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Lo que la vía calló ese primero de enero

TONY ORTIZ

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A Ricardo Manuel

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Una madrugada donde las estrellas aún se hacen presentes. Frente a las vías del
tren, una banca custodiada por dos faroles. Sentado en la banca un hombre alto
que silba una canción desconocida. Al fondo a la izquierda un reloj que marca las
5:20 de la mañana. El hombre voltea a ver el reloj y sonríe. Se escucha una voz
de mujer a lo lejos que canta la misma canción. El hombre vuelve a sonreír.

MUJER: (off) Es sólo que hoy yo no sé qué decir… tal vez mañana… tal vez
mañana.

Aparece la mujer en escena con una maleta de viaje.

MUJER: Es sólo que hoy yo no sé qué decir… tal vez mañana… tal vez… (se
interrumpe)

La mujer ve al hombre quien también la mira y se apena. Deja de cantar y se


dirige al asiento. Pone su maleta entre ella y el hombre. Largo silencio. El hombre
intenta tomar valor para hablar, al final lo logra.

HOMBRE: Buenas noches.

La mujer lo mira desconcertada.

HOMBRE: Dije, buenas noches.

MUJER: (Contrariada) Lo escuché.

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HOMBRE: Es de mala educación no contestar un saludo, señora.

MUJER: Lo sé.

HOMBRE: ¿Probamos de nuevo?

MUJER: Bueno.

Silencio largo. Ambos miran a lados contrarios. Voltean a verse y cuando sus ojos
se encuentran miran al frente evitándose.

HOMBRE: Buenas noches.

La mujer se queda callada. Él la mira de reojo.

HOMBRE: Buenas…

MUJER: Lo escuché la primera vez…

HOMBRE: ¿Y entonces por qué no contesta?

MUJER: Porque... (Voltea a ver el reloj) no es de noche. (Señala el reloj) Lo ve. Es


de mañana. Así que no puedo desearle buenas noches, porque no lo son.

HOMBRE: Muy bien.

MUJER: No es descortesía.

HOMBRE: Entiendo.

MUJER: Me alegra que entienda.

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Silencio largo. Ambos miran a lados contrarios. Voltean a verse y cuando sus ojos
se encuentran miran al frente evitándose.

HOMBRE: Bueno días, entonces.

MUJER: Lo siento esto es demasiado para mí. (Toma sus maletas y se dirige a la
salida)

HOMBRE: Espere.

MUJER: (Deteniéndose) ¿Sí?

HOMBRE: Antes de que se vaya permítame presentarme. Soy Er…

MUJER: No lo diga.

HOMBRE: ¿Qué?

MUJER: Por favor no diga su nombre.

HOMBRE: ¿Alguna razón para semejante súplica?

MUJER: Hasta el momento no ha sido necesario presentarnos. No veo el motivo


para hacerlo ahora.

HOMBRE: Pero está a punto de irse. Me gustaría que antes de que se vaya sepa
quién soy.

MUJER: ¿Entonces va a decírmelo porque estoy yéndome?

HOMBRE: En efecto

(Silencio)

MUJER: ¿Si me quedo…promete no decirme su nombre?


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HOMBRE: Si es estrictamente necesario yo…

MUJER: Es estrictamente necesario, sí.

HOMBRE: Pues entonces (Pausa) no lo diré.

MUJER: Muy bien.

HOMBRE: ¿Se quedará ahora?

La mujer lo observa un momento dudando, al fin pasa frente a él y se sienta en el


espacio de la banca que el hombre ocupara antes. El hombre se acerca y se
sienta a su lado. La mujer palidece y vuelve a colocar su maleta entre ellos.

HOMBRE: Aún falta mucho para que pase su tren.

MUJER: ¿Le parece?

HOMBRE: Es lo que el reloj dice.

MUJER: Al parecer tiene usted toda la razón.

(Silencio)

HOMBRE: Casi nadie usa esta estación, señora. ¿Sabía que puede ser peligroso
que esté por aquí tan de mañana?

MUJER: Conozco la estación, no se preocupe.

HOMBRE: Está un tanto alejada de la ciudad. ¿Sería impertinente preguntarle por


qué vino hasta acá y no tomó el tren en la estación principal?

MUJER: Lo sería, además de que también sería inútil pues no obtendría


respuesta de mi parte.

HOMBRE: Muy bien, entonces no le preguntaré. (Le sonríe)

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La mujer se levanta del asiento y camina hacia las vías. Se asoma en dirección de
donde se supone debe venir el tren.

HOMBRE: Por cierto, feliz nuevo año.

MUJER: Feliz nuevo año, señor. Al parecer le encanta platicar con desconocidos.

HOMBRE: En realidad no. Pero usted ha puesto como condición no presentarnos


para poder esperar juntos el tren de las seis.

MUJER: No lo esperamos juntos. Cada quien está esperándolo por su lado. Usted
ahí, y yo por acá.

HOMBRE: Es primero de enero, señora. El primer día del año. Uno no debería
recibir el primer día del año solo. Por favor, permítame esperar el tren de las seis
con usted. Sea amable con un hombre que está solo con su soledad.

