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JOSÉ ÁNGEL GARCÍA CUADRADO

ANTROPOLOGÍA
FILOSÓFICA
Una introducción a la Filosofía del Hombre
Quinta edición
Primera reimpresión

Cuarta edición revisada

EDICIONES UNIVERSIDAD DE NAVARRA, S.A.


PAMPLONA
186 LA PERSONA HUMANA

prende únicamente en relación al bien familiar. En efecto, las diferencias corpo-


rales, psicológicas y afectivas se corresponden con el diferente papel que cada
uno desempeña en el conjunto de tareas que lleva consigo tener hijos y criarlos.
La diferenciación sexual, por tanto, posee una finalidad familiar, y en última ins-
tancia social y cultural. La diferencia y la complementariedad física, moral y es-
piritual entre varón y mujer están orientadas a los bienes del matrimonio y al de-
sarrollo de la vida familiar.
Esta diferencia y complementariedad entre varón y mujer no añade nada a la
igualdad radical de dignidad, derechos y deberes de ambos. En el pasado se ha-
bía olvidado en la práctica esta igualdad a la hora de participar en la vida social y
cultural. De aquí arranca el movimiento feminista que nació para erradicar toda
forma de discriminación de la mujer en los distintos niveles de la sociedad y de
la organización de las instituciones. Sin embargo, no pocas veces se ha entendido
el feminismo como una reivindicación de igualdad frente al varón, no sólo en
cuanto a la igualdad de dignidad y derechos, sino también en todo aquello que se
refiere a la función social y familiar de la mujer. Se propone entonces un «iguali-
tarismo» que tiende a obviar las profundas diferencias que separan a los dos se-
xos. Un feminismo así entendido tiene como ideal «ser como el hombre»; y esto
se manifiesta de muy diversas maneras: desde la moda hasta la «co-educación»
(o educación mixta). «La igualdad les pertenece en lo que tienen de personas
—derechos y deberes, condición económica, jurídica, posibilidades sociales,
etc.—, aunque su realidad sea enormemente distinta, y el igualitarismo respecto
a ella es una violencia y por tanto una injusticia» 7.
Hoy en día se reconoce desde algunas posturas feministas que el ideal de la
mujer es llevar los rasgos femeninos a su plenitud en ella misma y en la sociedad,
incrementando así la armonía con el varón y con los rasgos masculinos que pare-
cen haber conformado la cultura de modo predominante 8. Se trata de respetar la
diferencia de unos rasgos y otros, buscando la complementariedad, y no la opo-
sición entre ellos. Es preciso subrayar la distinción de estos dos modos de ser
persona reconociendo a su vez la mutua reciprocidad.

3. AMOR Y SEXUALIDAD: DONACIÓN DE SÍ MISMO

La diferencia y atracción sexual que se da entre el varón y la mujer es com-


plementaria y recíproca, puesto que se establece como referencia del uno hacia el
otro. La sexualidad está orientada a expresar y realizar la vocación del ser hu-
mano al amor; por tanto, está al servicio de la comunicación interpersonal. «El
hombre es llamado al amor como espíritu encarnado, es decir, alma y cuerpo en

7. MARÍAS, J., Mapa del mundo personal, op. cit., p. 27.


8. Cfr. CASTILLA y CORTÁZAR, B., Persona femenina, persona masculina, Rialp, Madrid 1996.
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la unidad de la persona» 9. «En cuanto modalidad de relacionarse y abrirse a los


