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TONY ORTIZ
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A Ricardo Manuel
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Una madrugada donde las estrellas aún se hacen presentes. Frente a las vías del
tren, una banca custodiada por dos faroles. Sentado en la banca un hombre alto
que silba una canción desconocida. Al fondo a la izquierda un reloj que marca las
5:20 de la mañana. El hombre voltea a ver el reloj y sonríe. Se escucha una voz
de mujer a lo lejos que canta la misma canción. El hombre vuelve a sonreír.
MUJER: (off) Es sólo que hoy yo no sé qué decir… tal vez mañana… tal vez
mañana.
MUJER: Es sólo que hoy yo no sé qué decir… tal vez mañana… tal vez… (se
interrumpe)
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HOMBRE: Es de mala educación no contestar un saludo, señora.
MUJER: Lo sé.
MUJER: Bueno.
Silencio largo. Ambos miran a lados contrarios. Voltean a verse y cuando sus ojos
se encuentran miran al frente evitándose.
HOMBRE: Buenas…
MUJER: No es descortesía.
HOMBRE: Entiendo.
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Silencio largo. Ambos miran a lados contrarios. Voltean a verse y cuando sus ojos
se encuentran miran al frente evitándose.
MUJER: Lo siento esto es demasiado para mí. (Toma sus maletas y se dirige a la
salida)
HOMBRE: Espere.
MUJER: No lo diga.
HOMBRE: ¿Qué?
HOMBRE: Pero está a punto de irse. Me gustaría que antes de que se vaya sepa
quién soy.
HOMBRE: En efecto
(Silencio)
(Silencio)
HOMBRE: Casi nadie usa esta estación, señora. ¿Sabía que puede ser peligroso
que esté por aquí tan de mañana?
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La mujer se levanta del asiento y camina hacia las vías. Se asoma en dirección de
donde se supone debe venir el tren.
MUJER: Feliz nuevo año, señor. Al parecer le encanta platicar con desconocidos.
MUJER: No lo esperamos juntos. Cada quien está esperándolo por su lado. Usted
ahí, y yo por acá.
HOMBRE: Es primero de enero, señora. El primer día del año. Uno no debería
recibir el primer día del año solo. Por favor, permítame esperar el tren de las seis
con usted. Sea amable con un hombre que está solo con su soledad.
MUJER: ¿Le parece que soy una ramera para aceptar semejante cosa?
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escondidas se fumaba los dos cigarrillos uno tras otro. Decía que si Dios le daba
permiso al párroco de echarse sus traguitos diario por qué a ella no le iba a
permitir volverse chimenea de vez en cuando.
MUJER: Supongo que se metió en problemas muchas veces. Con su padre, digo.
Supongo que a él no le gustaba semejante hábito.
HOMBRE: Lo último que recuerdo de mi padre fue una golpiza que me metió un
día antes de que lo atropellaran. Yo había estado jugando con los zapatos de mi
madre. Imaginaba que eran trenes y él pensó que los quería usar. “Eres un
afeminado”, me decía, “te voy a enseñar que con cosas de vieja no se juega”. Y
me golpeó por no sé cuánto tiempo. (Silencio) Se murió al día siguiente y me dio
gusto. En parte porque nadie volvería a golpearme ni a mi madre, y en parte
porque madre no me obligaría a mentir cada vez que fumaba sus cigarrillos.
Madre dice que llegará el día en que todas las mujeres fumen y que nadie las
mirará feo otra vez. Dice que entonces ya no habrá necesidad de mentir para
esconderse a fumar. No me gusta mentir, creo que es un hábito muy feo.
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HOMBRE: Que si el párroco podía echarse sus traguitos diario…
MUJER: No, no. Eso no. Lo de que algún día las mujeres fumarán y será bien
visto. Es una locura.
HOMBRE: Madre está algo loca. (Le señala el cigarrillo) ¿Gusta probar? (Ella está
a punto de interrumpirle) Le prometo que no la voy a mirar feo.
HOMBRE: Como diría nuestro señor Jesucristo: “Nunca digas ‘de esta agua no he
de beber’”
(Silencio)
MUJER: No.
