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EL AMOR

I. No hay teoría del amor, esta es la primera y la más importante verdad. El amor
está determinado por un precepto que prohíbe convertirlo en una idea pura. No
deja decirse del todo, no quiere ser una mera abstracción. Su aspiración es su
propio límite. Hay soliloquios, monólogos y recitaciones. Hay fragmentos de un
discurso que se atraganta con lo no dicho. Hay sentimientos agudos, impresiones
brillantes y ensordecedoras como rayos que te parten los huesos y te dejan estaqueado en
la mitad del patio. No se puede ser un teórico del amor porque todos sabemos
demasiado sobre él. ¿Quién me va a venir a hablar a mí sobre el amor? Yo sé lo
que cualquiera sabe: el amor agujerea el saber y anda a los besos con la verdad. Ser
un gurú del amor es ser un zombi, un oxímoron con dos patas. Detesto a los
gurúes del amor. El amor es, por sobre otras pasiones, una experiencia en primera
persona: “(yo) te amo”. Hablar sobre EL amor es un acto de espantosa vanidad.
Está bien, entonces, que nos sonrojemos.

II. Pienso en el amor y caigo en la cuenta de que no sé que son los problemas
puramente mentales. ¡Cómo nos mintieron todos estos años! El amor es la muestra
irrefutable de que la separación mente-cuerpo es la farsa más grande en la historia
de humanidad. Quien padece el amor sabe inmediatamente que una idea no es
meramente “una idea”. Una idea es también cuerpo, y el cuerpo es una idea
nómada.

III. Todo habla del amor, y para aquel que quiere hacer su excursus amoroso esto resulta
insoportable. El amor es el eternal trending topic, de la música, el teatro, el cine, y la
literatura. Las canciones, las películas, las series, las novelas, y los ensayos. Mis
amigas y mis amigos, mis padres, mi hermana. Yo también. Cada vez que veo una
persona tengo la certeza de que está tomada por el amor, para bien o para mal, y
aunque no lo sepa. Es la peste para la academia. ¿Cómo elegir en este sinfín de
posibilidades verdaderas? ¿Cómo jerarquizar lo dicho sobre el amor en esta
biblioteca borgeana? Lo mejor tal vez sea hacer de nuestro método una puesta en
acto. En este sentido, los partenaires sexuales son como los libros. Al igual que en el
amor, creemos que elegimos entre las variopintas e incontables posibilidades que
nos ofrece el mundo; sin embargo, se trata simplemente de algunos encuentros
afortunados conjugados con una tendencia indescifrable. Por eso, mi criterio fue la
afectación, ese saber sensitivo que hace de cada cuerpo una caja de resonancia (y
que las palabras modulen, es decir, que cambien de tonalidad).
IV. Mientras Marie Bonaparte se dejaba llevar por sus ensueños de princesa
malhumorada, Freud no podía dejar de pensar que el príncipe azul no existe y que
las fantasías no son las imágenes de nuestros deseos. “¡Una princesa insatisfecha!
Eso sí que ofendería a toda dama soñadora” pensó. Freud tenía su costadito
machista. Luego, con cierta vacilación no calculada, le dijo: “La gran pregunta que
nunca recibe respuesta y que yo no estoy capacitado para responder, después de mis treinta
años de estudios sobre el alma femenina, es: ¿qué quiere una mujer?” Pregunta tendenciosa
si las hay. En efecto, excluye paradójicamente a las mujeres de la cuestión misma.
“Sobre el problema de la feminidad –dijo Freud alguna vez -han meditado los
hombres en todos los tiempos. Tampoco vosotros, los que me oís, os habréis
excluido de tales cavilaciones. Los hombres, pues las mujeres sois vosotros mismas
tal enigma”. No caben dudas de que el discurso del amor es un discurso enunciado
por hombres. Entonces, ¿cómo ama una mujer?, ¿existe un modo masculino y un
modo femenino de amar? No lo sé, pero no me parece un buen punto de partida
sostener que una mujer sea esencialmente un enigma. Finalmente, esta fue la
sentencia que recayó siempre sobre ellas. ¿Cómo ama una mujer? Tenemos algunos
indicios en la literatura contemporánea. Sin embargo, hay que seguir preguntando.

