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Boxaca - Lutereau

Una de las virtudes de esta introducción a la clínica psicoanalítica es Lucas Boxaca


su fuerza performativa. No describe la clínica psicoanalítica desde el Luciano Lutereau
exilio universitario, sino que la despliega en el ejercicio mismo de su Lucas Boxaca es psicoa-
explicación. Tensa lo que se dice hasta hacerlo decir. Habla de una nalista. Lic. en Psicología por la
práctica al mismo tiempo que la practica. No objetiva al ser hablan- Universidad de Buenos Aires, donde

te, le hace lugar, y con él, el clínico se hace lugar. Introducción trabaja como investigador y docente
en la Cátedra I de Clínica de Adul-

introducción a la clínica psicoanalítica


a la
tos. Psicólogo clínico del Centro de
Su lectura es útil, es placentera, y justo cuando por ser placentera Salud Mental No. 3 Dr. A. Ameghi-
podría resultar aburrida, sorprende. Encontré en ella la sorpresa no. Miembro del Foro Analítico del
trivial del recuerdo, que permite revivir parcialmente algo ya clínica Psicoanalítica Río de la Plata.

sabido, pero también la sorpresa de esa verdadera novedad que es la


Luciano Lutereau es
repetición, el reencuentro de algo ya experimentado, pero no toda- psicoanalista. Magister en Psicoanáli-
vía articulado ni analíticamente disuelto. Asociación libre – Interpretación sis (UBA). Lic. en Psicología y Filoso-
tr ansferencia – síntoma – duelo fía por la misma Universidad, donde
En su estilo, Boxaca y Lutereau se hacen cargo de ese real del que se trabaja como investigador y docente
ocupa el psicoanálisis, el reus, el culpable del que el término “real” en la Cátedra I de Clínica de Adul-
tos. Autor de Lacan y el Barroco.
deriva etimológicamente –¿es preciso repetirlo para recordar con Hacia una estética de la mirada, La
qué real confronta el psicoanálisis?–, por lo cual hablar del sujeto caricia perdida. Cinco meditaciones sobre
del síntoma resulta una suerte de pleonasmo, ya que el sujeto que la experiencia sensible y La forma especu-
lar. Fundamentos fenomenológicos de lo
interesa en la clínica psicoanalítica, el sujeto moralmente dividido,
imaginario en Lacan.
es él mismo el síntoma a tratar, es el analizante que se encuentra con
el analista, si lo hay, hasta devenir intratable.

Gabriel Lombardi

Av. Coronel Díaz 1837


(1425) Ciudad de Buenos Aires
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SERIES CLÍNICAS /6
COLECCIÓN
Series Clínicas
Directores: Lucas Boxaca y Marcelo Mazzuca
Lucas Boxaca   Luciano Lutereau

INTRODUCCIÓN
A LA
CLÍNICA PSICOANALÍTICA

Asociación libre | Interpretación


Transferencia | Síntoma | Duelo
Boxaca, Lucas ; Lutereau, Luciano
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA : Asociación libre,
Interpretación, Transferencia, Síntoma, Duelo
– 1a ed. – Buenos Aires : Letra Viva, 2013.
99 p. ; 23 x 16 cm.

ISBN 978-950-649-XXX-X

1. Psicoanálisis. I. Título
CDD 150.195

© 2013, Letra Viva, Librería y Editorial


Av. Coronel Díaz 1837, (1425) C. A. de Buenos Aires, Argentina
e-mail: info@imagoagenda.com / web page: www.imagoagenda.com

Dirección editorial: Leandro Salgado

Primera edición: marzo de 2013

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra bajo cualquier método, incluidos la
reprografía, la fotocopia y el tratamiento digital, sin la previa y expresa autorización por
escrito de los titulares del copyright.
Índice

Prólogo, Gabriel Lombardi . . . . . . . . . . . . . . . . 7

Introducción. ¿Qué es la clínica psicoanalítica? . . . . . . 11

La regla fundamental y el decir analizante . . . . . . . . 21


El comienzo de un tratamiento analítico . . . . . . . . . 23
Condiciones de la regla fundamental . . . . . . . . . . . 27
Asociación libre, síntoma y transferencia . . . . . . . . . 30

La interpretación: “entre” cita y enigma . . . . . . . . . 37


Dos condiciones de la interpretación . . . . . . . . . . 39
El caso Juana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42
El sujeto de la interpretación . . . . . . . . . . . . . . 44
Interpretación y acting out . . . . . . . . . . . . . . . 47

Transferencia y restos transferenciales . . . . . . . . . . 51


La concepción freudiana: transferencia y resistencia . . . . . 53
La elaboración lacaniana: de la relación dual a un elemento
tercero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56
Restos transferenciales . . . . . . . . . . . . . . . . 60

Los usos del síntoma . . . . . . . . . . . . . . . . . 67


De la ego-sintonía a la extra-territorialidad . . . . . . . . 69
Del síntoma analizable al síntoma analítico . . . . . . . . 73
¿Del síntoma analítico al síntoma analizado? . . . . . . . 80
Las transformaciones del síntoma en la cura . . . . . . . . 82
El acto del duelo, el duelo como acto . . . . . . . . . . . 85
Teoría del duelo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87
Del duelo al acto . . . . . . . . . . . . . . . . . . 90
El acto del duelo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 92
Conclusiones: introducción a la clínica psicoanalítica . . . . 97
Prólogo

Una de las virtudes de esta introducción a la clínica psicoanalítica es


su fuerza performativa. No describe la clínica psicoanalítica desde el exilio
universitario, sino que la despliega en el ejercicio mismo de su explica-
ción. Tensa lo que se dice hasta hacerlo decir. Habla de una práctica al
mismo tiempo que la practica. No objetiva al ser hablante, le hace lugar,
y con él, el clínico se hace lugar.
Sus autores, todavía jóvenes pero ya experimentados, no se tientan
con el cognitivismo involuntario de los que ya saben, ese saber que retira
al sujeto para volverlo objeto de conocimiento. Ensayan la enseñanza de
Freud en sus textos, la de Lacan en su seminario, y lo hacen desde una
posición de analizante que les permite saber no saber, preguntar, volver
a los maestros para revisar lo que han dicho, y actualizarlo. La clínica
psicoanalítica era para Lacan interrogar todo lo que Freud ha dicho, e
interrogar al analista, ponerlo en el banquillo, incitarlo a que dé sus
razones, que confiese sus interpretaciones, sus maniobras, el juicio íntimo
que se reserva en el ejercicio de su acto, y que registre de algún modo la
respuesta del analizante a su intervención, que extraiga algunas conse-
cuencias dichas o lógicas que den razón u orientación a su práctica.
Es el espíritu que encontramos en esta introducción que proponen
Lucas Boxaca y Luciano Lutereau. Su lectura es útil, es placentera, y justo
cuando por ser placentera podría resultar aburrida, sorprende. Encontré
en ella la sorpresa trivial del recuerdo, que permite revivir parcialmente
algo ya sabido, pero también la sorpresa de esa verdadera novedad que es
la repetición, el reencuentro de algo ya experimentado, pero no todavía
articulado ni analíticamente disuelto.
La aprehensión propiamente clínica de los autores se apoya en el arte
de las distinciones, que aplican a los conceptos, a los procedimientos, a la

7
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

lectura, a la elaboración del caso clínico. Lo que se dice en un análisis es


interrogado discerniendo lo dicho del acto de decirlo. La pregunta quién
dice les permite distinguir las diferentes posiciones y responsabilidades
que toman analizante y analista en cada momento de la cura. El texto
hace presente la regla fundamental destacando lo que ella implica de
actividad del analista, pero sin dejar al analizante como mero paciente,
en la mera obediencia irresponsable de una regla impuesta por otro.
Es incitante la posición de enunciación de los autores en el sostén de
algunas tesis controversiales que permiten dar vida, en cada uno de los
capítulos, a las paradojas que impone la clínica.
En uno de ellos explican que la regla fundamental del psicoanálisis
promueve la asociación libre para detectar las determinaciones ya jugadas,
que limitan su cumplimiento. Esa determinación, esa estructura, son sin
embargo la condición del ejercicio de la escasa y enorme libertad que
resta, porque allí reside la responsabilidad con que el ser hablante se hace
digno de su posición de ser electivo. La clínica psicoanalítica no sólo es
lo imposible de soportar –predeterminación estructural–, es también lo
imposible a soportar, imperativo ético, para habilitar el pase del dicho
que mortifica al decir que vitaliza, ocasión de una dicha nueva, a situar
en ese margen de libertad y realización posible que resta entre el placer
y la muerte –el margen del deseo–.
En otro capítulo señalan que la interpretación analítica dice a medias,
en la cita, en el enigma, incluso entre ellos, lo que le permite escapar
de las sujeciones y de las subordinaciones de la oración. El profesor
es alguien que termina sus frases, escribió Barthes lapidariamente. El
analista en cambio deja un significante abierto sin cerrar gramatical-
mente sus significaciones enigmáticas, cita una secuencia incompleta
que extrae del contexto que cerraba su potencial de evocación o invo-
cación, y tal vez más de lo que él mismo nota, actúa como poâte, poeta
del destino de otro sujeto, flautista de un Rubicón que al mismo tiempo
es íntimo y es ajeno.
El capítulo sobre la transferencia hace lugar precisamente a ese
momento y esa dimensión de la experiencia analítica en que el sujeto se
rebela contra la dominación sugestiva, y revela su estructura afirmando
su singularidad en la resistencia, en la negativa, y más precisamente, en
la negativa de la intersubjetividad. En la experiencia de la transferencia,
él no es ya paciente ni objeto de conocimiento o de tratamiento por

8
PRÓLOGO

parte de otro sujeto, sino que él es el único sujeto en actividad en tanto


tal. La ubicación de ese momento es la clave de la renovación freudiana
de la clínica, que abre de otro modo la praxis terapéutica a la dimensión
ética. En lugar de hacer lo que el Otro le dice o espera de él, repite, no
asocia, no hace nada de lo esperado, y si hace algo, lo hace anulando lo
que hace, como quien jura cruzando por detrás los dedos. Los autores
explican de qué modo este obstáculo, concebido desde una perspectiva
que es freudiana, deviene el motor de la cura.
Eso los conduce al síntoma, la paradoja central de la clínica psicoa-
nalítica, la del sujeto tomado en su desgarramiento somático y moral,
que es pasión y acción al mismo tiempo, sin transición. El síntoma
es la división subjetiva sin la mediación de un pasaje de la pasión a la
acción como en el juego, o de la acción a la pasión en el estilo femenino
de algunos goces. Este curioso estado del ser, la división, admite usos
diversos, y en esta Introducción encontramos un discreto inventario: el
uso narcisista, el metodológico, el de saber, el de goce, y el uso actual del
síntoma. Suficiente para advertir que el sujeto que proponen no es efecto
de la res cogitans arrojada en la extensión por Descartes, sino más bien
el ser que reacciona a esa operación, el ser hablante devuelto a su suerte
de res eligens. En el caso del síntoma, es la dignidad electiva del sujeto lo
que está en juego en su padecer y accionar contradictorio.
Desde esta perspectiva puedo entender que Hamlet sea no degradado
sino “elevado al caso clínico”, según una propuesta de nuestros autores
sobre la que Northrop Frye o Harold Bloom dispararían severas diatribas.
En su estilo, Boxaca y Lutereau se hacen cargo de ese real del que
se ocupa el psicoanálisis, el reus, el culpable del que el término “real”
deriva etimológicamente –¿es preciso repetirlo para recordar con qué real
confronta el psicoanálisis?–, por lo cual hablar del sujeto del síntoma
resulta una suerte de pleonasmo, ya que el sujeto que interesa en la clínica
psicoanalítica, el sujeto moralmente dividido, es él mismo el síntoma a
tratar, es el analizante que se encuentra con el analista, si lo hay, hasta
devenir intratable.
Los autores de este texto dan un paso más en el sentido de lo que una
introducción tiene de conclusiva: entienden que la apertura del incons-
ciente exigida por un análisis es la explicitación de un desconocimiento
–que si se observa bien, incluye el conocimiento–. Nos permiten así
vislumbrar con buena luz y adecuado reojo el alcance del sueño como

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INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

vía real de acceso a lo inconsciente. El comienzo del análisis implica


entonces la curiosa coincidencia entre una Verleugnung del acto para el
analista, y el conocimiento del síntoma que busca un imposible recono-
cimiento del lado del analizante.
Y para finalizar, último capítulo, el duelo es sostenido como tesis
que organiza el universo entre un antes y un después. Habitualmente
pensamos que para actuar hay que elegir, o sea, jugarnos por alguna
opción perdiendo otras. Pensamos que actuar es perder porque implica
seleccionar una entre dos o más opciones. Los autores en cambio
sostienen que actuar es asumir una pérdida ya efectuada, que el acto no
produce la pérdida sino que la aprovecha. Nos permite entrever, como
a Lacan, que arrancarse lo ojos acaso no sea para Edipo un autocastigo,
sino una oportunidad de acceder al deseo, en su caso el de saber. El acto
se paga por adelantado. No hay cómodas cuotas, no hay financiación
posible por parte de un Otro. El acto nos extrae del ser deudor. Sin duelo
no hay acto, está escrito.

Gabriel Lombardi

10
INTRODUCCIÓN

¿Qué es la clínica psicoanalítica?

Habitualmente utilizamos la palabra “clínica” en un sentido ines-


pecífico y así, por ejemplo, suele decirse que “se dedican a la clínica”
aquellos que atienden pacientes. No obstante, por esta vía el concepto
apenas consigue una aprehensión descriptiva y denota meramente una
“ocupación concreta”.
En esta introducción quisiéramos establecer una posición firme sobre
el sentido de la expresión “clínica psicoanalítica” y otorgarle un estatuto
conceptual específico: la clínica no es la experiencia, aunque, por cierto,
la supone; en todo caso, la clínica es el redoblamiento de la experiencia
a través del concepto. Pero, ¿cuáles son los conceptos del psicoanálisis?
En el seminario 11, Lacan se ocupó del estudio de cuatro conceptos
fundamentales del psicoanálisis: inconsciente, repetición, pulsión y trans-
ferencia. Vale apreciar el énfasis en el estatuto que se les otorgara: estos
conceptos constituirían el “fundamento” de la teoría psicoanalítica.
Ahora bien, aquí cabe una precisión –acompañada por el interés laca-
niano en este seminario de interrogar el carácter científico del psicoaná-
lisis–: el psicoanálisis no es una teoría o, al menos, no lo es en el sentido
corriente en que suele hablarse de una teoría científica (un conjunto de
enunciados falsables empíricamente).1 En todo caso, Lacan sostiene que
el psicoanálisis es una “praxis”:

1. Esta disquisición puede parecer simplista, no sólo porque una concepción semejante
de una teoría científica no tiene vigencia epistemológica desde hace años, sino porque
tampoco considera los dispositivos de investigación propios del psicoanálisis (como

11
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

“¿Qué es una praxis? Me parece dudoso que este término pueda ser
considerado impropio en lo que al psicoanálisis respecta. Es el término
más amplio para designar […] la posibilidad de tratar lo real mediante
lo simbólico.”2

Sin embargo, en este punto, una pregunta vuelve a plantearse; y que


reformula la inquietud inicial respecto del estatuto conceptual del psicoa-
nálisis como praxis: ¿cuál es el real de que se ocupa el psicoanálisis? En
un artículo indispensable –“Tres definiciones de lo real en psicoaná-
lisis” (2000),3 Gabriel Lombardi realiza una lectura de la tercera confe-
rencia de Lacan en Roma –titulada justamente “La tercera” (1974)– y
propone tres coordenadas desde las cuales cabría aproximarse al núcleo
de la experiencia analítica: a) lo real es lo que retorna siempre al mismo
lugar; b) lo real es lo imposible (como modalidad lógica); c) lo real es…
el síntoma; o bien, el síntoma es lo que viene de lo real.
Cabe apreciar que las tres definiciones no se cancelan entre sí, sino que
podrían incardinarse y formular una conclusión: en el núcleo de la expe-
riencia analítica se encuentra el síntoma. Dicho de otro modo, la praxis
analítica encuentra su fundamento en esa división de la vida psíquica que
recibe el nombre de síntoma. En última instancia, si algo da razón a una
praxis como el psicoanálisis es su capacidad para responder al intento de
desembarazarse del padecimiento, respecto del cual el hablante nos dirige
su demanda y, en el mismo acto, autoriza nuestra intervención.
Ahora bien, ¿de qué otro modo podríamos llamar a ese cuerpo extraño
que irrumpe (viene), insiste (retorna) y resiste (imposible de reducir) en
la continuidad de la vida del alma? Podríamos también darle el nombre
de “sujeto”4 en la medida en que Lacan también sostenía que el síntoma

el uso del “caso”). Por eso hemos dicho que se trata de una versión “corriente” –que,
por ejemplo, cuestiona que no puedan hacerse predicciones de enunciados observa-
bles–. Asimismo, tampoco estamos afirmando que no pueda haber investigación empí-
rica en psicoanálisis cuando se diseñan instrumentos específicos para ese fin.
2. Lacan, J. (1964) El seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis,
Buenos Aires, Paidós, 1989, p. 14.
3. Lombardi, G. (2000) “Tres definiciones de lo real en psicoanálisis” en Diván laca-
niano, Vol. 0, Tucumán, pp. 46-48.
4. Desde un punto de vista descriptivo, podríamos decir que “síntoma” y “sujeto” coin-
ciden –ya que al psicoanálisis no le interesa el padecimiento como algo “objetivable”,
sino cuando requiere la producción de un efecto de división en el hablante que pueda
testimoniarlo. No obstante, desde un punto de vista estructural, cabría separar ambas

12
¿QUÉ ES LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA?

es lo “analizable”5 en las neurosis, psicosis y perversiones, y ¿qué otra


cosa se analiza sino la división subjetiva, esto es, la posición del sujeto
respecto de su división sintomática?
De modo convergente con este planteo, en el tramo final del seminario
11 Lacan proponía titular a su seminario del año siguiente “Las posiciones
subjetiva del ser”.6 Si bien el seminario llevó otro título –“Problemas
cruciales para el psicoanálisis”–, Lacan no dejó de retomar la cuestión
de la posición subjetiva, ese núcleo de real en la experiencia analítica, al
referirse a la “conjugación” (en la clase del 16 de junio de 1965) de tres
términos: sujeto, saber, sexo, vinculados a través de la división (el impo-
sible saber sobre el sexo que divide al sujeto).
Por lo tanto, y de regreso a nuestro pregunta inicial –¿qué es la
clínica?–, cabría advertir una conclusión paradójica: los conceptos
del psicoanálisis buscan aprehender un saber sobre lo imposible. No
obstante, esta paradoja es aparente, ya que un “imposible saber” no es
lo mismo que un “saber imposible”. Asimismo, podría añadirse que es
por este motivo que Lacan mismo, en el seminario 12, sostuvo una posi-
ción crítica respecto de la pertinencia de hablar de conceptos en psicoa-
nálisis –luego de la experiencia del seminario 11–:

“El año pasado hablé de los fundamentos del psicoanálisis. Hablé de los
conceptos que me parecen esenciales para estructurar su experiencia
y pudieron ver que en ninguno de esos niveles se trató de verdaderos
conceptos; que no pude hacer que ninguno resistiera […] que siempre,

nociones (y, por ejemplo, aclarar que el sujeto dividido por el síntoma tampoco es el
sujeto del inconsciente) y, en todo caso, afirmar que el síntoma testimonia de la divi-
sión subjetiva, es una respuesta, sin duda, pero en su raíz no es sujeto, sino la morti-
ficación que el significante produce en el viviente. Esta última acepción se encuentra
sostenida por Lacan en su comentario a la intervención de A. Albert sobre la regla
fundamental: “En cierta manera podemos decir que si no existiera lo simbólico, es
decir esta especie de inyección de significantes en lo real con lo cual estamos obli-
gados a pactar, no habría síntoma. El síntoma es […] aquello que nos hace a cada
uno un signo diferente de la relación que tenemos en tanto que hablante-seres con
lo real”. Lacan, J. (1975) “Intervención tras la exposición de André Albert: ‘El placer
y la regla fundamental’”. Inédito.
5. Lacan, J. (1958) “La significación del falo” en Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002,
p. 665.
6. Lacan, J. (1964) El seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis,
op. cit., p. 255.

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INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

de algún modo el sujeto, que es quien aporta esos conceptos, está impli-
cado en su discurso mismo; que no puedo hablar de la apertura o del
cierre del inconsciente sin estar implicado, en mi discurso mismo, por
esta apertura y este cierre…”7

Esta breve indicación permite considerar dos cuestiones relacionadas:


por un lado, la distinción entre la constitución de una teoría y la trasmi-
sión del psicoanálisis (o bien, la diferencia entre un profesor y un ense-
ñante); por otro lado, la especificidad de la elaboración clínica a que debe
responder el psicoanálisis como praxis: la clínica psicoanalítica no responde
al padecimiento a través de su objetivación (como, por ejemplo, sí lo hace
la clínica del médico) sino con la apuesta de localizar la posición del sujeto.
En definitiva, en un análisis no importa tanto qué le pasa a alguien como
lo que dice respecto de lo que le pasa –siendo que lo que le pasa es, en
parte, aunque sin llegar a recubrirlo, el decir de lo que le pasa–.
En función de esta última consideración, entonces, cabe detenerse
en la definición de la clínica psicoanalítica que Lacan propusiera en el
comienzo de la “Apertura de la sección clínica” (1976):

“¿Qué es la clínica psicoanalítica? No es complicado, la clínica tiene una


base: es lo que se dice en un psicoanálisis.”8

Ahora bien, como suele ocurrir con las afirmaciones de Lacan, escla-
recer qué quiere decir “lo que se dice en un psicoanálisis” requiere un
amplio ejercicio de paráfrasis. Por un lado, cabe enfatizar que Lacan
afirma que “lo que se dice” es la “base” de la clínica… pero no la clínica
misma; por lo tanto, encuentra aquí aplicación nuestro rodeo anterior
acerca del redoblamiento conceptual de la experiencia. Por otro lado, ¿en
qué términos entender “lo que se dice”? En primer lugar, esta indicación
destaca el lugar que la palabra tiene en la experiencia analítica –ya desde
“Función y campo de la palabra y el lenguaje” (1953) Lacan había subra-
yado este aspecto–. No obstante, es importante advertir que “lo que se
dice” no necesariamente remite a lo “dicho”, esto es, a los enunciados
efectivamente proferidos. En todo caso, al analista le importa menos lo

7. Lacan, J. (1964-65) “El seminario 12: Problemas cruciales para el psicoanálisis”.


Inédito, clase del 2 de diciembre de 1964.
8. Lacan, J. (1976) “Apertura de la sección clínica” en Ornicar?, No. 3, Barcelona, Petrel,
1981, p. 37.

