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Vamos ahora a estudiar la PARÁBOLA DEL CANDIL

(Lucas 8,16-18: “Nadie enciende un candil para luego


taparlo con un cacharro o meterlo debajo de la cama;
más bien lo pone en un candelero para que los que
entran puedan ver la luz. Pues no hay nada secreto
que no vaya a hacerse público ni hay nada oculto que
no vaya a descubrirse o sacarse a la luz. Por tanto,
atención a cómo escucháis. Porque al que tiene se le
dará más, pero al que no tiene se le quitará hasta lo
que cree que tiene”). Toda esta sección del Evangelio
según Lucas, en la que se presenta a Jesús predicando
la palabra de Dios, continúa con una parábola
conocida generalmente como «parábola del candil»
(Lucas 8,16-18: “Nadie enciende un candil para luego
taparlo con un cacharro o meterlo debajo de la cama;
más bien lo pone en un candelero para que los que
entran puedan ver la luz. Pues no hay nada secreto
que no vaya a hacerse público ni hay nada oculto que
no vaya a descubrirse o sacarse a la luz. Por tanto,
atención a cómo escucháis. Porque al que tiene se le
dará más, pero al que no tiene se le quitará hasta lo
que cree que tiene”). Esta designación no parece, en
realidad, la más adecuada, ya que el pasaje está
formado por una serie de tres máximas de Jesús,
probablemente independientes entre sí, pero
yuxtapuestas aquí en una sola unidad. R. Bultmann los
llama «‫ש לליִ֥ם‬
ְ‫( ממ ש‬meshallim, proverbio, de doble
hemistiquio» o simplemente proverbios relacionados
con sus homónimos del Antiguo Testamento. Otra de
las observaciones de Bultmann se refiere al parecido
de estas frases con las máximas de la sabiduría
profana. Resulta difícil precisar hasta qué punto
representan palabras auténticas de Jesús. Ya en el
capítulo de Marcos dedicado a las parábolas de Jesús
(Marcos 4) están agrupados en una unidad de discurso;
es probable que el evangelista los haya puesto juntos
por considerarlos como parábolas (J. Jeremías). Mateo,
por su parte, en su discurso de las parábolas (Mateo
13), ha omitido los dos primeros dichos y ha
conservado sólo el último (Mateo 13,12: “Porque a
quien tiene se le dará y le sobrará; pero a quien no
tiene, aun lo que tiene se le quitará”). V. Taylor
subraya el carácter artificioso de la composición y la
compara con los proverbios del Eclesiastés y con los
del Eclesiástico. Lucas conserva, una vez más, el
orden de su fuente («Marcos») y añade esta serie de
máximas a la explicación de la parábola de la semilla.
Pero cabe preguntarse por qué habrá conservado Lucas
esos materiales de Marcos, siendo así que omite las
dos parábolas siguientes: la de la semilla que crece sin
que se dé cuenta el labrador (Marcos 4,26-29:
“También decía: «El Reino de Dios es como un
hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se
levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin
que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma;
primero hierba, luego espiga, después trigo abundante
en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida
se le mete la hoz, porque ha llegado la siega»”) y la
del grano de mostaza (Marcos 4,30-32: “Decía
también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios
o con qué parábola lo expondremos? Es como un
grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra,
es más pequeña que cualquier semilla que se siembra
en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace
mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan
grandes que las aves del cielo anidan a su sombra»”),
y suprime igualmente la conclusión de todo el capítulo
(Marcos 4,33-34: “Y les anunciaba la Palabra con
muchas parábolas como éstas, según podían
entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus
propios discípulos se lo explicaba todo en privado”).
Un examen atento de la composición de Lucas muestra
dos cosas: su dependencia de Marcos y su interés por
vincular estas máximas - y de la manera más estrecha
posible - con esta sección de su narración evangélica.