HOMBRE: (Se acerca a ella con el cigarro) A veces debemos atrevernos a hacer
lo que nunca antes nos hemos atrevido a hacer.
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La mujer, lo observa detenidamente. Luego toma el cigarrillo, se aleja un poco de
él.
MUJER: Que se dé vuelta. Es suficiente con que usted sepa que voy a hacerlo
como para que también lo vea.
HOMBRE: Muy bien. Ya me di vuelta ya puede fumar por primera vez un cigarrillo.
HOMBRE: Apresúrese.
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La mujer vuelve a fumar con maestría disfrutando el humo que sale de sus
pulmones. Al final finge, de muy mala manera, un ataque de tos. El hombre corre
hacia a ella y la sostiene por la espalda para ayudarla.
HOMBRE: Sólo espero que a su marido no le moleste que llegue a casa oliendo a
humo de cigarro.
Ella lo mira por unos segundos y deja de sonreír. Se dirige a la banca y se sienta.
A su lado pone de nuevo su maleta. Él la mira desde donde está.
MUJER: No se preocupe. Sólo que debo estar atenta para cuando llegue el tren.
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MUJER: No lo haga. Usted prometió que si me quedaba no me diría su nombre.
Pensé que a usted no le agradaban las mentiras. Romper una promesa es igual
que mentir.
HOMBRE: De acuerdo.
HOMBRE: ¿Es usted soltera y por eso se molestó cuando mencioné que podría
enojarse su marido?
(Silencio)
HOMBRE: Sólo quería decirle que se ve usted hermosa. Tan hermosa como hace
un año, incluso sigue viéndose tan hermosa como tres años atrás.
MUJER: Pero…
MUJER: Espere.
MUJER: No se vaya.
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HOMBRE: Imposible
HOMBRE: Podría hacerlo. Sin embargo, debo advertirle que si me libera de esa
promesa y me quedo seguiré hablándole y quizás eso le moleste.
MUJER: Completamente.
MUJER: ¿Y bien?
HOMBRE: Dígame…
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HOMBRE: ¿Qué quiere que le diga?
MUJER: Un poco de sensatez, por favor. Acaba de decirme que me veo igual de
guapa que hace tres años.
HOMBRE: Hermosa…
HOMBRE: ¿Cómo?
MUJER: …
HOMBRE: Señora, usted sabe tan bien como yo que en los últimos cuatro años
nos hemos visto exactamente cuatro veces, contado la de hoy por supuesto. La
primera vez apenas notó mi presencia, la segunda sentí su mirada extrañada
seguirme mientras yo iba y venía por el andén, quizás se preguntaba que hacía un
hombre el primer día del año esperando el tren a las 5 de la mañana, no se
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preocupe yo me hice la misma pregunta sobre usted; la tercera ocasión en que
nos encontramos su mirada, más que extrañada, era una mirada interesada que
esquivaba cada que yo volteaba a verla, y la última vez, ahora quiero decir,
cuando nuestros ojos se cruzaron pude leer en ellos algo que en este momento no
puedo descifrar ya que estoy confundido debido a eso de que siempre le llevan la
contraria.
MUJER: Pero…
MUJER: …
HOMBRE: Leo en sus ojos que sí, lo que significa que desea usted que me
quede.
MUJER: Entonces…
MUJER: ¿A mí?
HOMBRE: A usted
HOMBRE: Sí, porque al confesarle esto, una de dos: podré seguirla viendo el
resto de mi vida o en el peor de los casos no podré volverla a ver jamás. Me lo
prometí, señora, me prometí que este año sería todo o nada.
MUJER: ¿Dijo…muerto?