14
¿QUÉ ES LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA?

dicho que el lugar desde donde se dice, o bien –parafraseando una cono-
cido expresión de L’etourdit (1972)– que el decir no quede olvidado tras
lo que se dice (en lo que se escucha). En esta última afirmación, “lo que
se dice” no quiere decir lo mismo que en la definición de clínica psicoa-
nalítica. ¡He aquí un ejemplo precioso de cómo “lo mismo” fue dicho
desde dos posiciones distintas!
En segundo lugar, es notorio que Lacan no precise a quién corres-
ponde ese “lo que se dice”. ¿Al analizante? Nadie podría dudarlo. Pero,
¿no le toca también al analista tener que decir algo? Ya en “La direc-
ción de la cura y los principios de su poder” (1958) Lacan subrayó que
el analista también paga con sus palabras, en el punto en que una vez
que algo fue proferido ya no hay posibilidad de desdecirse o cancelar el
efecto que podría haber producido su intervención cuando fue elevada
al estatuto de una interpretación.
En tercer lugar, el decir no sólo tiene que ser entendido en términos
de “conducta verbal”. Hay actos que dicen más que mil palabras –como
aquellos que Freud llamara “actos sintomáticos”– y, asimismo, hay
palabras vacías que no dicen nada. Aquí también podría considerarse el
caso del acting out, al que eventualmente se aprehende –de modo extra-
viado– en función de una teoría de la acción ajena al psicoanálisis: que
Lacan afirme que el acting out es una “conducta” no debe entenderse en
términos ajenos a los operadores propios del dispositivo analítico, esto
es, nombra un momento particular de la experiencia analítica en que
se detiene el cumplimiento de la regla fundamental de asociación libre.
Ahora bien, en este punto debería distinguirse también entre el acting
out y la puesta en acto de la realidad sexual del inconsciente en la trans-
ferencia –que para Freud también se nombraba con la palabra “agieren”
que, luego, los posfreudianos tomaron para su traducción el término
acting out–. En definitiva se trata de cuestiones complejas, que no espe-
ramos responder en esta introducción (ya que nos ocuparemos de ellas
en el curso del libro), sino que anticipamos con el propósito de escla-
recer la segunda definición de clínica psicoanalítica que Lacan ofrece en
la “Apertura de la sección clínica”: “La clínica psicoanalítica consiste en
el discernimiento de cosas que importan y que cuando se haya tomado
conciencia de ellas serán de gran envergadura”.9

9. Ibid., p. 38.

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INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

A este discernimiento en que consiste la clínica psicoanalítica es que


podríamos llamarlo “formalización”. En psicoanálisis no se teoriza con
el objetivo de delimitar conceptos estrictos –como, por ejemplo, el de
átomo en Física–, aunque no por eso se trata de una actividad de un
rigor dispensable: los conceptos del psicoanálisis funcionan como opera-
dores de la dirección de la cura, que permiten escandir los momentos de
un tratamiento; por eso, una segunda acepción del discernimiento en
cuestión requiere atender a la lógica con que se presenta un caso. Hacer
clínica, entonces, es organizar la experiencia en función de secuencias
que permitan extraer las coordenadas que se van circunscribiendo para
un padecimiento a lo largo de un tratamiento –y no, meramente, hablar
de pacientes, algo que a veces se aprende en las primeras supervisiones,
a las que el practicante se acerca con innumerables anotaciones y, quizá,
ninguna pregunta sobre su acto–.
Esta última desagregación de la densidad conceptual del término lleva
a una última definición de clínica en la “Apertura”: la clínica es “lo real
en cuanto que es lo imposible de soportar”. Esta acepción remite, por
un lado, a las definiciones de lo real que hemos mencionado, y permite
volver a poner el padecimiento del síntoma en el núcleo de la praxis analí-
tica; pero también permite aprehender, por otro lado, ese aspecto de la
experiencia en que el analista tiene “horror de su acto” –como Lacan
sostuviera hacia el final de su vida–, en la medida en que nunca cuando
piensa su práctica puede ser el mismo que produjo efectos con el dispo-
sitivo. También podría decirse que el analista tiene que ser “al menos
dos” –como Lacan lo hiciera el 10 de diciembre de 1974–, no obstante,
la fórmula anterior es un poco más elocuente para dar cuenta de un
hecho epistemológico crucial, una forma de división que atañe a la clínica
misma: no sólo el sujeto del inconsciente no es el que teoriza el dispo-
sitivo –lo cual es algo obvio–, sino que el clínico, incluso cuando recae
sobre sí el papel de enseñante, no es un experto en psicoanálisis, dado
que hay una separación inconmensurable entre la verdad de la praxis y el
saber que busca iluminar ese acto que, en el mejor de los casos, también
sorprende al analista.
De esta rápida presentación de los elementos que atraviesan la clínica
psicoanalítica pueden desprenderse diversas conclusiones encadenadas:
primero, los conceptos del psicoanálisis no son conceptos en sentido
estricto (o, al menos, en el sentido de que puedan ofrecerse definiciones

16
¿QUÉ ES LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA?

que indiquen condiciones necesarias y suficientes de su aplicación);


segundo, la clínica interroga la posición del sujeto respecto del padeci-
miento sintomático; tercero, esta noción de sujeto no debe ser enten-
dida en términos de individuo o persona (el paciente), sino en función
del “sujeto que se va diciendo en el análisis”,10 esto es, el sujeto es lo que
se dice; por último, la clínica se transmite de un modo que requiere que
el enseñante ponga en acto aquellos conceptos que busca exponer. Por
esto, el psicoanalista no es un experto en psicoanálisis cuando trans-
mite, sino que es alguien que piensa su acto con el propósito de encon-
trar coordenadas que permitan la orientación de un tratamiento.

* * *

Quisiéramos ahora, en función de lo anterior, detenernos brevemente


en una declaración del lugar desde el que fue escrito este libro. Por un
lado, el conjunto de capítulos que lo conforman, y los temas de que se
ocupan, responden a intereses clínicos específicos que fueron surgiendo
en estos años de práctica, de familiarización y puesta en forma del dispo-
sitivo analítico: la regla fundamental, la interpretación, la transferencia,
el síntoma, el duelo, son algunos de los elementos que inmediatamente
salen al paso del practicante cuando comienza a participar de la expe-
riencia analítica. En este sentido, podríamos decir que nos proponemos
una introducción a la clínica psicoanalítica.
En cada uno de los capítulos que componen este libro, se encuentra
una estructura semejante: plantear la pertinencia del concepto a través de
un problema concreto, eventualmente confrontándolo con un caso que
requiere reformular alguna perspectiva que se consideraba como evidente
o “ya sabida”. En este punto, nos hemos servido recurrentemente de los
historiales freudianos como un modo de llevar a la intuición la perspec-
tiva operatoria de un concepto, y hemos trabajado también deliberada-
mente con algunos casos canónicos de la bibliografía psicoanalítica (“El
hombre de los sesos frescos”, de E. Kris, “El caso Frida”, de M. Little) para
acompañar el planteo de secuencias de la lógica de un caso que, luego, el
lector podría restituir con la lectura de las publicaciones originales. En

10. Lacan, J. (1964) El seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis,
op. cit., p. 279.

17
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

las demás circunstancias, se trata de viñetas clínicas tomadas de nuestra


experiencia, orientadas a ubicar cuestiones que actualmente nos moti-
varon a pensar. De este modo, podría circunscribirse, con mayor preci-
sión, que este libro apuesta a una introducción a la clínica psicoanalítica
a través de problemas que surgieron en la experiencia.
Por otro lado, este libro surge de otra práctica concreta, la enseñanza
universitaria, que llevamos adelante en la Cátedra I de Clínica de Adultos
de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires. Allí, junto
a los alumnos de cada cuatrimestre, hemos aprendido no sólo que la
transmisión del psicoanálisis en la Universidad es posible y efectiva, sino
que los alumnos no necesariamente son esos “astudé” de los que habla
Lacan en el seminario 17 –siempre que un docente sepa abstenerse de
hacer consistir el lugar del saber–; muy por el contrario, estos capítulos,
que surgen principalmente de notas de clases, se han visto enriquecidos
con las preguntas e inquietudes de aquellos que han confiado en que
teníamos algo para decirles. Asimismo, primeras versiones de estos capí-
tulos han sido presentadas en Congresos, Jornadas, etc., o publicadas
como artículos en revistas de psicoanálisis. He aquí una recensión de su
proveniencia original:

• Un precedente del capítulo “La regla fundamental y el decir anali-


zante” se publicó originalmente en el Vol. X de la Revista Universi-
taria de Psicoanálisis (Facultad de Psicología, UBA), con el título: “La
joven homosexual de Freud: ¿un caso de perversión?”.
• Una versión preliminar de “La interpretación: ‘entre’ cita y enigma”
se publicó en el No. 2 (Año 17) de Investigaciones en Psicología. Revista
del Instituto de Investigaciones de la Facultad de Psicología (UBA) con
el título: “La interpretación en psicoanálisis: de lo determinado al
equívoco”.
• Una elaboración previa de “Transferencia y restos transferenciales”
se publicó en Memorias del II Congreso Internacional de Investigación y
Práctica Profesional en Psicología - XVII Jornadas de Investigación Sexto
Encuentro de Investigadores en Psicología del MERCOSUR con el título
“Restos transferenciales y elección de la neurosis”.
• Una versión anterior de “Los usos del síntoma” se publicó en el No.
12 de Desde el jardín de Freud. Revista de Psicoanálisis de la Universidad
Nacional de Colombia con el título “Los usos del síntoma. Sus trans-
formaciones en la cura analítica”.

18
¿QUÉ ES LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA?

• Una forma antecedente de “El acto del duelo, el duelo como acto” se
publicó en el No. 11 de Desde el jardín de Freud. Revista de Psicoaná-
lisis de la Universidad Nacional de Colombia con el título “El acto del
duelo, el duelo como acto. Una hipótesis clínica acerca del duelo en
el inicio del análisis”.

Por último, este libro nace de una práctica no menos interesante que
las anteriores: la de la amistad. La posibilidad de escribir juntos este libro,
cuyos capítulos fueron escritos a cuatro manos, en una suerte de juego de
preguntas y respuestas (y nuevas preguntas), nos permite afirmar que la
transmisión del psicoanálisis comienza en la conversación con los colegas,
junto a quienes se asume la responsabilidad de dar razones en las cuales
autorizarse. En última instancia, rescatamos en el proceso de escritura
de este libro la función del interlocutor, ejemplarmente destacada por
Lacan respecto de su amigo Henry Ey –con quien sabemos que las discu-
siones y disentimientos nunca fueron menores– cuando lo consideraba
“alguien a quien hablar” (Carta del 20 de Noviembre de 1970).

19
La regla fundamental
y el decir analizante

La concepción freudiana del inicio del tratamiento se resume en una


metáfora, la del juego de ajedrez, que indica que la apertura de la partida
(al igual que el final) tiene reglas precisas. Dicho de otro modo, el psicoa-
nálisis es un juego aparentemente sencillo, de una sola regla: la asociación
libre. No obstante, formalizar en qué consiste este principio fundamental
del tratamiento analítico dista de ser una tarea trivial o expeditiva.
No resulta extraño escuchar que el analizante es aquel que debe
trabajar en el análisis, punto que no cuestionamos en tanto que el trabajar
(asociativamente en principio) es una de las ocupaciones que definen
a aquel que ha aceptado tomar la vía analítica. Lo ilustra expresamente
Freud en su libro dedicado al sueño:

“Nadie tiene derecho a esperar que la interpretación de sus sueños le


caiga del cielo. Ya para la percepción de fenómenos endópticos y otras
sensaciones que por lo común escapan a la atención es preciso ejerci-
tarse […]. Harto más difícil es entrar en posesión de las ‘representaciones
involuntarias’. Quien lo pretenda deberá hacer suyas las expectativas que
se suscitaron en este tratado y, obedeciendo a las reglas que se han dado
aquí, empeñarse en sofrenar durante el trabajo toda crítica, todo precon-
cepto, todo compromiso afectivo o intelectual. Deberá seguir la norma
que Claude Bernard estableció para el experimentador en el laboratorio de
fisiología: ‘Travailler comme une bête’ (trabajar como una bestia), es decir,
con esa tenacidad, pero también con esa despreocupación por el resul-
tado. El que siga este consejo ya no encontrará difícil la tarea.”1

1. Freud, S. (1900) La interpretación de los sueños en Obras completas, Vol. V, Buenos


Aires, Amorrortu, 1988, p. 517.

21
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

Más habitual, lamentablemente, es que se suponga que el correlato del


laborar analizante, del lado del analista, sea la ausencia de trabajo y, por
ende, creer que el hacer aplicar la regla fundamental se podría reducir a
una formulación inicial, una especie de directiva que el analista comu-
nica “antes” de empezar, y luego sólo le quedaría esperar que las asocia-
ciones surjan espontáneamente.
En este capítulo sostendremos que a ninguna concepción de la regla
fundamental cabría oponerse tanto como a aquella que, como en el caso
anterior, supone un analista pasivo y meramente receptivo. De acuerdo
con Lacan, consideramos que el analista cura por lo que “dice y hace”2 y
no por lo que es. Y, como habremos de desarrollar en lo que sigue, el acto
fundamental del analista es hacer cumplir la regla de la asociación libre.
De este modo, jamás podría creerse que la regla fundamental fuese algo
que se imparte en el comienzo y luego se aplicaría por sí misma. Por el
contrario, expondremos que la regla delimita un inicio, dado que precisa
coordenadas estructurales para definir el discurso del analizante, pero se
trata de un inicio cuyo verdadero estatuto es la apertura de un campo a
través de un modo específico de concebir el uso de la palabra.
Ahora bien, la enunciación de la regla tampoco puede confundirse
con un enunciado estandarizado, que se repetiría una y otra vez, con cada
paciente, de la misma manera. En “La dirección de la cura y los princi-
pios su poder” (1958), Lacan afirma lo siguiente sobre esta cuestión:

“Estas directivas están en una comunicación inicial planteadas bajo forma


de consignas de las cuales, por poco que el analista las comente, puede
sostenerse que hasta en las inflexiones de su enunciado servirán de vehí-
culo a la doctrina que sobre ellas se ha hecho el analista en el punto a
que han llegado para él.”3

De este modo, cada analista haría cumplir la regla fundamental de


acuerdo con el punto en que haya avanzado en su propio análisis y en sus
interrogantes con respecto a la técnica en su articulación con la ética del
psicoanálisis; por lo tanto, no habría un enunciado fijo –reflejo de una
técnica vacía– sino que el modo en que la regla se hace aplicar (y, por ende,

2. Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos 2,


Buenos Aires, Siglo XXI, 2002, p. 567.
3. Ibid., p. 566.

22
LA REGLA FUNDAMENTAL Y EL DECIR ANALIZANTE

también las modalidades que redundan en la proliferación de obstáculos


al desarrollo de la cura) dependen de cada analista y de la singularidad del
encuentro que se haya producido entre éste y la premisa que rige el diálogo
que tiene lugar en el dispositivo. En otros términos, no hay un “saber” de
la regla, en el sentido de una formalización que sería aplicable universal-
mente. No obstante, sí puede proponerse una reflexión clínica acerca de
las condiciones que requieren la aplicación de la asociación libre.
En un primer apartado nos detendremos en los vínculos entre asocia-
ción libre e inicio de la cura, con el objetivo de cernir el fundamento de la
oferta de un tratamiento analítico; en el segundo de los apartados explici-
taremos las condiciones de la práctica del psicoanálisis, desde el punto de
vista de la asociación libre. En el tercer apartado plantearemos la relación
intrínseca que existe entre asociación libre, síntoma y transferencia.

El comienzo de un tratamiento analítico

En el momento de aprehender clínicamente el comienzo de un trata-


miento analítico cabe formular, al menos, dos preguntas cruciales: por
un lado, ¿quién decide el comienzo del tratamiento? Y, por otro lado, ¿en
función de qué coordenadas? El propósito de este apartado es demostrar
que el inicio de un análisis depende de una decisión del analista; es este
último el que elige aceptar a una persona como paciente y ofertarle el
dispositivo analítico como un modo de elaboración de su padecimiento.
No obstante, esta oferta no es arbitraria, ya que depende de circuns-
tancias específicas. En este apartado ubicaremos que una coordenada
capital4 es la aptitud para el cumplimiento de la regla fundamental del
psicoanálisis: la asociación libre. Dicho de otro modo, el analista decide
tomar a alguien como paciente cuando verifica que puede responder a
la regla analítica.

4. La otra circunstancia capital es que el consultante decida ceder el capital de goce que
el síntoma aporta para que la satisfacción se despliegue en asociaciones y, por ende, se
haga accesible a la intervención. Esta decisión, correlativa de la decisión del analista,
es –en sentido estricto– el “inicio del tratamiento”. Por ejemplo, una referencia freud-
iana para ubicar este pasaje es aquella en que expresa que para los neuróticos obse-
sivos su enfermedad tiene las características de una religión privada que ocultan y que
difícilmente están dispuestos a desplegar ante un oyente.

23
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

En este punto, podría contraponerse la siguiente inquietud: ¿acaso no


alcanza con que alguien evidencie un sufrimiento psíquico para que sea
considerado un candidato para analizarse? ¿El pedido de ayuda no podría
ser, a su vez, una condición más imperiosa que la mera atención al prin-
cipio de la asociación libre? A esta última pregunta podría responderse
con una recensión mencionada por Lacan en su conferencia “Psicoaná-
lisis y medicina” (1966), la de aquel enfermo que, luego de demandar
con insistencia ser tratado, cuando fuera citado nuevamente para dos
días después, dejó en manos de su madre ocuparse de que nada de eso
ocurriese; es decir, es el caso de aquellos que vienen a demandar que se
los preserve en la enfermedad.5 Y, podría decirse, es el caso general de toda
demanda, que pide el reconocimiento de una satisfacción antes de que
se la ponga en cuestión. No obstante, para desarrollar de un modo más
exhaustivo esta consideración, tomaremos un caso paradigmático de la
bibliografía freudiana: el caso de la llamada –por Lacan– “joven homo-
sexual”, que fuera llevada por sus padres a la consulta con Freud.
Una pregunta se desprende desde el comienzo de la lectura del informe
freudiano: ¿por qué Freud la toma en tratamiento si, al mismo tiempo,
sostiene que la muchacha no padece de ningún síntoma ni padecimiento,
ni –respecto de su orientación sexual– concibe otro modo de amar? En
este contexto, Freud formula tres “condiciones ideales” para el inicio de
un tratamiento:

“[La muchacha] no estaba frente a la situación que el análisis demanda,


y la única en la cual éste puede demostrar su eficacia. Esta situación,
como es sabido, en la plenitud de sus notas ideales, presenta el siguiente
aspecto: alguien, en lo demás dueño de sí mismo, sufre de un conflicto
interior al que por sí solo no puede poner fin; acude entonces al analista,
le formula su queja y le solicita auxilio.”6

Ahora bien, si la muchacha no cumplía con “la situación que el


análisis demanda” y, sin embargo, Freud decidió el inicio del tratamiento,
entonces, cabría pensar que estas “notas” no son condición suficiente. No
sólo cabría objetar la idea de que existe alguien dueño de sí mismo, sino la

5. Lacan, J. (1966) “Psicoanálisis y medicina” en Intervenciones y textos 1, Buenos Aires,


Manantial, 1985, p. 91.
6. Freud, S. (1920) Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina en Obras
completas, Vol. XIX, Buenos Aires, Amorrortu, 1994, p. 143.

24
LA REGLA FUNDAMENTAL Y EL DECIR ANALIZANTE

modalidad en que alguien puede pedir auxilio por un conflicto. De hecho,


en la continuación de la referencia, Freud menciona dos casos que cabría
pensar que permiten entender por qué estas condiciones no son exhaus-
tivas: el “contratista” y el “donante piadoso” (a los que podríamos llamar
también según sus nombres lacanianos: el rico y el religioso). El contra-
tista de una obra es alguien que efectivamente solicita que un conflicto
le sea “solucionado”; esto es, demanda que sea el Otro quien lo resuelva,
sin interrogar su posición en dicha coyuntura. Después de todo, ¡para
eso paga! El religioso, en cambio, está siempre dispuesto a interrogar su
posición (su culpa, su “gran” culpa), pero no está dispuesto a renunciar
a ella, y por eso busca hacerse reconocer como culpable –con el reaseguro
narcisista que eso implica– a través de un dispositivo como la confesión.
Y hay una distancia muy grande entre confesarse y encarnar la posición
de analizante. Por lo tanto, podría pensarse que estas condiciones ideales
–como las de todo ideal– están hechas para no ser cumplidas; o, mejor
dicho, que son meramente descriptivas y no alcanzan a dar cuenta del
motivo que podría decidir el inicio de un análisis.
De acuerdo con lo anterior, entonces, sería más atinado delimitar
condiciones estructurales, e intrínsecas al dispositivo analítico, para dar
cuenta de la decisión del comienzo del tratamiento. El párrafo en que
Freud justifica su elección de aceptar el tratamiento de la joven homo-
sexual se expresa en los siguientes términos:

“…los motivos genuinos de la muchacha, sobre los cuales tal vez podría
apoyarse el tratamiento analítico. […] quería someterse honradamente
al ensayo terapéutico…”7

En este punto, alguien podría sentirse extrañado por esta apelación


a la “honradez” de la joven homosexual, dado que se podría considerar
un rasgo yoico. Sin embargo, ya en “Sobre la iniciación del tratamiento”
(1913) Freud había destacado que la disposición y la expectativa del yo
respecto del tratamiento es algo de lo que el analista puede prescindir:
por lo general, aquellos que se presentan como más entusiasmados con
la idea de analizarse suelen ser los que huyen con el primer obstáculo,
mientras que aquellos que aducen cierta desconfianza terminan siendo,
ocasionalmente, los que mejor pueden sostener las condiciones del dispo-

7. Ibid, p. 147.

25
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

sitivo analítico.8 Asimismo, es en este último texto que, justamente,


Freud presenta la regla fundamental de acuerdo con lo que llama una
“promesa de sinceridad”:

“Diga, pues, todo cuanto se le pase por la mente. Compórtese como lo


haría, por ejemplo, un viajero sentado en el tren del lado de la ventanilla
que describiera para su vecino del pasillo cómo cambia el paisaje ante
su vista. Por último, no olvide nunca que ha prometido absoluta sinceridad,
y nunca omita algo so pretexto de que por alguna razón le resulta desagra-
dable comunicarlo.”9

Antes de detenernos en el comentario de esta indicación, cabe destacar


que no es esta una mención ocasional de Freud. Ya en el historial de Dora,
Freud se había referido a la “insinceridad” que motiva ciertas lagunas
del relato de un paciente, ya sea que por timidez o vergüenza “se guarde
consciente y deliberadamente una parte de lo que le es bien conocido y
debería contar”.10 Es interesante notar que, en este último caso, Freud
hable de lo que un paciente “debería” contar, asociado a lo que en la
referencia anterior era una “promesa”, como un modo de apreciar el
carácter coactivo que tenía en su formulación el comienzo del análisis.
En el apartado próximo nos detendremos con detalle en una descrip-
ción de esta fundamentación de la puesta en forma de la palabra anali-
zante a través de la asociación libre, con el propósito de esclarecer qué
tipo de imperativo se pone en juego en la regla analítica. Para concluir
este apartado sólo queda añadir un modo distinto de concebir las indica-
ciones de Freud a la “sinceridad”, la “franqueza”, etc., si es que no enten-
demos estos términos como predicados yoicos, dado que la palabra en
alemán (Offenheit) que las reúne denota cierto carácter de “apertura” del
ser hablante. En efecto, el inicio del tratamiento –y el motivo por el cual
Freud aceptó las entrevistas con la joven homosexual– coincide con la
capacidad del analista para hacer cumplir la regla fundamental y conse-
guir la apertura del discurso más allá de la conversación ordinaria, más
allá de la situación comunicativa corriente de yo a yo.

8. Cf. Freud, S. (1913) “Sobre la iniciación del tratamiento” en Obras completas, Vol.
XII, op. cit., p. 128.
9. Ibid., p. 136. [Cursiva añadida]
10. Freud, S. (1905) Fragmento de análisis de un caso de histeria en Obras completas, Vol.
VII, op. cit., p. 17.

26
LA REGLA FUNDAMENTAL Y EL DECIR ANALIZANTE

De este modo, que alguien padezca no es condición suficiente (sí nece-


saria) para invitar a entrar en el dispositivo analítico. Tampoco lo es que
haya un pedido de ayuda, ya que –como hemos visto– esa demanda no
suele ser un pedido de “desembarazarse” del síntoma –como sostuviera
Lacan en la Conferencia de Yale (1975)– y, en todo caso, esta última coor-
denada ya implica la puesta en marcha del dispositivo y se revela como
un efecto del mismo (es el analista quien incita a tener otra relación
con el síntoma que no sea padecerlo). Por lo tanto, la única coordenada
capital de apertura de un tratamiento analítico, de acuerdo con la inspi-
ración freudiana, es el cumplimiento de la regla analítica. Asimismo, de
este modo consideramos que debe ser entendida la sentencia de Lacan en
“La dirección de la cura…” cuando afirma que la orientación del trata-
miento “consiste en primer lugar en hacer aplicar por el sujeto la regla
analítica”.11 Pero, ¿en qué consiste un modo de hablar de acuerdo con
la asociación libre? Para esclarecer este aspecto es que en el apartado
próximo nos detendremos en un análisis pormenorizado de la defini-
ción dada por Freud.

Condiciones de la regla fundamental

De acuerdo con la formulación freudiana de la asociación libre en


“Sobre la iniciación del tratamiento” podría considerarse, en un primer
momento, el alcance de la metáfora del viajero: ¿acaso el cumplimiento
de la regla nos ofrece un discurso tan floreciente y continuo como el de
un viajero que mira por la ventanilla? En este punto, quizás el problema
no esté en la metáfora misma, sino en la paráfrasis y comentario que,
luego, Freud enuncia cuando indica que nada sea omitido –incluso lo
que se consideraría nimio, trivial, etc.–. Estas dos aristas de la concep-
ción de la regla fueron comentadas por Lacan en un apartado del artí-
culo “Más allá del principio de realidad” (1936), donde circunscribió el
trasfondo de la regla a partir de dos leyes básicas: la “ley de no omisión”
y la “ley de no sistematicidad”. No obstante, quisiéramos preguntarnos
si el cumplimiento estricto de estas dos leyes coincide con la puesta en
forma del discurso que requiere el inicio del tratamiento.
11. Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos 2,
op. cit., p. 566.

