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La poesía y psicoanálisis

Hilda Fernández

“La poesía no me pide exactamente una especialización

porque su arte es el arte del ser.

No me pide una ciencia ni una estética ni una teoría.

Más bien me pide una entereza de mi ser,

una conciencia más honda que mi inteligencia,

una fidelidad más pura que aquella que puedo controlar.

Me pide que viva atenta como una antena,

me pide que viva siempre,

que nunca me olvide”.

Sophia de Mello Breyner Andersen

Arte poética II

“Desnuda y aguda la dulzura de la vida”

La palabra. Poetas y psicoanalistas confían en la palabra. La escucha analítica y la


escritura poética comparten territorio. Desechan las voces altas y se ocupan de los
ecos, las rupturas, las repeticiones, el juego, los sueños. Elementos menores en su
apariencia pero para estos oficios se vuelven piedra fundamental. No persiguen una
direccionalidad lineal sino que pueden recorrer caminos sinuosos que atraviesan el
tiempo y el espacio, atentos a un pulso propio.
Poesía y psicoanálisis no acompañan la temporalidad vertiginosa impuesta por las
leyes del mercado y la comunicación. No circulan por la autopista sino por caminos
laterales, callejones, senderos. El desafío para ambos es mantenerse vivos.
Así como el poeta reinventa el lenguaje en cada poema, el psicoanalista debe poner
a prueba su cuerpo teórico frente a cada paciente. Por este motivo se resiste a la
clasificación diagnóstica propuesta por los manuales de psiquiatría.

Escribir poemas de amor y amar


no son cosas distintas.
Es como preparar un puente
para cruzarlo, en cuerpo y alma
a cualquier hora del día o de la noche,
sin que las maderas se rompan
o se pudran con la humedad
ni con el paso del tiempo, que es impiadoso
en ese sentido

Osvaldo Bossi
Ni la noche ni el frío
Ed. Textos intrusos 2012

Es también Osvaldo el que se preguntaba - en ocasión de la presentación de los


primeros libros que editamos en mágicas naranjas-: ¿para quién escriben los
poetas? Para los niños, se responde, ¿qué duda cabe? Los niños de la poesía no
están determinados por leyes tan accesorias como la edad o el paso del tiempo. Por
eso viven, o tratan de vivir, en esa edad de oro poblada de niños que es la infancia.

A través de André Green, llego al postulado de E. Cassirer, quien propone: No hay


“lenguaje infantil” en general, sino que cada niño habla su propia lengua y
permanece fijado obstinadamente a ella durante largo tiempo. Pero, dentro de este
aparente individualismo, el sentido del Todo se conserva vital y activo. La actividad
egocéntrica del habla como pura expresión de sí cede cada vez más el espacio al
anhelo de hacerse comprender y, con ello, al anhelo de universalidad.

Tal vez como secuela del lenguaje infantil, tanto analistas como poetas, ponen más
atención en el mensaje que en el código.

Sólo un chico escucha mi voz.


Y de mí habla el mundo: árido bien.

Sandro Penna
Una extraña alegría de vivir

El psicoanálisis se ha ocupado de los niños, al comienzo, infiriendo al niño desde el


discurso o la mirada del adulto. Y así surgieron textos como: Un recuerdo infantil
de Leonardo Da Vinci o el famoso caso Juanito, al cual se accede a través del
análisis de su padre.
La infancia aparece como el cofre del tesoro pero justamente es ese encofrado el
que dificulta la posibilidad de poner en cuestión ciertas ideas que el mismo
psicoanálisis fue construyendo acerca del universo infantil. Todavía en estos días
hay quienes sostienen que los síntomas de los niños no son más que el retorno de lo
reprimido por sus padres. Como si ni siquiera eso se les permitiera poseer. Pero por
suerte hubo y hay quienes se acercaron a los niños corriendo ese telón
autoimpuesto. Donald Winnicott, por ejemplo, construye teoría a partir del
encuentro con los niños. Teoría que por su tono coloquial o aparentemente simple
fue ocupando un segundo plano en la literatura psicoanalítica. Sin embargo,
muchas de las ideas propuestas por el pediatra inglés, permiten mantener vivo al
psicoanálisis, confrontándolo con la dimensión de la infancia.

Este lugar marginal encuentra relación con lo que propone Diana Bellessi en
La pequeña voz del mundo:
Esa pequeña voz del sueño o de la vigilia más atenta que la idiota de la
familia escucha, los ojos fijos en la gloria de las formas. Intenta traducirla
con las mismas herramientas inocentes del vulgo, pero la engola a veces, la
encierra y no deja a la grácil melodía fluir por donde quiera.

La voz del poema, la voz que el poeta cree su voz. Su condición de


vanguardia consiste en ser retaguardia, vigía del fondo, traga fuegos que
se funde con la última silueta anónima de la feria.