V. -¿Te puedo hacer una pregunta?


-Ya me la hiciste, pero podés hacerme otra.– respondió con aire de superada.
-¿Cómo te das cuenta de que me amas?
-¿Esa es la pregunta?
-Sí, esa.
-Bueno. Porque cuando voy al trabajo me dan ganas de cantar.- le dijo y
empezó a reír.
-¿Eso?
-Sí. Eso y la pavada de las mariposas. Ella siguió riendo. Él también, y se sintió
un boludo contento.

VI. Hay preguntas que no tienen respuesta, no por el carácter inefable e irrepresentable
del objeto en cuestión sino porque están mal formuladas. Uno debería detenerse
seguido en este problema. Preguntarse cómo ama una mujer no es lo mismo que
preguntarse cómo sabe que o qué ama. Para una mujer, quizá, los problemas del amor
no recaigan sobre la indeterminación del saber. Para un hombre, en cambio, esto
casi siempre es así. “No sé si estoy enamorado”.
VII. -¿Me amás?- le preguntó ella como si fuera la última vez. Él llevó sus manos a los
ojos e imploró para que la verdad finalmente se rindiera. Pero eso nunca pasó….
porque eso nunca pasa. A la verdad no hay forma de poseerla, tal vez se atraviese
una luz y podamos ver su sombra.
Pensó unos segundos más, y entonces dijo: - Me parece que sí.
-Sos un pelotudo-dijo ella. Y fue la última vez.

VIII. La irremediable pasión que tenemos los humanos por los orígenes se manifiesta
habitualmente a través de los mitos, y el amor, en este punto, no es la excepción.
Lacan dijo alguna vez que este mito se gestó una noche de borrachera en una
asamblea de maricas. Es indudable que el Banquete de Platón impuso en los dos
milenios siguientes el punto de partida para las infinitas discusiones sobre el amor.
Lo curioso de todo esto es que el elogio más exitoso, el que tuvo más repercusión,
no fue el del gran orador Sócrates y su maestra la sacerdotisa (¡una mujer!), sino el
de un cómico: Aristófanes. ¡Vaya humorada la que nos hizo! Intoxicó a la
humanidad al introducir una nostalgia incurable!. Recordémoslo. En el origen la
humanidad se dividía en tres géneros: el masculino, el femenino y el andrógino.
Los seres que pertenecían a esta última clase eran redondos, con cuatro brazos,
cuatro piernas, dos caras en la cabeza y dos órganos sexuales. Eran seres tan
terribles por su vigor y su fuerza que se sintieron capaces de atentar contra los
dioses. Frente a terrible osadía, Zeus –que no podía destruir a la raza humana
debido a que los dioses se nutrían de sus honores y sacrificios – decidió castigarlos
cortándolos a la mitad. Una vez seccionada en dos la forma original, añorando
cada uno su propia mitad se juntaba con la otra y rodeándose con las manos y
entrelazándose, morían de hambre y de absoluta inacción, por no querer hacer
nada separados unos de otros. Compadeciéndose entonces Zeus, trasladó sus
órganos genitales hacia la parte delantera y consiguió que mediante estos tuviera
lugar la generación en ellos mismos, a través de lo masculino en lo femenino, para
que si en el abrazo se encontraba hombre con mujer, engendraran y siguiera
existiendo la especie humana, pero, si se encontraba varón con varón, hubiera, al
menos, satisfacción de su contacto. De este modo, el amor se transformó en el
anhelo de llegar a ser uno de dos, juntándose y fundiéndose el amante y el amado.
El amor es, en consecuencia, el nombre para el deseo y persecución de esta
integridad. En otras palabras, el amor es la reintegración de una pérdida originaria.
IX. Todo el mundo dice que el sueño de la unión total es imposible, nadie cree en
semejante camelo. Sin embargo insistimos, no renunciamos a encontrar nuestra
alma gemela. Pero una vez que la descubramos, ¿qué haremos con su cuerpo?

