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Introducción

Uno de los problemas tradicionales de la filosofía fue, es y será poder definir


al hombre, elemento complejo que comparte junto al concepto de Dios un
espacio de debate, discusión y búsqueda de respuestas.

Los diferentes filósofos en sus etapas históricas y territorios, así como los
teóricos sociales, intentaron reflejar su mirada y juicio de acuerdo a lo que
consideraban características propias del hombre. Algunos de ubicaron en el
plano del ser, otros apenas en la concepción biológica y social y también
unos cuantos en sus características psicológicas. El hombre como ser vivo
psicosocial fue materia de estudio y por su propia subjetividad aún lo sigue
siendo. De ahí tantas concepciones; de ahí tanta definición individualizada.

Será en el período de mayor claridad revisionista cuando el propio concepto


del hombre necesite ponerse a prueba y lo hará René Descartes a través de
su método de la duda. Para el filósofo no hay verdades ni certezas, todo
debe ser sometido a prueba. Y la primera conclusión lo llevará a cerciorarse
de que por su propia capacidad de pensar entonces tiene existencia. Pienso:
luego existo es la primera aproximación a la duda existencial moderna. De
esta forma el hombre de Descartes es un sujeto creado por Dios, una
potencia superior, una substancia infinita, eterna, inmutable, independiente,
omnisciente, omnipotente, a la cual el es semejante. Ël es un ser que
piensa, que duda , que afirma, que quiere, que imagina, que siente y su
existencia se construye hasta la finitud.
Vemos al hombre que presenta Descartes como individual, reflexivo,
sensible, hecho por y a semejanza de Dios.
Por otro lado, el hombre descripto por Carl Marx es un hombre “real”,
material, según su definición habla de la vida fenomenológica individual y
rescata la subjetividad del hombre, la cual será consecuencia de la
sociedad, idea que lo conduce al concepto de clases sociales.
Por material Marx entiende esta realidad que nosotros somos y de la cual
hacemos en nosotros mismos la prueba inmediata, la vida fenomenológica
individual, esa necesidad innegable cuya presión sufrimos y que se cambia
espontáneamente en la actividad que despliega para satisfacerse.
Según el autor es esta vida fenomenológica una especie de absoluto, la que
constituye el sentido de que produce los fenómenos específicos que serán
estudiados por esas ciencias que nosotros llamamos historia y economía
política. La vida no es objeto de esa ciencia; ella produce los efectos que
serán sometidos eventualmente a su investigación, el materialismo histórico
no es una concepción particular de la historia, sino una filosofía de la
historia que asigna a los fenómenos históricos un origen situado fuera de
ellos, precisamente en la vida que aparece así como el fundamento
metafísico de la historia humana.
En comparación con Descartes, Marx nos habla no de un hombre como
individuo, ni espiritual, ni reflexivo, sino de un hombre social, un hombre de
la praxis. Marx va a decir que los caminos que siguen los hombres están
trazados en ellos y son las líneas y pulsiones de sus cuerpos, describen el
círculo de sus posibilidades asignan, al mismo tiempo que a toda la sociedad
su forma, a sus vidas su destino.
Marx nos dice que “Las relaciones personales se vuelven necesaria e
inevitablemente relaciones de clase y se fijan como tales”. Es la actividad
del individuo la que motiva inmediatamente su manera de comprender el
mundo y de pensarse así mismo, ésta actividad surgió de su vida misma
sin la mediación de ninguna estructura ideológica trascendente. Es por ello
que múltiples individuos hacen la misma cosa y viven de la misma manera,
que piensan también de manera semejante y que todos esos pensamientos
forman después lo que se puede llamar la ideología de una clase.
A partir de estos conceptos desarrollados por la Psicología de las masas,
podemos llegar a dar cuenta y intentar comprender el comportamiento de
estos hombres que Marx nos describe en la ideología de una clase.
En la psicología de masas el hombre es una gran masa psicológica, el
sentimiento de estar con otro permite describir el comportamiento desde
una forma de alma colectiva. Motivos ocultos, un inconsciente a la deriva,
sujetos homogéneos, sentimiento de invencible, sin conciencia moral, puro
contagio, sugestión y excitabilidad describen al sujeto autómata primitivo a
veces omnipotente, ante todo crédulo que desea ser sometido pese a su
libre satisfacción pulsional.
Según el autor el alma primitiva está sujeta al poder, es obediente
mantiene vínculos por afectividad, siempre hay un conductor, a veces
artificial y a veces natural, quien conduce aporta la idea portadora de
prestigio, el hombre masa se entrega con devoción en una conducta
imitativa de “alteración anímica” repleto de sugestión y sentimiento de
cohesión por el poder. Reboza de energía, a la cual se la conoce como
amor, pero esa líbido se construye con el conductor o con los propios
individuos. La identificación propia de la empatía es un tipo de amor que
nace desde el deseo del yo propio y lo que se observa en el otro, idealizar
como sentimiento de deseo. El hombre masa tiene instinto gregario, se
siente incompleto si se ve solo, esta es su orda primordial, de ahí su
necesidad de pertenecer con el otro.

La Psicología freudiana definía al hombre como un sujeto complejo visto


desde la tríada: yo – súper yo – ello, basado en pulsiones y supeditado a las
experiencias de vida. La Psicología social criticará este modelo de hombre,
lo verá vacío, analizado como una unidad y propondrá un nuevo modelo
basado en la psicología colectiva donde el hombre es con otros y por otros,
se comporta en multitud y en él sobresalen características como:
irresponsabilidad, barbarie, falta de conciencia moral, de racionalidad,
sugestionabilidad, automatismo, falta de intelecto.

El hombre actor
Otra concepción de la definición del hombre, desde el punto de vista más
moderno se concentra en describir un sujeto que se comporta por su propia
naturaleza de sujeto vivo, que constantemente comunica y a partir de allí
aparecen los teóricos desde diversas posturas.
Lacan presenta un sujeto dividido en dos, el sujeto del enunciado y el sujeto
de la enunciación, el sujeto es analizado a través de su discurso, a través
de lo producido por su lenguaje, a la vez la dimensión del lenguaje oculta al
sujeto de si mismo en la verdad de su deseo, en donde puede ser
considerado como sujeto del inconsciente. El sujeto en su discurso apunta a
realizar algo.
La distinción de sujeto del enunciado y sujeto de la enunciación remite
directamente a la oposición fundamental que señala Lacan entre lo dicho y
el decir que acarrea la consecuencia que se refiere a la verdad del sujeto
que sólo puede decirse a medias

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