Las tareas de esa voz: permanecer atenta a lo inútil, a lo que se desecha,


porque allí, detalle ínfimo, se alza para ella lo que ella siente epifanía. Las
tareas de esta voz: deshacer las cristalizaciones discursivas de lo útil y tejer
una red de cedazo fino capaz de capturar las astillas de aquello que se
revela. Atención y artesanía. Las tareas de esta voz: desatarse de lo
aprendido que debe previamente aprenderse, y disminuir así los ecos de las
voces altas para dejar oír la pequeña voz del mundo.

En el trabajo de selección de poemas para nuestra colección “pequeños o grandes


lectores de poesía” de mágicas naranjas, pusimos a prueba cada uno de los
textos. El cedazo era muy estricto: poemas que pudieran ser leídos por un niño o
por un mediador de lectura (en el caso de los niños más pequeños) pero donde no
se necesitara nada más, ninguna adaptación, ningún diminutivo, ninguna
aligeración en la dosis poética. Las ilustraciones, sólo un puente.
Arnaldo Calveyra comprende el desafío y, en las palabras preliminares de su libro
formula un deseo:

Puedan los lectores de esta página de Cartas para que la alegría, después
de haberla leído, tener acceso al libro todo en su módica extensión de
veintidós poemas y volverlo suyo con sus lecturas y juegos.
Calveyra vislumbra el trabajo de apropiación que se produce en la infancia de todo
material que llega a manos de un niño. Jugar es apropiarse.

En ocasión de diferenciar el trabajo psicoanalítico de la sugestión, Freud evoca las


ideas de Leonardo Da Vinci:

La pintura trabaja per vía di porre; en efecto, sobre la tela en blanco


deposita acumulaciones de colores donde antes no estaban; en cambio, la
escultura procede per via di levare, pues quita de la piedra todo lo que
recubre las formas de la estatua contenida en ella.

Si bien el poeta, al igual que el pintor, se las ve con la página en blanco, la tarea de
construir el poema también requiere de las artes del escultor, tallando los textos
como piedras preciosas, haciendo brillar cada palabra con luz propia.

El poeta sabe vérselas con el silencio, juega con él, lo modela para crear la voz del
poema.
En el trabajo clínico con niños, a partir de Winnicott, el silencio puede leerse como
deseo/derecho de no comunicarse. A diferencia del silencio autista, el deseo de no
comunicarse está en relación a la problemática del ser.

La lectura del poema es sin duda lectura de resistencia, una lectura


exigente que demanda atención, en su brevedad y gesto preciso reclama
creación por parte de quien lee, se completa en la actividad profunda y
secreta del lector.

Diana Bellessi

La pequeña voz del mundo

Adriana Hidalgo Ediciones


El bebé reconoce la voz de su madre, la distingue de entre todas las voces. Es una
voz que sostiene, que alimenta, que deja huellas y proporciona materia prima para
la construcción de una voz propia, de un cuerpo propio. Esa prosodia cargada de
afectividad tiene para el pequeño un rasgo distintivo. Mucho antes que el sentido la
voz materna porta. El bebé se canta en la voz de la madre que cree su voz y se
apropia del resultado polifónico.
Se produce un acople fonético entre la voz materna y la voz del niño. Anudamiento
sin el cual la voz del niño quedaría girando en el vacío. En este rodeo de la voz
materna se produce el surgimiento del sujeto. Es esta superficie compuesta por las
voces que suenan juntas, consonancia necesaria para que la voz enuncie al sujeto.
Este juego binario permanece y se pronuncia en la voz del sujeto que habla.

Una voz que teja ese sostén no con un hilo único sino más bien como una urdimbre
de materiales diversos como el pájaro que anida, construyendo así una nueva
meterialidad que brilla en el poema con todos sus matices.

Para los que buscan reducir al lenguaje y el psicoanálisis a las ciencias exactas,
tenemos malas noticias. El psicoanalista no le teme a lo inclasificable, por el
contrario, disfruta ese encuentro con cada perla que encuentra sepultada. El poeta
no le teme al sinsentido porque allí encuentra la voz que le permite decir lo
inasible.

Analista y poeta, entonces, se mueven en múltiples direcciones, no sólo hacia


adelante. Se sumergen y bucean, lo mismo que retroceden para volver a otro lugar.

El poeta no le teme a la repetición porque confía en el lenguaje y sabe que la


repetición cumple una función rítmica o de sentido. Allí, cuando repite, el poema
no dice lo mismo. El niño que juega, como el poeta lo hace con el lenguaje, dice,
enuncia y pone en sentido esos elementos heterogéneos que le permiten construir y
apropiarse de su voz.

Una niña de tres años pregunta y pregunta: cuántos años tiene su hermana,
cuántos años tiene su mamá, cuántos años tiene su papá y después de un silencio
más o menos prolongado, interroga: ¿cuántos años cumplirán los elefantes.

La edad de los elefantes es una medida para lo inconmensurable.

Los niños y los poetas utilizan el lenguaje para nombrar el mundo con una voz
única y original.

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