniendo la urgencia de “airear el libro,
llevarlo de una parte a otra, infundirle dinamismo…” 17. En el artículo 2º del decreto se señalaba que
las solicitudes de los libros de la sección circulante se cursarían por medio de las bibliotecas
escolares, “y donde éstas no se hubieren establecido todavía, por medio de los Maestros
nacionales”. Esta medida intentaba respaldaba también las campañas de alfabetización emprendidas
por el Gobierno, haciendo que aquellas personas que habían aprendido a leer, especialmente de las
zonas rurales o con escasos medios económicos, no olvidaran esta actividad por carecer de libros.
El 8 de septiembre el gobierno de Niceto Alcalá-Zamora extendería a todos los centros de
enseñanza la organización de Bibliotecas circulantes, donde debían estar, “para ser prestados a los
alumnos, durante un curso, el número de ejemplares que acuerde el Claustro de los libros
recomendados por los profesores”18.
La Segunda República también dio un fuerte impulso a las bibliotecas populares (que
pasaron a depender del Patronato de Misiones Pedagógicas), amplió el presupuesto para dotar a las
existentes (a través de la Junta de Intercambio y Adquisición de Libros) y puso en marcha el Cuerpo
de Auxiliares de Archivos, Bibliotecas y Museos19. La República amaneció en un país que
prácticamente no disponía de bibliotecas para sus ciudadanos, con excepción de Cataluña y
Asturias20. El 7 de agosto de 1931, el Gobierno decretaba que toda escuela primaria poseería una

16
P. Faus Sevilla, La lectura pública en España..., p. 62. Javier Lasso denunciaba en un informe de 1934 que, a pesar
de los avances, el número de bibliotecarios sólo alcanzaba la ridícula cantidad de 126, y la cantidad de ciudades que
carecen de biblioteca pública y de instituto era 52, frente a las 38 que disponían de una u otra (J. Lasso de la Vega,
“Política bibliotecaria”, en Boletín de Bibliotecas y Bibliografía, I, 2, 1934, p. 10).
17
Gaceta de Madrid, 23 de agosto de 1931. En este decreto se denunciaba el abandono del medio rural por el Estado
18
En el Instituto “San Isidoro” de Sevilla, el Claustro decidió constituir la Biblioteca circulante con un mínimo de tres
ejemplares “que facilitarán los respectivos profesores, a medida que los vayan solicitando los alumnos” (Acta de 12 de
octubre de 1931), en Amalia Blanco Castillo, “El Instituto “San Isidoro” de Sevilla durante la II República a través de
sus Actas”, en Anuario de Investigaciones de Hespérides, XV, pp. 362-387. El Claustro del “San Isidoro” también
acordó en septiembre de ese mismo año formular una ponencia destinada a solicitar del ministerio que la Biblioteca del
centro pasase al Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios y se convirtiese en pública.
19
Rosa San Segundo Manuel, “La actividad bibliotecaria durante la Segunda República Española”, Universidad
Complutense, 2000. En http://www.ucm.es/info/multidoc/multidoc/revista/num10/paginas/pdfs/rssegundo.pdf. Según J.
Vicéns, el Cuerpo de Bibliotecarios no pasaba de 300, de los cuales 250 estaban destinados a la Biblioteca Nacional de
Madrid. Apenas había bibliotecas de carácter popular en Madrid y en cuatro capitales de provincia. Vid. Ana Martínez
Ros, “La lectura pública durante la Segunda República”, Ayer 58/2005 (2): 179-203.
20
Biblioteca Nacional, Biblioteca en Guerra. Exposición 2006 (15 noviembre 2005 - 19 febrero 2006).
biblioteca, que sería pública, colocada bajo la vigilancia del maestro o la maestra, instalada en una
sala especial y con mobiliario adecuado. Su administración estaría a cargo del Consejo Local de
Primera Enseñanza. Respecto a las bibliotecas escolares, este decreto señalaba que:
Una Escuela no es completa… si carece de la biblioteca para el niño, y aun para el adulto, y aun para el
hombre necesitado para leer. Empieza España a tener las Escuelas que le faltaban; las tendrá todas en breve. De
lo que carece casi en absoluto es de bibliotecas, de pequeñas bibliotecas rurales que despierten, viéndolas, el
amor y el afán del libro; que hicieran el libro asequible y deseable; que lo lleven fácilmente a todas las manos.
Una biblioteca atendida, cuidada, puede ser un instrumento de cultura tan eficaz o más eficaz que la Escuela. Y
en los medios rurales puede y debe contribuir a esta labor, que realizará la República, de acercar la ciudad al

campo...21

La función de las bibliotecas de las Misiones Pedagógicas, creadas un mes después de


proclamarse la II República, el 29 de mayo de 1931, iba más allá de las escuelas, intentado romper
el aislamiento de las colectividades rurales, pero se instalaron con frecuencia en las escuelas y
fueron atendidas por maestros (como lo fueron muchas de las primeras bibliotecas populares) 22.
Para las Misiones Pedagógicas, las bibliotecas fueron el elemento esencial y también el proyecto en
el que más se invirtió (60% de los gastos). Mientras que otras actividades (el Museo del Pueblo, las
proyecciones del cinematógrafo, las actuaciones del Teatro y Coro, el Guiñol, las conferencias y
recitaciones) se realizaban en una sola ocasión en cada aldea, para después partir a otro lugar, la
biblioteca permanecía. Es más, aunque la misión no llegara a un pueblo, la biblioteca podía ser
enviada. Hasta junio de 1936, las bibliotecas de Misiones habían llegado a 5.522 lugares, en su
totalidad a poblaciones de menos de cinco mil habitantes, y en una muy grande proporción a
pueblos de cincuenta, cien y doscientos vecinos 23. Según datos del propio Patronato de las Misiones
Pedagógicas, en Sevilla se crearon 7 bibliotecas en 1932 y 30 en 1933. Salvo Jaen (70) y Granada
(80), se crearon pocas en Andalucía. En Utrera se crearon 3 bibliotecas durante este periodo 24. En
nuestra entrevista a Dolores Martínez Giraldo, hija del maestro utrerano represaliado José Martínez
Begines, nos enseñó un libro con el sello del Patronato de las Misiones Pedagógicas y que fue
21
Gaceta de Madrid, 8 de agosto de 1931.
22
El Patronato de las Misiones Pedagógicas hacía suya una idea del institucionista Manuel Bartolomé Cossío,
continuando los deseos de los creadores de las primeras bibliotecas populares en 1869, durante el sexenio democrático.
Vid. Eleanor Krane Paucker, “Cinco años de misiones”, Revista de Occidente, nº 7-8, 1981, pp. 233-263.
23
Pilar Faus Sevilla, La lectura pública en España y el plan de bibliotecas de Mª Moliner, ANABAD, Madrid, 1990.
Los aproximadamente cien libros que conformaban las bibliotecas de Misiones Pedagógicas eran de literatura clásica y
contemporánea de autores españoles y extranjeros, de historia, geografía, técnicas agropecuarias… Su cuidada selección
–en la que intervinieron, entre otros, Matilde Moliner y Luis Cernuda- estuvo muy vigilada por los partidos de la
derecha, que en 1935 consiguieron que el ministro Dualde ordenase la retirada del libro “Lecturas históricas: historia
anecdótica del trabajo”, del francés Albert Thomas, uno de los primeros dirigentes del OIT.
24
Según el Anuario Estadístico, las bibliotecas concedidas por el Patronato a Escuelas nacionales y rurales de la
provincia de Sevilla fueron: 9 en 1931, 7 en 1932 y 30 en 1933. Según el Patronato de Misiones Pedagógicas, entre
septiembre de 1931 y diciembre de 1933, en Utrera se crearon tres bibliotecas, una en Los Molares y siete en Sevilla.
Hasta 1936 se habían creado en España 5.522 bibliotecas, la gran mayoría entre 1932 y 1934. En Andalucía se crearon
dos delegaciones de las Misiones Pedagógicas, la creada por el poeta Pedro Pérez Clotet en Villaluenga del Rosario
(Cádiz) y la creada en Ronda por Antonio Paz Martín (Vid. Eugenio Otero Urtaza, “Los marineros del entusiasmo en las
Misiones Pedagógicas”, en Misiones Pedagógicas (1931-1936), Residencia de Estudiantes, 2006, p. 96.
utilizado en la escuela de la Casa Cuna. Se trataba de “El libro de la Tierra. Lecturas geográficas”,
con selección y notas de Juan Dantín Cereceda, y publicado por la Revista de Pedagogía, dirigida
por Lorenzo Luzuriaga, pedagogo difusor de las ideas de la Escuela Nueva25.
En las instrucciones de carácter general que la Inspección dio a todas las Escuelas
Nacionales de la zona de Utrera en 1933, el inspector Ruperto Escobar señalaba que “en el apartado
horario indica que los alumnos tendrán un tiempo libre en el que podrán cultivar sus aficiones:
leerán lo que quieran (dentro de los libros que la Escuela disponga y de los que pida a la Biblioteca
Circulante)”26.
El primer gobierno de la República también se preocupó por el precio y por la mejora de la
calidad científica y pedagógica de las obras de estudio y de lectura utilizadas en las escuelas
públicas27. Desde el comienzo de la República se inició la tarea de renovar los textos escolares, sus
contenidos y métodos, aunque muchos libros de métodos antipedagógicos o contenidos sexistas
siguieron usándose por maestros y maestras durante el periodo republicano, por la inercia del uso,
por la red de escuelas católicas o actitudes conservadoras entre el profesorado. Esta tarea se
concretaría, a pesar del entorpecimiento del bienio conservador a las reformas educativas del bienio
anterior, con el establecimiento de una lista de “Libros para uso de las escuelas”. Tras someter al
examen del Consejo de Instrucción pública los libros escolares presentados a concurso por editores,
autores y propietarios, se publicó la lista de libros aprobados, así como los criterios pedagógicos
utilizados en su selección28.

