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Cayetano Bruno
N°31
Cap. I – Antecedentes
Se reconoció, ya desde los principios, la doble necesidad de juntar a los
naturales en pueblos para mejor adoctrinarlos y formarles hábitos de virtud
y de trabajo. Lo primero, - la necesidad de las poblaciones - se sintió
apenas comenzada la evangelización. Lo segundo - la presencia de sujetos
actos – se sintió con el advenimiento de la Compañía de Jesús en la región
y sus ensayos de apostolado entre los indios.
La doble necesitad
Los Reyes católicos hicieron provechosas tentativas. La instrucción de
Felipe II, fechada en Aranjuez el 16 de mayo de 1571, destinada al tercer
adelantado del Río de la Plata, Juan Ortiz de Zarate, tuvo un mayor efecto.
Debía que empeñarse para que los naturales habiten en pueblos cerca de
los españoles, apartarlos de los vicios y pecados, reducirlos y convertirlos
a nuestra santa fe católica y religión cristiana voluntariamente.
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Dos franciscanos, fray Alonso de San Bonaventura y fray Luis Bolaños,
llegados a Asunción el 6 de febrero de 1575, emprendieron las primeras
campañas reduccionales en la región de Paraguay y del Rio de la Plata con
éxito vario. Se lamentaba la falta de apóstoles y la falta de doctrina entre
los naturales. Los frailes, en general, llegados de Europa, preferían los
lugares más confortables. Esta situación desventajosa a la adoctrinación
llevó a que el Obispo Victoria introdujese en el Tucumán a los primeros
jesuitas.
La entrada de los jesuitas
El hecho fue un acontecimiento para la historia eclesiástica de la zona. En
Lima el Obispo Victoria tramitó el año de 1584 con el provincial padre
Baltasar Piñas el envío de los primeros jesuitas (P. Francisco de Angulo y
P. Alonso de Barzana y el hermano Juan de Villegas) llegando a Santiago
de Estero, donde fundaron una Casa. Comenzaron a catequizar Salta y la
zona norte, abrieron una casa en Asunción.
Las cuatro doctrinas de Juli en el Perú
La aceptación de estas cuatro doctrinas por parte de los jesuitas les granjeó
merito por el trabajo inusual y exitoso y por el modelo imitable y imitado
en toda la extensión de las Indias. Hasta se dice fue la matriz de las
reducciones del Paraguay. Las dichas cuatro doctrinas con la de Santiago
en el Cercado de Lima, fueron las únicas que atendieron en el Perú los
jesuitas hasta el extrañamiento de la compañía en 1767-1768. Llegaron al
lugar en 1576 y pronto entraron en función con el proprio plan pastoral:
misa, almuerzo con los caciques, procesión de doctrina religiosa etc. Cada
jesuita tenía su sector en la atención de los feligreses. La distribución de
las limosnas era punto capital en el plan propuesto. La escuela empezó a
tener varios alumnos, y tuvo asimismo una finalidad apostólica. Así,
reconociendo la perfección lograda por las doctrinas de Juli y su calidad de
modelo, las reducciones guaraníticas superaron al modelo peruano.
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Los edificios
Se busca en los edificios la practicidad conforme a la idiosincrasia atávica
india, ajena toda forma de ostentación. Las casas eran en algunos pueblos
de piedra en otros de piedra solos los cimientos y todas cubiertas de teja.
Eran las plazas cuadrados perfectos de 125 metros de lado y las calles
derechas a cordel, todas con soportales a una y otra banda, para andar sin
mojarse en tiempo de lluvia. Las habitaciones de los padres eran más altas,
aunque también de un piso, pero con dos espaciosos patios interiores. Las
iglesias constituían la fábrica principal de los pueblos, eran todas muy
capaces, como catedrales de Europa. Ocupaba el cementerio, rodeado de
tapia, el lado opuesto al patio de los Padres. Había, en fin, casa de
recogidas, cárcel pública y posada de los españoles en seis pueblos donde
suelen llegar a comerciar. Todo este conjunto de pueblos con sus estancias
se mantuvo relativamente aislado del resto civil y fue prudente medida
para salvaguardar el orden y disciplina de sus habitantes siempre
veleidosos y noveleros. La segregación de las reducciones respondía por lo
demás al espíritu de la legislación española vigente. No fue, sin embargo,
totalmente estricto este aislamiento.
