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Universidad Autónoma de Bucaramanga

Grupo de investigación: Violencia, lenguaje y estudios socioculturales


Semillero de investigación Sujeto y Psicoanálisis
Relatoría: Las figuras sintomáticas contemporáneas en Política del psicoanálisis y
psicoanálisis de la política de François Leguil
Elaborada por Iris Aleida Pinzón Arteaga.

“Por consiguiente, lo que quiere decir Lacan, diciendo: <<un psicoanalista no se autoriza
sino él mismo>>, es que es en los hechos, en la realidad cotidiana de la clínica de la
transferencia, en donde el analista se da su autoridad, es su deseo (…) Lo que da la
autoridad que permite desencadenar y mantener la transferencia, es un deseo”

En Las figuras sintomáticas contemporáneas, François Leguil se pregunta por los efectos
de la decadencia del padre en la actualidad. En primer lugar, refiere nuevamente a la
relación entre este fenómeno y el aumento de la segregación; cuestión que analizará a
partir de la decadencia de las religiones, cuya función ha sido la de religare, la de sujetar,
es decir, predicar en contra de la segregación. En esta misma vía, el autor resaltará la
importancia que otorga la religión, de manera general, a la pobreza; pues, más que deberse
a la preocupación por la protección de los feligreses, dicho apego se funda en una
consideración del pobre como mediador de la divinidad en la tierra, al tratarse de aquel que
no tiene. Atendiendo a lo anterior, Leguil retoma un caso trabajado por Lacan, en el
seminario sobre la transferencia, para señalar que es propio de la contemporaneidad el
desconocimiento de la función simbólica del pobre, de quien está en falta, lo que conduce
necesariamente a un desconocimiento del amor. Se trata de una mujer que es atropellada
por un multimillonario, quien le ofrece regalos para hacerse perdonar, ante los que ella
responde con frialdad; así, la dificultad de acceso al “objeto milagrosamente encontrado”
tiene como resultado un incremento de su valor, juego que conducirá a un breve matrimonio,
ya que la mujer dejará al hombre por uno que no tiene un centavo. Al respecto, Lacan
plantea que el asombro producido por la historia se debe a una negación de las virtudes de
la pobreza, que es, a su vez, una revuelta contra el amor, en tanto este corresponde a dar
lo que no se tiene. Consecuentemente, puntualiza Leguil, la decadencia del padre hace
más difícil el amor entre hombres y mujeres, especialmente cuando el imperativo de
consumo, unificador de goce, promueve la construcción de identidades fundadas en la
lógica de la competencia: “la lucha de las mujeres contra los hombres, y de los hombres
contra las mujeres”, teniendo como efecto la proliferación del odio, caracterizado por el
anonimato y la implosión.
Ante este panorama, plantea el autor, una salida posible es abogar por el retorno al padre;
sin embargo, se trata de una solución peligrosa, pues el padre regresaría bajo la forma de
un dios oscuro, de aquel que “reclama su parte de carne viva”, como ocurre en algunos
países bajo el yugo del Islam. Ahora bien, Leguil señala que, en lo que respecta al
psicoanalista, este no puede predicar el regreso del padre porque “sabe que es una causa
perdida”; en lugar de alimentar la nostalgia, su apuesta ha de orientarse en la vía de “hacer”
al padre, ya que esto permitirá oponerse a que los sujetos se abandonen al mandamiento
de goce de la sociedad contemporánea. En razón de lo anterior, se pone en evidencia de
qué manera el psicoanálisis politiza profundamente al sujeto, pues ante el imperativo que
ordena gozar opone la perseverancia del deseo.
Seguidamente, el autor se centra en el problema de la autoridad en tiempos de la caída del
padre, para tal fin retoma una expresión utilizada por Miller, la de autoridad auténtica, para
señalar que se trata de una fórmula filosófica cuya definición alude a un ejercicio de la
autoridad sobre las libertades. En este orden de ideas, Leguil introduce la pregunta por lo
contrario a la autoridad, señalando que no se trata de la licencia, pues, como advirtió Freud,
tanto la represión como la permisividad sexual llevan a la neurosis; entonces, aquello que
se opone a la autoridad es realmente la coacción, planteamiento que ilustra señalando que,
a diferencia del hombre político, el policía le es innecesario ser autoritario, ya que en ese
lugar pone el arma. ¿Qué ocurre en la clínica?, el autor destacará que mientras los niños
se quejan de la opresión a la que son sometidos por parte de sus padres, los analizantes
reclaman el haber sido abandonados a los mandamientos de goce del superyó; en esta vía,
Leguil puntualiza que en el dispositivo clínico la coacción emerge bajo la amenaza de
castración, la cual es posible hacer desaparecer si se lleva al sujeto a asumir el no-todo
