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“El hombre es la medida de todas las cosas, de las cosas que son en cuanto que son, y de

las que no son en cuanto que no son” es la sentencia protagórica 1 más conocida, con la que el
autor inicia su obra Discursos demoledores2. Antes de decir a lo que nos aproxima dicho
enunciado, apuntemos algo importante respecto a la sofística, movimiento de aparición
posterior a las escuelas presocráticas, y del que en un inicio no se le hacía atribuciones
peyorativas. Los sofistas dieron una vuelta a los fines que los antiguos griegos consideraron
como material de reflexión, a saber, el universo y la realidad total, ahora se trataba de otra
cosa: del hombre mismo, del hombre en sí mismo. Frederick Copleston (1994) en el tomo I
de su libro dice:
(…) La sofística se diferenció de la anterior filosofía griega por el objeto del que se ocupaba,
(…), el hombre, su civilización y sus costumbres: trataba del microcosmos más bien que del
macrocosmos. (p.96).

Estos rasgos se manifestaron en todos los campos de la cultura y del saber griego, es así
que Sófocles daría a entender en Antígona que el mundo está lleno de misterios pero es el
hombre el mayor de todos ellos. Bien, el hombre-mensura, tiene distintas acepciones que
hacen del dicho una problemática, pero vamos a seguir la línea sugerida por Guthrie, B.
Ruseell, F. Copleston y M. Congrains, básicamente.

La idea de los sofistas, era justamente, deshacerse de las verdades universales, porque todo es
opinión, para Congrains (1971), “el oficio de sabio no puede ser, pues, el de conducir al
hombre del error a la verdad, sino solo el de promover una opinión mejor y más útil a cambio
de otra mala y dañina” (p.45). En este sentido, el enunciado del hombre-medida está
vinculado al valor subjetivo del conocimiento, de la verdad. Russell hace alusión en su
Historia de la filosofía a Schiller, quien solía llamarse discípulo de Protágoras, y que cree que
“(…) lo hizo porque Platón en el Theeteto sugiere como interpretación de Protágoras que una
opinión puede ser mejor que otra, aunque no puede ser más verdadero” (p.120). Copleston
alude después de citar el Theeteto, que Protagoras deja en evidencia su visión del hombre
como individuo y no al hombre intrínsecamente (p.101). Tenemos así que, en este problema
gnoseológico, el conocimiento que se obtenga aspira a verdad en tanto uno disponga de los
recursos subjetivos suficientes para poder sustentarla, una de ellas y la más importante es la
experiencia previa, así como las cuestiones que atraviesan a cada uno.

1 Protágoras, nació en Abdera de Tracia en el 481 a.C. aproximadamente, según Diógenes Laercio.
2 Guthrie y Congrains son de la opinión que esta obra en un primer momento se llamó Sobre la verdad y que
solo en épocas posteriores culminó con el título de Discursos demoledores.
La tesis contraria a la del valor subjetivo de la verdad, es el valor colectivo de la verdad.
Ya no se trataría de la verdad individual sino específica. Esto se puede rastrear por el hecho
de que el “objetivo de su enseñanza era sobre todo práctico”, como dice Guthrie 3, su método
era el empírico inductivo, recogían enseñanzas de los debates que tenían y después las
enseñaban, totalmente práctico, su afán no era universalista. Como declara en su libro Hegel
(1995):

(…) una frase equívoca, pues la medida de las cosas puede ser el hombre indeterminado y
multifacético, (…); pero puede tratarse también de que la razón consciente de sí misma que hay en
el hombre, de que el hombre concebido como naturaleza racional y sustancialidad general, sea
medida absoluta. (p.30).

Hegel hace la consideración que, en un momento, esa medida del hombre, puede resultar una
medida absoluta, por lo tanto, ya no tendría el valor individual, subjetivo. Sin embargo,
también debemos plantear el hecho de que el conocimiento, la verdad, y todos los fenómenos
en los que son partícipes los sujetos, están enmarcados por sus referencias sociales, marcos
culturales de los que, en cierta forma, no pueden escapar. Así lo desarrolla Georges Gurvitch
(1969) en Los marcos sociales del conocimiento, “En cuanto al hecho social, el conocimiento
perceptivo del mundo exterior presupone, la percepción colectiva de amplitudes y tiempos en
los que está situado ese mundo” (p.34). Lo que quiere decir que aun cuando nosotros creemos
estar exentos de la influencia social sobre nuestro conocimiento, cuando buscamos lo más
individual de nuestra verdad, existe la referencia fuera de nosotros que nos ha designado
implícita o explícitamente cómo debemos conocer y qué se puede conocer. ¿A caso un
israelita que enuncia “yo soy libre por eso escojo ser judío y creer en YHWH como el Dios
de VERDAD, tiene más razón que un árabe que dice “yo soy libre por eso elijo ser musulmán
y creer en ALÁ como el Dios de VERDAD? Definitivamente no.