27
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

Por un lado, consideremos la situación de que alguien no omita nada


en el momento de hablar. El cumplimiento exhaustivo de esta condi-
ción podría ser parafraseado con la idea de que le regla fundamental
es un imperativo de decirlo todo. Sin embargo, ¿puede el psicoanálisis
propugnar aquello que justamente trata de verificar en su experiencia,
que la estructura cuenta con un indecible? Por otro lado, consideremos
el caso de que alguien no sistematice en absoluto su discurso. En este
punto, la regla podría ser parafraseada como un imperativo de decir cual-
quier cosa. Pero, ¿no es esta la situación que menos describe al anali-
zante y mejor ejemplifica el goce vacío de la defensa frente a un decir
que importe? De este modo, el cumplimiento de ambas condiciones –la
no omisión y la no sistematicidad– no parece ofrecer una descripción
precisa del uso de la regla en el análisis. Quizá la dificultad radique en
que lo hacen por la negativa, es decir, formulan lo que no hay que hacer.
Sin embargo, ¿no sería más provechoso deslindar qué prescribe proposi-
tivamente la asociación libre?
En este punto, las referencias del apartado anterior a la “promesa
de sinceridad” de la regla y la “insinceridad” inicial de quien consulta,
podrían colaborar con esta formulación: en definitiva, la propuesta freu-
diana radica en decir aquello que no quisiera decirse, lo que se prefe-
riría callar (aquí se recorta el sentido de la omisión), ya sea porque
causa vergüenza, timidez, etc., o bien porque se lo considera dispensable
(aquí cobra sentido el valor de la sistematización), lo que podría marcar
un antes y un después a partir de su comunicación. De este modo, la
regla fundamental prescribe el decir como acto y, antes que una impli-
cación con el padecimiento, un implicarse con el decir como acto. Por
eso, de algún modo podría decirse que el propósito de las entrevistas
iniciales en una consulta radica en que el futuro analizante consiga
escucharse y, ocasionalmente, advierta la división subjetiva intrínseca
al acto de hablar.
Por esta vía cobra relevancia también la referencia freudiana –expre-
sada en “Sobre la iniciación del tratamiento”– a lo “desagradable”.
¿Quiere decir esto que en un análisis se trata de decir cosas “terribles”,
“espantosas”, etc.? En absoluto. Lo “desagradable”, tal como Freud lo
enuncia, es justamente ese movimiento de discurso que destaca lo que se
elegiría sustraer; eventualmente son nimiedades, pequeños actos y deci-
siones, casi intrascendentes. Así cobra valor la ética freudiana de que

28
LA REGLA FUNDAMENTAL Y EL DECIR ANALIZANTE

por eso mismo debería ser dicho, no porque fuese “terrible”, “grotesco”
o “angustiante” –el deseo del analista no es un deseo de angustiar–,
sino porque el analista no puede condescender a la resistencia del yo.
En todo caso, se trata de sustituir la resistencia yoica –que preserva de la
división subjetiva– por la resistencia intrínseca al decir, con los ocasio-
nales efectos de liberación y verdad que produce este último. Por eso,
en última instancia, si la regla fundamental es un imperativo, no es el
imperativo perverso que apunta a la división subjetiva de la angustia (y
que, por lo general, deja mudo al otro), sino que el imperativo de la ética
del psicoanálisis puede resumirse en la idea de que la travesía del decir
puede producir efectos sobre el síntoma y, como única vía posible, no
acepta excusas ni sucedáneos.
Un modo paradigmático para ejemplificar la forma en que el analista
hace cumplir la regla fundamental se encuentra en el historial de Hombre
de las ratas. A la sesión siguiente de aquella en que Freud le comuni-
cara “la única condición de la cura”,12 esto es, la regla fundamental, el
Hombre de las ratas relata el famoso tormento que, a su vez, escuchara
del capitán cruel: un castigo particularmente terrorífico que se aplicaba
en Oriente… Entonces, el Hombre de las ratas se detiene y ruega se lo
dispense de los detalles. La respuesta de Freud no se hace esperar:

“Le aseguro que yo mismo no tengo inclinación alguna por la crueldad,


por cierto que no me gusta martirizarlo, pero que naturalmente no puedo
regalarle nada sobre lo cual yo no posea poder de disposición. Lo mismo
podía pedirme que le regalara dos cometas.”13

Distintas inflexiones pueden destacarse de la forma en que Freud


hace cumplir la regla fundamental en este momento: por un lado, es
interesante cómo interviene poniendo en cuestión cualquier suposición
de goce en el Otro de la transferencia (a pesar de que su posterior refe-
rencia al empalamiento demostrase que, quizá, crueldad no le faltara);
por otro lado, y más importante, Freud suscribe que el analista no puede
dispensar del cumplimiento de la regla ya que es condición de la práctica
analítica, del dispositivo como tal, independientemente de cada analista

12. Freud, S. (1909) A propósito de un caso de neurosis obsesiva (El hombre de las ratas) en
Obras completas, Vol. X, Buenos Aires, Amorrortu, 1988, p. 127.
13. Ibid., p. 133.

29
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

particular. No obstante, por último, es atractivo el matiz final –casi un


chiste, a partir de llevar la cuestión al absurdo– con que busca sostener el
acto. He aquí un rasgo de Freud como analista en singular, de su propia
posición y su saber hacer con el dispositivo.
De este modo, esta breve secuencia del historial del Hombre de las
ratas demuestra que el cumplimiento de la asociación libre, en lo que al
analista respecta, es un acto fundamental, que nada tiene que ver con
una recepción pasiva del discurso del analizante, y mucho menos con un
incentivo a que se diga cualquier cosa o se tenga la pretensión de decirlo
todo, sino –como bien lo demuestra el acto de Freud– que se diga eso
que preferiría no decirse, y cuyas consecuencias –por el mero hecho de
hablar– se quisieran evitar. La regla fundamental, entonces, denota el
acto del analista de sostener el decir del analizante, un decir que tenga
estatuto de acto e importe en lo real.

Asociación libre, síntoma y transferencia



Como hemos dicho en el primer apartado, la situación inicial de un
análisis ha sido suficientemente subrayada por Lacan en su “Confe-
rencia en Yale” (1975) de acuerdo con la presencia, en el consultante,
de la demanda de “desembarazarse” de un síntoma. No es vano recor-
darlo, en tanto que orienta la clínica psicoanalítica hacia aquello que le
da razón de existencia: la de acoger una demanda hecha desde un real
imposible de soportar. Sabemos, como luego desarrollaremos en el capí-
tulo destinado al síntoma, que este último no está ni por lejos definido
por su expresión efectiva en una demanda que pueda considerarse “de
verdad”. Es esperable inclusive que el padecimiento se encuentre apenas
esbozado en la demanda inicial del análisis. Sin embargo, la demanda
que el análisis puede recibir requiere como condición necesaria provenir
de aquello que ha impedido algo, que se ha puesto en cruz, en la vida de
quien solicita el análisis.
El sentido común podría inferir, entonces, que al partir de un reque-
rimiento tan definido como éste, es aconsejable la prescripción de que
en adelante el paciente hable de su síntoma sistemáticamente. ¿Cómo
dejar escapar esa oportunidad de hacer hablar de aquello por lo cual
el consultante nos ha visitado? Es ante esta situación que el análisis

30
LA REGLA FUNDAMENTAL Y EL DECIR ANALIZANTE

realiza su oferta inédita: ir en contra de todo intento de sistematización


del relato. Surge así la pregunta acerca del modo en que podría el relato
–que la regla fundamental propugna– cernir aquello tan específico que
ha comenzado a estorbar la vida del sujeto. En otras palabras, ¿de qué
modo un decir “liberado” de objetivos podría abordar un real específico
que hace sufrir?
En La interpretación de los sueños Freud afirma la virtud de este decir
que intenta prescindir de un amo rector y vectorizar el relato hacia el
padecimiento:

“Cuando pido a un paciente que deponga toda reflexión y me cuente todo


lo que se le pase por la cabeza, me atengo a la premisa de que no puede
deponer las representaciones-meta relativas al tratamiento y me consi-
dero con fundamento para inferir que eso que él me cuenta, en apariencia
lo más inofensivo y arbitrario, tiene relación con su estado patológico. Otra
representación-meta de la que el paciente no tiene sospecha es la de mi
persona.”14

¿Qué asidero tiene la inferencia freudiana? ¿Se sostiene exclusiva-


mente en una regularidad clínica que Freud halló en la experiencia o existe
una correspondencia lógica entre la dirección a la que lleva la asocia-
ción libre y la estructura íntima del síntoma? En otras palabras, ¿cómo
justificar la afirmación freudiana de que la regla fundamental permitiría
abordar el estado patológico?
Adelantamos ya que la asociación libre es un decir que tiene como
correlato una posición activa del analista para que se sostenga como
tal. La regla fundamental reserva una posición para el analista que no
puede pensarse como aquella pretendida por la ciencia positivista. No
se lo puede considerar un observador objetivo de un experimento. Por el
contrario, se espera que lleve adelante lo que Freud llamó “trabajo soli-
citante de la cura” y haga aplicar al consultante la regla a partir de la
demanda que se le realiza.
Lacan, en su intervención tras el comentario realizado por André Albert
(“El placer y la regla fundamental”),15 demuestra una vez más hasta qué

14. Freud, S. (1900) La interpretación de los sueños en Obras completas, Vol. V, Buenos
Aires, Amorrortu, 1988, p. 525. [Cursiva añadida]
15. Lacan, J. (1975) “Intervención tras la exposición de André Albert: ‘El placer y la regla
fundamental’”. Inédito.

31
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

punto su labor se basa eminentemente en un retorno preciso a la obra


de Freud. Afirma allí que la regla se orienta en oposición al principio
del placer, lo cual no implica llevar al analizante a sufrir más, sino invi-
tarlo a adoptar una modalidad de decir que se oriente a decir aquello que
intenta sustraerse de la formulación, hacia lo que “displace de ser dicho”.
Estas formulaciones, no únicas en la obra de Lacan, ya habían sido
anticipadas en la “La dirección de la cura…” (1958) donde cuestionaba
la noción de libertad supuesta en la asociación libre –cuestión sufi-
cientemente subrayada por Freud–, pero de tal modo que, en el mismo
golpe, enrarece lo que los hábitos mentales suponen como determi-
nismo inconsciente:

“El sujeto invitado a hablar en el análisis no muestra en lo que dice, a


decir verdad, una gran libertad. No es que esté encadenado por el rigor de
sus asociaciones: sin duda le oprimen, pero es más bien que desembocan
en una palabra libre, en una palabra plena que le sería penosa.”16

De esta manera puede sostenerse que la regla fundamental va derecho


a estrellarse con la resistencia, aunque no se trata en este caso de una
resistencia que pueda atribuirse a la mala voluntad del enfermo, a sus
defensas, sino de la resistencia propia de lo que excede al aparato signi-
ficante y no permite que la totalidad del afecto se encarrile por la senda
del principio del placer. Podemos, entonces, realizar la siguiente reflexión:
¿qué es aquello que para el psicoanálisis se encuentra más allá del prin-
cipio del placer sino es el síntoma? En el seminario 10 Lacan circunscribe
al síntoma a este terreno:

“… lo que descubrimos en el síntoma, en su esencia, no es un llamado


al Otro, no es lo que muestra al Otro; el síntoma, en su naturaleza, es
goce –no lo olviden– no tiene necesidad de ustedes como el acting out, el
síntoma se basta; es del orden de lo que les enseñé a distinguir del deseo,
el goce, es decir algo que va hacia la cosa habiendo pasado la barrera del
bien, es decir, del principio del placer, y por eso dicho goce puede tradu-
cirse por un Unlust.”17

16. Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos 2,
op. cit., p. 596.
17. Lacan, J. (1962-63) El seminario 10: La angustia, op. cit., p. 139.

32
LA REGLA FUNDAMENTAL Y EL DECIR ANALIZANTE

Encontramos, entonces, una vía que no sostiene la inferencia freu-


diana que mencionamos únicamente de la constatación de una regula-
ridad clínica, sino también de una articulación metapsicológica precisa.
En otros términos, el decir orientado por la regla de decir libremente lleva
a hablar de aquello que displace, es decir, la definición fundamental de
lo que constituye un síntoma. De esta manera cobra sentido cierta afir-
mación de Lacan que, en un inicio, parece un tanto enigmática

“Es el síntoma lo que está en el corazón de esta regla, a lo que se


apunta en el enunciado de la regla fundamental, es a la cosa de la que
el sujeto está menos dispuesto a hablar, es decir, de su síntoma, de su
particularidad.”18

Como hemos mencionado en un apartado anterior, un ejemplo para-


digmático de esta orientación se encuentra en el caso del Hombre de
las ratas, cuando Freud le indica a éste que complete la descripción del
tormento de las ratas en el punto en que para eso faltan las palabras.
Relato cuya desagradable vestidura no alcanza a disimular la paradójica
satisfacción en juego para el paciente de Freud. ¿Qué sucede a partir de
este trabajo solicitante de decir lo que displace? Justamente, la formu-
lación de una primera aproximación al gran temor obsesivo: “Inme-
diatamente me sacudió la idea de que eso (el castigo) le sucedía a una
persona que me es cara”.19
Llevar a decir lo que displace de ser dicho –espíritu del deseo del
analista encarnado en la acción desprendida de la regla que comanda
su dispositivo–, ir en contra del principio del placer, de lo que cierra en
una unidad de sentido coagulado a un más allá, conduce a hablar del
síntoma. De aquello que displace a lo que es unlust; y es por ello que
Freud insta al analista a sostener la asociación libre.
Enunciamos que el uso singular de la palabra que se promueve en el
diálogo analítico es la vía regia para hablar del síntoma, pero ¿qué otras
consecuencias tiene liberar la palabra de su uso habitual?
La referencia que adelantamos de La interpretación de los sueños contiene
aquella otra consecuencia de la regla fundamental que el psicoanálisis
18. Lacan, J. (1975) “Intervención tras la exposición de André Albert: ‘El placer y la regla
fundamental’”, op. cit.
19. Freud, S. (1909) A propósito de un caso de neurosis obsesiva (El hombre de las ratas) en
Obras completas, Vol. X, Buenos Aires, Amorrortu, 1988, p. 133.

33
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

descubrió por sorpresa. Parafraseemos lo que Freud dice allí: cuando el


analizante depone las representaciones meta conscientes cobran vali-
miento las representaciones meta inconscientes referidas al síntoma,
pero también: “otra representación-meta de la que el paciente no tiene
sospecha es la de mi persona”. Se trata, entonces, de la transferencia,
cuestión que abordaremos más extensamente en un capítulo posterior,
pero destacaremos aquí su vínculo con la regla fundamental.
La asociación libre conduce, es motor, de la transferencia. En “Sobre
la dinámica de la transferencia” (1912) Freud articula magistralmente
las nociones de síntoma, asociación libre, resistencia y transferencia en
los siguientes términos:

“Si se persigue un complejo patógeno desde su subrogación en lo cons-


ciente [llamativa como síntoma, o bien totalmente inadvertida] hasta
su raíz en lo inconsciente, enseguida se entrará en una región en donde
la resistencia se hace valer con tanta nitidez que la ocurrencia siguiente
no puede menos que dar razón de ella y aparecer como un compromiso
entre sus requerimientos y los del trabajo de investigación. En este punto,
según lo atestigua la experiencia, sobreviene la transferencia. Si algo del
material del complejo es apropiado para ser transferido sobre la persona
del médico, esta transferencia se produce, da por resultado la ocurrencia
inmediata y se anuncia mediante los indicios de una resistencia…”20

De este modo, la transferencia –al menos en su uso resistencial–


brota del esfuerzo mismo que implica el trabajo solicitante de la cura
que sigue los lineamientos de la regla fundamental. En este sentido, la
transferencia no es un fenómeno espontáneo sino que es una respuesta
a la incidencia del deseo del analista puesto en acto.
No hace falta evocar otro fragmento clínico que el situado arriba por
nosotros para ilustrar esta imbricación recíproca entre asociación libre
y transferencia. Al finalizar la sesión en la que Freud lleva al Hombre de
las ratas a decir aquello que escapa a la formulación en la descripción
del “tormento de las ratas”, el analizante no sólo da una primera aproxi-
mación a la forma de manifestación de su síntoma, si no que también
presenta un esbozo del Otro de la transferencia que se establece en el
tratamiento:

20. Freud, S. (1912) “Sobre la dinámica de la transferencia” en Obras completas, Vol. XII,
op. cit., p. 101

34
LA REGLA FUNDAMENTAL Y EL DECIR ANALIZANTE

“…al final de la segunda sesión se comportó como atolondrado y confun-


dido. Me dio repetidas veces el trato de ‘señor capitán’…”21

Por esta vía hemos abierto la puerta a los próximos capítulos: trans-
ferencia y síntoma, como conceptos fundamentales articulados. No
obstante, antes de abocarnos a su estudio, cabe realizar un rodeo que
recupere, una vez más, el acto del analista a través de la interpretación
–intervención que es subsidiaria del cumplimiento de la asociación libre
y fundacional del dispositivo analítico–.

21. Freud, S. (1909) A propósito de un caso de neurosis obsesiva (El hombre de las ratas) en
Obras completas, Vol. X, op. cit., p. 135.

35
La interpretación:
“entre” cita y enigma

¿Cuál es el lugar de la interpretación? Comencemos con esta


pregunta que titula un célebre capítulo del escrito de Lacan “La direc-
ción de la cura y los principios de su poder” (1958). ¿Qué sentido darle?
En una primera instancia, la inercia del espíritu crítico de la obra en
cuestión nos lleva a la suposición de que se trata de un planteamiento
acerca del “lugar” que la interpretación tenía en la comunidad analí-
tica en la época de su publicación. No es una lectura imposible. No
obstante, cabría insistir en la pregunta y explorar otra pendiente posible
de la misma, que nos lleva a interrogar acerca del lugar –dónde actúa–
la interpretación en su vertiente clínica, ¿sobre qué superficie realiza
el analista el acto interpretativo?
Entonces, para responder a esta pregunta específica, cabe afirmar
que la interpretación tiene un lugar cuyo soporte es lo que Lacan llama
“nuestra doctrina significante”,1 que subordina al sujeto a la función
significante –como sujeto del significante– y, por lo tanto, sobornado por
él; es decir, que es en el territorio fundado por el discurso pronunciado
por el analizante –en sus puntos de fractura, tal como Freud nos enseñó
a reconocer el punto de emergencia de las formaciones del inconsciente–,

1. Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos 2,


Buenos Aires, Siglo XXI, 2002, p. 574.

37
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

sometido a la regla fundamental, que el analista encuentra la superficie


donde se asienta el acto interpretativo. Sólo a partir del despliegue de
dicha superficie puede ubicarse el soborno del sujeto por el significante.
Este “soborno” fue esclarecido por Lacan en “Posición del incons-
ciente” (1964), al afirmar lo siguiente:

“…toda vez que el deseo hace su lecho del corte significante en el que
se efectúa la metonimia, la diacronía… retorna a la especie de fijeza que
Freud discierne en el anhelo inconsciente. Este soborno […] proyecta la
topología del sujeto en el instante del fantasma […] lo que es por no ser otra
cosa que el deseo del Otro.”2

La interpretación, entonces, ubica el punto fantasmático en que el


sujeto se encuentra detenido.
Asimismo, de acuerdo con Lacan en “La dirección de la cura…”, podría
decirse que la interpretación es un decir esclarecedor, que su producción
es de algo nuevo, y que a esta novedad se la efectúa como una transmu-
tación en el sujeto.3
Con estos elementos, podemos explicitar una definición “estricta” de
la noción de interpretación:

“La interpretación, para descifrar la diacronía de las repeticiones incons-


cientes, debe introducir en la sincronía de los significantes que allí se
componen algo que bruscamente haga posible su traducción –precisa-
mente lo que permite la función del Otro en la ocultación del código, ya
que es a propósito de él como aparece su elemento faltante.”4

De este modo, traducción por introducción brusca de un elemento


faltante, la interpretación opera en la sincronía significante para trans-
mutar la repetición diacrónica en la topología fantasmática del sujeto.
La interpretación debe producir algo nuevo a partir de alcanzar el goce
fantasmático que captura al sujeto. Dicho de otro modo, la interpre-
tación debe operar en la efectuación metonímica del deseo (como insa-
tisfecho o imposible) en el fantasma. Ahora bien, esta afirmación nos

2. Lacan, J. (1964) “Posición del inconsciente” en Escritos 2, op. cit., p. 823.


3. Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos 2,
op. cit., p. 574.
4. Ibid., p. 573.

38
LA INTERPRETACIÓN: “ENTRE” CITA Y ENIGMA

conduce al cuestionamiento acerca del modo en que este decir del dispo-
sitivo analítico puede lograr efecto semejante.
Con el propósito de dar cuenta de este aspecto específico de la inter-
pretación, comentaremos un breve recorte de un momento de un trata-
miento, para ubicar la alteración del goce fantasmático que produce la
interpretación. En este caso en particular, dicho movimiento se realiza
a través de la apertura hacia el equívoco –desde la determinación que
proponía una interpretación edípica, saldo de un tratamiento previo– de
la cadena significante. Retomaremos esta consideración en un apartado
posterior, de acuerdo con la concepción del sujeto propuesta por Lacan
en el seminario 11. No obstante, antes de dar cuenta de esta efectuación
de la interpretación en un caso clínico, realizaremos un breve rodeo
sobre una conocida sentencia lacaniana, referida al seminario 17, donde
se sostiene que la interpretación se encuentra entre la cita y el enigma.
Esclarecer el sentido de esta afirmación es de máxima importancia, no
sólo porque permite salvar ciertos extravíos habituales en el modo de
entenderla, sino porque permite situar lo que llamaremos “dos condi-
ciones” de la interpretación analítica y aproximarnos, entonces, al modo
en que la interpretación posibilita la introducción de la novedad.
Asimismo, para concluir, propondremos un apartado dedicado a la
cuestión de las relaciones entre interpretación y acting out, dada su impor-
tancia para la práctica clínica en función de una coordenada singular:
el tiempo de la interpretación.

Dos condiciones de la interpretación

En el tramo final de la clase del 17 de diciembre de 1969, en el semi-


nario 17, Lacan desarrolla una concepción singular de la interpretación,
al ubicarla entre cita y enigma. Si destacamos este carácter de “entre”,
es porque consideramos que no se trata de ver en la cita y el enigma dos
modos de la interpretación, sino dos condiciones de la misma. De este
modo, para dar cuenta de la estructura de la interpretación es preciso
poder definir, en primer lugar, qué son la cita y el enigma, para que la
definición inicial –de la interpretación– no redunde en una mera dupli-
cación del problema.

39
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

De acuerdo con Colette Soler (1984), la cita podría definirse como un


saber patente, que pone en suspenso la relación entre el decir y lo dicho
a través de la enunciación:

“La cita […] es más bien un enunciado de saber afirmado, salvo que se
refiere el enunciado a un nombre de autor. La cita, al ser referida a un
nombre de autor, introduce la dimensión de la enunciación, una enun-
ciación latente que hay que hacer surgir.”5

En sentido estricto, la cita sanciona que algo fue dicho, indicando la


posición y la sujeción de aquel que profirió el enunciado; por lo tanto, la
cita devela un más allá de lo dicho, a través del recurso a la enunciación,
y esto es independiente de la materialidad del significante. La cita, desde
este punto de vista, es una función –que, a su vez, tiene una estructura–
que puede prescindir de las aproximaciones descriptivas que la definan
como un “recorte de los dichos”, “tomar las mismas palabras”, etc. Por
ejemplo, podría considerarse como un caso de cita, en el historial del
Hombre de las ratas, aquel momento en que éste –luego de comunicar
que a los doce años había pensado en la muerte del padre como un modo
de granjearse el cariño de un niña–, revolviéndose contra la posibilidad
de expresar un “deseo” con dicha idea, Freud le objeta: “Si no era un
deseo, ¿por qué la revuelta?”.6 La intervención de Freud se dirige directa-
mente a la enunciación y confronta al Hombre de las ratas con su propio
decir. De este modo, en la cita se trata de develar la verdad latente del
enunciado proferido. Asimismo, como una consideración lateral, puede
advertirse cómo la interpretación es un soporte fundamental del cumpli-
miento de la regla fundamental. Dicho de otro modo, la interpretación
es un modo capital para que el analista sostenga el discurso analizante.
Lo mismo podría decirse del enigma, aunque en otra dirección. Un
enigma no es meramente un acertijo, sino una verdad cuyo saber se
encuentra elidido. Es el caso, por ejemplo, del enigma de la esfinge a Edipo.
Pero también de los refranes (tan útiles, al igual que las canciones, a la
hora de intervenir como analistas). ¿Quién sabe lo que realmente quiere
decir que “a caballo regalado no se le miran los dientes”? Y, sin embargo,
5. Soler, C. (1984) “Sobre la interpretación” en Acto e interpretación, Buenos Aires,
Manantial, 1984, p. 18.
6. Freud, S. (1909) A propósito de un caso de neurosis obsesiva (El hombre de las ratas) en
Obras completas, Vol. X, Buenos Aires, Amorrortu, 1988, p. 142.

40
LA INTERPRETACIÓN: “ENTRE” CITA Y ENIGMA

la frase no deja de ser efectiva, sumamente verdadera. No por la indica-


ción de la enunciación, dado que, a diferencia de la cita, el enigma no
tiene una estructura deíctica, sino porque indetermina el referente para
que sea el hablante quien defina el sentido de ese decir –nuevamente,
puede verse cómo aquí también la interpretación es un sostén capital
de la asociación libre–:

“El enigma consiste en formular una enunciación, que no es de nadie, y


que no corresponde a ningún enunciado de saber. En otras palabras, el
enigma es verdad sin saber. O, sí así lo prefieren, es la verdad cuyo saber es
latente o supuesto. Producir el enunciado queda a cargo del oyente.”7

Un ejemplo de intervención enigmática, por parte de Freud, en el


mismo historial del Hombre de las ratas, puede entreverse a continua-
ción de la secuencia anteriormente comentada, cuando aquél, defen-
diéndose de la intervención freudiana, dijera que la revuelta se debería a
“sólo el contenido de la representación: que mi padre pueda morir”;8 en
este punto, la respuesta de Freud no se hace esperar: “Trata a ese texto
como a uno de lesa majestad”.9 Con esta especie de refrán, Freud da a
entender que se castiga lo mismo a aquel que insulte al Emperador que
a aquel que diga que castigará a quien insulte al Emperador. Tanto en un
caso como en el otro, importa el estatuto de acto del decir en análisis,
más allá de quien lo diga. En este caso, el efecto es de indeterminación
de la consistencia de la posición discursiva del Hombre de las ratas, que
no podía reconocerse como deseante en su decir.
De este modo, en sentido estricto, cabría afirmar que ni la cita ni el
enigma son modos de la interpretación (y mucho menos son lo que habi-
tualmente creemos que son –la cita, una mera repetición de las palabras
del paciente; el enigma, una frase capciosa–), sino que son condiciones
del decir interpretativo. Condiciones necesarias, pero no suficientes.
Tenemos la idea de que las interpretaciones más interesantes son aque-
llas que producen este doble efecto: indican la enunciación, e indeter-
minan el sentido. En ambos casos el decir de la interpretación es un acto
que sostiene el cumplimiento de la regla fundamental. En relación con
7. Soler, C. (1984) “Sobre la interpretación” en Acto e interpretación, op. cit., p. 18.
8. Freud, S. (1909) A propósito de un caso de neurosis obsesiva (El hombre de las ratas) en
Obras completas, Vol. X, op. cit., p. 142.
9. Ibid.