Ella lo observa y tras pensarlo vuelve a sentarse junto a él. Silencio.

HOMBRE: ¿Le apetece un cigarrillo mientras esperamos?

MUJER: ¿Le parece que soy una ramera para aceptar semejante cosa?

HOMBRE: No, no, no. Discúlpeme, no fue mi intención insultarla.

MUJER: Me está ofreciendo un cigarrillo en público. ¿No es eso suficiente


ofensa?

HOMBRE: ¿Me permite encender el mío?

MUJER: Adelante, no me incumbe.

HOMBRE: (Sonríe) Gracias, qué amable. (Enciende el cigarrillo y se pasea por la


estación) Mi madre se fumaba uno o dos cigarrillos al día, y no, no era una ramera
como usted dice. Al menos no hasta donde yo sé. Siempre volvía de misa y a

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escondidas se fumaba los dos cigarrillos uno tras otro. Decía que si Dios le daba
permiso al párroco de echarse sus traguitos diario por qué a ella no le iba a
permitir volverse chimenea de vez en cuando.

MUJER: Supongo que se metió en problemas muchas veces. Con su padre, digo.
Supongo que a él no le gustaba semejante hábito.

HOMBRE: Supongo que no le habría gustado, pero nunca lo sabremos. Mi padre


murió cuando yo tenía 5 años.

MUJER: Lo siento, mucho.

HOMBRE: No hay necesidad de mentir. Ni siquiera yo lo siento.

MUJER: ¿Ah no?

HOMBRE: Lo último que recuerdo de mi padre fue una golpiza que me metió un
día antes de que lo atropellaran. Yo había estado jugando con los zapatos de mi
madre. Imaginaba que eran trenes y él pensó que los quería usar. “Eres un
afeminado”, me decía, “te voy a enseñar que con cosas de vieja no se juega”. Y
me golpeó por no sé cuánto tiempo. (Silencio) Se murió al día siguiente y me dio
gusto. En parte porque nadie volvería a golpearme ni a mi madre, y en parte
porque madre no me obligaría a mentir cada vez que fumaba sus cigarrillos.
Madre dice que llegará el día en que todas las mujeres fumen y que nadie las
mirará feo otra vez. Dice que entonces ya no habrá necesidad de mentir para
esconderse a fumar. No me gusta mentir, creo que es un hábito muy feo.

MUJER: Es una locura.

HOMBRE: El mentir, sí, pienso que es una locura.

MUJER: No, me refiero a lo que dice su madre.

HOMBRE: ¿Lo de la chimenea?

MUJER: ¿Qué chimenea?

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HOMBRE: Que si el párroco podía echarse sus traguitos diario…

MUJER: No, no. Eso no. Lo de que algún día las mujeres fumarán y será bien
visto. Es una locura.

HOMBRE: Madre está algo loca. (Le señala el cigarrillo) ¿Gusta probar? (Ella está
a punto de interrumpirle) Le prometo que no la voy a mirar feo.

MUJER: No lo sé. (Nerviosa) Nunca lo he hecho.

HOMBRE: Como diría nuestro señor Jesucristo: “Nunca digas ‘de esta agua no he
de beber’”

(Silencio)

MUJER: Eso no lo dijo nuestro señor Jesucristo.

HOMBRE: ¿Ah, no?

MUJER: No.

HOMBRE: Bueno, alguien importante lo habrá dicho si no no lo repetirían tanto.


Ande, anímese.

MUJER: No creo que sea conveniente.

HOMBRE: (Se acerca a ella con el cigarro) A veces debemos atrevernos a hacer
lo que nunca antes nos hemos atrevido a hacer.

MUJER: (Duda) ¿Ah, sí? (Silencio) ¿Por qué?

HOMBRE: Es la única manera de encontrar la felicidad.

MUJER: Usted suena muy romántico, ¿sabía?

HOMBRE: Es mi precepto de vida.

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La mujer, lo observa detenidamente. Luego toma el cigarrillo, se aleja un poco de
él.

MUJER: Está bien, pero déjeme hacerlo sola.

HOMBRE: Está bien. Fúmelo y si necesita ayuda sólo dígamelo.

MUJER: Dese vuelta.

HOMBRE: ¿Cómo dice?

MUJER: Que se dé vuelta. Es suficiente con que usted sepa que voy a hacerlo
como para que también lo vea.

HOMBRE: Muy bien. Ya me di vuelta ya puede fumar por primera vez un cigarrillo.

La mujer se percata de que no la están viendo y ávidamente, como si hubiera


pasado mucho tiempo desde la última vez que probó uno, absorbe con maestría el
humo del cigarrillo disfrutándolo al por mayor.

HOMBRE: Apresúrese.

MUJER: Ya lo he fumado, muchas gracias.

HOMBRE: No mienta. Si lo hubiera fumado habría tosido. Eso pasa siempre la


primera vez.

MUJER: (titubeando) ¿Ah, sí?