Creación de la Biblioteca Municipal y del Instituto “Rodrigo Caro” de Utrera.


La biblioteca del Instituto elemental de segunda enseñanza de Utrera “Rodrigo Caro” (1933-
1937) -el primer centro de enseñanza secundaria público de esta ciudad- se creó a partir de los
libros cedidos por el Ayuntamiento de Utrera, absorbiendo así la exigua biblioteca municipal creada

25
Entrevista de José Montaño Ortega a Dolores Martínez Giraldo, Sevilla 27 de noviembre de 2006. Según Dolores
Martínez, en la escuela de la Casa Cuna había una pequeña biblioteca en el aula, cuyos libros se repartían
alternativamente entre las alumnas, ya que no había suficientes. Allí se prestaba mucha atención a la lectura, cada
alumna leía un fragmento, y la maestra marcaba la entonación.
26
Libro de visitas de la Inspección del maestro J. Martínez Begines. Archivo particular de su hija Dolores Martínez.
27
Decreto de 4 de mayo y de 8 septiembre 1931 (sobre precio y calidad de los libros de texto). También Orden 28 de
mayo de 1932 (relativa a la calidad pedagógica, científica y literaria del texto, incluso a su precio) y 14 de junio de
1932. En la Revista de Pedagogía (nº 128, agosto de 1932) se apoyaron estas disposiciones a favor de una selección de
los libros escolares que evitara la perpetuación en nuestras escuelas de “libros arcaicos, mandados a recoger en todas
partes hace muchos años, llenos de errores, no sólo pedagógicos, sino también científicos”. Además, añadía, “el cambio
de régimen ocurrido en España imponía que los libros de las escuelas públicas quedaran libres de apologías y
exaltaciones de formas de gobierno desaparecidas, de confesiones religiosas separadas de las escuelas, etc., etc.” Por
ello y frente a la imposición del texto único propuesta por la Dictadura de Primo de Rivera, se defendía una selección de
12 libros por materia para la elección del magisterio. No obstante, en conexión con las nuevas concepciones
pedagógicas, advertía que el libro de texto “no es más que un auxiliar de la enseñanza, un instrumento del maestro y que
no debiera ocupar el lugar preeminente y casi exclusivo que tiene hoy en muchas escuelas”.
28
Gaceta de Madrid, 18 de mayo de 1934. Vid. José Mª Lora Sánchez, “Ideario republicano y libros de texto
escolares”, en Juan Jorganes (coord.), La escuela de la Segunda República, Colección Señales 1, Sevilla, CajaSol. Obra
Social, 2008, p. 92.
anteriormente. El funcionamiento de la biblioteca dependió, en parte, de la consignación anual que
el Ayuntamiento destinaba al Instituto29. En otros pueblos andaluces como La Rambla (Córdoba),
según el testimonio del inspector de bibliotecas Juan Vicéns, también se instaló la biblioteca
municipal en el local del Instituto, arreglando su utilización por los estudiantes por al mañana, y el
público en general por la tarde. En la biblioteca del Instituto “Séneca” (Córdoba) se crearon
además, para este fin, dos salas. En otros pueblos como Cabra (Córdoba), aunque situados en
locales distintos, se estableció una estrecha colaboración entre la biblioteca municipal y el Instituto:
la biblioteca municipal era frecuentemente utilizada por los alumnos del Instituto y en ella
colaboraba activamente el director del Instituto30.
En Utrera, la biblioteca estaba en la planta baja del Instituto, junto a la escalera, en lo que en
la revista Bachillerías, elaborada por profesorado y alumnado del Instituto, era descrito como un
“suntuoso salón de estilo pompeyano”. En ella se solían realizar además los exámenes de ingreso y
los claustros del profesorado. En el primer número de la revista Bachillerías (23/2/1935) se anuncia
la conversión de la biblioteca del Instituto en Biblioteca Municipal, señalando también que, al
menos en sus comienzos, sus lectores eran mayoritariamente alumnos del Instituto. Reflejo, o causa
quizás de ello, fue el tipo de obras adquiridas por la Biblioteca, en las que predominaban los
clásicos greco-latinos y de la filosofía (Séneca, Luciano, Marco Aurelio, Platón, Aristóteles,
Spinoza, Berkeley, D’Alembert, Voltaire...), o diccionarios de latín, de jurisprudencia y legislación.
Aunque su catálogo no alcanzaba los mil volúmenes, parece que eran consultados con frecuencia
por el alumnado, pues –según se señalaba en el mismo número de Bachillerías- en los tres últimos
meses del curso anterior (1934-1935) hubo más de ocho mil consultas. En las Prácticas de
Biblioteca del Instituto “Rodrigo Caro” (incluidas en el horario escolar), el profesor Salatiel Bernad
explicaba -en contestación a los cargos que se le hicieron en su proceso de depuración por el
régimen franquista-, que se enseñaba el manejo de los libros de clase, de consulta y diccionarios, así
como se orientaba al alumnado en la preparación de temas. A finales de octubre del año 1935, los
alumnos del Instituto presentaron una instancia al Ayuntamiento solicitando la compra de libros de
texto para sus estudios y para nutrir la biblioteca del Centro. El 12 de noviembre de dicho año, se
aprobó el dictamen de la Comisión de Instrucción Pública que proponía facultar al claustro de
profesores del Instituto local para la adquisición de libros de texto en la cuantía máxima de mil
pesetas, que fueron sufragadas con la condición de que dichos libros se facilitaran a los alumnos
para sus estudios y quedaran catalogados en la Biblioteca Municipal instalada en dicho Centro de
29
El 14 de junio de 1935, el Sr. Rodríguez Ojeda pidió que se hiciera un inventario de la Biblioteca Municipal cedida
al Instituto, a lo que el Alcalde le respondió que éste ya existía, “leyéndose el mismo”. En la sesión de 29 de octubre
de 1935, en el contexto de la aprobación del presupuesto ordinario para el año 1936, y a propuesta de García Nieto,
“se acordó por unanimidad que en el próximo ejercicio se cree una comisión que entienda en el funcionamiento de
la Biblioteca Popular Municipal”. (AHAU, Actas capitulares).
30
Dossier “Juan Vicéns, inspector de Bibliotecas Públicas Municipales (1933-1936)”, en Educación y Biblioteca,
nº169, enero-febrero 2009, pp. 61-62
enseñanza. Los propios alumnos se habían comprometido en su instancia a recibir los libros
mediante recibos firmados y entregarlos a la terminación del curso en la biblioteca de dicho Centro
o en cualquier otro que tuviera organizado el Ayuntamiento como biblioteca popular. Así, el 10 de
diciembre se aprobó la adquisición por el Ayuntamiento de diecisiete ejemplares del libro de francés
para los cursos primero al cuarto.
Este proceso de creación de bibliotecas en los Institutos de segunda enseñanza se
intensificaría en parte debido a las disposiciones oficiales, como se señala en el número siete de la
revista Bachillerías, en la información relativa al Instituto de Oñate, creado en mayo de 1928, pero
cuyo servicio de biblioteca se había intensificado más ese año (1935)31. Durante ese curso (1935-
1936) el nuevo plan de estudios había introducido tres horas semanales de Biblioteca, que
habitualmente se situaban en las últimas horas de clase, alternando con Deportes y Estudio. Ya en
el Decreto del 5 diciembre de 1934, firmado por F. Villalobos, y que organizaba los servicios de
Prácticas y Bibliotecas en los Institutos, se indicaba que era obligatorio adquirir para el fondo de la
Biblioteca el mayor número posible de libros de texto que se utilizaban en el Centro, de los que
parte podrían ser donados, gratuitamente, a los alumnos hijos de familias modestas. También debía
existir una Sección seleccionada por el Claustro que tenía que funcionar con el carácter de
circulante.
En la Gaceta del 7 de agosto de 1934 se señalaba la obligación de los Ayuntamientos de
aportar 2000 pesetas anuales para los Institutos Elementales de Segunda Enseñanza, “pagaderas
trimestralmente, destinadas a incrementar la biblioteca del Centro y reparar, reponer y adquirir
material de enseñanza”. Por lo que conocemos de la escasa documentación del Instituto, este pago
no fue regular ni de esa cuantía: el Ayuntamiento de Utrera ingresó cantidades aproximadas de 490
pesetas, y constan reclamaciones del director del Instituto por el retraso en el pago.