Los doctrinantes
En cada uno de los treinta pueblos, hay dos sacerdotes cura y compañero
y en algunos tres. La exigua comunidad necesitaba de reglas especiales y
precisas para mantener al buen espíritu y asegurar la fecundidad del
apostolado. Las dio la Congregación Provincial de 1637 con el título de
Ordenaciones comunes a las misiones de la Provincia del Paraguay; la
segunda parte de ellas se refiere a lo que han de observar todos los padres
misioneros en general. Las citadas ordenaciones regulan, como primera
exigencia, la santidad personal del misionero. La moralidad y el honor de
los misioneros es asunto de mucho peso en las ordenaciones.
Dirección paternal de las reducciones
Elemento entre los más valiosos de la vitalidad de las misiones fue el
acierto con que las gobernaron los padres de la Compañía de Jesús. Era
singular la reverencia que el indio tiene al Sacerdote y con esta reverencia
juntan un amor bien particular. Para gente como los guaraníes, el lenguaje
del corazón fue sin disputa el más convincente y eficaz, más que las leyes
escritas, inteligibles para ellos y por lo mismo superfluas.
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Cap. IV – La formación espiritual
En las reducciones se vio un serio cristianismo gracias a la buena
organización y al celo de sus pastores, muchas obras misionales que corren
de 1609 a 1768.
Vida sacramental
La vida sacramental era bien practicada y permitía la docilidad de los
indios. Había para todos sermón y misa cantada en los días de precepto;
el domingo después de tocar a vísperas se administraba el bautismo con
los óleos; al tiempo de la confesión y comunión pascual se examinaba a
cada uno la doctrina; a los más ignorantes se los instruye antes de dejarlos
confesar. Dos congregaciones mantenían en los pueblos el fervor de todo:
de María Santísima y de San Miguel.
La devoción a María
Los jesuitas cultivaron esta devoción bajo el título de la Virgen de Loreto y
en la forma de congregación o esclavitud Mariana, con los mejores frutos
de piedad y vida cristiana. Con insistencia las cartas de los misioneros
aluden al fervor mariano. De hecho, se nota que el pueblo ha dado una
vuelta tan grande que espanta a los que antiguamente lo conocieron. La
devoción a la Virgen Santísima fue el remedio de estos pueblos.
La educación de los niños
Abarcaba no solo la instrucción religiosa, sino también la profana. Les
enseñaban a leer, escribir, contar, les enseñaban también, las oraciones
del catecismo. Desde la edad de siete años entraban ya en tropa con los
demás en cuanto a lo eclesiástico, y político hasta casarse. Llegado el grupo
entero a la mañana, empezaban con las oraciones del catecismo. Iban a la
misa niños y niñas; dicho luego el acto de contrición y cantado el Alabado,
los niños iban al primer patio de los padres y las niñas al cementerio, ahí
recitaban otra vez el catecismo, almorzaban y recitaban también el
Rosario. La escuela de las letras se tenía preferiblemente por la tarde y los
niños separados de las niñas.
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El gobierno político
En cada pueblo había un corregidor indio, un teniente, un alférez real, dos
alcaldes, mayor y menor, cuatro regidores, dos alguaciles, también mayor
y menor, un alcalde de la Hermandad y un procurador, todos indios. Tenía
cada uno sus insignias. Estos oficios se concedían el primer día del año,
con asistencia dirección del cura. La proclamación era solemne. Ningún
corregidor alcalde, metía en la cárcel, ni castigaba a nadie, sin avisar
primero al cura y saber su beneplácito. El tributo que el pueblo tenía que
dar al rey era de un peso.
El gobierno militar
Las reducciones incluyeron a sus faenas ordinarias los ejercicios de guerra.
Los indios estaban muy bien apercibidos de armas (lanzas, espadas,
flechas) y seguían ejercitándose en las armas un día por semana y
realizaban mensualmente alarde general. En caso de guerra, el provincial
escribía al superior para reunir gente y este señalaba la gente a que le
tocaba en cada pueblo. Los indios obedecían con prontitud al mando. En
campaña obedecían a un jefe principal español, que los intimaba por medio
de los padres a no ser en el vigor de la refriega en orden a matar.