HOMBRE: En un 99% de los casos. Así que no me engañe y dele al menos un


sorbo.

MUJER: Está bien, pero dese vuelta.

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La mujer vuelve a fumar con maestría disfrutando el humo que sale de sus
pulmones. Al final finge, de muy mala manera, un ataque de tos. El hombre corre
hacia a ella y la sostiene por la espalda para ayudarla.

HOMBRE: Lo ve no fue tan difícil.

MUJER: Si muero ahogada será su culpa.

HOMBRE: Puedo asumirla. Al menos no morirá sin haber probado un cigarrillo.

MUJER: Verdad que no.

Los dos ríen.

HOMBRE: Sólo espero que a su marido no le moleste que llegue a casa oliendo a
humo de cigarro.

Ella lo mira por unos segundos y deja de sonreír. Se dirige a la banca y se sienta.
A su lado pone de nuevo su maleta. Él la mira desde donde está.

HOMBRE: ¿Dije algo malo?

MUJER: No se preocupe. Sólo que debo estar atenta para cuando llegue el tren.

HOMBRE: Aún falta algo de tiempo. (Señala el reloj) Lo ve.

MUJER: Lo veo. Pero es usted un extraño y no debo permitirme tantas


confianzas.

HOMBRE: Déjeme presentarme entonces, soy Er…

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MUJER: No lo haga. Usted prometió que si me quedaba no me diría su nombre.
Pensé que a usted no le agradaban las mentiras. Romper una promesa es igual
que mentir.

HOMBRE: De acuerdo.

MUJER: De acuerdo. Ahora le agradecería que no me moleste más.

Silencio. El hombre duda un momento. Camina hasta el borde del andén y se


asoma hacia las vías. Mientras él no la mira ella lo observa detenidamente.
Cuando el vuelve la mirada ella finge no observarlo. Él camina hasta la banca y se
sienta a su lado.

HOMBRE: ¿Es usted soltera y por eso se molestó cuando mencioné que podría
enojarse su marido?

MUJER: No se equivocó. Estoy casada y en efecto, mi marido me mataría si me


encontrara con olor a cigarrillo.

HOMBRE: Lo siento. No quise molestarla. (Silencio) ¿Está llorando?

MUJER: No, no estoy llorando.

HOMBRE: Sus ojos me dicen otra cosa.

MUJER: No se fije. Mis ojos siempre me llevan la contraria.

(Silencio)

HOMBRE: ¿Me permitiría decirle algo más?

MUJER: Qué parte de que no quiero que me moleste no ha entendido.


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HOMBRE: Le suplico que sea sólo una cosa más, tras expresarme me marcharé y
la dejaré sola.

MUJER: ¿Lo promete?

HOMBRE: Lo prometo. Y recuerde que no me gusta romper una promesa, es…

MUJER: Como mentir.

HOMBRE: Así es.

MUJER: Está bien. Dígamelo rápido y márchese.

HOMBRE: Sólo quería decirle que se ve usted hermosa. Tan hermosa como hace
un año, incluso sigue viéndose tan hermosa como tres años atrás.

MUJER: ¿Cómo dice?

HOMBRE: Y será un verdadero placer volver a verla el año que viene.

MUJER: Pero…

HOMBRE: Ahora, si me disculpa, debo cumplir mi promesa.

El hombre hace una reverencia y se dispone a salir de escena. La mujer está


atónita.

MUJER: Espere.

HOMBRE: (Sin volverse) ¿Sí?

MUJER: No se vaya.

HOMBRE: No puedo quedarme. Si lo hago habré roto mi promesa.

MUJER: Pero se lo estoy pidiendo yo. ¿Se quedaría si yo se lo pidiera?

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HOMBRE: Imposible

MUJER: ¿Cómo dice?

HOMBRE: Sentiré que le habré mentido.

MUJER: Es usted muy terco.

HOMBRE: Y usted muy indecisa. Me pidió marcharme, me hizo prometerlo, y


ahora me dice que me quede.

MUJER: ¿Si lo libero de esa promesa se quedará?

HOMBRE: Podría hacerlo. Sin embargo, debo advertirle que si me libera de esa
promesa y me quedo seguiré hablándole y quizás eso le moleste.

MUJER: ¿Quiere quedarse o no?

HOMBRE: Lo deseo con toda mi alma.

MUJER: Entonces lo libero de esa promesa, puede quedarse.

HOMBRE: ¿Está usted segura?

MUJER: Completamente.

HOMBRE: Muy bien, muchísimas gracias.

El hombre vuelve a la banca dejando a la mujer de pie. Se sienta y cruza las


piernas satisfecho. Hay un largo silencio. Ella de pie lo mira.

MUJER: ¿Y bien?

HOMBRE: Dígame…

MUJER: No, dígame usted.

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HOMBRE: ¿Qué quiere que le diga?

MUJER: ¿Que qué quiero que me diga? Debe estar bromeando.

HOMBRE: Si estuviera yo bromeando tenga por seguro que estaría doblada de


risa en el suelo.

