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Vísperas Asiáticas, el genocidio de cien mil romanos en

Asia Menor por orden de Mitrídates


Jorge Alvarez 29 octubre, 2016

Mitrídates encabezando a su ejército contra las legiones romanas

Hace muy poco, la profesora Mary Beard, flamante Premio Princesa de Asturias de Ciencias
Sociales 2016, explicaba en una entrevista el carácter genocida de algunas acciones del Imperio
Romano. Y, en efecto, si bien los romanos llevaron a cabo varias barbaridades que se podrían ajustar
a ese calificativo, también ellos tuvieron que vivirlas alguna vez desde el otro lado, como víctimas.
Probablemente el caso más tremendo fuera el de las llamadas Vísperas Asiáticas.

También se las denomina Vísperas de Éfeso, porque fue en esa ciudad helénica de Asia Menor de
donde partió el decreto. Ocurrieron en tiempos del rey del Ponto, Mitrídates VI, del que ya hablamos
en una ocasión en referencia al mitridato, una panacea que tomaba para inmunizarse contra
envenamientos. Este monarca, considerado un déspota sin escrúpulos y, como tantos otros de su tipo,
algo paranoico, protagonizó no una sino hasta tres guerras contra Roma que hoy conocemos bajo el
epígrafe de Guerras Mitridáticas.
La que nos interesa aquí sobre todo es la primera, por la brutal manera en que comenzó: con un
llamamiento de Mitrídates a frenar el expansionismo de Roma por el Mediterráneo oriental y muy
especialmente por la región de Anatolia, donde ya había establecido su dominio y aplicaba fuertes
tributos a las polis griegas, sembrando el descontento. Tan grande llegó a ser éste que la exhortación
del rey fue escuchada y puesta en práctica en una matanza insólita. Mitrídates mandó a sus
gobernadores y, por ende, a toda la población del reino, asesinar a todo itálico que residiera en el
territorio.

En ese grupo se incluía a ciudadanos romanos sin importar sexo ni edad, siendo identificables por,
entre otras cosas, hablar latín. Como suele pasar en estos casos, la orden incluía la amenaza de graves
condenas para todo aquel que les escondiera o prestara ayuda, algo que incentivó estableciendo el
reparto de los bienes de las víctimas en dos mitades, una para el asesino y la otra para la corona.
Dicho y hecho, el año 88 a.C. ha pasado a la historia fundamentalmente por dos hechos y ambos
relacionados con Roma: la guerra civil entre Mario y Sila, y la masacre de romanos a sangre fría que
se desató en Anatolia.
Mitrídates

Hombres, mujeres y niños, criados, libertos y esclavos, ricos y pobres, todos fueron pasados a cuchillo
en un holocausto paroxístico en el que -siempre igual- muchos aprovecharon para zanjar disputas
personales, lavar afrentas o librarse de acreedores. Es difícil saber con exactitud la cifra de muertos
pero se calcula que fueron entre ochenta y cien mil, que además no recibieron sepultura sino que
quedaron expuestos a los carroñeros por instrucción expresa de Mitrídates. Una auténtica limpieza
étnica que, infamia aparte, resultó absurda y contraproducente porque, lógicamente, el Senado
Romano reaccionó autorizando a las legiones una invasión del Ponto.

Quizá era lo que pretendía Mitrídates en realidad: forzar el enfrentamiento aprovechando la presunta
debilidad del enemigo por la turbulenta coyuntura de Roma, recién salida de la llamada Guerra
Social, que la había enfrentado con otros pueblos itálicos; de hecho, su reino amplió fronteras e
incluso dio el salto a Europa. El caso es que el rey griego no valoró correctamente los acontecimientos
y Lucio Cornelio Sila se lo demostró aplastando a su ejército -mandado por el general Arquelao- en
dos batallas, Queronea y Orcómeno. Tal como cabía esperar, las tropas romanas vengaron
sobradamente a sus compatriotas asesinados mediante todo tipo de saqueos, violaciones y torturas;
algunas ciudades fueron derruidas y su población exterminada.
Mapa de Asia Menor en la época (Foto: Wikimeda)

Sólo la sempiterna rivalidad de los líderes romanos frenó la situación. Para hacer frente a Lucio
Valerio Flaco, legado de Lucio Cornelio Cina, hombre fuerte de Roma en ese momento y enemigo
político de Sila, éste llegó a un acuerdo con Mitrídates plasmado en la Paz de Dárdano (85 a.C), por
la que el monarca devolvería los territorios arrebatados a los romanos en Asia Menor, entregaría su
flota y pagaría una indemnización de tres mil talentos. El pretor Lucio Licinio Murena se encargaría
de poner en práctica esas cláusulas con dureza.

Sila
Así, quedando a medias, se puso fin a la Primera Guerra Mitridática, aunque la paz fue efímera:
Murena acusó a Mitrídates de incumplir el tratado e intentó derrocar al soberano en lo que fue la
Segunda Guerra Mitridática. Fracasó porque Sila se había llevado el grueso de las fuerzas dejando
sólo dos legiones, pero Mitrídates prefirió no agravar la cosa y se avino a un nuevo armisticio en el
81 a.C. Apenas duraría seis años al estallar un tercer conflicto cuando el reincidente soberano volvió
a intentar aprovechar una situación difícil para Roma: el levantamiento de Sertorio en Hispania, justo
después de finalizar la guerra civil entre Sila y Mario. Pero el cónsul Lucio Licinio Lúculo reunió
varias legiones y en la batalla de Triganocerta desbarató al ejército del Ponto. La campaña fue
rematada por Pompeyo; Mitrídates, que tuvo que huir consciente de que esta vez no habría perdón,
terminó suicidándose.

Fuentes: Historia de Roma (José Manuel Roldán Hervás) / La formación del Imperio Romano (Pierre
Grimal) / Vidas paralelas (Plutarco) / Wikipedia

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