X. Cuando era más joven era también más escéptico, y creía que el amor era una
ilusión, un manto de espejismos que velan la cruda realidad del instinto sexual. Era
un enamorado desconfiado, aunque debo decir que no era el único. Algunos, como
Schopenhauer, llevaron esta posición muy lejos. Según su parecer, el
enamoramiento sería un calculo instantáneo de miles de posibilidades de futuros
nacimientos, y el reconocimiento inmediato de la mejor elección que se puede
hacer para la perpetuación de la raza humana. “La plenitud de los senos femeninos
–dice- ejerce una extraordinaria atracción sobre el sexo masculino, porque al tener
una relación directa con la función de reproducción de la mujer, le promete al
recién nacido un alimento copioso”. Es notable la generosidad del enamorado que
busca unas tetas grandes pensando únicamente en su descendencia. Aunque
parezca ridícula, no deberíamos desechar de inmediato esta opinión. Recuerdo a
una amiga médica que me decía que el enamoramiento era real pero que el amor
era sencillamente una construcción cultural, es decir, una mentira. ¿Qué significa
aquí amor real? ¿Acaso no se dio cuenta de que detrás de una máscara hay otra
máscara?. Los desengañados se engañan, por eso hay que llevar a las ficciones
hasta sus últimas consecuencias. Para tocar lo real hay que caer en la trampa.

XI. - ¿Me amás?


- Mi cerebro libera dopamina y serotonina, por eso me siento excitado,
- Te pregunté si me amabas, no lo que te pasa en el cerebro.
- Sí, te amo. Pero en algún momento mi cerebro se habituará, los receptores
neuronales se acostumbrarán a ese exceso de flujo químico y no seguiré
sintiendo lo mismo.
- No te pido que sientas lo mismo, te pido que me ames. Tal vez, tu cerebro
se acostumbre.

XII. Estar enamorado no es lo mismo que amar. Por eso podemos pedir que nos amen,
pero nunca que se enamoren de nosotros. El enamoramiento es un estado, el amor
es un acto. Se sufre un estado, pero se decide un acto. El amor, irremediablemente,
nos interpela en nuestra absoluta libertad. La única prueba de que te amo es que te
elijo.
XIII. El enamoramiento es el negativo de la paranoia. Tanto el enamorado como el
paranoico son fanáticos de la interpretación, incesantes lectores entre líneas. Sin
embargo, mientras el paranoico se enferma por el encuentro permanente con los
signos, el enamorado padece por la infinita búsqueda de un mensaje sin
ambigüedades. El paranoico lo encuentra siempre, el enamorado no lo encuentra
nunca. A diferencia de la paranoia que no cesa de tropezar con signos inequívocos,
el enamorado habita en la fuga del sentido, vive atravesado por la pregunta ¿qué
me quieres decir cuando me dices lo que me dices?

XIV. No niego que uno pueda enamorarse de una imagen. Tengo un amigo enamorado
que me relata una y mil veces las aventuras con su amada y sus singulares
características. Debo admitir que me parece tragicómico. El amor visto desde
afuera es grotesco. Este es el motivo por el cual detestamos la cursilería: casi nunca
llega en el momento correcto. Mi amigo dice que es distinta, que es especial, y que
no sabe como abordarla ya que ella le resulta imprescindible, que bajo ningún punto
de vista puede perderla. Curioso, es probable que la pierda porque teme perderla.
Yo no veo en esta chica nada especial. De hecho, creo que sus conductas hacia él
son reprochables, y por eso me cae bastante mal. Como un imbécil mayúsculo
intento convencerlo de que está chica es tan diferente como todas las otras, que no
tiene ninguna cualidad real que la haga tan deseable, que está siendo victima de sus
propias quimeras oníricas. En definitiva, le digo que ama a una imagen. Mi amigo,
ni lerdo ni perezoso, como buen ilustrado me dice: “Todo es ilusión en el amor, lo
admito. Pero son reales los sentimientos que nos inspira por lo verdaderamente
bello con que el amor nos anima y nos hace amar”. El objeto de amor es
imaginario, pero sus efectos son reales. Sin embargo, ¿cuál es el futuro de una
ilusión una vez que sabemos que es una ilusión?

XV. André Bretón dijo que todos sabemos que el amor se basa en la idea de que nos
corresponde un único individuo. Si esto es cierto, debemos hacer un esfuerzo y
poner las cosas patas para arriba. Tal vez no se trate de que en el amor nos
corresponda un único individuo sino un individuo único. Vos sos única para mí, yo
soy único para vos. De este modo, el amor nos convierte en un fin en sí mismo, en
un valor absoluto, en una singularidad excepcional. En vez de sentirnos, como
antes de ser amados, inquietos por nuestra injustificada existencia, ahora sentimos
que esa existencia es recuperada y querida en sus detalles por una libertad absoluta.
Ese es el fundamento de la alegría del amor: sentirnos justificados por existir. Amar
es arrancar a otra persona del mundo, quitarla de escena. Si soy amado, ya no soy
un elemento que se destaca sobre el fondo del mundo: soy aquel a través del cual
otra persona ve el mundo. Si soy amado, me convierto en el mundo mismo.

