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24/9/2018 Debate: sobre Aricó, Pasado y presente y el marxismo

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23 de septiembre de 2018

SEMANARIO IDEAS DE IZQUIERDA

Debate: sobre Aricó, Pasado y presente y el


marxismo

Martín Cortés

Fotomontaje: Juan Atacho

En este artículo, escrito especialmente para este semanario, Martín Cortés realiza una
crítica de las lecturas practicadas en Ideas de Izquierda sobre la experiencia de Pasado y
Presente. Propone una mirada distinta de la trayectoria de “los gramscianos argentinos”
y cuestiona nuestras críticas al Frente Popular y el eurocomunismo.
Esta intervención constituye una contribución al debate que ya venimos realizando sobre
la valoración crítica de la experiencia de Pasado y Presente y las lecturas de Gramsci en
Argentina. También hace a la discusión sobre las distintas estrategias en el movimiento
obrero y la izquierda, sobre lo que ensayaremos una respuesta en el próximo número de
este semanario.

Link: http://www.laizquierdadiario.com/Debate-sobre-Arico-Pasado-y-presente-y-el-marxismo

Elogio de la incoherencia

Ideas de Izquierda viene publicando, de unos años a esta parte, una serie de textos vinculados
con la experiencia del grupo Pasado y Presente, con especial atención en la figura de José
Arico: su itinerario, sus miradas del marxismo, su derrotero político [1]. Esas relecturas no
pueden disociarse de un horizonte un poco más amplio que busca medirse con la obra de
Antonio Gramsci. En su atenta relectura de los Cuadernos que lleva por título El marxismo de
Gramsci –y en otro libro que sabemos aparecerá pronto–, Juan Dal Maso pone en diálogo al
revolucionario sardo con Trotsky, y desde allí busca elementos para seguir discutiendo los
grandes dilemas teóricos y estratégicos del marxismo. El hecho de que esa relectura de
Gramsci se lleve adelante asociada a una lectura de los itinerarios de Gramsci en Argentina es
una operación, valgan las redundancias, eminentemente gramsciana. Ella invita entonces a
ampliar los contornos de ese diálogo, porque bien podría sugerirse la vaga hipótesis de que las
distintas posiciones teórico-políticas de las izquierdas en la Argentina son también modos

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24/9/2018 Debate: sobre Aricó, Pasado y presente y el marxismo

diversos de lectura del legado de esa figura tan tempranamente “nacionalizada” en el marxismo
argentino.

Recordemos una vez más el punto de inicio: en 1963, los hacedores de la revista Pasado y
Presente son expulsados del Partido Comunista Argentino. Los propósitos de la revista eran
teóricos y políticos: introducir debates que pusieran en movimiento las posiciones de la
organización y aproximarse de un modo menos prejuicioso a la experiencia peronista. El PCA
rechaza la iniciativa, pero esos mismos propósitos dan origen a ese rico itinerario de varias
décadas que todavía hoy estamos discutiendo. No hay espacio para resumir aquí la trayectoria
de Aricó y lo que se suele llamar el “grupo” Pasado y Presente, que además está por demás
reseñada en los artículos de referencia. Sin embargo, sí pueden señalarse algunos elementos
recurrentes que pueden servir para seguir pensando lo que queda de ella. La revista tenía una
evidente inspiración gramsciana, como su nombre lo indica, pero en realidad tampoco se
agotaba allí, si se mira con atención el gesto casi imitativo con el cual los jóvenes cordobeses
contemplaban al Partido Comunista Italiano. Como elemento inscripto en el corazón de la
cultura italiana, la organización había captado a buena parte de la intelectualidad de la
península, y cobijaba varias publicaciones en las que transcurrían los más relevantes debates
del marxismo y las ciencias humanas de la época. A su vez, la orientación política del PCI
mostraba una considerable autonomía respecto de la Unión Soviética (mucho más si se la
comparaba con el caso argentino) y, este es el elemento fundamental, se trataba de una
organización de masas, el gran partido con el que la clase trabajadora italiana se identificaba.

Por eso Aricó caracterizaba a los miembros de la revista como “guevaristas togliattianos”,
combinando el influjo de la revolución cubana sobre lo que sería la “nueva izquierda” de la
región con el modelo italiano de organización abierta a los intelectuales y con inserción en las
masas. Sobre esa base, su práctica se articula en torno de una vocación de intervención que,
con importantes variaciones internas, lo caracterizará durante las décadas sucesivas. ¿En qué
consiste esa práctica? En el intento, acaso apadrinado al mismo tiempo por las preocupaciones
gramscianas y por el drama de las izquierdas argentinas que se hallan alejadas del movimiento
real, de trabajar desde una posición crítica al interior del proceso político. En ese camino puede
leerse la preocupación por la cuestión nacional y la aproximación a la guerrilla en los primeros
años de la revista, la afinidad con los sindicatos clasistas en el salto entre las décadas del
sesenta y el setenta, o el entusiasmo por los movimientos de la izquierda peronista al momento
de editarse la segunda etapa de la publicación, en 1973. Incluso en esa línea podría pensarse el
creciente interés en discutir la cuestión de la democracia y la afinidad con algunas aristas del
gobierno de Alfonsín en los años ochenta.