La “depuración” de las bibliotecas escolares por la dictadura.


Tras el estallido de la Guerra Civil, la incautación, censura o destrucción de bibliotecas se
inició muy pronto y de forma exhaustiva en el bando golpista. En algunos pueblos, las autoridades
civiles o militares ordenaron la destrucción o incautación de los libros “perniciosos” y la vigilancia
o detención de los maestros que los difundían32. Los excesos “purificadores” fueron tales que el 16
31
También en el número 8 (13 Abril 1935), y en referencia al Instituto “Alcalá Zamora” de Priego de Córdoba,
inaugurado a mediados de noviembre de 1933, se comenta que, aunque inaugurado con material escaso y hasta
prestado en parte, “su biblioteca cuenta ya con 2000 volúmenes”
32
Vid. Carlos Gil Andrés, Lejos del Frente. La Guerra Civil en la Rioja Alta, Crítica, Barcelona, 2006, p. 384. En San
Vicente de la Sonsierra desapareció toda la biblioteca escolar; en Cenicero, donde también hubo una hoguera en la
plaza, el ayuntamiento había dispuesto que se señalaran “con una cruz las obras que se han de desechar y con una
interrogación las que se han de examinar, siendo legibles las que no tienen señal alguna”. Como la mayoría de los libros
quedaban “pendientes de examen”, el alcalde ordena que no se lea ninguno hasta que una comisión -formada por un
maestro y el cura párroco- “verifique el expurgo”. El comandante del puesto de San Asensio explica la gobernador civil,
cuando le pide que recoja todo el material “disolvente”, que no puede remitirle ni un solo impreso porque “los libros y
folletos recogidos por la fuerza del puesto en los primeros días del Movimiento, en los centros y reconocimientos de
de enero de 1937 se dictaban “órdenes encaminadas a sustituir la destrucción indiscriminada de
libros por la creación de secciones de reservados y prohibidos”. A semejanza de las piras de obras
“degeneradas” erigidas en las plazas de la Alemania nazi entre el 1 de abril y el 9 de octubre de
1933, en la España franquista también hubo quema pública de libros, como las que tuvieron lugar
en la Dársena de A Coruña (en agosto de 1936), o en el patio de la Universidad de Madrid (el 30 de
abril de 1939).
Ya en agosto de 1936 aparecieron las primeras medidas contra “los libros y periódicos
marxistas, izquierdistas o inmorales”33. Pero pronto la mayoría de las medidas se centrarían en los
libros de texto y las bibliotecas presentes en las escuelas. Ante el comienzo de curso, aparecen, en
algunas de las provincias bajo el mando golpista, circulares de las Juntas Superiores de Educación o
de los Gobernadores Civiles34. Iniciativas que se ratificarán a nivel nacional en la Orden del 4 de
setiembre de 1936 del Boletín Oficial de la Junta de Defensa Nacional de España (Burgos 8 de
septiembre, nº 18). En su orden nº 1, relativa a la segunda enseñanza y su reorganización, se encarga
“a los Directores de los Institutos en primer término y en ulterior instancia los Rectores de las
Universidades”, cuidar que en los libros utilizados en el aula “no haya cosa alguna que se oponga a
la moral cristiana, ni a los sanos ideales de ciudadanía y patriotismo”. Asimismo se somete el precio
de los libros escolares a determinadas tasas, y se prohíbe “el uso de cuadernos impresos, atlas y toda
clase de publicaciones supletorias del libro de texto” 35. En referencia a las escuelas, en el apartado
13 de dicha Orden, se denunciaba la labor “en éstos (sic) últimos años” del Ministerio de
Instrucción Pública (republicano) y especialmente de la Dirección general de Primera enseñanza,
que “cubriéndola con un falso amor a la cultura, ha apoyado la publicación de obras de carácter
marxista o comunista, con las que ha organizado bibliotecas ambulantes y de la que ha inundado las
Escuelas, a costa del Tesoro público, constituyendo una labor funesta para la educación de la
niñez”.
Es un caso de salud pública hacer desaparecer todas esas publicaciones, y para que no queden ni vestigios de
las mismas, la Junta de Defensa Nacional ha acordado:

domicilios particulares, fue destruida quemándola”. También Jaume Claret, señala en su libro El atroz desmoche
(Crítica, 2006) cómo el teniente coronel de la Guardia Civil Bruno Ibáñez, Jefe de Orden Público de Córdoba, pretendió
desterrar de la población “todo libro pernicioso para una sociedad sana” y obligó a la ciudadanía a entregar las obras
“pornográficas, revolucionarias o antipatrióticas”. Dos semanas después se jactaba de haber destruido 5.450 libros.
33
ABC Sevilla 12 agosto 1936. En Cádiz, el Gobernador Civil ordenó a los dueños de librerías y puestos de periódicos
la entrega de libros, folletos y en general de todos los impresos de propaganda marxista, advirtiendo de que “los
que oculten estas propagandas serán castigados con el máximo rigor, que puede llegar a ser irreparable”. Añadía,
más tarde, los libros pornográficos, “para empezar una nueva era de saneamiento moral”.
34
La Junta Superior de Educación de Navarra ordenaba la “retirada de libros sin aprobación eclesiástica, así como de
los que se consideren perniciosos” a cargo del Alcalde, el Párroco y el Maestro (BOP Navarra 21 agosto 1936). En el
BOP de León (26 de agosto de 1936), el Gobernador Civil ordenaba a los maestros el cierre de las bibliotecas
escolares y la recogida de libros en circulación. La biblioteca sería asimismo precintada por la autoridad local.
35
En el Boletín Oficial de la Junta de Defensa Nacional de 22 de septiembre de 1936 (nº 25), y tras personarse la
Cámara Nacional del Libro ante la Junta de Defensa, se modificó al alza el precio de los libros de texto de segunda
enseñanza, para que, “sin modificar la esencia de aquella disposición, ni ser lesivas para las familias, permitan a las
Artes gráficas desenvolverse”.
Primero. Por los Gobernadores civiles, Alcaldes y Delgados gubernativos se procederá, urgente y
rigurosamente, a la incautación y destrucción de cuantas obras de matiz socialista o comunista se hallen en
bibliotecas ambulantes y escuelas.
Segundo. Los Inspectores de Enseñanza adscritos a los Rectorados autorizarán, bajo su responsabilidad, el uso
en las Escuelas únicamente de obras cuyo contenido responda a los santos principios de la Religión y de la
Moral cristiana, y que exalten con sus ejemplos el patriotismo de la niñez.
Para el desarrollo de la tarea de “incautación y destrucción” promovida por la orden del 4 de
septiembre, se crearon poco tiempo después, en las provincias controladas por los militares
golpistas, las primeras comisiones para la depuración de bibliotecas escolares. Se solicitan a los
maestros y maestras listas detalladas de los libros que utilizan en la enseñanza y los que disponen en
la biblioteca de la escuela, haciendo mención expresa a los remitidos por el anterior Patronato de
Misiones Pedagógicas. Los maestros y maestras debían así esperar el resultado de la censura que
ejercerían las Comisiones sobre los libros de la escuela, quedando al mismo tiempo obligados a dar
cuenta permanente, para su censura, de la donaciones de libros que recibieran o adquirieran36. En
Lugo, por ejemplo, la comisión depuradora ordenó a los maestros el cierre de las bibliotecas hasta
recibir instrucciones de la Comisión depuradora. Además, señalaba que “bajo ningún pretexto
deberán los maestros quemar ningún libro ni entregarlo a nadie en tanto no reciban las relaciones
correspondientes, ni permitir a ninguna persona u organismo la intervención en la selección y
retirada de libros”37. En el proceso de depuración de los maestros por la dictadura también fue
utilizado como elemento acusatorio el interés de los maestros en su labor propagadora del libro. Así,
una maestra de Solarana acusó a otro maestro, entre otras cosas, de “haber desplegado excesivo celo
en la propaganda de los libros de las Misiones Pedagógicas”. La biblioteca que organizó y con la
que fomentó el gusto por la lectura en el pueblo fue clausurada por orden de la superioridad. Más
del 75% de las bibliotecas municipales creadas por la Junta de Intercambio y Adquisición de Libros
no sobrevieron al conflicto38.
Junto a la intensa labor “depuradora” de la dictadura sobre el profesorado, que seguiría afectando
36
Vid. Carlos Dueñas y Lola Grimau, La represión franquista de la enseñanza en Segovia, Valladolid, Ámbito, pp. 60-
72. En la provincia de León, por iniciativa del Gobernador Civil, se creó la Comisión el 5 de noviembre de 1936, en el
Gobierno Civil (BOP, 2 noviembre de 1936). En Valladolid, el 22 de octubre del mismo año (BOP de León, 11 de
noviembre), el rector ordenó crear comisiones de bibliotecas escolares en cada provincia de su distrito universitario.
También los libreros de la provincia debían remitir, antes del 15 de noviembre de ese mismo año, un ejemplar de los
libros escolares de Primera Enseñanza para su examen y poder disponer de su venta y propaganda. Asimismo “todas
las entidades de la provincia que tengan en su poder Bibliotecas enviadas por el Patronato de Misiones Pedagógicas, o
alguna otra sostenida por medios distintos y al servicio de los jóvenes y niños de la respectiva localidad”. Y por último,
se prevenía “a los interesados que por la autoridad competente se exigirá la responsabilidad a que hubiere lugar a todos
aquellos que oculten libros o no den conocimiento de los que poseen, así como de las bibliotecas de las que disponen”.
En Vitoria, se dio un plazo hasta 30 de noviembre para remitir las fichas, con arreglo al modelo que adjunta, de “todos
los libros, folletos, opúsculos, revistas y periódicos que existan en sus Escuelas, no sólo para uso de los escolares dentro
de las aulas, sino de los que formen parte de las bibliotecas, fijas o circulantes, para usos de niños y adultos dentro del
recinto escolar o fuera de él” (Vitoria, 10 nov. 1936, en BOP de Alava, 17 nov 1936). También Vid. BOP de Palencia,
14 de diciembre de 1936 en http://www.represura.es/documentos_1936_noviembre.html
37
Vida Escolar, nº 510, 26 diciembre 1936.
38
E. Ruiz Bautista, Los señores del libro: propagandistas, censores y bibliotecarios, Gijón, Ediciones Trea, 2005, p.
413.
muchos años después de la guerra a un buen número de maestros y maestras, el abandono oficial de
las instalaciones y el material escolar, incluidas las bibliotecas, sería muy importante: “El Ministerio
de Educación no invirtió hasta 1945 ni una sola peseta en construcciones escolares, y cuando lo
hizo en aquel año, destinó tan solo 10.500.000 pesetas, que no alcanzaron en realidad sino para
resolver algunos de los importantes problemas de las ya existentes. Esta cifra hay que compararla
con los 400.000.000 millones del plan de construcciones escolares de Marcelino Domingo durante
la República, para tener un mínimo criterio de valoración sobre la cuantía de esta inversión. Habría
que esperar al Plan de Construcciones Escolares de 1957, para empezar a resolver mínimamente el
problema”39. La Ley de 1945 por otro lado, rebajó además la obligatoriedad de la enseñanza en dos
años. Según R. Navarro Sandalinas, si nos guiamos por las partidas presupuestaria invertidas en
educación, el Franquismo supuso un retroceso de 20 años en materia educativa. Este mismo autor
expone que España en 1946 tenía el 4,79% de gasto escolar respecto de sus gastos totales, mientras
que países que habían sufrido incomparablemente más, las devastaciones de una Guerra como la
URSS, invertía el 25% de sus gastos totales, e Inglaterra gastaba el 20%40.

La Comisión Gestora Provincial de Primera Enseñanza de Sevilla y la “depuración” de las


bibliotecas escolares.
En Sevilla, mientras no se llevaba a efecto la aprobación o incautación de los libros de las
escuelas, la Comisión Gestora Provincial de Primera Enseñanza comenzó a autorizar, mediante una
circular, algunas obras para el comienzo de curso:
Todos los correspondientes a los diferentes grados de enseñanza primaria de “F.T.D.” (editorial Vives), los de
Siurot; “España es así”, de Serrano de Haro; los de Dalmau Cortés, anteriores a 1931; los de Ascarza y
Solana, anteriores a 1931; y “Páginas selectas de Ibarz”, en ediciones anteriores a 1931. Para la enseñanza
de Religión e Historia Sagrada los textos aprobados por el diocesano41.
Además, se advertía que el maestro no debía olvidar que su obra era “de apostolado y