HOMBRE: Así es. Hace cuatro años salí de la cantina tras brindar por el nuevo
año que, lo que sea de cada quien, no podía ser más jodido que el que acababa
de terminar, por la tarde había perdido en las cartas todo lo que me quedaba, el
dinero, las joyas de madre, su casa. Nos habíamos quedado sin nada y todo por
mi mala suerte y, dicho sea de paso, incurable adicción al juego. Antes de irme a
beber, abracé a madre despidiéndome y esperé a que apagara las luces. Yo sabía
muy bien que a las 6 de la mañana en esta estación el tren se hacía presente. Lo
tomaría. Pero no como lo ha tomado usted los últimos años sino de una forma
diferente. Sería el transporte perfecto a una vida mucho más digna. ¿O eso es el
paraíso, no? Y sin temor a equivocarme podría decir que eso sí lo dijo nuestro
señor Jesucristo.
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HOMBRE: Estaba en la ruina. Pero llegué mucho antes de que el tren pasara y de
pronto escuché una voz que se acercaba cantando. Y se lo juro, fue como si los
mismos ángeles me susurraran al oído.
MUJER: …
MUJER: Cállese…
MUJER: Porque soy una mujer casada y esto es para mí una falta de respeto.
MUJER: ¿Perdón?
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MUJER: Creo que eso a usted no debería interesarle.
(Silencio largo)
HOMBRE: No me malentienda. No quiero decir que fue amor a primera vista. Pero
cada año que la volvía a encontrar descubría algo nuevo en usted. El primer año
la escuché cantar una canción que no he podido quitarme de la cabeza. El
segundo descubrí que escribe con la mano izquierda y que después de estornudar
cierra sus ojos por 10 segundos, esa imagen para mí es inolvidable. El tercero
descubrí que no era feliz del todo y este año que sus ojos siempre le llevan la
contraria.
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HOMBRE: Discúlpeme, por favor. No era mi intención ponerla así.
MUJER: Usted dice que me ama, pero déjeme decirle que sus técnicas de
conquista no son para nada efectivas. Es usted un…
Silencio.
MUJER: Está bien. Quiere que le cuente, le contaré. Sí, tengo marido. Y sí, estoy
huyendo.
HOMBRE: Por los resultados de los últimos tiempos creo que se equivoca.
HOMBRE: ¿Perdón?
MUJER: ¿Qué le hace pensar que no soy una meretriz o una mujer de la calle?
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MUJER: ¿Está seguro?
HOMBRE: Tan seguro como que usted apuesta que no soy un delincuente, o un
violador.
HOMBRE: No las tiene. De ser así el tercer año me habría quedado esperándola.
Y en cambio volvió. ¿Por qué regresó?
(Pausa)
MUJER: Además pronto las mujeres que fuman serán bien vistas, ¿no dice eso su
madre?, debo estar preparada.
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Ella lo mira con odio.
Mientras ella habla pasea por el andén. De vez en vez se queda viendo cómo se
consume su cigarrillo.
MUJER: Usted sólo me ha visto aquí los últimos cuatro años. En realidad llevo
ocho años tomando este tren cada primero de enero. Ocho años en los que no me
he atrevido a irme de verdad. ¿Sabe lo que es eso?
MUJER: Lejos, donde la vida pueda ser más digna. Sólo que yo no me atrevo a
buscar el paraíso como usted.
MUJER: Pues lo que se dice vivir… (niega con la cabeza)… sabe, para todos mi
marido es el mejor hombre del universo. Grandes negocios, dinero por todos
lados, fiestas con la crema y nata. Todas me dicen que soy muy afortunada de
tener un marido como él. Pero no pueden estar más equivocadas.
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sospecharían la verdad. Se desquita conmigo, claro está. En pocas palabras estoy
pagando un crimen que no cometí. Pero sabe, no estoy triste por no haber tenido
un hijo, con el padre que les habría tocado prefiero que no hayan nacido nunca.
No sé por qué le estoy contando todo esto.
HOMBRE: ¿Y por qué sigue con él, señora? Si no es feliz no tiene por qué
hacerlo.
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y la historia se repite una y otra vez. (Silencio.) Esta es la parte donde huye debido
a mi patética historia
HOMBRE: ¿Coincidencia?
(Silencio)
La mujer sonríe. Toma otro cigarrillo y lo enciende. Se sienta en la orilla del andén
y sus pies cuelgan en dirección a las vías. Él se sienta a su lado y comparten el
cigarrillo.
HOMBRE: Dígame.