MUJER: Un poco de sensatez, por favor. Acaba de decirme que me veo igual de
guapa que hace tres años.

HOMBRE: Hermosa…

MUJER: ¿Cómo dice?

HOMBRE: Yo dije “hermosa” no “guapa”. Le dije que se ve igual de hermosa


como en los últimos años.

MUJER: ¿Qué quiere decir con eso?

HOMBRE: ¿Cómo?

MUJER: ¿Que qué quiere decir con eso?

HOMBRE: Quiero decir que los años no le han desfavorecido.

MUJER: No me refiero a eso.

HOMBRE: ¿Ah, no?

MUJER: ¿Ha estado siguiéndome los últimos cuatro años?

HOMBRE: ¿Qué le hace pensar semejante absurdo?

MUJER: …

HOMBRE: Señora, usted sabe tan bien como yo que en los últimos cuatro años
nos hemos visto exactamente cuatro veces, contado la de hoy por supuesto. La
primera vez apenas notó mi presencia, la segunda sentí su mirada extrañada
seguirme mientras yo iba y venía por el andén, quizás se preguntaba que hacía un
hombre el primer día del año esperando el tren a las 5 de la mañana, no se
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preocupe yo me hice la misma pregunta sobre usted; la tercera ocasión en que
nos encontramos su mirada, más que extrañada, era una mirada interesada que
esquivaba cada que yo volteaba a verla, y la última vez, ahora quiero decir,
cuando nuestros ojos se cruzaron pude leer en ellos algo que en este momento no
puedo descifrar ya que estoy confundido debido a eso de que siempre le llevan la
contraria.

MUJER: Pero…

HOMBRE: ¿Quiere usted que me retire?

MUJER: …

HOMBRE: Leo en sus ojos que sí, lo que significa que desea usted que me
quede.

MUJER: No sé qué decirle.

HOMBRE: ¿De verdad no sabe qué decirme?

MUJER: No, no lo sé.

HOMBRE: Si gusta, y no es mucha molestia, podría contarme por qué ha venido a


tomar el tren los últimos 4 años el primero de enero a las 6 de la mañana.

MUJER: ¿Por qué lo ha hecho usted?

HOMBRE: Yo no he tomado un tren desde que tenía 3 años, señora.

MUJER: Entonces…

HOMBRE: Yo venía a verla a usted.

MUJER: ¿A mí?

HOMBRE: A usted

MUJER: Me está comenzando a dar un poco de miedo ¿Sabía?

HOMBRE: Yo estoy muerto de pánico, entonces estamos a mano.


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MUJER: ¿Usted?

HOMBRE: Sí, porque al confesarle esto, una de dos: podré seguirla viendo el
resto de mi vida o en el peor de los casos no podré volverla a ver jamás. Me lo
prometí, señora, me prometí que este año sería todo o nada.

Ella lo mira buscando en su rostro alguna explicación. Corre a la banca y toma su


maleta de nuevo. Se dispone a salir. Él la detiene con su historia.

HOMBRE: Yo habría muerto en este lugar, hace exactamente cuatro años.

MUJER: ¿Dijo…muerto?

HOMBRE: Así es. Hace cuatro años salí de la cantina tras brindar por el nuevo
año que, lo que sea de cada quien, no podía ser más jodido que el que acababa
de terminar, por la tarde había perdido en las cartas todo lo que me quedaba, el
dinero, las joyas de madre, su casa. Nos habíamos quedado sin nada y todo por
mi mala suerte y, dicho sea de paso, incurable adicción al juego. Antes de irme a
beber, abracé a madre despidiéndome y esperé a que apagara las luces. Yo sabía
muy bien que a las 6 de la mañana en esta estación el tren se hacía presente. Lo
tomaría. Pero no como lo ha tomado usted los últimos años sino de una forma
diferente. Sería el transporte perfecto a una vida mucho más digna. ¿O eso es el
paraíso, no? Y sin temor a equivocarme podría decir que eso sí lo dijo nuestro
señor Jesucristo.

MUJER: ¿Iba usted a…?

HOMBRE: Así es, señora.

MUJER: Pero… por qué.

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HOMBRE: Estaba en la ruina. Pero llegué mucho antes de que el tren pasara y de
pronto escuché una voz que se acercaba cantando. Y se lo juro, fue como si los
mismos ángeles me susurraran al oído.

MUJER: …

HOMBRE: Era usted. No sé de qué manera, señora, pero al escucharla olvidé


todo lo que me aquejaba. De pronto la vi venir y no sé exactamente lo que sucedió
pero algo dentro de mí cambió de una manera en que no puedo explicar. Y por
primera vez en la vida no me atreví a hablarle a una mujer. Usted lloraba, o al
menos eso me parecía y yo no encontré el valor para acercarme a preguntar qué
pasaba. Y cuando por fin iba a atreverme escuché al tren venir y la vi acercarse a
las vías. Tomó el tren esa noche y no la volví a ver. La busqué en la ciudad el
resto del año, pero nunca la hallé. La ciudad es tan grande que sólo un milagro
haría que la encontrara de nuevo en el caso de que volviera.