El trabajo
Notable acierto de la Compañía de Jesús fue mantener las reducciones con
productos propios, prescindiendo en lo posible de la ayuda oficial. Tenía
cada pueblo muchos trabajadores hábiles: estatuarios, doradores,
tejedores, pintores, zapateros, carpinteros, fabricantes de órganos; en el
pueblo casi todos eran labradores. A todos se les señalaban tierras del
común con un par de bueyes para su cultivo. A la propiedad privada que
cultivaban los indios para su consumo personal y familiar, se la llamaba
Abambaé. Cultivaban haciendas de maíz, legumbres y algodón, llamadas
haciendas de Dios (Tupambaé). En las tierras de cada pueblo, había
pastoreo de vacas para dar carne a todos. Vendían también sus productos.
En Santa Fe y Buenos Aires. Las mujeres corrían con el tejido.
La música
Fue nota característica de los guaraníes su predisposición por la música.
No fue solo medio de conquista, sino también estímulo para el trabajo y de
sereno esparcimiento; pero donde la música alcanzaba su más elevada
significación era en las funciones sagradas.
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Cap. VI – Beneficios resultados de las reducciones
Los testimonios vienen de fuente varia y son todos atendibles.
De fuente jesuita
Lo es el testimonio del Padre Pedro Romero en sus letras anuas al padre
provincial, testimoniando el cuidado y la atención que los jesuitas daban a
esta gente en Jesucristo. El propio padre Romero descubriría los beneficios
y resultados de las reducciones, como la de San Ignacio-guazú, cuanto a
lo personal y a lo espiritual. Los primeros frutos en la reducción son los
indios mismos: tenían constancia en la enseñanza de la doctrina, se hacían
más capaces para lo uno y para lo otro. Hay que agregar a ello la frecuencia
de los Santos Sacramentos. Tenían confianza en Dios, una notable
devoción ante las imágenes de Cristo y de María Santísima y de sus santos,
todos se confesaban, se comulgaban y rezaban sus oraciones. La cosa más
notable es que ninguno falta de conformidad en sus enfermedades.
De fuente episcopal
Proviene el primer testimonio de Fray Cristóbal de Aresti, quién visitó cinco
reducciones en 1631; era por entonces su ilustrísimo Obispo del Paraguay
y había de serlo de Río de la Plata poco después. Lo más confortante es
que no ha hallado en ninguna de las reducciones cosa ni pecado que
remediar. También mucha era la devoción con que lo recibieron.
De fuente gubernamental
Se alaba por parte de los gobernadores, la disciplina de los indios, su modo
decente de estar vestidos; sus buenas casas y buenas iglesias. Para los
indios de las reducciones es más que precisa la tolerancia con que los
padres de la Compañía los conservan y manejan. Los jesuitas tenían los
veintiocho pueblos de su cargo en vida verdaderamente política y cristiana,
mejorando cada día más. Lo que más impresionaba al hombre de gobierno
era el palpar con evidencia las raíces que va echando nuestra fe en aquella
gente tan devota y cristiana.
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Cap. I – La guerra Paulista
La guerra paulista fue el más terrible sacudimiento que experimentaron las
reducciones antes de instalarse definitivamente. La documentación es casi
toda española y jesuita porque los papeles portugueses no existen. La
veracidad del relato de fuente jesuita se acepta por otra parte con
uniformidad, entre los historiadores de las bandeiras paulistas.
San Pablo de Piratininga
la actual opulenta capital del estado homónimo fundada en 1553 por los
jesuitas fue andando el tiempo fecundo albergue de gente advenida y
maleante. Con ella conquistó en definitiva el Brasil la mayor parte de su
territorio en un movimiento sincrónico de expansión a carga cerrada sobre
todo el frente del territorio castellano. Precisamente, las reducciones de
maynas, mojos, chiquitos y guaraníes constituyeron como un poderoso
contrafuerte para la defensa del entero territorio. El plan de conquista
acaso abarcaba más por la parte española. Tratábase de salvar la
integridad del territorio. Las reducciones debían ser las bases tendidas
hacia él este sobre una dilatada zona de la soberanía de España que los
portugueses se reclamaban como propia. Este debió ser el plan de
Hernandarias y del provincial jesuita Diego de Torres, junto con el misional.