que esta implica, a servirse de este, dado que constituye su nombre. Lo anterior requiere
de un trabajo, la producción de un saber que dé lugar a un consentimiento con lo real de la
castración, lo que hace desaparecer la amenaza de la misma; entonces, aclara el autor, un
sujeto que permite a otro hacer este recorrido goza de una gran autoridad, ya que ha hecho
volver al otro cuando este quería irse sin ninguna coacción.
Ahora bien, se pregunta Leguil, ¿cuál es la autoridad que le permite al analista ejercer el
psicoanálisis?, interrogante que lo llevará a referenciar una ecuación que propone Lacan
en la dirección de la cura: poder menos sugestión, igual transferencia, “la transferencia es
lo que queda del poder de la palabra cuando lo tiene, salvo toda ambición de sugestión”,
en ello reside aquello que le da valor a la autoridad en la clínica. Ahora bien, a diferencia
del discurso del amo, dicha autoridad no viene del diploma o la insignia que ha sido otorgada
por otro, dado que, en razón de su propia experiencia de análisis, “el analista no se autoriza
sino él mismo”, el sujeto mismo es quien se da esa autoridad. Es precisamente esto lo que
formaliza Lacan con el pase, un control de capacidades, una prueba en la que “la autoridad
se hace reconocer” en tanto auténtica, es decir, sin la más mínima coacción, en la realidad
cotidiana de la clínica de la transferencia, y aquello que está a la base de la misma es un
deseo; deseo que es, en últimas, un deseo de analizar, no de curar cediendo a la demanda
de eliminación del síntoma, sino de promover en otro, que se pliega a la experiencia, la
posibilidad y el deseo de analizarse, de producir su propia versión sobre aquello que le hace
sufrir.
En razón de lo anterior, destaca el autor, se vuelve crucial el estatuto científico del
psicoanálisis que es, a su vez, un estatuto político; más que justificar la autoridad analítica,
el asunto es cómo se le hace reconocer frente a la colectividad científica, frente a los no
analistas. Así, es posible desplazar la autoridad del campo de la coacción y el poder al de
la responsabilidad del analista, apuesta que, puntualiza Leguil, cuenta con un fundamento
estructural. ¿Cuál es ese fundamento? el autor referencia una cita de Lacan en su seminario
Los no incautos yerran, “el ser sexual no se autoriza sino él mismo, en el sentido de que él
elige”, la anatomía nunca coacciona dicha elección, es el sujeto del inconsciente que elige,
se autoriza a sí mismo, agrega Lacan, de otros, otros que son su familia. Por otro lado, se
aclara en el texto, si alguien se autoriza es porque no puede hacerlo, porque, a diferencia
de la experiencia del poder, en la que se confunden los deberes y derechos que se poseen
con el ser, aquello que pone en evidencia la autoridad es la separación del sujeto de las
pretensiones del ser: porque siempre faltará ser analista es que se puede elegir y hacerse
cargo de dicha elección.
A manera de conclusión, Leguil deja algunos interrogantes planteados para su próxima
intervención, entre ellos, una diferenciación que ha venido perfilando entre las nociones de
coacción, poder y autoridad; esta última, concluye, no es otra cosa que la cuestión del
sujeto, la de su responsabilidad. No obstante, advierte el autor, habrá que situar de qué
responsabilidad se trata, pues esta ha devenido en un concepto soft, en un lugar común; la
apuesta del psicoanálisis es la de colocar la cuestión de la responsabilidad en términos de
la autoridad: “qué acción es posible cuando se renuncia a las estratagemas del poder y a
la abyección de la coacción”. En consecuencia, al transmitir el sentido de una autoridad que
no opera bajo la coincidencia entre el ser y la función (poder) y que tampoco es del orden
de lo coercitivo, el psicoanálisis politiza al sujeto, le lleva a tomar posición ante el mandato
de goce obsceno.
Finalmente, a partir de las preguntas planteados por los asistentes, el autor ofrece algunas
puntualizaciones respecto de la función del padre, destacando que no se trata únicamente
del que dice no, sino del hombre que sabe decir sí, que aconseja acerca de la vida, que
ordena, dice qué hacer. Es precisamente esto lo que ha decaído en la actualidad, pues en
otras épocas el padre tenía los medios para hacer creer que sabía y, en este orden,
resultaba posible orientarse siguiendo los consejos paternos o revelándose contra ellos. A
manera de ejemplo, la religión, aunque represora, organizaba la vida social y, de esta
manera, era también poderosamente permisiva; si en su nombre se prohibían cierto tipo de
relaciones sexuales, se hacía de la unión sexual un sacramento, se sacralizaba el amor, lo
que no deja de producir cierta nostalgia, en un tiempo en el que este deviene en objeto de
consumo.

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