otros, la sexualidad tiene como fin intrínseco el amor» 10.
En otras palabras, la sexualidad humana es parte integrante de la concreta ca-
pacidad de amor inscrita por Dios en la humanidad masculina y femenina, y com-
porta «la capacidad de expresar el amor: ese amor precisamente en el que el hom-
bre-persona se convierte en don y —mediante este don— realiza el sentido mismo
de su ser y existir» 11. El carácter relacional de la persona humana tiene su máxima
expresión en la sexualidad entendida como «don de sí al otro». En un capítulo an-
terior dijimos que una de las características de la persona es la capacidad de donar.
A las personas que amamos las hacemos objeto de regalos más o menos valiosos,
dependiendo del amor que les tengamos. El regalo es un don de algo propio, que
expresa y simboliza el amor. En la donación sexual se expresa la donación de
todo el ser, puesto que —recordémoslo una vez más— el cuerpo no es algo que se
posee como una cosa, sino algo que me constituye como persona.
Con el lenguaje de la sexualidad estamos manifestando la donación y entre-
ga plena al ser amado. La sexualidad es algo de por sí valioso por el hecho de
pertenecer a la intimidad de lo humano y no sólo por cumplir una determinada
función biológica reproductora. Por eso la sexualidad no se reduce a la mera fun-
ción biofísica del cuerpo humano porque no solamente posee un carácter biológi-
co sino también existencial 12. Esto explica el hecho de que la sexualidad humana
se realiza no sólo en la dimensión de genitalidad; es decir, la inclinación hacia la
persona del otro sexo no se da únicamente en orden a la unión sexual: «Alguno
podría pensar (...) que la razón de ser de la atracción afectivo-sexual es meramen-
te funcional: que está en función de la bondad de la procreación y que, por tanto,
depende totalmente de ella. Sin embargo, existen por lo menos dos hechos que
contradicen esta interpretación. El primero. Mientras que en el reino animal esta
atracción se da sólo cuando los animales son fértiles, entre las personas humanas
ésta no depende tan estrictamente de la efectiva capacidad procreativa. El segun-
do y más importante. La atracción de la que estamos hablando nace de una expe-
riencia misteriosa. Es la experiencia de una soledad que empuja a la persona a sa-
lir de sí para encontrarse con la otra; es el deseo de estar con el otro. (...) Es la

9. CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA, Sexualidad humana: verdad y significado, 8.XII.1995,


n. 3.
10. Ibidem, n. 11.
11. JUAN PABLO II, Alocución 16.I.1980, n. 1.
12. «Esto es capital para la apreciación de la importancia de este impulso, apreciación que tiene
consecuencias en el terreno de la ética sexual. Si el impulso sexual sólo tuviese un significado “bioló-
gico”, podría ser considerado un terreno de uso, y admitirse que constituye para la persona un objeto
de uso en la misma proporción que los diversos seres naturales vivientes o inanimados. Pero, puesto
que posee el carácter existencial, puesto que está ligado a la existencia misma de la persona humana,
bien primero y fundamental de ésta, es preciso que esté sometido a los principios que obligan a toda
persona. De modo que, por más que el impulso esté a disposición del hombre, éste nunca debe hace
uso de él si no es en el amor a una persona ni menos todavía en contra de dicho amor». WOJTYLA, K.,
Amor y responsabilidad, Palabra, Madrid 2008, p. 66.
188 LA PERSONA HUMANA

percepción de que esta necesidad puede ser satisfecha, de que esta deficiencia
puede ser superada y esta pobreza recibir socorro mediante el encuentro con la
persona humana del otro sexo. Y puesto que esta atracción tiene su origen en una
condición permanente del ser humano, no se encuentra (enteramente) en función
de la procreación» 13.
La descripción de la sexualidad desde el punto de vista meramente fisioló-
gico supone una visión parcial y deformada de la persona. Ocurre algo parecido,
por ejemplo, con la sonrisa. Definir la sonrisa desde la fisiología como una deter-
minada contracción de los músculos de la cara, o desde la psicología experimen-
tal como un tipo de respuesta a determinados estímulos positivos, es verdadero,
pero insuficiente. Sonreír es también (y sobre todo) símbolo y expresión de ale-
gría, acogida y amistad hacia otra persona: estos sentimientos expresan el amor,
no reducible a una descripción fisiológica. De manera análoga, en la donación de
sí que se da en la sexualidad se expresa realmente mucho más que la mera unión
fisiológica entre macho y hembra.
Ciertamente, como todo lenguaje, también el lenguaje sexual es susceptible
de ser utilizado para engañar. Puedo manifestar con mis gestos algo que no es
verdadero, como puedo simular la sonrisa ante un enemigo al que odio, o decir
palabras de adulación hacia alguien de quien esperamos recibir un beneficio. En
este último caso no quiero a la persona, sino el bien que ella me pueda reportar:
la persona es utilizada sólo como un medio para mi beneficio. La donación se-
xual es engañosa cuando está privada de su dimensión verdaderamente personal.
«Una entrega corporal que no fuera a la vez entrega personal sería en sí misma
una mentira, porque consideraría el cuerpo como algo simplemente externo,
como una cosa disponible y no como la propia realidad personal» 14. En otras pa-
labras: «La donación física total sería una mentira si no fuese el signo y el fruto
de la donación personal total» 15.
Lo propio de la donación sexual de la persona humana, debido a su carácter
espiritual, es su exclusividad y perpetuidad, condiciones que se dan sólo en la
institución matrimonial. En efecto, si la persona humana posee la capacidad de
trascender el momento presente, y su obrar no está ligado a las coordenadas espa-
ciales o temporales, eso quiere decir que es espiritual. La única manera de darse
totalmente como persona es «para siempre»: en todo tiempo y en todo lugar. En
realidad, la perpetuidad es la exclusividad a lo largo del tiempo. «La única mane-
ra de amar con amor exclusivo a alguien es no amar a nadie más con ese amor
exclusivo. Entregarse del todo significa entregarse una sola vez, a una sola perso-
na, y guardar todo para ella (...). Cuando el amor es verdadero, es incondiciona-