39
Victoria Eugenia Bustillo Merino, “Análisis comparativo de niveles educativos entre grupos de inmigrantes y no
inmigrantes a través de datos patronales”, Bilbao 1940-1975, en http://www.ugr.es/~adeh/comunicaciones/Bustillo_
Merino_V_E.pdf
40
R. Navarro Sandalinas, La Enseñanza primaria durante el Franquismo, PPU, Barcelona, 1990, p. 118.
41
ABC de Sevilla del 22 de septiembre de 1936 (págs. 9-10). Estos mismos libros recomendaría la Inspección de
Primera Enseñanza de Segovia, en una circular reproducida por el Boletín Oficial del Episcopado de Oviedo el 4 de
enero de 1937 (Vid. Carmen Diego Pérez, “Retazos de la actividad escolar asturiana durante los cursos 1937-1939)”, en
Represura. Ampliando la circular del 22 de setiembre, en la edición de Andalucía del ABC de 23 de octubre de 1936, la
Comisión Gestora Provincial de Primera Enseñanza de Sevilla autorizó para su uso en las escuelas de la provincia los
siguientes libros: “Los de la casa S. Rodríguez, de Burgos, anteriores a 1931 y los posteriores publicados con
autorización eclesiástica. Los de Instrucción Popular (editorial Bruño) e Historia de la Religión por el Padre Manjón. Se
continúa el estudio para ir fijando todos los que puedan autorizarse” (Sevilla, 21 de octubre de 1936. El presidente, F.
Bustillo). El 2 de diciembre de 1936, apareció en el BOP de León, una primera relación de libros aprobados por la
Comisión de Bibliotecas escolares de la provincia. Tras el examen de los libros escolares presentados por los libreros,
atendiendo “al valor patriótico, moral, religioso, literario y pedagógico de los mismos”, la Comisión recomendaba de
modo especial, y consideraba como indispensables, los libros siguientes: “España es así (Historia de España) de
Serrano Haro, Catecismo del P. Astete, Catequesis bíblicas, primera y segunda parte. Explicación dialogada del
Evangelio, Catecismo explicado con dibujos”.
patriotismo”, y que “todo perjuicio a conciencia en la educación de los niños debe considerarse
como traición a Dios y a la Patria y no como simple falta de un funcionario”.
La relación oficial de libros escolares prohibidos tardaría todavía un tiempo, fruto de la lenta
labor de las Comisiones depuradoras. Aún así, la depuración de los libros de texto escolares fue por
delante de la elaboración de un programa oficial para la enseñanza primaria. El 12 de agosto de
1938, el diario ABC de Sevilla incluía una noticia relativa a los libros que debían ser retirados de las
escuelas públicas y privadas. En esta noticia se recogía que “una de las normas más eficaces
utilizadas por la Revolución para infiltrar sus venenosas doctrinas en la sociedad española, ha sido
el libro escolar sectario y antipedagógico, repartido con aviesa intención durante los últimos años en
la escuela laica de la República…”. Por ello, se ordenaba retirar con la mayor urgencia y antes del
comienzo del curso escolar “los libros escritos con fines proselitistas, doctrinalmente antipatrióticos
y antirreligioso, deficientes en el aspecto pedagógico o escritos por autores declaradamente
enemigos del Glorioso Movimiento Nacional, que actualmente obtengan cargos y desempeñan
funciones de confianza a las órdenes del soviet de Barcelona”. Esta tarea era responsabilidad de
maestros e inspectores, de autoridades civiles y del Movimiento, así como de los padres de familia.
Pero la primera orden de expurgo oficial que llegó a todo el país fue la Orden de retirada de
libros del 18 agosto 1938, firmada por el Jefe del Servicio Nacional de Primera Enseñanza, que no
aportaba documentación sobre las razones que hacían repudiables tales libros o establecían una
valoración sobre lo nefasto de su contenido. No obstante, observando los autores y obras
prohibidas, se manifiesta el rechazo a las nuevas concepciones pedagógicas, a autores simpatizantes
con el régimen republicano, o simplemente con preocupaciones por temas sociales y políticos.
La Orden del 18 de agosto de 1938 condenaba al silencio a los 32 autores y a las 63 obras
rechazadas. Los autores eran mayoritariamente maestros e inspectores (Manuel Alonso Zapata,
Heliodoro Carpintero, Margarita Comas Camps, Luis Huerta, Lorenzo Luzuriaga, Angel Llorca,
Rodolfo Llopis...), y profesores de Escuela Normal (Daniel González Linacero, Aurelio Rodríguez
Charentón), algunos de los cuales habían participado en las Misiones Pedagógicas. Algunos de estos
autores fueron asesinados (Daniel González Linacero) y muchos marcharon al exilio (Santiago
Hernández Ruiz, Lorenzo Luzuriaga, Margarita Comas...). Las editoriales, no obstante, para evitar
prejuicios económicos, modificaron en ocasiones el título de las obras condenadas, e ignoraron al
autor, para que el texto pudiera seguir en el mercado. El 20 de agosto de 1938 se creó la Comisión
dictaminadora de los libros de texto que se habían de usar en las escuelas nacionales (BOE del 25
de agosto). Esta Comisión debía analizar los libros presentados en el Ministerio y dictaminar “el
contenido religioso, moral, patriótico, pedagógico, científico, literario, tipográfico y el precio de
venta”.
Esto se reflejaría, un poco más tarde, en el B.O.P. del 27 de agosto de 1938, donde en una
Circular de la Inspección de primera enseñanza de la provincia de Sevilla, tras analizar las
relaciones de libros de las escuelas -que había ordenado enviar a sus maestros-, se urgía remitir a la
Oficina de la Inspección de 1ª Enseñanza de la provincia de Sevilla todos los ejemplares existentes
de una relación que a continuación indicaba, advirtiendo, además, que quedaba prohibida su
adquisición y uso en todas las escuelas públicas y privadas. Estos libros, señalaba la circular,
estaban incluidos en la anterior Orden de 18 de agosto de 1938, y debían ser inmediatamente
retirados de las bibliotecas escolares 42. En esta relación de libros prohibidos se incluían obras como
“Platero y yo” de Juan Ramón Jiménez que no figuraban en la relación publicada en el Boletín
oficial del Estado. Reyes Berruezo, en su estudio sobre la depuración de bibliotecas en Navarra,
también señala dos obras de Juan Ramón Jiménez en la «relación de libros censurados de las
bibliotecas escolares enviadas a las escuelas por el Patronato de Misiones Pedagógicas”43.
En la circular de la Inspección sevillana aparecían los autores con más obras prohibidas en el
BOE: el maestro Ángel Llorca (“Aritmética”, “Mas lecciones de cosas”, “Cine educativo” y
“Lecciones prácticas”), el profesor de Escuela Normal Aurelio Rodríguez Charenton (“Las ciencias
en la escuela”, “Lecciones”, “Lecciones de cálculo”, “El libro de Geografía”), el inspector de
educación Santiago Hernández Ruiz (“Mis amigos y yo” y “Curiosidades”) y el maestro asturiano
Luis Huerta Naves (“Recitado y redacción”). También aparecían Heliodoro Carpintero (“Eco y
voz”), el inspector de primera enseñanza valenciano y diputado socialista Benigno Ferrer (“Camino
adelante”), Maíllo (“Ejercicios de lenguaje”) y Angulo y Antonio Berna (“Leo, escribo y dibujo”).
Dado el estado de muchas escuelas tras la guerra, así como la “depuración” de las
bibliotecas escolares, existía, para el profesorado también “depurado”, una peligrosa indefinición
oficial respecto a los libros permitidos para su uso en las escuelas. Dos meses más tarde (18 de
octubre de 1938) aparecería la Orden con la relación de libros aprobados para su uso en las
escuelas. En el BOE del 12 noviembre de 1939, aparecería la relación de obras aprobadas
definitivamente por la Comisión dictaminadora de libros de texto de Segunda Enseñanza, aunque la
lista aparecería días antes en la prensa, al considerar el Jefe de Archivos y Bibliotecas que su
difusión era “de gran importancia”44. Su publicación en el Boletín Oficial fue días más tarde, el 1
de noviembre.

La “depuración” del libro en Sevilla en los comienzos de la dictadura: bibliotecas ardiendo o


dispersas.
A orillas del mar, para que el mar se lleve los restos de tanta podredumbre y de tanta