41
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

el primer aspecto, la interpretación confronta al paciente con su decir;


en el segundo aspecto, la interpretación concierne al ser hablante con
su acto. Como un ejemplo de una interpretación que cumple con las dos
condiciones no hay más que pensar en aquel momento, una vez más, del
tratamiento del hombre de las ratas –en que a éste le gustaría preguntar
cómo es que la idea de la muerte del padre pudo acudirle intermiten-
temente a lo largo de su vida– cuando Freud le responde: “Si alguien
plantea una pregunta así, ya tiene aprontada la respuesta. No hay más
que dejarlo seguir hablando”.10

El caso Juana

Juana expresa entre sollozos que ha hecho muchos cambios en su


vida. Tenía un empleo y lo ha dejado para dedicarse a su vocación artís-
tica, pero se encuentra detenida. Su “inseguridad” la lleva a no tomar
decisiones y actuar en función de lo que quiere.
Juana comenta que realizó un tratamiento de una duración de cuatro
años. En él ha concluido que su madre la protegió demasiado y que
nunca la estimuló para que emprendiera nada. Ella siempre le presentó
el mundo como algo peligroso. Según lo que ha trabajado en su trata-
miento eso se debe a la historia familiar que la precedió.
Antes de que naciera Juana, en esa familia un hermano nació con
una enfermedad hereditaria muy limitante y de mal pronóstico. Dicha
enfermedad implicó que los padres de Juana estuvieran constantemente
al cuidado del niño. El niño no podía estar en contacto con el mundo,
sin que se pusiera en serio riesgo su vida. Este hermanito fallece tempra-
namente y Juana viene al mundo después. Alentada por su terapeuta ha
averiguado todo lo posible en relación a este hermano: características de
la enfermedad, tratamiento que recibió, la actividad de sus padres en rela-
ción a los cuidados del niño. Ha llegado inclusive a solicitar la historia
clínica de su hermano, la cual guarda en un cajón de su habitación.
Se concluye en ese tratamiento, entonces, que la protección excesiva
de la madre tiene como base la experiencia anterior con su hermano. Ella
ha nacido después que él y, por lo tanto, ha recibido una serie de cuidados

10. Ibid., p. 144.

42
LA INTERPRETACIÓN: “ENTRE” CITA Y ENIGMA

extremos para que no corriera igual suerte. Explica eso también, según
Juana, que se sienta por momentos culpable bajo la sentencia: “En lugar
de él viví yo”. “Estoy muy triste y ya no se qué hacer con eso. Me pongo
a llorar todo el tiempo”. En ese instante se rasca la cara y dice: “Ves, me
rasco tanto que me lastimo, la enfermedad de mi hermano tenía que ver
con la piel. Se le hacían lastimaduras al mínimo contacto”.
Juana sostiene que ha finalizado ese tratamiento, entre otras razones,
porque estaba cansada, triste y que nada cambiaba. En este punto, el
analista le dice que lo que ha concluido es evidentemente fruto de un
trabajo muy intenso con respecto a reconstruir las circunstancias que la
precedieron, pero que eso ha quedado de tal manera que pareciera explicar
todo lo que le sucede. Como si su historia estuviera escrita en aquella
historia clínica que ha guardado. “Me pregunto –dice el analista– si el
detenimiento se justifica enteramente por la historia que me ha relatado”.
Unido a esta cuestión pregunta cuánto tiempo después del fallecimiento
del hermano nace ella. “Dos años”, dice Juana. Sorprendido, el analista
exclama, para referir su dicho a la enunciación: “¡¿Dos años?!”.
En la siguiente entrevista se presenta con otro semblante y manifiesta
que se siente más aliviada. Pensó que su detenimiento tiene otras aristas
a pensar más allá de su hermano.
En cuanto a la prosecución de sus proyectos piensa que ella da muchas
vueltas para actuar y que se le va el tiempo. Le da algo de rebeldía hacer
las cosas en el tiempo que le exigen los demás, “me da como pereza”.
El analista interviene con una afirmación que busca un efecto enig-
mático: “Si me permitís, el rascarte se podría pensar bajo una nueva pers-
pectiva a la luz de lo que dijiste hoy”. Juana se ríe.
A partir esta entrevista se comienzan a trazar las coordenadas del dete-
nimiento. Es decir, se hace un recorrido por las circunstancias en las que
“da vueltas”, “se rasca” antes de salir de su casa.
Juana comienza a pensar que lo que le sucede se presenta más fuerte-
mente cuando sabe que en el lugar en el que va a participar “hay mucha
gente”. Aparecen, entonces, en ese público figuras críticas, otros que silen-
ciosamente dicen, en el terreno de la suposición, cosas que la degradan.
“Las miradas me dan ganas de escaparme. Demasiado control por lo
que los demás piensen de mí. Como si me retaran”. Las suposiciones
comienzan a poner en causa la detención.

43
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

Recuerda el modo en que se desenvolvía en su grupo de amigas durante


la adolescencia. En él, expresa, se sentía disminuida y “poco lanzada”.
Sobre todo cuando salían y alternaban con muchachos.
“Cuando me gustaba un chico me costaba hacérselo notar, daba
vueltas, me quedaba en silencio”. En general se lo hacía notar a sus
amigas, cuestión que repetidamente devenía en que una de ellas se
quedaba con el chico.
La detención en general se vincula con alguna dolencia física; de
preferencia gástrica, que la aísla de sus actividades. A partir de algunas
situaciones vivenciadas durante el tratamiento, se construye un patrón
para las dolencias.
Juana explica que, como compensación por permanecer en los espa-
cios en donde “le agarra cosa”, come “a los atracones”, por lo que tiene
que retirarse unos días hasta que se siente mejor.
En una ocasión, tras recibir elogios por su producción artística, le
pasa “esa cosa” que la incómoda, pero no entiende bien qué es. Al salir
de la situación, se indigesta por comer de más, cuestión que atribuye a
esa circunstancia elogiosa, pero vinculada a distintas “causas” que en
rigor son rótulos sobre su ser. “Tengo dificultades para aceptar que me
vaya bien. Soy obsesiva. Soy culpógena. Soy histérica…”.
El analista sugiere que le faltan pocos diagnósticos para completar las
opciones psicopatológicas conocidas. Juana se ríe y dice que no sabe cómo
llamar a lo que le pasa, pero que se lo quiere quitar de encima. El analista
le dice que llamar lo que le agarra “la cosa” es bastante más preciso que
nombrarlo con una categoría diagnóstica. Además, cabría pensar que,
por las circunstancias en las que le agarra, “la cosa” pareciera relacio-
narse con un momento en donde ella se muestra seductora.

El sujeto de la interpretación

A medida que Juana despliega su discurso llama la atención la consis-


tencia de la serie causal que explicaría su padecimiento de acuerdo con lo
decantado en el tratamiento anterior. El rol que se le da al lugar determi-
nado para la paciente por la historia de esa familia. ¿Es este el objetivo de
un análisis? ¿Buscamos en la historia a un sujeto plenamente determi-
nado por el lugar en que “éste ha sido esperado por el Otro”? ¿Nuestra

44
LA INTERPRETACIÓN: “ENTRE” CITA Y ENIGMA

acción es la de establecer esa constelación y confirmar su rol patógeno?


Nos preguntamos, ¿qué posibilidad existe de que se produzcan diferen-
cias si el análisis se dirige al reconocimiento de un saber sobre lo que ha
determinado al sujeto? Porque a esto se reduciría la interpretación si se
sostiene la dirección de la cura en ese sentido.
Se trata de una posible concepción de la interpretación, atada a
una concepción de la Otra escena. Otra escena histórica presente en el
discurso familiar que determinaría plenamente los destinos del sujeto.
Pero, de acuerdo con lo dicho en el primer apartado del este capítulo,
no sería este papel confirmador el que le toca a la interpretación. Ésta
apunta a la alteración de las relaciones del sujeto con cierta posición
fantasmática. La interpretación –al menos en el comienzo de un trata-
miento– apunta menos a ratificar un saber precedente, que a producir la
apertura del inconsciente que transmute el circuito de satisfacción ego-
sintónica. En el caso de Juana, en los párrafos posteriores a las inter-
venciones que inauguran el dispositivo y ponen en marcha la asociación
libre, puede notarse cómo va decantando una posición histérica frente
al deseo, consolidada entre la sustracción y la seducción.
En el seminario 11 Lacan nos permite encontrar una llave que permi-
tiría abrir un camino para la interpretación de acuerdo con este modo de
conceptualizar el inconsciente como apertura. Se trata de un modo ético
de concebir al inconsciente, que se expresa en forma pulsátil, asociado
a un estatuto del sujeto desde la indeterminación:

“Si tienen en mientes esta estructura inicial, ello les impedirá entregarse
a tal o cual aspecto parcial en lo tocante al inconsciente –por ejemplo,
que el inconsciente es el sujeto, en tanto alienado en su historia, donde
la síncopa del discurso se une con su deseo. Verán que, con mas radica-
lidad, hay que situar el inconsciente en la dimensión de una sincronía –en
el plano de un ser en el plano del sujeto de la enunciación, en la medida
en que según sus frases, según los modos, este se pierde tanto como se
vuelve a encontrar y que, en una interjección, en un imperativo, en una
evocación y aun en un desfallecimiento, siempre es él quien le afirma a
uno su enigma, y quien habla- en suma, en el plano donde todo lo que
se explaya en el inconsciente se difunde, tal el micelio, como dice Freud
a propósito del sueño, en torno a un punto central. Se trata siempre del
sujeto en tanto que indeterminado.”11

11. Lacan, J. (1964) El seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis,
Buenos Aires, Paidós, 1989, 34.

45
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

Retomando los términos utilizados por Lacan en “La dirección de la


cura….” pensamos que si bien el analista advierte los significantes que
regresan en la demanda (y en la enunciación) –aquellos en los cuales el
sujeto está “sobornado”, dado que los ha tomado del campo del Otro– va
en dirección opuesta a avalar el soborno y constituir un saber que coagule
la posición subjetiva. La política del análisis, consideramos, justamente
empuja al analista a conducir la interpretación en otro sentido. ¿En cuál?
No se trata de la promoción de un sujeto alienado a su historia, determi-
nado plenamente, sino la de un sujeto indeterminado y, por ende, capaz
de opción. Lacan lo dice en estos términos en el seminario 11:

“El análisis no consiste en encontrar, en un caso, el rasgo diferencial


de la teoría, y en creer que se puede explicar con ello ‘porque su hija era
muda’, pues de lo que se trata es de hacerla hablar, y este efecto procede
de un tipo de intervención que nada tiene que ver con la referencia al
rasgo diferencial.”12

Por su parte, Colette Soler sostiene que “la interpretación, en tanto


apunta a sostener el proceso del decir, no se satisface con ninguna elabo-
ración de saber. Al contrario, interviene por el equívoco cada vez que se
presenta una estasis sobre una significación de saber”.13 Se trata justa-
mente de un momento en el que, en el encuentro con el analista, el anali-
zante trae una significación que se opone a la aparición de la novedad.
En el caso de Juana puede apreciarse cómo una “convicción de saber”
tiene la particularidad de eternizar el sufrimiento y no permitir opción
en tanto genera un falso destino. El equívoco implica una respuesta que
suspende la convicción y hace surgir el enigma. En su puesta en acto
el analista no lleva al sujeto a alcanzar el saber, sino que permite que
se pueda establecer su falla y la dimensión de separación que hay entre
éste y el sujeto.

12. Ibid., p. 19.


13. Soler, C. (1989) “Transferencia e interpretación en la neurosis” en Finales de análisis,
Buenos Aires, Manantial, 2004, pp. 70-71.

46
LA INTERPRETACIÓN: “ENTRE” CITA Y ENIGMA

Interpretación y acting out

En el marco de “La dirección de la cura…”, luego de la definición de


la interpretación, Lacan ubica un tipo privilegiado de la misma sobre el
modelo de la rectificación subjetiva. Dicha rectificación consistiría en
“introducir al paciente a una primera ubicación de su posición en lo
real”. En este punto, el caso freudiano retomado en la lectura del escrito
es, nuevamente, el del Hombre de las ratas. He aquí la introducción del
entendimiento en la cura: el momento en que Freud le sugiere al joven
delirante su participación en el delirio a partir de introducirlo en la preci-
pitada sospecha de su saber anticipado sobre la persona que hubiese moti-
vado la deuda, es decir, la empleada de la estafeta postal.
El Hombre de las ratas es un deudor, y su deuda resuena como una
deuda de juego (Spielratten), abriendo el retorno de su destino en la vía del
padre y en la diplopía del obsesivo en la vida amorosa (el conflicto alre-
dedor de la elección de la amada y el matrimonio –Heirratten–). Dicho
de otro modo, esa primera posición en lo real del paciente consiste en la
extracción de un significante de la cadena (S1) para comandar el decurso
de las asociaciones fundando el campo de la transferencia. El despeje de
ese significante privilegiado, significante de la transferencia, es la repre-
sentación del sujeto (valga la declinación: introducir al paciente para
que advenga sujeto) en un significante que capitanea el retorno de los
otros significantes (S2) sobre los que luego, sistemáticamente, operará la
interpretación. Al cuestionar ese retorno, en las llamadas formaciones
del inconsciente, se iría despejando correlativamente el peso en lo real
de ese significante primero, para promover su derrocamiento. Curioso
proceder el del psicoanálisis: no habría promoción de despeje sin una
operación de despeje inicial, siendo que el cierre del procedimiento coin-
cide con su fórmula primera.
Hecha esta recensión inicial, acerca de la puesta en forma de la trans-
ferencia en el comienzo de un tratamiento, nos interesa plantear una
particular coyuntura que vincula interpretación y acting out. Para ello, nos
detendremos en un caso considerado por Lacan en diversas ocasiones: el
Hombre de los sesos frescos. En “La dirección de la cura…” Lacan resume
el drama subjetivo en los siguientes términos:

47
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

“Se trata de un sujeto inhibido en su vida intelectual y especialmente


inepto para llegar a alguna publicación de sus investigaciones, esto en
razón de un impulso de plagiar del cual parece no poder ser dueño.”14

Entonces, se trata de un universitario, especialmente afecto a los libros,


que comienza con Ernst Kris un segundo análisis, retomando el saldo que
el primer intento de Melitta Schmideberg había conseguido: vincular la
inhibición con el robo de libros y golosinas en la pubertad.
El procedimiento de Kris no apuntaría, esta vez, a un acceso directo
o rápido al Ello por medio de la interpretación –tal su modificación
técnica–; en todo caso, se trataría, luego de una descripción exploratoria
de la superficie psíquica, de clarificar el mecanismo de defensa implicado
en la inhibición de la actividad.
“Estoy en peligro de plagiar” es la expresión que comanda la presenta-
ción sintomática del paciente. Poco importa al analista que éste formule
su peligro con un “tono paradójico de satisfacción y excitación”, ya que
para Kris se trata de demostrarle que “quiere serlo para impedirse a sí
mismo serlo de veras”, es decir, el paciente se escatimaría al impulso por
medio de un inhibición defensiva. El modelo de la superficie (peligro) y
la profundidad (impulso del Ello) se articula en un gráfico concéntrico
de fuerzas contrarias.
Y, sin embargo, Kris no desestima del todo ese tono paradójico: “al
relatármelo me llevó a indagar con todo detalle sobre el texto que
temía plagiar”.15 Pero, ¿qué sentido puede tener aquí esta indagación?
No se trata de dilucidar cuál fue esa acción que Kris llamó su “amplio
escrutinio”,16 sino de atisbar el estatuto en que Kris formalizó el decir
del paciente sobre su plagio. Podría decirse que Kris dispone la oración
a partir de su semántica proposicional. Para Kris se trata de determinar
si la proposición “Existe x, tal que x es P(lagiario)” tiene valor de verdad
V o F, tal su determinación semántica y significación:

14. Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos 2,
op. cit., p. 579.
15. Kris, E. (1951) “La psicología del yo y la interpretación en la terapia psicoanalítica”
en Revista de la Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados, No. 17, Buenos Aires,
1991, p. 141.
16. Ibid., p. 148.

48
LA INTERPRETACIÓN: “ENTRE” CITA Y ENIGMA

“Una vez asegurada esta pista todo el problema del plagio se presentó bajo
una nueva luz. Sucedió que el eminente colega había tomado, en repe-
tidas ocasiones, las ideas del paciente…”17

Por eso, en función de esta consideración de la “realidad” en juego


en el decir del paciente, Lacan concluye que “Kris muy loablemente no
se contenta con los decires del paciente”,18 ya que parte del decir para
dirigirse a la realidad, es decir, a la significación. Otra cosa hubiese sido
retornar desde el decir hacia el decir mismo. En este último caso la inter-
vención hubiese apuntado a producir un efecto de sentido (distinto del
valor veritativo de la significación en la realidad) que valiese como ubica-
ción del sujeto en lo real, es decir, como rectificación subjetiva.
A partir de los elementos anteriores puede ahora intentarse una lectura
del acting out de los sesos frescos. ¿Cuál es el acting out? ¿Ir a comer sesos
frescos después de sesión? ¿Decir que se va comerlos? Si el acting out es
una escena mostrativa dirigida al analista, con valor correctivo, en la que
el deseo que sostiene al sujeto se muestra como otra cosa, la respuesta
es inequívoca: el acting out está en la “intuición repentina” por la que el
paciente informa de su conducta:

“En este punto de la interpretación estaba esperando la reacción del


paciente […] estaba en silencio […]. Luego, como si informara de una
intuición repentina, dijo: ‘Todos los días al mediodía, cuando salgo de
aquí, […] me paseo por la calle X […] y miro los menús detrás de las
vidrieras. Es en uno de esos restaurantes donde encuentro de costumbre
mi plato favorito: sesos frescos’.”19

Por un lado, podría pensarse que su motivación no puede ser sino


una respuesta a la intervención del analista extraviado de su posición por
“borrar el deseo del mapa”. Y sería algo cierto, dado que Kris interpreta
edípicamente la inhibición del paciente ubicando, como factor deter-
minante, la identificación con su padre. Este último, a diferencia de su
abuelo, no había dejado huella en su campo profesional. Pero no es la

17. Ibid., p. 147.


18. Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos 2,
op. cit., p. 579.
19. Kris, E. (1951) “La psicología del yo y la interpretación en la terapia psicoanalítica”,
op. cit., p. 148.

49
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

interpretación edípica la que tiene como respuesta el acting out. Luego


de esta confrontación, surge nuevamente el problema del plagio; esta vez
en relación con su colega. En este punto, cabe recordar que alguna vez
Lacan dijera que la interpretación de Kris no puede ser calificada como
menos que “justa”.20 Decirle al paciente que “sólo eran interesantes las
ideas de los demás, sólo las ideas que uno pudiera tomar de los otros”,
interpretar su atracción por esas ideas, alcanzar al sujeto en su relación
con el Otro, al saber supuesto al Otro sobre esas atractivas ideas (S2) no
es menos que concernirlo en su enunciación. Una interpretación justa.
Sin embargo, el acierto de esta interpretación se recorta sobre el malogro
del paso precedente que la hubiese habilitado para producir una trans-
mutación del sujeto: previamente Kris había desalojado la condición
de plagiario como representación del sujeto (S1). Por lo que la opera-
ción sobre el S2, sin el aislamiento lógicamente anterior del significante
fundante de la transferencia no hace más que reponerlo mostrándose
como otra cosa: ir a ver un plato favorito antes de almorzar. La mostra-
ción no es de sesos frescos, sino del hambre, de unas ganas anoréxicas
de comer. El extravío de Kris no está en la interpretación sino en la aper-
tura del campo transferencial.
De este modo, el caso de Kris es paradigmático para esclarecer que si
el conjunto de interpretaciones que el analista produce en la cura no está
orientado en la referencia de una rectificación subjetiva que las incardine,
la justeza de esas interpretaciones puede ser motivo de acting out. Kris lo
demuestra: allí donde alcanza al sujeto… no es sino para desalojarlo, en
vez de lograr su transmutación. El resultado de este apartado, entonces,
puede resumirse del modo siguiente: no son las malas interpretaciones
las que producen un acting out, sino aquellas fuera de tiempo, es decir,
las que no consideran el manejo de la transferencia. A este concepto,
entonteces, dedicaremos el próximo capítulo.

20. Lacan, J. (1953-54) El seminario 1: Los escritos técnicos de Freud, Buenos Aires, Paidós,
2005, p. 100.

50
Transferencia
y restos transferenciales

Es un punto cardinal del deseo del analista situar las coordenadas


del conflicto que se encuentra en la causa de la neurosis y, a través del
análisis de la transferencia, restituir al ser hablante su aptitud para elegir.
Podríamos decir, entonces, que el análisis es una invitación a elegir. No
algo “distinto”, o algo “nuevo” –con la reticencia que produce el ansia
contemporánea por la novedad, quizá como una forma de la indiferencia
histérica o el aburrimiento obsesivo– sino una invitación a elegir de otra
manera, de un modo que no esté comandado por la elección neurótica
de no elegir, de sustraerse del conflicto y, por lo tanto, vivirlo sintomá-
ticamente. Esta singularidad del deseo del analista era destacada por
Freud en sus Conferencias de introducción al psicoanálisis, cuando afir-
maba lo siguiente:

“La pieza decisiva del trabajo se ejecuta cuando en la relación con el médico,
en la transferencia, se crean versiones nuevas de aquel viejo conflicto, versiones
en las que el enfermo querría comportarse como lo hizo en su tiempo
mientras que uno, reuniendo todas las fuerzas anímicas disponibles (del
paciente), lo obliga a tomar otra decisión. […] Cuando la libido vuelve a ser
desasida de ese objeto provisional que es la persona del médico, ya no puede
volver atrás a sus objetos primeros, sino que queda a disposición del yo.”1

1. Freud, S. (1916-17) “28ª conferencia: La terapia analítica” en Conferencias de intro-


ducción al psicoanálisis en Obras completas, Vol. XVI, Buenos Aires, Amorrortu, 1989,
p. 414. [Cursiva añadida]

51
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

De este modo, la transferencia es la palestra en que mejor se comprueba


que la neurosis se opone al acto; y, por lo tanto, el deseo del analista puede
ser el soporte de la invitación a una forma de sostener el deseo que no
radique en la insatisfacción constitutiva del fantasma neurótico.
Como todo deseo, el deseo del analista es deseo de un deseo. Y por eso
es a través del ofrecimiento de ocupar un lugar en la forma de desear del
neurótico, que el analista puede tentar otra forma de encarnar el deseo.
Aunque también el analista podría ser resistencial –o, mejor dicho,
funcional a la neurosis–, por ejemplo, en la medida en que se empeñe
en verificar su saber doctrinario, y las tendencias y mecanismos que este
saber le supone al ser hablante. Lacan se refirió a este particular extravío
de la posición analítica en la clase del 3 de febrero de 1965 del semi-
nario 12 al sostener que “la neurosis de transferencia es una neurosis
del analista”.
El propósito principal de este capítulo radica en dar cuenta de este
aspecto resistencial, que puede obstaculizar la práctica del análisis, en
función de una consideración de aquello que en Análisis terminable e
interminable Freud llamara “restos transferenciales”. A partir de la eluci-
dación de un caso clínico –el Hombre de los sesos frescos– ubicaremos
una coyuntura específica de manifestación de este avatar clínico: los
saldos de saber cristalizados en análisis anteriores pueden operar como
sustento del padecimiento actual del paciente.
Estos restos transferenciales son el resultado de la coalescencia que
se produce entre la resistencia del paciente y la resistencia del analista,
lo cual eternizaría la neurosis de transferencia impidiendo la posibilidad
de ocurrencia de nuevas elecciones por fuera del mecanismo supuesto
por el saber doctrinario del analista. No obstante, antes de ubicar este
aspecto específico de la clínica de la transferencia, realizaremos un rodeo
que permita entrever las notas fundamentales del concepto, su vínculo
temprano con la resistencia desde la perspectiva freudiana, y la concep-
ción lacaniana de tres operadores clínicos capitales: el sujeto supuesto
saber, el algoritmo de la transferencia y el deseo del analista. De este
modo, la elaboración precedente al análisis del caso se propone trazar
los lineamientos generales sobre la actualización de un conflicto trans-
ferencial y el vínculo entre resistencia y saber.