MUJER: Cállese…

HOMBRE: Pero lo hizo, volvió y volví a encontrarla en esta estación el siguiente


año, y el siguiente y entonces pensé que no podía ser una coincidencia. Para serle
franco nunca creí en el destino, pero esto que nos ha pasado y de lo que sé que
usted es consciente también, me ha hecho cambiar de opinión.

MUJER: No quiero oírlo más.

HOMBRE: ¿Por qué no señora?

MUJER: Porque soy una mujer casada y esto es para mí una falta de respeto.

HOMBRE: Para serle sincero creo que su marido es un estúpido.

MUJER: ¿Perdón?

HOMBRE: Lamento si vuelvo a ofenderla, señora, pero sólo un hombre lo


suficientemente estúpido dejaría que su mujer, muy hermosa debo destacar, tome
el tren sola todos los años en la madrugada del primero de enero.

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MUJER: Creo que eso a usted no debería interesarle.

HOMBRE: Por supuesto que me interesa.

MUJER: Por qué habría de hacerlo.

HOMBRE: Porque estoy perdidamente enamorado de usted.

(Silencio largo)

MUJER: Las personas no se enamoran de la noche a la mañana.

HOMBRE: No me malentienda. No quiero decir que fue amor a primera vista. Pero
cada año que la volvía a encontrar descubría algo nuevo en usted. El primer año
la escuché cantar una canción que no he podido quitarme de la cabeza. El
segundo descubrí que escribe con la mano izquierda y que después de estornudar
cierra sus ojos por 10 segundos, esa imagen para mí es inolvidable. El tercero
descubrí que no era feliz del todo y este año que sus ojos siempre le llevan la
contraria.

MUJER: ¿Cómo se atreve a decir que no soy feliz?

HOMBRE: Porque de otra manera no viajaría usted en la madrugada. Dicen que


aquellos que quieren irse antes de que salga el sol están huyendo de algo. Y
usted lo hace, ¿verdad?, me atrevo a asegurar que usted no toma el tren para
volver a casa, sino para huir de ella.

La mujer lo observa y luego llora amargamente. Se aleja del hombre yéndose al


fondo de la estación.

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HOMBRE: Discúlpeme, por favor. No era mi intención ponerla así.

MUJER: Usted dice que me ama, pero déjeme decirle que sus técnicas de
conquista no son para nada efectivas. Es usted un…

HOMBRE: Le suplico me perdone. Me ha costado tanto hablarle que creo me


excedí un poco. (Se sienta en la banca)

Silencio.

MUJER: Está bien. Quiere que le cuente, le contaré. Sí, tengo marido. Y sí, estoy
huyendo.

HOMBRE: ¿De él?

MUJER: Deduce usted muy bien. Eso ha de servirle mucho en el juego.

HOMBRE: Por los resultados de los últimos tiempos creo que se equivoca.

MUJER: ¿No le da miedo descubrir que no soy lo que se ha imaginado?

HOMBRE: ¿Perdón?

MUJER: ¿Qué le hace pensar que no soy una meretriz o una mujer de la calle?

HOMBRE: No sabía fumar un cigarrillo.

MUJER: Su madre sabía hacerlo y usted jura que no lo es.

HOMBRE: Hasta donde tengo conocimiento.

MUJER: Es arriesgado enamorarse de alguien que podría tener hijos y


maltratarlos. Que podría estar envenenando a su marido con gotas de veneno en
el café de la mañana.

HOMBRE: Apuesto que no es así.

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MUJER: ¿Está seguro?

HOMBRE: Tan seguro como que usted apuesta que no soy un delincuente, o un
violador.

MUJER: Podría tener mis dudas.

HOMBRE: No las tiene. De ser así el tercer año me habría quedado esperándola.
Y en cambio volvió. ¿Por qué regresó?

(Pausa)

MUJER: Antes de empezar… ¿podría usted darme un cigarrillo?

HOMBRE: Pero cómo. Pensé que era usted una dama.

MUJER: Usted tiene la culpa, el cigarro es altamente adictivo.

El hombre le obsequia un cigarrillo y se lo enciende. Ella fuma con maestría


manipulando el cigarro a la perfección.

HOMBRE: ¡Qué sorpresa! Hace un momento usted no sabía fumar y ahora...

MUJER: Aprendo rápido. Es de familia, no se fije.

HOMBRE: Eso veo.

MUJER: Además pronto las mujeres que fuman serán bien vistas, ¿no dice eso su
madre?, debo estar preparada.

HOMBRE: ¿Aunque se enoje su marido?

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Ella lo mira con odio.

HOMBRE: Su mirada alegra mi corazón.

Mientras ella habla pasea por el andén. De vez en vez se queda viendo cómo se
consume su cigarrillo.

MUJER: Usted sólo me ha visto aquí los últimos cuatro años. En realidad llevo
ocho años tomando este tren cada primero de enero. Ocho años en los que no me
he atrevido a irme de verdad. ¿Sabe lo que es eso?