HOMBRE: Dígalo.
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MUJER: Hace cuatro años, después de tomar ese tren las cosas empezaron a ser
diferente.
(Silencio largo)
El hombre sonríe.
MUJER: Al principio fue incómodo. Pero al volver el segundo año y ver que
esperaba también algo cambio en mí. Y al tercero… y ahora. Ya no me bajaba en
la estación principal por pensar en que mi marido cambiaría, lo hacía porque sabía
que valía la pena esperar un año para verlo a usted por lo menos unos momentos.
MUJER: Podríamos decir que nos hemos enamorado. Pero debo reconocer que
en secreto pensaré que simplemente encontramos algo por lo cual seguirnos
aferrando a esta vida.
HOMBRE: Me parece.
HOMBRE: No es así.
MUJER: Pero…
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HOMBRE: Se lo aseguro. Pero bueno, ahora que sabemos que nos amamos
permítame presentarme, mi nombre es Er…
MUJER: No lo diga.
MUJER: Hasta ahora no han descubierto mi admiración por usted sólo porque no
sé su nombre, si lo supiera tenga por seguro que mis labios me traicionarían y mi
secreto quedaría al descubierto.
HOMBRE: Sus ojos le llevan la contraria y sus labios la traicionan. ¿Hay algo en
su cuerpo que no vaya contra usted?
MUJER: ¿Qué?
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MUJER: Aunque le dijera que sí, no hay música para concederle ese baile.
MUJER: no
HOMBRE: Sí lo escucha.
HOMBRE: Un tango.
HOMBRE: Imaginación.
MUJER: Su imaginación debe ser muy fuerte como para que yo pueda escuchar
lo mismo.
HOMBRE: Me pregunto si será tan fuerte como para que usted baile conmigo.
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Comienzan a bailar apasionados. El intercambio de miradas se sucede una y otra
vez. Los nervios suben por las manos de ambos y brotan en el sudor de sus
frentes.
HOMBRE: No
MUJER: ¿No?
Ella sonríe sin decir palabra. Bailan un poco más y al terminar sus labios terminan
a poca distancia. Él la besa y ella corresponde. Se separan. Ella le sonríe y luego
se sobresalta separándose de él.
MUJER: Sí, pero. Pensé que esta vez sería como antes. Que tomaría el tren y me
bajaría cuando llegara a la estación principal.
HOMBRE: ¿Por qué querría bajarse? ¿No fue siempre la intención irse y dejarlo?
(Silencio)
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MUJER: Es triste que usted se ría de mis angustias.
HOMBRE: Es que cómo no reírme. (Mira el reloj) El tren está por llegar.
HOMBRE: Er…
MUJER: No lo diga.
HOMBRE: De acuerdo.
HOMBRE: Dígame.
El hombre sale de escena y vuelve enseguida con una maleta pequeña. El sonido
del tren se escucha cada vez más cerca.
MUJER: ¿Y su madre?
MUJER: No, no puedo permitir que usted deje toda su vida aquí por mí. Es una
tontería.
HOMBRE: Si usted toma sola ese tren se habría ido mi todo. Eso sí sería una
tontería.
MUJER: ¿Le han dicho que a veces suena usted muy romántico?
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MUJER: Si es lo que usted desea no soy quién para impedírselo.
HOMBRE: Dígamelo
HOMBRE: ¿Qué más da? Además nadie visita esta vieja estación en año nuevo.
HOMBRE: Y no se preocupe. Las vías del tren son viejas amigas, ellas no dirán
nada.
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La luz de los faros del tren comienza a iluminarlos.
MUJER: ¿Sí?
MUJER: (Le da la mano) Amelia Alvarado, el placer es mío (Sonríe) Ha usted roto
su promesa.
HOMBRE: A veces debemos hacer lo que nunca nos hemos atrevido a hacer.
(Sonríe.)
Ambos toman sus maletas con una mano y se cogen con la otra. Se sonríen.
Voltean a ver el tren y los faros los iluminan por completo. El tren llega a la
estación y el vapor los envuelve mientras suben para no volver jamás.
FINAL
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