52
TRANSFERENCIA Y RESTOS TRANSFERENCIALES

La concepción freudiana: transferencia y resistencia

La concepción freudiana de la transferencia puede resumirse en la


célebre frase que la considera “motor y obstáculo” de la cura. Motor,
porque no podría haber tratamiento posible de la neurosis si el síntoma
no se enlazase al analista. Obstáculo, porque Freud advierte que la trans-
ferencia se transforma en un interés para el clínico cuando sirve a los
fines de la resistencia.
De este modo, los tres grandes trabajos freudianos acerca de la cues-
tión (“Sobre la dinámica de la transferencia”, “Recordar, repetir y reela-
borar” y “Puntualización sobre el amor de transferencia”) tienen como
horizonte un problema concreto del dispositivo analítico: la interrupción
de la cadena asociativa. Asimismo, cada uno de estos artículos remite a
un aspecto específico de la concepción freudiana de la transferencia.
En “Sobre la dinámica de la transferencia” (1912), Freud define el
“clisé” o “serie psíquica” en que se incluye al analista2 a partir de “una
especificidad determinada para el ejercicio de la vida amorosa”,3 esto es,
como una condición de amor –vinculada con la satisfacción pulsional–
que se repite, de manera regular, en la trayectoria de una vida. Además, en
este artículo, Freud distingue dos modos de la transferencia: positiva (de
sentimientos tiernos) y negativa (de sentimientos hostiles). No obstante,
la transferencia positiva también requiere una nueva subdivisión, ya que
se descompone en sentimientos amistosos, o tiernos propiamente dichos
(pasibles de ser conscientes), y sus raíces inconscientes (que se remontan a
fuentes eróticas). La transferencia como obstáculo designa tanto la trans-
ferencia negativa como la vertiente erótica de la positiva.
Respecto de aquello que se actualiza en la cura, en “Recordar, repetir
y reelaborar” (1914), Freud sostiene que se “repite todo cuanto desde
las fuentes de su reprimido ya ha abierto paso hasta ser manifiesto”,4
es decir, inhibiciones, rasgos de carácter, pero, fundamentalmente, el
síntoma. Un ejemplo de enlazamiento del analista con el síntoma puede

2. Inserción que –como ya destacamos en el primer capítulo– es efecto de la aplicación


de la regla fundamental del análisis.
3. Freud, S. (1912) “Sobre la dinámica de la transferencia” en Obras completas, Vol. XII,
op. cit., p. 97.
4. Freud, S. (1914) “Recordar, repetir, reelaborar” en Obras completas, Vol. XII, op. cit.,
p. 153.

53
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

considerarse en el caso del Hombre de las ratas, cuando, en ocasión de


un sueño, se representa la muerte de la madre del analista; entonces,
dispuesto a escribir una tarjeta de condolencia se encuentra con que las
letras mudan en una carta de felicitaciones.5 De este modo, la estruc-
tura en dos tiempos del síntoma obsesivo, el modo particular de revivir
el conflicto, se actualiza con el soporte del analista.
Asimismo, es notable que en este artículo mencionado Freud consi-
dere como vía de la repetición el retorno de lo reprimido. El sueño del
Hombre de las ratas, dada su condición de formación del inconsciente,
lo demuestra. Pero también es preciso destacar que Freud menciona una
vía de retorno “más allá” de la represión:

“Aquí sucede, con particular frecuencia, que se ‘recuerde’ algo que nunca
pudo ser ‘olvidado’ porque en ningún tiempo se lo advirtió, nunca fue
consciente.”6

En consecuencia, también se actualizarían en el tratamiento vivencias


que nunca fueron reprimidas, y cuya forma de retorno resiste al signi-
ficante. En sentido estricto, es aquí que cabría considerar la puesta en
acto que promueve la transferencia –Lacan se refería a esta dimensión,
en el seminario 11, como una “puesta en acto de la realidad sexual del
inconsciente”–.7 En el caso del Hombre de las ratas, esta puesta en acto
puede apreciarse en el “doloroso camino de la transferencia”8 que final-
mente lleva al “convencimiento” de la construcción que Freud realizara de
un desaguisado sexual, a los seis años, por el cual el niño habría recibido
una reprimenda por parte del padre como perturbador del goce sexual.
Por último, “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia” (1915)
es un texto privilegiado para esclarecer la posición del analista frente a
la transferencia, y advertir que no es debido a un imperativo moral que
no se condesciende a la satisfacción amorosa, sino a la ética propia del

5. Cf. Freud, S. (1909) A propósito de un caso de neurosis obsesiva (El hombre de las ratas)
en Obras completas, Vol. X, op. cit., p. 152.
6. Freud, S. (1914) “Recordar, repetir, reelaborar” en Obras completas, Vol. XII, op. cit.,
p. 151.
7. Cf. Lacan, J (1964) El seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoaná-
lisis, Buenos Aires, Paidós, 1992, pp. 142-167.
8. Freud, S. (1909) A propósito de un caso de neurosis obsesiva (El hombre de las ratas) en
Obras completas, Vol. X, op. cit., p. 164.

54
TRANSFERENCIA Y RESTOS TRANSFERENCIALES

análisis: si respondiera con la satisfacción no podría más que otorgar


un nuevo sustituto a la neurosis; de este modo, la cura se dilapidaría y
perdería su orientación fundamental, el análisis de la transferencia:

“La cura tiene que ser realizada en la abstinencia. […] Lo que yo quiero
postular este principio: hay que dejar subsistir en el enfermo necesidad
y añoranza como unas fuerzas pulsionantes del trabajo y la alteración, y
guardarse de apaciguarlas mediante subrogados.”9

Es interesante notar que Freud sostiene que no se trata de responder


con la satisfacción, pero en absoluto dice que se trata de no responder.
“Ningún enfermo lo toleraría”.10 En todo caso, la respuesta del analista
tiene otras coordenadas: responder a la demanda con el deseo.
Tres consideraciones pueden extraerse de este rodeo por la concep-
ción freudiana del concepto de transferencia: por un lado, que la resis-
tencia pueda servirse de la transferencia indica la posibilidad de que el
analista pueda ocupar en el tratamiento un lugar distinto al de referente
ideal o soporte de la palabra; por otro lado, si la intervención privilegiada
del analista cuando se encuentra posicionado como sede de la palabra
(a través de las formaciones del inconsciente que propicia la asociación
libre) es la interpretación, en estos casos, debería pensarse en otra inter-
vención del analista que ya no sería el desciframiento significante; por
último, y como supuesto implícito de las dos observaciones anteriores,
en estos casos, el analista no sería convocado como significante, sino
como objeto (de odio o de amor).
En este punto, y como introducción a la elaboración lacaniana de
la transferencia, que consideraremos en el próximo apartado, cabe
preguntarse si acaso eso que Freud concibiera como resistencia, y obstá-
culo, no es el indicador clínico más significativo del desarrollo de un
análisis. Dicho de otro modo, si el verdadero motor del análisis no radi-
caría en esta inclusión del analista en la serie psíquica, como objeto
fantasmático, condición indispensable para el análisis de los modos de
satisfacción en un tratamiento, antes que en el decurso “tierno” de la
palabra asociativa; dicho en términos lacanianos, que ampliaremos en

9. Freud, S. (1915) “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia” en Obras completas,


Vol. XII, op. cit., p. 168.
10. Ibid.

55
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

el próximo apartado, la suposición de saber requeriría del enlace libi-


dinal como condición de posibilidad de la cura, para que un análisis
no sea sólo palabras.11

La elaboración lacaniana: de la relación dual a un


elemento tercero

En “La dirección de la cura y los principios de su poder” (1958),


Lacan emprende una crítica tenaz a la concepción del dispositivo analí-
tico entendido como una situación en la que se desarrolla una “relación
dual” entre paciente y analista, propugnada por las distintas variantes
del psicoanálisis posfreudiano. La crítica no solo recae sobre el posfreu-
dismo, sino también sobre sus propias concepciones, en tanto que la
noción de intersubjetividad había formado parte del ideario de Lacan
para conceptualizar el encuentro analítico.
¿Cuál es el motivo de tan acérrima crítica? En el seminario 8 lo expresa
del modo siguiente:

“La intersubjetividad, ¿no es acaso lo más ajeno al encuentro analítico?


Con sólo que asome, la eludimos, seguros de que es preciso evitarla. La
experiencia freudiana se paraliza cuando aparece […]. Me lo dice para
reconfortarme o para complacerme, piensa uno. ¿Quiere engatusarme?,
piensa el otro.”12

Según Lacan, dicha concepción representa una desviación peligrosa del


dispositivo fundado por Freud. En “La dirección de la cura…” afirma:

“La situación así concebida sirve para articular (y sin más artificio que
la reeducación emocional) los principios de una domesticación del yo
llamado débil por parte de un Yo que gustosamente se considera como
de fuerza para cumplir ese proyecto, porque es fuerte.”13

11. Cf. Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos
2, op. cit., p. 566.
12. Lacan, J. (1960-61) El seminario 8: La transferencia, Buenos Aires, Paidós, 2004, p.
20.
13. Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos 2,
op. cit., p. 568.

56
TRANSFERENCIA Y RESTOS TRANSFERENCIALES

Por esta vía, el procedimiento del análisis quedaría orientado a reducir


las desviaciones –imputadas a las fantasías transferenciales del paciente–
por parte de un analista que, sostenido de la autoridad (conferida por la
sociedad analítica de la que es miembro a través del “análisis didáctico”),
es el representante de la realidad. En otros términos, el psicoanálisis,
que nace de la renuncia a la hipnosis, deviene un grosero procedimiento
sugestivo por el hecho de ser concebido como un encuentro entre dos
sujetos. Lacan, entonces, denuncia una concepción que tiene como
efecto el establecimiento de un escenario propicio para que se desarro-
llen las pasiones del educador que en el mismo acto abandona el discurso
analítico.
Vale enfatizar que, de acuerdo con la concepción del análisis como
relación dual, el analista no tiene más remedio que invocar desesperada-
mente a la “realidad” como una entidad tercera que dirima el resultado
de la contienda. ¿Cuál es la propuesta lacaniana para salir del impase
sugestivo?
En la “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de
la Escuela”14 Lacan se refiere al primer momento de la experiencia, el
punto de empalme que se encuentra al inicio del análisis. Ubica allí el
establecimiento del sujeto supuesto al saber precisado con el algoritmo
de la transferencia, es decir, un conjunto finito de pasos ordenados que
permite resumir el montaje del soporte de la transferencia. Allí sostiene,
por ejemplo, que “el sujeto supuesto saber es para nosotros el pivote desde
donde se articula todo lo que tiene que ver con la transferencia”:15
   
S ——————————> Sq
———
s (S1, S2…Sn)

Precisemos los elementos que constituyen su estructura: a) S: el signi-


ficante de la transferencia –de un sujeto implicado–; b) Sq: Significante
cualquiera, que supone la particularidad que se indica con un nombre
propio; c) Debajo de la barra, s: representa al sujeto, reducido al patrón de
suposición, significación que ocupa el lugar del referente aun latente en
esa relación tercera; d) (S1, S2… Sn): los significantes en el inconsciente.
14. Lacan, J. “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la escuela”
en Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 266.
15. Ibid.

57
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

Se trata, entonces, de una reducción que realiza Lacan para circuns-


cribir la lógica en juego en el establecimiento de la transferencia. ¿Qué es
lo que aporta la noción de sujeto supuesto al saber? ¿Se trata tan sólo de
un proceso estándar que se encuentra en el inicio del análisis? En todo
caso, quisiéramos sostener que lo que tiene la apariencia de ser el esta-
blecimiento estandarizado de un andamiaje que da inicio al análisis se
nos presenta como la herramienta conceptual que termina de derribar
la concepción intersubjetiva de la situación analítica:

“Se ve que si el psicoanálisis consiste en el mantenimiento de una situa-


ción convenida entre dos partenaires que se asumen en ella como el
psicoanalizante y el psicoanalista, él no puede sino al precio del constitu-
yente ternario que es el significante introducido en el discurso que en él
se instaura, el que tiene nombre: el sujeto supuesto saber, formación esta
no de artificio sino de vena, como desprendida del psicoanalizante.”16

Repasemos, entonces, las coordenadas iniciales de un análisis: el


consultante, para quien el síntoma ha promovido un enigma, se ve
movido a dirigir una demanda a otro. Una demanda que puede reducirse
a un querer quitarse de encima aquello que ha roto su unidad imagi-
naria. El dispositivo analítico transforma esa demanda, a través del esta-
blecimiento del sujeto supuesto saber, en una demanda de significación.
Se produce allí una promesa de significación con respecto al significante
del síntoma –desarrollaremos esta cuestión con mayor detalle en el capí-
tulo siguiente–. La noción de sujeto supuesto saber despeja toda posibi-
lidad de entender que la respuesta que el enfermo espera sea dada por
el analista como persona, lo cual reduciría la configuración de la expe-
riencia nuevamente a una situación entre dos: paciente-analista. Tal
como lo expresara Lacan, la situación que se establece está sostenida del
sujeto supuesto saber, como un tercer elemento, que viene a mediar en
la pareja analizante-analista.
Si seguimos los caminos que delinea el algoritmo de la transferencia,
notaremos que la articulación del significante de la transferencia (de un
sujeto) con un significante cualquiera –esa particularidad recortada del
analista– hace suponer debajo de la barra un saber por advenir, que se irá
presentando en la medida en que se produzcan los hallazgos significantes

16. Ibid., p. 267.

58
TRANSFERENCIA Y RESTOS TRANSFERENCIALES

singulares en la asociación; es decir, hallazgos que constituyen un saber


(en la fórmula, connotado entre paréntesis) que, valga la redundancia,
sujeta a un sujeto, lo supone y lo implica como la significación correspon-
diente de la articulación de los significantes en el inconsciente –de aquí la
importancia capital que tiene para el psicoanálisis el saber textual por sobre
el referencial–. Citemos a Lacan para verificar cómo, de este modo, da su
último golpe de mandoble a la intersubjetividad y a la lectura apresurada
que implicaría suponer que es del analista de donde provendría el saber:

“Lo que nos importa aquí es el psicoanalista, en su relación con el saber


del sujeto supuesto… Está claro que del saber supuesto él no sabe nada.
El Sq de la primera línea no tiene nada que ver con los S en cadena de la
segunda y sólo puede hallarse allí por encuentro.”17

En función del desarrollo anterior, la introducción del algoritmo de


la transferencia y por ende del sujeto supuesto al saber –andamiaje de
la experiencia analítica– puede pensarse como un modo en que Lacan
inscribe la llave que abre una salida al impase de la concepción de la
relación dual. No se trata de un afán, por otra parte anti-analítico, de
protocolizar o estandarizar el inicio de la experiencia, sino del modo de
introducir la lógica de una terceridad que impide que el análisis se reduzca
a una práctica de dominación de un sujeto sobre otro.
Diremos, para finalizar este apartado, que esta estructura ternaria es
la que asimismo permite pensar el fin del análisis, en el sentido de que la
liquidación de la transferencia implica la caída del sujeto supuesto saber.
Dicho de otro modo, no se trataría del cese del encuentro con la persona
del analista, sino del desmontaje de la estructura que promueve la espera
de una significación que vendría a manifestar una verdad más sobre el
síntoma, cuestión que Lacan expresa en los siguientes términos:

“La estructura así abreviada les permite hacerse una idea de lo que ocurre
al termino de la relación de la transferencia, o sea: cuando por haberse
resuelto el deseo que sostuvo en su operación el psicoanalizante, este ya
no tiene ganas de confirmar su opción , es decir, el resto que como deter-
minante de su división, lo hace caer de su fantasma y lo destituye como
sujeto.”18

17. Ibid., p. 267.


18. Ibid., p. 270.

59
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

Como veremos en el siguiente apartado, implica esto también que los


hallazgos producidos en el análisis no redunden en la constitución de
un saber coagulado, sobre todo en los casos en donde la necesaria sepa-
ración entre el saber y la doctrina del analista no se lleva a cabo.

Restos transferenciales

En una segunda referencia de “La dirección de la cura…” Lacan afirma


que la concepción que un analista tenga de la transferencia y de la inter-
pretación se vincula directamente con la dirección de la cura y con las
consecuencias del análisis. En dicho texto, Lacan ilustra este punto con
un caso de Ernst Kris, habitualmente conocido como el “Hombre de los
sesos frescos”.
En este apartado nos proponemos explicitar la referencia anterior
de Lacan, a partir de un análisis específico del caso clínico en cuestión,
prestando especial atención a los saldos de saber de un tratamiento ante-
rior. El caso del Hombre de los sesos frescos es un caso privilegiado en
la bibliografía analítica no sólo porque ejemplifica las coordenadas de
ocurrencia de un acting out en la cura como respuesta a una determi-
nada intervención del analista, sino porque testimonia asimismo de un
primer análisis del paciente. En principio no pondremos aquí el acento
en el modo en que Lacan explica la ocurrencia del acting out, en función
de la intervención de Kris –quien niega que el paciente sea un plagiario
(tal como sus tentaciones lo sugerían)–, sino que lo tomaremos desde
otro sesgo, esto es, a partir del saber decantado del primer tratamiento
del paciente. Apuntaremos a pensar el modo en que los saldos de saber
del tratamiento anterior podrían ubicarse como sostén de la inhibición
que el paciente presenta en el momento de inicio del tratamiento con
Kris y, quizás también, del posterior acting out. En última instancia, este
apartado se propone formular una arista específica del concepto de trans-
ferencia en función de la pregunta por la terminación del tratamiento.
Dos fuentes permiten obtener datos del primer tratamiento del
Hombre de los sesos frescos. Por un lado, un artículo de su primera
analista, Melitta Schmideberg, titulado “Inhibición intelectual y tras-
tornos del apetito”, quien menciona al paciente dentro de una serie de
casos que confirman la tesis que el artículo sostiene. Por otro lado, el

60
TRANSFERENCIA Y RESTOS TRANSFERENCIALES

texto mismo de E. Kris. Cabe considerar ambas referencias de modo sepa-


rado, para luego interrogarlas de modo conjunto.
M. Schmideberg resume el drama subjetivo del modo siguiente:

“Un paciente que en la pubertad había robado, en ocasiones, principal-


mente dulces y libros, más tarde retuvo determinada inclinación al plagio.
Dado que para él la actividad estaba conectada con robar, el trabajo cien-
tífico con el plagio, pudo eludir estos impulsos reprensibles por medio de
una amplia inhibición de sus actividades y esfuerzos intelectuales.”19

La tesis de la autora –en rigor se trata de una hipótesis que toma de


Karl Abraham– podría ser expresada del modo siguiente: “La función
asimiladora de comer prepara la posterior comprensión intelectual”. Por
otro lado, también se informa de lo siguiente: “Todos los casos de inhi-
bición intelectual que he analizado remitían a una inhibición anterior
del apetito”.20 Por lo tanto, su conclusión es la siguiente:

“En general, puede decirse que los factores orales influirán de un modo
favorable en el desarrollo intelectual, cuando la avidez oral sublimada en
la pulsión de saber sea verdaderamente intensa, pero no si suscita, como
consecuencia de su sadismo, angustia o sentimientos de culpa.”21

Siguiendo esta reconstrucción argumental del artículo de M. Schmi-


deberg podría decirse que para un “buen desarrollo intelectual”, la avidez
oral, las mociones correspondientes a la etapa oral, deben ser subli-
madas, cuestión que no se llevaría a cabo si estas “tendencias producen
angustia y sentimientos de culpa”. La serie causal queda expresada del
siguiente modo:

Mociones orales intensas sublimadasPulsión de saber Buen desarrollo intelectual


Mociones orales intensas producen angustia y culpaInhibición intelectual.

El Hombre de los sesos frescos aparece, entonces, mencionado como


un caso que confirma una regla. De este modo, según Schmideberg,

19. Schmideberg, M. (1934) “Inhibición intelectual y trastornos del apetito” en Textos de


Referencia de la Asociación de Psicoanálisis Biblioteca Freudiana de Barcelona, 1986, p. 5.
20. Ibid., p. 2.
21. Ibid., p. 5.

61
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

la inhibición intelectual del paciente queda explicada por ese factor


pulsional oral intenso y la culpa que promueve. La inhibición sería un
modo de eludir los impulsos reprensibles.
Puede atenderse, en este punto, a la segunda de las referencias de este
primer análisis: la reconstrucción hecha por Kris a partir de lo que el
paciente dice de su primer tratamiento cuando consulta con un segundo
analista. El drama subjetivo, en esta segunda ocasión, es presentado en
los siguientes términos:

“En el momento de su segundo análisis, un paciente, un joven científico


de unos 30 años, ocupaba exitosamente una respetable posición acadé-
mica, sin poder alcanzar una posición más elevada debido a su incapa-
cidad para publicar alguna de sus prolongadas investigaciones. Esta, su
queja principal, es lo que lo llevó a buscar nuevamente análisis.”22

En pocas palabras, se trata de una consulta por una inhibición.


Respecto de su primer análisis, se afirma lo siguiente:

“El tratamiento inicial había producido considerables mejorías, pero los


mismos problemas aparecían bajo una nueva luz […]. Recordaba con
gratitud su análisis previo que había mejorado su potencia, disminuido sus
inhibiciones sociales, y producido un marcado cambio en su vida.”23

Por otro lado, cabe destacar una suerte de efecto didáctico de ese
primer análisis:

“En su primer análisis había aprendido que el miedo y la culpa le impe-


dían ser productivo, y de que él ‘siempre quiso apropiarse, robar, tal como
lo había hecho en su pubertad’. Estaba bajo la presión constante de un
impulso a usar ideas de los otros –las de un joven colega…”24

Resulta interesante el modo en que es enunciado aquello que habría


decantado del primer análisis. En él, el paciente parecía haber consoli-
dado un saber, “había aprendido” algo con respecto a una de sus tenden-

22. Kris, E. (1951) “La psicología del yo y la interpretación en la terapia psicoanalítica”


en Revista de la Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados, No. 17, Buenos Aires,
1991, p. 34.
23. Ibid.
24. Ibid. [Cursiva añadida]

62
TRANSFERENCIA Y RESTOS TRANSFERENCIALES

cias, había aprendido lo que él siempre quería hacer: robar, apropiarse,


etc., y que esto estaba en la causa de su inhibición. Reflejo sorprenden-
temente fiel de lo expresado por Schmideberg en el artículo que mencio-
nábamos anteriormente.
Debería advertirse, a partir de una comparación de ambos textos, que
la lectura de Kris resulta estar en absoluta concordancia con el saber
doctrinario que Schmideberg sostenía. Una codificación de las tenden-
cias, de lo pulsional, que deja al paciente con la convicción de lo que
desea, pero traducido a términos de un código establecido por la doctrina
psicoanalítica de la época. La tentación al plagio sería la expresión de
una tendencia oral intensa y la inhibición el resultado de un mecanismo
que reacciona a dicha tendencia.
A partir de esta breve descripción nos interesa proponer dos preguntas.
En primer lugar, ¿cómo es posible que un paciente llegue a sostener
una lectura sobre su historia que eternice su sufrimiento?; en segundo
lugar, si el saber que se desprende de un tratamiento, lejos de producir
una modificación en la posición subjetiva, promueve un nivel mayor de
detenimiento y padecer, ¿a qué debemos atribuir su permanencia y su
falta de cuestionamiento por parte del paciente? Otro modo de formular
ambas preguntas, teniendo en cuenta el caso en cuestión, podría ser:
¿cuál es la raíz que constituye el soporte de un saber que a todas luces
se encuentra en el fundamento de la inhibición en el momento de la
segunda demanda de análisis? Puede considerarse, en este punto, un
dato que Kris aporta de los dichos de su paciente en el momento en que
demanda el segundo tratamiento: “…le angustiaba que su analista ante-
rior se llegara a enterar de que él había reanudado su análisis ya que no
que no quería que su no retorno a ella pudiese herirla de alguna manera,
pero él estaba convencido de que después de los años trascurridos ahora
debía analizarse con un hombre”.
Pero, ¿de qué se trata esta angustia con respecto a “herir” a Schmi-
deberg? ¿En qué lugar se había preservado la figura de la analista para
ese paciente?
En la 28ª de sus Conferencias de introducción a psicoanálisis (1916-17),
titulada “La terapia analítica”, Freud sintetiza la trayectoria del trata-
miento de acuerdo con los preceptos analíticos –distinguiéndolo de las
terapias basadas en la sugestión– y manifiesta el destino que tiene la
figura del analista al finalizar el tratamiento:

63
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

“En cualquier tratamiento sugestivo, la transferencia es respetada cuida-


dosamente: se la deja intacta; en el tratamiento analítico, ella misma es
objeto del tratamiento y es descompuesta en cada una de sus formas de mani-
festación. Para la finalización de una cura analítica, la transferencia
misma tiene que ser desmontada y si entonces sobreviene o se mantiene
el éxito, no se basa en la sugestión sino en la superación de las resisten-
cias ejecutada con su ayuda y en la transformación interior promovida
en el enfermo.”25

A partir de esta referencia freudiana podría pensarse que, en el caso


del Hombre de los sesos frescos, no se había producido el desasimiento
con respecto a la figura del analista: el desmontaje de la transferencia
que Freud postula como necesario para el fin de análisis. Podría propo-
nerse que Schmideberg había quedado en un lugar determinado, encar-
nando determinada figura que no debía ser herida, un Otro que –como
lo expresa Freud– permanecía como objeto libidinal. Pero, ¿qué conse-
cuencias trae aparejadas la permanencia de este resto transferencial?
En este punto, la cuestión es que, tal como puede inferirse, en el caso
del Hombre de los sesos frescos, la permanencia del analista como objeto
libidinal trae aparejado la pervivencia de un saber, del cual el analista es
garante –que, como explicitamos en el apartado anterior, no debe confun-
dirse con el sujeto supuesto saber, en tanto que esta noción apunta a
circunscribir una matriz de producción de saber y no un saber cristali-
zado–. Un saber que continúa sosteniendo la inhibición, en tanto que
tiende a hacer consistir la existencia de tendencias y mecanismos supues-
tamente inherentes al sujeto. La “herida” de la cual el paciente quiere
proteger a Schmideberg no se produciría exclusivamente con respecto a la
persona del analista. Podría conjeturarse que se trata de una herida sobre
el saber del que es garante. Es una herida que en todo caso tampoco se
puede producir sobre el corpus de saber-resto del tránsito por ese primer
análisis. Este aspecto puede verificarse advirtiendo que Kris, al cuestionar
el tratamiento de Schmideberg, critica la relación a la técnica y no la
codificación que había producido en relación a las supuestas tendencias
del paciente. Kris afirma lo siguiente:

25. Freud, S. (1916-17) “28ª conferencia: La terapia analítica” en Conferencias de intro-


ducción al psicoanálisis en Obras completas, Vol. XVI, Buenos Aires, Amorrortu, 1989,
p. 414. [Cursiva añadida]

64
TRANSFERENCIA Y RESTOS TRANSFERENCIALES

“Ahora es posible comparar los dos tipos de enfoque analítico. En su


primer análisis, la conexión entre la agresividad oral y la inhibición en su
trabajo había sido reconocida: ‘Dado que para él la actividad estaba conec-
tada con el robar, el trabajo científico con el plagio, él pudo eludir estos
impulsos censurables recurriendo a una inhibición de amplio alcance en
su actividad y esfuerzos intelectuales’. El punto clarificado por el segundo
análisis concernía al mecanismo utilizado en la actividad inhibitoria.”26

Podría agregarse que sin cuestionar el saber cristalizado que el primer


análisis había producido en cuanto a las supuestas tendencias inherentes
a ese sujeto. No otra cosa es lo que Kris piensa como demostración de
la justeza de su intervención –al tener las características de un insight:
“Todos los mediodías, cuando salgo de aquí […] camino por la calle x y
miro los menúes en las vidrieras. En uno de esos restaurantes habitual-
mente encuentro mi plato preferido: sesos frescos”–. Podría pensarse
que esta declaración es, además de una rectificación a Kris, una especie
de reafirmación de lo “aprendido” en el primer análisis que sostiene la
neurosis y que podríamos expresar en los términos siguientes: por mis
tendencias orales no tengo otra posibilidad que robar o devorar ideas de
los otros tal como lo expresa el saber de mi analista anterior, que usted
no termina de cuestionar. Sigo siendo un caso que confirma la doctrina
de la cual mi anterior analista es garante.