XVI. El otro día discutí con un amigo trosko sobre la relación entre el amor y el
capitalismo. Le dije que la monogamia no responde a la lógica de la propiedad
privada. El amor es un modo de apropiación mucho más complejo que el simple
afán de poseer y disponer de alguien. En el amor quiero apoderarme de la libertad
del otro. Quiero ser amado por su libertad, quiero que abandone su libertad
libremente y que la convierta en amor.

XVII. Te amo. No quiero tu compromiso voluntario, quiero tu derrota consentida

XIX. El amor es un acontecimiento, una pequeña anomalía, un desajuste en el saber que


reclama convertirse en verdad. Para que esto suceda, debido a que un
acontecimiento no es demostrable por los propios recursos de la situación, se
requiere de un nombre de más que le administre existencia, es decir, una
declaración de amor: “Te amo”. El amor requiere de un sujeto fiel al
acontecimiento que convierta al azar en necesidad.

XX. Si aquel verano Tomás no hubiera tenido vacaciones no habría ido de viaje con sus
amigos a Córdoba. Si no hubiera ido a Córdoba no habría ido al bar “El popular”.
Si no hubiera ido al bar “El popular” no habría conocido a Miguel, quien le apostó
unas cervezas en unos partidos de metegol. Si no hubiera jugado al metegol con
Miguel no habría ido a la fiesta de cumpleaños de Ana, la hermana de Miguel. Si
no hubiera ido al cumpleaños de Ana, no habría conocido a Laura, una amiga de
una amiga de la prima de Miguel, o algo así. Si no hubiera conocido a Laura,
Tomás no habría sido quien es. Tomás no habría sido quien es sino hubiera tomado
esas miles de millones de microdecisiones que nunca supo por qué tomó. El amor es
la confianza radical de que en el azar habita una verdad.

XXI. Según cuentan algunos filósofos amarillistas, Sartre –agotado de esconder sus
aventuras eróticas- le habría dicho a Simone de Beauvoir las siguientes palabras:
“Nuestro amor es necesario, conviene que vivamos algunos amores contingentes”.
Tremendo chamullo existencialista.
XXII. No puedo creer que nuestro amor sea necesario. La idea del destino me resulta
intolerable, extingue mi deseo, lo mata por acción. Tampoco puedo creer que
nuestro amor sea pura contingencia, que pudo haber sido cualquier otro y que todo
el tiempo podría serlo. Me inquieta saberme abierto a las posibilidades infinitas del
mundo, me da nauseas, mata al deseo por omisión. ¿Es posible tener un pie en
cada orilla? No podemos matar a Dios del todo, lo necesitamos inconsciente.

XXIII. - No sé como amarte. Tengo miedo de que mi libertad te asfixie, o te olvide.


- Es simple. No interfieras en nuestro amor. No combatas ni te abandones;
acompáñalo, sigue las huellas de tu propio extravío.

XXIV. El amor no es una fusión de dos posiciones ni la experiencia radical de la


extranjería del Otro. El amor es la experiencia concreta del mundo vivido a partir
del Dos, del mundo vivido a partir de la diferencia. Por este motivo no basta con el
encuentro. El amor como acontecimiento requiere de la fidelidad hacia esa verdad,
necesita de la perseverancia infinita para construir esa “escena de lo Dos”.

XXV. No existe ninguna instancia tercera que nos trascienda llamada “amor”. En el amor
somos dos: tú y yo. Pero no somos cualquier yo ni cualquier tú. No hay un tú tuyo
ni un yo mío. Nuestros yoes están inmiscuidos. Y jamás podré desprender tu yo del
mío. Tal vez en un sueño…o en un análisis.

XXVI. -¿Ya le dijiste te amo?


-No, recién le estoy mandando cara con besito del Whatsapp.
-¿Y para cuando el “te amo”?
-No sé, vamos de a poco. Esta semana le mando cara con ojos de corazón.
-Jugado.
-Sí, jugado.
….y en otro lugar del mundo.
-¿Ya te dijo te amo?
-No, con suerte me manda una carita con beso.
-Y vos, ¿por qué no le decís?
-No, todavía no. Mejor que no se note todavía.