Los intereses de España estaban alli, en esta zona extensa de tierra y mar
que los representantes de la Corona, alucinados con las minas de Potosí,
menospreciaban. Y para colmo de males, la incomprensión que reinó entre
la provincia del Paraguay y la homónima de los jesuitas, vino a malograr
cualquier iniciativa.
Las malocas portuguesas
Las primeras correrías no fueron violentas, los bandeirantes o mamelucos
llegaban cargados de dadivas y volvían con un enjambre de indios incautos
para quiénes la villa de San Pablo era una causa alucinadora; las malocas
en gran escala entre pacíficas y violentas comenzaron con el nacer de las
reducciones y fueron aumentando año tras año hasta desenfrenarse del
todo. Las malocas siguieron robando y apresando las reducciones. Tan
precariamente se mantenían los supérstites, debido sobre todo a la
desigualdad de las armas con que luchaban, que decidieron los jesuitas
ponerlos en condiciones de una eficaz defensa.
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Las armas de fuego en las reducciones
La Compañía dudaba en el uso de las armas. En 1634 el padre Vitelleschi
era del punto de vista de que “por ningún caso los nuestros, defiendan a
los indios con las armas”. La carta del 30 de octubre de 1637 al provincial
padre Diego de Boroa fue aún más explícita, manifestando que el remedio
era utilizar las armas de fuego. Tan holgadas eran estas normas, que
consistieron a las reducciones armarse sin recelo y constituir una regular
línea defensiva del territorio español. Cuando se supo que una nueva
expedición paulista se proponía irrumpir en el Tape, los superiores jesuitas
(Diego De Boroa) entraron inmediatamente en acción para prevenir el
golpe y el mismo De Boroa encargó al Padre Francisco Diaz Taño la defensa
de las reducciones, confiando el adestramiento de los indios.
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Cap. IV – La nueva situación
Temeroso, el Gobierno de Madrid, prefirió desautorizar a sus hombres de
ultramar y concluir el tratado de 7 de mayo de 1681. La Colonia debía
volver a los portugueses con el compromiso de parte de los paulistas de
restituir los indios capturados y excusar en lo por venir nuevas malocas.
Por febrero de 1683 llegaba al puerto de Buenos Aires Duarte Tejeda
Chaves, gobernador de Río de Janeiro, para las ceremonias de la
devolución. La Colonia se convirtió así en tan escandaloso foco de
contrabando con gente de Buenos Aires que la corte de España decidió al
fin su reconquista.
Antecedentes
Después de la muerte de Carlos II, el rey fue Felipe II y Portugal aliado de
ambos países firmaba el 18 de junio siguiente, el tratado de Alfonza, cuyo
artículo 14 confirmaba “el dominio de la dicha Colonia y uso del campo a
la corona de Portugal como al presente lo tiene”. Pero vino el contrarresto;
los informes de fuente jesuita discordantes con la postura de la metrópoli
enfrente de Portugal fueron llegando a Madrid. Así en 1703 Portugal se
separaba de España para echarse en brazos de Inglaterra. Este hecho trajo
como consecuencia la anulación del tratado de Alfonza y con ella todas las
cedulas anteriores favorables a lo portugueses y se disponía que el
gobernador de Buenos Aires procediese al inmediato desalojo de la Colonia.
El sitio
Los indios de las reducciones debían converger en Santo Domingo Soriano
y marchar en escuadrones a la Colonia. El armamento era desigual.
Durante el sitio de la Colonia se mantuvieron los indios con toda constancia
y trabajaron en todo lo que se les ordenó.
Saqueo y destrucción de la plaza
El sitio se fue por días estrechando, merced en mucho a los indios que
conducían las vituallas con gran fatiga, hasta la cabeza del ataque. El 1 de
febrero los cañones abrían el fuego. Al cañonero de los sitiadores
respondieron una y otra vez las baterías de la estacada con muchos indios
muertos y heridos. Los indios según el gobernador Valdés, habían
trabajado y luchado con denuedo; por lo que eran dignos de recompensa.