26. Kris, E. (1951) “La psicología del yo y la interpretación en la terapia psicoanalítica”


en Revista de la Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados, No. 17, Buenos Aires,
1991, p. 34.

65
Los usos del síntoma

El propósito de este capítulo es exponer diversos usos del síntoma


en la cura analítica. Para dar cuenta de este objetivo tomaremos como
hilo conductor las transformaciones del mismo en el curso del trata-
miento.
En términos generales, podría entenderse por “uso” las funciones
pragmáticas que un concepto adquiere en sus diversas manifestaciones
clínicas. De este modo, el “uso” requiere la consideración de la singula-
ridad clínica del momento del tratamiento en que se manifiesta dicho
concepto, convirtiéndose entonces en un operador para la lectura de
la lógica del caso, así como las intervenciones propias que un analista
podría realizar con dicho operador clínico de acuerdo con la dirección
de la cura. El precedente inmediato de esta orientación puede rastrearse
en el artículo “El uso de la interpretación de los sueños en el psicoaná-
lisis” (1911), en que Freud sostiene lo siguiente:

“Abogo, pues, por que en el tratamiento analítico la interpretación de


sueños no se cultive como un arte autónomo, sino que su manejo se someta
a las reglas técnicas que en general gobiernan la ejecución de la cura.”1

En este contexto, con la expresión “reglas técnicas” Freud se refiere


principalmente a la transferencia y al momento del tratamiento en cues-

1. Freud, S. (1911) “El uso de la interpretación de los sueños en el psicoanálisis” en


Obras completas, Vol. XII, Buenos Aires, Amorrortu, 1988, p. 90.

67
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

tión, tal como sus escritos técnicos se ocuparon de demostrar. Cabe


destacar que la palabra “manejo” (Handhabung) también podría ser
traducida como “uso” –o bien como “empleo”, según fuera traducida por
López Ballesteros–. En cualquiera de estos casos, lo que se busca trans-
mitir es que no habría una teoría de la interpretación de los sueños que
pueda ser operativa clínicamente independientemente de la considera-
ción del momento del tratamiento en curso, y que es incumbencia del
analista poder servirse de las formaciones de la cura en función de la
coyuntura de los fines del análisis.
Otro precedente, mucho más reciente, en esta misma orientación, se
encuentra en el artículo de C. Soler “Acerca del sueño” (1988), donde
la autora distingue distintas funciones del sueño, articuladas a diversos
momentos del tratamiento: junto al sueño como metáfora, también
estaría el sueño en su condición “mostrativa”, destinado a presentar la
inserción de la pulsión en la formación onírica. El analista puede servirse
de esta doble vertiente con usos distintos: en el primer caso, el analista
realiza una invitación a la metonimia significante en la asociación libre;
en el segundo, cuando el sueño “muestra la invocación del sujeto fuera
del desciframiento”,2 el analista se sirve de aquél para indicar el “ser de
goce”3 que subtiende la sujeción inconsciente.
En este capítulo nos proponemos articular esta consideración del
“uso” clínico –ya no del sueño– en función de la lectura del síntoma en
el tratamiento analítico. De este modo, la cuestión general del síntoma
y sus transformaciones está asociada a dos variables específicas: por un
lado, las intervenciones del analista, que promueven la modificación del
estatuto del padecimiento; por otro lado, las elecciones del ser hablante,
que, coyunturalmente, puede variar su posición subjetiva y, por ende, su
relación con el síntoma en el trascurso del tratamiento. Las transforma-
ciones del síntoma en la cura analítica no se producen naturalmente, o
de forma espontánea, sino que requieren esta doble pertinencia; ambas
resumen –tienen conjugada relevancia en la determinación de su curso–
la dirección ética del tratamiento psicoanalítico, que Lacan enunció en
los siguientes términos:

2. Soler, C. (1988) “Acerca del sueño” en Finales de análisis, Buenos Aires, Manantial,
1988, p. 80.
3. Ibid., p. 81.

68
LOS USOS DEL SÍNTOMA

“Hasta cierto punto este penar de más es la única justificación de nuestra


intervención. […] Los analistas nos metemos en el asunto en la medida
en que creemos que hay otras vías, más cortas, por ejemplo.”4

De la ego-sintonía a la extra-territorialidad

La demanda a que el analista hace lugar, en las entrevistas prelimi-


nares al tratamiento, no siempre le presenta de modo frontal un síntoma.
Suele ocurrir que el síntoma se encuentre recubierto por la aceptación
que el paciente no ha tenido más remedio que efectuar con respecto al
cuerpo extraño que éste constituye.
De este modo, la primera posición del “síntoma” en el tratamiento
suele caracterizarse por la “ego-sintonía”. Decimos “síntoma” (entre
comillas), dado que en rigor el síntoma se encuentra velado por dicha
ego-sintonía. En resumidas cuentas, este último término indica que el
sujeto no reconoce al síntoma como sufrimiento, es decir, no advierte
que padece de él; por lo tanto, hay una acomodación relativa del yo al
síntoma.
Freud daba cuenta de este carácter “funcional” del síntoma –por
ejemplo, en Inhibición, síntoma y angustia (1926)–, cuando se refería a la
adaptación a que podía mover el padecimiento “mediante el enunciado
de que el yo se lo ha procurado únicamente para gozar de sus ventajas”.5
En este punto, su ejemplo más célebre es el del lisiado que jamás aceptaría
recuperar sus capacidades, dado que ha adquirido el hábito de depender
de su invalidez para sobrevivir. Asimismo, una segunda indicación freu-
diana al carácter sintónico del síntoma se encuentra expuesta en el caso
Dora, en los siguientes términos:

“El síntoma es primero, en la vida psíquica, un huésped mal recibido.


[…] Al comienzo no cumple ningún cometido útil dentro de la economía
psíquica, pero muy a menudo lo obtiene secundariamente; una corriente
psíquica cualquier halla muy cómodo servirse del síntoma, y entonces

4. Lacan, J. (1964) El seminario: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos
Aires, Paidós, 1987, p. 174.
5. Freud, S. (1926) Inhibición, síntoma y angustia en Obras completas, Vol. XX, op. cit., p.
95.

69
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

este alcanza una función secundaria y queda como anclado en la vida


anímica.”6

En este contexto, la “función primaria” del síntoma sería la evitación


del conflicto; ahora bien, la función secundaria sería el nombre propio de
lo que llamamos ego-sintonía. De acuerdo con estas referencias, se trata
aquí de presentaciones del padecimiento que no generan un enigma para
el que consulta. Retomando el caso Dora, por ejemplo, podría pensarse en
su reivindicación, al menos en el inicio del tratamiento, de que su padre
rompa relaciones con la señora K.7 O, también, lo podemos encontrar en
el escrupuloso rechazo de la herencia del padre en el Hombre de las ratas
y en el mandato de devolver las 3,80 coronas para honrar su deuda.8 Se
trata de formaciones que pueden llegar a producir un malestar, pero el
sujeto no quiere desembarazarse de ellos. No son del todo un problema,
sino más bien algo en lo que el consultante puede reconocerse, hasta
llevar como bandera. Por ejemplo, es de destacar que el Hombre de las
ratas tenía la esperanza de recibir un certificado de Freud que prescriba
que los demás le ayuden a cumplir el mandato en cuestión. Así, se trataría
en este caso de “esas formas de comportamiento obsesivo en las que el
sujeto no sólo no ha advertido sus obsesiones, sino que no las ha cons-
tituido como tales”, tal como lo expresa Lacan en el seminario 10.9
De este modo, puede notarse –como una primera observación– que la
“ego-sintonía” del síntoma en absoluto significa homeostasis, o ausencia
de padecimiento; en todo caso, se trata –de acuerdo con la indicación
anterior de Lacan– de un padecimiento “no advertido” que demanda
un gasto psíquico, sostenido en la función de desconocimiento consti-
tutiva del yo. En todo caso, en este momento, el síntoma puede llegar
a producir un malestar, pero no posee el empuje necesario como para
que el ser hablante quiera desembarazarse de él. Es por esto que resulta
un tanto problemático llamar síntoma en sentido estricto a estas coorde-
nadas del sufrimiento, ya que no implican la división subjetiva. No son

6. Freud, S. (1905) “Fragmento de análisis de un caso de histeria” en Obras completas,


Vol. VII, op. cit., p. 39.
7. Cf. Ibid., p. 24.
8. Freud, S. (1909) A propósito de un caso de neurosis obsesiva (el “Hombre de las ratas”)
en Obras completas, Vol. X, op. cit., p. 137.
9. Lacan, J. (1962-63) El seminario 10: La angustia, Buenos Aires, Paidós, 2007, p. 302.

70
LOS USOS DEL SÍNTOMA

del todo un problema, no son un enigma, sino más bien algo en lo que
el consultante apenas puede reconocerse.
El franqueamiento de la ego-sintonía del síntoma –es decir, cuando
éste demuestra sin ambages su vertiente de sufrimiento– constituye
entonces una condición excluyente para el comienzo de la cura analí-
tica. Sólo a partir de este umbral, el síntoma se consolida como “lo que
el sujeto conoce de sí, sin reconocerse en ello”.10 No obstante, este viraje
requiere de un acto por parte del analista. Un acto que redunde en la
localización de ese sufrimiento. Por ejemplo, en el caso de Hombre de
las ratas, ese acto puede ubicarse en la posición abstinente de Freud ante
el pedido del certificado. Freud no da lugar a ese pedido, y se hace claro,
entonces, que éste no es más que una extensión de los temores obse-
sivos. Sólo a partir de este punto el Hombre de las ratas demanda ser
liberado de las ideas obsesivas que lo empujaban a semejante mandato.
Situamos así la primera transformación que se produce en la cura: de la
conducta ego-sintónica a la localización del padecimiento, a través del
acto del analista. De este modo, el síntoma pierde su función secundaria
y puede recuperar su “extra-territorialidad” al yo;11 o, dicho nuevamente
con los términos del caso Dora: el síntoma debe ser notado como un
“huésped extraño” para que quien consulta no tenga más remedio –ya
no un remedio narcisista– que solicitar desembarazarse de él.
Como esta referencia indica, lo que queda alterado en este movimiento
es el reconocimiento narcisista en el síntoma (muchas veces expresado
como un rasgo de carácter: “soy así”) y, por lo tanto, el desconocimiento
yoico –de que para ese sufrimiento hay una causa inconsciente–.
En resumidas cuentas, este movimiento se realiza a partir de una
apuesta específica del analista: poner en cuestión la identificación narci-
sista y promover la producción de la división subjetiva. En el seminario
20 Lacan expresa este último punto en los siguientes términos:

“Decir que hay un sujeto no es sino decir que hay hipótesis. La única
prueba que tenemos de que el sujeto se confunde y que el individuo que
habla es su soporte, es que el significante se convierte en signo.”12

10. Lacan, J. (1972) “El seminario 21: Los nombres del padre o los no incautos yerran”.
Inédito, clase del 16 de noviembre.
11. Freud, S. (1926) Inhibición, síntoma y angustia en Obras completas, Vol. XX, op. cit., p. 94.
12. Lacan, J. (1972-73) El seminario 20: Aun, Buenos Aires, Paidós, 2005, p. 171.

71
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

De este modo, puede notarse que la división subjetiva no necesaria-


mente es un punto de partida en el tratamiento analítico. Que, en todo
caso, se trata de que el analista busque esa instancia en que el padeci-
miento haga signo de una afección por un saber inconsciente.
Ahora bien, cabe preguntarse si por esta vía ya se ha alcanzado la
formalización de un padecimiento que se ha transformado en un síntoma
pasible de ser interpretado en análisis. Es posible que sean necesarias
varias entrevistas preliminares al tratamiento y, como hemos dicho, la
intervención del analista, para que el síntoma muestre su cara de sufri-
miento y no sea reconocido como parte del yo. Pero, aunque se pueda
pensar aquí en una variación, todavía no se ha transformado en un
síntoma propiamente analítico. Para dar cuenta de esta precisión, podría
considerarse la oposición que Lacan establecía respecto del acting out:

“En su naturaleza, el síntoma no es como el acting out, que llama a la


interpretación, puesto que lo que el análisis descubre en el síntoma es
que no es llamada al Otro, no es lo que se muestra al Otro. El síntoma,
en su naturaleza, es goce, no lo olviden, goce revestido, no los necesita a
ustedes como el acting out, se basta a sí mismo.”13

Por lo tanto, la pregunta anterior parece haberse modificado, tomando


un carácter pragmático: ¿cómo hacer para que este padecimiento que
no necesita del analista, se avenga a transformarse en un síntoma que
dialogue y demande al Otro? Este “Otro” debe ser entendido en un doble
sentido: por un lado, un otro que encarne la función de sede de la palabra;
pero también, por otro lado, que represente la función de Otra escena,
es decir, que incite a la pregunta por el motivo de ese padecimiento. En
el seminario 10, Lacan orienta concretamente respecto del paso a realizar
para que suceda esta transformación:

“El primer paso del análisis es que el síntoma se constituya en su forma


clásica […]. Para que el síntoma salga del estado de enigma todavía infor-
mulado, el paso a dar no es que se formule, es que en el sujeto se perfile algo
tal que le sugiera que hay una causa para eso.”14

13. Lacan, J. (1962-63) El seminario 10: La angustia, op. cit., p. 139. [Cursiva añadida]
14. Ibid., p. 302. [Cursiva añadida]

72
LOS USOS DEL SÍNTOMA

Este no es un paso que se da naturalmente, sino que requiere de una


operación específica del analista. Pero, ¿a qué causa hace referencia el
psicoanálisis? ¿Cómo se perfila esta causa en el sujeto? En la “Confe-
rencia en Ginebra”, cuyo tema era el síntoma, Lacan resume este aspecto,
demostrando una vez más hasta qué punto su enseñanza seguía una
orientación freudiana:

“Lean un poco, estoy seguro que esto no les sucede muy a menudo, la
introducción al psicoanálisis. Hay dos capítulos sobre el síntoma. Uno
se llama ‘Los caminos de formación de síntoma’, es el capítulo 23, y se
percatarán luego de que hay un capítulo 17 que se llama Der Sinn, el
sentido de los síntomas. Si Freud aportó algo es eso. Que los síntomas
tienen un sentido y que sólo se interpretan correctamente –correctamente
quiere decir que el sujeto deja caer alguno de sus cabos– en función de
sus primeras experiencias, a saber, en la medida en que encuentre lo que
hoy llamaré la realidad sexual.”15

En consecuencia, para que tenga lugar una nueva transformación, se


trata entonces de poder hacer que el síntoma suelte uno de sus “cabos”,
es decir, algún sentido inconsciente del cual jalar, tirar y hacer posible que
el síntoma comience a dialogar con el analista. En este punto, ya hemos
franqueado un nuevo pasaje, en el cual el síntoma no sólo se define por
su extraterritorialidad, sino que se ha vuelto analizable.

Del síntoma analizable al síntoma analítico

Para introducir este nuevo movimiento nos valdremos de un pequeño


rodeo, de cuyo carácter literario extraeremos la imagen que permita anti-
cipar el concepto en cuestión. Según la ley argentina los propietarios limí-
trofes con los ríos están obligados a dejar una calle o camino público de
treinticinco metros hasta la orilla del río o canal. Los propietarios ribe-
reños no pueden hacer en ese espacio ninguna construcción, es decir, es
un espacio de terreno que se debe dejar liberado a ambas márgenes de un
río para permitir, libremente, el paso por allí. Este camino se conoce con

15. Lacan, J. (1975) “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma” en Interven-


ciones y textos 2, Buenos Aires, Manantial, 1989, p. 126.

73
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

el nombre de “Camino de sirga”. Esta denominación proviene de cuando


los barcos eran remolcados desde la orilla de los ríos porque tenían que
ir a contra corriente, por medio de cuerdas gruesas que se llaman, preci-
samente, “sirgas”. La navegación “a la sirga” era a tracción a sangre. Por
esos caminos hacían pie los “sirgueros”.
Podría decirse que este espacio –este camino de sirga– es semejante
a aquel Otro escenario psíquico inconsciente que el analista funda con
su interpretación para el trabajo del analizante-sirguero. Ocurre de este
modo que para el síntoma, que en su naturaleza no llama a la interpre-
tación, se perfila una causa, y puede ser tirado, como los antiguos barcos
a vela, al terreno de lo interpretable; para que sufra, entonces, una trans-
formación fundamental, que lo constituye como propiamente analítico
en tanto se dirige al saber inconsciente.
Este camino de sirga, entonces, es aquel Otro escenario psíquico que
alude a esa realidad sexual inconsciente en donde el dispositivo hace
lugar a la causa del padecimiento psíquico. De este modo, se inaugura la
suposición de un saber donde podría ubicarse el sentido de los síntomas.
Eventualmente, es la interpretación del analista –cuya “cuya función
primaria” ha destacado Gabriel Lombardi (1992)–16 la que promueve
este movimiento. En estos casos, la interpretación opera sobre la super-
ficie discursiva de las ocurrencias libres que causa el analista al hacer
aplicar la regla fundamental.
Un modo de cernir clínicamente esta operación puede encontrarse en
el caso del Hombre de las ratas, cuando Freud interviene haciendo surgir
la suposición de saber para los reproches que lo tildan de criminal. La
intervención de Freud es casi anodina, apenas le pregunta lo siguiente:
“¿Cómo seguirá usted hoy?”;17 y, entonces, el Hombre de las ratas relata
las circunstancias que rodearon el inicio del martirio de tacharse de
criminal: luego de la muerte del padre, a la que él no pudo asistir, en
ocasión de la muerte de una tía, el marido de ésta realiza un comentario
que –por una vía indirecta– pone en cuestión la reputación de su padre.
En este punto, la respuesta del Hombre de las ratas al comentario de su
tío es plenamente neurótica: se autorreprocha ser un criminal. En este

16. Cf. Lombardi, G. (1992) “La función primaria de la interpretación” en Hojas clínicas,
Buenos Aires, JVE, 2008.
17. Freud, S. (1909) A propósito de un caso de neurosis obsesiva (el “Hombre de las ratas”),
en Obras completas, Vol. X, op. cit., p. 138.

74
LOS USOS DEL SÍNTOMA

punto, Freud sostiene que “sólo un año y medio después del recuerdo
de su omisión […] despertó y empezó a martirizarlo horriblemente, a
punto tal de tacharse de criminal”.18 Para ese momento, el recurso habi-
tual para desculpabilizarse –el sostén narcisista en la compañía de su
mejor amigo– no alcanza para contrarrestar el reproche obsesivo. La
respuesta de Freud, entonces, dista de ser la de un partenaire imaginario
que ofrezca un soporte en el reconocimiento yoico, sino que su apuesta
metodológica avanza en la vía de poner en secuencia ese padecimiento
con una causa inconsciente:

“Cuando existe una mésalliance (literalmente casamiento desigual entre


personas de distinta posición social) entre contenido de representación
y afecto, o sea entre magnitud del reproche y ocasión de él, el lego diría
que el afecto es demasiado grande para la ocasión, vale decir, exagerado;
y que, por tanto, es falsa la conclusión extraída del reproche, la de ser un
criminal. Por el contrario el médico dice: ‘No el afecto está justificado:
la conciencia de culpa no es susceptible de ulterior crítica, pero aquel
pertenece a otro contenido que no es consabido(es inconsciente) y que
es preciso buscar el primero. El contenido de representación consabido
sólo ha caído en este lugar en virtud de un enlace falso’ […]. Sólo el hecho
del enlace falso puede explicar la impotencia del trabajo lógico contra la
representación torturante.”19

Esta interpretación, que apunta a la dimensión de la causa, posibi-


lita la transformación del síntoma –los reproches–, que ahora se dirige
al saber inconsciente y promueve el afloramiento de los recuerdos. Se
puede notar aquí que lo que resulta de la operación es lo que Lacan
escribe como algoritmo de la transferencia. Lombardi teoriza este movi-
miento del modo siguiente:

“El sujeto supuesto al saber, que es el nombre estructural lacaniano de lo


que Freud llamó transferencia es también un efecto de la interpretación, de
la interpretación que crea la transferencia (como amor al saber), o que la
consolida, de la interpretación que hace creer. Hace creer que se sabe sobre
la significación del síntoma ahora encarnado por la división del sujeto.
La ficción del sujeto supuesto al saber consiste en que el analista, con su
deseo articulado en el decir a medias de la interpretación, puede dar un

18. Ibid., p. 139.


19. Ibid.

75
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

sentido a algo que para el sujeto no lo tenía. No es que el analista sepa,


cosa que en general los analizantes no creen, sino que deseo del analista
articulado en la interpretación activa el sentimiento de que en alguna
parte se sabe sobre la significación del significante del síntoma.”20

En este punto, el síntoma deja de ser un enigma para convertirse en


una pregunta. El síntoma se decide a ceder parte de su goce, por amor
al deseo que viene del analista. Este podría ser un modo de entender
aquella afirmación de Lacan en el seminario 10 cuando sostiene que el
amor hace condescender el goce al deseo.21
Otro nombre lacaniano para este movimiento es el de “rectificación
subjetiva”22 en tanto orienta al sujeto a una implicación que no atañe
al yo, sino que revela, o tal vez produce, la división del sujeto. Podemos
decir que emerge, entonces, un sujeto que las nuevas cadenas asociativas
producidas implican, en tanto lo sujetan.
De este modo, el desciframiento en que consiste la interpretación
introduce al sujeto dividido entre los significantes de la asociación.
Volviendo al caso del síntoma del Hombre de las ratas, es notable la
respuesta novedosa que puede brindar el analista en comparación con
el amigo, que sólo podía reconfortarlo, reforzar su yo, sin ningún tipo
de eficacia sobre el síntoma.
La corroboración de esta transformación del síntoma, ahora dirigido
al espacio de suposición de saber –que permite la emergencia de los signi-
ficantes (marcas que afectan al sujeto) que están en la base del síntoma–
puede encontrarse a posteriori en los recuerdos que surgen en la siguiente
sesión, para los que el reproche de criminal parecen más adecuados. Por
ejemplo, en la sesión siguiente el Hombre de las ratas relata un hecho
de su infancia: amaba a una niña que no le correspondía, “y entonces
le sacudió la idea de que ella le mostraría amor si a él le ocurría una
desgracia; se le puso en la cabeza que esta podía ser la muerte de su
padre”.23 En este punto, surge como relámpago el pensamiento de que si

20. Lombardi, G. (1992) “La función primaria de la interpretación” en Hojas Clínicas,


Buenos Aires, JVE, 2008, p. 17.
21. Cf. Lacan, J. (1962-63) El seminario 10: La angustia, op. cit., p. 194.
22. Cf. Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos
2, Buenos Aires, Siglo XXI, 2002, p. 581.
23. Freud, S. (1909) A propósito de un caso de neurosis obsesiva (el “Hombre de las ratas”)
en Obras completas, Vol. X, op. cit., p. 142.