HOMBRE: ¿A dónde quiere irse?

MUJER: Lejos, donde la vida pueda ser más digna. Sólo que yo no me atrevo a
buscar el paraíso como usted.

HOMBRE: ¿Entonces sí vive en la ciudad?

MUJER: Pues lo que se dice vivir… (niega con la cabeza)… sabe, para todos mi
marido es el mejor hombre del universo. Grandes negocios, dinero por todos
lados, fiestas con la crema y nata. Todas me dicen que soy muy afortunada de
tener un marido como él. Pero no pueden estar más equivocadas.

HOMBRE: ¿Y sus hijos?

MUJER: (Sonríe amarga) Ese es el detalle. Mi marido no es el mejor hombre del


universo por la única razón de que no es padre. En todo este tiempo jamás me he
embarazado, ¿sabe?, y él me lo ha echado en cara desde entonces. Dice que no
soy una mujer completa porque no puedo darle un hijo. Pero yo estoy segura de
que es él el que no puede procrear, por eso no me deja, porque sabe que si su
siguiente mujer resulta tan poca mujer como yo, todos voltearían a verlo a él y

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sospecharían la verdad. Se desquita conmigo, claro está. En pocas palabras estoy
pagando un crimen que no cometí. Pero sabe, no estoy triste por no haber tenido
un hijo, con el padre que les habría tocado prefiero que no hayan nacido nunca.
No sé por qué le estoy contando todo esto.

HOMBRE: ¿Y por qué sigue con él, señora? Si no es feliz no tiene por qué
hacerlo.

MUJER: ¿No lo entiende? Por eso escapo. Cada 31 de diciembre mi esposo le da


el día a todos los empleados, incluyendo a los que me siguen día y noche, y él
bebe, bebe hasta que no puede más. Esa noche el desquita su impotencia en algo
que no soy yo. Es el único día en que soy libre. Y cuando el verdugo se distrae al
menos por un momento, es tonto el prisionero que no aprovecha para escapar. Al
quedarse él dormido tomo mi maleta vacía porque no quiero llevarme nada, pero
la necesito para recordarme que estoy yéndome, y entonces recorro las calles de
la ciudad caminando. Lento. Sin el peso de sus hombres detrás de mí, sin la
correa de su criada a mi costado. Y canto, canto libre en mi trayecto a esta
estación. La madrugada del primero de enero se convierte en la noche más feliz
del año.

HOMBRE: ¿Y por qué regresa? No me malentienda me alegra que lo haga sino


de otro modo no estaríamos teniendo esta charla. Pero, usted sería libre desde
hace 8 años en que escapó por primera vez.

MUJER: Mientras espero al tren disfruto la soledad. Me gusta imaginar que su


vapor me envolverá y me elevaré y seré libre. Cuando llega corro a abordarlo y
soy la única pasajera que sube. Y entonces pienso en lo que estoy haciendo y me
aterroriza. Pienso en que no tengo un lugar al cual llegar. Pienso en que no tengo
familia. Pienso en qué pasaría si este año fuera a ser diferente. Porque a pesar de
la adversidad, señor, uno sigue teniendo esperanza. Y el inicio de un nuevo año
muchas veces da esperanzas de más. Y al llegar a la estación principal bajo y
vuelvo a casa, pero nada cambia, entonces vuelvo a tomar el tren al año siguiente,

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y la historia se repite una y otra vez. (Silencio.) Esta es la parte donde huye debido
a mi patética historia

HOMBRE: Lamento que su historia sea triste.

MUJER: No se fije. Es tan triste como la de usted.

HOMBRE: ¿Coincidencia?

(Silencio)

HOMBRE: ¿Gusta otro cigarro?

MUJER: ¿Usted quiere matarme?

HOMBRE: ¿Acaso no está ya muriendo en vida?

MUJER: ¿Se quedará?

La mujer sonríe. Toma otro cigarrillo y lo enciende. Se sienta en la orilla del andén
y sus pies cuelgan en dirección a las vías. Él se sienta a su lado y comparten el
cigarrillo.

MUJER: Si alguien me viera a su lado compartiendo el cigarro seguramente


pensarían que soy una verdadera puta. (Pausa) debo confesarle algo…

HOMBRE: Dígame.

MUJER: Es una tontería.

HOMBRE: Dígalo.

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MUJER: Hace cuatro años, después de tomar ese tren las cosas empezaron a ser
diferente.

HOMBRE: ¿Su marido cambió?

MUJER: No sea tonto.

HOMBRE: ¿Entonces por qué?

(Silencio largo)

MUJER: Porque estaba usted.

El hombre sonríe.

MUJER: Al principio fue incómodo. Pero al volver el segundo año y ver que
esperaba también algo cambio en mí. Y al tercero… y ahora. Ya no me bajaba en
la estación principal por pensar en que mi marido cambiaría, lo hacía porque sabía
que valía la pena esperar un año para verlo a usted por lo menos unos momentos.

