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papel respectivo de unas y otras fuentes dio lugar desde un principio a una
serie d escuelas, cuatro de las cuales se han mantenido hasta hoy con la
consideración de ortodoxas.
La escuela hanefí, de perdurable influencia en el Imperio Otomano, fue
fundada por Abuhanifa, de origen persa (nacido en Cufa, murió en 767),
que enseñó en Basora. Abrió ampliamente la puerta a la equidad y por ende
a la actividad racional del juez. Con él la tradición pasó a un segundo plano,
quedando subordinada a la analogía.
Las consideraciones de equidad quedan, por el contrario, limitadas y se
amplía el papel del consentimiento unánime, en la escuela malequí, que debe
su nombre a Malic ben Anas (Malik Ibn-Anas, m. 795), de Medina, y se ha
mantenido en el norte de África y la India musulmana. Los malequitas, por
otra parte, introdujeron el criterio de la «utilidad pública».
Para la escuela xafei, la noción más importante es la de «causa» o raíz de
la ley, lo que podríamos llamar «espíritu de la ley», cuya indagación permite
resolver los casos no previstos. De ahí un retroceso del Corán y de la
tradición en su sistema de fuentes. La había fundado Mohamed ben Idris as
Xafei (m. 820), de Gaza, que actuó en La Meca, Medina, Bagdad y Egipto,
país en el que sigue predominando su doctrina.
La cuarta escuela ortodoxa se aparta en cambio de las anteriores por un
rigorismo tradicionalista que se atiene a la letra de la ley y rechaza el
recurso al ray. Se trata de la escuela hanbalí, así llamada por remontarse a
Ahmed ben Hanba! (Ibn-Hanbal, 780-855), de Bagdad. La tendencia por él
instaurada se intensifica en la escuela dahtrí, de Áhu Soleiman Daud (815-
883), de Cufa, que enseñó también en Bagdad y tuvo un brillante epígono en
España en el famoso Abenhazam (Ibn (Hazamm de Córdoba (994-1063).
Abenhazam, por otra parte, es autor del Libro de los caracteres y la
conducta, lleno de reflexiones psicológicas y morales de acento estoico.
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10. Si con el cordobés Averroes, que cierra el ciclo del pensamiento clásico
del Islam (es sintomático que ejerciera mayor influencia entre los cristianos
que entre sus correligionarios), éste había dado la medida de su capacidad
especulativa, qucd.tba reservado a un historiador tunecino el an-j ticiparse,
dos siglos más tarde, con asombrosa lucidez, a las concepciones! más
logradas de la sociología moderna. Abcnjaldún (Ibn Jaldun, Ibn Khal-j dun,
1332-1406), cuya agitadísima carrera política en el norte de África, Egipto y
los sultanatos de Oriente refleja la inestabilidad y desintegración del mundo
musulmán de entonces, es tanto más notable como pensador social, cuanto
que se yergue solitario, sin filiación intelectual conocida. En medio de
innumerables vicisitudes, que le pusieron en contacto con Pedro el Cruel y
Tamerlán en ambos extremos del orbe musulmán, supo Aben-jaldún, en los
Prolegómenos a su Historia universal, que escribió durante un respiro de
cuatro años, cerca de Oran (1375-79), dejar a la posteridad un monumento
literario que, según el autorizado juicio de A. J. Toynbee, es comparable a la
obra de un Tucídides y un Maquiavclo por la amplitud y profundidad de su
perspectiva como por su germina pujanza intelectual, y encierra «una
filosofía de la historia que es sin duda la obra más grande en este género que
jamás haya creado mente alguna en cualquier tiempo o lugar». Esta
afirmación de Toynbee no parecerá exagerada a quienes se hayan asomado
a los Prolegómenos, cuyo interés actual ponen de manifiesto traducciones,
antologías y estudios críticos recientes.
Hemos dicho que Abenjaldún es ante todo un filósofo de la historia, por lo
que queda algo al margen de nuestras consideraciones. Baste indicar que
tuvo la intuición genial de la radica! interdependencia de los factores todos
de una cultura, y de la importancia esencial que para ésta ofrece el modo de
vida, la ocupación fundamental del grupo. Aun cuando asigna un destacado
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por la razón. Con ello reservaba Maimónides a la idea de ley natural un sitio
junto a la ley divina positiva, tradicional en el judaismo.
También en este aspecto ejerció Maimónides un papel de primer plano en
la configuración ulterior del judaismo, rebasando socialmente su irradiación
el círculo de las escuelas y dando lugar a una religiosidad racional que
superó las críticas que en nombre de una estrecha ortodoxia se le dirigieron.
Espinosa seguirá influido por él, y para muchos correligionarios la actitud
de Maimónides constituiría un puente entre la tradición judía y el saber
secular del Occidente moderno. No fue menor, por otra parte, el impacto de
Maimónides sobre el pensamiento cristiano, y en primer termino sobre San
Alberto y Santo Tomás de Aquino.
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