XXVII. La declaración de amor es el pasaje de la contingencia del encuentro hacia la


construcción de una verdad; es el pasaje del azar al destino. Decir “yo te amo” es
afirmar una obstinación, un compromiso, una fidelidad al acontecimiento. Si todo
sale bien, luego vendrán cientos de “te amos”, y por su repetición incesante la frase
empezará a perder sentido, ya no requerirá de explicaciones. Será siempre una
palabra verdadera, no tendrá otro referente que su propio enunciado, no habrá en
ella otra información que su decir inmediato. Por suerte, nadie se pregunta “¿qué
me quieres decir cuando dices que me amas?” La cuestión, a menudo, no reside en
la calidad sino en la cantidad: “¿Cuánto? ¿Mucho? Yo más”.

XXVIII. El quid de la cuestión amorosa no reside en el encuentro sino en la duración. En


efecto, parece mucho más fácil responder por qué comienza una relación que
responder por qué continúa o por qué termina. ¿Qué queda luego de la fascinación
amorosa? Tal vez lo que nos una no sea el amor, sino el espanto. En el conflicto, la
fascinación puede convertirse en pacto, y el amor narcisista puede tomar la forma
del autoerotismo. Tú eres la voz que me tranquiliza, la mirada que me cautiva. Eso
es lo que amo en ti mas que tú.

XXIX. Es común escuchar que el amor muere por la habituación, por el paso del tiempo.
“No sé si es amor o es costumbre” –dicen algunos amantes hastiados. No obstante,
debemos vislumbrar aquí el axioma oculto en la idea: el tiempo es repetición de lo
mismo. ¿Pero no es exactamente al revés? ¿No se mata al tiempo cuando se sustrae
la permanencia, lo inmóvil, el hábito, del devenir? Si invertimos la fórmula, si
sostenemos que el tiempo no es permanencia sino devenir, entonces amaremos
siempre a otra persona, el amado será necesariamente otro en relación a sí mismo.
¿Tendremos miedo al cambio? ¿Será que el aburrimiento es una defensa frente a lo
indescifrable de la novedad, a lo insondable del tiempo? El tiempo es un nombre de
la castración.

XXX. Conocí a un joven que estaba profundamente enamorado. En otras circunstancias


cualquiera hubiera dicho que estaba loco, pues su lenguaje monótono recordaba a
los discursos de los delirantes. Todo tenía que ver con ella. Yo, porque mi profesión
así lo requiere, lo escuché con atención durante largas horas. Lo curioso es que la
amada no sabía nada de todo esto, él no podía compartir sus sentimientos con ella
ya que no encontraba las palabras justas para transmitirlos. Cualquier manifestación
iba a ser una banalidad en contraste con la potencia de sus afectos. Un día llegó
mucho más agitado que de costumbre, ya que acababa de declararle su amor a la
muchacha y había comprobado que ella también lo amaba. Sin embargo, su
felicidad duro poco. “Por motivos en principio incomprensibles, no estaba
dispuesto a vivir su amor, sino solamente a recordarlo. El problema no es que
sintiera esa típica seducción por su amada, sino que no tuviera, además, otras
disposiciones como recursos defensivos. Porque ese recordar potenciador es como
la expresión eterna del amor en sus comienzos y señal evidente del amor
verdadero. Pero también es necesaria una cierta elasticidad irónica para manipular
debidamente el recuerdo. Cada uno debe de hacer verdad en sí mismo el principio
de que su vida ya es algo caducado desde el primer momento en que empieza a
vivirla, pero en este caso es necesario que tenga también la suficiente fuerza vital
para matar esa muerte propia y convertirla en una vida auténtica. Su error consistía
en creer que ya había alcanzado el fin sin haber comenzado todavía. Un error
semejante constituye la ruina del hombre. Lo más triste de su historia es que en
realidad amaba a la muchacha, pero para realizar de veras este amor tenía que salir
primeramente de aquel laberinto poético en el que se había metido.”

XXXI. La maniobra neurótica por excelencia es ubicarse como agente de la castración


para no enfrentarse con su carácter estructural. En términos amorosos podríamos
traducir a la castración como pérdida. Te pierdo por temor a perderte, de este modo
soy yo el responsable de la pérdida, y no… la vida misma. Esto me recuerda a una
carta que el joven Henryk le escribió a su madre: “Dado que temo tanto a la
pérdida, temo al amor; y si he de amar a una mujer alguna vez, nunca la he de
poseer, para no perderla”.

