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La Rebelión de Juan Santos Atahualpa

La zona donde Juan Santos empezó su levantamiento tiene una importancia particular. El Gran Pajonal, ubicado
en Tarma, en la selva central, fue un centro de misioneros franciscanos dedicados a evangelizar a las etnias
selváticas, así como también de algunos buscadores de oro. En esta región y durante esa época se descubrieron
grandes depósitos de sal, que fueron rápidamente explotados por los españoles, utilizando la fuerza de trabajo de
la zona, con los conocidos maltratos de la mita colonial. También hay referencias de maltratos por parte de los
misioneros franciscanos y sus rígidas reglas, que además no hacían nada contra los abusos de los empresarios de
la sal. Otro factor de descontento fueron las enfermedades que traían y que diezmaban a la población aborigen.
Hacia mediados del siglo XVIII los franciscanos habían logrado establecer unas 32 misiones de trescientos
habitantes cada una: en total unas nueve mil personas. Otro dato importante es que la selva central fue una zona
de constante intercambio de productos y de personas. Principalmente coca, frutas, madera, sal, algodón y otros
productos valiosos. La movilización de personas de diferentes orígenes se intensificó, ya que los misioneros y
terratenientes llevaban consigo sirvientes y trabajadores serranos, negros y mestizos. Además de estos grupos
controlados, hubo otro contingente de disidentes, provenientes principalmente de la sierra, aunque no
exclusivamente indios, que encontraron en la selva central una zona de refugio ideal para esconderse de las
autoridades. Para mediados del siglo XVIII, estos grupos no controlados tenían una población que sumaba
probablemente varios miles.
Por ello es que la llegada de Juan Santos Atahualpa al Gran Pajonal en mayo de 1742, con su mensaje
anticolonial, fue muy bien recibida y logró organizar en poco tiempo un contingente de casi dos mil personas. La
proclama de Juan Santos, quien aseguraba ser descendiente de los últimos incas, consistía en la expulsión de los
españoles del Perú y sus esclavos negros, dejando a los indios, mestizos y criollos en el territorio, a la vez que
proponía el retorno al imperio de los Incas, pero sin dejar por completo algunos rasgos culturales ya
interiorizados por la población, como el cristianismo. Otro rasgo heterodoxo de su proclama es que la coronación
del nuevo Inca no sería en el Cusco, centro de poder por excelencia del antiguo imperio, sino en Lima, la sede
política colonial. Rápidamente, surgió en el movimiento un componente mesiánico, en la función del líder como
salvador mítico y reorganizador del mundo, y milenarista en su propuesta de cambio del cosmos.
uan Santos estableció su cuartel general en el Gran Pajonal, luego de destruir 25 misiones franciscanas y
expulsarlos de la selva central. Rápidamente, el virrey Marqués de Villagarcía mandó expediciones
militares en 1742 y 1743, dirigidas por Pedro Milla y Benito Troncoso, integradas por soldados
profesionales, enviados del Callao y por milicias reclutadas en Tarma y Jauja. Los españoles fueron
derrotados gracias a una estrategia militar adecuada para el terreno del monte: la guerra de guerrillas. La
estrategia de emboscadas fue utilizada por los hombres de Juan Santos durante los diez años que duró el
movimiento, sumando a esto la toma de algunas ciudades importantes por algunos pocos días, lo cual, si
bien no significaba ningún éxito militar a largo plazo, sí calaba hondo en la moral de los españoles y
conseguía difundir los logros del movimiento en amplias zonas del virreinato, mientras hacía aumentar el
sentimiento de inseguridad. En la expedición de 1743, los españoles establecieron un fuerte en Quimiri
(La Merced), pero fue destruido por los rebeldes el 1 de agosto, consiguiendo después la toma del valle de
Chanchamayo.
Durante el mandato del siguiente virrey, José Antonio Manso de Velasco (1745-1761), Conde de
Superunda, veterano de la guerra de indios en Chile, se mandaron nuevas incursiones bajo la
comandancia del prestigioso general José de Llamas. Le fueron asignados 850 hombres, que fracasaron
en 1746, y luego repitieron la derrota en 1750, en la zona de Monobamba. En ambos casos, la estrategia
de emboscadas logró diezmar a los españoles lo suficiente para hacer fracasar la empresa.
Luego de estas victorias de Juan Santos es que su movimiento realizó la acción militar más importante
hasta ese momento, al tomar los poblados de Sonomoro y Andamarca en 1752, la zona más cercana a la
sierra a la que logró llegar la rebelión. Al parecer, se buscó tomar la región de Jauja y establecer una
cabecera de playa desde la cual organizar un ataque final a Lima, con la ayuda de las poblaciones serranas
que se habrían plegado al movimiento. Sin embargo, advertido de un contraataque de las fuerzas
coloniales, dejaron el pueblo tan sólo dos días después de haberlo tomado.
Para ese entonces, los españoles ya habían optado por una nueva estrategia defensiva. Se basaba en
convertir a Jauja y Tarma en bastiones militares para evitar que Juan Santos alcanzara la sierra y que su
movimiento influyera en una zona articulada con la capital, lo que hubiese comprometido el
abastecimiento de alimentos a Lima. También se quería evitar que el fenómeno escalara a un
levantamiento panandino. Así es que se dispuso utilizar cinco compañías de infantería y caballería,
apoyadas por milicias locales y patrullas de la región. Y el virrey designó a militares profesionales como
corregidores de la zona. Sin embargo, las fuerzas españolas y rebeldes nunca se volverían a enfrentar.
El movimiento de Juan Santos Atahualpa, luego de la toma de Andamarca, se diluyó hasta desaparecer, y
se dice que su líder murió luchando contra un curaca local en Metraro, alrededor de 1756.