Considero arriesgada y a la vez acertada esa forma de intervención, y creo que la principal y
más duradera contribución de Aricó quizá esté en el saldo que cada una de ellas dejó. Esto es
así porque el modo de estar en la coyuntura entrañaba una particular operación teórica al
interior del marxismo: cada problema convocaba a revisar las formas en que esa misma
cuestión había sido trabajada por la larga tradición marxista, además con un especial privilegio
por sus bordes menos explorados. Por eso, pensar la nación era volver a leer a Gramsci y a los
austromarxistas –o a Mariátegui–, o participar de las luchas obreras cordobesas era volver
sobre las experiencias consejistas, o indagar en torno de la relación entre democracia y
socialismo era también revisitar las polémicas de la Segunda Internacional, o explorar la
cuestión de la periferia era una excelente excusa para pasar revista de la pila de reflexiones
dispersas de Marx sobre los confines del mundo capitalista. Así, a los lectores de las
intervenciones de Aricó –entendiendo por ello tanto a sus escritos como a su extensísima labor
editorial– nos queda no solamente el modo singular en que él se propuso participar de su
época, con el cual podemos acordar o disentir, o empatizar más o menos parcialmente, sino
fundamentalmente un nuevo y denso capítulo de materiales e interpretaciones de la compleja
tradición marxista afincados en los dilemas de la política latinoamericana de varias décadas.

Ahora bien, sobre las no lineales derivas de Aricó se pueden decir muchas cosas, y ellas son
parcialmente el objeto de los textos que se han publicado en esta revista. En primer lugar, se
señala el largo “deambular” que de algún modo el propio Aricó coloca como característica del
andar errático de los jóvenes excomunistas en busca de un sujeto político, luego de su salida de
la organización. El señalamiento es crítico, alude a una suerte de deriva irreflexiva y a una falta
de coherencia teórica. Pero la coherencia, desde mi punto de vista, está sobrevalorada. Es
evidente el carácter visiblemente “errático” de las opciones políticas de Aricó, pero ¿no es ese
también el drama del movimiento real argentino? Si sus apuestas políticas están más bien
asociadas a la derrota, no puede decirse que no sean también las derrotas de las grandes
apuestas políticas argentinas hasta los años ochenta. Esa dimensión “errática” proviene en
realidad de una suerte de dictum (¿gramsciano?) que sugería dejarse siempre afectar por la
coyuntura, y no volver a disociarse de la experiencia efectiva de las masas, sino trabajar

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siempre en su interior, aunque intentando tensarla y agregarle una dimensión propia de las
izquierdas.

En segundo lugar, las notas que aquí se han publicado proceden con todo derecho a
desmenuzar esa trayectoria y a subrayar sus claroscuros. Y allí emerge algo mucho más
parecido a un acuerdo, aunque con algunos matices. Juan Dal Maso señala en su lectura de La
cola del diablo que los años 80 de Aricó están “en abierta contradicción con sus reflexiones
teóricas más interesantes”, y creo que efectivamente es así. Hay un Aricó que piensa el
problema de lo nacional-popular desde el marxismo (y la relación entre izquierda y peronismo,
en un sentido más argentino); que relee a Mariátegui para imaginar los contornos de un
marxismo latinoamericano que pueda liberarse de la condena a la copia; que explora los
debates del marxismo de inicios del siglo XX para colocar una relación entre economía y política
que esquive tanto la tentación determinista como la politicista; o que se sumerge en el mundo
de la obschina rusa con la misma obsesión con la que lo había hecho Marx para divorciar
marxismo de positivismo. Ese es un Aricó más interesante, para nuestros días, que el que
participa en los años ochenta de una discusión sobre la democracia que había pasado por la
cruel máquina de destrucción de las grandes alternativas que había implicado la “crisis del
marxismo” en muchos de sus resultados. La colocación del socialismo como un problema de
“cultura política” y como práctica de la “sociedad civil” (antes que de transformación del Estado)
que era en los hechos compatible con una brutal contraofensiva del capital, no es fructífero para
pensar hoy nuestros problemas. Aun si los ochenta contuvieron también otras extrañas
contribuciones de Aricó, como sus sugerentes lecturas de Carl Schmitt y Walter Benjamin,
podemos también, con la soberanía que todo lector preserva, no elegir a ese Aricó.

Los objetos controversiales y la discusión estratégica

Elegimos un Aricó entonces: el que intenta pensar los dilemas políticos fuertes del marxismo y
se pregunta de diversos modos por las singulares formas de constitución de los sujetos políticos
transformadores en América Latina, bajo la hipótesis recurrente de que la cuestión de clase en
la región no puede pensarse si no es en formas siempre complejas de traducción política.
Tampoco habría espacio para proceder aquí a una gran teorización en torno de las clases, pero
sí podemos intentar pensar algunas aristas del problema a partir de las caracterizaciones que se
han hecho de Aricó en esta publicación. Para ello habría que hablar de dos objetos
controversiales: el frente popular y el eurocomunismo.

