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FILOSOFÍA Y LITERATURA"
Autor: Wenceslao García Puchades
El siguiente texto pretende reflexionar acerca de la posibilidad de una política hoy en
día a partir del dispositivo que despliega la poesía moderna. Se trata de establecer
relaciones entre poesía y política manteniendo la autonomía de ambas esferas. Para
ello nos ayudaremos principalmente del pensamiento de Alain Badiou y de su
aproximación a la poesía de Mallarmé o Pessoa.
Partimos de la idea de que la esencia de la política es la igualdad o el fin del dominio
del hombre por el hombre. De manera que si un orden establecido reposa sobre una
organización colectiva totalmente incompatible con la igualdad, la política debería
tratar localmente y globalmente esta cuestión. Toda la tradición política de la que
somos herederos ha tratado estas incompatibilidades. El punto fundamental es que hay
enemigos. La noción de "enemigo" se ha encontrado siempre en el horizonte de la
política. La dificultad principal a la que nos enfrentamos hoy en día es que la cuestión
del "enemigo" está absolutamente confusa. Esta es la situación hoy en día: en nuestras
sociedades existen divergencias, adversarios, discusiones, pero no existen enemigos
propiamente hablando.
Pero, paradójicamente, existe un discurso ideológico que legitima este situación a
política de nuestras sociedades: existen enemigos exteriores (AlQaïda, el terrorismo
islámico, el cambio climático...). Este "enemigo" exterior es un enemigo ficticio. Se
trata de un discurso que oculta la identificación de enemigos reales en el seno de
nuestras sociedades. La política, tal y como afirma Rancière, es sustituida por la
"policía". Este es el consenso en el que nos encontramos. Vivimos en el mejor de los
mundos posibles para hacer frente al "enemigo" exterior. Con otras palabras: la
combinación de capitalismo como forma económica y la democracia parlamentaria
que caracteriza nuestras sociedades "civilizadas" es el mejor de los mundos posibles
frente a la "barbarie" del afuera. La crisis de los últimos años ha puesto
particularmente en evidencia esto: todo el mundo ha estado de acuerdo en que para
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salvar lo muebles era necesario salvar los bancos, quienes, paradójicamente han sido
los responsables del seísmo financiero. Llamemos a este primer consenso: el consenso
materialista. El discurso de un Mal ficticio, siempre ubicado en el afuera, es un
transcendental que legitima la unidad de los cuerpos en torno a la idea de un Bien, en
este caso, el dominio del mercado liberal y la democracia parlamentaria. Con otras
palabras, el consenso materialista afirma que para un habitante del "mundo civilizado"
lo único que hay son cuerpos que existen. El afuera es el Terror, el Otro, el sinsentido
irracional de la barbarie. Fuera no hay nada, y no hay nada porque aquello que no
tiene sentido no puede pensarse y si no puede pensarse no es. Para dar cuenta de esta
correlación entre el noser y lo impensado es necesario un segundo consenso: el
consenso lingüístico. Este consenso afirma la prioridad que se le da a la lógica
lingüística ante la ontología. La lengua no sólo constituye lo pensable de las cosas,
sino su ser mismo. Las cosas son porque son pensables, y son pensables porque
poseen sentido gramatical y lingüístico. Aquello que cae más allá de la lógica de lo
decible, tal y como afirmaba Wittgenstein, no puede ser pensado y por tanto es
imposible. De esta manera el consenso materialista se correlaciona con un consenso
lingüístico afirmando que "no hay más que cuerpos y lenguajes" (Badiou, Lógica de
los Mundos, 17). Con otras palabras, podemos afirmar que el mundo contemporáneo
gira en torno a un pensamiento único: no sólo vivimos en el mejor de los mundos
posibles, sino que además es el único posible. Este consenso imposibilita la tarea
política, a saber, restablecer la igualdad de un orden establecido, en la medida en que
orientados al afuera, sus habitantes, desde dentro, contemplan su situación con
consistencia siendo incapaces de pensar las excepciones inherentes.
Es en este punto en el que ubicamos al dispositivo desplegado por la poesía de la
modernidad. La poesía heredera de Mallarmé, Celán o Pessoa contribuye a debilitar el
consenso contemporáneo, al afirmar que además de cuerpos y lenguajes, existen
verdades. Cuerpos (poemas) que inexisten en un orden establecido (el orden de la
comunicación, del espectáculo y las masas) afirmando la falta y el exceso del lenguaje
convencional a la hora de relacionarse con lo pensable. Lo que nos muestran las
verdades poéticas es que existen cuerpos que son impensados por el lenguaje
convencional. Estos cuerpos constituyen, en sí mismos, la aparición de un nuevo
orden lógico que excede el orden del lenguaje convencional. Este es el poder que el
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poeta atribuye al poema moderno: nombrar lo inexistente a través de un leguaje
propio para que, el lector, partiendo de la aparición del cuerponuevo se incorpore a la
verdad que ellos inauguran. El lector de poesía moderna, en su lectura concienciada,
se incorpora a un proceso de pensamiento verdadero que trata dar existencia a aquello
que en principio no la tenía. Podríamos afirmar, por tanto, que el escritor y el lector de
poesía moderna son el paradigma de aquellos individuos que, al incorporarse a estos
cuerposexcepcionales, se convierten en sujetos de la verdad procesan, a saber, dotar
de existencia a lo inexistente para el orden lógico establecido.
En primer lugar, destruye el consenso contemporáneo al afirmar que existen verdades
como cuerposexcepcionales. Lo que la poesía moderna nos muestra es que es posible
pensar la excepción desde dentro de un orden establecido. El reto que le plantea la
poesía al sujeto político hoy en día es la identificación de verdades políticas. Esto nos
lleva a otra cuestión: ¿Qué es una verdad política? Una verdad política, lo decíamos al
comenzar, es el proceso que trata de reinstaurar la igualdad en una situación
entendiendo por igualdad el mismo grado de existencia en una situación. De esta
manera, una verdad política tratará de dar existencia a aquello que, estando presente
en una situación, es inexistente. Lo que nos lleva a establecer la segunda relación
entre poesía y política: la poesía moderna, se muestra como paradigma desde donde
pensar la posibilidad de un sujeto político. El sujeto político, en tanto agente de una
verdad política, adquiere su modelo análogo o figura subjetiva en el escritor o lector
de poesía moderna, en la medida en que participa y contribuye, con su fidelidad, al
despliegue de procesos verdaderos que traten de dar existencia a lo inexistente.
Incorporarse a la verdad que despliegan estos cuerposinexistentes significa cambiar
la lógica de dicho orden para que lo que carecía de existencia acabe teniéndola.