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En el presente trabajo analizaré los vicios y las virtudes mencionadas por Cicerón

en el discurso II de su obra Catilinarias. En primer lugar, presentaré una breve


biografía del autor y de su obra para, posteriormente desarrollar el tema.

Marco Tulio Cicerón nació al sudeste de Roma en la ciudad de Arpino en el 106 a.C.
Su educación se llevó a cabo en Roma bajo la tutela de muchos ilustres maestros
(oradores, juristas, poetas, etc.). Su carrera política inicia en el año 75 con un cargo
en Sicilia; en el 66 fue nombrado pretor y en julio del 65 inicia la campaña electoral
para el puesto de cónsul que gana en julio del 64. Es aquí cuando Lucio Sergio
Catilina, un rival electoral derrotado, y un séquito de aristócratas comienzan una
conjura para hacerse del poder, pero ésta no rinde frutos. Años más tarde Cicerón
fue exiliado y toda su carrera fue en declive. En el 43 a.C., es apresado y ejecutado.

Las Catilinarias son cuatro discursos que Cicerón pronuncio en el año 63 a.C. contra
Catilina al ser descubierta su conjura. Su tema versa en lo político y es donde se
muestra a Cicerón defendiendo con todo la República.

Ahora, durante su discurso Cicerón hace un listado refiriéndose a la clase de


hombres que forman parte de las tropas de Catilina y éstas son las que analizaré.
En la primera clase, dice, están aquellos hombres con grandes deudas pero también
adinerados que, gracias a esto, aparentan ser ciudadanos respetables pero, que en
realidad, tienen un pensamiento y una manera de actuar desvergonzada, es decir,
con una actitud descara presumiendo sus vicios y faltas, pues no se quieren
desprender de sus bienes para saldar sus deudas. Para la palabra “desvergonzada”,
el autor utiliza el adjetivo “impudens” pero lo emplea en grado superlativo para
resaltar esa actitud indigna.

En la segunda clase de seguidores de Catilina están integrados:

Aquellos que, aunque se ven agobiados por las deudas […] esperan mandar,
quieren hacerse dueños de la situación, piensan poder conseguir, con la
revolución, unos honores de los que, con la república en paz, no les queda la
menor esperanza.1

1 Cicerón, Catilinarias en Discursos V, II, 19.


La codicia, el afán de riquezas y de poder, es el vicio que enmarca a esta clase y
claro que para conseguirlo se unen a Catilina y a sus métodos (una revolución) pues
no les es posible conseguirlo de ninguna otra manera.

La tercera clase que expone Cicerón es la que conforman los hombres venidos de
las colonias militares que fundó Sila. Son, pues, veteranos de guerra, hombres que
a pesar de su avanzada edad, y gracias al ejercicio que realizan, aún conservan su
vigor juvenil. Cicerón los describe de la siguiente manera:

[…] al verse inesperada y repentinamente entre riquezas, dieron rienda suelta


a la suntuosidad y a la inmoderación […] construyendo casas como los
grandes señores, disfrutando de unas tierras selectas, de muchos esclavos y
de suntuosos banquetes […].2

Aquí, la falta de buen juicio y la falta de sobriedad por parte de dichos hombres, son
los vicios contenidos en este fragmento. El no saber contener los deseos o apetitos
deviene en serios problemas, en este caso, por ejemplo, en grandes deudas que no
sólo afectan al individuo sino también a la comunidad donde vive.

La cuarta clase de seguidores la forman, dice: “una mezcla confusa y turbulenta de


hombres que […] están abrumados de deudas”3; de estos el autor afirma que se
encuentran en tal situación: ya sea por holgazanería, por una mala administración
de sus negocios o por el simple derroche de bienes. Aquí los vicios están bien
marcados por: “inertia” (indolencia, pereza), “male gerendo” del verbo “gero”
(administrar) y “sumptus” (gastar en algo), los cuales causan la deuda que hunde a
los hombres que, en opinión de Cicerón: “valen más para dilatar el pago de sus
deudas que para luchar con valor”.

Finalmente, la quinta parte, está integrada por todos los criminales. Ésta, dice
Cicerón, es la clase a la que pertenece Catilina. La última clase es la que más afecta
a la sociedad pues en ella están:

2 Idem, II, 20.


3 Idem, II, 21.
Todos los jugadores, todos los adúlteros, todos los que carecen de pudor y de
vergüenza. Estos […] aprendieron […] a blandir un puñal y a envenenar. Si
estos no se van, si no mueren (aunque muera Catilina), tened por cierto que
eso ha de ser un semillero de Catilinas dentro de la República.4

Está claro, que el juego o las apuestas, el adulterio, la falta de pudor y vergüenza,
así como, el asesinato, son los vicios vertidos en esta última clase de aliados de
Catilina. Cicerón, incluso, afirma que si estos hombres no desaparecen siempre
existirá un posible Catilina que perjudique la República.

Ahora bien, después de presentar las cinco clases de seguidores de Catilina y


sabiendo de la gravedad y del peligro que representa éste, Cicerón alienta a los
ciudadanos romanos de la siguiente manera:

[…] en una palabra, de esta parte la equidad, la templanza, la fortaleza, la


prudencia, todas las virtudes luchan contra la iniquidad, el afán de lujo, la
cobardía, la temeridad y contra todos los vicios […] en una lucha hostil de tales
proporciones, ¿no es verdad que, aunque fallara el celo de los hombres, los
mismos dioses inmortales harían que tantos y tan graves vicios fueran
vencidos por las más insignes virtudes?5

Con esto, Cicerón está afirmando que todas las virtudes de los ciudadanos de la
República romana son más que todos los vicios de los aliados de Catilina y que,
incluso, los dioses están de parte de la República.

Finalmente y para concluir, creo que Cicerón expone esta confrontación entre
virtudes y vicios para exponer que clase de hombre es Catilina pero también tiene
una finalidad, creo, aunque quizá no lo hiciera intencionalmente, educativa pues
demuestra a los que lo escuchan que el vicio sólo acarrea situaciones penosas para
los hombres tanto como individuos y como sociedad, mientras que, por otro lado, la
virtud formaba ciudadanos dignos, respetuosos y útiles a la República.

4 Idem, II, 22.


5 Idem, II, 25.
BIBLIOGRAFÍA

CICERÓN, Catilinarias en Discursos V, trad. intr. y notas de Jesús Aspa Cereza,


Madrid, Gredos (Biblioteca Clásica Gredos, no. 211), 1995.

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