76
LOS USOS DEL SÍNTOMA

el padre muriese él heredaría y podría casarse con la dama. Cabe notar


que esta fantasía se vincula con el rechazo de la herencia, que habíamos
descripto como síntoma en su versión egosintónica; asociada también
al recuerdo de la ocurrencia que tuvo después de su primer coito: “Por
esto uno podría matar al padre”. En respuesta a estas asociaciones, las
intervenciones de Freud toman una vía específica: interrogar su posi-
ción ante el deseo.
Con estas coordenadas, el analista apunta a la dimensión de la causa,
lo que posibilita la transformación del síntoma –el tacharse de criminal–,
que ahora se dirige al saber inconsciente. Ahora bien, ese saber no debe
confundirse con un saber epistémico, sino que es un saber inconsciente
del cual se goza, y que busca actualizar una satisfacción en la cura misma.
De este modo, será el analista quien será jalado, sirgado, por esa repe-
tición de la que habla Freud en “Recordar, repetir, reelaborar” (1914)
–que no por nada se escribe wiederholen, y que contiene expresamente la
indicación de que para que algo sea retomado es preciso que se lo “jale”
(holen)–. En términos de Freud, podría ser dicho del modo siguiente:

“Caemos en la cuenta que no debemos tratar su enfermedad como un


episodio histórico, sino como un poder actual. Esta condición patológica
va entrando pieza por pieza dentro del horizonte y del campo de acción
de la cura y mientras el enfermo lo vivencia como algo actual, tenemos
nosotros que realizar el trabajo terapéutico.”24

El síntoma, entonces, pasa a tener un significado transferencial; es


decir, incluye al analista dentro de su estructura en tanto que se dirige a
él. En el caso del Hombre de las ratas, esta actualización puede ubicarse
en el momento posterior a que Freud comunica la construcción de su
escena de goce infantil. En este momento el Hombre de las ratas se para
y se aleja de Freud, porque teme ser pegado por él en línea con la cons-
trucción que Freud había hecho:

“En tal escuela de padecer, mi paciente adquirió poco a poco el conven-


cimiento que faltaba (con respecto a la construcción), pero así quedaba
expedito el camino para resolver la representación de las ratas. Entonces,
en el apogeo de la cura, se volvió disponible para establecer ese nexo

24. Freud, S. (1914) “Recordar, repetir, reelaborar” en Obras completas, Vol. XII, op. cit.,
p. 153.

77
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

una plétora de comunicaciones sobre detalles del hecho, hasta entonces


retenidas.”25

Es por esta vía que el análisis se abre paso a los complejos incons-
cientes –los significantes fundamentales en juego en el gran temor obse-
sivo–. De este modo, el síntoma se hace accesible a la interpretación a
través de la actualización del síntoma en transferencia.
Antes que interpretar un deseo de muerte, o de destrucción, Freud
apunta en la dirección de cernir las condiciones del deseo del Hombre
de las ratas, condiciones que en el análisis el síntoma no hace más que
desplegar en diversas formaciones del inconsciente, como el sueño en
que el Hombre de la ratas relata querer dar sus condolencias a Freud
por la muerte de su madre y, de acuerdo con el mecanismo de síntoma
obsesivo en dos tiempos –uno que anula al otro y lo invierte–, envía una
esquela de felicitación.
La dirección de las intervenciones de Freud puede notarse en una breve
secuencia que aísla la posición del Hombre de las ratas respecto de eso
que desea en sus ocurrencias. La orientación general de estas interpre-
taciones es formulada por Freud en los siguientes términos:

“Producir convencimiento nunca es el propósito de tales discusiones.


Sólo están destinadas a introducir en la conciencia los complejos repri-
midos, a avivar la lucha en torno a ellos sobre el terreno de la actividad
anímica inconsciente y a facilitar la emergencia de material nuevo desde
lo inconsciente.”26

El resultado de esta secuencia puede resumirse en las siguientes pala-


bras de Lombardi, que demuestran el pasaje desde el síntoma como
enigma al síntoma analizable a través de la interpretación y la apertura
del campo de la transferencia:

“Por esta vía, la interpretación dispara la transferencia, la provoca. La


transferencia es efecto de la interpretación. Lo importante es que como
efecto de la interpretación, el síntoma pregunta. El síntoma se decide

25. Freud, S. (1909) A propósito de un caso de neurosis obsesiva (el “Hombre de las ratas”)
en Obras completas, Vol. X, op. cit., p. 164.
26. Ibid., p. 144.

78
LOS USOS DEL SÍNTOMA

a ceder parte de su capital de goce, por amor al deseo que viene del
analista”.27

Asimismo, que la intervención que funda otro escenario psíquico tiene


consecuencias, es algo formulado por Lacan del siguiente modo:

“Siempre se corre un riesgo al menear las cosas en esta zona larvaria, y


tal vez pertenece a la posición del analista –si está de veras en ella– que
haya de ser asediado, realmente digo, por aquellos en quienes evocó ese
mundo de larvas sin haber logrado siempre sacarlas a la luz.”28

De esa franja de suposición, de ese espacio litoral fundado, surgen


los fenómenos propios de la transferencia; no tanto en su vertiente de
amor al saber, sino de rechazo de este último; obstáculo que en su artí-
culo “Sobre la dinámica de la transferencia” (1912) Freud deja en claro
que tiene que ver con el “jalar” del que hablamos antes:

“Si se persigue un complejo patógeno desde su subrogación en lo conciente


hasta su raíz en lo inconciente, enseguida se entrará en una región en donde
la resistencia se hace valer con tanta nitidez que la siguiente ocurrencia
no puede menos que dar razón de ella y aparecer como un compromiso
entre sus requerimientos y los del trabajo de investigación.”29

De este modo, si algo del material del complejo es apropiado para ser
transferido sobre la “persona” del analista, esta transferencia se produce.
Un proceso así se repite innumerables veces en la trayectoria de un
análisis, y ya da cuenta de un nuevo estatuto del síntoma en la cura: el
síntoma analítico, que se constituye en ese punto en que la cura oficia
como lugar de actualización del conflicto fundamental de la división
del sujeto y en que, por ejemplo, la neurosis se resuelve como neurosis
de transferencia.

27. Lombardi, G. (1992) “La función primaria de la interpretación”, op. cit., p. 17.
28. Lacan, J. (1964) El seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis,
Buenos Aires, Paidós, 1987, p. 164.
29. Freud, S. (1912) “Sobre la dinámica de la transferencia” en Obras completas, Vol. XII,
op. cit., p. 101.

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INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

¿Del síntoma analítico al síntoma analizado?

En términos generales, hoy en día suele decirse que el psicoanálisis


propone una nueva transformación para el síntoma que coincide con
la finalización de la cura: la identificación al síntoma; o bien, “saber
hacer” con el síntoma.30 No obstante, sería difícil sostener que Lacan
haya promovido una elaboración sistemática en torno a esta expresión,
que pertenece al final de su obra, y sólo aparece ocasionalmente en el
seminario.
En este último apartado, que, dado su carácter controversial en
distintas orientaciones del pensamiento lacaniano, requeriría un desa-
rrollo específico en un estudio independiente, indicaremos algunas consi-
deraciones generales, con la forma de un esbozo programático, al modo de
una reflexión conclusiva que sólo busca delimitar lineamientos precisos
en función del recorrido precedente de la exposición. En última instancia,
nos interesa dejar planteada la pregunta de si es posible proponer el
estatuto de un síntoma “analizado”, es decir, un síntoma que –una vez
concluido el proceso analítico– ya no interpelaría al ser hablante.
Por lo tanto, en este punto, preferimos dirigirnos nuevamente a la
interrogación freudiana: en la 28° conferencia de sus Conferencias de
introducción al psicoanálisis (1916-17)31 Freud propone que la finaliza-
ción del análisis supone el desmontaje de la transferencia de la mano de
la intervención del analista guiada por el principio soberano de la cura:
la abstinencia –ante las satisfacciones que pugnan por realizarse–. Con
Lacan, podría decirse que se trata aquí de la caída del sujeto supuesto al
saber. Este movimiento implica el advenimiento de un nuevo estatuto
para el síntoma, que ya no llama a que se diga una verdad más sobre él.
De este modo, podría aceptarse que se trata aquí de una suerte de agota-
miento del desciframiento inconsciente. No obstante, ¿quiere decir esto
que el síntoma ya no es productivo?
30. “Entonces, ¿qué quiere decir conocer? Conocer su síntoma quiere decir saber hacer
con, saber desembrollarlo, manipularlo. Lo que el hombre sabe hacer con su imagen,
corresponde por algún lado a esto, y permite imaginar la manera en la cual se desen-
vuelve con el síntoma […] Saber hacer allí con su síntoma, ése es el fin del análisis”.
Lacan, J. (1976-77) “El seminario 24: Lo no sabido que sabe de la una-equivocación
se ampara en la morra”. Inédito, clase del 16 de noviembre de 1976.
31. Freud, S. (1916-17) Conferencias de introducción al psicoanálisis en Obras completas,
Vol. XVI, op. cit.

80
LOS USOS DEL SÍNTOMA

En primer lugar, este síntoma no debe ser asemejado al síntoma en


estado salvaje, aquel que situamos como segundo en nuestro ordena-
miento. En su libro Síntoma y acto (1993) Gabriel Lombardi sostiene
que, en última instancia, el síntoma es incurable, y que, en todo caso,
el trabajo del análisis avanza en desconectarlo del Otro significante. Se
trata aquí de un síntoma que ya no busca el reconocimiento del Otro,
porque se ha apartado de la formulación de la demanda. Un síntoma
del que el sujeto ya no se queja y que ha devenido el “motor pulsional
de su acto”.32
Se trata, entonces, de un síntoma depurado de su sustrato fantas-
mático, sostenido en una letra de goce –singular– extraída del incons-
ciente; letra que sólo puede ser cernida vía los rodeos realizados por el
análisis, lo cual justifica “tanto” jalar. En la intervención que realizara
tras el comentario de André Albert sobre la regla fundamental, Lacan lo
expresa en los siguientes términos:

“Tanto hay que sudar que uno puede incluso hacerse un nombre, como
se dice, de ese sudor. Es lo que conduce en algunos casos al colmo, a lo
mejor que se puede hacer: una obra de arte.”33

No obstante, para dar cuenta de un modo más certero de este nuevo


estatuto del síntoma, y para cernirlo desde un punto de vista clínico, es
preciso recurrir a los testimonios del pase –dispositivo creado por Lacan,
entre otras cosas, para iluminar lo que sucede en el final del análisis–.
Recientemente se ha publicado un libro que permite apreciar la cues-
tión: Ecos del pase (2011),34 donde Marcelo Mazzuca expone el testimonio
de su análisis, y circunscribe finalmente lo que podría ser considerado
como una letra de goce extraída del síntoma, cierta posición que podría
ser nombrada como “caja de resonancia”. En este punto, el síntoma ya
no llama a que se diga una verdad más, sino que –podría decirse– queda
a disposición de la práctica de quien ha devenido analista.
De este modo, podría plantearse que no existe el síntoma analizado,
como algo estático, sino que el síntoma se vuelve analizante de otro modo.

32. Lombardi, G. (1993) Síntoma y acto, Buenos Aires, Atuel, 1993, p. 112.
33. Lacan, J. (1975) “Intervención sobre la exposición de André Albert: el placer y la
regla fundamental”. Inédito.
34. Mazzuca, M. (2011) Ecos del pase, Buenos Aires, Letra Viva-FARP.

81
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

De acuerdo con la referencia anterior de Lombardi, cabe sostener que el


síntoma por esta vía se vuelve motor pulsional del acto. El síntoma queda
como aquello que, en contra de la homeostasis, sin embargo, continúa
empujando en el sentido de promover un movimiento… Para retomar
la imagen metáfora de la sirga, podríamos concluir que, en este nuevo
estatuto, el síntoma es un “sudar” pero que ya no se padece, sino que
permite orientar la división subjetiva en la dirección del acto.

Las transformaciones del síntoma en la cura

En el curso de este capítulo hemos delimitado los diferentes momentos


que atraviesa el síntoma en un tratamiento analítico. El modo de circuns-
cribir estas diversas transformaciones del síntoma ha sido a través de
proponer como operador clínico la noción de “uso”, categoría cuya
función es precisar la instanciación concreta de un concepto a partir de
las particularidades de cada momento de la cura.
De este modo, hemos propuesto tres movimientos diacrónicos: a)
de la ego-sintonía a la extra-territorialidad; b) del síntoma analizable al
síntoma analítico; c) del síntoma analítico al síntoma analizado, siendo
que en este último punto hemos decidido problematizar la cuestión y
seguir sosteniendo que el síntoma “continúa” siendo analizante aún en
el fin del análisis, aunque de un modo diverso.
Cinco estatutos del síntoma se desprenden de esta elaboración: el
síntoma como padecimiento (que el yo desconoce a través del reconoci-
miento narcisista y el beneficio secundario); el síntoma como enigma (en
la medida en que recupera su carácter de ajenidad y de “huésped extraño”
al yo); el síntoma como pregunta (a través de la función primaria de la
interpretación, que impulsa la apertura a la interrogación por la causa y
el amor al saber); el síntoma propiamente analítico (de acuerdo con su
enlace en la figura del analista, que se resuelve como neurosis de trans-
ferencia); el síntoma como motor pulsional del acto.
Estos cinco estatutos del síntoma permiten apreciar cinco formas
correlativas de usos del mismo, que en la exposición han sido presentados
de forma lateral y aquí cabe explicitar formalmente: el uso “narcisista”
del síntoma, por parte del paciente, y al que el analista debe responder
sancionado el exceso que le toma esa satisfacción; el uso “metodológico”

82
LOS USOS DEL SÍNTOMA

del síntoma (de acuerdo con la formulación indicada del seminario 20)
por parte del analista, que reconduce su manifestación como signo a
la interpelación significante; el uso “del saber” del síntoma que hace la
neurosis misma, a través de responder a la intervención del analista con
la forma de la suposición transferencial; el uso “de goce” del síntoma a
que lleva al cierre del inconsciente y la presentación de la satisfacción
en la transferencia; el uso “actual” del síntoma que queda al analizante
una vez concluido el desciframiento inconsciente y la caída de la supo-
sición de saber.
En términos generales, podríamos nombrar esos cinco usos con
términos propios que permitan aprehender el movimiento esquemático
de un análisis: Yo, sujeto, inconsciente, objeto, acto.
Para concluir, entonces, proponemos el siguiente cuadro que grafique
el recorrido argumental de este capítulo en una distribución programá-
tica de los conceptos elaborados:

Síntoma Uso Operador clínico

Ego-sintonía Narcisista Yo

Enigma Metodológico Sujeto

Pregunta Saber Inconsciente

Síntoma analítico Goce Objeto a

Motor pulsional Actual Acto

83
El acto del duelo,
el duelo como acto

“¿Por qué, a ciertas horas, es tan necesario decir: ‘Amé


esto?’. Amé unos blues, una imagen en la calle, un pobre
río seco del norte. Dar testimonio, luchar contra la nada
que nos barrerá. Así quedan todavía en el aire del alma
esas pequeñas cosas, un gorrioncito que fue de Lesbia,
unos blues que ocupan en el recuerdo el sitio menudo
de los perfumes, las estampas y los pisapapeles.”
J. Cortázar, Rayuela (1963)

En uno de los cuentos de su libro Fuegos (1936), la escritora Marguerite


Yourcenar afirmaba (en la voz de la narradora) que “muchos hombres se
deshacen, pero pocos hombres mueren”.1 El relato –titulado “Patroclo o
el destino”– recreaba el canto XXIII de la Ilíada, que narra los ritos funera-
rios que son dedicados al amado de Aquiles, quien se hubiera presentado
por la noche ante su amante en calidad de fantasma (psyché eídolon) soli-
citando encarecidamente una sepultura humana. Patroclo no podía morir
hasta tanto no se realizara el duelo que, simbólicamente, inscribiera su
pérdida. G. Agamben describe este pasaje en los siguientes términos:

“Aquiles ha velado toda la noche junto a la hoguera donde se consume


el cuerpo de su amigo, llamando a gritos a su alma y derramando vino
sobre las llamas, o desahogando ferozmente su dolor en el cadáver inse-
pulto de Héctor. De pronto, el ensañamiento da lugar al placer jovial y al

1. Yourcenar, M. (1936) Fuegos, Madrid, Alfaguara, 1988, p. 46.

85
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

entusiasmo agonístico que suscita la contemplación de la carrera de carros,


los combates de pugilato, la lucha y el tiro con arco…”.2

La elaboración de la pérdida, que transfigura el dolor en cierto “placer


agonístico”, resuelve la ausencia permitiendo la aparición de nuevas acti-
vidades, una recuperación “jovial” de la vida ordinaria. No obstante,
¿quiere decir esto que el objeto perdido ha sido sustituido? ¿Por qué tipo
de objeto se hace un duelo? ¿Qué tipo de cicatriz deja la desaparición
del objeto amado?
En este capítulo inicialmente tomaremos la literatura como hilo
conductor para describir la función del duelo, en su relevancia para el
psicoanálisis. Para ello, tomaremos un material disponible en la biblio-
grafía para explicitar el aporte que puede realizarse al tema en cuestión:
la lectura lacaniana de Hamlet, obra literaria que fuera elevada por Lacan
en el seminario 6 al estatuto de caso clínico. A Hamlet, lo mismo que
Aquiles, le ocurre encontrarse con un fantasma –aunque con consecuen-
cias diferentes–. Propondremos que la concepción del duelo en El deseo
y su interpretación3 ubica dicha función simbólica como una operación
clínica fundamental: en el seminario mencionado el duelo es conce-
bido como el soporte capital del acto. Dicho de modo taxativo, desde
la perspectiva lacaniana, sin duelo no hay acto. Y esta tesis es mucho
más amplia (y, al mismo tiempo, más estrecha) que sostener que exista
un duelo en la adolescencia, un duelo en la infancia, etc. Dicho de otro
modo, el duelo es estructural (y estructurante), pudiendo instanciarse de
distintas maneras en los diversos casos concretos que la clínica presenta.
Asimismo, propondremos que la puesta en acto de un duelo puede ser
el motivo del inicio de un análisis, como lo demuestra un célebre caso de la
literatura analítica: el caso Frida, de M. Little. Luego de una exposición de
consideraciones generales acerca de la teoría del duelo en el psicoanálisis,
y de un explicitación de los elementos propios de la lectura lacaniana del
caso Hamlet, nos detendremos en el caso mencionado con el propósito de
esclarecer una secuencia clínica que permita ubicar los elementos antedi-
chos y una hipótesis clínica capital: el duelo no necesariamente es la opera-
ción de salida de un análisis, sino que puede ser un modo de entrada.

2. Agamben, G. (1978) Infancia e historia, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2003, p. 117.
[Cursiva añadida]
3. Lacan, J. (1959) El deseo y su interpretación. Inédito.

86
EL ACTO DEL DUELO, EL DUELO COMO ACTO

Teoría del duelo

La clínica freudiana podría ser entrevista en su conjunto a partir de


la función del duelo. Es el caso de Elizabeth von R. (1895),4 para quien
la muerte del padre había sido un acontecimiento capital; o bien del
“Hombre de las ratas” (1909), que aún seguía temiendo la posibilidad
de tormentos para su padre… muerto.5
La concepción freudiana del duelo –tal como fue compendiada en
“Duelo y Melancolía” (1915)– podría ser resumida en dos proposi-
ciones estrictas: por un lado, el duelo es un “trabajo”, que implica la
posibilidad de desasimiento libidinal del objeto amado; por otro lado,
la regresión que subtiende la pérdida del objeto en cuestión se conso-
lida como una identificación. Este último punto es el que fuera elabo-
rado sistemáticamente en el ensayo Psicología de las masas y análisis del
yo (1921) y expuesto clínicamente, de forma anticipada, en el informe
de tratamiento de la joven homosexual (1920) –quien luego de “dar la
espalda” al padre quedara identificada a éste en una posición mascu-
lina–. La continuación de esta línea de pensamiento se encuentra en El
yo y el ello (1923) donde Freud sostiene que en “mujeres que han tenido
muchas experiencias amorosas uno cree poder pesquisar fácilmente los
saldos de sus investiduras de objeto”.6
En este punto, cabría destacar que la concepción freudiana del duelo
alcanza una formulación con forma de aporía: por un lado, se afirma
que el objeto es pasible de ser sustituido; por el otro, que el objeto es
conservado en la identificación. Este dilema no podría ser resuelto argu-
mentando que la segunda de las proposiciones indicadas remite sólo a
la melancolía. No sólo porque sería una manera implícita de sostener…
¡que habría una predisposición de las mujeres a la melancolía!, sino
porque Freud mismo rectifica su concepción de 1915 en esta última
consideración:

4. Cf. Mazzuca, M. (2012) La histérica y su síntoma. Una lectura freudiana con los discursos
lacanianos, Buenos Aires, Letra Viva.
5. Cf. Freud, S. (1909) A propósito de un caso de neurosis obsesiva (El hombre de las ratas)
en Obras completas, Vol. X, Buenos Aires, Amorrortu, 1988, pp. 179-185.
6. Freud, S. (1923) El yo y el ello en Obras completas, Vol. XIX, op. cit., p. 31.

87
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

“En aquel momento [remite a “Duelo y melancolía], empero, no cono-


cíamos toda la significatividad de este proceso […]. Si un tal objeto
sexual es resignado, porque parece que debe serlo o porque no hay otro
remedio, no es raro que a cambio sobrevenga la alteración del yo que es
preciso describir como erección del objeto en el yo, lo mismo que en la
melancolía.”7

De este pasaje se desprenden dos cuestiones: en primer lugar –según


el texto enfatizado en la cita–, la identificación (el descenso de la sombra
del objeto sobre el yo) no es un carácter privativo de la melancolía –con
lo cual habría que distinguir dos tipos de identificación, una propia de
la melancolía y otra que no, sin que éste sea el tema particular de este
capítulo–; en segundo lugar, el duelo se presenta como una operación
estructurante del yo:

“Quizás esta identificación sea en general la condición bajo la cual el ello


resigna sus objetos […] el yo es una sedimentación de las investiduras de
objeto resignadas, contiene la historia de estas elecciones de objeto”.8

En un contexto contemporáneo, J. Allouch (1997)9 se ha ocupado del


análisis de la teoría freudiana del duelo, destacando los términos de la
aporía anteriormente mencionada –aunque según otras vías de elabora-
ción– y avanzando en una consideración sistemática que culmina en la
producción de un matema específico. No obstante, de modo más reciente,
C. Soler (2011) ha elaborado una perspectiva original sobre el tema, cuya
recensión corresponde ser expuesta en una breve indicación.
En el marco de lo que la autora denomina “afectos lacanianos”, el
duelo es ubicado como uno de los afectos propiamente analíticos.10 La
teoría del afecto –tal el nombre de uno de los apartados del libro– que
subtiende su elaboración tiene dos condiciones: por un lado, la depen-
dencia del afecto respecto del lenguaje; por otro lado, la concepción del
afecto en el contexto más amplio de la ética del psicoanálisis. Respecto
del primer punto sostiene lo siguiente:

7. Ibid., pp. 30-31. [Cursiva añadida]


8. Ibid., 31. [Cursiva añadida]
9. Allouch, J. (1997) Erótica del duelo en tiempos de muerte seca, Buenos Aires, Ediciones
literales, 2006.
10. Cf. Soler, C. (2011) Les affects lacaniens, Paris, Puf, 2011, p. 120.

88
EL ACTO DEL DUELO, EL DUELO COMO ACTO

“En lo que concierne a las condiciones del afecto, Lacan no avanzó solo.
Sin embargo, su tesis parece original, y única en el siglo. Se ha hablado
del siglo XX como el siglo del lenguaje. Lacan pertenece a este siglo, pero
es el único que hizo del lenguaje un operador. Los otros se ubican más
bien en eso que se ha llamado the mind body problem que convoca al
cuerpo, por cierto, pero en el sentido del organismo, y para hacer de este
la causa del lenguaje.”11

La “originalidad” de la propuesta lacaniana respecto del lenguaje


propone una noción del cuerpo que no podría ser reconducida, en
términos afectivos, a la concepción cartesiana de las pasiones como resul-
tante del efecto de estímulos sobre una superficie receptora. Por eso, en
la segunda de las condiciones, es preciso remitir los afectos al campo de
la ética, a las elecciones del ser hablante y su relación con el acto:

“Esta referencia ética no es tampoco nueva en la historia, y de esta se


autoriza Lacan. No de la provista por la filosofía, sino de la religión, la
cristiana y la judía, con las dos referencias a Dante y Spinoza que cali-
fican éticamente las pasiones, y notablemente las pasiones tristes, recono-
ciendo en ellas una falta, un pecado. Lacan retoma este hilo en términos
laicos, tanto en el nivel de la ética individual como en el de la ética que
se refiere al discurso. Es que la estructura no es sinónimo de determinismo,
y el sujeto no es la marioneta de esta estructura de la que, sin embargo, no
escapa. De hecho, he insistido sobre el afecto-efecto, pero este efecto no
es jamás automático.”12

La importancia de esta concepción general del afecto en la noción del


duelo para el psicoanálisis repercute en que, antes que un trabajo psíquico,
el duelo remite a una elección del ser hablante. Contra la concepción
del “afecto-efecto”, Soler propone pensar el “afecto-acto”, encontrando
en el duelo un modelo propio de la experiencia analítica. Asimismo, el
duelo –que había sido elaborado por M. Balint y M. Klein en el contexto
de sus teorías del fin de análisis– no representaría propiamente un afecto
del “final”.13 En todo caso, cabría subrayar que no es correcto concebir
el duelo como una “insatisfacción deprimente”,14 sino según las coor-

11. Ibid., p. 61.


12. Ibid., p. 62. [Cursiva añadida]
13. Ibid., p. 129. [Cursiva añadida]
14. Ibid., p. 130.

89
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

denadas mismas de la pérdida inherente a toda realización del deseo. El


duelo sería, entonces, condición estructurante del deseo. Para dar cuenta
de este aspecto, a partir de su inserción clínica, tomaremos en un apar-
tado posterior un célebre caso de M. Little. En el próximo apartado, desti-
nado a exponer la relación entre duelo, acto y deseo, nos detendremos
en la lectura lacaniana de Hamlet.

