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RAMÓN RIBEYRO
Heraldo Falconí
George Mason University
A Victorio
Dentro de la obra de Ribeyro llama la atención que sus personajes o héroes estén
siempre marcados por el sino de la marginación y el desengaño; pareciera que la
centralidad como forma de éxito social les estuviera siempre vedada. Esta perspectiva
surge de la oposición de realidad y ficción, de un ser reflejado indefinida e
indefectiblemente en un querer ser. La palabra del mudo, título genérico con el que
Milla Batres publicó en sucesivos volúmenes los cuentos de Ribeyro cuenta la historia
de personajes a quienes el derecho a la voz les ha sido negado. Uno de estos cuentos,
doblaje, aparecía ya en las primeras antologías de Populibros tipificado parcamente por
el propio autor como fantástico. Ahora bien, formalmente hablando y coincidiendo con
el acertado juicio del autor, doblaje presenta rasgos que lo harían pertenecer
perfectamente al género fantástico en la acepción usada por Tzvetan Todorov. Esto es,
la existencia de un elemento extraño que obliga —tanto a personajes o héroes como al
lector— a vacilar entre explicarse las cosas natural o sobrenaturalmente y la ausencia
de una lectura o interpretación poética o alegórica (28-30). Sin detenernos en una
discusión rigurosa (cfr. Marcone para una tipificación interesante aunque
excesivamente influenciada por la teoría de los actos de habla) sobre si doblaje y otros
cuentos como la insignia o Ridder y el pisapapeles pertenecen al ámbito del realismo
mágico, lo real maravilloso o lo fantástico, nos proponemos analizar algunas de sus
características que han escapado a la mayoría de estudios críticos.
Comencemos por traer a la memoria del lector una imagen somera del cuento. El
protagonista de la historia es un inglés maravillado por el ocultismo y atormentado
desde tiempo atrás con la certeza visceral de tener un doble en el otro extremo del
mundo. De buenas a primeras, se ve atraído por un globo terráqueo en un escaparate
del Soho y decide comprarlo; ávido e impaciente, llega a casa, lo explora
minuciosamente y descubre que las antípodas de Londres quedan nada menos que en
la ciudad australiana de Sidney. Como la cosa más natural, salen a relucir las excusas
más oportunas, como una tía de Melbourne a quien no conocía y un interés repentino
por las cabras australianas. Al poco tiempo decide viajar a Sidney en busca de su
mítico doppelgänger. Ni bien llegar, se da cuenta de lo descabellado de su idea, mas
eso no impide que deambule por la ciudad con ojo escrutador, tratando, sin mucha
suerte, de adivinar o divisar un caminar señero o un gesto familiar. Posteriormente
conoce a una joven llamada Winnie que trabajaba en un restorán de la ciudad y se
enamora de ella. Decide extender un poco su estadía y alquila una casita en las
afueras de la ciudad. La villa se encuentra infestada de lepidópteros y la casa misma
guarda en sus paredes una cuidada colección de mariposas amarillas. Invita luego a
Winnie a pasar un fin de semana con él. A pesar que la primera tarde transcurre sin
novedad y con "habituales remansos de ternura", el protagonista comienza a sentir
una creciente zozobra y, llegada la noche, decide hacer algo para confirmar sus
sospechas: propone un paseo por el jardín recordando una vieja lámpara que había
visto arrumada en el desván y ve a Winnie avanzar con paso seguro hacia la casa y
regresar prontamente con la lámpara encendida. Había estado en lo cierto, Winnie se
manejaba en la casa con una familiaridad y seguridad inusuales, como si ya hubiera
estado en ella. Se obnubiló de celos y la increpó a que respondiera cuándo y con quién
había estado en el lugar. Winnie se puso lívida y dejo la casa sin decir palabra.
Avergonzado por haber sido tratado como un demente por Winnie, decide regresar a
los pocos días a Londres. Llega a su cuarto de hotel y una rara sensación de
incomodidad lo embarga. A los pocos momentos el botones se acerca a su habitación y
le menciona que habían llamado del Mandrake Club para decir que había olvidado su
paraguas el día anterior. Mecánicamente responde que quiere que se lo envíen para,
seguidamente, darse cuenta del absurdo. Al posar la vista en los pinceles descubrió
que estaban frescos. Embargado por los acontecimientos se acerca al caballete con
una madona que había bosquejado antes de partir. Al desgarrar la funda se percata de
que el lienzo estaba terminado con destreza magistral y el rostro era el de Winnie. Se
dejo caer en su sillón y descubrió a una mariposa amarilla revoloteando cerca suyo.
Se puede afirmar que las posibilidades ofrecidas por un tratamiento narrativo doble
son increíblemente ricas, en tanto nos permiten atisbar zonas desconocidas de nuestro
yo, inconsciente o alma. Doblaje lo que hace es multiplicar las posibilidades del yo al
permitir que el yo protagónico sea capaz de rozar, casi oler sus objetos de deseo o de
identificación post-especular; esto en términos psicoanalíticos alude al estadio de
desarrollo en que el infante se escinde a través del vacío dejado por la imagen
especular estática y el cuestionamiento del sistema ordenado de entidades
consideradas trascendentes e incuestionables. En el caso particular que nos compete la
alienación y el desplazamiento espacial se verifican alegóricamente cuando un
flemático inglés de costumbres apacibles viaja hasta el otro lado del mundo. De hecho
nuestro protagonista está tan fuera de lugar que es el único personaje que no tiene o
no conoce nombre. Ribeyro se toma la molestia de no dejar pasar la necesidad de
identificación del sujeto, a través de su vicio más marcado, el de la iteración. En
efecto, a pesar de ser un narrador sutil que hila muy fino (recordemos a la mariposa
amarilla), no puede evitar un exabrupto que define al personaje en su búsqueda
angustiosa cuando dice que "pensaba que la identidad de los rasgos debería
corresponder a la identidad de temperamento y a la identidad de temperamento —¿por
qué no?— identidad de destino". Destino circular por cierto. Para Ribeyro nuestra
propia parábola, la del hombre, es una serie de repeticiones y posibilidades. Es así que
para el inglés y para nosotros es posible caer de bruces en el sillón pensando en que
otro, nuestro doble de cada día, tiene a Winnie en sus brazos o, desapercibidamente
tomar otro camino del jardín de senderos que se bifurcan y ser nosotros los que
poseamos nuestro objeto de deseo. Y es este rechazo constante de las construcciones
y certidumbres categoriales (las que nos dan la seguridad de lo conocido) lo más digno
de resaltar de Ribeyro dadas las características de los aparatos narrativos de que ha
bebido.
REFERENCIAS:
Calaf de Agüera, Helen. El doble en el tiempo en `El otro` de Jorge Luis Borges.
Explicación de textos literarios 6.2 (1978): 167-173.
Hastings, James. Encyclopaedia of Religion and Ethics. New York: Charles Scribner’s
Sons, 1912.
Keppler, C.F. The Literature of the Second Self. Arizona: The University of Arizona
Press, 1972.
Marcone, Jorge. "Lo `real maravilloso` como categoría literaria." Lexis 12.1 (1988): 1-
41.
Rank, Otto. The Double. Chapell Hill: University of North Carolina Press, 1971.
Ribeyro, Julio Ramón. La Palabra del Mudo. Lima: Milla Batres, 1972-1994.
Hispanic Culture Review. Volume III, Number 2-3. Fall 1996-Spring 1997