Para eso no sólo omite la habitual frase introductoria
de Marcos, que tiende a subrayar el carácter
independiente de esas máximas, sino que une toda la
serie con el final de la explicación de la parábola
(Lucas 8,15: “Lo que en buena tierra, son los que,
después de haber oído, conservan la Palabra con
corazón bueno y recto, y dan fruto con
perseverancia”) por medio de la partícula ilativa de;
es más, para reforzar la cohesión interna de los
diversos materiales introduce en el v. 18b la partícula
causal gar ( = «porque») y omite otras dos máximas
que aparecen en la redacción de Marcos: «El que tenga
oídos para oír, que oiga» (Marcos 4,23: “Quien tenga
oídos para oír, que oiga”) y la referencia a «la
medida» (Marcos 4,24b: “Con la medida con que
midáis, se os medirá y aun con creces”).
Probablemente, estas dos últimas omisiones se deben a
que Lucas ya las ha introducido en otros pasajes
anteriores (véase Lucas 8,8: “Y otra cayó en tierra
buena, y creciendo dio fruto centuplicado.» Dicho
esto, exclamó: «El que tenga oídos para oír, que
oiga»” y 6,38; esta última, paralela a Mateo 7,2:
“Porque con el juicio con que juzguéis seréis
juzgados, y con la medida con que midáis se os
medirá”). Estos tres dichos de Jesús, que aparecen
juntos en este pasaje (Lucas 8,16-18: “Nadie enciende
un candil para luego taparlo con un cacharro o
meterlo debajo de la cama; más bien lo pone en un
candelero para que los que entran puedan ver la luz.
Pues no hay nada secreto que no vaya a hacerse
público ni hay nada oculto que no vaya a descubrirse
o sacarse a la luz. Por tanto, atención a cómo
escucháis. Porque al que tiene se le dará más, pero al
que no tiene se le quitará hasta lo que cree que
tiene”), volverán a aflorar en otros momentos de la
narración evangélica de Lucas, aunque con ligeras
variaciones formales: el v. 16 (“Nadie enciende una
lámpara y la cubre con una vasija, o la pone debajo
de un lecho, sino que la pone sobre un candelero, para
que los que entren vean la luz”) tiene su paralelismo
en Lucas 11,33 (= Mateo 5,15: “Ni tampoco se
enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín,
sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los
que están en la casa”); el v. 17 (“Pues nada hay
oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no
venga a ser conocido y descubierto”) adquiere una
formulación semejante en Lucas 12,2 ( = Mateo 10,26:
“No les tengáis miedo. Pues no hay nada encubierto
que no haya de ser descubierto, ni oculto que no haya
de saberse”), y el v. 18b es prácticamente igual a
Lucas 19,26 ( = Mateo 25,29: “Porque a todo el que
tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene,
aun lo que tiene se le quitará”). En otras palabras: nos
encontramos con tres «duplicados» de Lucas (véase
nuestra discusión de este fenómeno en la introducción
general a este comentario, tomo I, p. 144). En este
pasaje, la formulación de las máximas depende de la
redacción de Marcos, como se deduce de la secuencia
de los enunciados y de su relación con el contexto
precedente. Los otros tres versículos sueltos —los
«duplicados»— provienen de «Q», aunque su
formulación concreta en los respectivos contextos, es
decir, la forma que tenían en «Q» ha dejado sentir su
influjo en este pasaje, a pesn: de que reproduce el texto
de Marcos. T. Schramm (Der Markus-Jtoff, 23-24)
también admite que estas máximas recogidas por
Lucas dependen de la redacción de Marcos, pero
piensa que la formulación específicamente lucana
obedece a influjos de otras fuentes particulares de
Lucas. Pero eso parece absolutamente innecesario.