Del duelo al acto

En la clase del 29 de abril de 1959, perteneciente al seminario El deseo


y su interpretación, Lacan formula la siguiente pregunta: “¿Qué es lo que
define el alcance, los límites de los objetos de los que nosotros tenemos
que llevar luto?”. Inmediatamente, confrontado el designio freudiano de
la sustitución del objeto amado, Lacan añade: “los seres de los que cuya
muerte nos enluta son precisamente aquellos, poco numerosos, que entre
nuestros allegados tienen el estatuto de irremplazables”.15
La lectura lacaniana de Hamlet tiene como hipótesis subyacente
ubicar que el duelo es fundamento del acto. El drama, que comienza con
la manifestación del rey asesinado bajo la forma de fantasma, se desen-
vuelve articulando las distintas vicisitudes de un protagonista que no se
resuelve a actuar. Importa subrayar, en este punto, que no es el propósito
de Lacan esclarecer a Hamlet como un caso paradigmático de neurosis
obsesiva, afincado en la irresolución y la duda; sino especificar la estruc-
tura misma del deseo que permite su realización. De este modo, el duelo
como operador del acto supone un esclarecimiento de la condición del
objeto: “el duelo tiene su lugar a condición de que el objeto esté cons-
tituido en tanto objeto”.16 Antes que una lectura de la irresolución en
términos de vacilación obsesiva es preciso interrogar la “constitución”
del objeto, en su relación con el deseo. De este modo, podría pensarse
15. No es el propósito de este capítulo realizar una evaluación del conjunto de las refe-
rencias de Lacan a la cuestión del duelo. Por lo tanto, mantendremos el orden de la
revisión en el contexto del seminario 6: El deseo y su interpretación. Para una conside-
ración amplia de la noción del duelo en la obra de Lacan puede revisarse: clases del
4/3, 11/3, 18/3, 15/4, 22/4, 29/4; seminario 8, clase del 21/6; seminario 10, 16/1,
30/1, 26/3, 3/7; y la Proposición del 9 de Octubre.
16. Lacan, J. (1958-59) “El seminario 6: El deseo y su interpretación”. Inédito, clase del
18 de marzo de 1959.

90
EL ACTO DEL DUELO, EL DUELO COMO ACTO

que, antes que la estructura en dos tiempos del síntoma obsesivo, es el


extravío característico del acting out lo que se pone en juego en la obra
(cabe mencionar, como ejemplo paradigmático, el viaje que práctica-
mente lleva a Hamlet al empleo de una muerte anticipada). En el caso
de M. Little, que será retomado en el apartado siguiente, podría notarse
también de qué modo la función del duelo suspende la presentación de
la paciente a través de la manifestación continua del acting out.
En la tragedia del deseo que representa la obra de Shakespeare, la apari-
ción inicial del fantasma del rey exige el cese de la lascivia de la reina y el
ajusticiamiento del asesino. Este mandato tiene como objeto de alcance el
duelo que las nuevas nupcias de Claudio y Gertrudis habrían impedido.
No obstante, el alcance de la función del duelo para Hamlet se recorta
en otro nivel, en su relación con Ofelia.
Respecto de la relación entre Hamlet y Ofelia, cabe destacar que, luego
de la intrusión del fantasma, el protagonista rehúsa enfáticamente su
amor por ella. En este rechazo puede notarse que Ofelia es degradada en
su hermosura cuando se alega que podría engendrar descendencia. De
este modo, Ofelia es rechazada como madre; o, mejor dicho, su femi-
nidad es rechazada al solaparse con la capacidad de procreación (que
conllevaría la perpetuación de lo que Hamlet entiende como una conti-
nuidad del pecado); punto en el que podría interpretarse que el énfasis
indicado responde como un efecto del mandato paterno. Dicho efecto
es nombrado como un modo de vacilación fantasmática:

“Sin embargo creo hasta un cierto punto que no forzamos nada desig-
nándolo como propiamente patológico lo que pasa en ese momento, que
testimonia un gran desorden de Hamlet en su aspecto y volviéndolo a sus
períodos de irrupción de desorganización subjetiva que sea. Ocurre que
algo vacila el fantasma.”17

El resultado de la secuencia del rechazo de Hamlet redunda en el


suicidio de Ofelia. En este punto, el objeto de amor se pierde. Pero esto no
quiere decir que se lo haya “constituido como perdido”. Es en la famosa
escena del cementerio que Lacan interroga nuevamente la función del
duelo tomando como hilo conductor la operación sobre el objeto para
inscribir su pérdida. Si, como fuera dicho más arriba, la función del duelo

17. Ibid., clase del 15 de abril de 1959.

91
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

implica la constitución del objeto “en tanto objeto”, esto quiere decir
que se lo pueda simbolizar como perdido. En la escena del cementerio,
confrontado con el dolor de Laertes por la pérdida de Ofelia, Hamlet
responde con lo que –en un primer nivel– se comprende como una iden-
tificación imaginaria. No obstante, dicho rodeo es la plataforma para que
el estatuto del objeto perdido como causa de deseo se constituya:

“…se abre la vía del duelo, de un duelo asumido en la relación narcisista


que hay entre el yo y la imagen del otro. […] Esa relación apasionada de
un sujeto con un objeto que está en el fondo del cuadro (la tumba) […]
un soporte donde este objeto que para él está rechazado a causa de la
confusión, de la mezcla de los objetos, es en la medida en que algo, de
golpe allí lo engancha, que en ese nivel puede ser reestablecido.”18

La lectura precedente del caso Hamlet permite resumir tres conside-


raciones: a) el acto del duelo puede ser una vía de detener la manifesta-
ción del acting out; b) la función del duelo inscribe simbólicamente una
pérdida constituyendo al objeto “en tanto objeto”; c) el duelo constituye
al objeto en el fantasma como causa de deseo. Estos tres aspectos podrán
ser verificados en la lectura del caso Frida de M. Little, articulados a la
hipótesis clínica de localizar en dicho caso el duelo como operador del
inicio del análisis.

El acto del duelo

Con el propósito de esclarecer la hipótesis de que un duelo puede ser


un modo de entrada en análisis cabe explicitar brevemente el contenido
de ciertas nociones mínimas: la noción de acto (tal como el psicoa-
nálisis la entiende) y las coordenadas clínicas de lo que suele llamarse
“entrada en análisis”.
De acuerdo con el seminario Lógica del fantasma, de J. Lacan, G.
Lombardi propone una “definición mínima”19 de acto, que podría para-
frasearse en los términos siguientes: el acto es un significante, articulado

18. Ibíd. clase del 18/3 de 1959.


19. Lombardi, G. (2008) Clínica y lógica de la autorreferencia, Buenos Aires, Letra Viva, p.
204.

92
EL ACTO DEL DUELO, EL DUELO COMO ACTO

a la temporalidad de la repetición, que instaura al sujeto e implica un caso


límite para su reconocimiento. Esta última indicación significa que, en el
acto, el sujeto resultante no es el mismo que lo realizó. Por lo tanto, “su
representante en el campo de la representación es el desconocimiento,
la Verleugnung que, por la estructura misma del acto, marca al sujeto que
de él resulta”.20 De este modo, en el acto, el sujeto está marcado por el
desconocimiento (entre el agente del acto y el sujeto resultante).
Por otro lado, en la consideración del síntoma, el sujeto aparece
marcado en su división constitutiva. Siguiendo a C. Soler (2004),21
Lombardi formula que el sujeto “conoce el síntoma, pero no se reco-
noce en él”.22 Esta descripción supone que el síntoma habría tomado un
estatuto ego-distónico. Sin embargo, en un segundo momento, cabría
preguntarse por el pasaje que, en la apertura del dispositivo analítico,
hace del síntoma “un goce que habla”23 y, por lo tanto, lo pone en la vía
de ser eso analizable.
En este apartado propondremos que el “conocimiento” del síntoma,
articulado a la mentada “falta de reconocimiento”, tiene como condi-
ción previa un acto de “desconocimiento”, acto fundacional de apertura
del inconsciente que pone en juego una elección del ser hablante, y que
el duelo puede ser un modo de nombrar esta operación. Para dar cuenta
de este momento electivo es que tomaremos como soporte una secuencia
clínica del caso Frida de M Little. En el último apartado, destinado a las
conclusiones, ampliaremos la elaboración del tema para introducir dos
perspectivas correlativas: la responsabilidad que podría corresponder al
analista en la puesta en acto de dicha elección; su relación con el cumpli-
miento de la regla fundamental.
El padecimiento no es condición suficiente del inicio de un análisis.
Porque si bien la queja enlaza al Otro, es preciso también que “el análisis
sea un umbral, que haya para ellos [los que padecen] una demanda de
verdad”.24 Este umbral se traduce en el pedido de desembarazarse de un
síntoma. Sin embargo, tampoco esta condición pareciera ser suficiente.

20. Ibid., 205.


21. Cf. Soler, C. (2004) La querella de los diagnósticos, Buenos Aires, Letra Viva, 2009.
22. Lombardi, G., Clínica y lógica de la autorreferencia, op. cit., p. 212.
23. Soler, C. (1987) “Transferencia e interpretación en la neurosis” en Finales de análisis,
Buenos Aires, Manantial, 1988, p. 73.
24. Lacan, J. (1975) “Conferencia de Yale”. Inédito.

93
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

Ya en su escrito “La dirección de la cura y los principios de su poder”


(1958) Lacan afirmaba otra condición, esta vez taxativa:

“Es pues gracias a lo que el sujeto atribuye de ser (de ser que sea en otra
parte) al analista, como es posible que una interpretación regrese al lugar
desde donde puede tener alcance sobre la distribución de las respuestas.”25

Esta expresión de Lacan podría ser parafraseada, y explicitada en sus


componentes, en los siguientes términos:

1. El “en otra parte” indicado remite a un lugar distinto que el del


Otro de la transferencia;
2. Que ese otro lugar es condición de la eficacia de la interpretación
sobre (esa respuesta que es) el síntoma, es algo evidente siempre
que “la interpretación, en cierta manera, consiste en oponerse a
la transferencia”;26
3. Sin embargo, lo que cabe interrogar es el estatuto de esa “atri-
bución” que, por el lado del sujeto, permitiría cierto franquea-
miento de la verificación continua de ese Otro que el fantasma
hace consistir.

De este modo, de la indicación de Lacan pareciera desprenderse que no


hay interpretación posible (que ponga en marcha la “analizabilidad” del
síntoma) sin una elección del ser hablante, explícita en esa “atribución”
(y que, como se verá en la consideración del caso de M. Little, podría no
darse de modo inmediato). Esta elección ubicaría, en el inicio mismo
del análisis, una suerte de acto a través del cual el ser hablante, además
de sujeto dividido, se constituiría en la vía analizante como sujeto afec-
tado de un saber, que se revela en las asociaciones desmontando la trans-
ferencia. Como fuera dicho, nuestra hipótesis es que el duelo puede ser
un modo de verificar el acto en cuestión.

25. Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos 2,
Buenos Aires, Siglo XXI, 2002, p. 571.
26. Soler, C. (1987) “Transferencia e interpretación en la neurosis” en Finales de análisis,
op. cit., 70.

94
EL ACTO DEL DUELO, EL DUELO COMO ACTO

M. Little escribe su texto “R: La respuesta total del analista a las nece-
sidades de su paciente”27 con el propósito de dar cuenta de la eficacia
de un operador clínico del analista: la contratransferencia. No corres-
ponde, en este contexto, elucidar el contenido teórico del concepto, ni
elaborar una explicitación exhaustiva del caso clínico que la autora elige
para hacer intuible ese aspecto de su teoría. Simplemente nos serviremos
de una secuencia que permita esclarecer el problema conceptual al que
estamos abocados en este capítulo: la articulación entre duelo y acto.
Luego de siete años de tratamiento, apreciados por la analista según
“mi falla en lograr que de algún modo la transferencia fuera real para
ella [la paciente: Frida]”,28 aspecto que corrobora en el hecho de la inefi-
cacia de sus interpretaciones; cuando decide poner término a la cura,
ocurre un incidente: muere un ser querido de aquélla. En este punto,
Frida se sumerge en un estado de aguda congoja, que se mantuvo inal-
terado por cinco semanas. En el transcurso de este período la analista
declara la ineficacia de sus intervenciones: –interpretó la culpa (asociada
a la rabia y el miedo) por la muerte de la amiga; –le dijo a la paciente
que ella (Frida) sentía que ella (la analista) le había robado a su amiga,
y se lo reprochaba con su estado de malestar; –intervino diciendo que la
paciente quería que ella (la analista) comprendiese su dolor. Estas tres
intervenciones de la analista podrían parafrasearse del modo siguiente:
a) interpretación del sentimiento inconsciente de culpa; b) interpreta-
ción de la transferencia; c) interpretación de la demanda. El resultado
fue siempre el mismo: “Nada de esto la afectó: estaba completamente
fuera de contacto”, sostiene la analista.
Al cabo de cinco semanas, cuando la vida de la paciente ya empe-
zaba a correr peligro, M. Little intervino diciéndole lo dolorosa que era
su aflicción, no sólo para ella (la paciente) y su familia, sino para ella
misma (la analista). Le dijo que nadie podía acercársele en ese estado

27. Utilizaremos, en el momento de citar, una versión unificada de las traducciones al


castellano de Luz Freire (según Transference neurosis & transference psychosis, New York-
London, 1981, pp. 51-80) y Laura A.Vignola (de un trabajo presentado en la Sociedad
Psicoanalítica Británica, 18 de enero de 1956), cotejada con la versión en inglés en
International Journal of Psychoanalysis, Vol. XXXVIII, Mayo-Agosto de 1957.
28. La noción de “transferencia real” designa para M. Little el punto del tratamiento en
que síntoma y analista se enlazan, esto es, el inicio del análisis propiamente dicho.

95
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

sin sentirse profundamente afectado. Se condolía por su pérdida. Y el


efecto fue instantáneo:

“…me dijo que por primera vez, desde el comienzo de su análisis, yo me


había convertido en una persona real y que yo era muy diferente de su madre.
Había sentido que yo era su madre cuando le hacía comentarios sobre
cualquier cosa que hubiera hecho y que le estaba diciendo, como ella,
‘eres una persona horrible’. Esto yo ya lo sabía y le había dicho que era una
manifestación transferencial, pero todo el sentido de esta interpretación fue
negado: también significaba únicamente “eres horrible”. […] A partir de ese
momento, las interpretaciones empezaron a tener significado para ella.
No sólo las aceptaba; con frecuencia decía: “Usted me había dicho eso antes,
pero no sabía lo que quería decir. Incluso: “Recuerdo que usted dijo muchas
veces… ahora lo comprendo”, empleando ella […]”. [Cursiva añadida]

De esta breve secuencia puede extraerse el siguiente orden de obser-


vaciones: a) hay una diferencia ostensible, en tanto acto de habla, entre
interpretar una demanda de condolencia y condolerse en acto; b) en
el último punto de la secuencia se verifica una “atribución de ser” al
analista, en otra parte que el Otro de la transferencia (como la madre);
c) los términos de dicha atribución toman la forma explicita del descon-
cierto yoico: “me había dicho eso antes, pero no sabía lo que quería
decir”. De este modo, en el punto final de la secuencia se explicita, en
un enunciado cuasi paradójico (y que nombra un tiempo retroactivo),
la referencia a un saber latente, constituido a través del desconocimiento,
más allá de cualquier asentimiento yoico.
De las observaciones a) y b) se desprende que puede haber un correlato
entre el acto del analista y la suspensión de la repetición de una signifi-
cación fantasmática (“eres horrible”) en la transferencia; entre b) y c) se
destaca que, en ese momento, las interpretaciones de la analista comen-
zaron a tener efectividad –precedidas por el enunciado indicado–, cuyo
correlato fue la entrada en análisis del síntoma (los robos, motivo de
su derivación a un analista, se enlazaron con el viaje a las sesiones). La
división subjetiva actualizada, entre lo “dicho” y “lo que se quería decir”,
entre lo escuchado y lo oído, entre el enunciado fantasmático y un decir
proferido en otra parte, condesciende a que el síntoma se entregue a la
labor analítica.

96
EL ACTO DEL DUELO, EL DUELO COMO ACTO

Es notable observar que la inscripción simbólica de la pérdida de ese


Otro significativo, a través del acto del analista, permitió además de la
elaboración del duelo el desarrollo de cierto alivio en la vida cotidiana
de la paciente: a partir de ese momento la paciente pudo ocuparse de
una mudanza, tarea para la cual se había encontrado inhibida durante
un tiempo prolongado; reorganizo aspectos de la relación con sus hijos;
y otro efectos “terapéuticos” propios del inicio del tratamiento y corre-
lativos del enlace entre transferencia y síntoma, en el cual el sujeto se
emplaza como deseante.
Por último, en relación a los términos del dilema freudiano mencio-
nado en el primer apartado, es preciso esclarecer que este duelo, que
fundamenta el inicio del análisis propiamente dicho, muestra que ambos
aspectos no son contradictorios, dado que la sustitución no implica un
desasimiento absoluto sino a través de la transferencia como soporte
para el reencuentro del objeto perdido.

Conclusiones: introducción a la clínica psicoanalítica

En este último capítulo del libro hemos puesto de manifiesto un


momento electivo, en el inicio mismo del análisis, a través del cual el
síntoma condesciende (electivamente) a la palabra. En el núcleo de este
pasaje se encuentra un acto –de atribución de ser al analista–, a la cuenta
del sujeto, por el cual su división puede ser analizable. La hipótesis desa-
rrollada implicó ubicar en el duelo una manifestación que verificase el
acto en cuestión. La estructura implícita del recorte clínico se organizó
de acuerdo a los elementos circunscritos en la consideración de la lectura
lacaniana de Hamlet en el seminario El deseo y su interpretación.
En el texto de Lacan indicado en el apartado anterior (“La dirección de
la cura y los principios de su poder”), dicho pasaje es nombrado –quizás
irónicamente– con el sintagma “rectificación subjetiva”.29 A la luz de la
secuencia clínica aquí considerada, sobre el caso de M. Little, podrían
consignarse dos perspectivas que, a un tiempo, fueron el punto de partida
de este libro de introducción a la clínica psicoanalítica:

29. Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos 2,
op. cit., p. 581.

97
INTRODUCCIÓN A LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA | Lucas Boxaca - Luciano Lutereau

Por un lado, cabía preguntarse de qué manera dicha “rectificación”


podía ser puesta también a la cuenta del acto del analista; esto es, si el
momento electivo que inicia un análisis no es, asimismo, un modo de
designar la invitación al análisis propuesta por el analista. Una primera
formulación de esta intuición se encuentra explícita en un artículo de
G. Lombardi con las siguientes palabras:

“[…] el primer movimiento del análisis no consiste exactamente en


‘implicar’ al sujeto, sino más bien en quebrantar su implicación en la
conducta sintomática, en romper la egosintonía de la neurosis; no ‘que
se haga cargo’ entonces, sino que experimente más bien lo contrario, la
amenidad, la extrañeza del síntoma”.30

De este modo, el correlato (y la verdad) de la rectificación subjetiva no


estaría sino en la destitución subjetiva del analista como “la intervención
que hace posible un análisis”.31 En el caso de M. Little es notable cómo
una rectificación de las intervenciones de la analista es lo que permite
la puesta en acto de un duelo extraviado en la manifestación continua
del acting out.
Por otro lado, cabía interrogar la participación del analista –en segundo
lugar– a través de la oferta de la regla fundamental de la asociación libre.
Este motivo ya había sido entrevisto por Lacan, en el comentario a un
texto de André Albert sobre la libertad asociativa, cuando dijera que en el
corazón de la regla fundamental se encuentra el síntoma. Hemos elabo-
rado esta cuestión desde el primer capítulo de este libro.
Asimismo, una referencia freudiana de este momento electivo podría
encontrarse en “Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico”
(1912), cuando Freud parafraseara la regla como el “sacrificio de fran-
quearse con una persona ajena”.32 De este modo, el cumplimiento de la
regla de asociación libre dista mucho de ser entendido como un impe-
rativo de hablar (de cualquier cosa, o cuestiones “desagradables” por su
contenido); muy por el contrario, pareciera que el cumplimiento de la
regla es una invitación a formular aquello que “es bien conocido y [se]

30. Lombardi, G. (2009) “Rectificación y destitución del sujeto” en Aun, No. 1, Buenos
Aires, p. 33.
31. Ibid., 40.
32. Freud, S. (1912) “Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico” en Obras
Completas, Vol. XII, op. cit., p. 116.

98
EL ACTO DEL DUELO, EL DUELO COMO ACTO

debería contar”.33 A las condiciones de no omisión y evitación de siste-


maticidad, entonces, se añade una tercera dimensión: la de actualizar
un decir que tenga estatuto de acto, esto es, que importe en lo real. En
el caso de Frida, es la analista quien comprueba que la regla no es un
simple enunciado programático, sino el acto mismo del analista en su
intervención. A partir de ese momento, la paciente comienza a hablar
de su síntoma, a pesar de los siete años que recién entonces pudieron
ser sepultados.
Para concluir, este libro vuelve al comienzo, al retomar una vez más la
cuestión de la regla fundamental y su relación con el síntoma, conceptos
que, a su vez, remiten al carácter fundacional que, respecto de la trans-
ferencia, tiene la interpretación. De este modo, la conclusión no pudo
ser otra cosa más que una forma de introducirse, punto en el que una
introducción no deja ser conclusiva.

33. Freud, S. (1905) Fragmento de análisis de un caso de histeria en Obras completas, Vol.
VII, op. cit., p. 17.

99
Boxaca - Lutereau
Una de las virtudes de esta introducción a la clínica psicoanalítica es Lucas Boxaca
su fuerza performativa. No describe la clínica psicoanalítica desde el Luciano Lutereau
exilio universitario, sino que la despliega en el ejercicio mismo de su Lucas Boxaca es psicoa-
explicación. Tensa lo que se dice hasta hacerlo decir. Habla de una nalista. Lic. en Psicología por la
práctica al mismo tiempo que la practica. No objetiva al ser hablan- Universidad de Buenos Aires, donde

te, le hace lugar, y con él, el clínico se hace lugar. Introducción trabaja como investigador y docente
en la Cátedra I de Clínica de Adul-

introducción a la clínica psicoanalítica


a la
tos. Psicólogo clínico del Centro de
Su lectura es útil, es placentera, y justo cuando por ser placentera Salud Mental No. 3 Dr. A. Ameghi-
podría resultar aburrida, sorprende. Encontré en ella la sorpresa no. Miembro del Foro Analítico del
trivial del recuerdo, que permite revivir parcialmente algo ya clínica Psicoanalítica Río de la Plata.

sabido, pero también la sorpresa de esa verdadera novedad que es la


Luciano Lutereau es
repetición, el reencuentro de algo ya experimentado, pero no toda- psicoanalista. Magister en Psicoanáli-
vía articulado ni analíticamente disuelto. Asociación libre – Interpretación sis (UBA). Lic. en Psicología y Filoso-
tr ansferencia – síntoma – duelo fía por la misma Universidad, donde
En su estilo, Boxaca y Lutereau se hacen cargo de ese real del que se trabaja como investigador y docente
ocupa el psicoanálisis, el reus, el culpable del que el término “real” en la Cátedra I de Clínica de Adul-
tos. Autor de Lacan y el Barroco.
deriva etimológicamente –¿es preciso repetirlo para recordar con Hacia una estética de la mirada, La
qué real confronta el psicoanálisis?–, por lo cual hablar del sujeto caricia perdida. Cinco meditaciones sobre
del síntoma resulta una suerte de pleonasmo, ya que el sujeto que la experiencia sensible y La forma especu-
lar. Fundamentos fenomenológicos de lo
interesa en la clínica psicoanalítica, el sujeto moralmente dividido,
imaginario en Lacan.
es él mismo el síntoma a tratar, es el analizante que se encuentra con
el analista, si lo hay, hasta devenir intratable.

Gabriel Lombardi

Av. Coronel Díaz 1837


(1425) Ciudad de Buenos Aires
Tel. (54-11) 4825-9034
info@imagoagenda.com
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SERIES CLÍNICAS /6

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