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DE LA CULTURA DEL HÁNDICAP A LA CULTURA DE LA DIVERSIDAD

El reconocimiento de las diferencias humanas y la superación de las desigualdades constituye el eje fundamental
del progreso humano. El problema radica en cómo liberar a las personas excepcionales y a las culturas minoritarias
de la opresión social que se ejerce y que tradicionalmente se justifica en supuestas desigualdades de origen natural
(determinismo biológico: selección natural o racismo científico).

LA NORMALIDAD DE LO DIVERSO

En las sociedades actuales los individuos se encuentran clasificados en normal y a-normal según un criterio
cuantitativo de clasificación estadística que identifica lo normal como aquello que se observa con más frecuencia, y
lo anormal como todo aquello que se desvía de la norma; entendiendo por norma a lo típicamente frecuente en una
mayoría que se convierte en un referente social.
De acuerdo con lo dicho, la norma y lo que se desvía de ella, es definida de forma social, subjetiva y variable según
los diferentes contextos culturales e históricos. Estas consideraciones nos llevan a plantear que los conceptos de
norma y normalidad son conceptos relativos, socialmente construidos y arbitrarios.

En la mayoría de los grupos sociales las personas excepcionales han sido definidas como “deficientes o sub-
normales” y se las ha considerado como un ser sub-humano, individuo peligroso, objeto de piedad o de ridículo, niño
eterno o invalido irreversible necesitando de constante protección, etc., pero nunca una persona.
Así las actitudes sociales han variado de forma sensible en una época y en otra, en unos países y en otros. En un
primer momento las sociedades han querido destruir al anormal por eutanasia, genocidio, aborto, etc. Más adelante
se trató de proteger al individuo normal del a-normal, para ello, a este último se le reprime, confina y castiga. Se lo
discrimina
Casi paralelamente se da una actitud inversa a la anterior, en la base de la cual la sociedad es considerada el mayor
enemigo de la persona excepcional. Lo que se consigue con esta actitud es otra forma de segregación; no ya como
individuo peligroso, sino como minusválido o disminuido que hay que proteger. En ambos casos no hay
reconocimiento de la identidad de la persona como es.

La cultura de la diversidad podría considerarse como un intento de reducir o eliminar la ya citada dualidad normal a-
normal o la desviación de una respecto de la otra. Para conseguir este objetivo habría que intentar cambiar las
percepciones o valores de la sociedad y no a la persona excepcional. De lo que se trata, es de superar el concepto de
normalización [establecimiento de ´normas´ que no contemplan las peculiaridades y características de la diversidad
humana generando una clasificación jerárquica de los individuos según su adecuación a la norma] y comprender que
lo diverso es normal.

LA DIFERENCIA COMO VALOR

En la historia hubo y hay sociedades desiguales. Ahora bien, una cosa son las diferencias entre las personas, que son
consustanciales al ser humano tanto en el ámbito intraindividual como interindividual y otra, muy distinta, es
establecer desigualdades como ciudadanía en función de aquellas diferencias. La consideración de la diversidad
humana es incuestionable. La diferencia es lo normal. Comprender esto es ya un valor. Y esto es lo natural. Lo
antinatural es lo contrario: la homogenización.
La igualdad humana no es un fenómeno biológico, sino un precepto ético: La sociedad puede otorgarla o quitarla a
sus componentes según sus intereses y circunstancias.

El determinismo biológico - que se basa, principalmente, en los pensamientos de Hobbes y de los Darwinistas
sociales - ha sido un poderoso instrumento para explicar y garantizar la continuidad de las desigualdades de status,
riqueza y poder observadas en la sociedad capitalista; y además, ha sido causante de definir como naturales a estas
desigualdades provenientes, supuestamente, de la influencia que ejerce la herencia genética.

Pero si la influencia genética fuera total, no habría nada que hacer, sólo esperar que la vida – tal y como se nos ha
garantizado – “naturalmente” se desarrolle. Y sabemos que las cosas no suceden así. El proceso por el cual se llega a
ser hombre se produce en una interacción con un ambiente. Dicho ambiente es tanto natural como humano. O sea,
que el ser humano en proceso de desarrollo se interrelaciona no sólo con ambiente natural determinado, sino
también con un orden social y cultural específico mediatizado para él por los otros significantes a cuyo cargo se halla.
No solo la supervivencia de la criatura humana depende de ciertos ordenamientos sociales; también la dirección del
desarrollo de su organismo está socialmente determinada.
El hombre es un ser social y no puede ser comprendido de otra manera. El ser humano solitario es lo mas parecido a
un animal (el homo sapiens). El ser humano necesita relacionarse con los demás para apoyar su ser incompleto
originariamente. Gracias a estas relaciones llegamos a ser lo que somos y sobre todo llegamos a necesitarnos unos a
otros, a amarnos. El ser humano, entonces, es constitutivamente social. No existe lo humano fuera de lo social. Lo
genético no determina lo humano, solo funda lo humanizable: se es humano solo de las maneras de ser humano de
las sociedades a que pertenece.

