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Muestra a Cristo rodeado de las personas que pagaron el cuadro. Este tipo de
retrato, en el que el mecenas se muestra dentro de una escena, generalmente
religiosa, se llama retrato de donante.
Las personas que vemos aquí han pagado para mostrar su religiosidad, por eso
comparten el espacio con Cristo. Pero también han pagado por demostrar que
tienen dinero y gusto. Este cuadro nos recuerda lo importante que son los
mecenas para la historia del arte.
Las personas que encargaban cuadros a menudo daban instrucciones más o
menos específicas a los pintores. Veamos un par de ejemplos.
Conocemos un contrato firmado en Padua en el siglo XV, en el que el cliente da
instrucciones bastante precisas al pintor.
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El contrato dice lo siguiente: el artista pintará el techo al fresco, con los cuatro
evangelistas, o con los profetas, con el fondo azul y con estrellas de oro. En la
misma capilla, continúa el contrato, hará un cuadro de altar, que mostrará una
historia similar al dibujo que se ve en este papel. Lo hará muy parecido pero con
más cosas que en el citado dibujo. La imagen que veis en pantalla no es el
cuadro que se refiere este contrato, pero sirve para que nos hagamos una idea
del tipo de trabajo que se describe en él.
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Acabamos de ver dos ejemplos de contratos en los que se
dan instrucciones, más o menos precisas, sobre el contenido de un cuadro. Pero
también había clientes a quienes importaba más la calidad que el contenido.
Sabemos de un coleccionista en Roma, en el siglo XVII, que escribió a un pintor
lo siguiente: en cuanto al contenido, dejo en sus manos si debe de ser sagrado o
profano, con hombres o con mujeres.
Los mecenas que encargaban obras de arte, solían dar instrucciones a los
pintores antes de firmar el contrato. Basándose en esas instrucciones, los
artistas a menudo hacia un boceto, o un modelo de algún tipo, que permitiese
al cliente ver lo que se planeaba hacer.
Los artistas a veces recibían algún tipo de instrucción sobre donde se pensaba
colgar un cuadro, y sobre el tipo de luz que recibiría.
Durante el Renacimiento temprano, quienes encargaban cuadros a menudo
solicitaban, por contrato, que se utilizasen materiales caros, como el azul de
lapislázuli, o el oro.
Con el tiempo empezó a importar más el talento del pintor, a quien se
contrataba, que el valor material de los pigmentos que usaba.
Estudios de contratos, que se han hecho en varias ciudades, demuestran que,
por regla general, los mecenas tenían más poder que los artistas a la hora de
fijar los precios.
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Pero existían muchas excepciones, que dependían de la fama de un pintor, o de
las condiciones económicas.
En 1649, un conocido coleccionista de Mesina, Don Antonio Rufo, ofreció a
Guercino, uno de los principales pintores del momento, poco más de la mitad de
lo que el pintor pedía por pintar un cuadro.
El pintor le contestó que pintaría un cuadro, y le cito textualmente: "con un
poco más de media figura". En este caso Guercino consiguió cobrar lo que
pretendía.
El puesto de mayor prestigio que podía tener un pintor, era el de pintor de corte,
especialmente donde había grandes cortes monárquicas, como en Londres,
Madrid y París.
Significaba tener un salario fijo, y conllevaba un prestigio que permitía a los
pintores encontrar otros clientes.
Como contrapartida, los pintores de corte estaban sujetos a la estricta jerarquía
y costumbres de la sociedad cortesana.
Andrea Mantegna trabajó para la Corte de los Duques de Mantua, y más tarde, a
finales del siglo XV y principios del XVI, Leonardo da Vinci trabajó para
las Cortes de Milán y de Francia.
En el siglo XVII Rubens, Van Dyck y Velázquez son algunos de los artistas que
trabajaron para las grandes cortes europeas.
En los lugares donde ni la Corte ni la Iglesia actuaban como mecenas,
en Amsterdam durante el siglo XVII por ejemplo, artistas como Rembrandt
recibieron el apoyo de coleccionistas particulares y de organizaciones cívicas,
como las Compañías de milicianos.
Algunos patronos han tenido un impacto en la historia del arte que va mucho
más allá de un único cuadro, o incluso de un único pintor.
La ciudad de Roma que conocemos hoy, es, en gran medida, el resultado de la
labor conjunta de artistas y mecenas, durante los siglos XVI y XVII.
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Los reyes de España, sobre todo Felipe II, que reinó en la segunda mitad
del siglo XVI, y Luis XIV, rey de Francia.
Durante la segunda mitad del siglo XVII, Luis XIV se convirtió en el
modelo a quien imitaban todos los reyes y nobles europeos. Dedicó grandes
recursos a la construcción y decoración de numerosos palacios, y creo fábricas
de tapices y de otras artes decorativas.
En la imagen veis el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles que el rey
mandó construir en 1678.
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Esta sala tiene más de setenta metros de largo y casi seiscientos espejos. El rey
adquirió un enorme poder en cuestiones de imagen.
Creó academias de pintura y de escultura, a través de las cuales se enseñaba a
los artistas a seguir su gusto.
El resultado aún se puede ver en París, donde todo nos parece hecho con buen
gusto.
Como contrapartida, podemos sentir que una idea tan clara de lo que significa el
buen gusto puede resultar opresiva, que puede abrumar cualquier rasgo de
individualidad o de libertad.
Pero es indudable que la labor de Luis XIV elevó el nivel de calidad del arte y el
diseño de su tiempo.
Todos los ejemplos que hemos visto demuestran la importancia que las
opiniones y gustos de los mecenas tienen para la historia del arte.