XXXII. En todas sociedades, excepto en la nuestra, los sentimientos que mantuvieron


unidos al hombre y a la mujer no fueron los mismos dentro y fuera del ámbito
conyugal. Las razones son lógicas: el matrimonio fue a lo largo de la historia un
sistema jurídico que, por medio de alianzas y obligaciones, tenía el fin de asegurar
la reproducción de la sociedad en sus estructuras de poder. Por lo tanto la fantasía y
el placer era un peligro para el orden social. La libertad de elección en el cónyuge y
la exhortación a incorporar el deseo en el matrimonio trajeron nuevos problemas,
como la infidelidad. La infidelidad, en tanto tal, es un conflicto moderno.

XXXIII. Es necesario instituir con urgencia la poligamia –dijo alguna vez Schopenhauer- y
por fin desaparecerá de este mundo la dama, ese monstruo de la civilización
europea con sus ridículas pretensiones al respeto y al honor. Es increíble como
Schopenhauer no pensó que podía haber muchas damas simultáneamente. Se olvidó
de sumar.
XXXIV. El amor cortesano era una aventura lúdica en donde se exaltaban los valores
masculinos. Se trataba de una prueba formativa, en donde jóvenes solteros
asediaban a una mujer casada, y por lo tanto inaccesible. El sénior aceptaba situar a
su esposa en el centro de la competencia en una situación ilusoria. La dama era una
mujer protegida por las más estrictas prohibiciones y la imposibilidad de la
concreción de ese amor era la condición necesaria para su desarrollo. Involucrada
en el juego, la dama escondía enigmáticamente sus encantos y realizaba poco a
poco algunas concesiones con el objetivo de que el joven aprenda a dominar su
deseo. El amor cortesano, entonces, era un juego que enseñaba los valores de la
amistad viril a través de la realización de hazañas y el sorteo de obstáculos y
prohibiciones. La mujer era un señuelo, no era más que una ilusión, una especia de
velo, de tapadera. Una interprete, un intermediario. Habría que preguntarse si, en
esta figura triangular, el verdadero destinatario no era el Sénior, el Otro de la
hazaña obsesiva. El neurótico obsesivo es un cortesano a destiempo.

XXXV. Conozco una muy bonita pareja que estuvo peleada durante días porque el joven
no quería subir una foto de ellos juntos al Facebook. Ella quería un signo de amor,
el quería mantener su deseo en contrabando.

XXXVI. La historia del amor en occidente- exceptuando las comedias románticas


hollywoodenses y sus tendenciosos directores- es la historia de la infelicidad. ¿Cómo
es posible que el amor sea por sobre todo fuente de desdichas y adversidades?
¿Cómo puede ser que habitemos imperturbablemente en semejante paradoja? El
problema tal vez resida en que idealizamos con vehemencia el amor-pasión, el
estremecimiento afectivo que nos quita el sueño, la agitación del intelecto que no
nos deja pensar, el sufrimiento ambivalente que nos hiela la sangre. Pero la vida no
es una película. Nuestras vidas transcurren en las elipsis de las comedias
americanas. Lo complicado es que el amor-pasión, ese objeto de nuestro
permanente anhelo, finaliza en el preciso momento en que se concreta. Esto no
quiere decir que el afecto se esfume cuando el encuentro se realiza, sino que el
amor-pasión, en sentido estricto, es el afán por el obstáculo, por aquello que impide
su consumación.

XXXVII. El amor-pasión es el amor por la ausencia, por eso Neruda la prefiere calladita.

XXXVIII. Uno de los motivos de sufrimiento amoroso en la actualidad se debe a la


convivencia de dos morales opuestas: por un lado, la moral burguesa que nos exige
la confluencia del deseo y la ternura en el ámbito de la pareja monogámica; por el
otro, la moral romántica o pasional, que nos convence de que el amor real se vive
afectivamente como una tragedia. Amar más al amor que al objeto de amor es una
dificultad que los contemporáneos debemos superar.

XXXIX. Que el amor sea siempre reciproco no significa, obviamente, que sea siempre
correspondido. Quiere decir: tú estás implicada en lo que me sucede porque mi
amor dice algo de ti que quizá tú no conozcas. Mi amor por ti no es sólo asunto
mío, sino también tuyo.

