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El autor parte de la complejidad que ha alcanzado la sociedad actual, en comparación con la decimonónica.

Esta última, desde


nuestra perspectiva actual, parece haberse movido de forma muy lenta, pero también desde el punto en que miramos hoy, la
tecnología evoluciona de una forma mucho más rápida y se cuestiona si tendremos la misma facilidad y capacidad de
adaptación a ella. En apariencia contamos hoy con una visión mucho más integral del mundo, pero ésta misma visión nos
limita para analizar las particularidades. En conjunto con la ciencia, y sus aplicaciones en la cotidianeidad, la información y su
adecuado manejo es lo parece marcará la pauta en los años por venir.
A diferencia de lo ocurrido en el siglo XIX y la mayor parte del XX, dentro de la propia sociedad se han conformado
comunidades. Estas comunidades suelen agruparse virtualmente en torno a intereses comunes. El intercambio de opiniones
e información dentro de estas comunidades es acelerado gracias a los medios electrónicos. A pesar de ello, Jesús Galindo
Cáceres sostiene que son los medios lo único que han cambiado, al constituirse en nuevas formas de socialización. La esencia
de las comunidades son rastreables desde la Antigüedad. Los intereses en torno a las religiones o la política agrupaban en el
pasado a las principales comunidades.
Las comunidades con intereses políticos comenzaron a crear sus propias comunidades a partir de la prensa escrita.
Esta se constituyó –tal vez– en el principal sistema informativo. Su ductilidad le permitió abarcar un amplio espectro de
intereses y tuvo que ser tolerada –la mayor parte de las veces– por quien ejercía el poder, ya que él mismo era un usuario y
miembro de alguna comunidad concreta, con interés en atraer más miembros a su propia comunidad. Con todo, el control de
la prensa escrita está en manos de sólo unos pocos. Estos pocos son quienes marcan la pauta, las ideas con las cuales se
ha de conducir la comunidad a ellas suscritas.
Esa es la principal diferencia en cuanto a los medios modernos. El Internet está prácticamente masificado en los países
desarrollados y ampliamente extendido en las sociedades de desarrollo medio, lo cual ofrece un mundo de posibilidades.
Existen diversas formas de publicar opiniones y de intercambiar información de forma gratuita que prácticamente cualquier
persona con una computadora conectada a la red puede ser un escritor leído por miles de personas sin haber publicado
físicamente un texto.
La penetración que tienen las redes sociales alcanza incluso a las personas que no manejan estas herramientas. En
la actualidad es muy común que en los noticieros se de seguimiento a lo que publican –ya sea en Facebook o Tweeter
principalmente– las figuras públicas, ya sean de la farándula, la política o reconocidos líderes de opinión. Su efectividad y
alcance no puede menospreciarse baste recordar que de acuerdo a los especialistas, Barack Obama debe en mucho su
presidencia a la campaña que realizó a través del Internet.
Evidentemente también tiene su lado negativo, no mencionaremos sus usos más crudos, simplemente recordemos al
jovencito Edgar y su “ya wey por favor idiota”, el “fuaaaaa” que rebasó los limites de México, o las distintas versiones de las
“ladys” o el llamado “gentleman de las Lomas”, Miguel Sacal. Éste último es un ejemplo positivo de los medios electrónicos.
Sacal difícilmente habría sido juzgado ni mucho menos reparado el daño que ocasionó si no hubiese sido expuesto de esa
forma. Un teléfono con cámara hace a cualquier persona reportero y con posibilidades de ser ampliamente difundido.
Creo que ésta es en última instancia el tema sobre el que pretende llamar la atención Jesús Galindo Cáceres, las
posibilidades que brindan los medios electrónicos demandan un mayor cuidado en su uso y tal vez algunos no seamos capaces
de desarrollar la propia conciencia con la celeridad que avanza la tecnología.
Jesús Galindo Cáceres, “La cibercultura en evolución a través de la vida social de las tecnologías de información y
comunicación”. En: Hacia la comunicación política. Revista Razón y Palabra, No. 29, abril 2012.