La plaza de la Colonia debía desaparecer por orden superior y el 3 de abril
ya estaba completamente demolida y arrasada.
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Cap. V – La fundación de Montevideo
Apuntó dicha fundación a la defensa del territorio de España y fue
providencial contra las pretensiones portuguesas.
Antecedentes
Tomada Colonia en 1705 pareció resuelta la cuestión hispano-portugués.
Hubo muchas consultas. Contrario a que los portugueses recuperasen la
Colonia, firmaba Felipe V el 6 de febrero de 1715 el Tratado de Utrecht,
cuyo artículo 6º era un regreso al tratado de Alfonza de 1701.
Consiguientemente a este tratado y a la Real Cédula firmada en Aranjuez
el 15 de junio de 1715 que ordenaba pasar a los portugueses la posición,
se efectúa en noviembre de 1716 la desdorosa entrega; fue sin duda un
mal paso que se convirtió en la pesadilla del rey como un cargo de
conciencia que había de reparar.
Malas consecuencias
Pero no estaban los habitantes de la Colonia para llevar vida monástica ni
dispuestos los de Buenos Aires a desatender sus ofertas. Comenzó pues el
contrabando y como quiera que al contrabando. Se sumaban las
incursiones de los portugueses dispuso su Majestad estar sobre aviso y
acudir a los religiosos de la Compañía de Jesús para que tengan
disimuladamente pronto al servicio del rey los pueblos de las doctrinas que
en otras ocasiones se han experimentado sumamente útiles y pueden ser
necesarios en las ocurrencias que puedan sobrevenir. Aludía esta real
cédula de 1717 a la población y fortificación de Montevideo. Para bien de
España y de su rey Felipe V, era gobernador de Buenos Aires, don Bruno
Mauricio Zavala. Pedía Zavala 500 indios de armas para desalojar a Colonia
del Sacramento.
La nueva fundación
El capitán de navío, Don Pedro Gronardo, comunicaba al gobernador la
presencia de naves portuguesas al pie del Cerro de Montevideo. Hubo un
cruce de notas entre los jefes pero Zavala no se aturdió. Movilizó a los
hombres de guerra, solicitó la ayuda de las misiones y dispuso el cerco de
la Colonia. Trabajaba don Bruno en los reductos, junto al cerro con la ayuda
de los indios de las reducciones. El rey se valió de mil indios tapes que
llegaron a Montevideo. El 28 de agosto de 1726 el gobernador Zavala
suscribía en Buenos Aires el llamado auto dirección de la ciudad de San
Felipe de Montevideo y el 24 de diciembre se fundaba la ciudad.
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Cap. VI – Los comuneros del Paraguay
Fueron hombres de la Sierra sublevados contra las autoridades
metropolitanas por un principio de autodeterminación en la primera mitad
del siglo XVIII; los indios de las reducciones constituyeron la principal
fuerza de orden al servicio del gobierno, comenzó con la administración del
juez pesquisidor don José de Antequera y Castro y se mantuvo con alguna
interrupción hasta 1735.
Don José de Antequera y Castro
Constituido juez pesquisidor y gobernador del Paraguay por el virrey
arzobispo de Lima don Diego Morcillo rubio de Auñón, inauguró Antequera
el 23 de julio de 1721 un gobierno tiránico en Asunción, expulsando
también a los jesuitas de Asunción. El nuevo virrey marqués de
Castelfuerte ordenaba a don Bruno Mauricio de Zavala, gobernador de
Buenos Aires, pasar a Asunción con 100 o 200 españoles y 4000 indios
auxiliares para reducir a prisiones y enviar con buen resguardo a Lima la
persona del gobernador. Ya va la obra con cuenta y razón y tomó luego el
camino de Asunción. Zavala obró con razón tomando el camino de
Asunción. Dos meses bastaron a Zavala para encaminarlo todo y restituirse
a Buenos Aires. Los jesuitas volvieron a Asunción en 1728.