13. CAFFARRA, C., Ética general de la sexualidad, 4.ª edición, Ediciones Internacionales Univer-
sitarias, Madrid 2006, p. 55.
14. RUIZ RETEGUI, A., op. cit., p. 278.
15. JUAN PABLO II, Familiaris consortio, n. 11.
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do, no admite cláusulas de temporalidad, restricciones ni reservas. Sólo el amor


exclusivo y perpetuo es un amor total, y sólo el amor total llena de verdad a la
persona» 16. Al tratar la voluntad humana ya vimos cómo su acto propio es el que-
rer o amar que trasciende el espacio y el tiempo. No vale decir en serio «Te amo
los días pares, pero no los impares», o «te amo con locura ahora, pero no durante
el fin de semana o cuando esté haciendo la mili»; o «te amo ahora, pero no cuan-
do te salgan arrugas». El amor no es un estado pasajero y efímero: eso es lo pro-
pio del sentimiento, del placer o de la mera utilidad. El amor verdadero es una
acto personal que trasciende los condicionamientos espacio-temporales. Por eso
el que no puede decir «te amo para siempre» se puede decir que ni siquiera ha
amado por un día. Amar de esa manera radical no es sencillo y requiere un apren-
dizaje, una educación en la virtud.
Antes de continuar adelante es preciso hacer una breve alusión al celibato o
virginidad. Desde el punto de vista antropológico este estado parece la privación
de un bien esencial de la persona humana, en la medida en que la sexualidad no
cuenta (aparentemente) con un referente personal con quien relacionarse y a
quien amar con amor de donación. Sólo desde una perspectiva teológica se pue-
de captar el valor profundo del celibato entendido como don de sí mismo a Cris-
to y a su Iglesia. «Precisamente ahí se sitúa el carisma de la virginidad, a cuya
condición corresponde expresar la totalidad y universalidad del amor de Cristo a
la Iglesia, del amor de Cristo a todos los hombres y sin gradaciones. Pero, evi-
dentemente, esto sólo es posible si en la relación con los demás está excluida la
donación propia de la actividad sexual (como consecuencia de la unidad cuerpo-
espíritu, la donación de esa totalidad unificada sólo es universal y total en la vir-
ginidad)» 17. En otras palabras, el celibato expresa a la vez la exclusividad, totali-
dad y universalidad de la donación de Cristo a la Iglesia y a cada hombre.

4. MATRIMONIO Y FAMILIA

De lo dicho hasta ahora podemos concluir que el amor conyugal es un tipo


de relación interpersonal que se caracteriza en primer lugar por ser «un amor de
amistad entre un hombre y una mujer llevado hasta el extremo del don de sí, el
cual se sirve del vínculo afectivo-sexual para su nacimiento, subsistencia y per-
fección» 18. Esto quiere decir que «el amor conyugal lleva a crear el clima afecti-
vo-sexual que mejor contribuya a la subsistencia y desarrollo del don recíproco
de las personas» 19.

