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Creo que hay un tesoro escondido en semejante frase, yo me voy a dedicar a excavarlo. La
palabra “cosificación” lleva implícita dos conceptos filosóficos: uno metafísico y otro epistémico;
estos son la existencia de una realidad en la que se haya un ente llamado Otro (con mayúscula
para diferenciarlo del pronombre indefinido) y que podemos, de un modo u otro, conocerlo.
La duda, entonces, surge espontáneamente: ¿Qué el Otro? La razón mundana nos dice que es
todo lo que no soy yo. Curiosa tendencia la de definir al Otro a través del yo, ¿no? ¿Yocéntrico?
Pareciera, también, que definirlo a través de las categorías del Yo anula su otredad. Bueno, no
es necesario inventarse palabras ni darle muchas vueltas a los conceptos para proseguir; una
definición del Otro más formal, que me voy a robar de Lévinas, sería algo cuya alteridad es
irreductible. Una definición un tanto circular, si cabe, pero funcional.
Esto no significa que sea imposible hablar del otro, estos planteamientos categóricos tienen
problemas por eso mismo; tampoco es un disparate idealista, no digo que la realidad no existe
o que es solo algo que se aloja en la mente. Mi reflexión planea ser compatible con la abstracción
aristotélica, el idealismo trascendental kantiano, o cualquier sistema epistemológico que admita
algo más allá del yo, que talvez desconozca; esas son discusiones que me superan y, de paso,
son irrelevantes.
Conviene ahora definir esa oración unimembre del principio, voy a citar a Wikipedia para que
no parezca que estoy caricaturizando los conceptos según le conviene a mi argumentación:
“(…) ocurre cuando se ve una persona como un objeto sexual dado que se han separado los
atributos sexuales y la belleza física del resto de la personalidad y existencia como un individuo,
y han reducido los atributos a instrumentos de placer por otra persona”.