42
La Circular venía firmada por el Inspector Jefe Ruperto Escobar, en Sevilla 24 de agosto de 1938.
43
Reyes Berruezo Albéniz, “Depuración de bibliotecas y censura de libros en Navarra durante la Guerra Civil de
1936”, en http://www.asnabi.com/revista/tk6/05berruezo.pdf
44
ABC de Sevilla del 22 de octubre de 1938, p. 9.
miseria, la Falange está quemando montones de libros y folletos.
El Ideal Gallego (19 agosto 1936).
Si hemos visto que la labor “depuradora” de la dictadura franquista comenzó muy pronto a
aplicarse sobre las bibliotecas escolares, las posteriores disposiciones para la ampliación de la labor
“depuradora” a otras bibliotecas y centros de lectura continuarían afectándoles, y generalmente con
más rigor. En Sevilla, la labor “depuradora” del libro por parte del régimen franquista comenzaría
muy pronto. En el bando de Queipo de Llano del 4 de septiembre, se obligaba a entregar dichos
libros en el archivo de esa División militar, y en el decreto, a ponerlos en conocimiento de la
autoridad militar. Parece pues que fue el Ejército el primero en ejercer la censura, colaborando con
la Falange al principio en la primera “limpieza” cuando se producía la conquista de territorios 45.. El
BOE del 24 diciembre 1936 adaptaría parte del bando de Queipo (preámbulo y primeros artículos
son idénticos), “decretando ilícitos el comercio y circulación de libros, periódicos, folletos y toda
clase de impresos y grabados pornográficos o de literatura disolvente”. Obligaba asimismo a los
“dueños de establecimientos dedicados a la edición, venta, suscripción o préstamo de los periódicos,
libros o impresos de toda clase” a entregarlos a la autoridad civil “en el improrrogable término de
cuarenta y ocho horas, a partir de la publicación de esta Orden”. Dicha autoridad debía ponerlo en
conocimiento de la Militar en el más breve plazo posible, depositando “los libros entregados en la
Biblioteca universitaria, en la pública provincial, o en archivo de Hacienda, según los casos,
acompañándose una relación duplicada de los mismos en la que expresen el título, el autor y la
edición a la que corresponden”. Los responsables de su custodia, por su parte, debían según la orden
poner “el más escrupuloso cuidado en el servicio de ellos, en su conservación y vigilancia y sólo
cuando se justifique plenamente la utilidad o necesidad científica de su consulta se podrá poner en
manos de lectores de reconocida capacidad”46. Esta Orden del 24 de diciembre de 1936,
especialmente su artículo 3º, se vio ampliada posteriormente en el BOE del 17 de setiembre de
1937, donde se ordenaba la retirada de las Bibliotecas públicas y Centros de cultura de toda
publicación que, “sin valor artístico o arqueológico reconocido, sirva por su lectura para propagar
ideas que puedan resultar nocivas para la sociedad”. Se ordenaba la creación de una lista de todos
los centros de lectura, de “todas las bibliotecas públicas, populares, escolares y salas de lectura
establecidas en casinos, sociedades recreativas, colegios, academias, y, en general, en cuantos
centros existan poseedores de bibliotecas o libros al servicio de cualquier clase de lectores”. En el
artículo segundo se ordenaba la constitución de una Comisión depuradora en cada distrito
universitario, compuesta, junto al Rector de la Universidad, por un catedrático de Filosofía y Letras
45
En Ávila, el Gobernador civil, Ricardo Serrador, creó una Comisión que visitaría los establecimientos citados en la
orden anterior, para comprobar si ha sido exactamente cumplimentada esta orden, cuya infracción será castigada
con multa de hasta 5.000 pesetas” (BOP de Ávila de 30 diciembre de 1936).
46
Vid. Juan Luis Rubio Mayoral, “La depuración de la cultura popular. La Universidad y el Ateneo de Sevilla en la
censura de libros durante la Guerra Civil”, en www.represura.es/represura_5_junio_2008_articulo6.html.
de la Universidad respectiva, representantes de la Iglesia, de Falange, de la autoridad militar, de la
Asociación Católica de Padres de Familia y del Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y
Arqueólogos. La Comisión debería solicitar “los índices o ficheros de libros, folletos, revista y
publicaciones de toda índole, que constituyan la biblioteca objeto de depuración”, retirando los que
contengan en su texto “ideas disolventes, conceptos inmorales, propaganda de doctrinas marxistas y
todo cuanto signifique falta de respeto a la dignidad de nuestro glorioso Ejército, atentados a la
unidad de la Patria, menosprecio a la Religión católica y cuanto se oponga al significado y fines de
nuestra gran Cruzada Nacional”. Las obras pornográficas y de propaganda revolucionaria debían ser
destruidas, y aquellas de mérito literario o científico que tuvieran “contenido ideológico nocivo”,
debían ser guardadas “en lugar no visible ni de fácil acceso al público”, salvo autorización. Se les
daba un plazo de dos meses a las Comisiones depuradoras para realizar esta labor. Esta orden fue
ampliamente alabada días después en el diario ABC de Sevilla en estos términos:
Digna de elogio, merecedora de la gratitud de la España creyente y noblemente estudiosa a cuya defensa se
encamina la Cruzada que Franco encabeza, es la reciente disposición del Gobierno de Burgos que al
espurgo (sic) y depuración de las bibliotecas se dirige; prólogo, con la serena orientación de sus normas, de
una vastísima tarea saneadora que a manos idóneas es encomendada y que de las inexpertas o tendenciosas,
cuando no sectarias, apartará para siempre el corrosivo de los malos escritos.
La cultura, la fe, los postulados de la España que renace, la vigilancia del celo familiar, tienen parte en la
altísima atribución. Representaciones tan valiosas garantizan de antemano el resultado purificador, que
hará desaparecer para siempre cuanto, pornográfico o subversivo, no debió ser leído jamás, y reservará
para los cerebros preparados lecturas que sería funestas a los entendimientos en formación.
Salutífero escrutinio es el que aguarda, mil veces más necesario que el descrito por el genio de Cervantes
sobre los libros del Ingenioso Hidalgo. Porque no es locura de ideal la que de estas falsas lecturas de ahora
puede nacer”. 47
En cumplimiento de la orden anterior, el 7 de octubre de 1937 el Rector de la Universidad
de Sevilla envió una comunicación al Presidente de la Comisión de Cultura y Enseñanza con la
propuesta de los miembros de la Comisión Depuradora de Bibliotecas Públicas de este Distrito
Universitario: D. Fco. Collantes de Terán (Archivero bibliotecario municipal); D. Manuel Gómez
Rodríguez. (representante de la autoridad eclesiástica); D. José Montoto y González de la Hoya
(jefe de la biblioteca provincial. representante del cuerpo de Archiveros); D. Federico Quintanilla
Garratón (teniente coronel de Infantería, propuesto por la autoridad militar); Antonio Domínguez
Ortiz (representante de la Jefatura provincial de la FET); y Joaquín Sangrán González, Marqués de
los Ríos, en representación de la Asociación Católica de Padres de Familia 48. No sabemos si la
47
“El nuevo escrutinio”, ABC, Sevilla, 22 septiembre 1937. “Y ha de tenerse en cuenta que, para desencadenar su
actual ofensiva, no sólo se benefició el contrario del doloroso descenso de espiritualidad conseguido con la divulgación
de sus libros sociales -interpretación materialista de la Historia y de la vida-, sino también del funesto escepticismo de
una juventud predispuesta al desdén hacia todo lo grande, influido por una literatura vacuamente placentera o
arteramente adversa a los elevados ideales impulsores de las glorias de la Humanidad”. La Orden fue publicada el 26 de
septiembre (ABC Sevilla, p. 24).
48
AHUS, MINUTA 201. LEGAJO 3184-1. Comunicación nº 181. 21/X/1937. (Recordatorio del envío del 7/X/1937, por
Comisión de Cultura y Enseñanza aprobó la proposición del Rector, pero es muy probable que estos
fueran los miembros de la Comisión Depuradora. Se crearon, además, como ha analizado Manuel
Morente, comisiones depuradoras provinciales, al menos en Córdoba49.
Sobre la actuación de las Comisiones apenas poseemos información 50. Parece que también
hubo órdenes de desarrollar el proceso con cierta reserva: en una comunicación (con fecha del 5 de
abril de 1938) del Jefe de los Servicios de Archivos y Bibliotecas al Presidente de la Comisión
Depuradora de Sevilla se ordena que “recomiende a los miembros de la referida Comisión(…) que
se abstengan de dar noticias de ninguna clase en relación con la citada labor hasta que la
superioridad no lo autorice”, advirtiendo que “se viene comprobando que algunos de las
Comisiones(…) dan referencias oficiales u oficiosas de su labor a la prensa antes de que el Sr.
Ministro conozca sus resultados”51. Al parecer existió gran disparidad de criterios en la acción
depuradora, y en función del carácter de cada biblioteca, procediéndose -como hemos visto
anteriormente- “con más rigor en las bibliotecas escolares”52.
El desarrollo de la tarea de la Comisión depuradora parece que fue más lento de lo planeado,
y así, el 29 de noviembre de 1937, en una carta del vicepresidente de la Comisión de Cultura y
Enseñanza (Enrique Suñer) al Rector de la Universidad de Sevilla (y al delegado del Rectorado en
la comisión depuradora, el Decano de la Facultad de Derecho, Carlos García Oviedo), el primero le
comunica, “atendiendo al delicado trabajo que este cometido supone y a la necesidad de realizar con
la mayor diligencia y escrupulosidad que su importancia exige”, una prórroga de dos meses para la
labor de la Comisión depuradora, así como la posibilidad de nombrar auxiliares “de reconocida
solvencia técnica y moral” que puedan ayudarles en su cometido. Además, recomienda proceder “en
primer lugar a la depuración de bibliotecas y Centros de cultura más frecuentados por público, o
situadas en centros escolares, para terminar en aquellas otras, como Universidades y Seminarios,
hoy clausurados y poco frecuentados por lectores de escasa formación cultural”. Por último, ordena
el envío por parte de la Comisión depuradora, en el plazo improrrogable de ocho días, de una
sucinta memoria donde se exprese la labor realizada hasta la fecha” 53. Todavía el 8 de junio de 1938
el Jefe de Servicios de Archivos y Bibliotecas advertía que tras las sucesivas prórrogas concedidas y
la lentitud y el incumplimiento de las Comisiones, el Ministerio había resuelto ordenar dar por