Comentario general 745
También el Evangelio según Tomás recoge esta serie
de máximas (EvTom 33, 5-6, 41), y la segunda se
conserva parcialmente en la primitiva recensión griega
de ese escrito copto (véase POxyr 654, 29-31, 38-40;
véase ESBNT, 381-387). La formulación de la primera
máxima (v. 16: “Nadie enciende una lámpara y la
cubre con una vasija, o la pone debajo de un lecho,
sino que la pone sobre un candelero, para que los que
entren vean la luz”) no coincide exactamente con
Marcos 4,21 (“Les decía también: «¿Acaso se trae la
lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo del
lecho? ¿No es para ponerla sobre el candelero?”) ni
con Lucas 11,33, aunque se detectan claros influjos de
este último texto de Lucas. El pasaje correspondiente
del Evangelio según Tomás dice así: «Porque nadie
enciende un candil para taparlo con un celemín o
ponerlo en un lugar oculto. Más bien lo pone en un
candelero, de modo que todo el que entre o salga
pueda ver la luz» (EvTom 33b). En el texto copto, esta
máxima (n. 33b) viene inmediatamente después de
otra sobre la predicación desde las azoteas (n. 33a). La
yuxtaposición de ambas máximas se opera mediante
un enlace verbal, la palabra maaje, que en la primera
máxima quiere decir «oído» (n. 33a), mientras que en
la segunda tiene el significado de «celemín» (33b).
Este tipo de enlace verbal es posible únicamente en
copto; de donde se deduce obviamente que la
yuxtaposición de ambas máximas no pertenece a su
composición originaria. Por desgracia, la recensión
griega no ofrece duplicación de máximas. Por otra
parte, la versión copta de la parábola del candil
depende de la redacción de Lucas, e incluso más de
Lucas 11,33 que de Lucas 8,16 (“Nadie enciende una
lámpara y la cubre con una vasija, o la pone debajo
de un lecho, sino que la pone sobre un candelero, para
que los que entren vean la luz”). Véase W. Schrage,
Das Verháltnis des Thomasevangeliums zur
synoptischen Tradition und zu den koptischen
Evangelienühersetzungen, 82; J. Ménard, L'Evangile
selon Thomas, 131. El segundo «dicho» de Jesús,
referido a una eventual manifestación de los secretos
(Lucas 8,17: “Pues nada hay oculto que no quede
manifiesto, y nada secreto que no venga a ser
conocido y descubierto”), está ampliamente
condicionado por la formulación de Marcos (Marcos
4,22: “Pues nada hay oculto si no es para que sea
manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino para
que venga a ser descubierto”); pero hay un detalle —
ou me gnosthé (= «que no llegue a saberse», «que no
vaya a descubrirse»)— que muestra un influjo
indiscutible de Lucas 12,2, es decir, de la formulación
de «Q». Por otra parte, Lucas omite el epifonema de
Marcos 4,23 (“Quien tenga oídos para oír, que oiga”),
que es una pura repetición de Marcos 4,9 (“Y decía:
«Quien tenga oídos para oír, que oiga»”). Sobre este
mismo tema, el Evangelio según Tomás dice: «Porque
no hay nada oculto que no vaya a manifestarse»
(EvTom 5b). La recensión griega (POxyr 654, 31)
añade: «y (nada) sepultado que no [se saque a la luz]»
(véase ESBNT, 381-384). Ese mismo escrito copto nos
ofrece una nueva formulación: «porque no hay nada
oculto que no vaya a manifestarse ni nada encubierto
que no llegue a descu
brirse» (EvTom 6d). Ambas formulaciones, tanto la
original copta como la recensión griega, que coinciden
con la tradición sinóptica, dependen claramente de
Lucas 8,17: “Pues nada hay oculto que no quede
manifiesto, y nada secreto que no venga a ser
conocido y descubierto”. Véase, para ulteriores
detalles, la obra de W. Schrage Das Verhaltnis des
Thomasevangeliums, 35. La tercera máxima (v. 18)
depende de Marcos 4,25 (“Porque al que tiene se le
dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le
quitará”), excepto la adición redaccional de Lucas:
«lo que cree que tiene». No se detecta ningún influjo
de la formulación proveniente de «Q» en Lucas 19,26.