Rebrotes del Común
Hay en este momento rebrotes del Común. Se dio el primero en febrero de
1732 con nuevo extrañamiento de los jesuitas de Asunción y la presencia
de 7000 indios de las reducciones en son de guerra junto al Tebicuary a
resguardo de las doctrinas. Una segunda explosión del Común se dio en
1733 con asesinato del nuevo gobernador Manuel Agustín de Ruiloba y la
proclamación del anciano obispo de Buenos Aires fray Juan de Arregui. Los
sublevados pedían paz y quietud, sosiego de esa miserable provincia y sus
habitantes. No había que preocuparse por las doctrinas, Zavala seguía
atentamente los movimientos del Común.
La pacificación del Paraguay
Fue la gran obra del gobernador Zavala. A quien el virrey marqués de
Castelfuerte, de acuerdo con la Audiencia de Lima, ordenaba el 30 de
diciembre de 1733 sitiar aquella provincia embarazando en que nadie salga
de ella, ni entre hasta sujetar las fuerzas del Común. Zavala se puso en
acción, poniéndose en guerra junto al Tebicuary. Y tan bien se manejó el
gobernador de Buenos Aires que en 1735 pudo afirmar que ya tenía
rendido al enemigo.
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Entró efectivamente en Asunción sin necesidad de empeñar combate el 30
de mayo de 1735; disponía de hasta 500 hombres de guerra y no llevó
indios. Con tres autos reorganizó la provincia pacificada y nombró
gobernador del Paraguay al capitán de dragones don Martín y José de
Echauri. Fue la última grande actuación política del ex gobernador de
Buenos Aires don Bruno Mauricio de Zavala.
Situación de las reducciones
No era ciertamente buena. El Estado de los pueblos por aquel entonces era
calamitoso. Las poblaciones recibieron muchos daños, también morales.
Muy lamentable es “el sumo decaimiento de ánimo que todo esto ha
causado en los misioneros y mirándolas otros con suma tibieza y casi todos
como cosa ya perdida”.
La reducción del Iberá
Es un hecho curioso. Índice al fin de la profunda crisis que atravesaban por
aquellos años las doctrinas guaraníes. El P. Bernardo Nusdorffer recogió
los datos un escrito: “población nueva de los fugitivos en Iberá en 1736”.
Principio determinante de la población fue el ningún apego de ciertos indios
al matrimonio monogámico que se mantenía en las doctrinas. Y como
hallasen inexorables a los padres en castigar todo género de adulterio,
decidieron fundar una reducción aparte con libertad gentílica en los
casamientos. No es que hubiesen abandonado todas las prácticas cristianas
como volviendo a su atávica barbarie. Los indios del Iberá no se olvidaron
de la Virgen y de tal cual resto de cristianismo que trataron de mantener
con fijeza a despecho de su malvivir. No duró largo tiempo la extraña
reducción del Iberá.
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Se dio prácticamente con el tratado de Límites el primer paso en orden a
la expulsión de la Compañía de Jesús de España e Indias, expulsión
consumada al cabo en 1767.
Cap. I – El tratado de Límites
El Tratado de Límites sorprendió a la Compañía de Jesús en la plenitud de
su expansión misionera y tan rudo golpe recibieron los siete pueblos que
no lograron ya nunca más recuperarse del todo.
La realidad del Tratado
Por él España cedía a Portugal a cambio de la Colonia de Sacramento todo
el territorio comprendido entre el río Uruguay y el océano con obligación
de pasar a la otra banda los siete pueblos. En la elaboración del tratado
intervinieron por parte de España, el ministro de estado Don José de
Carvajal y Lancaster; por parte de Portugal, el embajador don Tomás de
Silva Trelles. Comisario de su ejecución fue el peruano don Gaspar de
Munive. Causante principal de este desbarajuste territorial fue el peruano
marqués de Valdelirios por la estimulación del tratado que prácticamente
cerraba el comercio de la Colonia y consiguientemente el de Buenos Aires
en beneficio de los negociantes limeños.
Defectos sustanciales del tratado
A. Las leyes de Indias. El primer reparo que se puso esta concepción con
renuncia de territorio fue la recopilación. Parecía que los pueblos siempre
estarían y permanecerían unidas a la Corona Real.