HOMBRE: Me atrevo a deducir, señora, que entonces usted también se ha


enamorado de mí. Y eso me hace inmensamente feliz.

MUJER: ¿De verdad cree eso?

HOMBRE: Estoy seguro.

MUJER: Podríamos decir que nos hemos enamorado. Pero debo reconocer que
en secreto pensaré que simplemente encontramos algo por lo cual seguirnos
aferrando a esta vida.

HOMBRE: ¿Podríamos llamarlo amor?


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MUJER: Si a usted le parece.

HOMBRE: Me parece.

La mujer voltea a ver el reloj.

MUJER: Oh, Dios mío. Llegará pronto.

HOMBRE: ¿Qué piensa hacer ahora?

MUJER: Tomar el tren, evidentemente, y bajarme en la estación principal.

HOMBRE: ¿Después de habernos declarado nuestro amor?

MUJER: Recuerde que estoy casada. Debo volver, como siempre.

HOMBRE: Discúlpeme, pero estoy confundido.

MUJER: ¿Por qué?

HOMBRE: Porque volverá a casa.

MUJER: Es la única manera de volverlo a ver a usted. No se preocupe, estaré


aquí el próximo año.

El hombre comienza a reír a carcajadas.

MUJER: Estoy empezando a pensar que se está burlando de mí.

HOMBRE: No es así.

MUJER: Pero…

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HOMBRE: Se lo aseguro. Pero bueno, ahora que sabemos que nos amamos
permítame presentarme, mi nombre es Er…

MUJER: No lo diga.

HOMBRE: ¿Pero por qué?

MUJER: Hasta ahora no han descubierto mi admiración por usted sólo porque no
sé su nombre, si lo supiera tenga por seguro que mis labios me traicionarían y mi
secreto quedaría al descubierto.

HOMBRE: Sus ojos le llevan la contraria y sus labios la traicionan. ¿Hay algo en
su cuerpo que no vaya contra usted?

MUJER: Al parecer, sólo esto… (Le lleva la mano al corazón)

HOMBRE: Entonces va a volver…

MUJER: ¿Se le ocurre algo más?

HOMBRE: (El hombre vuelve a reír) Sabe lo que se me ocurre.

MUJER: ¿Qué?

HOMBRE: Que antes de irse deberíamos bailar.

MUJER: ¿Bailar? ¿Para qué?

HOMBRE: Estamos enamorados. Y la gente cuando se ama baila.

MUJER: Está usted loco.

HOMBRE: No se puede perder la oportunidad de un primer baile al inicio del año.


Dicen que lo que hacemos en estas primeras horas es lo que haremos los
siguientes meses.

MUJER: ¿Y usted cree prudente que yo me pase todo el año bailando?

HOMBRE: Es mejor que pasarlo sentados, ¿No cree?

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MUJER: Aunque le dijera que sí, no hay música para concederle ese baile.

HOMBRE: ¿Cómo no? Se oye en el aire

MUJER: Está usted loco.

HOMBRE: ¿Le cuesta tanto imaginarla? Escuche de nuevo.

MUJER: Esto no va a funcionar.

HOMBRE: No pierde nada con intentarlo.

MUJER: Muy bien

HOMBRE: ¿Lo escucha?

MUJER: no

HOMBRE: En verdad inténtelo.

Silencio largo. La mujer, viendo al infinito, comienza a sonreír. Se escucha el


tango Por una cabeza de Carlos Gardel.

HOMBRE: Sí lo escucha.

MUJER: Al parecer sí. Es…

HOMBRE: Un tango.

MUJER: ¿Cómo lo sabe?

HOMBRE: Imaginación.

MUJER: Su imaginación debe ser muy fuerte como para que yo pueda escuchar
lo mismo.

HOMBRE: Me pregunto si será tan fuerte como para que usted baile conmigo.

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Comienzan a bailar apasionados. El intercambio de miradas se sucede una y otra
vez. Los nervios suben por las manos de ambos y brotan en el sudor de sus
frentes.

HOMBRE: (Sin dejar de bailar) Sabe de qué habla esta canción.

MUJER: ¿De una carrera de caballos?

HOMBRE: No

MUJER: ¿No?

HOMBRE: Bueno, sí. Pero en el fondo sabe de qué habla.

Ella niega con la cabeza.

HOMBRE: De apostarlo todo por una mujer.

MUJER: ¿De apuestas?

HOMBRE: De apostarlo todo por amor. ¿Le parece mejor?

Ella sonríe sin decir palabra. Bailan un poco más y al terminar sus labios terminan
a poca distancia. Él la besa y ella corresponde. Se separan. Ella le sonríe y luego
se sobresalta separándose de él.

MUJER: Oh, no.

HOMBRE: ¿Tan mal estuve?


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MUJER: No, no , no. No puede ser.

HOMBRE: ¡Déjeme probar de nuevo, esta vez la besaré mejor!

MUJER: No se trata de eso. (Señala afuera del escenario)

HOMBRE: ¿Quién es ella?