En este artículo Ángel Liceras analiza la importancia que cobran los medios masivos de comunicación, en particular la
televisión como medio de educación informal. Y es que la programación que suele verse en este medio puede resultar contraria
a lo que se imparte en la escuela o educación formal, sin embargo su impacto en los niños puede ser mucho mayor, al grado
que con poco tiempo de exposición a ella, se puede dar al traste con los esfuerzos educativos de los docentes y padres. Tal
vez suene exagerado, pero la televisión suele mostrar modelos demasiado idealizados o situaciones que por su crudeza
pueden confundir a los niños.
Ante esto, se plantean dos posturas, la contraria a los medios masivos de comunicación y la que considera que no
pueden dejarse de lado en la educación institucionalizada. Es un hecho que la televisión se encuentra en nuestra sociedad,
por lo que no podemos desconocer su influencia. Por ello es que no podemos cerrarnos a ella y en la medida de lo posible
aprovecharla en beneficio de la educación. Tal vez lo primero que haya que hacer es enfatizar en los niños que la mayor parte
de lo que en ella se expone es una ficción realizada con fines comerciales, si bien puede estar basada en situaciones reales,
la necesidad de ajustarla a los tiempos de transmisión o mensaje que se pretende difundir hace que se tomen ciertas libertades
que no necesariamente representan la realidad en que se vive.
Un aspecto que señala el autor y que retomamos como fundamental es la prolongada exposición de los niños a la
televisión, en su mayor parte sin la supervisión de sus padres. La dinámica actual no siempre posibilita el que al menos uno
de ellos vea la televisión con sus hijos, por lo que son ellos los únicos que deciden lo que ven y durante cuanto tiempo. La
programación en televisión abierta suele estar subordinada a la línea que maneja la compañía televisora. Aun cuando, al
menos en el caso mexicano se ha impulsado una revisión de los contenidos, esto no siempre ha brindado resultados positivos,
ya que suele verse como un atropello a la libertad de expresión. Los llamados códigos éticos suelen subordinarse a los
intereses comerciales de las televisoras, las cuales se escudan en el derecho constitucional de expresarse libremente.
Si además de ello consideramos los propios horarios infantiles, marcados por la escuela, caemos en la cuenta de que
la programación a la que tienen acceso está más dirigida a un público de adolecente a adulto que a los niños. Y es
precisamente en esos horarios en lo que tienen mayor contacto con ese medio. 990 hora anuales frente a las 960 que se
dedican a la escuela, eso para el caso español, aunque es poco probable que el caso mexicano sea muy distinto.
La diversidad de escenarios que presenta la televisión enriquece la vivencia de las personas, ya que posibilita
realidades que difícilmente viviríamos. Algo similar pasa con la lectura, un buen elaborado diario de viaje nos otorga elementos
culturales de países a los cuales no necesariamente hemos viajado. El problema radica precisamente en la discriminación en
cuanto a lo que vemos o leemos. Por paradójico que resulte necesitamos una cierta educación para poder acercarnos de
forma que resulte en un beneficio y no en un perjuicio.
La televisión por cable o de pago no resulta mucho mejor, pensemos en la cantidad de programas que se dedican a
analizar el fenómeno OVNI, y esto en canales que tradicionalmente se consideran serios, como History o Discovery Chanel.
Es pues necesario plantearnos seriamente la supervisión de los contenidos y como ya se han señalado los intereses en juego,
parece no ser posible en lo macro. Debemos pues actuar en lo micro, el espacio del aula y en lo familiar. Sugiriendo programas
que realmente enriquezcan la cultura de los niños, y como padres interesándonos en los programas que ven nuestros hijos,
señalándoles las diferencias que se expresan en cuanto a la realidad, y si bien, aceptar que algunas o muchas cosas que en
los programas se exponen son ciertas no implica que sean modelos para imitar o situaciones deseables en nuestra vida.
LICERAS, A.: “Los medios de comunicación de masas, educación informal y aprendizajes sociales”. IBER. Didáctica de las
Ciencias Sociales, Geografía e Historia, n. 46, 2005, pp. 109124.

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