16. YEPES STORK, R., ARANGUREN, J., op. cit., p. 207.


17. SARMIENTO, A., El matrimonio cristiano, 2.ª edición, EUNSA, Pamplona 2001, p. 158.
18. CHALMETA, G., Ética especial. El orden ideal de la vida buena, EUNSA, Pamplona 1996,
p. 120.
19. Ibid., p. 121.
192 LA PERSONA HUMANA

5. SEXUALIDAD Y FECUNDIDAD

El sentido de la sexualidad no se agota en ser la expresión de la donación de


sí mismo. En efecto, hay una atracción natural entre lo masculino y lo femenino:
tienden a unirse porque «encajan» de modo natural. Pero esa atracción natural a
la unión tiene como resultado natural, a nivel puramente biológico, la fecundi-
dad. Como ya dijimos anteriormente, la diferenciación del ser humano en hom-
bre y mujer está orientada a la procreación; las diferencias morfológicas, afecti-
vas y psicológicas que caracterizan al varón y a la mujer están encaminadas a la
función de ser padre y madre. Es preciso subrayar también aquí la profunda dife-
rencia entre la sexualidad animal y la humana. En efecto, la facultad sexual hu-
mana es una cooperación con el amor creador de Dios, porque «pone las condi-
ciones necesarias y suficientes para que Dios cree el espíritu humano y así una
nueva criatura entre en la existencia» 31. La sexualidad humana está orientada a
la concepción de una nueva persona humana, mientras que la sexualidad animal
es sólo un medio para la reproducción y la continuidad de la especie.
Ya hemos visto anteriormente que la donación personal de sí mismo, si es
verdadera, debe realizarse en exclusividad y permanencia, notas que sólo son ga-
rantizadas en la institución matrimonial. La unión conyugal expresa la unión per-
sonal de los amantes y, a la vez, hace posible la formación de la vida humana. La
donación corporal es la realización de una donación de personas, abierta a la fe-
cundidad. «En su realidad más profunda, el amor es esencialmente don y el amor
conyugal, a la vez que conduce a los esposos al recíproco conocimiento (...), no
se agota dentro de la pareja, ya que los hace capaces de la máxima donación po-
sible, por la cual se convierten en cooperadores de Dios en el don de la vida a una
nueva persona humana. De este modo los cónyuges, a la vez que se dan entre sí,
dan más allá de sí mismos la realidad del hijo, reflejo viviente de su amor, signo
permanente de la unidad conyugal y síntesis viva e inseparable del padre y de la
madre» 32.
Ese sentido de la sexualidad personal se pierde cuando la unión sexual se
cierra al nacimiento de una nueva vida humana. «La sexualidad ha venido así a
quedar como dividida en dos aspectos prácticos: por una parte, la capacidad de
engendrar, y por otra, completamente separada, la capacidad para gozar placeres
específicos, desligados de cualquier otra significación humana» 33. Lo «natural»
de la sexualidad no es la satisfacción de un placer (como parece suponer el «na-
turalismo» y el «hedonismo»), sino la transmisión de la vida, de modo análogo a
como sucede en la alimentación: nutrirse es una función vital encaminada a la
conservación del individuo, y no a la mera satisfacción placentera. Lo que suce-
de es que la realización «natural» de la sexualidad va acompañada de un placer

31. CAFFARRA, C., op. cit., p. 59.


32. JUAN PABLO II, Familiaris consortio, n. 14.
33. RUIZ RETEGUI, A., op. cit., p. 269.
PERSONA, SEXUALIDAD Y FAMILIA 193

que facilita el cumplimiento de la inclinación natural de trasmitir la vida. Pero


hacer de la búsqueda del placer el fin de la sexualidad es apartarla de su fin «na-
tural»: se trataría de un fin «antinaturalmente» buscado por el hombre. Como
apunta el psiquiatra Viktor Frankl, «el placer es, y debe continuar siéndolo, un
efecto o producto secundario, y se destruye y malogra en la medida en que se
hace un fin en sí mismo» 34.

34. FRANKL, V., op. cit., p. 169.

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