B. Falta de consultación. Esto fue otro de los grandes defectos del
tratado de 1750; se escribió la consulta y todo pasó como de contrabando.
C. Medida ilógica. El tratado tendía a proteger el comercio del Perú,
agravándolo.
D. Atentado contra los indios. Se imponía una odiosa desigualdad de trato
a los indios.
E. Responsabilidades. No es claro de todos modos en la documentación
de la época que el arreglo de 1750 fuese la primera gran maniobra anti
jesuita que culmina en 1767 con el extrañamiento de la Compañía de Jesús
o sólo un convenio de carácter estrictamente político resuelto después por
las circunstancias con choques fragorosos contra los jesuitas del Plata y
Paraguay.
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Cap. II – Repercusión del tratado
Explica este capítulo la agitación que despertó el referido ajuste en los
ambientes de acá, sobre todo. Y es índice del escaso buen sentido que
presidió su elaboración tanto en lo sustancial de sus cláusulas como en las
modalidades de su conducción.
Los comunicados
Los primeros comunicados no oficiales llegaron por septiembre de 1750.
Eran noticias volantonas que venían de los portugueses. La comunicación
auténtica se dio en la Candelaria el 2 de abril del 1751 expuesta
oficialmente por el provincial Manuel Querini en su segunda visita con la
carta del general de la compañía padre Francisco Retz. El motivo que todos
aducían era “la notable adicción y apego de aquel gentío más que ninguna
otra cosa a las tierras y pueblos en que nacieron ellos y sus antepasados”.
A fines de 1751 recibió el nuevo padre General Ignacio Visconti con
instrucciones para la entrega de los pueblos. Se recelaba que los jesuitas
del Paraguay excusasen dicha entrega si no era por la fuerza. Pero, el rey
se constituyó garante de la Compañía, empeñando su real palabra al
tiempo de la conclusión del contrato, ofreciendo que la Compañía sin la
menor resistencia obedecería a sus reales órdenes. Los jesuitas de las
misiones debían convencer a los indios en orden a la mudanza, aún
cargando con la odiosidad de sus resultas. Este precepto fue sumamente
penoso para los jesuitas del Plata.
Juicio del tratado y sus derivaciones
Es cierto que los jesuitas en general consideraron injusto el Tratado de
Límites y la orden de mudanza. El padre Juan de Escandón admitió que el
Padre Provincial y otros escribieron al padre Rábago que era injusticia la
que se hacía con los indios en mandarles dejar lo que era indudablemente
suyo. Claro es que aún aceptada la injusticia del Tratado no siendo acto
intrínsecamente malo la obediencia, la prestaban los indios para evitar el
mal mayor de que les quitas en ambas cosas por fuerza de armas con
perdida también de los muebles y de la vida de muchos. Igualmente, fuese
justo o injusto lo que se les mandaba, lo habían de hacer los indios.
Ejecución del tratado
Se los acusa de morosidad a los misioneros. Echó a andar esta acusación
también el padre Altamirano calificando de pasividad culpable lo que según
se verá después fue imposibilidad de concluir en tan corto plazo la mudanza
y aún atribuyendo a sus hermanos en religión los desastres de la guerra.
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La acusación aparece con insistencia en la carta del 20 de noviembre de
1752 al padre de Céspedes; carta que comprometió gravemente la
reputación de la Orden.
Los demás informes
En consecuencia, de esta actitud que dio tiempo a los indios para
reflexionar y rebelarse. Singularmente al publicarse el tratado, todas las
ciudades y gobernadores de esta provincia enviaron a Buenos Aires
exhortos de sus cabildos al comisario marqués de Valdelirios para que
suspendiese la Comisión, pero todo fue inútil.
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Cap. IV – Levantamientos de los indios
No todos los 7 pueblos se resistieron de inmediato, cada uno tuvo sus
matices y vicisitudes, antes de llegar a lo que se llama la guerra guaraní
con la doble expedición del Ejército hispano-portugués a las misiones.
Prisas y contraórdenes
Intervinieron con buena dosis estos factores en la rebelión de los Indios,
que mostraron buena voluntad desde los principios cuando el P. Bernardo
Nusdorffer, comisionado por el P. provincial, les fue entrevistando. Solo
comenzaron excusándose con el poco tiempo que se les concedía, ya con
los muchos trabajos y la necesidad de sembrar para el cotidiano sustento.