MUJER: Es la criada de mi marido. Su incondicional. Ahora no podré volver.

HOMBRE: ¿De verdad estaba pensando en volver?

MUJER: Si vuelvo me matará. Esa mujer no se puede guardar nada. Seguro me


vio salir y esta vez me siguió. O quizás me ha seguido los últimos 3 años. Dios
mío.

HOMBRE: ¿Qué sucede?

MUJER: Ahora sí tendré que irme y jamás regresar.

HOMBRE: ¿Qué no era eso lo que quería?

MUJER: Sí, pero. Pensé que esta vez sería como antes. Que tomaría el tren y me
bajaría cuando llegara a la estación principal.

HOMBRE: ¿Por qué querría bajarse? ¿No fue siempre la intención irse y dejarlo?

MUJER: Pero entonces no lo vería más a usted.

(Silencio)

HOMBRE: ¿Cómo dice?

MUJER: Lo que oyó, lo había dicho antes y no pienso repetirlo.

HOMBRE: ¿Se mortifica porque cree que no volverá a verme? (Ríe)

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MUJER: Es triste que usted se ría de mis angustias.

HOMBRE: Es que cómo no reírme. (Mira el reloj) El tren está por llegar.

MUJER: Es lo que veo. Fue un placer conocerlo, señor.

HOMBRE: Er…

MUJER: No lo diga.

HOMBRE: De acuerdo.

MUJER: ¿Qué voy a hacer ahora?

HOMBRE: Irse y ser feliz. El tren está llegando.

Empieza a escucharse el sonido del tren en la lejanía.

MUJER: ¿Puedo confesarle algo?

HOMBRE: Dígame.

MUJER: Me encantaría que el vapor del tren nos envolviera y en él perdernos.


Que estos cuatro años hubieran valido la pena.

HOMBRE: ¿Y qué se lo impide?

El sonido del tren comienza a escucharse cada vez más cerca.

MUJER: Me iré y jamás le volveré a ver.

HOMBRE: Ese no es problema. Me iré con usted.

MUJER: Está usted loco. No puede irse conmigo.


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HOMBRE: ¿Cómo no?

MUJER: Ni siquiera trae equipaje consigo.

HOMBRE: En eso se equivoca.

El hombre sale de escena y vuelve enseguida con una maleta pequeña. El sonido
del tren se escucha cada vez más cerca.

MUJER: ¿Pero cómo…?

HOMBRE: Se lo dije, esta vez era todo o nada.

MUJER: ¿Y su madre?

HOMBRE: Ya me he despedido de ella.

MUJER: Pero apenas nos conocemos.

HOMBRE: 4 años de un tórrido romance nos respaldan.

MUJER: ¿Y si descubrimos que en realidad no nos amamos? ¿Que como le dije


seamos sólo uno el pretexto del otro?

HOMBRE: No lo sabremos hasta que nos hayamos ido. Arriésguese. Es mejor


morir en el intento que no haberlo intentado nunca.

MUJER: No, no puedo permitir que usted deje toda su vida aquí por mí. Es una
tontería.

HOMBRE: Si usted toma sola ese tren se habría ido mi todo. Eso sí sería una
tontería.

MUJER: ¿Le han dicho que a veces suena usted muy romántico?

HOMBRE: Sí, usted. ¿Entonces, me permitiría acompañarla?

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MUJER: Si es lo que usted desea no soy quién para impedírselo.

HOMBRE: ¿Lo desea usted?

MUJER: Con toda mi alma. (Sonríe)

HOMBRE: ¿Por qué se ríe?

MUJER: Por nada

HOMBRE: Dígamelo

MUJER: Emulando su romanticismo le pediría que me besara por última vez en


este andén antes de irnos, pero si nos ven murmurarán.

HOMBRE: ¿Qué más da? Además nadie visita esta vieja estación en año nuevo.

El hombre se acerca a la mujer.

HOMBRE: Y no se preocupe. Las vías del tren son viejas amigas, ellas no dirán
nada.

Se besan. Al separarse ella va por su maleta y vuelve junto a él al borde del


andén.

MUJER: Está llegando.

HOMBRE: 6 en punto, el reloj no se equivoca.

MUJER: Eso veo. Ya está aquí.

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La luz de los faros del tren comienza a iluminarlos.

HOMBRE: Antes de irnos quisiera decirle algo.

MUJER: ¿Sí?

HOMBRE: (Extiende su mano) Ernesto Orduña, un placer conocerla.

MUJER: (Le da la mano) Amelia Alvarado, el placer es mío (Sonríe) Ha usted roto
su promesa.

HOMBRE: A veces debemos hacer lo que nunca nos hemos atrevido a hacer.
(Sonríe.)

Ambos toman sus maletas con una mano y se cogen con la otra. Se sonríen.
Voltean a ver el tren y los faros los iluminan por completo. El tren llega a la
estación y el vapor los envuelve mientras suben para no volver jamás.

FINAL

Contacto: Tony Ortiz


(0452288454021)
tonyortizan@gmail.com

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