si extravío). Años más tarde, el Ministro de Educación Nacional J. Ibáñez Martín nombrará director de la Biblioteca de
la Universidad de Sevilla, a propuesta de su Rectorado, a José Montoto (Orden 23 abril 1942); y concederá el ingreso
en la Orden Civil de Alfonso X el Sabio, con la categoría de Encomienda, a Francisco Collantes de Terán (O. 8 enero
1947).
49
Manuel Morente Díaz, “La mala semilla. Depuración de libros y bibliotecas en Córdoba”. En
http://www.todoslosnombres.org/sites/default/files/tln_inv_morente_diaz_la_mala_semilla.pdf
50
Ver Alicia Alted Vigil, Política del Nuevo Estado sobre el patrimonio cultural y la educación durante la guerra civil
española, Madrid, Ministerio de Cultura, 1984.
51
Comunicaciones de la Superioridad, AHUS, Carpeta 3370, nº 2. Entrada 8 abril 1938.
52
A. Alted, op. cit., p. 63.
53
AHUS, Entrada nº 212, 29 de noviembre de 1937.
terminado el cometido de dichas Comisiones en el plazo de treinta días, debiendo éstas remitir en
ese plazo la memoria de sus trabajos 54. El 13 de julio de 1938, el Rector de la Universidad de
Sevilla elevó al Jefe del Servicio Nacional de Archivos y Bibliotecas el trabajo realizado por la
Comisión Depuradora de Bibliotecas Públicas y Centros Culturales de Sevilla, pero sólo hemos
localizado la comunicación, no el contenido del trabajo55.
En el BOE del 21 de agosto de 1938 apareció una Orden por la que se disponía que las
bibliotecas “que hayan sido censuradas por la Comisión nombrada al efecto, y que no estén servidas
por el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos”, debían proceder en el
plazo más breve posible a “remitir a las Bibliotecas que a continuación se detallan, las obras
incluidas en las listas confeccionadas según lo dispuesto en el artículo 6º de la orden del 16 set.
1937”. En el caso de provincias como Sevilla, donde existía Universidad, las obras se remitieron a
la Biblioteca Universitaria. Además, se establecía que “los jefes de las Bibliotecas mencionadas
formarán con las obras que reciban por este concepto una sección especial de obras reservadas, en
tanto las condiciones del local y mobiliario lo permita, o las situará, en todo caso, de manera que no
puedan quedar al libre acceso del público”. Así, por ejemplo, en la Biblioteca Universitaria de
Sevilla quedaron depositadas las obras extraídas de la Biblioteca del Ateneo hispalense. 381 obras
quedaron depositadas en una zona apartada en los fondos de la biblioteca universitaria, en la que se
mantuvieron hasta no hace muchos años, en 199356.
En el proceso de “depuración” y en los posteriores años de censura del libro en la dictadura
franquista colaboró también la censura eclesiástica. Algunas Comisiones depuradoras parece que
recurrieron al Índice de libros prohibidos de la Iglesia católica 57. Conviene recordar que el Índice no
sería suprimido hasta 1966, y que el convenio con la Santa Sede del 7 de junio de 1941, hizo
vigentes los cuatro primeros artículos del concordato de 1851, según los cuales el Estado debía
dispensar apoyo a los obispos para impedir la publicación o difusión de aquellas obras que hicieran
peligrar la fe o las buenas costumbres. Fue famosa, por ejemplo, la Pastoral del obispo Plá y Daniel
(8 de agosto de 1938, “Los delitos del pensamiento y los falsos ídolos intelectuales”) o las listas de
libros elaboradas por la revista del obispado español, Ecclesia58. Hubo, no obstante, en sus
54
Comunicaciones de la Superioridad, AHUS Carpeta 3370, nº 2.
55
Minutas, AHUS Carpeta 3367 nº 4, 119.
56
Vid. Juan Luis Rubio Mayoral, “La depuración de la cultura popular....”, p. 11. Otro aspecto importante de la censura
franquista fue la prohibición de “la circulación y venta de libros, folletos y demás impresos producidos en el extranjero,
cualesquiera que sea el idioma en que estén escritos, sin la previa autorización del Servicio Nacional de Propaganda”.
Las publicaciones de carácter político o social debían ser detenidas en la frontera, considerándose sospechosas “las
obras escritas en español y editadas fuera de España”. Se autorizaban, en cambio, las publicaciones impresas en
regímenes fascistas, como Alemania, Italia o Portugal desde los años 1932, 1923 y 1926 respectivamente. BOE 29 abril
y 22 de junio de 1938.
57
Vid. Eduardo Ruiz Bautista, Los señores del libro..., pp. 337-384.
58
La revista Ecclesia, órgano de la Dirección Central de la Acción Católica Española, y portavoz oficioso de la Iglesia
católica española, aportó en su sección literaria un servicio de «orientación bibliográfica» en la que “se hacía
uso de un complicadísimo sistema clasificando los libros de acuerdo con su grado de moralidad como prohibidos,
reprobados, dañosos, peligrosos, frívolos, inofensivos, morales o moralizadores; una segunda graduación determinaba
comienzos, una pugna entre Falange y la Iglesia católica por imponer como oficiales sus criterios de
censura.

La depuración y destrucción de la biblioteca del Instituto “Rodrigo Caro”.


Con el inicio de la guerra civil y la caída de Sevilla bajo los militares golpistas, la
depuración comenzó, como hemos visto antes, en las bibliotecas escolares, desarrollándose en
paralelo con la de las bibliotecas populares. Posiblemente, la biblioteca del Instituto “Rodrigo Caro”
quedara al margen, como las bibliotecas de otros Institutos de segunda enseñanza fuera de la capital,
de la labor realizada por las Comisiones Depuradoras de Bibliotecas 59. En algunos pueblos, como
Priego, funcionaron comisiones propias con fecha muy temprana. Más tarde, las bibliotecas de estos
centros fueron trasladadas en ocasiones a los Institutos de la capital o reclamadas por colegios
religiosos privados y por la Falange. Con ellas desaparecieron también las bibliotecas municipales
de sus respectivos pueblos. En Utrera, durante la Comisión Gestora que gobernó tras el golpe de
Estado, se mantuvo inicialmente el funcionamiento de la Biblioteca, como muestra la aprobación en
el Consistorio, el 8 de octubre de 1936, del pago de 500 pesetas al nuevo director, Francisco
Aguilera, para gastos de la Biblioteca y adquisición de libros. Con la clausura del Instituto, la
Jefatura del Servicio Nacional de Enseñanzas Superior y Media del Ministerio franquista ordenó el
20 de diciembre de 1937, al Rectorado de la Universidad de Sevilla, entregar todo el material del
“Rodrigo Caro” (incluidos los fondos de la Biblioteca y a excepción de la documentación del
centro) al Colegio Salesiano Nuestra Señora del Carmen de Utrera, en respuesta a la solicitud de su
Director de disponer para su uso del material del Centro clausurado. En esta misma Orden se
obligaba al Centro Salesiano a “reparar y reponer lo que por su uso se deteriore”. Una Orden
posterior, de 29 de enero de 1940, encargaba a la Junta de Intercambio -que tenía como uno de sus
cometidos la creación, fomento y dirección de las Bibliotecas Municipales- la responsabilidad de
“intervenir en la situación y nuevo plan y vida de las bibliotecas que tuvieran los extinguidos
Institutos”, advirtiendo que “necesariamente, cualesquiera que sean sus circunstancias, deben
continuar en las poblaciones en que en la actualidad se hallen establecidas”.
Según varios informantes, la biblioteca del Instituto “Rodrigo Caro” fue cuidada por una
Gestora hasta pasar a los Salesianos. Varios testimonios afirman que algunos profesores quisieron
salvar algunos libros, aunque luego debieron quemarlos cuando se intensificó la represión. En la