En más de una ocasión, aquellos méritos que se reconocen a Aricó en sus lecturas de Gramsci,
del marxismo o, más recientemente, de Mariátegui [2], se debilitan súbitamente al señalar cómo
conducen más o menos mediadamente a una opción por el frente popular como estrategia
política. Con ello, Aricó introduciría, de manera ilegítima, tanto a Gramsci como a Mariátegui en
esa "familia". Lo que se pierde con ello es la independencia de clase para la lucha, y la potencia
revolucionaria para la teoría. Pero ninguna de esas caracterizaciones remite a una discusión
historiográfica sobre la efectiva ubicación de Gramsci y Mariátegui en los alineamientos de su
tiempo, sino a sus consecuencias en términos de estrategias políticas para sus lectores. Por eso
lo que aparece como crítica del frente popular retorna luego como crítica de la opción
eurocomunista. En este caso, se cede a las tentaciones del juego de la democratización del
Estado capitalista, y se elude el invariante problema de su ruptura en una estrategia socialista.
Frente popular y eurocomunismo son, así, dos nombres de una suerte de horadación interna del
marxismo de la que participa Aricó, que conduce finalmente al abandono del terreno
revolucionario.

Si al frente popular le corresponde el momento "togliattiano" de Pasado y Presente, en la


búsqueda de la alquimia para la revolución pensada como gran hecho nacional, el
eurocomunismo aparece efectivamente en el horizonte de muchos miembros del mismo grupo
en los tardíos años setenta, cuando ciertamente inspirados en la política de Enrico Berlinguer se
concentrarán en pensar dramáticamente la relación entre democracia y socialismo. El
paralelismo italiano del grupo continúa con una apasionada lectura de Norberto Bobbio en los
ochenta, aunque, como dijimos antes, elegimos que esa última torsión nos importe menos.

Ahora bien, en la crítica del frente popular y del eurocomunismo se cifra también la crítica de
una serie de alternativas políticas contemporáneas que de algún modo son leídas como sus
herencias: Podemos, Syriza, los llamados gobiernos progresistas en nuestra región. Más allá
del debate en torno de dicha filiación, y también más allá de la simpatía política por esas
experiencias –donde encontraremos mayores diferencias–, en ningún caso su sola mención
puede ser razón suficiente para arremeter contra aquello con lo cual se las asocia. Porque aun
si se elige, fundamentadamente, otra estrategia, es imperioso abrirse hoy a las preguntas
estratégicas que esas experiencias –y esas tradiciones, si aceptamos al frente popular y al

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eurocomunismo como pecados originales– han abierto: la relación entre socialismo y


democracia, los modos de construcción de un partido o una organización política de masas, la
relación entre lucha social y construcción política, el problema –el viejo problema– nacional, la
cuestión de los liderazgos y, en el estricto terreno argentino, la relación entre izquierdas y
peronismo.

En su conjunto, estos problemas pueden reunir, como lo hacen a menudo en estas páginas,
escrituras marxistas que se reconozcan como parte de distintas aristas de la tradición, pero que
acuerden en la necesidad de un retorno fuerte a la discusión estratégica, lo cual es al mismo
tiempo un retorno fuerte a la discusión teórica. Es fundamental señalar esto, sobre todo de cara
a una preocupante escena de discusión argentina: cuando los análisis de mayor circulación
sobre el macrismo no van mucho más allá del mero registro de lo que el gobierno dice acerca
de sí mismo, con alguna que otra remisión menor a una variable económica maltrecha, estamos
frente a una carencia teórica que en parte se explica por la declinación del marxismo –o de los
marxismos– como horizonte explicativo. Pero, como todo, no es una declinación irreversible, y
estos intercambios son urgentes para encontrar los modos de introducir una crítica sustantiva al
actual estado de cosas.

Me permito la última referencia que sintetiza puntos de acuerdo y desacuerdo para seguir este
intercambio: en un texto de Fernando Rosso publicado en Anfibia [3] se señalan con solvencia
las enormes orfandades teóricas con las que se encaró en la Argentina reciente el debate en
torno de la “hegemonía macrista”. Rosso muestra que la hegemonía fue reducida a poco más
que triunfo electoral, y con ello la complejidad de la política fue reducida al astuto manejo de
ardides electorales, con todo eso funcionando apenas fundamentado por una lectura de los
movimientos de superficie de la política argentina. No podría más que acordar con esa lectura, y
con la crítica de todo lo que allí se pierde. Sin embargo, en un inesperado giro, el autor atribuye
el origen de esta “versión amputada” de la hegemonía a “los anales del eurocomunismo y a uno
de sus últimos representantes en el fallecido Ernesto Laclau”. Para decirlo rápidamente: a
diferencia de las presuntamente provocativas sentencias de José Natanson, el eurocomunismo
es cosa seria (y Laclau también). Un relanzamiento de los debates estratégicos marxistas
precisa medirse con esos legados, tanto como con el de la experiencia de Pasado y Presente.

03/08/2018

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