Hacer un acertado balance del movimiento de Juan Santos Atahualpa ha generado muchos debates en la
historiografía contemporánea. Los debates se basan en las posibilidades reales que pudo haber tenido el
movimiento para articular un espacio más amplio y de mayor importancia (si hubiese tomado Jauja y
Tarma en la sierra central), y el porqué del fracaso de su intento. Otro espacio para la discusión se da
sobre el carácter del levantamiento: si el movimiento fue de carácter marginal y no significó una amenaza
real a los intereses virreinales, por lo cual se le dejó existir por un espacio de diez años; o si más bien
fueron las constantes derrotas militares y la imposibilidad de debelarlo lo que sustentó la duración del
movimiento, limitando las acciones españolas a su cerco y aislamiento. Y si fue este aislamiento lo que a
largo plazo provocó su desaparición, no sin antes haber mantenido en zozobra una amplia zona selvática,
fuera del control español y de la influencia misionera, muchas décadas después de finalizada la rebelión.
Si bien es evidente que el movimiento de Juan Santos tuvo una naturaleza y desarrollo diferentes al de la
mayoría de movimientos anticoloniales del siglo XVIII, sobre todo de los que se ubicaron en zonas
comercialmente articuladas y de gran importancia para el virreinato, no podemos reducirlo a un simple
movimiento marginal por su ubicación geográfica y sus reducidos logros militares. Las repercusiones del
movimiento fueron mucho más amplias que sus victorias militares. Es evidente que un movimiento que
mantuvo una amplia zona fuera del control virreinal y que arrebató ciudades y produjo numerosas bajas
en las tropas españolas, tuvo que alarmar a la administración virreinal. Esto se aprecia en la militarización
final de Tarma y Jauja y en las numerosas e infructuosas incursiones al territorio controlado por Juan
Santos. Por otro lado, durante la década de actividad del movimiento, otras conspiraciones y
levantamientos se llevaron a cabo, como el de Huarochirí en 1750, que contribuyeron a socavar aún más
la tranquilidad del virreinato.
La imposibilidad de articular un movimiento más amplio en una zona de influencia de importancia, en
este caso la sierra central, creemos que se debió a dos factores. El primero sería la falta de un programa
político articulado más allá de los territorios de las misiones franciscanas de la selva central. Allí sí caló
rápidamente un discurso mesiánico y milenarista, pero no contribuyó a plegar a sectores de más
relevancia política, como curacas o criollos. Ya antes del movimiento de Juan Santos habían existido
levantamientos y conspiraciones con programas concretos de reformas virreinales, pero siempre fidelistas
al Rey. Algunos incluso ya mencionaban en su discurso el retorno a un pasado mítico, entendido como el
imperio de los incas, pero en el fondo proponían cambios concretos. Los etéreos objetivos de Juan Santos
Atahualpa no pudieron animar a una zona que era conocida por su combatividad y predisposición a las
rebeliones contra la administración virreinal.
El segundo factor fue la inmensa dificultad para organizar una insurrección serrana de envergadura a
mediados del siglo XVIII. Existía por entonces una red de espionaje y clientelaje colonial que permitía a
las autoridades aplastar cualquier levantamiento. Es muy común encontrar una gran serie de
conspiraciones reprimidas de manera ejemplar, gracias a un soplo o a informantes manejados por la
Corona. Incluso se contaba con el apoyo de los curas y de los curacas locales, los cuales ganaban honores
especiales y prebendas por su colaboración. Las insurrecciones que más tiempo se planearon fueron las
que tuvieron más posibilidades de ser descubiertas, mientras que las más espontáneas, pero a la vez más
desorganizadas y débiles, fueron las que concluyeron en rebeliones o levantamientos. Así, se entiende la
seria dificultad para promover un movimiento como el de Juan Santos Atahualpa en una zona protegida y
patrullada. En eso el ejército español tuvo éxito, porque logró aislar el movimiento selvático antes de que
entre a Tarma y Jauja, mientras mantenía fuertemente reprimido el territorio serrano de Tarma, Huanta y
Huarochirí, una región muy inquieta entre 1744 y 1750. Otra acción estratégica de las autoridades fue
exonerar a la población de Tarma de la mita minera de Huancavelica en 1744 y hasta 1761 (según otras
fuentes hasta 1772). Tarma se convirtió en le centro de operaciones desde el cual se sofocarían todas las
rebeliones de la sierra central de la segunda mitad del siglo XVIII.
Diversas fuentes demuestran que parte de la población de la zona esperaba con ansias la llegada de Juan
Santos Atahualpa, como se ve en el comportamiento de los pobladores de Andamarca, que rindieron culto
al Inca luego de la invasión de 1752.
La misteriosa desaparición de Juan Santos después de 1752 provocó una serie de rumores populares
acerca de una inminente liberación o de una invasión suya al corazón del poder colonial. En Cajamarca en
1753, y en la sierra central en 1756 se difundieron informaciones de la llegada del rebelde y de
comunicaciones secretas entre las comunidades y la rebelión. Sin embargo, nunca se volvió a ver a Juan
Santos. Su movimiento demuestra, más que su propia marginalidad e insignificancia, que articular un
movimiento rebelde en la sierra central acarreaba una serie de dificultades, que iban desde la existencia de
pactos con las elites mestizas e indígenas de la zona, como la fortificación y militarización de los
poblados. El hecho de que entre el movimiento de Juan Santos y el de José Gabriel Condorcanqui no
hayan habido mayores conexiones, evidencia la complejidad de las rebeliones anticoloniales del siglo
XVIII.
http://www.educared.edu.pe/estudiantes/historia4/juan_santos_atahualpac.htm

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