su aptitud para diez estratos distintos de lectores según su formación, posición social y edad. Resulta sorprendente ver
cómo los criterios de Ecclesia, bajo una censura estatal de una rigidez y ortodoxia religiosa ejemplares, conseguían
superar la intransigencia del aparato estatal tanto en sus aspectos moral y religioso como político” (J. Oskam, “Las
revistas literarias y políticas en la cultura del franquismo”, en Letras peninsulares, 5.3 (1992), págs. 389-405, en
www.geocities.com/jaoskam/revista.htm).
59
Manuel Morente Díaz, “La mala semilla. Depuración de libros y bibliotecas en Córdoba”, en
http://revistaeco.cepcordoba.org/index.php?option=com_content&view=article&id=132:la-mala-semilla-depuracion-de-
libros-y-bibliotecas-en-cordoba&catid=10:articulos&Itemid=5.
entrevista realizada a Rosario Vázquez Martínez, sobrina del maestro José Martínez, y alumna del
Instituto “Rodrigo Caro”, ésta recordaba la quema de los libros de su tío, de noche, en el polvero,
para no levantar sospechas. Algunos de estos libros, añadía, procedían del Instituto, de los que su tío
junto a otros compañeros habían intentado salvar: “Era muy peligroso tener algunos libros, como
los de Blasco Ibáñez”60. Pedro Blanco Ferrado, un antiguo seminarista en el Colegio Salesiano del
Carmen situaba algunos libros de la desaparecida biblioteca en la parte alta de la carpintería del
Colegio, en una vitrina protegida por unas puertas de metal. Estos libros, forrados en papel estraza
azulado o rojo, eran sólo accesibles para algún sacerdote, como el diácono Fidel. Pedro Blanco nos
señalaba también que, a pesar de lo que siguen indicando hoy desde el Colegio Salesiano, la gran
riada que inundó la planta baja del Colegio no afectó a los libros.
Con el tiempo, la carpintería de los Salesianos desapareció y con ella la vitrina de los libros,
que se colocó en el aula de la izquierda del patio principal, entrando por la cancela de San Diego.
Parte de estos libros, sin embargo, fueron “liberados” por la presión de un grupo de hombres
instruidos de Utrera, de la media burguesía culta, interesados en acceder a determinados libros que
poseían los Salesianos y que éstos no dejaban salir. Pedro Blanco comenta que, como los
seminaristas iban a bañarse a la finca del alcalde, donde acudía el Gobernador civil de Sevilla, pudo
escuchar alguna vez, entre las conversaciones que tenían, que este grupo de hombres influyeron en
la presión para que los Salesianos “soltasen” algunos libros y poder poner con ellos una pequeña
biblioteca en otro sitio. Al parecer, se propuso que en la casona de la calle Arroyo -donde se montó
el Frente de Juventudes- se habilitase un altillo para traer algunos libros. Años más tarde, algunos
volvieron al edificio del antiguo Instituto, que entonces había ocupado el Ayuntamiento,
instalándose en las vitrinas del Salón Árabe. “A través de un concejal, apellidado Carretero, los
libros fueron circulando de unos a otros, en paquetes por miedo a la represión de los falangistas o la
Guardia Civil... Los leían y los tenían escondidos” 61. Este relato coincide con los enfrentamientos
por conseguir los fondos incautados que se produjeron entre distintas instancias políticas en otros
lugares de España. Los libros y archivos “pasaban de mano en mano como botín de guerra que se
podía repartir, alienar o destruir”, eludiendo el control que oficialmente pretendía el Servicio de
Archivos y Bibliotecas del nuevo régimen62. Así, tras el golpe militar del verano de 1936, se
dispersó o desapareció con el tiempo la biblioteca del Instituto “Rodrigo Caro”, y con ella la
Biblioteca Municipal de Utrera.
Tras la desaparición de la biblioteca municipal, la del Instituto “Rodrigo Caro”, habría que
60
Entrevista de Matilde Arroyo Parra a Rosario Vázquez Martínez, Utrera, 26 de octubre de 2006.
61
Entrevista de José Montaño Ortega a Pedro Blanco Ferrado. Pedro Blanco recordaba haber visto, entre esos libros
prohibidos que llegaron al Ayuntamiento, La Dama de las Camelias, de Alejandro Dumas, que había sido uno de los
libros a retirar por el Nuevo Estado, pues era una obra “indigna para ser leída por los católicos por injuriar a la Iglesia y
encumbrar la inmoralidad” (A. Alted Vigil, La política del nuevo estado sobre el patrimonio cultural y la educación
durante la guerra civil española, Ministerio de Cultura, 1994, p. 64).
62
E. Ruiz Bautista, Los señores del libro..., p. 408.
esperar veintinueve años hasta la creación de una nueva biblioteca pública en Utrera. El 24 de julio
de 1965, conforme a lo dispuesto en un Decreto aprobado hacía catorce años (Decreto 4 de julio de
1952, artículo 13), el alcalde de Utrera manifestaba, en la Comisión Municipal Permanente del
Ayuntamiento, haber recibido escrito de la Dirección General de Archivos y Bibliotecas por el que
se creaba la Biblioteca Pública Municipal de Utrera (aunque oficialmente ya había aparecido en una
Orden de 30 de junio de 1965) 63. Asimismo se aprobaba el Concierto entre este Ayuntamiento y el
Centro Provincial Coordinador de Bibliotecas, de Sevilla, estableciendo las obligaciones de ambos
Organismos en el sostenimiento y funcionamiento de dicha Biblioteca, así como los reglamentos de
régimen interno y préstamo de libros64. En diciembre de 1965 ya existía un informe del movimiento
de lectores y libros de la Biblioteca Pública Municipal “Rodrigo Caro” al Centro Provincial
Coordinador de Bibliotecas. En este mes contabilizaba en total 240 lectores (la mayoría de libros
infantiles), de los que 230 eran varones y 10 mujeres65.
El impulso a la creación de una biblioteca municipal quizás tuvo relación con las
dificultades que encontraba en Utrera la campaña nacional de alfabetización emprendidas en esos
años66. En el año 1966, a pesar de que se señalaba que existían en Utrera 2000 analfabetos, solo se
registraba la asistencia de unos 400 a los cursos de alfabetización. Y ello, a pesar de que se forzaba
a los analfabetos con medidas coercitivas, ya que el Certificado de Estudios Primarios era
obligatorio para firmar un contrato de trabajo, (aunque los datos muestran que donde hubo una gran
demanda de mano de obra debido al crecimiento industrial, los empresarios no respetaron esta
medida, contratando mano de obra alfabetizada o no). La alfabetización resultó ser obligatoria para
los varones menores de 60 años y para las mujeres menores de 50, lo que resultaba un factor más de
discriminación que contribuyó a mantener las tasas de analfabetismo entre las mujeres mayores que
entre los hombres67.

63
En este Decreto se aprobó el Reglamento del Servicio Nacional de Lectura (Servicio establecido hacía cinco años, por
Decreto de 24 de julio de 1947) creado para “la expansión y difusión del libro a todo el territorio nacional”. En su
artículo 13 se recoge lo siguiente: “Todas las Entidades públicas y todos los Ayuntamientos podrán contar entre sus
instituciones con una Biblioteca o red de Bibliotecas, a través de un Centro Provincial Coordinador”. En esta época
Joaquín Ruiz-Giménez era el Ministro de Educación.
64
AHAU, Expediente de Cultura 1965-1966. Legajo 352.
65
En el tercer trimestre de 1966 alcanzaba los 852 lectores (770 varones y 82 mujeres), aunque con escasos préstamos.
El Servicio Nacional de Lectura envió un “lote fundacional” que consta en la relación de la que el Ayuntamiento envió
un duplicado el 14 de abril de 1966 (y en la que se interesaba por el envío del ejemplar de “Nada” de Carmen Laforet,
que no había recibido).
66
AHAU, Acta de 4 de febrero de 1966. En este Acta se señalaban distintas medidas coercitivas, así como el envío de
un oficio a la Delegación Provincial del Trabajo interesando al Organismo que ilustrara al Ayuntamiento “sobre la
implantación de una fórmula por la que los analfabetos hayan de perder puestos en los diversos escalafones, a favor de
los alfabetos”. En la respuesta, se señalaba que no se podía obligar legalmente en este sentido a las empresas, aunque se
abría la posibilidad de despedir a los obreros que no concurran a los cursos de alfabetización “por no colaborar en su
formación cultural” (23 febrero 1966). La Campaña Nacional de Alfabetización apareció en el BOE en el Decreto
24/07/1963
67
La prohibición de que las maestras pudieran dar clases a los adultos implicó una ralentización, cuando no una
paralización, de este tipo de planes de estudios, debido a la falta de maestros, lo que contribuyó al deterioro de los
planes de alfabetización de la población adulta.
Todavía en 1975 las bibliotecas públicas españolas no llegaban a prestar ni un libro al año
por cada cinco habitantes.

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