En fin, si la vida humana no está genéticamente predeterminada, ni estamos genéticamente predeterminados a ser
un tipo u otro de ser humano, podemos afirmar que los seres humanos somos seres que aprendemos… aquel homo
sapiens (biológico) puede llegar a ser homo socius a través de la educación y la cultura y convertirse en homo
amans.

El Elogio por la Diferencia y la lucha contra las Desigualdades: del homo sapiens al homo amans

Estamos viviendo un periodo de crisis en aquello que hace más humano al ser humano – como es el amor-. El amor
en el sentido de respeto a la diferencia. De aceptación y reconocimiento de las personas excepcionales como
personas. Precisamente, el sentido de lo humano se construye desde el significado que le demos a la diferencia, si
como valor o como defecto. No existe cosa más natural que la diversidad. Este reconocimiento de la normalidad de
la diversidad es lo que configura la dignidad humana.

¿Y qué podemos hacer para que el mundo recupere su dignidad? ¿Cómo pasar de la especie humana a la
humanidad?

• Mirando al ser humano no solo como “homo sapiens sino como homo amans: no solo desde el punto de
vista biológico, sino también desde la manera de relacionarnos unos con otros.
• Superando los intereses que sostienen a las sociedades neoliberales y postmodernistas con una democracia
formal y oligárquica, con una economía excluyente, con una tecnología dominante y una cultura represiva
que inhiben las posibilidades de;
• Imaginar y crear un mundo mejor, con un nuevo sistema político pluralista y participativo, una economía
inclusiva, una democracia y una cultura libertaria, holística y universal.

Se esta anunciando el final de un mundo construido sobre una educación competitiva e insolidaria que subraya los
conocimientos y el intelecto por encima de los verdaderos valores humanos, tales como el amor, las emociones, la
tolerancia, el respeto, la autonomía, la libertad, la ética, la justicia, la solidaridad, la dignidad.

En este proyecto de sociedad y humanidad distinto para el SXXI, el profesorado como profesionales de la enseñanza,
y responsables políticos, tenemos que ir construyendo una escuela que enseñe a pensar y a descubrir la cultura (las
distintas culturas). Que haga hombre y mujeres pensantes y sensibles a la diversidad. Que haga hombres y mujeres
demócratas y libres viviendo y transformando la democracia en libertad. Una escuela para la emancipación.
Este proyecto educativo nuevo debe contemplar la igualdad de todos a todos en una escuela sin exclusiones. La
escuela publica solo se constituirá sobre la base de la compresión de que todas las personas somos diferentes,
aceptar este principio es iniciar la construcción de un nuevo discurso educativo al considerar la diferencia en el ser
humano como valor y derecho y no como defecto ni lacra social y, a partir de aquí elaborar un curriculum y una
cultura escolar que respete las peculiaridades e idiosincrasias de las culturas minoritarias y solo así se podrán evitar
las desigualdades. Esta escuela hace suya como principio prioritario la educación en la diversidad reivindicando una
sociedad mas solidaria, justa y libre. El respeto a la diversidad debe ser el epicentro de la educación democrática:
una escuela que reconoce la cultura y participación de todo el alumnado en todos los aspectos de la vida escolar
(ciudadanía); y por otro, debe contribuir al reconocimiento de la diversidad como elemento de valor y apertura a
cambios sociales, culturales, y políticos. Este derecho a la ciudadanía por el elogio a las diferencias y la lucha contra
todas las desigualdades es lo que define a una sociedad de todas y todos, pero con todas y todos, lo contrario seria
despotismo ilustrado.

UNA SOCIEDAD DE TODAS Y TODOS, PERO CON TODOS Y TODAS.

Estamos atravesando por una democracia formal que restringe tanto los derechos fundamentales como así también
los derechos de ciudadanía. Esta democracia formal, como consecuencia del fundamentalismo económico que unas
veces expulsa del aparato productivo a las personas por no ser fuerzas de producción (excluye) y otras, mantiene
pasivamente a la ciudadanía suficientemente dañada por la apatía política y el desengaño de tantas promesas
incumplidas, dibuja el mapa propicio para que la cultura hegemónica siga ejerciendo su poder sobre una sociedad
fragmentada que vive convencida de que ha perdido gran parte de sus derechos sociales y económicos.

La escuela cobra un papel muy importante en la educación de la ciudadanía, debe propiciar la idea de que no todo
esta perdido, perfilando un nuevo ciudadano culto y comprometido capas de superar la democracia formal y
atreverse a una democracia participativa. Educación, ética y política son los tres vértices necesarios para construir
una democracia participativa. El límite entre una y otra se halla entre si los derechos humanos son un mero
reconocimiento de dignidades para la persona o han de tener, además, consecuencias practicas para la acción. La
ausencia de la puesta en práctica de los derechos reconocidos hace que las personas excepcionales y los grupos
minoritarios no cuenten con las posibilidades de una igual educación, trabajo reconocido y remunerado, servicios de
salud y transporte etc. Su condición de ciudadano queda reducida a una sociedad de segundo orden, “sociedad
invisible”

El grado de reconocimiento del valor de estos derechos como ciudadanos y del esfuerzo por ponerlos en practica
depende solo y exclusivamente del grado que otorguemos a la profunda gravedad de la opresión que sufren las
personas excepcionales. Una sociedad éticamente madura implica un análisis de las cuestiones de poder, de justicia
social, de los derechos como ciudadanía de las personas excepcionales. Se deben hacer preguntas fundamentales
acerca de las condiciones y las relaciones estructurales y sociales de la sociedad actual. Y como estas relaciones
establecen y legitiman la creación de barreras (físicas y mentales) de una forma compleja y a menudo contradictoria.