El Evangelio según Tomás recoge también ese tema:
«(Al) que tiene (algo) en su mano le darán (más), y
(al) que no tiene le quitarán lo poco que tiene»
(EvTom 41). Como se ve, la formulación copta
depende de Marcos 4,25 (“Porque al que tiene se le
dará, y al que no tiene, aun lo que tiene se le
quitará”), salvo las dos pequeñas adiciones: «en su
mano» y «lo poco». Véase W. Schrage, Das Verhaltnis
des Thomasevangeliums, 96-97. A primera vista, da la
impresión que las tres máximas de Jesús son
perfectamente obvias. Pero, de hecho, hay que
entenderlas dentro del contexto global en el que se
encuentran, es decir, en su relación con la actividad de
Jesús, que, según los datos de Lucas 8,1; 8,4, consiste
en la predicación de la palabra de Dios en su
proclamación de la buena noticia del Reino. En el
pasaje precedente, o sea, en la interpretación de la
parábola de la semilla, Lucas establece una
contraposición entre los que escuchan la palabra «con
alegría» (Lucas 8,13 = Marcos 4,16) y los que «la
conservan en un corazón noble y generoso» y
producen fruto «con su perseverancia» (Lucas 8,15:
adición personal del evangelista). Ahora, en el v. 18a,
dice expresamente: «Atención a cómo escucháis», en
clara alusión a las diversas modalidades expuestas en
la interpretación de la parábola de la semilla. Tal vez la
razón por la que ha omitido la parábola que sigue en la
redacción de Marcos —la semilla que crece sin que el
labrador se dé cuenta de ello (Marcos 4,26-29:
“También decía: «El Reino de Dios es como un
hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se
levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin
que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma;
primero hierba, luego espiga, después trigo abundante
en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida
se le mete la hoz, porque ha llegado la siega»”)—
consista en que esa parábola no concuerda con el
énfasis que pone el propio Lucas en los diversos
modos de escuchar la palabra; ese tipo de crecimiento
le parece demasiado automático. Si esto es así, la
función de los tres dichos de Jesús consiste en
subrayar la verdadera actitud con que se debe escuchar
la palabra de Dios. Por una parte, el v. 16 (“Nadie
enciende una lámpara y la cubre con una vasija, o la
pone debajo de un lecho, sino que la pone sobre un
candelero, para que los que entren vean la luz”)
afirma que nadie enciende una lámpara para ponerla
en un lugar oculto, sino que la pone en un candelero
para que su luz pueda difundirse. En relación estrecha
con este versículo, el 17 (“Pues nada hay oculto que
no quede manifiesto, y nada secreto que no venga a
ser conocido y descubierto”) declara que todo secreto
terminará por hacerse público, tarde o temprano lle
Comentario general 747
gara a manifestarse (hay que recordar, a este propósito,
la afirmación de Jesús en Lucas 8,10). De modo que la
manifestación de los secretos y la finalidad por la que
una lámpara debe colocarse sobre un candelero están
íntimamente relacionadas. A renglón seguido viene la
amonestación de Jesús sobre el modo de escuchar la
palabra: «Atención a cómo escucháis» (v. 18a). E
inmediatamente después, en el 18b, se enuncia la
disponibilidad abierta con la que debe escucharse la
palabra, una actitud de madurez que causará una
progresiva maduración en el oyente. Es decir, a la
madurez inicial de la escucha se le añadirá un nuevo
impulso, una ulterior maduración. De esta manera, la
metáfora de encender un candil describe la conducta
del verdadero discípulo de Cristo; su modo de
escuchar la palabra tiene que ser tal, que produzca
verdaderamente fruto. La lámpara no se enciende para
que su luz permanezca oculta, sino para que ilumine a
los que entran en el recinto. La prerrogativa que se
concede a los discípulos, es decir, su iluminación para
que conozcan los secretos del Reino, está destinada —
ése es el plan de Dios— a una proclamación lo más
amplia y pública posible. Así, el cristiano maduro,
precisamente porque conserva la palabra de Dios con
una inconmovible perseverancia, se convierte en luz
para «los demás». Este concepto es de importancia
capital en la exposición de Lucas, para quien la
característica del cristiano es su función de «testigo»
(véase Lucas 24,48; Hch 1,8, y el desarrollo de la
temática del «testimonio» a lo largo de todo el libro de
los Hechos). Otra de las cuestiones que se han
suscitado en torno a esta interpretación contempla la
posibilidad de que Jesús se refiera a su propia
predicación como luz que ilumina a todos los que
entran (véase Lucas 2,32), una luz que tiene que
manifestarse públicamente. Esta línea interpretativa no
es, en sí, absolutamente imposible; pero no parece
concordar adecuadamente con los datos del v. 18a, que
insiste en el modo de la escucha, ni con el 18b, en el
que se afirma que «al que no tiene se le quitará lo que
cree que tiene». En resumen, la interpretación más
adecuada de todo este complejo de máximas parece ser
su insistencia en el modo de escuchar la palabra de
Dios, tal como cabe esperar del verdadero discípulo de
Cristo. Ahí radica el impacto de la redacción personal
del propio Lucas.