Con los marcos sociales de referencia, la episteme fundada por el contexto en donde se
vive, cabe ahora la pregunta, ¿cuánta verdad tiene esa que los marcos sociales nos dicen que
es? ¿No es esto en realidad lo que se entiende por el “sentido común”? El sentido común,
sostiene Darío Sztajnszrajber en un conversatorio, es el conjunto de verdades impuestas de
modo incuestionable, naturalizada, constructoras de una normalidad de la que no se duda. De
cualquier modo, en una sociedad donde se tiene la convicción de la verdad, es inquebrantable
colectivamente; pero puede haber casos aislados donde alguien propugne su contrafigura y

3 Guthrie, Historia de la filosofía griega, p. 261.


diga, por ejemplo, en la Edad Media respecto al geocentrismo, que el Sol no gira entorno a la
Tierra sino que es esta la que gira alrededor del Sol, este es el famoso caso del heliocentrismo
de Copérnico; empero, la diferencia está en que él tuvo un fundamento científico basado en
los principios de la naciente astronomía. Este es un caso excepcional, relacionado (como
todos los problemas de la existencia) con la teología, con Dios, y probablemente sea la
cuestión más importante e irresoluta que lleva milenios de discrepancia. ¿Algún día, alguna
religión, podrá decir de manera fundamentada que tiene la verdad, en sí misma y por sí
misma?

La cuestión de la verdad no ha tenido un fin, y mientras subsista, aunque sea


marginalmente la filosofía, la pregunta por el conocimiento y su valor de verdad siempre
estará en debate. Rorty (1994) mencionaba que “si tengo dudas concretas y específicas
respecto de la verdad de una de mis creencias, solo puedo resolverlas preguntando si está
adecuadamente justificada, buscando y sopesando razones complementarias en pro y en
contra” (p.31). Solo así uno se embarca en la búsqueda de la verdad, como todos los filósofos
de la historia, y cada cual movido por su propia convicción y deseo, así para Edith Stein, su
búsqueda de la verdad “(…) empezó cuando abandonó a Husserl. Tenía el anhelo de
entregarse del todo a la verdad pero no creía en la verdad de la ciencia” sino “(…) La verdad
eterna alumbrada en la Iglesia, no en la universidad” (Viki Ranff, p.145). Esta última con la
certeza de Dios, una Fe fundada en su experiencia, y volvemos a la sentencia protagórica; y,
sin embargo, hay que tener cuidado cuando intentemos reducir toda la verdad a nuestra
experiencia particular donde están involucrados nuestros sentimientos y certezas subjetivas,
pues en el conocimiento particular se experimenta el sentimiento de evidencia.

Y la justificación por la verdad puede seguir. Vamos a decir que hay verdades
indiscutibles, como el efecto gravitacional, este es el sustento de porqué las cosas caen para
abajo y no para arriba, y aunque existan teorías alternas la cuestión newtoniana está
inmiscuida en el imaginario universal. Las cuestiones teogónicas, cosmogónicas y teológicas
(que aún se discuten) probablemente no tengan por ahora una respuesta convencida de
resolver todo su arsenal problemático, y surgirán nuevas matrices epistemológicas basadas en
la interdisciplinariedad y la transdisciplinariedad, las disciplinas se complementarán, así
como lo hace la antropología con la filosofía (antropología filosófica), o la psicología y la
antropología (etnopsicología), todo con el fin de concertar un saber más compacto,
explicativo, fundamentado.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Congrains, M., (1971), Filósofos, Lima, Perú: Editorial italperú, S.A.

Copleston, F., (1994), Historia de la filosofía. Vol I Grecia y Roma, Barcelona, España:
Editorial Ariel S. A.

Forero Mora, J. (2015). VERDAD, METAFÍSICA Y EPISTEMOLOGÍA. Observaciones


sobre la neutralidad de la verdad. Universitas Philosophica, 32 (64), 283-312.

Gurvitch, G., (1969), Los marcos sociales del conocimiento, Caracas, Venezuela: Editorial
arte.

Guthrie, W., (1969), Historia de la filosofía griega III, siglo V Ilustración, Madrid,
España: Editorial gredos.

Hernández Busse, F., (2014), Reconstruyendo al sofista Protágoras: una lectura diferente a
la de Platón. Mutatis Mutandis: Revista internacional de filosofía, 2(1), 29-48.

Ramírez, A. (2009). La teoría del conocimiento en investigación científica: una visión


actual. Anales de la Facultad de Medicina, 70 (3), 217-224.

Ranff, V., (2005), Edith Stein: En busca de la verdad, Madrid, España: Biblioteca palabra.

Rorty, R. (1994). Verdad y progreso. (Trad. Á. Faerna). Barcelona: Paidós.

Russell, B., (2009), Historia de la filosofía, Madrid, España: RBA coleccionables, S.A.

Samaranch Kirner, F., (1995), Protágoras y el enunciado del “hombre medida”. Éndoxa:
Series filosóficas, n° 5, 145-169.

Hegel, F., (1995), Lecciones sobre la historia de la filosofía II, México DF, México:
Fondo de cultura económica.

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