Si es verdad que todos tenemos los mismos derechos y deberes, y en relación con las personas excepcionales, lo que
se pretende es vencer la discriminación institucional, hay que desafiar y cambiar las fuerzas económicas, materiales
e ideológicas implicada. Las personas excepcionales tienen derecho al crecimiento personal, social e intelectual;
deben disfrutar el derecho de no ser excluidas de la vida pública; y deben disfrutar del derecho de la participación
activa. Solo si cumplen correctamente estos derechos, las personas excepcionales disfrutaran del principio de
igualdad y este será mas que un slogan. Solo en la medida que se garanticen el cumplimiento de los derechos
ciudadanos se logrará una sociedad de todas y de todos, pero con todas y todos.

DE LA CULTURA DEL HÁNDICAP A LA CULTURA DE LA DIVERSIDAD: UNA ESCUELA DE TODAS Y TODOS, PERO CON
TODOS Y TODAS.

El proceso educativo de las personas excepcionales ha ido evolucionando de la Cultura del Hándicap a la Cultura de
la diversidad, con una serie de pasos intermedios: en una primera etapa educativa se puede hablar de EXCLUSION -
de hecho o de derecho- de la escuela de todos aquellos grupos no pertenecientes a la población especifica a la que
se dirigía la escuela en sus inicios. En un segundo momento, se produce la incorporación paulatina de esos grupos
que quedaban afuera, pero esto sucede en colegios específicos. Se reconoce el derecho a una educación o a recibir
educación, pero en situaciones separadas del modelo común. A este periodo lo podemos denominar como
SEGREGACIÓN en los colegios específicos. Mas tarde se da una serie de cambios tendientes a corregir las fuertes
desigualdades que se habían producido como consecuencia de los procesos de segregación y como respuesta a los
reclamos de distintos grupos en torno a la igualdad de oportunidades educativas. Este proceso supone el trasvase de
alumnado de los centros específicos a los ordinarios con escasos o nulos cambios en la escuela que acoge a ese
alumnado, produciéndose lo que se ha denominado como simple INTEGRACION física. Simplemente se ofrece el
derecho del alumnado a incorporarse a la escuela normal, pero no se garantiza ni el acceso, ni su atención bajo la
misma igualdad de oportunidades. Por ello surge todo un movimiento que se conoce con el nombre genérico de
INCLUSIÓN. ´

La Cultura de la inclusión supone


• un marco de referencia más completo sobre los derechos de las personas que el interpretado desde la
integración: en los procesos de integración se partía de la interpretación de los derechos específicos de las
personas excepcionales, separados de los derechos del resto de las personas. Con la inclusión se pasa al
marco universal de la Declaración de los Derechos Humanos como corresponde a todas las personas.
• La lucha contra la exclusión invita a la conquista de los derechos más allá de los tradicionales derechos que
les corresponde como personas hándicaps. El concepto de “necesidades educativas especiales” que
enarbola todo procedo de integración es más un concepto que un derecho, pero sin cambios profundos en
la cultura escolar. Aunque las diferencias humanas se consideren un elemento de valor, en la vida real y en
las propuestas educativas son manifestaciones constantes de desigualdad curricular, subrayando las
incapacidades y no las competencias cognitivas ni culturales. No hay cambios, solo reformas. La inclusión
rechaza ese enfoque por ser en si mismo segregador y plantea profundas transformaciones centradas en los
sistemas educativos y no en las personas excepcionales.
• La inclusión piensa a la diferencia en términos de igualdad y a su vez las diferencias en términos de
normalidad; lo normal es la diferencia.
• El papel de la escuela pública es mejorar la respuesta escolar a la diversidad: Los modelos de educación
deben ser acordes a la diversidad humana. Se solicita la inclusión total, como una apuesta por una escuela
que acoge a la diversidad en general sin exclusiones de ningún tipo, ni por hándicap, ni por religión, genero,
etnia, etc.
• Los valores de la educación inclusiva tienen que ver con tomar conciencia de la necesidad de inclusión y
participación social de todas las personas abriendo la escuela nuevas voces, y a la escucha activa y
respetuosa de los tradicionalmente excluidos.
• El pasaje de la Cultura del Hándicap a la Cultura de la Diversidad no puede considerarse un mero cambio
estructural, sino que exige un cambio de paradigma. Capas de construir una sociedad más justa solidaria y
humana.

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