NOTAS EXEGETICAS
v 16 Nadie enciende un candil Lucas suprime la frase
introductoria de Marcos kai elegen autois (= «y les
decía», «y les dijo») Igualmente cambia la tosca
formulación de su fuente, transformando la pregunta
en afirmación genérica y universali zante, la fórmula
de Marcos «¿Acaso se trae un candil para meterlo
debajo de un cacharro o de la cama?» (Marcos 4,21:
“Les decía también: «¿Acaso se trae la lámpara para
ponerla debajo del celemín o debajo del lecho? ¿No
es para ponerla sobre el candelero?”), se enuncia en
estilo proverbial «Nadie enciende un candil para luego
taparlo con un cacharro o meterlo debajo de la cama»
Véase Lucas 11,33
Para luego taparlo con un cacharro
La redacción de Lucas cambia el instrumento que sirve
para tapar la lámpara, mientras que Marcos habla
específicamente de un «celemín» (modwn Marcos
4,21: “Les decía también: «¿Acaso se trae la lámpara
para ponerla debajo del celemín o debajo del lecho?
¿No es para ponerla sobre el candelero?”), Lucas
generaliza el término empleando la palabra skeuos,
que puede significar «vasija», «cacharro»,
«instrumento», «cántaro», «cuenco», «recipiente»,
etc , según las diversas formas y usos Tapar una
lámpara con cualquier tipo de instrumento doméstico
era probablemente el modo más seguro de apagarla Lo
que hemos tra ducido por «candil» era indudablemente
una pieza circular de terracota, casi totalmente
cubierta, menos una cánula por donde se vertía el
aceite y se encendía la llama, eso era lo más corriente
en Palestina en el período helenístico y en tiempos de
la dominación romana (véase IDB 3, 63 64)
O meterlo debajo de la cama
La fraseología es suficientemente indicativa de la
ausencia de luminosi dad, que es el punto de la
comparación que quiere expresar la parábola
En un candelero
Una especie de soporte, único o múltiple, al que se
podían acoplar varias lámparas de aceite Para que la
luminosidad sea efectiva, el candil o la lámpara tienen
que estar situados a cierta altura Una ilustración de una
lámpara del tiempo de Herodes, sobre su
correspondiente cande lero, puede verse en BA 42
(1979) 192
Para que los que entran puedan ver la luz El P75 y el
códice B, dos importantes manuscritos del Evangelio
según Lucas, omiten toda esta frase, pero casi todas las
ediciones críticas mo demás del Nuevo Testamento
griego la incluyen Cabe preguntarse si la mtroducción
de ese texto en nuestro pasaje obedece a un influjo de
Notas exegéticas 749
Lucas 11,33 En cualquier caso, el Evangelio según
Mateo tampoco tiene un estricto paralelismo con esta
frase concreta (véase Mateo 5,15: “Ni tampoco se
enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín,
sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los
que están en la casa”) De todos modos, se trata de una
adición redaccional de Lucas, que complementa el
texto de su fuente («Marcos») La imagen supone una
casa dotada de vestíbulo, que, aunque no era frecuente
en Palestina, era normal en el mundo grecorromano de
la época Véase C H Dodd, Changes of Scenery in
Luke ExpTim 33 (1921 1922) 40 41, J Jere mías, Die
Lampe unter dem Schejfel ZNW 39 (1940) 237 240
Esta interpretación ha sido cuestionada por H
Schurmann (Lukanische Reflexionen uber die
Wortverkundigung in Lk 8,4 21, 225, n 43), pero las
objeciones de Schurmann han recibido cumplida
respuesta en el ar ticulo de J Dupont La lampe sur le
lampadaire dans l'evangile de saint Luc (VIII, 16, XI,
33), 48, n 17 La expresión «los que entran» tiene que