XL. Si te pido algo no te pido únicamente aquello que te pedí. Lo que te pido es, por
sobre todo, tu presencia. “No es por el hecho en sí” dicen los amantes cuando la
respuesta no es la esperada. Lo que quiero es saber que estás acá, que cuento con
vos sin condiciones. Toda demanda tiene un más allá, toda demanda es demanda
de amor.

XLI. El amor nos arranca del sí mismo y nos conduce hacia el Otro. “¿Qué soy para ti?,
¿te hago falta?” pregunta el enamorado. Amar es dar lo que no se tiene. El amor no
es la realización propia del uno, es la afirmación del don del Otro. Cuando nos
amamos intercambiamos nuestras faltas.

XLII. El amor se opone a la lógica capitalista y a la producción de su afectividad


prototípica: la depresión. El amor es resistencia. Si la maquinaria capitalista nos
retira del deseo y nos envía al mercado para formar parte de una subasta general, el
amor nos restituye a una posición de excepcionalidad para el otro. La depresión
nos reduce a una partícula indiferenciada movida por el calculo egoísta, nos
transforma en un producto a ser consumido, nos envuelve en nosotros mismos; el
amor nos arranca del mundo, nos desarraiga del yo, nos saca del infierno narcisista.
El amor es una terapéutica.

XLIII. Una vez anunciado el fin de la ars erótica y emplazadas las scientia sexuales en
nuestro saber cotidiano, el sexo se volvió una cuestión de rendimiento y el amor un
contrato contra todo riesgo. He aquí una inmensa tarea que nos debemos: volver
escribir una metafísica del sexo.

XLIV. Nadie resolvió los problemas amorosos a través de un proceso reflexivo. No nos
podemos preguntar por las razones de nuestro amor. La elección de nuestro
partenaire no puede depender de cierto número de variables que sería posible
calcular. En el amor las decisiones se toman antes de la reflexión. El amor es un
apuesta. Amamos el amor porque amamos las verdades, y a las verdades se las
asume y se las lleva hasta sus últimas consecuencias. Y punto.

XLV. Amar es dar un salto al vacío, realizar una apuesta en donde la única garantía es
nuestra libertad. Asumir el amor es aceptar el absurdo y abrirse a un horizonte de
sentido que sobrepasa la razón humana. El amor es la última experiencia de fe…
luego de la muerte de Dios.

Autores

Nota I (Roland Barthes, Julio Cortázar), Nota II (Friedrich Nietzsche), Nota IV (Sigmund
Freud), Nota VIII (Platón, Michel Houellebecq), Nota X (Arthur Schopenhauer), Nota XII
(Denis de Rougemont, Friedrich Nietzsche, Jacques Lacan), Nota XIV (Jean Jacques
Rousseau), Nota XV (André Breton, Jean Paul Sartre), Nota XVI (Jean Paul Sartre), Nota
XVII (Aude Lanceliny, Marie Lemonnier). Nota XIX (Alain Badiou), Nota XXIV (Alain
Badiou), Nota XXVII (Roland Barthes), Nota XXVIII (Luciano Lutereau), Nota XXX
(Søren Kierkegaard), Nota XXXI (Leopold von Sacher-Masoch), Nota XXXII (Denis de
Rougemont), Nota XXXIII (Arthur Schopenhauer), Nota XXXIV (Georges Duby), Nota
XXXIX (Jacques Lacan, Jacques-Alain Miller), Nota XL (Jacques Lacan), Nota XLI
(Jacques Lacan), Nota XLII (Jacques Lacan, Byung-Chul Han), Nota XLIII (Michel
Foucault), Nota XLIV (Denis de Rougemont), Nota XLV (Søren Kierkegaard).

Bruno Javier Bonoris. Psicoanalista. Licenciado en Psicología, UBA. Maestrando en


Facultad de Filosofía y Letras, UBA. Docente de Psicopatología Cátedra II, UBA. Becario
UBACyT. Investigador tesista en el Proyecto de investigación UBACyT (2014-2017):
“Articulación de las conceptualizaciones de J. Lacan sobre la libertad con los conceptos fundamentales
que estructuran la dirección de la cura: interpretación, transferencia, posición del analista, asociación
libre y acto analítico”. Director: Pablo D.
Muñoz. Acreditado y financiado para el Período: 01-08-2014 al 31-07-2017. Residencia
completa en Psicología Clínica del Hospital Ramos Mejía. Miembro de Apertura Sociedad
Psicoanalítica

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