El gobernador de Rio de Janeiro, Gómez Freire de Andrade, dio prisa, no
dejando tiempo a los indios, como, en cambio, se les había dicho; así que
la solución fue brutal para el P. Nusdorferr, no tuvo otro remedio que dar
contraorden. Esa prisa llevó a que se fastidien los indios y diesen por el
camino de la rebelión. Y hay que cargar sobre Freire, Valdelirios,
Altamirano, los horres de la guerra, quienes, no reconociendo su culpa, la
echaron a la Compañía.
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Cap. V – La doble campara del ejercito hispano-portugués
Se llama inadecuadamente esta doble campaña del Ejército hispano-
portugués, guerra guaraní; ambos ejércitos avanzaron infructuosamente,
la primera vez por el rigor de los fríos y libres de obstáculos sensibles, en
cambio, la segunda hasta desbaratar sin esfuerzo la frágil y resistencia de
las tropas indias y ocupar los pueblos.
Primera expedición
En la conferencia de Martín García de 24 de marzo de 1754 establecieron
el plan de batalla Valdelirios y Andonaegui por la parte española y Gómez
Freire de Andrade por la portuguesa. El ejército lusitano partiendo de Río
Grande atacaría el pueblo de Santo Angel. Partió la tropa española el 2 de
mayo, pero con ella avanzó también el invierno y tuvieron que retirarse.
En la retirada se dio el único encuentro con los indios.
Segunda expedición
Intervino en ella con Andonaegui el gobernador de Montevideo, don
Joaquín José de Viana. Las tropas españolas iniciaron la marcha el 4 de
diciembre de 1755. Se dio el primer choque el 7 de febrero con unos 70
indios en Bacacay. Más sangriento fue el encontronazo del 10 de febrero
en el cerro de Caybate, ocupado por 2000 indios. El tercer encuentro de
esta campaña fue el del arroyo Chunieví, el 10 de Mayo, donde tampoco
hicieron papel airoso los indios. En todo esto consistió la guerra guaraní
conforme a las declaraciones de los contemporáneos y protagonistas. La
ocupación de los pueblos sublevados fue su complemento. El hecho con
sus toques de ensañamiento brutal es indiscutible.
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responsabilidad de la contienda. Ocho sobre catorce declararon contra
algunos misioneros.
En la corte de Madrid
También tenemos en la Corte de Madrid otros procesos. No era menos
inquietante la situación de los jesuitas entre las intrigas fuertemente
prevenidas contra lo que se dio en llamar el jesuitismo invasor. Constituyó
el hecho más de relieve la renuncia del jesuita confesor del Rey, Francisco
de Rábago. Tomó defensa de la Compañía. Los jesuitas debieron resignarse
haber perdido la batalla enfrente de enemigos que habían tomado todas
las precauciones para inmovilizarlos. Por ejemplo, un personaje claramente
hostil a la compañía es el ministro Wall el cual sostenía que la presencia
de los Jesuitas entre los indios era la causa de la guerra y de cada tipo de
resistencia.
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QUARTA PARTE – EL EXTRANAMIENTO DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS
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En los centros poblados
Otros prefirieron la ciudad, especialmente los que manejaban un oficio
manual. De hecho, muchas ciudades crecían demográficamente con los
indios prófugos de las misiones. Varios indios se dispersaron también por
las parroquias limítrofes y de la provincia.
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contraofensiva portuguesa llegó pronto, que sorprendió y dispersó a las
fuerzas del jefe que cruzaba el Uruguay en auxilio de Andresito.
El fin
La campaña terminó con un acto de ferocidad de parte de los vencedores
contra los infortunados indios; ferocidad sin atenuantes indigna de pueblos
civilizados. Se había consumado de esta suerte la secular inquina de los
portugueses contra los indios reducidos, en aras de la más desenfrenada y
feroz codicia. La historia de aquellos años presenta pocos ejemplares de
tan bárbaro exterminio cómo es de la invasión portuguesa en los pueblos
guaraníes.
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