referirse a algunos de «los demás» (Lucas 8,10), que,
aunque todavía no han recibido la comprensión de los
secretos del Reino, experimentan una atracción por el
poder de la luz
v 17 No hay nada secreto que no vaya a hacerse
público
Este versículo está íntimamente relacionado con el
pasaje precedente por medio de la conjunción gar {—
«porque», «pues») Lucas ha simplificado la
enrevesada formulación de Marcos, que introduce una
cons trucción condicional y final ean me hiña (= «si no
es para que»), Lucas se contenta con un simple
relativo ho (= «que») Esta máxima está
convencionalmente unida a la precedente, en vn tud de
una cadena de contrastes luz/tinieblas (u oscuridad),
secreto/ público, oculto/manifiesto Considerado dentro
de todo el contexto del capítulo, el contraste pretende
subrayar que incluso los secretos del Reino tienen que
ser divulgados públicamente
Que no vaya a descubrirse Otra adición redaccional de
Lucas a los materiales procedentes de Marcos (véase
Marcos 4,22: “Pues nada hay oculto si no es para que
sea manifestado; nada ha sucedido en secreto, sino
para que venga a ser descubierto”) La redacción
lucana obedece indudablemente a un influjo de la
formulación posterior en Lucas 12,2 Véase la «nota»
exegética a ese último pasaje de Lucas
v 18 Atención a cómo escucháis El texto
correspondiente de Marcos dice blepete ti akouete (=
«aten ción a qué escucháis») Lucas, por su parte, ha
introducido un par de modificaciones en primer lugar
ha introducido la interrogativa indirec ta por medio de
la conjunción oun (= «por tanto»), y además ha susti
tuido tí (= «qué») por pos (= «cómo»), insistiendo así
en el modo de escuchar la palabra más bien que en el
propio objeto de la escucha. Esta modificación de la
fuente es de capital importancia; de hecho, manifiesta
el interés de Lucas en que los lectores presten
particular atención a los diferentes modos de escuchar
la palabra, expuestos en Lucas 8,12-15.
Al que tiene se le dará más
En abstracto, esta máxima refleja la sabiduría popular
con respecto a los bienes o a la riqueza. Pero en el
contexto lucano de este capítulo, no tiene nada que ver
con el dinero o con los bienes materiales. La máxima
está íntimamente relacionada con la precedente
amonestación sobre cómo escuchar, por medio de la —
¡repetida!— conjunción gar (= «porque»). El sentido
es, pues: «todo el que escucha con interés sacará
mayor provecho; pero el que escucha descuidadamente
perderá incluso lo que cree que tiene» (véase J. M.
Creed, The Gospel according to St. Luke, 117). Con
estas palabras sintetiza Lucas lo que considera como la
reacción esencial del discípulo ante la palabra de Dios.
Sobre la construcción gramatical, véanse nuestras
observaciones en la introducción general a este
comentario, tomo I, p. 208.
Lo que cree que tiene
Lucas ha introducido una expresión modal que
complica la inteligencia de la máxima. La redacción de
Marcos dice simplemente: ho echei (= «lo que tiene»).
Y ésa es también la formulación en Lucas 19,26 (=
Mateo 25,29: “Porque a todo el que tiene, se le dará y
le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le
quitará”). La modificación introducida aquí por Lucas
consiste en el verbo dokein (= «parecer», «pensar»):
ho dokei echein (= «lo que piensa/cree/parece que
tiene»). Esta formulación de Lucas carga el acento en
el valor y en el carácter aparente de las posesiones y
no en la mera apariencia de que se posee

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